Epílogo

Sres. Pasajeros:

Se les informa que los días 31 de diciembre y 1° de Enero, la línea no prestará sus servicios. Rombus S.A. es más que una empresa, es una familia que va a recibir el nuevo año y la nueva década todos juntos.

Es por esto que les pedimos que vayan buscando otro medio de transporte para ir a visitar a sus familiares, porque nosotros también queremos festejar en familia. Piense en nosotros un segundo, no sea egoísta y pague un taxi/remis/Uber. O camine, el ejercicio hace bien al corazón.

Gracias por su cooperación.

Administración de Rombus S.A.

—Matías, no puedo pegar esto, ¿estás drogado o qué? Te vas a comer una multa del ministerio de transporte —se quejó Alejo mientras sacudía la pila de papeles que su jefe y amigo le había dado para que pegue en el interior de cada colectivo.

—No va a ser la primera vez que pago una multa, no te preocupes —le sonrió marcadamente detrás de su escritorio.

—Encima, ni siquiera les avisás con tiempo. Hoy es 30 de diciembre, literalmente los pasajeros tienen 12 horas para organizarse si es que usan la línea para ir a visitar familiares.

—Y nosotros también tenemos poco tiempo. Así que dale, mové ese culo precioso y tonificado, y empezá a pegar los cartelitos a medida que van llegando los muchachos. Todavía tenemos mucho que organizar.

Alejo abandonó la oficina mientras reía por las locuras de Matías. Si bien él siempre fue su mano derecha cuando el hombre estuvo abatido, se vio en la obligación de volver a ser su lado racional. La vuelta de Sara a su vida trajo de regreso al Matías irracional, el que no paraba de hacer locuras en pos de lo que deseaba. Había vuelto el nenito con plata, el consentido de su abuelo.

Y esa era una locura que iba a dejarle pasar, porque él también deseaba celebrar esa fiesta: la Freedom Fest of the New 20's. Así, excéntrico como él, era como había bautizado el festejo de año nuevo en los volantes que distribuyó entre todos los empleados.

Por eso le daba el día libre a toda la compañía. La celebración de bienvenida al 2020 comenzaba el 31 de diciembre al mediodía, con la fiesta de fin de año de la empresa abierta a las familias de los empleados. La recepción sería en el playón de la terminal, y duraría hasta que sea la hora de volver a festejar con los más íntimos.

Y como la familia que todos eran, la fiesta no terminaría para ellos.

Fueron veinte años los que les demoró a todos comprender que siempre estuvieron más cerca de lo que pensaban. Y merecía la pena el festejo. Veinte años llenos de fantasmas, de sombras del pasado, de alegrías y disgustos. Veinte años agridulces que quedarían atrás con la llegada del 2020.

Ese lunes la terminal estaba llena, y no precisamente de choferes. Cada uno tenía una tarea específica en la organización de la fiesta.

Marilia, Sara y Libertad estaban a cargo de las compras para la cena íntima de año nuevo, mientras que Elisa y Camila se ocupaban de coordinar el catering para la fiesta de los empleados. Si bien las dos se sacaron chispas por todo lo sucedido después del accidente, supieron recomponer la relación durante el tiempo que Camila fue la doctora de cabecera de Mariano durante de su rehabilitación después del coma. Camila cambió radicalmente su actitud con ella cuando notó que era la responsable de los avances de Mariano, bajó la guardia para hacerle la vida más fácil a su amigo de la infancia, y descubrió que después de todo Elisa era una gran mujer.

La música estaba a cargo de DJ Juacko, quien ya había empezado a elaborar la playlist tomando pedidos de canciones de los choferes que deambulaban por el playón. Estaba fascinado con el programa de DJ que Rodrigo le había instalado en su laptop, y mientras se familiarizaba con las funcionalidades, se había armado un lindo baile a modo de previa. Germán practicaba sus movimientos robóticos ante la atenta mirada de su prometido, que no paraba de reír por las ocurrencias de su futuro esposo.

Agustín era el manitas. Siempre tuvo mucha destreza con las herramientas y los cables, no fue problema para él armar un pequeño juego de luces para el baile. Rodrigo también le colaboró con sus habilidades de programación, y juntos elaboraron luces rítmicas para poner color al set musical de Joaquín.

Y Mariano... Bueno, él por su condición médica no podía colaborar con tareas que requerían esfuerzo físico o de correr para todos lados. Sus limitados movimientos y la dependencia a la silla de ruedas le daban la tarea más trabajosa pero reconfortante de todas: cuidar Marianito, el hijo de Elisa y próximamente también su hijo ante la ley. El trámite para otorgarle su apellido estaba en curso, gracias a la ayuda de Matías y sus contactos.

Todos trabajaban con esmero para poder recibir la nueva década como la gran familia que eran.

—Chicos... —Alejo se acercó hasta la mesa en donde estaba «el DJ residente», así llamaba el volante a Joaquín—. ¿Alguno libre para ayudarme a pegar esto? —Levantó el puñado de hojas que le había dado Matías momentos atrás.

—Yo te ayudo, Toto —se ofreció Germán—. Soy el único al pedo acá.

—Yo también puedo, ya terminé acá —acotó Rodrigo—. Lo que queda por hacer ya es cosa de Agus.

Los chicos tomaron cada uno un puñado de hojas, y sus caras esbozaron una sonrisa al leer el contenido. Y antes de que se pregunten, sí, leyeron bien. Toto. Desde que Mariano despertó del coma llamándolo por su viejo apodo, Alejo volvió a acostumbrarse a que le digan así. Era su manera de borrar el dolor que vivió durante esos veinte años que culminarían al día siguiente, con la llegada de la nueva década. Los chicos se fueron a su tarea, dejando a Joaquín y Agustín en soledad.

—Que loco, ¿no? —comenzó Joaquín—. Pensar que todos estuvimos tan conectados durante todos estos años. Quien iba a pensar que tu hermana era mi jefa en el banco, que sos el cuñado de Matías, que es el mejor amigo de...

—Sí, entendí... —lo cortó con una risa—. Lo sé, todavía me acuerdo la cara de Sara cuando supo que la mejor amiga de Liv era la esposa de uno de los mejores amigos de Matías.

—Hablando de eso... —sopesó Joaquín con temor—. No hay rencores, ¿no? Digo... tu...

—¡Ay, no! Para nada... Es más, vos sos el que debería estar furioso conmigo. Sé que Liv fue tu primer amor, y yo casi te la robé —expresó sin mirarlo, perdiendo la vista en el colectivo que ingresaba al playón—. Tu cara en la plaza de enfrente de mi casa cuando ella te dejó todavía me persigue en las noches —bromeó cuando por fin se atrevió a mirarlo.

—Sé que esto va a sonar feo, y no lo tomes como un insulto a Liv, pero... Me hiciste un favor. Camila es mi vida entera, me costó muchísimo que se enamore de mí. La conocí con el corazón roto por Alejo, ¿sabías? Volvió de Estados Unidos el día que se casó con Mari... —recordó con un dejo de nostalgia—. Apenas la vi llorando en el Metrobús me enamoré, y quería romperle la cara al que la estaba haciendo llorar.

—Allá lo tenés —señaló a Alejo—. Yo miro para otro lado —ambos rieron.

—No... —rio nostálgico—. Son cosas que pasan, Toto es un tipazo, yo sé lo que es estar enamorado de alguien que no te corresponde. No es culpa de la otra persona, es tu culpa por ser cabezota —filosofó—. Él también me hizo un favor, si no le hubiera roto el corazón a Cami, yo no estaría acá.

Cortaron la conversación cuando Libertad se acercó hasta donde estaban.

—Amor, llegó el pedido del supermercado. ¿Me das una mano? Sari no puede levantar peso por el embarazo, y Marilia... bueno...

Los tres miraron hacia donde señalaba Libertad con el pulgar sobre su hombro izquierdo. Marilia estaba enredada en la boca de Alejo, apoyados en un colectivo.

—Uff... Se puso candente el asunto —esbozó Agustín mientras agitaba una mano—. Vamos.

—Ah —acotó Libertad antes de irse con Agustín—. Es lindo verlos juntos.

Ambos sonrieron con algo de pena, pero en ningún momento se incomodaron por el hecho de que ambos se involucraron sentimentalmente con ella. Libertad nunca dejó de ser amiga de Joaquín, y eso Agustín lo respetó y lo avaló. Su relación era lo suficientemente sólida para ese nivel de confianza.

Cuando pasaron cerca de los colectivos estacionados, Agustín desvió su camino hasta el rincón en donde se escondía la ardiente pareja, y golpeó la chapa del vehículo, provocando un respingo en ambos.

—¡Eh! ¡Paren un poco, che! Hay menores en la terminal, no me obliguen a usar la fuerza pública.

—¡La concha de tu hermana, Agustín! Casi más me matás de un susto —gritó.

—A Mari la vas a matar... —replicó ágil—. Le estás chupando el alma, pobre chica. ¿No estabas con los cartelitos vos? Sino vení a ayudar las chicas a entrar el pedido.

—¡El pedido! —Marilia se desenredó de su esposo con rapidez y siguió a Agustín—. Está a mi nombre, yo tengo que firmar la recepción.

Y salió corriendo mientras Alejo se limpiaba la comisura de la boca con disimulo. Observó su dedo pulgar: labial caramelo. Suspiró echando la cabeza hacia atrás.

—Uno... dos... tres... —contó en voz alta ante la desconcertada mirada de Libertad.

—¡Alejo! —El grito de Marilia llegó hasta donde estaba con Libertad.

—Me imaginé, me voy a seguir pegando los cartelitos.

Libertad se quedó sola tratando de entender qué había sido todo eso, y cuando vio a Marilia versión Joker no pudo contener la risa.

—Lo voy a matar, le dije que no era momento para... ¡eso! —No se atrevía a describir el momento cariñoso, mientras se arreglaba el labial corrido utilizando el espejo retrovisor de un colectivo—. ¡El chico del reparto se rio en mi cara! Morí de vergüenza.

—No sé qué tanta vergüenza ajena le diste. —Sara se acercó hasta donde estaban las amigas—. Te dejó su teléfono —le extendió el papel.

—¡Ey! —Alejo sacó medio cuerpo por la ventanilla del primer asiento—. ¿No le dijiste que es casada? ¿Ya se fue? Le voy a bajar todos los dientes.

Las chicas rieron con el ataque de celos de Alejo. Si ya era sobreprotector, después de haber perdido dos mujeres importantes en su vida como lo fueron su hermana Daiana y Marta, sumado a que casi pierde a Marilia a manos de Nahuel, su instinto protector se agudizó. Ver la flor de loto que su esposa se había tatuado para tapar la cicatriz que dejó Nahuel en su espalda la noche que la secuestró, era su motivo para despertar cada día. El tallo de la flor era una frase vertical que recorría perfectamente su espina dorsal en una delicada caligrafía cursiva.

Siete veces. Diez años. Seis veces.

Era la frase que le dijo aquella tarde luego de su primer beso, pero con una variante. La última vez lo perdió seis veces, porque cumplió su promesa de no volver a perderlo siete veces más.

—Deberías quedarte quieta, Sari... —aconsejó Marilia—. Camila ya te dijo que tenés que cuidarte un poco más durante el primer trimestre.

—Sí, ya sé, pero estoy harta de estar quieta. Mati no me deja hacer nada en casa, ahora que está entretenido en la administración quiero sentirme útil.

—¿Por qué no vas un rato con Marian? Está con Nito jugando al ludo en el comedor, así de paso vas practicando para cuando nazca el tuyo —le guiñó un ojo.

—¿Y ustedes? ¿Para cuándo un Totito? —la apuró Sara.

—Falta... Mucho. Son diez años los que todavía estamos recuperando, tenemos mucho que hacer todavía antes de ser padres. Al menos unos añitos más.

—Ya veo... —Libertad se coló entre las dos mujeres—. Son puro fuego, ni en público se contienen.

Sara hizo caso a la recomendación de Marilia, y ayudo a Mariano a cuidar a su hijo. La mañana voló para todos preparando la terminal para el gran festejo de fin de año, trabajaron mucho desde temprano pero no había cansancio, solo expectativas para el último día del año.

Y así fue que el mediodía del 31 de diciembre, el playón era una fiesta. Si bien todavía había empleados que miraban con recelo a Matías, casi todos habían acudido al festejo familiar. Fue una linda tarde, que culminó cuando el sol comenzaba a ocultarse. La terminal quedó vacía para cuando el sol se despidió hasta el nuevo año, pero no fue por mucho tiempo.

La familia, nuestra gran familia, volvió para el verdadero festejo. Todos juntos recibirían el año nuevo, por primera vez en veinte años.

Tres parrillas, tres parrilleros. Matías, Alejo y Germán. Y es que eran demasiados para que un solo asador cocine la carne para doce personas. Como en toda familia, cenaron a las corridas entre risas y charlas cruzadas en la gran mesa. No faltaron recuerdos, revelaciones, promesas... Por momentos todos hablaban al mismo tiempo, pero lo mejor era cuando uno contaba una anécdota, y el otro ya sabía lo que había pasado, por el hecho de que siempre estuvieron cerca sin saberlo.

Cuando al 2019 le quedaban algunos minutos, volvió el viejo ritual de cada año viejo.

—¡Toto! Poné Crónica —supo gritar Mariano desde su lugar en la mesa.

—Ah, ¿sí? ¿Dónde querés que lo ponga, pelotudo? —soltó con una risa mientras hacía un montoncito con los dedos de la mano derecha—. El televisor está adentro, en el comedor.

—En el celular, bro... Vamos a entrar en el 2020, modernizate —replicó.

Alejo obedeció, sintonizó la transmisión online en su celular, y colocó el aparato contra el centro de mesa robado del festejo de la tarde. Subió el volumen al tope, y todos siguieron la cuenta regresiva en la pequeña pantalla, coreando en voz alta.

—Cinco... cuatro... tres... dos... uno...

El cielo se inundó de estallidos y luces de colores cuando todos chocaban sus copas. No faltaron los abrazos y las lágrimas de felicidad, era algo más que recibir el nuevo año. Era el comienzo de una nueva vida llena de felicidad, libre de fantasmas y de psicópatas, habiendo aprendido a renacer luego de enfrentar a la muerte en varias ocasiones.

Y si alguien sabía de renacer como el Ave Fénix, ese era Mariano.

—¡Ey! Paren un poco. —Matías pegó un grito que provocó un silencio inmediato, todos le prestaron atención—. ¿Alguien se dio cuenta de que Mariano está de pie?

Automáticamente, todos posaron sus ojos en él, quien sonreía en complicidad con Alejo, Marilia y Elisa. Supieron guardar bien el secreto de su acelerada recuperación, los cuatro habían planeado anunciarlo al resto de esa manera tan peculiar: sorprenderlos en medio del brindis de manera casual.

—¡Hijo de puta! ¡Te lo tenías bien guardado! —Matías fue el primero que corrió a abrazarlo—. ¿Cuánto hace que dejaste la silla de ruedas?

—Dejarla por completo... Menos de un mes. De todos modos, todavía no tengo movilidad completa, pero necesito estar de pie para mi familia, sobre todo para mi hijo. —Miró al pequeño que comía un pedazo de Mantecol con concentración—. Él me necesita más que nadie.

—Todos te necesitamos, hermano. —Alejo se arrimó a ellos—. No sabés lo que sufrimos esos dos meses que estuviste en coma, le debo una grande al Barba. Nunca fui creyente, y en ese tiempo me hiciste rezar como nunca en mi vida.

—Y ahora, si me disculpan, voy a hacer mi esfuerzo físico del día.

Mariano caminó cojeando levemente hasta donde Elisa observaba la escena con Alejo y Marilia, metió su mano en el bolsillo y sacó una pequeña cajita de terciopelo. Con sumo cuidado colocó una rodilla en el suelo, y todos chillaron de emoción. Elisa cubrió su boca con las dos manos, mientras liberaba una inmensa cantidad de lágrimas, ya sabía lo que seguía.

—Sé que soy un simple y digno trabajador de esta empresa. Sé que no tengo mucho para ofrecerte más que mi vida entera, y un eterno agradecimiento por el hijo que me regalaste, literal, me lo regalaste. Porque no es mío, pero me diste la posibilidad de verlo nacer, y lo amo como si fuera el hijo que perdí hace quince años. Me falta una pieza para ser feliz, y es que seas mi esposa. ¿Qué decís?

—No te merezco... —lloriqueó Elisa y todos enmudecieron—. Sos el amor de mi vida y te hice sufrir, por poco y te mato. Aun así, seguís eligiéndome. ¡Obvio que quiero ser tu esposa!

Todos estallaron en un grito de festejo y alivio, mientras Mariano colocaba el anillo de compromiso en el dedo de Elisa, quien luego lo ayudó a ponerse de pie antes de fundir sus bocas en un tierno beso.

Pero las sorpresas no terminaban allí.

Luego de que Libertad se acercara a la pareja para felicitarlos por la pronta boda, volvió a la mesa y se paró en una silla, era la única manera de que la escucharan en medio de tanto bullicio, siendo de tan baja estatura.

—¡Familia! —grito desde su lugar, pero nadie le prestó atención. Volvió a intentarlo, pero fue más drástica. Tomó la vuvuzela de Marianito y la hizo sonar hasta que todos la observaron—. Ahora sí —expresó para sí misma—. Tengo que confesar algo, algo que no sabe nadie más que mi best friend.

Las miradas recayeron en Marilia, quien tenía el semblante endurecido. Nuevamente, temieron por una mala noticia, en especial Agustín.

—¿Qué pasó? —Su esposo indagó impaciente—. Me estás asustando.

—Cuña... —Se dirigió a Sara—. Tengo una mala noticia que darte.

—Paso entonces, gracias de todos modos. —Trató de ponerle humor al momento de tensión que estaba generando Libertad.

—¡Que mala onda! —continuó el chiste y todos comenzaron a relajarse—. Igual lo voy a decir. Tu vieja habitación ya no va a estar disponible, así que si estaba en tus planes volver en algún momento... Vas a tener que compartir el cuarto.

—¡¿Estás embarazada?! —preguntó Agustín, y ella solo asintió con la cabeza repetidamente, y una gran sonrisa en su rostro—. ¡Y que haces parada ahí! ¡Podés caerte, Libertad! ¡Por el amor de Dios! No sé si matarte o besarte.

—Elijo lo segundo.

Agustín corrió hasta donde estaba, la tomó de la cintura sin ningún esfuerzo y la enredó en su torso. La besó con urgencia mientras los aplausos sonaban de fondo, acto seguido, la bajó y se arrodilló frente a ella para besar su vientre todavía plano.

—Como no me di cuenta —sopesó en voz alta—, soy el peor marido. Pero no siquiera tenés pancita, ¿de cuánto estás? ¿Cuánto hace que lo sabes? ¿Por qué sabía Mari y yo no?

—A ver... —Comenzó a enumerar con los dedos las respuestas para su esposo—. Ocho semanas, dos semanas... Y quería que fuera una sorpresa de año nuevo, te lo iba a decir apenas me enteré, pero fue el día que Mati me contó que estaba organizando esta fiesta, y me pareció una linda forma de que todos lo superan al mismo tiempo.

—Y como no se aguantó la noticia, me lo contó a mí —acotó Marilia—. Fue toda una peripecia ocultarsélo a Toto, no quería decirle porque sabía que no iba a poder con su genio, lo iba a contar, y... Perdón, amor —giró la cabeza para observar a su esposo, que la abrazaba por la espalda.

—Perdón nada, ya vas a tener tu castigo esta noche —le susurro al oído, y aprovechando que todos los presentes tenían su atención en Agustín y Libertad, pasó su lengua por el cuello de la chica, provocándole un escalofrío.

—Basta, Toto... —soltó en un suspiro mientras cerraba los ojos para disfrutar el momento.

—Me robé las llaves del once, nadie se va a dar cuenta si nos ausentamos quince minutos. Este vestido negro me está volviendo loco desde que te lo pusiste en casa.

—Toto, no...

Pero no puso más resistencia que esa. Alejo la tomó de la mano y se escurrieron hasta el otro extremo del playón, el colectivo reposaba junto al paredón que daba a la calle. Apenas había espacio entre la puerta de acceso y la pared, pero eso no fue impedimento para Alejo, quien abrió el vehículo con destreza y se subió primero para después ayudar a Marilia, dado que se le iba a dificultar la maniobra por el ajustado vestido corto y los tacones.

Ya en soledad y con el bullicio de la fiesta escuchándose a lo lejos, Alejo no perdió el tiempo y le comió la boca a su esposa mientras le subía el vestido hasta la cintura y abría sus pantalones lo justo y suficiente. La subió a horcajadas y la llevó hasta los asientos del fondo, le tomó una sola maniobra sentarse y fusionar sus cuerpos en uno solo.

—Fantasía cumplida, señora Robledo —jadeó en su boca—. Feliz año nuevo.

—Benditas las pastillas anticonceptivas, por ellas podemos hacer estas locuras. —Fue lo único que pudo salir de su boca antes de contener un grito de éxtasis.

Diez minutos fueron suficientes para quitarse las ganas y seguir en la fiesta. Acomodaron sus ropas, y antes de salir cada uno por su lado como amantes furtivos, ambos se revisaron el maquillaje en el espejo retrovisor del colectivo.

—Para esta ocasión usé maquillaje bueno —destacó Marilia con una ceja en alto cuando Alejo comprobó que no tenía restos de labial—. Te conozco, y sabía que no te ibas a aguantar hasta llegar a casa.

—Esto no termina acá, señora Robledo. —La tomó de la cintura y la pegó a su cuerpo—. Todavía me falta hacer muchas cosas más con ese vestido... Por ejemplo, arrancártelo.

—Después.

Marilia dejo un corto pero húmedo beso en la boca de Alejo y abandonó el colectivo, y antes de llegar a la mesa en donde ya todos compartían confituras, se encontró con Sara.

—Mari... ¿Sabes dónde está Toto?

—Fue al baño, creo —divagó.

Sara observó sobre el hombro de Marilia y sonrió, Alejo venía caminando lentamente desde el fondo mientras arreglaba su camisa. Volvió a mirarla.

—Sí, claro... El baño... —le guiñó un ojo—. Mejor no quiero saber qué hicieron, y dónde lo hicieron —rio.

—Señoras... —Alejo se unió a ellas de manera casual.

—¡Toto! ¡Te estaba buscando! Es el momento, no sé por cuánto tiempo lo pueda mantener quieto y sentado de espaldas al playón.

—¡Genial! Ya quiero ver la cara pone cuando lo vea. Vayan yendo que ahí hago mi aparición.

Las mujeres volvieron a la mesa, y Sara abrazó a Matías por la espalda, de pie junto a él, que aprovechó para acariciar el vientre apenas abultado de su esposa. Todavía no podía creer lo rápido que pasó todo después de que se reencontraron por casualidad, y es que siempre estuvieron cerca sin saberlo. El de ellos era otro amor que perduró al paso del tiempo, tanto, que al día siguiente de su reencuentro se mudaron juntos, y a los tres meses se casaron en una ceremonia íntima. Y ahora esperaban su primer hijo, un milagro considerando que Sara tenía 40 años.

El ruido de un motor y una melódica bocina hicieron que Matías se voltee confundido. Su mandíbula cayó al piso, no podía creer lo que estaba viendo. Observó a Sara aún parada junto a él, y ella solo le regaló una sonrisa.

—Tenía que hacerlo, no podía verlo más así —soltó sin más.

Alejo venía manejando el 410 completamente restaurado. Lo acomodó para que quede a la vista de todos, bajó y le arrojó las llaves a Sara, quien las atrapó en el aire con destreza.

—¿Te acordás que te debía el regalo de navidad? Acá está.

Los ojos de Matías se aguaron mientras observaba al amor de su vida sosteniendo en alto las llaves del que fuera su colectivo, ese en el que habían vivido tantos buenos momentos antes de separarse.

—Sara... —No pudo contener más el llanto—. ¿Cómo hiciste?

—Simple... Con ayuda de Toto y la pequeña sabandija de tu chica de recursos humanos. Toto se encargó de encontrar a alguien que lo restaurara, y Libertad te entretuvo cuando pusimos otro colectivo en el lugar del 410 y cuando lo trajimos de vuelta. Ah, y Toto también fue el que se aseguró de que no te dieras cuenta de que entre las reparaciones de todos los colectivos estaba la del 410.

—¡Que hijo de puta! —Matías se acercó hasta Alejo, y comenzaron un juego de puñetazos amistosos que culminó en un abrazo—. Te quiero, hermano.

—La pregunta es, ahora que bajaste el perfil y encontraste a tu chica desconocida... ¿Vas a dejar la administración para volver al asfalto porteño con esta nave? —Alejo palmeó la chapa del colectivo.

—Obvio, papá. Todavía queda algún que otro que me reconoce por la calle, me encantaba ver las caras de los pasajeros cuando veían al nieto de Romero manejando un colectivo. Aunque... Lo mismo debería preguntarte a vos...

Alejo lo observó confundido. Matías le hizo una seña con su mano para que esperara y salió corriendo hasta la oficina de administración, volvió de inmediato con una carpeta en la mano.

—No sé si te acordás que los dos llegamos a esta empresa el mismo día. Yo como el nuevo dueño, y vos como el nuevo chofer. Mariano y vos fueron mis elegidos para que me ayuden a entender el negocio, los recorridos, Marian me enseñó a manejar estas cosas... —enumeró señalando sus dedos con la carpeta—. Pero vos... vos estuviste conmigo a otro nivel. Me apoyaste cuando me separé de Sara, aun teniendo tus propios mambos familiares, o como cuando no estabas en tus cabales porque buscabas a Marilia por cielo y tierra. ¿Te acordás la noche que te suspendí?

—Sí... Tomás todavía debe tener pesadillas conmigo. Y varias prótesis dentales también... —Alejo rio con el recuerdo—. Me gustaría verlo ahora, él que decía que minas así no nos daban calce... Avisale que llevo tres años casado con la pendeja de la facultad —acotó con sarcasmo.

—Esperen... —intervino Marilia—. Cuando hacía el CBC de medicina había un chofer flaquito, morocho, ojos celestes... Era bastante atrevido, me hacía caras por el espejo —recordó mirando al vacío—. Me daba algo de miedo viajar con él tan tarde, tanto así que mi novio de ese momento se ofreció a acompañarme a casa en colectivo, pero ese día que subí ya no estaba, no lo vi más... Y ahora que lo pienso... ¡Eras vos el que manejaba esa noche!

Matías asintió con la cabeza. —Y el encapuchado del asiento de adelante era tu marido. Habíamos salido a buscarte, y bueno... Llegamos tarde, te vio de novia y no dijo nada.

Marilia se mordió el labio, podía haber disfrutado más tiempo junto a Alejo, si tan solo hubiese sido más espabilada.

—Yo también lo busqué por cielo y tierra, y jamás volví a verlo desde la noche que me sonrió desde el colectivo... Juro que, si esa noche lo hubiera reconocido, hoy la historia sería distinta, quizás...

—No... —Alejo se acercó a ella cuando notó que estaba a punto de llorar—. Ese no era nuestro momento. Como le dije a Marta una vez, en ese momento yo estaba lleno de mierda y no quería contaminarte. Te veía tan pura, radiante, inocente... Y yo era un caso perdido en aquel momento. Camila puede decir todo lo que sufrió conmigo en esos años. —Marilia observó a la chica, quien asintió con la cabeza mientras le sonreía condescendientemente—. Porque yo no era bueno para nadie en ese tiempo, no era bueno para ella porque estaba enamorado de vos, y no podía ser bueno para vos porque fue una época de mi vida bastante turbia. No... —repitió—. Nuestro momento fue en Obelisco Sur.

Marilia sonrió, tomó el rostro de Alejo y dejó un pequeño beso en sus labios.

—Pero... ¿En serio le partiste la cara a ese chofer? ¿Cómo supiste que me acosaba?

—Fácil. Él se vendió solo. Fue mi pupilo, y en una de las tantas veces que viajaste conmigo cuando no nos conocíamos te vio, y le gustaste. Lo que pasa es que no lo viste porque también venía sentado en el asiento de adelante, seguro pensaste que era un pasajero. Y eso que él sabía que yo estaba loco por vos, no le importó. Lo escuché una tarde en el comedor, planeaba descomponer un bondi para hablarte. Dijo cosas que no tiene sentido repetir, me enfurecí, y le partí la cara a trompadas. Y el jefe —señaló a Matías con la cabeza— me suspendió. Por eso, esa noche salió él a buscarte, si no me hubiera comportado como un cavernícola, quizás esa noche me encontrabas a mí tras el volante. Aunque... Quizás te hubiera perdido de nuevo, por cobarde.

—Dejen de lamentarse, chicos. —Matías se acercó a ellos y apoyó una mano en el hombro de cada uno—. Lo importante es que su hilo rojo nunca se cortó, y acá están.

Matías volvió a tomar posición frente a todos, quienes miraban expectantes la carpeta que tenía entre sus manos. Prosiguió con su discurso luego del recuerdo que evocó en Alejo.

—Volviendo al tema... Toto, los dos sabemos todo lo que vivimos juntos acá adentro, sin vos, esta línea se hubiera ido a pique cuando me fui a Tokio intentando olvidar a Sara. Sin embargo, volví y todo estaba igual o mejor de como lo había dejado. Es por eso que este es mi regalo para vos.

Matías le extendió la carpeta a Alejo, quien la tomó e inspeccionó los documentos que contenía. Sus caramelos se salieron de órbita, soltó una risa incrédula.

—Mati... ¿Es en serio esto?

—Nunca estuve tan cuerdo en mi vida como cuando le pedí a mi abogado que haga esos papeles. Sí. La mitad de esta línea es tuya, es lo menos que merecés después de haber dejado una parte de tu vida trabajando acá. Así que ahora te pregunto yo a vos. ¿Vas a querer dejar la administración para volver a controlar las paradas?

—Estás loco, en serio.

Alejo dio dos zancadas para acercarse a Matías y fundirse en un abrazo. Los presentes volvieron a estallar en aplausos, ya les ardían las palmas de aplaudir tantas sorpresas. Matías se desenredó del abrazo y continuó con su discurso.

—Ahora, señor socio... ¿Qué hacemos con el empleado en licencia? —señaló a Mariano con el pulgar—. Hay que castigarlo, nos mintió estas últimas semanas, ya estaba recuperado.

—Lamento recordarle, socio, que yo fui su cómplice. —Todos estallaron en risas—. Quizás... Ahora nos va a faltar un inspector, porque yo quiero jugar como vos, bro. Controlar, manejar, administrar... Un poco de todo. ¿Qué dice, doctora? —le habló a Camila.

—Bueno... Si él quiere volver a trabajar, es preferible que esté de pie y quietito, a que haga fuerza con las piernas para apretar los pedales. Aunque podría servirle de ejercicio, no sé... Yo soy neuróloga, Toto —rio—. Debería hablar con su kinesiólogo. ¿Cómo te sentís, Marian?

—Me da igual, solo quiero volver a trabajar. Extraño a estos hijos de puta.

Matías observó de reojo a Alejo, y comprendió que un nuevo inspector podía encontrarlo en el mercado laboral, incluso, podía otorgarle el puesto a un chofer. Pero una nueva mano derecha... Eso sí era difícil de conseguir.

—Pensándolo bien... —Matías tomó su barbilla con los dedos índice y pulgar—. Necesito alguien que haga el trabajo sucio. Que me ayude con las locuras que se me ocurren, que me informe de todo lo que hacen o dicen a mis espaldas... Además, dudo que mi vieja mano derecha consienta ciertas cosas ahora que su nombre está en los papeles.

—¿Y que tendría que hacer? —averiguó Mariano mientas se atascaba con un puñado de garrapiñadas y maní con chocolate.

—Lo que pinte —informó Alejo–. Yo le hacía tareas administrativas, le hice de espía con algunos choferes, fui mecánico de emergencia... Pero siempre a escondidas del resto, ¿por qué te crees que todos me odiaban? ¿O no te acordás de eso?

—El consentido del chetito... —recordó Mariano en voz alta.

—Exacto, ese sería tu nuevo trabajo —confirmó Matías—. ¿Qué decís? Elegí un puesto de pantalla, y el resto sale solo.

—Me gusta, ¿dónde firmo? Si es por mí, arranco ya, ahora. El 2 de enero.

—Banca, gordo —lo frenó Alejo—. ¿Tenés el alta médica?

Todas las miradas recayeron nuevamente en Camila, quien estaba completamente desprevenida sirviéndose más sidra en su copa.

—Técnicamente no, le quedan algunas sesiones de rehabilitación, pero si él se siente en condiciones de venir a hacer tareas administrativas, no me opongo. Eso sí, solo voy a firmar tu alta cuando tu kinesiólogo me diga que ya terminó el tratamiento —amenazó a Mariano con un dedo en alto—. Queda bajo tu custodia, Toto. Después de todo, sos el único al que este terco le hace caso.

Ya no quedaban sorpresas por descubrir. El resto de la noche fue de charlas tranquilas, además el alcohol estaba mellando la energía de muchos. En una charla entre Joaquín y Sara, mientras recordaban anécdotas del banco en el que trabajaron juntos, salió a flote el recuerdo de Juan Sebastián.

—No sabía que había sido tu esposo —comentó Joaquín incrédulo—. Entre pasillos siempre se habló de que andaba con una pendeja de veinte años... ¿Carla era?

—Clara —lo corrigió—. También lo supe. Más de uno tenía el morbo de venir a decirme «de la que te salvaste», que esa cornuda pude haber sido yo.

Alejo, que justo pasaba detrás de ellos, escuchó el nombre de la chica que dio su vida para salvarlo. ¿Podía ser? Por lo poco que había charlado con Juan Sebastián, sabía que trabajaba en un banco en Microcentro, y que andaba con Clara era más que obvio para él.

—¿Dijiste Clara? —Alejo se unió a la charla—. ¡Vamos! —expresó incrédulo—. Ahora falta que me digas que mi ex era la amante de tu ex... —Se detuvo un instante para procesar la información—. Bancá... Juan Sebastián es el mexicano, ¿no?

—Sí... Por su culpa le rompí el corazón a Matías hace años, Juanse trabajaba conmigo y me llenaba la cabeza en contra de él. Me casé con él en un momento de debilidad, y a los tres meses ya estábamos divorciados. Después supe que se volvió a casar con una diseñadora de modas, y cuando a mí me ascendieron a gerente, a él no le gustó mucho porque esperaba que el puesto se lo ofrecieran a él. Y pidió el cambio a casa central.

—Bueno... Su amante era Clara, digamos que era mi ex aunque nunca tuvimos etiqueta, pero... Yo la quise mucho, dio su vida para salvarme la noche de Alpargatas. —Recordó con los ojos aguados—. También se acostaba con Nahuel, el enfermo que secuestró a Mari, ella fue la clave para encontrar a Marilia, le debo mucho.

—Lo de Alpargatas lo sabía —comentó Joaquín—. Juanse pidió el traspaso a México D.F. cuando vio en las noticias que la chica había muerto para salvarte. Estaba enamorado de ella después de todo. Lo peor es que se fue solo, dejó a su esposa y a sus hijos acá.

—Que locura todo... —exclamó Sara mientras acariciaba su vientre—. ¿Algo o alguien más que haya estado cerca todo este tiempo y yo ni enterada?

No, Sara. Lo que ves es los que son. Y los que fueron, quedarán en los recuerdos de aquellos que compartieron momentos, ya sean buenos o malos.

Todos atravesaron mucho para estar reunidos esa noche en la misma mesa.

Partimos de la amistad original. El cuarteto que conformaron Alejo y Camila, Mariano y Daiana, siendo pareja respectivamente. Amigos de toda la vida, desde que estaban en pañales. La vida les arranco a Daiana, y Camila partió a Estados Unidos en busca de su vocación. Marilia ya aparecía en la vida de Alejo, casi en el mismo momento en que Matías se unió a los amigos. Conocieron a Marta los tres, pero Alejo logró tener una conexión más profunda con la mujer. Tuvieron una linda historia de amor sin romanticismo, en donde Marta supo ser el faro de luz de los tres durante todos esos años en los que solo hallaban oscuridad. Como cuando Matías perdió a Sara, su gran amor.

Sara pudo superar el amor que perdió en los brazos de Matías, pero cuando el amor es contaminado por factores externos, como lo fue la mediática vida de Matías, y las sucias tácticas de Juan Sebastián para conquistarla, el amor consolidado llegó a su fin, pero no murió.

Sara se casó con Juan Sebastián amando a Matías, y vivieron infelices los tres, junto a su hermano Agustín, durante los tres meses que duró el matrimonio antes de terminar en divorcio. Juan Sebastián abandonó el hogar de los hermanos, pero siguió compartiendo espacio laboral con Sara.

Agustín, el heroico policía y hermano de Sara, que salvó a Libertad de un destino que pudo haber sido fatal. La adolescente eterna, esa que se puso en riesgo con tal de conocer al amor de su vida. Pero hubo un cambio de planes en el destino. El amor de su vida no era quien ella fue a ver ese día, era Agustín, pero aún no lo sabía. Su corto y fallido noviazgo con Joaquín duró hasta que Agustín se rindió a sus sentimientos y no pudo contenerse cuando Libertad lo buscaba. Joaquín no tuvo mucho que hacer ante esa situación. Si bien siempre estuvo enamorado de su amiguita de la infancia, no podía competir con un hombre diez años mayor. Agustín era todo un hombre, y él era un muchachito inexperto.

Pero Joaquín encontró a alguien con el corazón igual o más roto que el de él. Camila. Apenas la vio llorando en el Metrobús porque el amor de su vida se iba a casar, no pudo dejarla así. La invitó a almorzar, y en ese momento supo que jamás se alejaría de ella. Él fue su baño de realidad, la pieza que le faltaba a Camila para comprender que Marilia fue la única capaz de etiquetar al inetiquetable.

Distinto fue el caso de Clara. Ella vio en vivo como Marilia le pegaba en la frente la etiqueta de único y exclusivo a Alejo. Y al principio, solo sintió rabia de ver que el mejor hombre que pasó por su cama la había dejado por una mujer que aparentaba ser la castidad personificada. Lo que nunca supo es que, si ellos dos eran puro fuego, Alejo y Marilia eran el Averno en la tierra cada vez que se desnudaban. Y es que Marilia era la definición perfecta de la popular frase «Una dama en la calle y una puta en la cama». Las apariencias engañan, ¿no?

Volvió a equivocarse cuando intentó apagar su fuego interior con el primer boludo que se cruzó en su camino. Aunque, Juan Sebastián de boludo no tenía un pelo. Si nunca fue buena persona, ¿por qué iba a cambiar teniendo una esposa amorosa y dos gemelos esperándolo en su casa? El zorro pierde el pelo pero no las mañas, ¿cómo resistirse a semejante belleza que despechada que claramente le coqueteaba? Juan Sebastián no era de piedra, y arriesgó todo lo que construyó después de su fallido matrimonio con Sara, por una mujer que se rio en su cara cuando él dejo todo por ella.

Pero Clara seguía equivocándose a la hora de encontrarle un reemplazo al único hombre que perdió por los caprichos de su dragón. Nahuel, quien supo ser su juguete antes de conocer a Alejo, ya no era el mismo desde que conoció a Marilia. Nuevamente, la mujer volvía a entorpecerle la vida. Nahuel perdió la cabeza cuando se enamoró de Marilia en el Metrobús. Hizo hasta lo imposible por forzar el encuentro. Y lo logro.

Y así como perdió la cabeza, también perdió la cordura. Se obsesionó con Marilia, a tal punto que la secuestró para saciar sus instintos más bajos, aunque sea una vez. Pero no contó con que Alejo iba a usar todos sus recursos para encontrarla. Ayudado por Agustín, en su papel de fuerza federal, y por Clara, quien fue la que vio su lado más oscuro, truncó sus planes con Marilia. La situación se salió de control muy rápido. Acorralado, intentó cobrarse la vida de alguno de los dos, pero no contó con que Clara iba a dar su vida por Alejo. Nahuel terminó siendo abatido por Agustín. Un final que nadie imaginó, ni siquiera su compañero de trabajo, o ante sus ojos, el protegido de Alejo.

Germán, el que consiguió su trabajo en recompensa por ser la pieza clave para que Alejo encuentre a Marilia, cuando él incansablemente seguía preguntando pasajero por pasajero si conocían a aquella extraña que lo besó y se fue. ¿Y cómo no iba a reconocerla el chico? Acababa de tener una entrevista laboral con ella para conseguir un puesto de cadete en la petrolera, cuando Alejo se acercó desesperado a preguntarle si conocía a esa mujer que había huido después de besarlo. Aunque obtuvo más que un trabajo, Germán supo encontrar el amor en dónde menos lo esperaba. Porque mientras Clara, su amor de secundaria, seguía ignorándolo porque ella jamás se fijaría en un joven como él, Rodrigo vio más allá de las apariencias.

Cansado de fingir ser algo que no era, el hecho de que Marilia lo haya plantado en el altar para correr a los brazos de Alejo fue lo mejor que le pasó en la vida. Rodrigo era bisexual con preferencias a la compañía masculina, pero la presión social de sus padres lo obligó a intentar encontrar una compañera. Marilia era la mujer perfecta para él, le daba su espacio y no era absorbente, pero no resultó. Rodrigo se enamoró de Germán, quien apenas estaba descubriendo su verdadera sexualidad. El de ellos fue un amor sin perjuicios, puro y sincero.

Y se preguntarán... ¿Y Elisa?

Como habrán visto, Elisa es la única que no tiene conexiones directas o indirectas con la pequeña familia que todos conforman. Pero supo integrarse con creces al grupo que, claramente, no cumplía con los estereotipos sociales a los que su madre siempre la empujó. Elisa tenía una pequeña conexión, muy lejana e imperceptible. Darío, el padre biológico de Marianito, trabajó para una red de trata en los años en que Marta bailaba en el club. Las chicas se iban persiguiendo el sueño de ser modelos, pero jamás volvían a tener contacto con sus allegados. Matías lo descubrió cuando desapareció una amiga de Marta, lo encaró, pero se escapó antes de que pudiera denunciarlo.

Y lo volvió a encontrar cuando apareció en la terminal reclamando por su hijo, esa fue la clave para que el hombre desapareciera de la vida de Elisa. Renunció a su banca de diputado en el Congreso y desapareció, no sin antes ceder la patria potestad de su hijo a Mariano, obligado por Matías y Elisa.

Quizás en este punto piensen que es irreal que existan conexiones de este estilo en sus vidas, tan cercanas, tan directas. Puede parecer irreal, pero no es imposible. Detenete un minuto a pensar si ese extraño que tenés a tu lado no tiene alguna conexión con vos, quizás es la pareja actual de tu ex. O un amigo de un amigo, o el padre de tu compañero de trabajo.

Nunca lo sabrás a simple vista, pero si es tu destino conocer esas conexiones, fingí sorpresa ante la casualidad.

Y recomendale este libro, así al menos los dos se sonríen de las vueltas de la vida.

¡Y un día salió!

Hoy, 30 de diciembre de 2020, a dos años de su lanzamiento en Wattpad, subo el epílogo de un libro que marcó un antes y un después en mi costado de escritora. Sé que le falta mucha pulida, pero después de dos libros concluidos como lo son Onírico y Fortuna, sigo sintiendo que mi techo como escritora lo toqué con este libro.

También soy consciente de que obras de este estilo no tienen mucha repercusión aquí en Wattpad, pero yo soy feliz con él. Solo lo dejo aquí para compartir con ustedes este pequeño universo que nació hace 5 años, como la simple reescritura de 410 (hoy, Excálibur). No me conformé, quise más, y salió una historia más: Fantasmas. 

Y no pude parar de escribir.

En lo personal, le agradezco a escalofriada porque sin quererlo, me motivó a terminar Historias Para Viajar. Leer Sincronía, un libro tan parecido en estructura a este, me motivó a tomar el archivo de nuevo, después de dos años, y el párrafo en el que estaba trabada salió como agua. Fue como que al final del tramo sentí que no podía terminar de condesar todo el universo que inventé, y leerla fue un «Si ella pudo, yo también puedo».

Y destrabé el segundo extra, y el epílogo salió en dos noches.

Pido disculpas a todos los que no pudieron terminarla, o se quedaron con ese «¿Y cómo termina?». Ahora saben cómo termina. Creo que me quedé dormida porque como cada capítulo es autoconclusivo, no sentí apuro por darles un cierre. 

Pero el cierre está, lo necesitaban ustedes, lo necesitaba yo, y lo merecía el libro. Y en el fondo, creo que el bloqueo era porque no quería que el proceso de escritura de este libro llegara a su fin. Pero llegó, y ahora me siento mucho mejor.

¿Qué sigue?

Dos extras más, de Matías y de Mariano. No crean que se levantó de la silla así nomás, eh...

Los viernes de las dos primeras semanas de Enero estaré subiendo los extras. Y ya luego marcamos el libro como completo.

¡Gracias a los que llegaron hasta acá!

Y por ultimo pero no menos importante:

Como no puedo poner dos dedicatorias en la configuración del capítulo, la hago acá. JoeResch y jessicagonzalezbooks. Mis dos amihermanos, que amaron esta obra casi tanto como yo, y ambos me acompañaron durante todo el proceso. Joe se subió al bondi cuando ya casi estaba terminado, pero Jess fue mi beta reader. Ella más que nadie quería saber cómo terminaba la historia de Mariano (más que de Alejo, hija de fruta).

¡Los adoro con mi alma a los dos!

Y ahora sí...

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