10. Génesis

Ella se despertó a las 7 de la mañana, con el rayo de sol entrando por su ventana y el sonido irritante del despertador. Se levantó de la cama, tomó una refrescante ducha de veinte minutos, y luego escogió su ropa para su primer día de clases.

¡No! ¡No! ¡No! Contalo cómo fue en realidad.

¿Quién sos? ¿Y por qué interrumpís mi narración? ¿No sabés que las novelas juveniles empiezan así? Siempre se despiertan el primer día de clases, y relatan todo con lujo de detalles.

Sí, pero estamos en Argentina y sabés muy bien que no fue así. Y soy tu conciencia, estoy acá para evitar que tergiverses las cosas con tal de ganar más lectores.

Las paradas de Metrobus no tenemos conciencia, ¿qué decís? Rajá de acá y dejame narrar.

Por algo estoy acá. Y te recuerdo que en esta historia todavía no habías crecido a Metrobus, eras un puberto poste en una esquina. No te agrandes, Chacarita. Dale, contalo como realmente fue.

Está bien.

—¡Dale, pendeja! ¡Hace media hora que está sonando esa mierda! —Alejo tiró de las sábanas de Ella, quien se removió molesta sobre el colchón.

—¡Ya, boludo! ¡Ya voy!

Ella se levantó de la cama con fastidio, su hermano podía ser muy molesto cuando se lo proponía. Estaba pegajosa, las noches de marzo todavía eran sofocantes gracias al verano que resistía con aguante. Se cepilló los dientes y luego se dio una refrescante ducha. Para ese día eligió un pantalón corto de mezclilla celeste, una remera de tirantes negra, y sus Vans negras haciendo juego. Se acomodó un poco su morena y ondulada cabellera, y bajó a desayunar.

¿Otra vez? ¿Qué te dije? ¿Por qué mentís? ¿Eso es Pinterest? No... Yo no puedo creer que estés buscando una foto con la ropa que usó Ella. Si ya la describiste, ¿para qué vas a poner la foto? ¡Es ridículo! ¡Estás subestimando a tus lectores! ¿O acaso estás insinuando que no tienen imaginación?

¡Basta! Ya te dije, las paradas no tenemos conciencia. ¿Podés callarte? Es la última historia, ¿por qué aparecés ahora?

Porque venías bien, y ahora te veo vendiendo tu alma por algunas lecturas más. No me voy a ir hasta que hagas las cosas bien. Dale, contá la verdad.

¡Uffff!

—¡Alejo! ¡La puta madre! ¡Me estoy cagando de frío! ¡Te gastaste toda el agua caliente! —bramó desde la ducha.

—Jodete, pendeja. Levantate más temprano la próxima —respondió su hermano con sorna.

Ella maldijo mientras se enjabonaba a la velocidad de la luz, es que el agua del tanque estaba helada a primera hora de la mañana porque no estuvo expuesta al sol del verano. Ya en su habitación...

Hacelo.

Se puso un short de jean celeste, una musculosa negra, y sus viejas Topper blancas. Se peleó con su enmarañado pelo ondulado, tironeando con el peine de dientes gruesos y perdiendo varios mechones café durante la batalla. Zigzagueó por los pasillos de su casa hasta llegar a la cocina.

¿Viste? No era tan difícil. Todos sabemos que no abundan las casas de dos plantas en Buenos Aires, y menos en La Boca. No digo que no haya, pero... ¡Ya sabes! No me hagas explicarte las cosas como si fuera jardín de infantes. Seguí, dale.

—Hija... Metele que Don Tito no puede esperarlos. —Doña Ana, su madre, puso frente a su cara una tostada con manteca y mermelada que Ella tomó por inercia.

—¡Pará, má! Estoy muy dormida.

—Creí que el agua fría te había despertado —acotó Alejo, robándole la tostada de la mano mientras se escuchaba el estruendoso sonido del timbre.

—¡Toto! Dejá a tu hermana desayunar en paz, y andá a abrirle a Mariano.

—No es Marian, má. Es Camila, están tardando demasiado. Se lo debe estar chapando —rio con la boca llena de pan, expulsando algunas miguitas.

—¡Nena! ¿Qué decís? La Cami es como una hermana para Toto, él no la ve de otra manera.

—Pero ella sí... —canturreó—. Y creo que Toto está cediendo.

—Vos no te metas en donde no te llaman. —Su madre le dio un golpecito con el repasador que llevaba en la mano—. ¡Dejá de hacerte la casamentera, vos!

Ella tenía razón, además de que Alejo se tardó cinco minutos para abrir la puerta, Camila entró a la cocina con los labios levemente hinchados. Doña Ana no notó nada extraño pero Ella sí, la manera en la que Alejo se agarraba la nariz para así también cubrir su boca, y la sonrisa cómplice que Camila le regaló le daban la razón. El timbre volvió a sonar para darle una escapatoria a Alejo, quien sabía disimular muy bien que estaba enredado con Camila, todavía no lo quería admitir en público. Efectivamente, era Mariano.

—¡Cami! ¡Mi amor! —Doña Ana la abrazó—. ¡Estás preciosa con tu nuevo uniforme!

—¡Gracias Anita! A mí no me gusta, pero boeh... Al menos voy a estar más cerca de la escuela de los chicos.

—¿También te lleva don Tito?

—Sí, estamos a una manzana de distancia.

—¡Anita! ¡Buen día!

Ella se estremeció al verlo entrar. Mariano era el mayor de los cuatro amigos, el hijo de don Tito, y el mejor y único amigo de su hermano. Vivía en la casa de al lado, su madre había fallecido de cáncer cuando era apenas un niño, y doña Ana había suplido su rol todos esos años. Era como un hijo más para la mujer, un hermano mayor para Ella y para Alejo. Pero en los últimos tiempos, a Ella se le disolvió la figura de hermandad, y había empezado a experimentar otra clase de sentimientos.

De contextura robusta, ojos café, cabello castaño bien corto y crespo, Mariano comenzó a robarle suspiros con su carácter dulce y protector, siendo él el mayor del grupo con sus dieciocho, y Ella la menor con sus catorce años. Solo Camila sabía acerca de esas emociones, Mariano aún no se daba cuenta, y Alejo mucho menos. Y mejor así. Con el temperamento que tenía su hermano no dudaba de que se iba a poner como loco. La peleaba mucho, pero era su manera de expresarle el cariño.

—¡Hijo mío! —Doña Ana lo abrazó como si hubiera vuelto de Europa, y en realidad no lo veía desde el día anterior—. ¿Listo para tu último año de secundaria?

—Gracias a Dios, sí. Papá ya viene, fue a buscar el colectivo.

—Bueno, todos vayan poniéndose sus guardapolvos —ordenó doña Ana dando palmadas.

Los jóvenes obedecieron, salvo Camila que ya llevaba puesto su uniforme escolar. Camila venía de una familia con un mejor pasar económico y estudiaba en una escuela privada, a diferencia de ellos tres que iban a un establecimiento público. Esa brecha económica jamás fue un impedimento en la amistad, Camila también se había criado jugando con ellos en la calle por vivir enfrente, y sus padres también eran muy allegados a doña Ana y don Felipe, los padres de Ella y Alejo, y por supuesto de don Tito también.

¡Bip! ¡Bip!

¡Ay, no! Venías bien y ya derrapaste. ¿Por qué hacés onomatopeyas? Esto no es una historieta, ¿qué sigue? ¿Batman y el Bati-Twist?

¡Uy! ¡No puedo decir nada innovador, che! ¡Que molesto que te ponés!

Ya te dije que estoy acá para evitar que hagas estas cosas. Sé profesional, por favor. No me vas a revolear la chancleta en la última historia. Dale, relatá bien.

Maldita autora, solo a ella se le ocurre ponerle conciencia a un objeto inanimado.

¡Te escuché! Dale, seguí que no tengo todo el día.

Don Tito tocó bocina dos veces, y los jóvenes se despidieron de doña Ana a las apuradas. Subieron al colectivo vacío y se sentaron por los primeros asientos.

—¿Listos para otro año escolar? —preguntó el hombre, mirando a los chicos por el espejo retrovisor central.

—Por suerte es el último —esbozó Alejo mirando por la ventanilla.

—¿Y vos Cami? ¿Lista para la nueva escuela?

—Yo quería ir con ellos, pero mis viejos no quieren mandarme a escuela pública. Al menos me cambiaron más cerca, así podemos volvernos juntos al mediodía. —Camila miró a Alejo con complicidad, pero éste no se dio por aludido—. Toto... ¡Toto!

—¿Qué? —espetó molesto, saliendo de su burbuja de pensamientos.

—¿Me vas a venir a buscar a la salida?

—¿Para qué? Nos encontramos todos en la esquina.

—Toto, ¿sos boludo? —Ella se asomó entre los dos, apoyando su peso en los asientos de ambos—. Ella quiere presumirte con sus nuevas compañeras, que se mueran de la envidia con el novio que tiene —dijo mientras pellizcaba su cachete como tía lejana en reunión familiar.

—¡Que decís, pendeja! ¡No somos novios!

—No, claro que no... —acotó Mariano, sumándose al gaste—. ¿Querés que empiece a contar todas las minas que rechazaste? Florencia, Paula, Rocío...

—¡Las rechacé porque no me gustaban! Vos porque no te levantás ni a la mañana, gordo envidioso.

—Bueno... —canturreó don Tito para calmar los ánimos—. No empiecen que es temprano.

—Decile a la pendeja ésta que se calle —protestó Alejo—. Esas novelas de mierda que ve con mamá le queman el cerebro de maní que tiene.

—Además, ¿qué tiene de malo estar de novio? Es lindo a tu edad, me acuerdo cuando conocí a Adela, la llevaba a todos lados, me sentía tan orgulloso de que me vean de la mano con ella —recordó don Tito entre suspiros—. Hay que disfrutar cada minuto de la vida, chicos. Los momentos son efímeros, después cuando no tengan algo lo van a extrañar, y se van a arrepentir de las cosas que no hicieron a su debido momento.

Si para este punto están pensando que Camila estaba desilusionada por la indiferencia de Alejo, se equivocan. Ella lo conocía a la perfección, sabía cómo era y que no le gustaban las etiquetas. En la intimidad, Alejo era el novio más dulce que cualquier jovencita pudiera encontrar, pero era una relación que entraba en vigencia cuando estaban en soledad, y que terminaba cuando estaban frente a un tercero. El de ellos era un noviazgo disfrazado de amistad incondicional, Alejo tenía un serio problema para demostrar sentimientos, así era su personalidad cascarrabias, y Camila lo aceptó por amor.

Finalmente, don Tito llegó a la esquina intermedia entre las dos escuelas, y los chicos bajaron luego de despedirse y agradecerle el aventón.

—No seas boludo, bro —le susurró Mariano a Alejo—. Acompañá a Cami hasta el colegio, te espero acá con tu hermana. Al menos hoy que es el primer día en su escuela nueva. A mí no me mientas, sé que están intentando algo.

—Ella sabe bien como soy, es lo que hay, qué se le va a hacer.

—Sé que te gusta, ¿por qué sos tan cabezota?

—Sí, me gusta. Pero... No sé... No es para mí, mirá lo que es ella y mirá lo que soy yo. No sé... Que se yo, che...

—Dale, acompañala. Al menos para compensar la escenita que hiciste recién en el bondi de papá. ¿Dónde vas a encontrar otra mina que se banque así tu indiferencia? Vayan, yo te espero acá con la pendeja.

Alejo asintió y se acercó hasta donde Camila charlaba animadamente con su hermana.

—Cami, te acompaño, así no vas sola el primer día. ¿Me esperan chicos?

—Sí, vayan —respondieron ambos al unísono.

Mariano y Ella se quedaron atentos a la flamante parejita, cuando Alejo entrelazó sus dedos con los de Camila, para ganarse una mirada perpleja de ella ante semejante gesto.

—Ay, se ven muy lindos. —Ella suspiró enlazando sus manos—. Yo quiero un novio como mi hermano, que sea así de indiferente, chico malo...

Nah... ¿Me vas a meter un bad boy misterioso y encantador? Falta que me metas la porrista zorra, la nerd invisible, el Playboy niñero, y ¡bingo!

¿Y qué querés que diga? Esto fue así y vos lo sabés, ¡así que chito la boca!

Solo digo que no me empieces a etiquetar a los chicos. Okey, Alejo tiene todos los síntomas del bad boy, se hace el malo y todos ya sabemos que es un dulce de leche. Pero bueno, ésta te la paso porque no queda otra. Seguí.

—¿Perdón? —la interrumpió Mariano—. Me parece que sos un poco chica para pensar en novios. Te rompo la cabeza si te veo con algún chico, eh. A vos y a él, a los dos.

—Porque Camila es grande, ¿no? —refunfuñó cruzándose de brazos.

—Cami tiene casi dieciséis, es distinto.

—¿Distinto por qué? No sos mi hermano, no te metas en donde no te importa. Si mi hermano no me dice nada, vos no sos nadie para meterte en mis cosas.

—Toto no te dice nada porque no está escuchando lo que decís, te estás haciendo la viva conmigo porque él no está. Quedate tranquila que el día que te vea chapando con alguien vas a desear que sea yo quien te vea y no él.

Se quedaron en silencio el tiempo que restó hasta la vuelta de Alejo, cada uno en compañía de sus pensamientos. Ella, festejando una pequeña victoria personal. Y Mariano con un cuestionario interno, intentando dilucidar por qué le molestaba de sobremanera la posibilidad de que Ella tenga un novio. Alejo cortó los pensamientos de ambos cuando volvió de acompañar a Camila.

—Qué silencio, ¿quién se murió?

—Nadie —respondió Mariano—. Solo... Si algún día tenemos que romperle la cabeza a algún mocoso que boludee con tu hermana no dudes en llamarme, ¿sí?

—¿Hay algo que yo no sepa? —Alejo fulminó a su hermana con la mirada...

Fulminó... ¿Acaso le lanzó una mirada de rayos tipo X-Men? Esa palabrita... No te aguantaste, eh... Cómo sos...

¡Pero la miró mal! ¿Como querés que lo diga de forma lírica?

Así como lo dijiste, tan simple y claro.

Alejo miro fúrico a su hermana mientras ésta rodaba los ojos.

¿Qué? ¡Ni que tuviera dos bolitas en lugar de ojos! Yo no puedo con esto, de verdad no sé qué te está pasando. ¿Será que la ambientación tan juvenil te transforma? A ver cómo lo decís, ¡pero sé profesional, por el amor de Dios!

¡Ya! ¡Ya! ¡Ni una me dejas pasar! ¡Que molesto que sos, loco! Voy de nuevo, a ver si así te gusta.

—¿Hay algo que yo no sepa? —Alejo miró fúrico a su hermana mientras ésta elevaba la mirada en señal de frustración.

—¡Ay, nada! Que tu amiguito se puso en pose guardabosques solo porque dije que me encantaría tener un novio como vos.

—Me entero que andás con uno como yo y te mato. Bah, me entero que andás con uno, simple, y te mato. Nada de novios hasta los dieciocho.

—¡Camila tiene quince y ya es tu novia! ¿Por qué ella puede y yo no?

—Es distinto, Cami es más madura...

—¡Is distintiii! ¡Is distintiii! —se burló—. ¡Váyanse los dos a la mierda! Y ahora, ni bien llegue al colegio voy a empezar a buscar novio, les guste o no.

Ella empezó a caminar rumbo al colegio con pasos cortos y firmes, con el andar de un niño berrinchudo. Alejo y Mariano se miraron y la siguieron tratando de contener una risa.

La mañana se pasó volando, como cualquier primer día de escuela. Que el acto, que el himno, que la presentación del curso y la programación de materias... Para cuando se dieron cuenta ya estaban en la vereda, y emprendieron camino a paso lento hacia el punto de encuentro con Camila, que salía media hora más tarde que ellos.

Al cabo de un rato la vieron doblar por la esquina, pero no venía sola, caminaba en compañía de un chico que también vestía el mismo uniforme escolar. A medida que se iban acercando, los rostros de los tres se desfiguraron de diferente manera.

Alejo iba tomando una temperatura que era difícil de ocultar. Sus caramelos se habían petrificado en el jovencito, que venía más sonriente de lo normal, era carismático y se notaba a leguas.

Ella tenía sus caramelos fuera de órbita y en forma de corazón. Había perdido el aliento y para peor, tenía la boca levemente abierta, como si hubiese visto un fantasma. Un fantasma sexy y potencial candidato a darle el gusto a los dos que tenía al lado.

Y Mariano la miraba a Ella. Preso de la rabia, odiando y maldiciendo a Camila por venir con ese mocoso hasta donde estaba Ella, que últimamente se estaba mostrando como un hervidero de hormonas.

—¡Ey! —saludó Camila en general.

—Hola. —Para su sorpresa, Alejo dio un paso al frente, la tomó de la cintura y le dio un tierno beso en los labios. Claramente estaba marcando territorio frente al oriental.

¡Parame todo! ¿También me vas a meter un personaje oriental? ¿Estás haciendo un Fanfic? Te recuerdo que estamos narrando en el año dos mil.

¡Ya sé! ¿Qué tiene? Además también fue así.

Podrías haber omitido esta parte, ¿no?

Sí, claro. Y perderme el único momento en que Alejo ardió de celos por Camila. Claramente no sabés cómo atraer audiencia, por algo sos conciencia.

Te salió un versito. De nada. Podés seguir.

—Toto... —expresó Camila embobada cuando Alejo soltó sus labios—. ¿Estás celoso? —preguntó en voz muy baja.

—No... Quise hacerlo —dijo con una sonrisa sincera, aunque sí estaba celoso.

Camila negó con la cabeza intentando ocultar una risa, y a todo esto su acompañante seguía ahí, algo incómodo por las posturas de todos.

—Chicos, él es Jim, es mi compañero de banco, también era el nuevo y bueno...

¡No! Jodéme que se llama Jim, estás a dos letras de hacer un Fanfic.

Si me dejaras terminar...

A ver... A ver cómo me la refutás, eh... Sorprendeme.

—¿Jim? —interrumpió Ella—. Sos...

—Soy estadounidense, con padres coreanos, y más argentino que el dulce de leche —bromeó mostrando sus perlas y achinando aún más sus ojos.

Me estoy riendo para no llorar... Esta historia tiene todo. Mas vale que no estés mintiendo.

Sos mi conciencia, nadie mejor que vos sabe que esto es así. No sé qué hacés acá todavía.

Porque sabía que ibas a derrapar, estoy para cuidar la integridad de la historia. Es demasiada tentación junta, y si no te freno yo vas a perder los estribos. Sigamos.

Ella estaba cada vez más idiotizada con Jim, y el único que lo notó fue Mariano, dado que Alejo estaba tan pendiente de marcar su territorio que no se dio cuenta de que el coreargentino estaba más pendiente de su hermana que de Camila. Decidió cortar por lo sano.

—Bueno, vamos yendo que Anita nos está esperando para comer. Nos vemos.

Mariano enlazó sus dedos con los de Ella y tiró suavemente para que comenzara a caminar. Camila saludó a su nuevo compañero con la mano y atrás quedó Jim, parado y solo en la esquina de la Ribera.

—¿Qué hacés? —Ella se quejó cuando supo que quedó fuera del campo visual de Jim.

—Limpiate acá —se señaló la comisura de la boca—. Decí que tu hermano estaba más preocupado por marcar territorio y que no te vio babeándote con el chino.

—¡No es chino! Es coreano, y es re lindo. Me estaba mirando y me hiciste quedar como una pendeja.

—Es lo que sos. Y ya te dije, agradecé que te vi yo y no él.

Ella, que seguía agarrada de la mano de Mariano, frenó en seco y se soltó de manera brusca.

—¿Qué te pasa? Desde hoy estás insoportable. Ni Toto es así conmigo, ¿estás celoso?

Mariano se quedó mudo. ¿Lo estaba? ¿Qué le estaba pasando con la hermana de su mejor amigo? ¿Realmente seguía siendo ese instinto de hermano postizo sobreprotector? ¿O ya estaba empezando a verla como una mujercita?

—No... No estoy celoso, es solo...

Ella lo miró perpleja. No le creía nada, y su expresión corporal tampoco ayudaba. Se volteó para comprobar que Alejo no estuviera al pendiente de esa pequeña discusión que estaban teniendo, pero todavía seguía en modo Romeo, y venía como media cuadra por detrás. No era normal el comportamiento de Mariano, y pensándolo bien, durante el verano ya lo había visto más sobreprotector que de costumbre. La miraba distinto, profundo, la misma mirada que Camila tenía con su hermano.

¿Podía ser?

Despejó esos pensamientos soñadores y siguió caminando, lo mejor era no hacerse ilusiones con algo que jamás iba a suceder. Mariano la veía como a una hermana, crecieron juntos, y en el más optimista de los panoramas, dudaba que su hermano aprobara una relación entre ambos.

Esa misma noche se quedaron todos en la casa de Ella. Camila se quedaría a dormir en una de las últimas noches de chicas, y Mariano iría un rato después de cenar con su padre. Las ventajas de que los dividía una medianera, y de que los padres de Camila aún no sabían del noviazgo con Alejo, de otro modo no hubieran permitido que su hija duerma bajo el mismo techo que su novio. Luego de la cena, y una vez que los padres de Ella se fueron a dormir, se juntaron todos en el cuarto de Alejo.

Mariano fue el último en colarse en la habitación, con tres latas de cerveza y una de gaseosa. Eran las once de la noche, con que se fueran a dormir a la una era suficiente para aguantar la jornada escolar al otro día. Mariano se encargó de repartir las bebidas que trajo de contrabando.

—¡Ey! ¿Por qué me trajiste una Coca Cola? ¡Yo quería una cerveza! —protestó Ella.

—Porque sos muy chica todavía para tomar alcohol —respondió Mariano con naturalidad.

—¿Y por qué Cami sí puede?

—¡Otra vez con lo mismo, pendeja! —intervino Alejo—. Cami es más grande, ya te lo dije hoy.

—¡Estoy podrida de que me dejen a un lado por ser la más chica!

Ella se levantó con lágrimas en los ojos y salió corriendo hasta su cuarto. Los tres restantes se miraron, decidiendo quién iba a ir tras Ella a consolarla.

—Voy yo... Se enojó por mi culpa, así que...

Mariano fue tras Ella hasta la habitación conjunta, y al abrir la puerta se estremeció al verla acostada boca abajo en su cama, viendo los pequeños espasmos de su cuerpo a causa del llanto. Se acercó hasta su lugar y se sentó al borde de la cama.

—Seas quien seas andate, quiero estar sola —sollozó sin levantar su cabeza al sentir un peso extra en el colchón.

—Vine a pedirte perdón, debería haber traído cocas para todos.

Ella giró la cabeza al escuchar esa voz, y se maldijo por haber vuelto a comportarse tan infantilmente. Se sentó en la cama con las piernas cruzadas, y lo miró fijo mientras se secaba las lágrimas con los dedos.

—¿Te parezco una nena?

Mariano se quedó sin habla, su boca se secó y no podía articular palabras. Se sostuvieron la mirada por un minuto que para él fue eterno. Analizaba cada detalle de las facciones de Ella, cuánto había cambiado en el ultimo tiempo, y se ahogó de lleno en esos dos tarros de miel hinchados por el llanto. Con una mano temblorosa, apartó un mechón rebelde de su rostro, y en el camino le acarició el rostro con el dedo.

Acababa de confirmar que ya no la veía como su hermanita menor, aunque tampoco podía dar rienda suelta a lo que sentía. La diferencia de edad era muy notoria, y además estaba Alejo en el medio. No iba a perder una amistad de toda la vida por lo que quizás era un capricho o una simple confusión.

El problema era que Ella lo miraba de la misma manera, y Mariano se acababa de dar cuenta. Esa mirada enamorada de Ella fue el pellizco que lo devolvió a la realidad.

—Ya sé que no sos una nena y que sos toda una señorita —esbozó con dulzura—, pero no podés tomar alcohol todavía. Hagamos una cosa. Cuando tu hermano no nos vea, te doy un sorbo de la mía para que pruebes, ¿sí? Pero no más de eso.

Ella asintió levemente con la cabeza, y de nuevo ese silencio incómodo que no decía nada y decía todo a la vez.

—¿Volvemos con los chicos? Mucho tiempo solos... Vaya uno a saber qué estarán haciendo esos dos. —Mariano rio para para cortar un poco la tensión en el ambiente.

Efectivamente, volvieron al cuarto contiguo para encontrarse a Alejo devorándole la boca a Camila, en un beso por demás apasionado. Mariano carraspeó para que notaran su presencia, y la parejita se separó como si hubieran visto un fantasma.

—¿Me lo van a seguir negando? —sentenció Mariano, cruzándose de brazos y alzando una ceja.

—Es que no me gusta esa palabrita. Novios... Es mucha responsabilidad.

—Marian, no lo presiones —intervino Camila en su defensa—. Si no quiere admitirlo, por mí está bien. A mí me basta con lo que sentimos, el resto es secundario. ¡No me lo espantes! —rió—. Que ya bastante me costó levantármelo y que me deje de ver como su hermanita.

—¿Ves? Ella me entiende, gordo. ¿Por qué vos no? Mepa que el que quiere una novia sos vos, ¿no?

—¡Uy! Esto me dio una idea. ¿Por qué no jugamos Verdad Consecuencia? —propuso Camila.

—¡Ay! ¡Sí! —Ella festejó la idea dando pequeños saltitos—. Creo que es hora de que nos confesemos.

—Ese juego de nenas... —protestó Alejo—. ¿Por qué no hacemos otra cosa? O jueguen ustedes mientras el gordo y yo jugamos a la Play.

—Puede ser divertido, bro... ¿Por qué no? A ver, ¿cómo se juega?

Las chicas les explicaron a grandes rasgos que el juego era por turnos, y que debían elegir entre responder una pregunta con la verdad, o realizar una prenda. Cualquiera de los participantes podía preguntar o escoger una acción para que realice quien tenía el turno.

Arrancaron con lo más obvio. Camila eligió consecuencia, y Mariano y Ella la obligaron a besar a Alejo en presencia de ellos. Luego de algunos turnos más, en los que predominó verdad a modo de recuerdos y confesiones no tan exclusivas, llegó el turno de Ella, y quien preguntó fue su hermano.

—Es sencillo. Quiero saber si te gusta alguien, o si ya tenés algún noviecito.

Camila y Ella enmudecieron, al tiempo que Mariano se petrificó. Reinaba la tensión en la habitación, pero como siempre, Alejo era tan despistado que no notó nada extraño. Camila, ni corta ni perezosa, simuló que se rascaba el ojo con su dedo índice y estiró un poco la piel para achinarlo. Ella captó el mensaje.

—Bueno... Es reciente, pero... Me gustó Jim, el compañero de Cami.

Los tres respiraron aliviados, excepto Alejo, que endureció su semblante a la vez que comenzaba a asimilar la adolescencia de su hermana.

—¿Y ya diste tu primer beso?

—¡Ey! ¡Esa es otra pregunta! Cuando me vuelva a tocar el turno vemos.

—Te lo estoy preguntando aparte, como tu hermano mayor —explicó tratando de mantener la calma—. No te voy a cagar a pedos, solo quiero saber nomás.

—No... Todavía nada... No soy tan linda, nadie gusta de mí.

—Eso es mentira —soltó Mariano, ganándose la mirada atónita de todos—. El chino hoy no dejaba de mirarte —se corrigió antes de quedar al descubierto.

—¿Posta? —soltó Alejo mientras le daba un sorbo a su cerveza.

—Sí, bro... Vos estabas preocupado por marcar territorio con Cami, pero a la que se comía con la mirada era a tu hermana. Así que por lo que veo, vas a tener un cuñado chino.

—¡No es chino, es coreano! —soltó Ella exasperada—. ¿Es que no notan la diferencia? En fin, ¿ya podemos dejar de hablar de mí? Te toca, Marian. Elegí, ¿verdad o consecuencia?

—Verdad.

—Lo mismo que me preguntó Toto. ¿Alguna novia? ¿Te gusta alguien?

Mariano puteó para sus adentros por la pregunta de Ella. Era inoportuna, justo en el momento en que acababa de descubrirse confundido con Ella, es Ella misma quien formula esa pregunta capciosa. Optó por la respuesta más sencilla.

—Nada. Solo estoy mejor y más tranquilo.

—Mentís —soltó Alejo—. Hoy te vi con Gabriela, la rubia. Van y vienen, yo no sé por qué no se deciden.

Ella se estremeció al escuchar ese nombre. Gabriela había sido la primera novia de Mariano y era cierto. Si bien habían dado por terminado el noviazgo, iban y venían desde hacía años. La chica era dueña de unas curvas bastante peligrosas para sus dieciocho años, y era la envidia de muchas de las chicas del colegio por su extremada coquetería bien llevada. Ella la odiaba desde que había ingresado al colegio el año anterior, y ahora que sabía de su relación con Mariano, ese odio se había multiplicado.

—Bueno, sí. Gaby me gusta, pero no para novia, eso ya murió. Ni en pedo volvería con ella después de que se revolcó con medio colegio. Lo nuestro es un touch and go cada tanto, nada más.

No me digas nada... Esta chica es tu porrista zorra encubierta, ¿no?

¡Yo no dije eso! En Argentina no hay porristas. Bueno, sí... Las Boquitas, pero no viene al caso. Y ahora dejá de interrumpirme, vengo bien y ya saltás vos a acotar. ¿Me dejás seguir?

Hablando de fútbol, como diría el árbitro. Siga, siga...

Los chicos siguieron con el juego unas rondas más, y cuando llegó la medianoche se fueron a dormir. Mariano volvió a su casa, y Alejo se acostó una vez que se quedó solo, luego de descartar toda evidencia del alcohol que habían ingerido. Y sí, Mariano cumplió su promesa y le dio un sorbo de cerveza a Ella en el momento en que Alejo se ausentó para ir al baño. De más está decir que el sabor amargo fue desagradable para Ella, por lo que no siguió insistiendo en tomar.

Ya en la soledad de su habitación, Camila tenía cosas que confesarle.

—¡Amiga! Hoy a la tarde estuve chateando con Jim por MSN, ¡y me dijo que anda atrás tuyo! Me preguntó todo de vos, y me pidió si le podía hacer gancho.

—¿Posta?

—¡Sí, ami! No te voy a mentir con algo así. Ya sé que te gusta Mariano, pero quizás puedas darle una oportunidad. No lo conozco mucho todavía, pero me parece un chico re copado.

—Ni me hables de Mariano... Nunca voy a tener nada con él, ya viste recién. Anda con una hueca, que la odio, la odio. ¡No me la banco! —dramatizó llevándose una mano al rostro—. Eso, y que me ve como si fuera su hermanita chiquita. Con Jim voy a tener menos posibilidades de que Toto me mate, ya viste que no se tomó tan mal hoy cuando mentí y dije que me gustaba Jim.

—¿Entonces le digo que sí? Quizás hasta te sirva para darle celos a Marian, y que empiece a ver que ya no sos una nena.

—Sí... No sé... —dudó—. Creo que es hora de que empiece a olvidarme de él. Bueno, está bien. Después de todo Jim también me gusta.

Las amigas se fueron a dormir mientras planeaban la manera de que Ella se encuentre con Jim a la salida del colegio, sin la presencia de los dos guardabosques. Se quedaron dormidas con alguna vaga idea de cómo generar un encuentro a solas con el coreano.

Obviamente, ese plan se disolvió entre sus sueños de esa noche, les quedó la improvisación. Camila ofició de Celestina entre ellos, quienes se robaban miradas fugaces ante la atenta mirada de Alejo y Mariano, pero más de este último. El mayor de los cuatro luchaba contra sus nuevos sentimientos hacia Ella, tragándose los celos que sentía cada vez que Jim acompañaba a Camila al encuentro con sus amigos.

Tuvieron que pasar dos meses para que Jim se decidiera a invitarla a salir, pero ¿cómo hacía para escaparse de su casa? Aprovechando que Camila era su compañera, le hizo la segunda y los invitó a ambos a su casa. Claro, a escondidas de Alejo y Mariano.

Luego de hacer sus tareas, ambos se fueron de la casa de Camila, no sin antes ir a dar una vuelta por el barrio a solas. Y pasó lo que tenía que pasar.

La Bombonera fue testigo del beso que Jim le robó a Ella.

Y Mariano también. Y no se pudo contener.

—A tu casa —sentenció mientras la tomaba de un brazo y la separaba del coreano—. ¡Ahora! O llamo a tu hermano para que te venga a buscar.

—¿Qué te metés? ¡Dejáme tranquila! —Ella se soltó del agarre de un tirón.

—No estamos haciendo nada malo —intervino Jim.

—Vos callate si no querés que te deje los ojos redondos de una trompada. Estoy hablando con mi hermana.

—¡No soy tu hermana! Te estás yendo de tema, Mariano. ¡Dejame vivir mi vida!

—Listo, si no te venís conmigo entonces tu amiguito se va. ¡Ahora!

Jim se amedrentó ante la corpulencia de Mariano, y optó por no empeorar el genio del joven. —Nos vemos —soltó al aire y se despidió levantando una mano en señal de saludo.

—¿Estás mal de la cabeza? —gritó Ella enfurecida cuando se quedaron solos—. ¡Ese fue mi primer beso y lo estropease! ¡¿Qué mierda te pasa?! —Ella apoyó su espalda contra la pared del estadio y se tapó la cara para que no la viera llorar.

—No me digas eso... —Mariano la tomó de sus muñecas con suavidad y descubrió su rostro bañando en lágrimas—. Así no tenía que ser tu primer beso... Así no...

—¡Ya sé! ¡Arruinaste el momento más importante para una chica! Estarás feliz, ¿no?

—No... —Mariano dio un paso más hacia Ella, cerró sus manos en un puño y se recargó con sus brazos sobre la pared, acorralándola—. Porque tu primer beso tenía que ser conmigo, no con ese idiota.

Ella se quedó estupefacta, dejó de llorar en el mismo instante en que vio el corazón desgarrado de Mariano en sus facciones.

—Es mentira —susurró Ella mirándolo a los ojos.

—No es mentira, no sé qué me pasa. Desde el primer día de clases que no puedo sacarte de mi cabeza.

—Marian, no me lastimes así, yo... Yo estoy enamorada de vos, no juegues así conmigo...

—No jugaría con algo así, mucho menos con vos.

—¿Y por qué nunca me lo dijiste? —Mariano bajó la mirada—. Es por Toto, ¿no? —asintió con la cabeza sin levantarla, por lo que fue Ella quien tomó su rostro y lo obligó a mirarla—. Podemos hablar con él, sé que lo va a entender. Además... Creo que, si tuviera que verme al lado de alguien, el más indicado sos vos...

—No... Sos chiquita todavía para todo el amor que tengo para darte —susurró tomando su rostro—. Yo voy a hablar con Toto cuando llegue el momento, prometeme que me vas a esperar. No digo que no tengas tus noviecitos, solo... No adelante mío porque me vas a destrozar.

—Claro que te voy a esperar. Solo... Besame, por favor.

Mariano acercó sus labios, pero desvió el camino y dejó un beso en su mejilla. —No, vas a tener que ser paciente al igual que yo.

—No me hagas esto, te lo pido por favor.

—Ya vas a entender. Solo te pido una cosa. Ya me privaste de tu primer beso, no me prives de tu primera vez. Guardala para mí, por favor. —Ella asintió con la cabeza—. Ahora vamos, antes de que se preocupen en tu casa.

Mariano la tomó de la mano y la llevó hasta su casa. Fueron a paso lento las pocas cuadras que separaban el estadio de sus hogares con las manos entrelazadas, en silencio, disfrutando el único contacto cercano que tendrían en los siguientes años. Porque cuando doblaron en la esquina de sus casas, se soltaron y se regalaron una silenciosa mirada de despedida hasta la próxima vez que sus manos volvieran a estar enredadas de esa manera.

Al día siguiente, Jim cortó todo contacto con Ella, alegando a través de Camila que él estaba para otras cosas, «no para andar con pendejitas» según sus palabras textuales. Pero Ella estaba todavía bajo los efectos de Mariano, y poco le importó lo que el coreano pensara de ella. Su segundo año de secundaria se esfumó, dejándola con la certeza de que Mariano realmente aguardaba por ella.

Tercer año, año en el que Camila y Ella se quedaron solitas, el grupo empezaba a disolverse parcialmente porque Alejo y Mariano habían terminado la secundaria con creces. Año de festejo doble en la casa Robledo, eran los quince de Ella y los dieciocho de Alejo. El país no estaba atravesando un buen pasar, la crisis económica se iba instalando en las casas de todos los argentinos, y ellos no iban a ser la excepción. Ella, consciente de que sus padres no iban a poder otorgarle la fiesta de quince que tuvo Camila años atrás —tampoco era que la deseaba, Ella estaba apurada a crecer por otro motivo—, eligió compartir su regalo con su hermano. Su padre, que era mecánico, había conseguido un modesto usado bien parado, y fue el regalo para ambos. Bueno, más para Alejo que para Ella, pero la condición era que el auto debía estar disponible para Ella cuando así lo disponga.

Para su cuarto año de secundaria, el cuarteto comenzaba a tomar más responsabilidades de vida adulta. Alejo había comenzado a trabajar de ayudante en el taller de su padre, y Camila estaba enfrascada en su viaje a Bariloche de quinto año. Estos dos ya habían blanqueado algo de su extraña relación, y a pesar de que seguían sin mostrarse cariñosos en público, a Alejo no le hacía gracia el viajecito y se notaba en su humor diario. Sin embargo, se tragó su orgullo y la dejó ser.

Mariano hacía changas como peón de albañil, don Tito comenzaba a mostrar señales de Alzheimer con pequeños olvidos y desvaríos, por lo que en cualquier momento debía jubilarse, y necesitaba comenzar a tomar experiencia en algún oficio. Nada de qué preocuparse por el momento. Y Ella... Ella se sentía sola en la gran escuela, en donde tenía sus pequeños chapes para descargar e imaginar que los labios que besaba eran los de Mariano.

Entró a quinto año con la ansiedad de llegar a sus dieciocho. Aquella tarde en la Bombonera había quedado tatuada en su mente, aunque no se hacía muchas ilusiones. Ella había cumplido su promesa de no mostrarse a los ojos de Mariano con ningún chico, pero no así él. Lo que Ella no sabía era que Mariano esperaba sus dieciocho con más ansias que Ella. Se graduó de la escuela secundaria contando los días para su cumpleaños en año nuevo, el primero de enero.

Era diciembre, calor agobiante y mosquitos por doquier. Faltaba menos de un mes para los dieciocho de Ella. Mariano le cebaba mates a Alejo en el taller de don Felipe mientras sonaba Calamaro en Los Rodríguez de fondo, era su día de franco. El Alzheimer de don Tito había avanzado al punto en que tuvo que jubilarse repentinamente, y Mariano había tomado su puesto en la línea como chofer, ya teniendo veintiún años. Con un trabajo más estable, había llegado el momento de encarar a Alejo. Juntó coraje y lo soltó sin más.

—Me gusta tu hermana —dijo atropellando las palabras y extendiéndole un mate.

Alejo sacó la cabeza del motor del Fiat Duna que estaba revisando y lo miró con los caramelos engrandecidos. Se reincorporó sin despegarle la mirada, extendió el brazo para tomar el mate que le extendía su amigo sin soltar la llave que tenía en la mano. Mariano tragó saliva al ver que, lejos de dejar la herramienta, sus nudillos se tensaban por la presión con la que la sostenía. Y Calamaro tampoco ayudaba cantando Mucho Mejor de fondo: «Podrían acusarme, ella es menor de edad, iremos a un hotel, iremos a cenar...».

—¿Te gusta qué? ¿Qué te gusta? —soltó Alejo intentando mantener la calma.

—Lo que escuchaste, Toto. Me gusta tu hermana, de hecho...

—¿Ya le pusiste un dedo encima? —lo interrumpió mientras dejaba el mate sobre el motor de auto y comenzaba a señalarlo con el dedo en alto—. Boludo, con mi hermana no vas a jugar como hacés con todas porque yo te cago a trompadas, eh.

—¡Toto! ¡Dejame terminar! —trató de calmarlo.

—¡¿Qué me vas a decir?! ¡¿Que ya te la volteaste?! —gritó algo fuera de sí.

—¡No! ¡Toto, me enamoré de tu hermana! Y antes de cualquier minita primero estás vos, bro.

—Mi hermana no es ninguna minita, que te quede claro —aclaró señalándolo con la llave.

—¡Ya se! Lo que quiero decir es que... —suspiró exasperado—. Nada... Me entendés. Estoy enamorado de ella, y por eso vengo a buscar tu bendición.

Se quedaron en silencio. Alejo se apoyó con sus brazos sobre el Duna y suspiró pesadamente, mirando un punto fijo en el motor mientras balanceaba la llave que aun sostenía. Mariano se acercó con cautela a retirar el mate, se cebó uno y lo bebió de un sorbo mientras esperaba una respuesta de Alejo.

—¿Desde cuándo esto? ¿Ella lo sabe?

—No sé, se lo dije hace un par de años...

—¿Años? O sea... ¿Cuánto hace que...? —Alejo trataba de sacar cuentas mentales.

—Quinto año. ¿Te acordás del chino que era compañero de Cami? La encontré un día a los besos con él en la Bombonera y me enceguecí. Y se lo dije. Ella me dijo que estaba enamorada de mí, pero era chica entonces. Le dije que la iba a esperar hasta que fuera más grande, el mes que viene cumple dieciocho, así que...

—¿Y por qué no me dijiste nada del chino? Me acuerdo que ese mismo año habíamos acordado romperle el orto a patadas al que se atreviera a tocarla.

—No fue necesario, al chino lo espanté yo. Cami me dijo que después de eso no quiso saber más nada con ella porque le parecía una pendeja.

—Hiciste bien. Pendejo de mierda, seguro se la quería garchar —rezongó para sí mismo.

—¿Entonces? —Se atrevió a preguntar cuando notó que ya estaba más calmado—. ¿Me das tu bendición?

Para ese momento, Calamaro lo ayudaba cantando Aquí No Podemos Hacerlo. Alejo se reincorporó parcialmente, apoyándose con las palmas sobre el coche pero sin levantar la cabeza. Arrojó la llave a un costado del auto en señal de rendición, se limpió las palmas en su musculosa negra y se acercó a paso lento hacia Mariano.

—No me hace gracia empezar a ver a mi hermana con un chabón, pero si tengo que verla con alguien prefiero que seas vos. Porque vos no te vas a pasar de vivo, y si lo haces sé a dónde buscarte.

—No te voy a defraudar. ¡Gracias, bro! —Mariano se puso de pie y se fundió en un intenso abrazo con su hermano de la vida.

—Eso sí. Veo que derrama una sola lágrima por tu culpa y no respondo de mí —lo amenazó jugando, tomándolo de la ropa, aunque ambos sabían que la advertencia iba en serio.

—Tranquilo, bro. Creéme que no va a ser necesario. Yo a tu hermana la amo...

—Tampoco vuelvas a repetir eso adelante mío —lo cortó—. Cuanto menos sepa lo que hagan, mejor.

—Una cosa más... ¿Me prestás tu auto? Te dejo mi moto para no dejarte a pata.

—Ya la invitaste a salir, ¿no?

—No, bro, hasta que no cumpla dieciocho no pienso tocarle un pelo. Quiero prepararle la mejor fiesta de cumpleaños que jamás haya tenido. Cami me va a ayudar.

—¿Ella también sabía? ¿Yo soy el único boludo que nunca se entera de nada?

—Tal vez si prestaras más atención a lo que te rodea podrías darte cuenta de muchas cosas.

Alejo sonrió mientras colocaba la mano en su bolsillo buscando las llaves del 147, Mariano le dejó las llaves de su moto, y salió corriendo del taller para ir a buscar a Camila. Ya tenía todo en mente y acordado con la chica, con la bendición de Alejo nada más le quedaba comenzar a preparar el cumpleaños de Ella para que sea una noche inolvidable.

Pasó a buscar a Camila, y fueron al shopping de Abasto a elegir un lindo vestido que Ella pudiera usar en la cena de año nuevo y su cumpleaños al pasar las doce. Mariano no entendía de moda, solo comprendía cuanto tenía en la billetera para gastar. Había ahorrado dinero para la ocasión desde que era peón de albañil para poder permitirse un lindo vestido de marca, y su nuevo puesto de chofer le permitía excederse un poco más de su presupuesto asignado.

Miraron vidrieras a razón de dos horas, todo lo que la jovencita le mostraba no podía cuadrarlo con el rostro de Ella, Camila en ese entonces estaba cerca de los diecinueve, y siendo ya una universitaria en el primer año de medicina, tenía otros gustos para la moda que se acercaban a las jóvenes adultas. Frustrado y rendido, ya quería volver con las manos vacías, pero Camila vio una campera en una vidriera, y él no tuvo más opción que seguir a la muchacha, que se adentró al local como posesa.

Mientras atendían a su amiga lo vio en un maniquí, y quien se acercó como poseso fue él. Era un fresco vestido blanco de tiras, con un degradé que acababa en la falda tiñéndola de rosa chicle. Se acercó a tocar la tela, que parecía ser encaje pero en realidad era algo similar a unos bordados en relieve.

—Me encanta, Marian. —Camila corto su imagen de Ella enfundada en ese vestido—. Y si no se lo comprás vos, me lo compro yo para la cena de Navidad.

Camila le solicitó a la vendedora el vestido en el talle de su amiga, que era algo más menuda que ella, cada quien pagó la prenda que había elegido y se retiraron del Abasto satisfechos.

Entre una cosa y la otra, llegaron las fiestas, fecha en que las dos pequeñas familias se juntaban a cenar en la casa de Alejo. Camila nunca se quedaba a cenar, dado que todos los años su familia iba a casa de sus abuelos en Adrogué, pero al volver entrada la madrugada siempre pasaba a saludar a sus amigos y a los padres de éstos, que para ella también eran familia.

Ese año nuevo, Camila eligió quedarse a recibir el dos mil cuatro con sus amigos, porque no quería perderse la sorpresa que Mariano le había preparado a su mejor amiga. Y es que, además, Camila era cómplice del joven junto con Alejo, quien a pesar de no haber participado en los preparativos, había ayudado a persuadir a su hermana para que pudieran preparar las cosas.

Mariano le había dado el vestido en Navidad, alegando que era un regalo anticipado de cumpleaños para que lo use en su fiesta de dieciocho. Camila se la llevó hasta su casa para que pudieran arreglarse en soledad y sin los chicos rondando por las habitaciones, le prestó unos zapatos de taco del mismo rosa que la falda del vestido, y la maquilló suavemente, acomodando su melena café hacia adelante. El toque final fue una campera de jean que Ella se había comprado con su primer sueldo de niñera, y un fino cinturón plateado que Camila ajustó a su cintura.

—¡Guau, amiga! —esbozó la joven, sorprendida al ver el resultado final—. ¡Estás preciosa!

—No sé, Cami... Es demasiado para una cena de año nuevo en mi casa. Mirá como estás vos, me sentiría más cómoda así, en short, musculosa y chatitas.

—Pero es el regalo de Marian... Dale el gusto, le costó un huevo ese vestido, ya viste la marca en la etiqueta.

—¿Al menos puedo ponerme las Converse blancas?

—No, y para que te sientas mejor... —Camila dio dos patadas al vacío y se liberó de las ballerinas, corrió descalza hasta su armario y sacó unas sandalias beige con taco interno y una gruesa tira para atar a sus tobillos—. Te acompaño de taco.

—Entonces... —Ella se adentró en el armario de su amiga, revolvió un poco hasta que dio con la prenda adecuada—. Esta camisita celeste te va a quedar divina con el short blanco.

—Dale, y le digo a Marian que me consiga trabajo de chofer con él.

—Vas a ser una colectivera muy sexy.

Las amigas rieron por sus ocurrencias y terminaron de arreglarse. Faltaba poco para las ocho de la noche, le quedaban cuatro horas al año, cuatro horas más y Ella alcanzaría su primera mayoría de edad. Pero a medida que las horas iban pasando, sus ánimos iban decayendo. Habían pasado casi cuatro años desde aquella tarde en la Bombonera, y si bien Mariano seguía mostrándose adorable con Ella, y de vez en cuando intercambiaban miradas que decían mucho, jamás habían vuelto a mencionar la charla que habían tenido en la pared del estadio.

Volvió a su casa con Camila, su padre hacía el clásico asado de fin de año, mientras su madre preparaba las ensaladas y algunas comidas frías típicas de la festividad. Ensalada rusa, Vitel Toné, tomates rellenos, y la clásica ensalada de lechuga y tomate para acompañar el asado. Mariano y Alejo se encargaban de la música y las bebidas hasta que las vieron entrar. Ambos se quedaron sin aliento, es que eran las primeras fiestas que las chicas no venían en jean y zapatillas.

Alejo se acercó a Camila y se fundió en un beso que poco le importó la cercanía de su madre, quién aún creía que eran hermanos postizos. Mariano quiso hacer lo mismo, pero se mantuvo en sus cabales. Cuatro horas más y podría besarla hasta el cansancio, por lo que contó hasta diez y se acercó a saludarla por última vez en plan amigos.

—Hola —esbozó sin aliento.

—Hola... Gracias por el vestido, ¿te gusta? ¿Me queda bien?

—Estas hermosa, princesa.

—Me siento un poco ridícula... Mirá como están ustedes y mirame a mí. Sé que hoy... mañana... Bueno, se entiende —rió por su enredo—. Sé que es mi cumpleaños dieciocho y... Igual, me siento tonta.

—Sí, sos tonta. —Mariano tomó su rostro con dulzura y lo alzó para que lo mirara—. Porque estás preciosa, y dieciocho años no se cumplen todos los días, hay que festejar. Y nosotros no nos vamos a quedar así crotos, ahora nos vamos a cambiar. Toto —se dirigió a su amigo soltando el rostro de ella con suavidad—, voy a casa a cambiarme. Podrías hacer lo mismo cuando te despegues, eh...

—¡Cómo hinchás las pelotas, gordo! —se quejó, pero sin soltar el abrazo con Camila—. Ahí vuelvo, corazón.

Alejo dejo otro beso en los labios de Camila y se adentró en su cuarto. En cuanto las chicas se quedaron solas, cruzaron miradas mientras comenzaron a dar saltitos.

—¡Boluda! ¿Viste cómo se puso mi hermano cuando te vio? ¡Nunca lo vi así! Y eso que está mamá, que todavía cree en los reyes magos y se rehúsa a verlos como pareja.

—¿Y Marian? ¿Qué te dijo? ¡Contame ya!

—Nada... —se desilusionó—. Me sigue viendo como una amiga, o peor... como su hermanita. ¿No viste cómo me trata? Ah, no... Cierto que le estabas comiendo la boca a mi hermano.

—Mhh... No se... Yo creo que le gustás, pero no se anima a decírtelo.

—Cami, ya me cansé de escuchar el mismo verso. Claramente no le gusto, yo no soy su tipo. ¿No viste las minas que se come? Y para peor, lo escuché una vuelta hablando con Toto. Le contó que una pasajera le dio su teléfono y que se vieron. Y ya sabés cómo terminan esas citas.

—Bueno... Pero Marian ya tiene veintiuno, imagino que debe tener sus necesidades.

—Cami... ¿Vos y mi hermano ya...? —Ella no se animaba a preguntar.

—No. No quiere. —Camila bajó la mirada para que Ella no notara su tristeza—. Yo muero por tener mi primera vez con él, pero no sé por qué no quiere, imagino que deberá estar comiendo por algún lado, y eso me duele. Ya tiene veinte, seguro hace rato se inició sexualmente. Me duele que no lo haya hecho conmigo, pero bueno... Nunca fuimos novios, o somos unos novios raros —rio para disipar esos pensamientos.

—Se resiste a enamorarse de vos, y no sé por qué es así. En ningún lado va a encontrar una mina que se morfe así su indiferencia, ya se va a dar cuenta. No te preocupes.

Las amigas se abrazaron hasta que fueron sorprendidas por los gritos de los chicos, que de seguro se encontraron de regreso al comedor. Y fue el turno de ellas de quedarse sin aliento.

Alejo vestía un jean celeste, zapatillas de cuero blancas, y una camisa negra arremangada. Mariano estaba vestido similar, jean negro, camisa gris también arremangada, y las mismas zapatillas que su amigo.

—¡Ey, babosas! —bromeó Alejo pasando una mano frente a las chicas—. Ya está la comida, vamos al fondo. Tranquilas, que todo esto es de ustedes —dijo señalándose y señalando a su amigo con la mano extendida.

Mariano le dio un codazo disimulado que no pasó desapercibido para las chicas, quienes estaban a punto de retrucar algo pero los chicos no le dieron tiempo, ya iban rumbo al patio trasero.

—¿Y eso? ¿Todos nuestros? —indagó Ella.

—Nada —minimizó Camila—. Alejo ya debe estar en pedo, no le hagas caso.

Camila trotó hasta el patio trasero para retar a su chico porque estuvo a punto de arruinar la sorpresa de Mariano. Ella se encogió de hombros y la siguió hasta el fondo de su casa.

La cena transcurrió con total normalidad, la comida estaba exquisita, y no faltaron las risas incrementadas por el alcohol que todos estaban consumiendo. Bueno, todos menos Ella y don Tito, que no podía ingerir alcohol por la medicación que tomaba para su Alzheimer.

Cuando faltaban cinco minutos para las doce, comenzó la guerra de quién tenía la hora exacta.

—En mi reloj faltan cuatro minutos —aseguró Camila.

—En mi celular faltan seis, paren che —se quejó Mariano.

—Toto, poné Crónica —ordenó don Tito—, ese tiene la posta. Y subí el volumen así escuchamos todos.

Alejo obedeció y se internó en la vivienda, Mariano lo siguió para comenzar a preparar su sorpresa. Y además, aprovechó la distensión de todos con el horario para volver a cerciorarse de que tenía la aprobación de su amigo antes de proseguir.

—Bro... Te lo pregunto de nuevo, ¿me das tu bendición para declararme a tu hermana?

Alejo lo miró con serenidad, y palmeó su hombro. —Yo sé que la vas a hacer feliz, cuñado.

Los amigos se abrazaron y contuvieron las lágrimas por vergüenza. El emotivo momento fue interrumpido por el grito de todos los presentes.

—¡Un minuto! ¡Mariano! ¡Toto! ¿Qué están haciendo ahí adentro? —gritó doña Ana—. ¡Vengan a brindar!

Los chicos salieron justo en el momento que el canal de noticias ponía en su mítica placa roja «Feliz 2004» en exuberantes letras blancas. Ambas familias brindaban mientras la saludaban a Ella por sus flamantes dieciocho. Alejo le dio un empujoncito a Mariano animándolo, éste palmeó su espalda y fue al encuentro con Ella.

Esperó a que todos terminaran de saludarla, y cuando Ella se volteó para recibir su saludo, Mariano tomó su rostro y la besó con dulzura ante la atónita mirada de todos los presentes, que estallaron en aplausos y silbidos.

—Feliz cumpleaños, princesa.

—Mariano... ¡Está mi papá! —susurró Ella—. ¡Me va a matar!

—Shh... Tranquila, ya sabe.

—Pero...

Ella volteó la mirada y pudo ver la cara embobada de todos los que contemplaban la escena, y se sorprendió al ver la amplia sonrisa que portaba su hermano, quien sostenía a Camila por los hombros con una mano, y con la otra sostenía el hombro de su padre, sentado a la mesa.

—Todos saben el inmenso amor que siento por vos. Tu papá y tu hermano están felices de que sea yo quien tenga el privilegio de ser tu novio.

—Esto es una joda para Videomatch, ¿no? ¿Hay una cámara escondida? —preguntó Ella con total inocencia, provocando la risa de todos.

—No... Yo te dije que me esperaras, ¿te acordás? ¿El día que te vi con el chino en la Bombonera?

—¡Que no es chino! ¡Es coreano!

—Me chupa un huevo lo que sea el pendejo, ya no me importa. Te dije que iba a esperar a que te convirtieras en una mujercita, y acá me tenés. Quiero todo con vos, si me dejás, claro está.

Ella enmudeció, cohibida por todos los presentes, por sus padres y su hermano, por don Tito, que no entendía ni mierda, pero no dejaba de llorar mientras Camila trataba de confortarlo frotando su brazo.

—Sabés que sí —confirmó con la voz temblorosa por la emoción—. Desde los trece que me gustás, que me vengo aguantando verte con chicas, fantaseando que soy yo, que algún día me ibas a venir a buscar, a declararte como lo hiciste aquella tarde. Creí... creí que nunca me ibas a dar bola.

—Yo te lo prometí aquella tarde, y acá estoy, cumpliendo mi promesa. Y perdoname por haber sido tan egoísta, yo te pedí que no te mostraras adelante mío con chicos y yo no me oculté en ningún momento. Mala mía, pero ya está. Vos sos mi elegida, con vos me voy a quedar hasta que me lleve el de arriba.

Volvieron a besarse inmersos en su propia burbuja, dejaron de escuchar los silbidos, los aplausos, y los cohetes de quienes festejaban el año nuevo en las calles.

¡Ay! ¡Voy a llorar! ¡Que lindo! ¿Viste que no fue tan difícil relatar fuera del cliché juvenil?

Creí que te habías ido.

No, me quedé para escuchar toda la historia. ¿Y después? ¿Qué pasó después de año nuevo?

Ya todos sabemos bien que pasó, esta no es la historia ni el momento para contarlo.

No me refería a eso, me refería a... Ya sabés. Lo estoy viendo, acá lo tenés escondido entre tus recuerdos. ¿Lo contás vos o lo cuento yo?

¿Te parece?

Es lo que todos esperan.

Bueno, pero no pienso dar detalles, ¿sí?

Con eso me conformo.

A las dos de la mañana, los adultos ya se habían ido a dormir, sus cuerpos ya no estaban para grandes desveladas. Ellos se quedaron tomando y riendo en el patio trasero, picando los restos de las confituras típicas como pan dulce, turrón, garrapiñada y maní con chocolate. El Mantecol había sido arrasado durante el brindis, ya no quedaba nada del postre preferido por los chicos.

—Toto, mis viejos no vuelven hasta mañana, aprovecharon que me quedé para pasar la noche en lo de mis abuelos y así no manejar de madrugada. ¿Querés venir a casa?

—Uhhh... —silbó la flamante parejita.

—No sé, Cami... ¿Y si vuelven? Tu viejo me asesina.

—No van a volver. Si siempre quisieron quedarse y nos volvíamos porque yo me ponía pesada con que quería venir a verlos a ustedes. Confiá en mí. Además así dejamos a los tortolitos solos, que todavía no tuvieron su intimidad.

Alejo cambió el semblante, pero cedió. Imaginaba lo que iba a suceder, y nada ganaba impidiéndolo. Se levantó sin pensar demasiado, y se despidió de su hermana y de su amigo, no sin antes dejarle una pequeña advertencia.

—Si van a hacer algo, en mi cajón de la mesita de luz tenés forros. No quiero ser tío todavía.

—Tranquilo, bro. Solo quiero estar con ella a solas. No está lista todavía, no voy a presionarla.

Qué equivocado estaba.

Apenas se quedaron solos, sonrieron. Ya se habían declarado mutuamente, y ahora tenían el espacio para dar rienda suelta a sus sentimientos. Ella se sentó sobre sus piernas como una niña pequeña y Él la recibió gustoso entre sus brazos.

—¿Sabés cuántos años esperé este momento? —confesó Él.

—Los mismos que yo. Pero ya está, ya estamos juntos, dejemos de pensar en el pasado.

Ella estiró su cara y lo besó, Él profundizó el beso tomándola de la nuca con ambas manos. Ella despegó el beso un instante y se sentó a horcajadas de Él, quién se aferró fuertemente a su cintura para mantener la cordura. Imposible.

—Te guardé algo. Algo que me pediste esa tarde en la Bombonera.

—No... Es muy pronto, yo no te quiero para eso... —sentenció dejando pequeños besos sobre sus labios a medida que hablaba.

—Pero yo sí quiero, y es algo que vengo deseando desde que... Bueno... No soy de piedra, ¿viste? Hace rato que siento curiosidad por... eso... —Ella escondió su rostro en el cuello de Él.

—¡Mi vida! Tan tierna... No te das una idea de cuánto te amo.

—Quiero tener mi primera vez hoy. Estoy más que segura.

—No hay nada en este mundo que quiera más que hacerte mía —susurró sobre su boca—. Pero no acá, tus viejos pueden despertarse. Vamos a mi casa, papá no se va a despertar, la medicación lo deja planchado.

Ambos rieron mientras se levantaban y abandonaban el hogar de Ella en completo silencio. Él ingresó a su casa, comprobó que su padre dormía profundamente mientras Ella aguardaba impaciente en la entrada. Volvió hasta la sala, y sin decir nada comenzó a besarla, la alzó enredando sus piernas a su cintura y la llevó hasta su habitación. Cerró la puerta con llave ante la mínima posibilidad de que su padre se despertara con sus desvaríos, y se tomó todo el tiempo del mundo para disfrutar del momento.

No dejó un solo milímetro de piel sin besar, la desvistió como quien desenvuelve una fina pieza de cristal, y la ayudó cuando sus inexpertos dedos la traicionaban por los nervios del momento a la hora de quitarle la ropa. La desnudó en cuerpo y alma, minimizando sus inseguridades, enseñándole a amarlo con el cuerpo. La hizo mujer. La hizo suya por siempre.

Me vas a hacer llorar. Todavía no puedo creer todo lo que pasó después.

Era la calma antes de la tormenta, siempre pasa, nadie está exento de eso.

¿Y ahora? ¿Cómo sigue esto? Me estás dejando muchos cabos sueltos del cuarteto y el libro ya se acaba. ¿Qué pasó después? ¿En qué momento Él se olvidó que Alejo no quería ser tío?

¿Tengo que explicarte cómo se hacen los bebés? ¡Vamos!

Sabés a lo que me refiero, acá veo que tenés más cosas guardadas que no nos dijiste y se te acabó el libro. ¿Cómo vas a hacer para contarle estas cosas al lector?

Pará, que falta el epílogo todavía.

Eso no va a resolver las dudas del lector.

Pero los extras sí. ¿Te voy a volver a ver? O mejor dicho, a escuchar.

Eso depende de vos, yo estuve con vos durante todo el libro, solo que en este caso tuve que intervenir para que no derraparas.

¿Listo para el gran final entonces?

Mandale cumbia.

Así como lo leyeron, señores. Llegamos al final. Hasta acá las diez historias que conforman este libro, el primero que leen de mi puño. Ahora, ¿es el final? No. Falta el epílogo, hay que cerrar el círculo de estos 17 personajes y monedas (hay un par muy secundarios, sí). Ya está, ya los conocieron a todos.

Entonces... ¿Quién es Ella? Porque a Él ya lo re conocen, es nuestro querido Mariano. Y no menos importante... ¿Quién narró todo el libro? ¿Se lo esperaban? ¿Ahora entienden el prefacio?

Este capítulo es una sátira al cliché de Wattpad, visto desde el punto de vista argento. Quise plasmar todas esas cosillas que se ven a diario en muchas novelas populares, exagerando y argentinizando todo. Es humor, no lo tomen a pecho ni como una ofensa, los que me conocen un poco saben que he consumido muchas novelas así y que las he disfrutado.

Y no menos importante, quería relatar una Navidad/Año Nuevo argento. Así se come acá, así se festeja, ese es nuestro folklore navideño.

Tenía y necesitaba quitarle un poco de dramatismo sobre el final de la obra, presentarla a Ella, y salió esto. Fue muy lindo relatar la adolescencia de Alejo y Mariano, y así terminar de moldearlos. Es una forma de entender más sus personalidades adultas.

Soundtrack:

Quería una canción adolescente y rebelde, mi primera opción terminó más abajo, cuando Calamaro me cantó al oído "Aquí No Podemos Hacerlo" y se embebió en una escena. Y es que ese fue el sentimiento de Mariano durante todos estos años en que la diferencia de edad se veía abismal.

Aquí No Podemos Hacerlo – Los Rodríguez
(Palabras Más, Palabras Menos – 1995)

https://youtu.be/6YOGxM-jZ8w


Otra que estuvo en escena, en un momento tenso y gracioso en partes iguales. Todo igual, hacía calor, ella era menor de edad y podían acusarlos... Tenía que estar. Del mismo disco, misma mítica banda.

Mucho Mejor – Los Rodríguez
(Palabras Más, Palabras Menos – 1995)

https://youtu.be/dqDRmtH9lAs

Y la que fue mi primera opción, por buscar algo teen, fresco y rebelde. Es Ella en su ataque hormonal, en el "nadie me entiende y todo a mi alrededor es una mierda".

A Mil Por Hora – Lynda
(Mi Día de la Independencia – 2000)

https://youtu.be/kdjNNphhrpo

Bueno... Hasta acá el libro, casi. Falta un cacho más, no se alarmen.

Dudas del idioma argento o referencias culturales acá. (Y en este capítulo hubo bastantes cosas, el papel de Crónica TV en las fiestas, por ejemplo. El temita de las placas rojas es muy autóctono).

Dedicado desde un inicio a mi bella reina vampira LynnS13. Qué justo que la publicación coincidió con tu cumpleaños. Este es mi regalo, para que te eches unas buenas risas. Espero que la hayas pasado lindo.

¿Cuándo nos volvemos a ver? En un par de semanas. El epílogo no está escrito. Espero no sea mucho el tiempo que tengan que esperar. Hasta acá llegamos, tengo el primer extra, el segundo en curso, y lo último para escribir es el epílogo. Y ya van a entender por qué esta loca primero escribe los extras y después el epílogo.

Gracias a todos por la bancada. Superó mis expectativas esto. Si les gustó, difundan.

Nos vemos para el gran final.


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