07 . Obsesión

El amor viene en diversas presentaciones y colores. Para todos los gustos y edades, no distingue clases sociales, no le importa nada al guacho. Si te fichó, estás jodido.

Hay amores que perduran al paso de los años y la distancia. Amores prohibidos, ya sea por prejuicios propios o porque pusiste tus ojos en alguien ya comprometido. Amores unilaterales, cuando una parte ama y la otra solo tiene un cariño inmenso. Amores sin romance, aquellos incondicionales y eternos que no necesariamente tienen que ser pareja para sentir al máximo. Amores imposibles, destinados a estar separados a pesar del sentimiento innegable. Y así, mil variantes más.

¿Pero qué pasa cuando el amor es enfermizo y obsesivo?

Él era un pibe común, no tenía nada fuera de lo normal. Trabajaba, estudiaba, y ya estaba a punto de alcanzar su título universitario de contador. Sin embargo, alguna feromona extra tenía que atraía féminas a más no poder. La que quería, Él la tenía, ya ni se esforzaba por cortejar. Con sólo sonreír y alguna palabra estúpida, ya las tenía esa misma noche en su cama. Ninguna le atraía lo suficiente como para llegar a sentar cabeza, hasta que la vio.

El cabello castaño en degradé perfecto, un pantalón negro que le hacía justicia a su curvilínea figura. Montada en unas botas color chocolate de estilo victoriano, que parecía habérselas robado a una mujer de época. Una holgada remera blanca que la hacía ver como un ángel bajado del mismísimo cielo, y una campera de jean para resguardarse del viento fresco de la época. Era perfecta.

Y quedó pasmado, jamás la había visto en Obelisco Sur. ¿De dónde había salido semejante belleza? Si todos los días veía las mismas caras aburridas, ya sabía bien en dónde bajaba cada uno de los que concurrían a esa parada, sabía sus horarios sin siquiera haber cruzado palabra con ninguno. ¿Quién era esa mujer?

Definitivamente no lo sabía, pero sí supo una cosa. Era Ella, la mujer que esperaba para sentar cabeza. Lo dedujo cuando se puso nervioso, cuando dudó cómo hacer para entablar una conversación. Frenó en seco y volvió hacia la esquina de la estación de Metrobus para analizar el panorama.

Rondaba su edad, no era como las mocositas que caían a sus pies con facilidad, sin dudas iba a ser un gran desafío. Se la notaba incómoda, por la manera en la que se balanceaba hacia los lados mientras relojeaba su teléfono cada dos segundos. Y notó algo que no le agradó en absoluto, su mirada se clavaba en el estúpido que trabajaba como inspector de esa línea. ¿Qué le veían? No era la primera vez que tenía que competir con el hombre para ganarse una conquista. Aceptó el desafío, total, el tipo ni registraba a sus admiradoras. Bueno, a una sí, su actual pareja. Pero Él ya la había degustado con anterioridad, al caso, estaba comiendo sus sobras.

Sacó su celular y comenzó a avanzar a paso lento, simulando mandar un mensaje. Cuando estuvo cerca de la mujer, se inclinó levemente y simuló un choque involuntario.

—¡Uy! Disculpá. —Él puso su cara más seductora mientras apoyaba su mano en el brazo izquierdo de la chica.

—No hay problema.

Y nada más. Volvió la vista a su teléfono por enésima vez. No le sonrió, no le coqueteó, no se puso nerviosa, nada. Él se quedó petrificado, parado junto a ella, inmune a sus encantos. Y era obvio, se notaba que era una mujer madura. Perdido en sus cavilaciones, reaccionó cuando lo miró con fastidio y algo de temor, la había cagado en grande. Bajó la mirada y siguió caminando hasta el final de la fila.

Desde su posición la perdió de vista, la fila estaba concurrida a esa hora, tal vez si no hubiera perdido tanto tiempo estaría tras de ella y la cosa sería distinta. Era más fácil entablar una conversación casual con el de adelante, preguntando si este ramal me lleva a tal lado, o si pasa por tal calle. Pero no pensó, se dejó llevar, a pesar de que intentó ser lo más estratega posible.

La fila avanzaba, la gente iba abordando los colectivos y Él permaneció en la fila, quería viajar con ella, como todos los ramales lo dejaban en destino subiría al que ella suba. Pasaban los minutos y Él quedaba cada vez más cerca de su objetivo, hasta que finalmente quedó tras ella. Y se carcomía las entrañas al verla suspirar por ese pelmazo que ni siquiera la registraba. Tenía ganas de hablarle, de distraerla para que lo mirará a Él, pero ya había hecho las cosas mal. Quizás en el ambiente esterilizado del colectivo la cosa cambiaba y tal vez podían compartir asiento.

Pero no. Llegó un interno vacío, y corrió con la mala suerte de que los cuatro que ella tenía adelante venían emparejados. Había perdido la esperanza de que ocuparan todos los asientos individuales, obligándola a escoger un par para compartir. Y obviamente, escogió un asiento individual por la mitad. Él no tuvo más remedio que sentarse detrás de ella, así por lo menos podría ver en dónde bajaba.

Y lo primero que vio llamó su atención. Apenas se sentó, soltó un fuerte y sonoro suspiro mientras se tomaba la cara con fastidio. Tiró la cabeza hacia atrás y comenzó a hiperventilar, mientras desviaba la mirada al tipo que seguía concentrado en su trabajo. ¿Para tanto era? ¡Por Dios! Ni que hubiera visto a Brad Pitt en persona. Comenzaba a dudar de su madurez, se estaba comportando como una adolescente hormonada, hasta que tomó su teléfono y le mandó una nota de voz a alguna de sus amigas.

—¡Boluda! ¡Lo vi! ¡Después de diez años volví a verlo! ¡Me quiero morir! ¡Justo ahora que me voy a casar con Rodrigo tiene que aparecer el hijo de puta!

Ah, bueno. No solo tenía que pelear contra el imbécil, sino que además estaba de novia y a punto de casarse. Eso no se lo esperaba, fue un golpe bajo. Igual, no iba a ser la primera vez que anduviera con una comprometida, ha sido pata de lana en varias ocasiones. Lo que lo inquietaba era el hecho de tener que pelearla con dos hombres. Más divertido.

Su amiga no respondió el mensaje, Él estaba más ansioso que ella por la respuesta, quería más información. Si antes miraba el teléfono cada dos segundos, ahora no apartaba la mirada de la pantalla, aguardando la respuesta de su amiga. Cuando por fin sonó el bendito teléfono, Ella se paró dispuesta a bajar. Si guardaba una ínfima esperanza de que bajara en la misma parada que Él, ésta se disolvió al verla tocar el timbre en Barracas. Maldijo internamente a la amiga que tardó veinte minutos en responder el puto mensaje, quería saber más y lo iba a conseguir.

Se paró y se dirigió a la puerta trasera, Ella había solicitado parada por la puerta del medio. Bajó en sincronía perfecta con Ella, quien venía escuchando la respuesta de su amiga con el teléfono pegado al oído. Aprovechó que tenía sus auriculares puestos para pegarse más a la mujer, que caminaba distraída con su teléfono.

—¡Nada! ¿Qué va a pasar? Si antes no me registraba, ahora menos. Después de diez años, ¿te creés que se va a acordar de mí? Encima la última vez que lo vi fue cuando Cristian le cruzó el auto adelante del bondi para que yo subiera. No creo que tenga un buen recuerdo de mí, casi más se la pone. Sí, me sonrió después, lo que quieras. Pero no nos vimos más, no se va a acordar de mí.

Y ahí terminó su investigación. Ella no llegó a hacer ni una cuadra que se internó en un modesto edificio. Aun así siguió caminando y tomó nota mental de la dirección. Volvió sobre sus pasos hasta la parada y tomó el siguiente colectivo, tenía cosas que hacer en su casa.

Esa misma noche trató de buscar información en internet sobre la dirección, quizás encontraba algún dato sobre quién era ella. En vano, eran muchos departamentos, y no podía andar llamando uno a uno sin saber el nombre de la mujer. Se fue a dormir con la esperanza de que el contador para el que trabajaba lo volviera a enviar a Microcentro a visitar a algún cliente.

Pero eso no pasó. Al otro día ni siquiera salió del estudio contable de Avellaneda, a pocas cuadras de su casa. Y para peor, era viernes. Hasta el lunes no podría volver a ser enviado a Capital, y así intentar volver a encontrarla. Ese fin de semana lo malgastó visitando una y otra vez los mismos sitios de internet, con la misma amplia información. Como si el contenido de la página fuera a cambiar con cada visita recurrente.

Lunes, martes, miércoles... Y Él seguía encerrado en Avellaneda. Salía a hacer diligencias o a visitar clientes, pero no cruzaba el puente Pueyrredón. Estaba comenzando a desesperarse, a idear un plan para encontrarla casualmente cerca de su casa, hasta que el jueves llegó el tan ansiado cliente de Capital. Volvería a verla.

Procuró demorarse lo mismo que la vez pasada, de seguro salía con el malón de las seis de la tarde, en plena hora pico. Llegó a Obelisco Sur unos minutos antes de la hora, y aguardó entre los corredores de la estación. El idiota estaba en su puesto, ¿acaso no había otras estaciones que controlar que todos los días lo mandaban ahí? Ensimismado en su odio, la vio pasar frente a Él cuando ya eran y diez. Y la siguió a paso lento.

Dejó pasar a los apresurados de siempre, y se colocó en la fila, quedando a una distancia prudencial de Ella. Otra vez se la notaba nerviosa, vigilando más los movimientos del tipejo que si el colectivo se asomaba por el horizonte, una vez más esperó a verla subir para abordar el mismo interno. Ella había quedado primera en la fila, hecha un manojo de nervios, y Él en cuarto lugar. Cuando llegó el colectivo, decidió cambiar su estrategia, se acercó hacia su competidor para ganar tiempo haciendo una pregunta estúpida.

—Disculpá, ¿este me deja en Constitución?

—Todas las líneas del Metrobus te llevan —respondió sin mirarlo y de manera cortante mientras firmaba la planilla del chofer.

—Gracias... pelotudo... —rezongó esto último cuando ya no lo podía escuchar.

Objetivo cumplido. Ella ya estaba sentada en un asiento individual, y no quedaba ningún asiento libre. Se paró en el lugar de la chica y sacó su teléfono para disimular. Abrió una página web de noticias y simuló leer cuando en realidad estaba atento a todos los movimientos que Ella hacía con su teléfono. Y tuvo suerte, justo estaba revisando su email laboral, una cadena de conversión en la que había participado, y vio su firma al pie del correo.

Marilia Balmaceda.
Gerente de Capital humano.
Petrolera del Sur.

Ahora sí tenía el rompecabezas completo. Entonces, si Él se postulaba a algún puesto de la compañía sería ella quien realizaría la entrevista, o quizás alguno de sus colegas, dado que era la jefa del área. Al caso, estaría un paso más cerca de conocerla. Él se puso más alerta cuando la vio responder el correo.

Sí, por favor publicalo en los clasificados del domingo y en los sitios de internet. El lunes siguiente a la semana corta voy a estar tomando las entrevistas de 14 a 17. Y que sea presentación espontánea, prefiero perder el tiempo el mismo día con candidatos que no aplican a tener que revisar una eternidad de CV's.

Gracias.

Marilia Balmaceda.
Gerente de Capital humano.
Petrolera del Sur.

¡Bingo! Solo debía ver si el puesto se amoldaba a su perfil, de lo contrario, estaba dispuesto a falsificar un currículum vitae para no perder semejante oportunidad. Decidió aguantarse las ganas, y antes de hacer algo estúpido de nuevo se limitó a seguir observando lo que hacía con su teléfono. En una de esas se volvía a mensajear con la amiga y quizás podía sacar más información sobre lo sucedido diez años atrás con el imbécil, pero no. No abrió el mensajero en todo el viaje, y cuando menos se dio cuenta se había parado para bajar. Tomó asiento en el lugar que Ella había dejado y se embriagó con la nube de perfume que aun permanecía en el asiento. Cerró sus ojos y se imaginó las cosas más sucias que le haría cuando la tuviera rendida en su cama, clamando por más.

Esa noche llegó a su casa y no cenó por procesar toda la información que tenía de la chica. Nombre, dirección, lugar de trabajo, todo lo volcó en un cuaderno dedicado exclusivamente a Ella. También imprimió las fotos que ese día le había sacado in fraganti. Olvidé mencionar ese detalle, ¿no? Mientras disimulaba con su teléfono, aprovechó y se llevó algunas tomas de ella, de espadas en la fila, sentada en el colectivo, y mirando por la ventanilla. Imprimió las mejores y las pegó en el cuaderno, y cuando encontró la que mejor definición tenía, le dedicó un rato de su intimidad en soledad. Solo debía esperar hasta ese lunes y la tendría frente a frente, esperaría esa semanita y algunos días más viéndola de lejos en Obelisco Sur, cada que volviera a ser enviado a Capital.

Pero al día siguiente, viernes, volvió a quedarse toda su jornada laboral en el estudio contable. Cada tanto consultaba los avisos de empleos de la petrolera, pero no encontraba el tan ansiado anuncio. Se disolvió el fin de semana extra large, y al llegar el miércoles fue enviado a Microcentro por su jefe. Pero algo cambió, eran casi seis y veinte y ella no aparecía. Cuando quiso darse cuenta, ya eran las siete de la tarde y seguía agazapado en los corredores del Metrobus, evidentemente no iba a llegar. Quizás estaba enferma, o se había tomado algunos días extra, aprovechando los dos de gracia del feriado y su puente turístico. No importaba, ya tenía todos sus datos. Pero hubo algo que sí llamó su atención.

El galán de camisa celeste estaba incómodo, mirando hacia todos lados, más pendiente de la fila y del flujo de gente que de sus propios colectivos. Maldecía por lo bajo y pasaba sus manos por el cabello en una clara señal de frustración. ¿Qué había pasado ahí? ¿De qué se perdió Él por estar pendiente de ella? Salió del corredor y se posicionó en la fila para tratar de averiguar qué le pasaba al tipo, después de todo también debía conocer a su competencia.

Alguien en la fila le hablaba, y el tipo se acercó con las manos en los bolsillos, al tiempo que negaba con la cabeza. Agudizó su oído y prestó atención a la charla.

¿En serio no volvió? ¿Te partió la boca y desapareció?

Sí, la esperé toda la tarde, pero no vino. Ya le pregunté a varios pasajeros que estuvieron el viernes si la conocen, pero nadie sabe quién es. No sé qué hacer ni cómo buscarla, estoy desesperado.

¡Eu! ¿Para tanto, che? Te pegó mal la chica, eh.

No... Ya la tenía de vista desde hace rato. —Comenzó a relatar con nostalgia—. Hace diez años era mi pasajera cuando era chofer, pero en ese momento ella era chica, y yo estaba lleno de mierda y no quería contaminarla. Dejé de verla, me volvió loco durante algunos años y después la olvidé. Verla ahora convertida en una mujer, y estando yo más estabilizado emocionalmente... Soy un boludo, no debería haberla dejado irse —se maldijo mientras se restregaba la cara con las manos.

Luego de escuchar el relato se puso fúrico. Ella lo había besado ese viernes que Él no fue a Capital, y encima de todo, el morocho estaba enamorado de ella desde hace años, por lo que el sentimiento era recíproco. Aunque luego recordó que estaba por casarse, entonces lo más probable era que ese amor no se concretara. Ya le había tomado bronca al tipo, si tenía que perder, prefería perder ante el prometido de ella, y no ante semejante imbécil que tuvo la oportunidad de tenerla siempre y la desaprovechó. No la merecía.

Todo lo que el idiota buscaba, Él lo tenía. Sabía absolutamente todo lo de ella, y encima contaba con el as bajo la manga de la posibilidad de la entrevista en la petrolera. El maldito aviso todavía no era publicado, y ya comenzaba a desesperarse. ¿Y si se arrepentían de la búsqueda? ¿Y si usaban otros canales para convocar candidatos? Es por eso que esa misma noche buscó la petrolera en internet y revisó la parte de recursos humanos. Había algunos avisos, pero el de ese lunes todavía no estaba, no iba a arriesgarse a postularse a otra cosa y ser entrevistado por otra persona. Contuvo sus ansias y aguardó al día siguiente a ver si aparecía el puesto que ella entrevistaría.

Jueves. Apenas despertó buscó el aviso en la página de la petrolera y no lo encontró, pero dio con la convocatoria a entrevistas en un portal de empleos. El puesto era para cadete administrativo, era un sí y un no respecto a su perfil, dado que Él estaba sobrecalificado para el trabajo, siendo ya asistente de un contador y teniendo veintisiete años. En el aviso pedían jóvenes de veinte a veinticinco años, con experiencia previa comprobable, y registro de conducir, siendo este último requisito deseable. Podía presentarse tranquilamente a la entrevista, era un plus que aparentaba menos edad de la que llevaba.

Lo primero que hizo al llegar al estudio contable, fue pedirle al contador la tarde del lunes libre para poder asistir a la entrevista. Fue sincero con el hombre, le comentó que aspiraba a trabajar en una empresa grande y que se le había presentado la oportunidad, que si lo permitía seguiría trabajando al salir de la petrolera. El hombre aceptó con algo de pena, Él era un buen asistente y sería difícil reemplazarlo, sin contar con el inmenso cariño que le tenía. El hombre no conocía la clase de monstruo que podía llegar a ser Él.

En vista de que ese lunes Él no trabajaría, el contador le asignó que adelante algunas diligencias y lo volvió a enviar a Capital. Esa tarde no tuvo tiempo para perder, tenía demasiadas cosas que hacer, llegó a Obelisco Sur con lo justo, eran las seis y cinco cuando pisó la estación atiborrada de gente. Tampoco tenía tiempo de vigilar la escena desde los corredores de la estación, así que directamente se colocó en la fila, ya analizaría todo desde su lugar.

Pero otra vez volvió a ver algo que lo dejó perplejo. El imbécil estaba yendo pasajero por pasajero, mostrándoles algo en su celular, algo que hacía negar con la cabeza a la gente. Solo interrumpía ese sondeo cada que le venía un colectivo, para cumplir con su trabajo. Luego de eso, seguía con lo que sea que estuviera haciendo. Cada vez estaba más cerca de Él, si seguía así iba a llegar hasta su puesto y sabría qué mierda estaba haciendo, no iba a irse de ahí hasta que le tocara a Él, quería saber qué hacía el tipo. Hasta que le tocó el turno.

—Hola, ¿conocés a esta chica? ¿Sabés quién es? —El imbécil le mostró una foto en donde se los podía ver a ellos dos, con sus caras a escasos centímetros. Y la siguiente foto era una ampliación de la cara de ella, de esa misma foto. Si supiera que Él tenía mejores tomas de Ella...

—No, la verdad que no. Ni idea.

Sí, se quién es. Sé todo de ella. Sé más que vos, y va a ser mía. Ni en pedo te doy un dato de Marilia, ni siquiera el nombre de pila. Por pelotudo, por no aprovechar tu oportunidad.

—¿Seguro? Mirala bien, por favor. Necesito encontrarla.

—¡Ya te dije que no, flaco! —espetó molesto.

El morocho se quedó estupefacto, ningún pasajero le había respondido así cuando se ponía insistente, preso de la desesperación por encontrar al amor de su vida. Soltó un gracias al aire con algo de vergüenza y siguió encuestando pasajeros. Mientras Él, por su parte, rogó internamente porque nadie en esa puta fila la reconociera. Tenía que apurarse, el tipo la andaba buscando al igual que Él, y si daba con su paradero de seguro la perdería.

No vas a hacer nada estúpido. Marilia va a ser tuya. Sos más hombre que ese mugriento. Tranquilo. Dejalo que la busque, vos vas a llegar primero a ella.

Se marchó de Obelisco Sur con una sensación de ansiedad que le quemaba el estómago. Faltaba mucho para el lunes, cuatro días eran una eternidad cuando uno está a contrarreloj. Pero debía esperar, no quedaba otra.

Y eso hizo. Esperó impacientemente el bendito lunes, ese día maldecido por cualquier ser humano era el día clave para Él. Se presentó en el estudio contable, hizo algunas cosas, y luego del mediodía se marchó del estudio a visitar al cliente de Capital, y ya desde ahí concurriría a la entrevista.

Se presentó impoluto a las cuatro de la tarde en la recepción de la petrolera, bastaron algunas sonrisitas seductoras para distraer a la recepcionista y que no notara que se excedía con la edad del aviso. Subió hasta el décimo piso y se relajó mientras esperaba, la sala de espera estaba más que concurrida, pero confiaba en que su experiencia le otorgara el puesto.

Pero la tranquilidad de ver salir rápidamente a sus competidores, clara señal de que no eran acordes al puesto, se esfumó al verlo llegar. ¿Qué hacía el mugriento del inspector en la petrolera? Lucía demacrado, vestía el uniforme de la línea, y no traía nada en sus manos, a diferencia de todos los presentes, que si no portaban una carpeta con sus currículums, tenían un bolso o mochila con sus pertenencias.

—Buenas tardes —saludó el morocho generalizadamente—. ¿Quién es el último?

—Yo —respondió uno de los presentes levantando levemente su mano.

—Okey, gracias.

Y se quedó parado muy cerca de la entrada. Corría con la suerte de que el siguiente en ser entrevistado iba a ser Él, aunque ya comenzaba a sentir el sabor de la derrota. Se habían besado y evidentemente venía por más; debía cambiar la estrategia, pero ¿qué iba a hacer? Lo mejor era concentrar sus energías en la entrevista, y de ese modo poder ingresar a trabajar bajo el mismo techo que la chica, así tendría más oportunidad de estar cerca de ella y de enamorarla.

La puerta se abrió y dos pulsaciones se elevaron. Era el momento, después de una larga espera por fin podría cruzar palabra con Marilia. Pero cuando iba a ponerse de pie para responder al llamado, la mirada de Ella cayó en el imbécil y se paralizó. El tipo se acercó unos metros sin decir una palabra, ninguno emitía sonido, las miradas que se echaban esos dos decían más que mil palabras. Tenía que hacer algo.

—Señorita, sigo yo —soltó poniéndose de pie—, me gustaría que me atienda ya que tengo otra entrevista y...

—Si necesita el trabajo va a tener que esperar. —Marilia lo interrumpió de manera muy tajante sin dejar de mirar al inspector—. Y si no tiene paciencia no sé qué hace aquí, el puesto requiere paciencia.

Otra vez la había cagado por sus malditos impulsos. Sus palabras le restaron puntos y para peor, lo habilitó al morocho a acortar la distancia que los separaba. Agudizó el oído y se hizo el distraído para poner atención a lo que esos dos se decían.

¿Qué hacés acá? —susurró la joven con un hilo de voz.

Tenía que verte, lo necesitaba, ya no puedo más —le respondió el tipo también con un susurro—. Atendé a todos, yo te espero.

Con una expresión más calmada que con la que había ingresado, y haciéndole una seña de tranquilidad con las manos, el tipo se sentó en el lugar que Él ocupaba y le sonrió, en realidad, ambos se sonrieron levemente. Marilia lo invitó a pasar con una mirada, era su momento. Estrechó su mano en un saludo por demás formal y ambos ingresaron a su despacho.

—Mil disculpas por la manera en que te hablé recién, es solo que... —Ella no sabía cómo explicar la escenita de película que montó con el imbécil—. Nada... No importa.

Sí que importa, te pusiste nerviosa porque te vino a buscar, ¿no? Si supieras las cositas que hice por vos...

—No, en todo caso discúlpeme a mí por haber sido tan impertinente, es que tengo otra entrevista a las cinco.

—Soy Marilia Balmaceda, podés tutearme, no me trates formal que me hacés sentir vieja. Tomá asiento, por favor.

Estaba por soltar uno de sus piropos matadores del tipo «jamas podría decirle vieja a una chica tan linda como vos», pero se contuvo por el contexto. Era una entrevista laboral, no estaba en Obelisco Sur o en un boliche. Extendió su currículum sobre la mesa y la chica lo leyó en silencio sin emitir expresión.

—Veo que ya te desempeñás como asistente de un contador. Decime, ¿qué te trajo a presentarte a este puesto que claramente sería descender en tu carrera profesional? Estamos buscando cadetes administrativos, ¿sabías?

—Lo sé, pero quiero comenzar a forjar mi carrera dentro de una gran empresa. Actualmente trabajo en un estudio particular, y no tengo muchas posibilidades de desarrollo, prefiero empezar de abajo en una empresa de la talla de Petrolera del Sur, y así ir forjando mi carrera profesional.

—Tenés veintisiete... Buscábamos hasta veinticinco... —sopesó para sí misma—. Te confieso que me gusta tu perfil, pero...

—Soy bastante responsable, tengo experiencia comprobable... —Se apresuró a enumerar sus aptitudes, sentía que estaba quedando descartado—. Para mí no es una involución en mi carrera, solo es un paso atrás para despegar con más fuerza.

—¿Remuneración pretendida? Creo que el sueldo está muy por debajo del que percibís actualmente.

—Lo sé, soy consciente de eso. Lo que ofrezcan para mí estará bien.

Marilia tomó algunas notas en su currículum, y cuando dejó la lapicera sobre el escritorio supo que hasta allí había llegado su tiempo a solas con ella.

—Perfecto. En estos días voy a estar tomando una decisión, y cualquier cosa te voy a estar llamando, ¿sí?

—Sí, gracias. —Él se puso de pie y la siguió hasta la salida, pero la chica se detuvo en seco y se volteó.

—Sabés... Te veo cara conocida, pero no me suena tu nombre.

¿Viste? ¡Te dije! Un poco le gustaste, ninguna mujer que te ve se olvida de vos tan fácilmente. Aprovechá la oportunidad y no la cagues.

—Puede ser... Me pasa igual... —mintió—. ¿En Obelisco Sur? Me pareció verte por ahí. —Fingió pensar llevando un dedo a la barbilla—. Ah, sí. Me choqué con vos sin querer, por venir mirando mi celular.

—Sí, ya me acuerdo, el mundo es un pañuelo. Bueno, te llamo por sí o por no, estamos en contacto.

Él iba a estrecharle la mano, pero Marilia le tiró la cara para saludarlo con un beso en el cachete. Mil sensaciones recorrieron su espina dorsal cuando apoyo sus labios en la mejilla de la chica, dejando un intenso pero corto beso mientras aspiraba el aroma avainillado de su cabello. Marilia abrió la puerta de la oficina y se chocó con la realidad de lleno. El imbécil seguía ahí sentado, paseó su mirada entre los dos para corroborar lo obvio. Ella, ansiosa por terminar con el proceso de entrevistas para recibirlo. El otro, enamorado, tranquilo, curvando sutilmente su boca en una sonrisa cuando sus miradas se encontraron. Él quería quedarse ahí y no podía. Debía retirarse, aunque no iría muy lejos.

Salió del edificio y buscó un sitio en donde pasar inadvertido, pero sin perder el campo de visión de quienes circulaban por la petrolera. La imponente construcción tenía un pequeño jardín artificial al costado, abierto al público, el lugar perfecto para sacar su celular y fingir que no vigilaba la entrada. Vio salir uno a uno a todos los postulantes que estaban con él y después nada. Temió lo peor, pero el alma le volvió al cuerpo cuando el morocho salió solo, como alma que lleva el diablo. Sonrió, de seguro Marilia lo había rebotado porque estaba a punto de casarse.

Pero no estaba listo para lo siguiente. La chica salió corriendo de la petrolera mirando para todos lados, Él levantó un poco su teléfono para cubrirse y activó la cámara para seguir mirando a través de la pantalla. Marilia corrió hasta la esquina, giró sobre su eje como buscando a alguien, y comenzó a llorar. Invadido por la rabia, tuvo que contenerse para no correr a consolarla, no tenía manera de justificar qué hacía ahí, después de una hora desde que culminó su entrevista. Tuvo que conformarse con verla llorar sin poder hacer nada, lo mejor era ir a buscar respuestas a Obelisco Sur, supuso que discutieron y por eso el imbécil salió enfurecido. Cuando Marilia se recompuso y volvió a la petrolera, se dirigió a Obelisco Sur sin perder tiempo.

Grande fue su sorpresa al ver que el morocho no estaba. ¿Y si lo habían despedido y por eso buscaba el empleo? Despejó esos pensamientos cuando recordó que hace un momento vestía su uniforme, se posicionó en la fila y se debatió entre esperarla a Ella o irse. Ya erna casi las seis de la tarde, Marilia no tardaría en arribar a la estación.

Pero sus planes se vieron alterados cuando un colectivo arribó a toda velocidad, abrió sus puertas y la gente comenzó a bajar en multitudes. ¿Qué estaba sucediendo? Rompió la fila y se acercó al tumulto que se había formado en torno al colectivo, había una mujer embarazada acostada en el pasillo del interno, mientras el chofer se debatía entre controlar a los pasajeros o asistir a la mujer que lloraba de dolor. El día no podía ir peor, imposible encontrarla entre toda esa multitud, y la policía ya estaba actuando para cortar el tránsito en la parada. Frustrado, emprendió camino hacia Constitución, allí vería la manera de volver a su casa.

Al día siguiente se mantuvo al pendiente de su celular, esperaba la llamada de Marilia pero el aparato no sonaba. Comenzaba a desesperarse, la ansiedad mellaba su humor, le costaba concentrarse en su actual trabajo y se molestaba cuando sonaba el timbre del estudio y tenía que mostrarse simpático con los clientes. Una semana después, cuando ya había perdido toda esperanza y ni él mismo soportaba su mal humor, recibió la tan ansiada llamada, citándolo a una segunda entrevista con el jefe del área. Festejó como quien gana el gordo de Navidad, y luego comenzó a prepararse para la cita. Aun no se lo creía, no tenía esperanzas de avanzar, teniendo en cuenta la competencia por el puesto, pero estaba a nada de lograrlo.

Y lo logró, quedó seleccionado. Era más que obvio, su experiencia avalaba sus capacidades para el puesto, lo único que le daba escozor es que tendría un compañero inexperto y él debía ser su mentor. Además de capacitarlo, debía absorber un poco de responsabilidad en los trámites que se le asignen al muchacho y eso no le agradaba, pero haría el sacrificio solo por estar cerca de Ella.

Pasó los exámenes preocupacionales con éxito y comenzó a trabajar. Pero el primer día cayó en cuenta de que no tendría mucho contacto con Marilia, a pesar de estar los dos bajo el mismo techo por ocho horas. Teniendo su tarjeta de acceso como empleado, podría moverse con naturalidad por todo el edificio, por lo que antes de presentarse en su piso, decidió hacerle una visita exprés a la chica para agradecerle por haber confiado en sus aptitudes.

—Buen día, ¿se puede? —Él golpeó la puerta de su oficina, y asomó su cabeza antes de esperar una respuesta.

—Buen día, sí. Adelante.

—Quería agradecerte por la oportunidad, sé que es un retroceso en mi carrera, pero para mí es importante estar acá.

—No hay nada que agradecer, tu perfil es más de lo que necesitamos, sé que vas a ser un excelente compañero para Germán y que va a aprender mucho con vos. Ayudalo, es su primera experiencia laboral.

—Sí, no te preocupes por eso. Por cierto... ¿Querés ir a tomar algo a la salida? Digo, en agradecimiento y para festejar mi nuevo trabajo... Algo tranqui, un café... Yo invito.

—Te lo agradezco, pero ya tengo planes. Además, no me parece apropiado, y no tenés nada que agradecerme, solo hice mi trabajo —explicó entre ruborizada e incómoda—. Germán necesitaba un compañero con experiencia, y vos eras el indicado.

Sos un pelotudo. ¿Era necesario que te apures así? Mirá la cara que puso. La cagaste. A ver cómo la remás ahora.

—Perdón, por el atrevimiento, es que... Nada, olvidate. Era obvio que una chica tan linda como vos iba a tener novio.

¡Y la seguís cagando! Todavía estás en período de prueba, acordate de eso. Al menos la sonrojaste, eso es bueno. Pero ya, desaparecé de su vista antes de que la empeores.

—Bueno... Sí... Nos estamos conociendo con Alejo, pero sí. Hay alguien. Y no sé por qué te estoy diciendo esto... —dejó escapar una risita.

—Porque estás enamorada de él —la interrumpió con un tono tan sombrío y siniestro, que por suerte pasó desapercibido para Ella.

—Sí... Desde hace muchísimos años, pero recién ahora nos animamos a confesarlo. En fin, andá antes de que llegues tarde en tu primer día.

Él salió hecho una furia de la oficina. Alejo. El imbécil que no la merecía se llamaba Alejo. Y lo peor de todo es que si andaban juntos, Ella había dejado a su novio al borde del altar. El sentimiento de esos dos era más fuerte de lo que Él pensaba, o Alejo debió ofrecerle un mundo mejor del que ya tenía construido con su anterior pareja para que Ella dejara a un hombre con el que estaba a punto de casarse.

Perdiste mucho tiempo, podías haber impedido que estuvieran juntos y no hiciste nada.

—¡Callate! —gritó para sí mismo, apretando los dientes mientras iba rumbo a la oficina de su superior, intentando reprimir sus pensamientos.

Esa mañana trabajó como pudo, intentando disipar lo lejos que la sentía, y haciendo de niñero con su nuevo compañero, que no tenía ni idea de cómo era el trabajo. Necesitaba hacer algo urgente, quería conocer más de Ella, pero no se dejaba. Ideó un plan, solo esperaba que el trámite terminara antes del almuerzo.

Y así fue. Corrió con la suerte de que minutos antes de la una ya estaba en la entrada de la petrolera, y su compañero tenía unas ganas de socializar que no estaban en sintonía con sus planes.

—¿Te trajiste comida o tenés que comprar? Te acompaño —sugirió Germán.

—Comé, después nos vemos, tengo algo que hacer.

Y se alejó rápidamente de su compañero, simulado ir hacia algún lado. Germán se quedó perplejo por algunos segundos, y cuando se internó en el edificio, Él volvió a tomar posición en el cantero del jardincito al costado del edificio. Aguardó con la esperanza de verla salir, rogando que la chica no se haya ido. Y la vio.

Pasó junto a Él con su cartera al hombro, caminando con pasos cortos pero veloces. La siguió entre la multitud que a esas horas circulaba por Microcentro, y frenó en seco cuando Ella llegó a la esquina.

Alejo aguardaba sonriente, sentado sobre el capot de su auto con las balizas encendidas, sin su uniforme, de jeans y zapatillas; Ella lo saludó con un beso de película antes de subirse al auto. Observó a su derecha, justo pasaba un taxi, lo paró y le dio las órdenes al mejor estilo de película taquillera.

—Siga ese auto negro que está saliendo de la esquina de atrás.

El taxista obedeció, y quince minutos después se encontraba en La Boca, cerca de la Bombonera, el estadio del club homónimo Boca Juniors. El taxi lo dejó en la esquina de la casa en la que se internó la pareja. El barrio tenía un silencio de cementerio, podía sentir sus pisadas y el viento moviendo las copas de los árboles. Se acercó a la vivienda, procurando no hacer ruido, y agudizó el oído en la ventana que daba a la cocina de la residencia. Al encontrarse levemente abierta, permitía que se filtren las voces del interior.

¡No sabés la que me pasó esta mañana! El cadete nuevo me invitó a salir. Germán no, el otro. El que tiene experiencia, el que tomé para que ayude a tu protegido.

¿Posta? ¿Y qué le dijiste? ¿Le dijiste que ya tenés al amor de tu vida?

Silencio. Se asomó por el mínimo espacio que las cortinas mostraban del interior, y efectivamente la estaba besando, en un beso que iba tomando temperatura. Como Él, que hirvió de rabia por no poder hacer nada. Cuando se separaron, volvió a su posición contra la pared para no ser descubierto.

Sí, le dije. Igual, debo haber puesto una cara muy boba porque me dijo que se me notaba enamorada.

No más que yo, corazón...

Silencio de nuevo. Una vez más, le estaba devorando la boca.

Mejor vamos a comer, porque sino te voy a terminar llevando a la cama, y ni vos vas a volver a la oficina ni yo voy a ir a trabajar esta tarde.

Más rabia. No solo los había visto besándose, sino que ahora llegaba la obvia idea de que ambos ya habían consumado su amor entre las sábanas. Se debatió entre quedarse o volver a la oficina, y eligió quedarse para ver si podía sacar algo más de información. En vano. El tiempo que compartieron almorzando hablaron de banalidades, de un tal Mariano y una tal Elisa. Nada relevante.

Cuando ambos se levantaron de la mesa dispuestos a salir, Él corrió hasta la esquina y se ocultó en la calle transversal. Vio pasar el auto y consultó su reloj, las dos de la tarde. Maldijo por lo bajo, ya estaba volviendo tarde a su puesto en su primer día laboral, y el barrio era tan tranquilo que casi no pasaban autos por esas calles, mucho menos taxis.

Corrió hasta la avenida más cercana y abordó un taxi para volver a la petrolera, maldiciendo por el tiempo que había perdido para nada, para verla feliz en los brazos de otro. Hasta que recordó lo que Ella dijo. ¿Germán era el protegido de Alejo? ¿Por eso él había conseguido un puesto para el que claramente estaba sobrecalificado? Era algo que tendría que averiguar una vez que entrara en confianza con el chico.

Llegando al imponente edificio se cruzó con el susodicho, quien al verlo apresuró su paso y se acercó a Él.

—El jefe está medio caliente porque no apareciste a horario, me mandó a mí al banco, era para vos esta diligencia.

—Bueno, dame y voy yo...

—No. —Germán lo frenó en seco—. Ya me dieron el trámite a mí. Andá y da la cara, es el primer día, no seas boludo y hacé las cosas bien.

Y lo dejó con la palabra en la boca. Eran las dos y media de la tarde, debía hacerle frente a su nuevo jefe por haberse excedido en su horario de almuerzo. Elaboró una excusa en lo que tardaba el ascensor en subir, y fue a la oficina de su superior.

—¿Qué te pasó?

—Mil disculpas, tenía que ir al banco a hacer un trámite personal y se demoraron en atenderme.

—No hay problema, pero tenés que avisarme con anticipación para distribuirles el trabajo. Justamente te iba a mandar al banco, pero ya fue tu compañero antes de que cierren. Ya está, pero para la próxima avisame, ¿sí? Pasá por recursos humanos, las chicas tienen trabajo para darte.

Su respiración se detuvo, volvería a estar frente a Ella después de haberle tirado los perros en la mañana. Y claro está, después de haber visto cómo le comía la boca al inspector, anhelando ser Él quien recibiera ese beso, acariciándole los labios con los suyos. Subió hasta el décimo piso acomodando su ropa, practicando esas sonrisitas matadoras en el espejo del ascensor. Fue directo a su oficina, golpeó pero nadie respondió, y cuando estaba a punto de entrar su mirada se chocó con la de Ella, que venía conversando animadamente con una morochita de baja estatura. Volvió a agudizar el oído mientras aguardaba en la puerta de su oficina a que se despidiera de su acompañante.

Tenés que decirle a Alejo, nos juntamos donde quieras, en tu casa, en la mía, en la de él...

Sí, Liv, ya sé. Pasa que es mucho tiempo el que estuvimos separados, es lógico que me secuestre todas las noches. Además tiene que ser en su día franco, él sale muy tarde de trabajar.

Ah cierto que están en la etapa de la pasión —soltó la chica intentando ocultar una risa.

¡Liv! ¡Shh! —Intentó callar a la muchacha—. ¡Puede escucharte alguien! Mirá, ahí está el cadete nuevo y vos a los gritos. —Gesticuló con sus manos para que bajara la voz.

—¡Ay, Mar! ¿De qué olimpo sacaste este semidios? —Él, que estaba desprevenido, contuvo una risa por la ocurrencia de la chica.

¡Liv! Estás casada, ¡por Dios! Con lo celoso que es Agustín, si se entera viene y lo muele a golpes por lindo nomás.

O lo mete en cana... Aunque debería ir preso, no puede portar encima tanta lindura... Tiene que ser un crimen.

Comportate, no me hagas quedar mal, que ya bastante tengo con lo de esta mañana. Después te cuento.

Ella saludó con un beso a la chica, que al pasar por su lado le hizo un scan completo con sus retinas. La jovencita, de la misma edad que Ella, lo saludó por cortesía y llamó al ascensor mientras revisaba su celular.

—Te estaba esperando, bah. En realidad, a Germán. ¿Qué pasó? No importa. —La chica hablaba rápido—. Necesito que lleves esta correspondencia al correo.

Pasó que me demoré viendo cómo le comías la boca a ese imbécil que no te merece.

—Germán fue al banco, en realidad me tocaba a mí, pero me demoré haciendo un trámite y bueno... —explicó—. Lo mandaron a él antes de que cierre el banco.

—Porque yo le pedí a Ariel que me lo mande a él porque es una diligencia sencilla, pero bueno... ¿Lo llevás vos?

—Sí... —Él quería preguntar, pero no sabía cómo hacer sin quedar más desubicado de lo que ya había aparentado—. ¿Lo conocés a Germán? Digo... Fuera de acá...

Ella lo observó curiosa, ladeando la cabeza, claramente le había incomodado la pregunta. —No... ¿Por qué lo preguntás?

—Cosas que se me ocurren, no sé... En fin, vuelvo con los comprobantes que me den en el correo. Por cierto, simpática la chica que estaba con vos.

Y se alejó antes de que Ella pudiera objetar algo, dejándola con la boca abierta. Envió la correspondencia, y cuando volvió con los comprobantes Ella ya no estaba en la oficina y tuvo que dejarle los documentos a su compañera de recursos humanos, que le batía las pestañas como si fuera a levantar vuelo.

Terminó su primera jornada laboral con creces. Demasiadas emociones para un solo día, estaba cansado por el rally del mediodía hasta La Boca, frustrado por estar tan lejos de su objetivo, y con demasiada información para procesar. ¿Quién era Germán? ¿Por qué era el protegido de Alejo? ¿Eran familia? Todo eso y más sopesó mientras esperaba agazapado, de nuevo, en el mismo lugar de siempre, esperando a que Ella saliera de la petrolera.

Volvió a seguirla, y por el camino que estaba tomando, ya se imaginaba en dónde iba a terminar: Obelisco Sur. Al llegar a la parada, bajó la velocidad de sus pasos. Alejo se encontraba en su puesto, Ella solo lo saludó con un casto beso en los labios y le acercó una botella de agua. Bebió un poco, la guardó nuevamente en su cartera y se quedaron hablando. Pasó junto a ellos sin mirar la escenita de Romeo y Julieta new age, y se posicionó en la fila preso de la ira.

—Se ven lindos, ¿no?

Esa voz... Sonrió de lado, intentando recordar quién se había aburrido primero. Y recordó que habían sido los dos al mismo tiempo.

—Para serte sincero, no. Ella es preciosa, él es un mugriento, ella es mucha mina para él.

—No sabés lo que coge ese mugriento —acotó sarcástica.

—¿Te dejó por ella?

—Sí... Si puede satisfacer el hambre de ese hombre... Bien por ella.

Clara y Él conversaban sin mirarse, solo observaban a la parejita que conversaba entre colectivo y colectivo. Clara lo deseaba a Alejo, y Él... Bueno, ya quedó más que claro.

—Me voy en este. —Clara señaló el colectivo que acababa de arribar a la estación—. Tenés mi número, nos hablamos. No sé si sea buena idea, pero... Necesito olvidarlo, acabo de conocer a alguien pero es casado y no me sirve. En fin, escribime.

Cuando la jovencita se fue cayó en cuenta. Clara era una pieza clave, conocía a Alejo, habían dormido juntos casi un año entero, desde que ellos dos se habían distanciado por aburrimiento. Tomó su celular y le mandó un mensaje.

Cuando quieras, rubia. Podemos quedar para el finde. ✓✓

Bah, ex rubia. Te queda lindo el pelo rosa. ✓✓

Daleeeeee. Gracias!!! Hablamos. ✓✓

Abordó el siguiente colectivo y fue directo a su casa a descansar. Ese día no le tocaba ir al estudio contable, dado que había acordado ir día por medio a ayudar al contador. Pidió pizza, cenó con su hermano mirando una vieja película en el cable y se fue a dormir. Había sigo un largo día.

Los días fueron pasando de similar manera. Ya sabía que al llegar la hora del almuerzo, el príncipe del subdesarrollo la esperaba sentado en el capot de su Peugeot 207 para llevarla a almorzar a su casa. Su presupuesto no alcanzaba para seguirla todos los días en taxi hasta La Boca, pero en ocasiones lo hacía, solo para fantasear que era él quien la esperaba con el almuerzo, quien besaba su boca, quien acariciaba su cintura con pasión. Hasta que un día fue descubierto, poco después de haber cumplido los tres meses de prueba.

Espiaba por la ventana, alertando también a los vecinos que ya comenzaban a verlo con otros ojos, en especial la pareja mayor de enfrente. Ese día, el hombre lo había estudiado más de la cuenta antes de internarse en su casa. Siguió observando. Ella estrujaba una servilleta de papel mientras Alejo hablaba por teléfono.

Amor, tené cuidado. Tengo miedo —la escuchó decir.

Y no le dio tiempo de reaccionar. Cuando menos lo esperaba estaba tirado de espaldas en el suelo, con Alejo sentado a horcajadas y tomándolo de la camisa.

—¡¿Qué mierda hacés espiando en mi casa?! ¡¿Quién carajo sos?!

Alejo le propinó un golpe y Él se quedó petrificado, había sido descubierto. Miró hacia la casa de enfrente y vio a la pareja en la puerta, y los pies de Ella junto a su cuerpo desplomado en el piso.

—Te estoy hablando. ¿Quién carajo sos? —Alejo lo zamarreaba de la camisa, provocando que su cabeza chocara contra la vereda.

—Es el cadete, Ale... —soltó Ella perpleja—. El que te dije que me invitó a salir. Me seguiste... —le habló a Él—. Estás loco, no debí contratarte así nomás... Debería haberle pedido a Liv que te haga un psicotécnico. Soltalo, Ale, esto lo tengo que solucionar yo, ya mismo lo llamo a Ariel.

—No. —Él se desenredó del agarre de Alejo y se reincorporó mientras se sacudía la camisa con frenesí—. Andaba por la zona, pasé por acá, me pareció escuchar tu voz y me asomé de curioso. No era para que te pongas así, chabón —se dirigió a Alejo.

—¿Cómo mierda querés que me ponga si estás espiando en mi casa? Y encima ahora mi mujer me dice que la invitaste a salir. Desaparecé ya mismo de acá antes de que llame a la policía.

No es tu mujer, imbécil. Ya quisieras que lo sea. Esta me las voy a cobrar, ya te vas a descuidar.

—Perdón por mi impertinencia, no era para tanto...

Y se alejó sin mirar atrás, cabizbajo y algo mareado por los golpes que le propinó Alejo en el pómulo y en la parte posterior de su cabeza, cuando lo zamarreó exigiendo respuestas. Al voltear en la esquina rumbo a la avenida, pudo ver de soslayo a Ella acurrucada en el pecho de la señora de enfrente mientras ésta le acariciaba la cabeza en tono maternal, y a Alejo conversando eufóricamente con el marido de la señora. Era evidente que ellos lo habían alertado por teléfono.

Mientras caminaba hasta la avenida se sacudió la ropa con rabia, como si con ese gesto también se quitara la vergüenza y la humillación que acababa de vivir. Tomó el primer taxi que se asomó en el horizonte.

—Pibe... ¿Estás bien? ¿Qué te pasó? ¿Te afanaron? —inquirió el taxista preocupado.

—No... Bueno... Casi... Intentaron, pero me defendí.

Ahí tenés la excusa perfecta para cuando te pregunten en la oficina qué te pasó. Siempre y cuando Ella no haya abierto la boca con tu jefe.

—¿Querés ir a la comisaría? ¿Querés que te deje acá en el Argerich?

—No... No tengo nada que denunciar porque no me robaron, y no es necesario pasar por el hospital. Estoy bien, solo lléveme a donde le indiqué.

El viaje se le hizo interminable escuchando el soliloquio del taxista acerca de la inseguridad, el gobierno de turno, y la ineptitud de la policía. Pagó la suma correspondiente al viaje y se preparó mentalmente para ser despedido. Acomodó su ropa lo mejor que pudo por última vez y se echó a su suerte.

—¡¿Qué te pasó?! —exclamaron Ariel y Germán al mismo tiempo.

—Nada... Intentaron robarme cerca de Plaza de Mayo, yendo para el bajo. Y me defendí, al menos no me sacaron nada.

—¿Estás bien? ¿Querés ir a un hospital? ¿Hiciste la denuncia?

Volvió a repetir las mismas excusas que le había dado al taxista. Respiró aliviado al ver que Ella no habla informado el incidente en la empresa. Había zafado, pero ya no podía volver a correr ese riesgo. Con su imprudencia arruinó toda posibilidad de conquistarla, lo mejor iba a ser admirarla desde lejos, quizás con el tiempo todo quedaba como lo que fingió que fue. Un impertinente e inocente acto de curiosidad.

Los días siguieron pasando, Él dejó de espiarla en los almuerzos, más no la olvidó. La relación entre ambos había quedado tensa, Ella sabía disimular el pánico que sentía cada vez que se lo cruzaba, y siempre trataba de estar acompañada cuando Él tenía que presentarse en recursos humanos para hacer alguna diligencia. Y para reforzar la tranquilidad de Alejo, Ella dejó de pasar a visitarlo por la parada a la salida, de esa forma no quedaba expuesta en las cuadras que separaban la petrolera de Obelisco Sur. Él siguió yendo a tomar el colectivo a la parada de Alejo, en completa paz y sin armar escándalo. Pero su sola presencia era la manera que Él tenía para provocarlo, y si bien Alejo sentía esa provocación, estaba más tranquilo teniéndolo en su radar.

El problema fue cuando el viejo auto de Ella volvió a fallar. Llamar a la grúa era clavarse una hora mínimo adentro lado del auto en el estacionamiento de la petrolera, y la realidad era que quería irse a su casa. Cerró el vehículo y enfiló hacia Obelisco Sur.

—Corazón, te dije que no vinieras para acá. —Alejo la saludó con un casto beso mientras colocaba un mechón de cabello tras su oreja—. Termino mi turno y voy para tu departamento.

—Ya sé, pero mi auto murió y no tenía ganas de esperar a la grúa, mañana llamo para que lo vengan a remolcar. Me voy a la fila para que no me linchen.

Y todo sucedió en un segundo. Cuando dio dos pasos para posicionarse en la fila, Él apareció tras ella. Como cada día, sin haberlo planeado. Sonrió en el mismo momento en que Alejo se tragó la rabia de no poder decir nada, porque por más que fuera íntimo amigo de Matías, el dueño de la línea, no podía permitirse armar una escena con uno de los pasajeros. Fue tras Él simulando hacer su trabajo, Ella ya lo había visto y estaba pálida.

—Corazón, vení conmigo al principio de la fila, subís última así no te dicen nada.

—¡Eu! ¿Te pensás que soy un psicópata? —acotó Él con sarcasmo, y en un tono lo suficientemente alto como para que los pasajeros que los rodeaban lo escuchen.

—Teniendo en cuenta que te encontré espiando en mi casa... sí. Vení, corazón. —Se dirigió a Ella—. Ahora viene Mariano y te vas con él. —Alejo la tomó de la mano y la llevó al principio de la fila, dejándolo a Él solo.

—No la vas a poder cuidar siempre... Algún día va a ser mía, aunque sea un rato... —susurró mientras los observaba alejarse.

La fila iba avanzando, y Él estaba cada vez más cerca de la pareja, quería subir al mismo colectivo que Ella, pero el imbécil la haría subir última, así que no sabía con exactitud a cuál subir. Observó detenidamente los movimientos de Alejo. Sí. Era ese.

Estacionó un colectivo y Ella se inquietó. Alejo se acercó hasta la ventanilla del chofer, le dio unas instrucciones que hicieron que el joven paseara su mirada entre Ella y Él. Ese era el tal Mariano, subió y se fue para el medio de la unidad. Efectivamente, Ella fue la última en subir, y permaneció el corto trayecto hasta su casa al lado del chofer, quien le daba charla y lo vigilaba a Él por el espejo retrovisor. Decidió salir de su campo visual, acercándose a ellos con cautela, intentando escuchar lo que conversaban.

Están muy paranoicos los dos, no es para tanto. A vos un poco te entiendo, sos mujer y esas cosas no están buenas, pero Alejo... Bueno... un poco lo entiendo. Perdió muchos seres queridos, todavía tiene fresca la muerte de Marta, es lógico que te cuide así, no quiere perderte.

Es horrible, Marian. Y encima trabajamos en el mismo lugar.

¿Pero le contaste a alguien en la empresa?

No... No quise armar un escándalo por algo así. En cierta forma tenés razón, no sé si es para tanto. Pero el miedo está.

Deberías contarle a alguien, no sé. Sé que a quien deberías contarle es a vos misma —rio por la ironía de que Ella era la gerente de recursos humanos—. Pero no sé... Su jefe, otro gerente... Hablalo Mari, no podés vivir así.

Enfureció. El imbécil del chofer amiguito de Alejo le estaba llenando la cabeza para que denunciara el hecho en la empresa. Se le agotaba el tiempo, Él veía el convencimiento en el rostro de Ella. Volvió a agudizar el oído cuando escuchó que Mariano volvía a hablar.

Espero que nadie me mate por esto, bajate y ahí te escolto con el colectivo hasta que entres.

Mariano frenó y Ella bajó luego de despedirse del muchacho con un beso en la mejilla. Apuró el paso, ayudada por el semáforo en rojo que detenía el colectivo en la esquina, permitiendo que Mariano la vigile en la media cuadra que tenía que caminar. Cuando el semáforo se puso en verde, el chofer dobló desviándose de su recorrido habitual, y aceleró lo menos posible, dándole tiempo a que se interne en el edificio. Mariano la saludó tocando bocina mientras Él se carcomía por dentro y por fuera. Seguía bajo la mira del chofer, a pesar de que no había hecho nada y Ella ya había descendido.

Estaba acorralado. Sabía que Ella iba a hablar al día siguiente, lo vio en su mirada. Maldito imbécil el amiguito de Alejo que la había convencido de hablar en la empresa. Ya no tenía nada que perder, siempre podía volver a su antiguo trabajo a tiempo completo. Había llegado el momento de dar el siguiente paso.

Al otro día se presentó bien temprano en el décimo piso de la petrolera. Aguardó sentado en la recepción de la planta, como si de nuevo fuera un postulante. Ella llegó un rato antes de su horario, estaban solos en el piso. Empalideció al verlo sentado en la penumbra del lugar, no había encendido las luces a propósito. Él se puso de pie y avanzó hasta Ella con decisión.

—Tenemos que hablar.

—No hay nada que hablar —aseguró decidida, aunque por dentro temblaba como una hoja—. No tengo nada que hablar con vos, estás enfermo.

—Sí, estoy enfermo de amor por vos —escupió sobre su rostro, tomándola del codo—. Por ver que estás con un imbécil que no te merece, que te dejó ir hace años. ¿Qué le viste? Vos merecés un hombre mejor, más presentable.

—¡Soltame! —exclamó forcejeando—. ¿Cómo sabés que Alejo me dejó ir? ¡Estás enfermo!

—Sí, y vos sos el remedio a mi enfermedad.

Él estampó su boca contra la de ella, quien se resistía y forcejeaba para liberarse. Cuando logró despegarse un poco de su agarre, le dio vuelta la cara de un cachetazo y corrió hasta la oficina del gerente de la petrolera, a sabiendas de que el hombre siempre entraba muy temprano a trabajar.

Su superior se sobresaltó al verla agitada y temblorosa producto del llanto, la tranquilizó mientras llamaba a seguridad para que lo retuvieran a Él antes de que escapara, al mismo tiempo que pedía las grabaciones de la cámara de seguridad del décimo piso.

—Mari, te conozco desde hace años y sé que para que te pongas en este estado es porque tuvo que haber pasado algo más. ¿Qué pasó? —El hombre se puso de cuclillas frente a Ella para escucharla mejor.

—Él... hace unos meses... —hablaba entrecortado, producto de los sollozos—. Estaba en lo de mi novio almorzando en su casa de La Boca, como todos los mediodías, y lo sorprendimos espiándome. Alejo lo increpó y desde ahí nunca más volvió, pero igual... Es un enfermo y es culpa mía, confié tanto en sus aptitudes que no creí necesario pedirle a Liv que le hiciera un psicotécnico.

Ella volvió a llorar, el hombre sabía que no mentiría con algo así. Se puso de pie en el mismo momento que un empleado de seguridad lo arrastraba a Él hasta el despacho. Las dos opciones que le brindó el gerente eran sencillas. O renunciaba y quedaba todo en el olvido, o lo despedían con causa de acoso sexual, más la correspondiente denuncia penal, adjuntando las grabaciones de la cámara de seguridad del décimo piso. Ella se rehusaba a hacer la denuncia porque sabía que el caso no llegaría a nada, por tratarse de un forcejeo y un beso robado, no quería pasar por semejante humillación en la dependencia policial, así que la decisión final era de Él.

—Me voy por mis propios medios, admito que se me fue la mano recién, lo sé. Solo soy un hombre enamorado y desesperado, no soy un psicópata, ya lo dije mil veces. Pero el noviecito y el amigo del noviecito le llenaron la cabeza en mi contra.

—¿Vas a negar que Alejo te descubrió espiándome en su casa? —lo increpó Ella—. ¿Y el día que nos encontramos en la parada? Si no fuera por Mariano que me cuidó desde que bajé del colectivo hasta que entré a mi casa, ¿qué hubieras hecho? Incluso los padres de Camila nos dijeron que no era la primera vez que te veían por el barrio a la hora del almuerzo.

—Es suficiente, quiero tu renuncia ahora mismo. —El hombre le extendió una hoja de papel y una lapicera para que confeccionara el documento—. Mari, tomate el día. ¿Te llamo un taxi? ¿Querés esperar a que llegue Libertad así se van juntas? Le reprogramo las citas con los postulantes para otro día.

—No es necesario Alberto, gracias. Ahora lo llamo a Alejo para que venga a buscarme. Él tenía razón en desconfiar, creí que exageraba, pero no...

Él escribió una breve renuncia sobre el escritorio del gerente, y la dejó junto a la tarjeta de acceso. Finalmente, abandonó el edificio escoltado por el guardia de seguridad. Había hecho todo mal desde un principio, y estaba pagando las consecuencias de su obsesión. Él se desconoció a sí mismo cuando en su mente recorrió los hechos que lo llevaron a estar despedido de la petrolera, pero sonrió al repasar el macabro plan que se le acababa de ocurrir para saciar, aunque sea, su más bajo instinto.

Que sea la mano de Ella y no su mano derecha quien le proporcione sus caricias de madrugada. Una vez. Aunque sea una vez. Luego se iría de Buenos Aires, si era necesario del país. Pero quería sacarse las ganas, quería hacerla suya, aunque sea una sola vez.

Desapareció de las vidas de todos, solamente retomó su trabajo a tiempo completo sin mencionarle al viejo contador lo que había sucedido en la petrolera. Necesitaba tener un ingreso de dinero que pudiera solventar la locura que tenía en mente, y además mantuviera sus gastos para no levantar las sospechas de su hermano, quien ya comenzaba a desconfiar de Él.

También retomó el contacto con Clara, con quien tenía encuentros en esporádicas ocasiones solo para sacarle información de Alejo, pero no pudo rescatar ningún dato útil más que su tormentoso pasado. Además, la chica se había apagado entre las sábanas, ya no era la amante voraz que lo dejaba cansado, ahora buscaba amor, y terminó por retirarse cuando en vez de demostrarle amor le mostró una pistola. Tampoco le agradaba la idea de que la llamara Marilia durante el coito.

Le tomó nueve meses estudiar la nueva escena. Alejo y Marilia ya se habían relajado, luego de lo sucedido Ella se había mudado a La Boca con él para no estar sola, además era un paso más en su relación. Clara lo había bloqueado en su teléfono y en todas las redes sociales, y su hermano había dejado de sospechar de Él. ¿Si había vuelto a visitar a los clientes de Capital? Claro, pero ya no viajaba en colectivo, sino que se desplazaba con otras líneas hasta Constitución, y allí abordaba el tren Roca hasta Avellaneda.

Era el mes de diciembre cuando le tocó ir a visitar a aquel cliente que había hecho que la conociera a Ella. Hizo la diligencia, y en vez de enfilar hacia Perón, su nueva parada de referencia, se dirigió a paso lento hacia el estacionamiento de la petrolera. Había dejado todo listo la noche anterior, solo faltaba la invitada de honor. Se agazapó muy cerca de su auto y esperó el momento.

—Nos volvemos a ver. —Él se sentó en el asiento del acompañante mientras acomodaba el caño de la pistola en su cintura y le daba un húmedo beso en el cuello—. Calladita la boca, vas a manejar sin rumbo hasta que se haga de noche.

—Faltan como tres horas para que oscurezca —soltó con voz temblorosa mientras le caían las lágrimas del pánico.

—Me chupa un huevo, vas a hacer lo que te diga, arrancá. Y cuidadito con hacer alguna boludez, si no vas a ser mía aunque sea una vez, no vas a ser de nadie más. Ya bastante sucia estás por haberte dejado manosear por ese mugriento del colectivero. ¡Arrancá, carajo!

El grito que Él pegó en su oreja la hizo reaccionar. Salió del estacionamiento mientras Él saltaba al asiento trasero y se acomodaba justo detrás de Ella, acomodando la pistola en su mano izquierda para encañonarla nuevamente en la cintura sin ser visto desde el exterior. Ella empezó a dar vueltas por Microcentro, intentando llamar la atención de alguno de los policías con sus ojos, pero ninguno se avivaba.

—¡Dejá de llorar, estúpida! —siseó Él—. ¿Te creés que no me doy cuenta lo que estás haciendo? Salí ya de la Nueve de Julio. Metete por adentro, encará para Barracas.

Ella afirmó con la cabeza, tragando saliva y conteniendo las ganas de llorar. Pensó en Alejo y en Libertad, si la hubiera esperado en la recepción del edificio para irse juntas la historia sería otra, o quizás las dos estarían sufriendo los desvaríos de la obsesión de Él. Rezó a ese Dios en el cual no creía y condujo hasta Barracas, esperando lo peor.

Y mientras Ella intentaba salir ilesa, pensando mil ideas locas como chocar el auto, arrojarse del vehículo en movimiento, o intentar desarmarlo y luchar dentro del auto, Libertad revisaba el estacionamiento intentando encontrar a su amiga. Le marcó a su celular para ver en dónde estaba, pero luego de varios tonos terminaba siempre en el buzón de voz. Quizás había ido a ver a Alejo a Obelisco Sur, y hacia allí se dirigió.

—¡Ey, Liv! —Alejo la saludó con una sonrisa y un beso en el cachete—. ¿Cómo estás?

—Bien... ¿Y Mar? ¿Estuvo acá con vos?

—No... ¿Por qué?

—Quedamos en irnos juntas, yo olvidé mi celular en su oficina y subí a buscarlo mientras ella sacaba el auto, pero fui al estacionamiento y no estaba ni ella ni su auto. Supuse que había pasado a verte. —Alejo cambió el semblante, sacó su celular y le marcó. Nada. Tono de llamada y buzón—. Ale, me estás asustando. ¿Dónde está Marilia?

—No sé, Liv. Tengo miedo de que el hijo de puta del cadete le haya hecho algo.

—Pero eso fue hace meses, el chabón desapareció —sopesó Libertad—. ¿Creés que haya vuelto? ¿Tan obsesivo puede ser?

—Ale... Los estaba escuchando y... La chica tiene razón, ese flaco no está bien de la cabeza.

—¿Qué sabés Clara? —acotó Alejo molesto, intentando callarla.

—La última vez que estuve con él, durante el sexo me decía Marilia. Y yo no entendía por qué, pero me perturbaba, dejé de verlo por ese motivo. ¿Marilia es tu novia? —Alejo afirmó con la cabeza—. Entonces está en peligro, Ale. Está armado y está loco. Está obsesionado con tu novia desde hace meses.

—No... No puede ser... —Alejo se pasaba las manos por la cabeza—. ¿Qué sabés? ¿Podés ayudarnos a encontrarla?

—No sé mucho más que eso, me alejé de él cuando lo vi armado y... Fue horrible, Ale.

Clara comenzó a llorar por los recuerdos, y Libertad se acercó a consolarla mientras Alejo llamaba a Matías para explicarle la situación y pedirle un refuerzo para no dejar la parada sola, de nuevo. Salieron del Metrobus y pararon un taxi.

—Llamá a tu marido y decile que se venga a mi casa. Si alguien nos puede ayudar es él.

Libertad accedió y lo llamó a Agustín, su marido era policía en la Federal, pero ya no se desempeñaba como oficial de calle, estaba a la cabeza de la superintendencia de seguridad, tenía los recursos suficientes para hallar el paradero de Ella. Veinte minutos después ya estaban en La Boca, y Agustín, que andaba por la zona, los esperaba en la puerta del domicilio, también preso de la preocupación.

—Pensá bien, ¿no tenés una mínima idea de a dónde la pudo haber llevado? ¿Dónde tenían ustedes los encuentros? —Agustín interrogaba a Clara, quien temblaba como una hoja y negaba repetidamente con la cabeza.

—No sé... Íbamos a algún hotel por Constitución, pero no creo que estén ahí. En su casa tampoco creo que esté, él vive con su hermano, tampoco es lugar para retenerla ahí, a menos que sea cómplice.

—¿Sabés la dirección? No perdemos nada con ir —intervino Alejo.

—No... Nunca me dijo, sólo sé que vive en Avellaneda, nada más. Tampoco tengo su teléfono, lo borré cuando dejé de hablarle aquella vez.

—Mierda, no tenemos nada... Esperemos un poco, quizás fue a algún lado, una emergencia familiar, quien sabe —sugirió Agustín—. Podemos preguntar en los hospitales mientras esperamos.

Libertad y Agustín se encargaron de llamar a los hospitales de la ciudad, mientras Clara intentaba tranquilizarlo a Alejo. Cayó la noche y no tenían ningún dato concreto, las horas pasaban y la desesperación aumentaba.

Desesperación que Ella tenía multiplicada. Él la obligó a estacionar al costado de la vieja fábrica abandonada de Alpargatas, en el límite entre La Boca y Barracas. Llevaba casi dos horas sintiendo la presión del cañón en su cintura, y su cuello humedecido por los besos que Él le daba, intercalando lengüetazos con mordidas sutiles. Sus ojos ya ardían del llanto, y no podía apartar de su cabeza la canción Every Breath You Take, que Él cantaba en perfecto inglés una y otra vez.

—¿Hasta cuándo me vas a tener así? —suplicó con voz temblorosa—. Si me vas a matar, hacelo ya.

—No, corazón. No quiero matarte, si podemos pasarla bien... Estás ansiosa, ¿no? Yo también, ya quiero ver lo que tenés para mí, además tengo que limpiarte la grasa de colectivo del cuerpo. —Él le acarició la cintura, y fue subiendo hasta colar la mano por la abertura de su camisa, desabrochando algunos botones más—. Ya oscureció bastante, son casi las nueve. Vamos yendo, esperame acá y no hagas ninguna boludez porque no me va a temblar el pulso para disparar.

Con destreza, volvió a sentarse en el asiento del acompañante, dado que se trataba de un modelo tres puertas, y tomó las llaves para evitar que saliera a toda velocidad. Descendió del auto con total impunidad, empujó la puerta que había violentado el día anterior y volvió a buscarla. La tomó del brazo y la arrastró al interior de la fábrica abandonada.

Junto a la puerta, había dejado unas sogas que utilizó para maniatarla. Luego de ajustar bien sus tobillos y muñecas, colocó un sucio trapo en su boca antes de taparla con cinta. Terminado el trabajo, la cargó en su hombro cual bolsa de cemento y la llevó al lugar más recóndito del edificio, en donde previamente se había asegurado de que ningún transeúnte escuche los gritos provenientes de interior.

—Llegamos, corazón —anunció mientras la bajaba de su hombro—. ¿Te gusta lo que preparé? Quiero que sea una noche especial.

Ella miró horrorizada el entorno con la poca luz que se filtraba de la calle, controlando la respiración para no vomitar por el hedor del lugar. Un colchón sucio, seguramente perteneciente a algún vagabundo, y una luz de emergencia puesta estratégicamente por Él. La tomó del codo y la arrastró hasta el colchón, la arrojó con violencia, provocando que cayera de espaldas sobre él. Gimió del asco al sentir el colchón húmedo, y comenzó a toser como pudo por el trapo que tapaba su boca. Él encendió la luz de emergencia y se acercó a asistirla, quitando la cinta y removiendo el trapo. Ella tosió hasta vomitar algo de flema junto al colchón.

—Ey, tranquila. Relajáte.

—¡¿Cómo querés que me relaje en este lugar de mierda?! ¿Qué me vas a hacer? Ya te lo dije, ¡matame de una puta vez!

—Si cooperás no te voy a matar, esa no es la idea.

Él acercó su boca a la de Ella intentando besarla, pero se resistía presionando sus labios, así que con la mano que no sostenía la pistola presionó su nariz, cortando su respiración. Cuando abrió la boca para inhalar oxígeno, Él la besó con furia mientras se recostaba encima de Ella, que se retorcía en vano, él le ganaba en corpulencia. Lo que no se esperaba era que le mordiera el labio, ocasinándole un profundo corte que no tardó en inundar su boca con el sabor metálico de la sangre.

—¡¿Qué hacés, pelotuda?! —Él se reincorporó al sentir la mordida, y la golpeó con la pistola en la cara, provocándole un corte en la ceja—. Querés que sea por las malas, ¿eh? ¿Así jugás con el imbécil del inspector?

Volvió a golpearla con la mano abierta, lo que provocó que desparramara por su rostro la sangre que manaba de la abertura de su ceja. Acto seguido, abrió su camisa de un tirón y pasó su mano llena de sangre por el torso desnudo de Ella. Agachó la cabeza y comenzó a pasar su lengua en una línea recta que iba desde su ombligo hasta llegar a la base del corpiño.

—Esto me molesta. —Metió la mano debajo del colchón y sacó una cuchilla de carnicero. Colocó el filo entre la prenda y el pecho de Ella, que subía y bajaba estrepitosamente por su respiración acelerada, y tiró para arriba, cortando el corpiño en dos y dejando un leve corte entre los pechos—. Así está mejor.

Sin quitarle el corpiño, siguió su camino hasta llegar a su cuello, donde dejó húmedos besos y lengüetazos que le supieron salados por las lágrimas de la chica. Volvió hasta su estómago y comenzó a lamer la sangre seca, degustándola como si fuera un cono de helado.

—Hay que limpiarte de las manos sucias del colectivero.

Acarició sus pechos con una mano, mientras con la otra apoyaba la punta del cuchillo en su cuello. Comenzaba a sentir una presión en sus pantalones, como pudo friccionó su masculinidad contra su monte de venus, excitado por los gritos desgarradores de Ella.

—¡Enfermo de mierda! ¡Ya matame de una puta vez! —gritó entre llantos.

—Shh... Tranquila, corazón. La noche es joven, todavía falta la cena. Esto es solo un entremés, ¿así no hacías con el colectivero todos los mediodías? Bien que por él te dejabas manosear antes del almuerzo. ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué tiene él que no tenga yo? ¡Decime qué mierda le viste a ese mugriento! —Terminó su soliloquio con un grito que provocó que Ella cerrara los ojos y corriera la cabeza.

—¿Querés saber qué le vi? —le devolvió el grito—. Alejo me ama desde hace más de diez años, y renunció a mí, a hablarme, porque creía que no iba a ser correspondido. Algo que tu enferma cabecita no entiende. Veo soy la primera que te dice que no, ¿y sabés qué? ¡No! ¡No! ¡Y no! Me das asco.

Él volvió a golpearla con la mano abierta, con más violencia. La tomó del cabello y se puso de pie, provocando que Ella se reincorporara con dificultad, la acostó boca abajo, se sentó a horcajadas de ella y levanto su camisa hasta el cuello. Con la punta del cuchillo dibujó entre sus omóplatos la inicial de su nombre, una «N».

—Espero que te guste el tatuaje que acabo de hacerte. —Tomó su celular del bolsillo, sacó una foto y se la enseñó—. El colectivero podrá tocarte, pero a mí me vas a llevar tatuado de por vida. —Volvió a remarcar la «N» con más profundidad, provocando chillidos de dolor en Ella—. Voy por la cena, ya vuelvo, corazón.

Él se levantó mientras guardaba su teléfono en el bolsillo, sin darse cuenta de que el aparato no entró en el pantalón, sino que siguió de largo y cayó sobre el colchón. Al no sentir el ruido, Él no se dio cuenta de que su celular se había caído. Se alejó sin mirar atrás mientras Ella lloraba de la impotencia por no poder manipular el aparato táctil para pedir ayuda.

—El teléfono... —lloró.

—¡El teléfono! —gritó Libertad, provocando la mirada de todos en la vivienda de Alejo—. ¿Cómo no se me ocurrió antes? Yo sé las contraseñas de Marilia, y si su teléfono suena es porque no está apagado. ¡Podemos rastrearla con una computadora!

—El problema es que yo no tengo computadora. Marilia tiene su laptop, pero la lleva siempre con ella —se lamentó Alejo—. ¡Esperen! Déjenme llamar a un amigo.

Alejo tomó su teléfono y llamó a Rodrigo, él como administrador de bases de datos de seguro tendría los conocimientos suficientes para rastrearla y lo más importante, una computadora para realizar la acción. Rodrigo acudió con Germán lo más rápido que pudo a la vivienda y efectivamente encontraron la ubicación de Ella, la vieja y abandonada fábrica de Alpargatas.

Alejo condujo como un demente hasta Barracas, en compañía de Agustín y de Clara. Libertad se había quedado en su casa junto con la parejita de chicos, aguardando por noticias. Alejo rodeó la fábrica hasta que vio el auto de Ella estacionado sobre Olavarría, al costado de la fábrica y justo frente a una puerta.

—Dejame a mí. —Agustín desenfundó su arma y empujó la puerta con violencia—. ¡Policía!

Nadie respondió el grito, los tres entraron con cautela, con Agustín a la cabeza y mirando hacia todos lados mientras apuntaba con su arma. Agudizaron sus sentidos y se dispersaron levemente.

—Veo una luz —exclamó Clara—. ¡Por allá!

Los hombres la siguieron, y al llegar se paralizaron con la escena. Ella tendida boca abajo sobre el colchón, luchando por reincorporarse, sucia, despeinada, y con la camisa color hueso teñida por una gran mancha de sangre en la espalda. Alejo corrió hasta ella mientras Agustín informaba a sus colegas del hallazgo y le pedía a Clara la descripción física de Él para dar aviso a las unidades.

—Alejo —lloró al verlo correr hacia ella—. Sacáme de acá, me quiero ir.

—Ya... Ya estoy acá, corazón. —Alejo acomodó su cabello mientras la besaba con desesperación—. Vamos a salir de esta y nos vamos a casar, ¿sí? Va a ser un mal recuerdo para contarle a nuestros nietos —trató de darle ánimos mientras quitaba la soga de sus tobillos, y cuando fue a desatar sus manos se horrorizó al ver lo que había en su espalda bajo la mancha de sangre—. ¿Cómo pudo hacerte esto? —contuvo un llanto.

Alejo la ayudó a reincorporarse, terminó de arrancar el corpiño ya desgarrado y le cerró la camisa como pudo, dado que la mayoría de los botones habían volado cuando Él se la arrancó. Estaban listos para irse cuando escucharon pasos y se paralizaron. Agustín se puso en alerta, apuntando al vacío con su pistola, pero el lugar era inmenso y Él supo cambiar el rumbo para sorprenderlos a ellos.

—¿Por qué no me dijiste que traías amigos? Si sabía compraba más comida —esbozó con ironía mientras lo apuntaba a Alejo con su arma. Agustín se volteó al escuchar su voz y se identificó.

—¡Policía Federal! Manos a la cabeza y bajá el arma —anunció mientras lo apuntaba por la espalda.

—Y yo que te había limpiado la grasa de colectivo... Por lo que veo te volviste a ensuciar, voy a tener que limpiarte otra vez con mi lengua.

—A mi mujer no le vas a poner un dedo más encima, enfermo de mierda —siseó Alejo.

—¡No es tu mujer! —gritó Él—. ¡No es de tu propiedad!

—¡Sí! ¡Soy su mujer te guste o no! —intervino Ella—. Soy su mujer desde el momento que me entregué a él, que lo metí a mi cama y lo dejé que me hiciera lo que quisiera. Él sí me puede tocar, él es el único que goza con mi cuerpo, que puede tenerme desnuda en su cama las veces que quiera. ¡Él es todo lo que nunca vas a poder ser conmigo!

—Iba a matarlos a los dos, pero me resultaron tan tiernos que voy a dejar vivo a uno solo, para que el otro sufra. ¿A quién mando al infierno?

Matalos a los dos, no valen la pena. Dispará, apretá el puto gatillo.

—¡Bajá el arma o disparo yo! —insistió Agustín.

Y todo sucedió en un segundo. Él apretó el gatillo en dirección a Alejo, pero Clara le había leído las intenciones. Sabía que lo elegiría a él por el odio que le tenía desde que se había obsesionado con Ella. Clara se interpuso delante de Alejo, recibiendo uno de los dos disparos que hicieron eco dentro de la vieja fábrica. Clara cayó desplomada en los brazos de Alejo con un tiro en el pecho, mientras Él caía de frente, producto del disparo que le propinó Agustín por la espalda.

—Clara... —Alejo se arrodilló con su desfallecido cuerpo—. ¿Por qué hiciste eso?

—Porque todavía te amo... Y porque mi vida no vale nada, merecés ser feliz con ella.

Y dejó de respirar. Alejo lloró de los nervios, de alivio al saber que todo había terminado. Ella corrió a abrazarse con Agustín, que ya había comprobado el deceso de Él, mientras de fondo se escuchaban las sirenas de las patrullas y la ambulancia que había solicitado por radio.

Fue una larga noche entre médicos y peritos policiales, declaraciones, y el revival de una historia más que traumática para Ella, quien a pesar de todo respiraba aliviada porque todo había terminado. Libertad, Rodrigo y Germán los alcanzaron en el hospital Argerich, preocupados y a la vez aliviados porque pudieron impedir lo peor. Aguardaban el parte médico en la sala de espera.

—Marilia está bien, salvo los cortes de la espalda solamente sufrió heridas superficiales —informó el médico—. Se va a recuperar pronto. Y para que se queden tranquilos, se constató que no hubo acceso carnal.

—¿Puedo pasar a verla? —solicitó Alejo.

—Claro, de a uno y en calma pueden verla.

Alejo corrió hasta su habitación. Sonrió al verla, a pesar de notar sus lastimaduras y los moretones de su rostro. Se acercó a Ella, quien tampoco podía borrar la sonrisa al verlo entrar. Dejó un casto beso en sus labios y tomó su mano.

—Eso es lo que más me gusta de vos, que sos una mujer fuerte. Pudiste vivir diez años con el dolor de mi indiferencia, y ahora que me tenés te aguantaste toda esa tortura por seguir a mi lado.

—Espero que tu propuesta en la fábrica siga en pie, porque es un sí. Vamos a darle el gusto al psicópata, quiero ser tu mujer con todas las de la ley.

—Nada me haría más feliz en el mundo que hacerte mi esposa. Yo también te perdí siete veces, diez años, y siete veces más. Y no quiero volver a perderte nunca más.

Días después, Ella recibió el alta y volvió a su casa. Lo ocurrido en Alpargatas todavía retumbaba en los policiales de los noticieros, no solo por el secuestro de Ella sino también por la muerte de Clara. Alejo asistió a su entierro y acompañó en el desconsuelo a su madre, quien además de perder una hija también había perdido una amiga.

El amor obsesivo nunca termina bien, mata lentamente a quien lo sufre, solo que en este caso se cobró dos vidas. Todos aprendieron la lección. Si lo amás pero no te ama, soltalo para que sea feliz. Porque la felicidad radica en ver feliz a quien uno ama. Como hizo Clara, que no solo soltó a Alejo, sino que dio su vida para que pudiera alcanzar la felicidad que ella nunca pudo tener con él.

Y sí. Él se fue al infierno sin saber qué tenía que ver Germán con Alejo.

Intenso, ¿no? Este capítulo fue un poco miti-miti, entre querer hacer sufrir a Alejo por amor, en el sentido de que experimente el miedo a perder a la persona amada, cosa que nunca hizo a lo largo de todo el libro, y la sed de sangre de mi amigo JoeResch.

Quise incursionar en el lado sangriento, y no me extendí más en la escena del secuestro porque ya estaba llegando al límite de extensión del capítulo. Quizás a futuro saque un spin-off en formato novela corta, desde el punto de vista de Él, y narrado íntegramente por Él en primera persona. Lo tengo a modo de idea futura, muy futura. Pero que lo voy a hacer, lo voy a hacer.

Ahora. Si leyeron este adelanto, ya saben quién es. Y a los que no ¿Quién es Él? Ella no tiene, intentó que sea Marilia, pero obviamente no pudo, porque ella ya tiene su él. Y mis perdones por el final de Clara, pero era necesario. Creí que le hacía falta algo de drama , más allá de la situación tensa de todo la historia. Creo que quedó bien. (?

Este capítulo, en su formato separado, fue destacado en Octubre de 2018 por el perfil WattpadRomanceES cuando destacaron romances en los que uno de los personajes estaba en peligro constante, con motivo de Halloween. Así que tiene su pequeño galardón en la hermosa portada que también hizo JoeResch.

Soundtrack:

No fue difícil elegir la canción emblema. The Police retrata perfectamente la posición de Él a lo largo de toda la historia, por eso también se coló en la narrativa.

Every Breath You Take – The Police
(Synchronicity – 1983)

Mientras editaba este capítulo, me acordé de esta canción. El propio James Blunt salió hace unos meses a decir que no es una canción romántica, sino todo lo contrario. Que es la historia de un psicópata que se obsesiona con una chica que ve en la calle. Como Él.

You're Beautiful – James Blunt

(Back To Bedlam – 2005)

Una joyita argenta, un clásico del rock nacional. El gran Charly García hablando de un amor obsesivo. "Pero si insisto, yo se muy bien, te conseguiré". Masomenos lo que Él intentó fallidamente a lo largo de toda la historia.

Cerca de La Revolución – Charly García
(Piano Bar – 1984)

Para cerrar, mis gracias inmensas a quien dediqué este capítulo. Quien me obsequió la tapa del adelanto a modo de sorpresa, quien me asesoró en varios aspectos de todo el libro como futuro abogado, quien fue en parte mi beta reader de la primera parte... El que me hace reír como desquiciada arriba del bondi en muchas idas y vueltas al trabajo, quien me regala su amistad día a día. Y quien es el encargado del arte de este libro, en los banners de capítulo y en la tapa definitiva, que ya pronto pondré. Joe, este capítulo es para vos, y prometo hacer la extensión de esta historia con más sangre y más sadismo. ¡Te quiero muchísimo amigo!

Es todo por esta semana. La que viene sí, va el que fue el primer adelanto, Almuerzo.

¡Nos vemos!

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