06. Desconocido (410)
—Quiero que sepan que estoy para lo que necesiten. Las cosas van a cambiar un poco acá, pero si hacen bien su laburo no tienen de qué preocuparse. Ahora, ¡a desayunar!
La última tanda de choferes se dispersó del playón de la terminal una vez culminada la pequeña reunión. Algunos directamente se subieron a sus colectivos, refunfuñando porque a qué persona en sus cabales se le ocurría hacer una reunión de personal a las seis de la mañana. Otros, pasaban por la mesa improvisada a llevarse una medialuna para el camino, y los más afortunados u optimistas se quedaron en el pequeño ágape hasta que llegara su turno de salir.
Y es que así era Él, excéntrico y sencillo al mismo tiempo. Había comprado dos tercios de una empresa de colectivos, casi se podría decir que era el dueño de toda la compañía. Tenía ese socio desconocido, el dueño del tercio restante, pero tenía pensado comprarle la parte faltante si veía que su inversión era rentable.
Él compró una empresa al borde de la quiebra, malos manejos financieros, empleados desmotivados, y un servicio de mierda. Tenía la convicción de que un poco de sangre joven podría encaminar la empresa, y hacia allí iba.
Sus nuevos empleados lo miraban con recelo, ¿qué hacía el chetito mirando los colectivos, como si de un caballo de polo se tratara? Examinaba los interiores, las carrocerías... Que alguien le diga a ese idiota que no está en el museo del Louvre, pensó más de uno.
—¿De quién es este? El 410. —Él señaló a sus espaldas la unidad más vieja de toda la formación.
—Es el mío, ¿por qué? —respondió Jaime, uno de los choferes más antiguos y experimentados.
—Porque ahora este es el mío, agarrate otro.
—Disculpe, pero hace años que manejo el mismo coche, no quiero cambiarlo, no me llevo bien con las carrocerías nuevas.
—Okey, si no querés manejar otro podés dejarme tu renuncia en administración. El 410 ahora es mío. —Él golpeó con fuerza la carrocería—. Y nadie más que yo lo va a manejar. ¿Les quedó claro?
Todos asintieron con la cabeza, acobardados y sorprendidos por su repentino cambio de humor. Jaime, que ya estaba en edad de retiro pero se resistía porque todavía se sentía útil y apto, decidió comenzar con los trámites de jubilación luego de esa contestación. No pensaba soportar la soberbia de un treintañero salido de una revista de chimentos, vestido con ropa por valor de su sueldo completo. Por más que sea el nietito único de un ex presidente, no estaba en edad para andar soportando berrinches de un nenito con plata.
Y sí, Él era el nieto de un ex presidente argentino. Tampoco es que su abuelo fue «el presidente», no. Su abuelo fue presidente interino, su mandato solo fue una figurita, un relleno de dos semanas para no dejar la nación acéfala. Su padre jamás se interesó en la política, tenía su propia empresa, una cadena de tiendas departamentales en la que Él era accionista y a veces modelo en los catálogos de ropa. Y cuando se quiso independizar y crear su propio imperio, supo el estado de esa línea de colectivos, vendió las acciones a su padre y a su abuelo para mantener la empresa en la familia, y apostó todo a ese pequeño pero gran emprendimiento.
Para Él, la línea era un juego. Se había llevado un administrador de la tienda departamental, que era quien hacía el verdadero trabajo de administración, mientras Él era la cara visible de la empresa ante sus empleados. El jefe de jefes, algo nunca visto entre los choferes de huesos amarillos. Los más jóvenes lo miraban con adulación, y trataban por todos los medios de caerle en gracia, de tenerlo de amigo más que de enemigo. Pero Él no era boludo, y supo elegir bien a quienes iban a ser sus mentores en la conducción de esos gigantes del asfalto. Porque Él también quería conducir, reparar, inspeccionar las frecuencias, y controlar los pasajeros. Si quería que la empresa se levantara del abismo en el que estaba inmersa, tenía que conocer bien el negocio. Y eso pensaba hacer.
Escogió a dos choferes, un gordito que no le había prestado atención durante su soliloquio de presentación, y un morochito que asentía a todo lo que éste le explicaba. Eso era lo que Él buscaba, sangre joven como él, que lo vieran como a un par y no se acercaran por puro interés.
—¿En que andan? —Él se unió a la conversación de ese par, con una pose desinteresada.
—Hoy es su primer día de trabajo, y le estaba explicando lo básico antes de llevármelo al recorrido.
—¡Genial! Voy con ustedes, yo también necesito aprender. —Apoyó sus manos en el hombro de los dos jóvenes— ¿Cómo se llaman?
—Yo soy Mariano, y él es Alejo.
—¡Bienvenido! Llegaste justo, vas a ver cómo entre todos levantamos esto. —Alejo tomó la mano que Él le ofrecía, algo perturbado—. Podés hablar, eh. No te voy a despedir en tu primer día.
Alejo sonrió con algo de timidez, mientras Mariano trataba de organizarse mentalmente para entrenar no sólo a dos personas a la vez, sino que uno de ellos era quien pondría la comida en su mesa todos los meses.
Pero no fue tan terrible como Mariano pensó. De hecho, Él le tomó un cariño especial a ese par, que en ningún momento le demostraron interés, y además eran como hermanos entre sí, cuñados también. Él aprendió el recorrido de su línea y los básicos de manejar un colectivo bajo la tutela de Mariano.
Y para cuando se sintió en confianza y a gusto, Alejo había cumplido los tres meses con éxito. Y salieron a festejar por cuenta y orden de la casa, ellos tres y Jorge, el inspector más chupamedias que tenía en su plantel, al que usaba a conveniencia y del cual se reía a sus espaldas con sus dos nuevos amigos.
Si era por Él, los hubiera llevado al boliche más exclusivo de la ciudad, pero no quería incomodar a Mariano y Alejo, a kilómetros se notaba que eran dos jóvenes sencillos. Así que se dejó llevar por la opción de Jorge, y fueron a un cabaret de Microcentro, donde según decía éste, cada noche se sorteaba un baile privado con Zehra, una morocha para el infarto. Jorge era habitué del lugar siempre que podía, pero nunca había ganado el tan ansiado premio.
Y maldijo el no haberlos llevado a su boliche preferido. Alejo se incomodó y se fue una vez terminado el baile de la morocha, algo le había sucedido en el transcurso de la tarde porque, aunque fuera algo reservado, esa noche estaba más ido que de costumbre. Mariano tomaba como un adolescente que recién descubre el alcohol, y Jorge había ganado su tan ansiado baile. Se sintió solo.
Por más que quisiera cubrirlo con un manto de excentricismo, sexo sin culpas con alguna que otra modelo, vedette o actriz, que en el peor de los casos al otro día trataba de negar con risitas un romance existente solo en su mente en el programa de chimentos de la tarde, Él se sentía solo.
Ninguna mujer lo había querido de verdad, por lo que era como persona, por sus valores, por su forma de ser. Facha no le faltaba, por algo era el modelo principal de la tienda departamental de su familia. Pero no hubo una sola mujer que no se acercara a Él desinteresadamente. Todas, desde las más conocidas hasta las más desconocidas, lo reconocían como el nieto de Romero, y alguna tajadita siempre sacaban. Un viajecito, un regalito de tres ceros como mínimo, ropa en toneladas, y mil superficialidades más, que lejos estaban de las necesidades de Él. Y es que todos sus romances terminaban de la misma manera.
Si realmente te intereso, no debería molestarte pasar unos días conmigo en Aguas Verdes, o ir a comer chatarra a un Mc Donald's.
Obviamente todo era «Claro... ¿Por qué no?». «No, mi cielo, claro que no me importa».
Y Él, ni corto ni perezoso, las ponía a prueba. Simulaba una salida vespertina por el Microcentro Porteño, una tarde de compras por Florida. Y cuando la chica de turno tenía la mano llena de bolsas y la panza vacía, Él se ofrecía a llevarla a su restaurante preferido.
Las caras de las mujeres cuando lo veían estacionando su costoso Nissan 350z en Plaza Constitución eran dignas de ser fotografiadas para una película de terror. Algunas se rehusaban a bajar del auto hasta que Él las sacara de esa zona tan poco glamorosa, otras se quedaban en la puerta de la imponente estación, rehusándose a entrar. Y las más corajudas, por lo general las desconocidas en ascenso, llegaron a sostener el pancho con lluvia de papas y atiborrado de mayonesa con sus dedos pulgar e índice antes de arrojarlo a la basura.
Es gracioso en el momento, pero a largo plazo y en un reiterado número de ocasiones es triste, y eso es lo que a Él le pesaba al momento de adquirir la línea. Quería un cambio, salir de su círculo político familiar, quería dejar de ser noticia en los programas de chimentos, alejar a los paparazzis.
Quería vivir como un laburante normal. Quería vivir. Quería amar.
Tomó a Mariano del brazo, al borde de la inconsciencia por el alcohol ingerido, y lo llevó a su casa. Al menos estaba su joven novia para recibirlo, y se extrañó de que la chica no se molestara por el estado en el que llegaba Mariano. Eso quería para Él, tener su propia Daiana que lo cuidara cuando Él lo necesitaba.
Obviamente, le dio el día siguiente libre, y aprovechó para dar su primera vuelta solo, cubrir a Mariano era la excusa perfecta para salir a jugar al chofer. El 410 ya estaba listo, durante esos tres meses lo había mandado a refaccionar. Chapa, pintura, sonido, algunos LED en el chasis, y un imperceptible alerón en la parte trasera. A pesar de que la descripción suena un poco fuerte, acariciando los límites del tuning grasa, el colectivo había quedado impecable; al tratarse de una unidad vieja, quien hizo el trabajo había resaltado y restaurado todos esos pequeños detalles propios del modelo. Pasó por administración, tomó una camisa reglamentaria y se subió a su interno, el 410.
Condujo sin prisas, a Él no lo apuraba el horario, y se divertía al ver la cara de sus inspectores cuando estacionaba y les ofrecía su planilla de control. Obviamente, más de un pasajero lo reconocía y se quedaba observándolo sin emitir sonido; es que era imposible que el nieto de un ex presidente manejara un colectivo, era irreal, y se quedaban admirando el falso parecido. Y al atrevido que le preguntaba si era Él, el nieto de Romero, le respondía un simple y covincente «ojalá lo fuera, no estaría acá sentado».
De regreso a la terminal, en la parada frente al Obelisco, se encontró con Zehra, la morocha de la noche anterior. Había abordado su colectivo para ir a la terminal en busca de Alejo, y se sorprendió por la timidez de la chica, teniendo en cuenta su trabajo. Pero lo que más lo desconcertó fue que Zehra no sabía quién era él, y al enterarse no transformó su actitud como todas las mujeres. Eso. Eso era lo que Él quería para sí mismo.
Pero Zehra no era para Él, a kilómetros se notaba su interés por Alejo, si hubiera sido otra de sus tantas interesadas se habría quedado arriba del colectivo, alegando cualquier excusa. Sin embargo, se bajó cuando Él le informó el horario de ingreso de su amigo.
Y se sintió vacío y frustrado. Él tenía todo y más de lo que cualquiera de los pasajeros que tenía arriba del colectivo hubiese deseado, pero se le hacía cuesta arriba encontrar una compañera de vida.
Iba por su segunda vuelta, y de nuevo, la morocha en Corrientes y Cerrito parando su colectivo. Pensó que al final era como todas, de seguro había investigado quién era y venía por la revancha. Pero se equivocó, Zehra tenía ojos verdes y un lunar sobre la comisura derecha de su boca. Ella era bastante parecida, algo más bajita, ojos cafés, y un piercing debajo de su labio. De su cuello colgaba una cadena de plata con un dije que rezaba su nombre, una voluminosa mochila colgaba de su espalda, y abrazaba algunos libros y cuadernos. Vestía un ambo médico blanco, de seguro era alguna estudiante de medicina recién salida de sus clases.
Ella sacó su boleto y se sostuvo como pudo de los primeros asientos, era la hora pico del mediodía, algunos minutos pasados de la una de la tarde, y su colectivo estaba a reventar. Y no lo dudó.
—¿Alguno que le ceda el asiento a la chica que viene cargada de la facultad?
Silencio. Nadie se daba por aludido. Recurrió a un método más drástico, haciendo uso y abuso de su autoridad, no sólo en la línea, también en el ministerio de transporte, dado que su abuelo era el actual ministro de transporte. De hecho, fue su abuelo quien le había comentado el peligro de quiebra de la línea, y quien lo asesoró en su inversión. Arrimó el colectivo al cordón de Cerrito y apagó el motor.
—Hasta que alguien no le ceda el asiento a la chica no seguimos.
—No es necesario, gracias —esbozó Ella con algo de vergüenza.
—No me importa, estás toda cargada, hasta que alguien no ceda su asiento no seguimos.
Los pasajeros comenzaron a fastidiarse, a Él poco le importó, siguió firme en su posición hasta que un joven ubicado en el tercer asiento se puso de pie y le cedió el lugar a Ella.
—¡Gracias, amigo! —agradeció saludándolo por el espejo retrovisor con un pulgar en alto.
Siguió su camino, su colectivo se iba vaciando paulatinamente, y Ella seguía sentada, repasando sus libros mientras estaba atenta al camino. Cuando estaba a un par de cuadras de la terminal en Avellaneda, una suave voz lo interrumpió.
—Parada, por favor.
Era Ella, la observó embobado, seguía sin reconocerlo o confundirlo. Casi se pasa de parada por perderse en la belleza de la chica, y si hubiese sido cualquier pasajero, la enviaba a descender por la puerta del fondo. Sin embargo, a Ella le abrió la puerta delantera sin chistar.
—Y gracias por lo de hoy, fue un lindo detalle.
Y bajó sin más, sin mirar atrás, reacomodando la mochila en su espalda. Los bocinazos lo trajeron de vuelta a la realidad, quiso cerrar la puerta pero ésta se trabó, algo impedía el cierre. Se acercó a inspeccionar, y se encontró con un pequeño libro de tapas marrones y hojas amarillentas. En su tapa dura se leía Agenda 2004, quitó el elástico que la mantenía cerrada y la abrió. Era la agenda de Ella, se le había caído al bajar apresurada por la timidez de agradecerle su gesto.
Bajó del colectivo y la buscó en la calle, nuevamente poco le importaron sus pasajeros. Trotó hasta la esquina, en la dirección que Ella había tomado, pero había desaparecido. Volvió a inspeccionar la agenda y allí estaban todos sus datos, direcciones y un teléfono. Sonrió. Había tenido suerte, volvería a verla.
De regreso en la terminal, estacionó el 410 y se dirigió hacia la administración, preguntó si alguien había llamado para reclamar una agenda perdida, pero le respondieron con una negativa. De seguro Ella todavía no había notado la pérdida.
Se quedó toda la tarde encerrado en la administración esperando su llamado, pero el teléfono sólo sonaba para consultar horarios o quejas varias. Mató el encierro revisando los informes de los inspectores, y Ella jamás llamó para preguntar por su agenda. Y no lo soportó más.
Había intentado respetar su privacidad, dejando que fuera Ella quien reclamara la agenda, pero el día ya se estaba acabando y no había tenido noticias de la chica. Le había gustado, y lo que era más importante, no lo había reconocido.
Tomó las llaves de su auto, la dichosa agenda, y se dirigió hacia la dirección que figuraba en la primera hoja. Podía haberla llamado, pero quería verla de nuevo, invitarla a tomar algo, y lo que más anhelaba: conocerse mutuamente con alguien. Ese era un sentimiento desconocido para Él, ya que nunca tuvo la posibilidad de darse a conocer porque sus relaciones anteriores ya sabían todo de él por los medios. Quería experimentar esa sensación.
Ella vivía cerca de una de sus paradas, en Paraguay y Cerrito, una casa antigua frente a la plaza Libertad, en pleno Microcentro Porteño. Era abril, el sol ya empezaba a ocultarse más temprano, pero todavía era de día cuando tocó el timbre y aguardó paciente por una respuesta, alrededor de las seis de la tarde.
Pero nadie respondió al llamado del timbre, aguardó unos cinco minutos antes de retirarse abatido. Se fue a su casa y se acostó a dormir entradas las ocho de la noche, el día había sido demasiado largo e intenso, y todavía sentía los espasmos de la noche anterior en el club.
Despertó doce horas después, renovado y algo angustiado; esa agenda le quemaba, quería devolverla porque quería volver a verla. Llamó a la línea para consultar si habían reclamado la agenda, pero nuevamente recibió una negativa como respuesta. Quizás si iba a esa hora de la mañana la encontraría en su casa, antes de irse a su trabajo o a estudiar. Lo intentó.
Volvió a la dirección del día anterior, tocó timbre y aguardo. Y sus ilusiones comenzaron a disolverse cuando un hombre de su edad bajó en cueros, abrió la puerta y lo observó confundido.
—¡Hola! Buscaba a...
—¡Uy! La agenda de mi hermana. —El joven no lo dejó hablar, y se alivió al saber que era su hermano y no su pareja—. Gracias por la molestia, ¿la perdió en tu colectivo?
Y cuando extendió la mano para tomar la agenda, Él recordó que no reparó en el pequeño detalle de copiar su celular. Si le entregaba la agenda a su hermano no volvería a verla. Se aferró fuertemente al pequeño libro y lo alejó de la mano extendida del muchacho.
—Sí, ayer al mediodía, se le cayó cuando bajó. ¿Ella no está?
—Fue a estudiar a casa de una amiga y se quedó a dormir con ella. ¿Por qué?
—Me gustaría dársela personalmente, si no te molesta.
El joven comenzó a cambiar su actitud, se tensó y borró levemente su amable sonrisa.
—Va a ser difícil eso, ella no está casi nunca acá, apenas viene a dormir, vive en el banco y en la facultad.
—Bueno... Veré la manera de encontrarla entonces. Gracias, y disculpá la molestia.
Él comenzó a alejarse en dirección a su auto, pero fue detenido por el grito del joven.
—¡Oiga! Se lleva la agenda de mi hermana.
—Lo sé —dijo desinteresadamente mientras destrababa las puertas de su auto con el control remoto—. Como te dije, ya veré la manera de contactarla, ahora la llamo a su celular y acuerdo un punto de entrega.
El joven lo miró incrédulo e irritado, Él no le inspiraba confianza, su camisa reglamentaria no concordaba con el Nissan deportivo al que se estaba subiendo. Y ahí lo reconoció.
—Usted es el nieto de Romero, ¿no?
—El mismo. Como verás, la línea es mía, no es mi responsabilidad conducir, tengo todo el tiempo del mundo para esperar a tu hermana. No te quito más tiempo, un placer.
Y se subió a su auto, dejando al joven con la palabra en la boca y más cabreado que nunca. Quiso llamar a su hermana para decirle que un loco la andaba rastreando, pero no pudo comunicarse con Ella, de seguro de nuevo había olvidado cargar su teléfono.
Mientras tanto, Él volvió a consultar la agenda en busca de más datos, su hermano había mencionado un banco, y en efecto, entre sus hojas encontró una tarjeta personal con su nombre. Era oficial de ventas en un banco del sector privado en Diagonal Norte, a pocas cuadras de su casa. Consultó su reloj, y vio que faltaba poco menos de media hora para que el banco abriera sus puertas, y hacia allí se dirigió.
Hizo la fila fuera del establecimiento como cualquier mortal, y cuando se hicieron las diez, la gente comenzó a entrar como si allí regalaran billetes. Estaba cerca de volver a verla, y sus ansias se habían multiplicado, tanto que la espera de cinco personas se le hizo eterna. Él la buscó con la mirada, pero no la encontró, seguro estaba en alguno de los boxes aguardando por sus primeros clientes del día.
Se anunció alegando estar interesado en un préstamo, y usó la tarjeta de Ella para fingir que ya había sido atendiendo con anterioridad, así se evitaría el riesgo de ser atendido por otro oficial de ventas. Le tomaron los datos y le pidieron que aguardara hasta ser llamado por su nombre.
Media hora después escuchó una dulce vocecita pronunciado su nombre, y se paró como si el asiento tuviera un resorte. Entró a su cubículo, al fin la veía de nuevo.
—Buen día.
—Buen día. —Él respondió a su saludo mientras tomaba asiento frente a Ella.
—Yo a usted lo conozco, me llevó ayer a la casa de mi amiga, frenó el colectivo hasta que me cedieran un asiento. Y esa es mi agenda.
—Sí, vine a devolvértela. Ayer fui a tu casa pero no había nadie, pasé en la mañana y me atendió tu hermano.
—Con razón tenía tantas llamadas perdidas de Agustín. —Ella hablo para sí misma mientras revisaba su celular—. Pero se la hubieras dejado a él, no era necesario que te molestaras en venir hasta acá. De seguro ahora tenés que trabajar, y no quiero causarte más molestias, ya suficiente con lo que hiciste por mí ayer.
Él sonrió. Por suerte, su hermano no había podido comunicarse con Ella, de otro modo, de seguro le habría dicho que el nieto de Romero la andaba buscando, y habría perdido la magia de ser el desconocido. Porque Ella seguía sin reconocerlo.
—No es molestia, además quería verte de nuevo, dártela personalmente.
Ella se incomodó un poco por su rápido y sincero cortejo. Estaba anegada al amor desde que su novio había fallecido en un accidente automovilístico, todavía se incomodaba cuando un hombre la cortejaba, sentía que en cierto modo estaba engañando al muchacho.
—Bueno... —Ella no sabía cómo reaccionar—. Gracias por tomarte el tiempo de localizarme para devolverme mi agenda.
Extendió su mano para tomar la agenda, pero Él no hizo amargue de entregársela. No se iría de ahí sin una primera cita.
—Todavía no te la devolví —sonrió—. Vas a tener que pagar un pequeño rescate por ella.
—Se trata de dinero, ¿no? ¿Cuánto querés?
—¿Tengo cara de extorsionador? Que mal concepto que tenés de los obreros que no estamos detrás de un escritorio. —El rostro de Ella se sonrojó al pensar que lo había ofendido con sus palabras, sin embargó, Él estaba feliz de no ser reconocido—. No quiero plata, quiero que salgas conmigo esta noche.
—Me halaga, pero no. No me parece apropiado, usted es un completo desconocido para mí. Además tengo exámenes que rendir en la facultad, no tengo tiempo para salir.
—Que pena, porque tu agenda se va a quedar conmigo hasta que podamos ir a cenar.
Se clavaron la mirada por algunos segundos, Ella lo pensó muy bien, quería su agenda de vuelta y Él no parecía ceder con facilidad. Lo analizó con su mirada, intentando descifrar su actitud, era bastante atractivo y simpático, y para qué negarlo. El día anterior, luego de bajar de su colectivo, ese gesto que tuvo para con Ella la había asaltado en varias ocasiones. Sonrió por inercia.
—Si podés cargar con el remordimiento de hacerme faltar a mis clases, te espero esta noche en mi casa a las nueve.
—¡Genial! Te va a encantar, ya hago una reserva, es el mejor restaurante de Buenos Aires, y el más exclusivo.
—¿A dónde me vas a llevar? Tampoco quiero que te gastes un sueldo sólo por complacerme.
Ella no dejaba de mirar su camisa reglamentaria, seguía sin reconocerlo, era perfecta para Él.
—Si me vas a regalar una noche, quiero que sea la mejor de tu vida. —Dicho esto, Él se dispuso a salir cuando Ella lo detuvo.
—¡Espere! Se lleva mi agenda de nuevo.
—Si nos vamos a ver esta noche, ¿para qué dártela ahora? Es mi garantía.
Y se fue, dejándola con la palabra en la boca. Lo había conseguido, tendría su cita con la chica de la agenda.
Cuando faltaba una hora para la cita, Ella volvió a su casa con prisas, había tomado curso de una sola materia para no atrasarse tanto con sus exámenes encima. Su hermano Agustín se sorprendió al verla llegar apurada por internarse en la ducha, y más lo sorprendió el hecho de ver a su hermana enfundada en un vestido.
—¿A dónde vas tan empilchada?
—Es el precio que tengo que pagar para recuperar mi agenda —explicó mientras se maquillaba levemente.
—¿Vas a salir con el nieto de Romero?
—¿Con el nieto de quién?
Y como respuesta, escuchó un auto con la música al palo y el rugido de un motor potente. Ella se asomó por el balcón de su habitación, seguida de su hermano, quien no estaba nada contento con la cita de su hermana.
—El ex presidente Rubén Romero, el del mandato de los quince días. Este bobo es el nieto, ¿te crees que a un chofer le alcanza para tener semejante máquina?
Ella comprendió todo en ese mismo instante, y se sintió estúpida por no reconocerlo. Lo había visto un par de veces en las revistas chimenteras que compraba Romina, su mejor amiga. De hecho, la chica compraba esas revistas por Él, era su amor platónico, y en ese momento quien tenía la posibilidad de conocerlo era Ella. Al menos se sintió a salvo, no era tan desconocido después de todo.
Él la llevó a cenar a un bonito restaurante en Puerto Madero, con vistas al Puente de la Mujer. Ella estaba deslumbrada y desconfiada al mismo tiempo. Él podía tener a quien quisiera, y sin embargo había insistido en salir con Ella, tomando de rehén a su pobre agenda. Las palabras de su hermano le retumbaban en la cabeza, tenía miedo de salir lastimada porque Él estaba haciendo las cosas bien, pero su historial lo desacreditaba. Temía ser el nuevo juguete del nenito con plata.
—No me dijiste que tu abuelo es el ex presidente Romero —reclamó Ella, cuando Él menos lo esperaba.
—¿Hubiese cambiado en algo tu actitud conmigo?
—Sí. Si me lo hubieras dicho desde un principio no habría aceptado tu invitación.
Ella rio, y Él respiró aliviado. Ella era exactamente lo que él buscaba, alguien a quien poco le importaba su estatus social. A cada minuto que pasaba, Él quedaba más y más cautivado por Ella.
—¿Por qué? ¿Qué tengo de malo? Sacando, por supuesto, que vivo con paparazzis alrededor mío.
—Es que... Somos muy distintos, venimos de mundos distintos. Yo... —Ella jugaba con un trozo de carne en su plato, empapándolo en salsa mientras juntaba valor para continuar—. Veo tus intenciones, y no sé si estoy lista para conocer a alguien nuevo.
Él la tomó de la mano que descansaba sobre la mesa, y la acarició con su pulgar. Ella se tensó, pensó en quitar su mano, pero una sensación agradable la obligó a permanecer en esa pose. Ya no era tan desconocido, y eso era lo que más la inquietaba, no quería volver a sufrir.
—No sé qué habrá hecho el último idiota que te lastimó, pero no somos todos iguales. Quiero conocerte y que me conozcas, el tiempo dirá.
Ella deshizo el agarre de un tirón, sin saberlo Él había tocado su fibra sensible, y Ella se sintió sucia nuevamente.
—Mi novio murió en un accidente de tránsito, no me dejó porque sí. En el auto también iban mis padres, los perdí a los tres ese mismo día, sólo me quedó Agustín. Y tampoco sé por cuánto tiempo va a estar conmigo. Es policía, y cada día que va a trabajar temo lo peor.
Él enmudeció, la había cagado en grande. Arrimó su silla junto a Ella cuando vio que sus ojos comenzaron a enrojecerse, la abrazó por los hombros y la atrajo contra sí, Ella aceptó el gesto y derramó algunas lágrimas.
—No sabía, de verdad. Perdoname, solo quise ser encantador y ya ves, siempre la cago. Así soy yo, por eso quiero encauzarme. Dejame entrar en tu vida, vamos de a poco, despacio.
—No... No sé... Tengo miedo... —Ella se desenredó del abrazo y limpió los restos de lágrimas de su rostro.
—¿Miedo a qué? Apenas te conozco y ya sé que sos lo que siempre quise para mí. Sabés quien soy, y lo único que te importa es no salir lastimada. Todas mis relaciones siempre fueron por interés, el lastimado siempre fui yo.
—Tampoco empezamos bien, me mentiste. —Ella sonrió—. Creí que eras un chofer amable y nada más, aunque no entiendo qué hace el nieto de un ex presidente manejando un colectivo.
—No te mentí, soy chofer. Chofer, inspector, mantenimiento de unidades, administración. Soy el dueño de una parte de la empresa, es sólo que a veces me aburro y me pongo a trabajar con mis empleados.
Luego de que ambos se sinceraron, la noche fue más distendida. Después de la cena, caminaron por Puerto Madero mientras comenzaban a conocerse mutuamente. Él supo que Ella, en efecto, estudiaba medicina, pero veterinaria. Y Ella se permitió reír cuando Él le contaba las anécdotas de Constitución, cuando llevaba a sus parejas a la prueba de fuego.
—¡Qué estupidez! —Ella reía con ganas mientras se tomaba la cara—. Las veces que habré comido de apuro en Constitución yendo a ver a Romi en tren... ¡Y acá estoy! Okey, admito que es poco higiénico, pero es rico y barato.
Él se derritió ante ese comentario, pero se contuvo. Si hubiese sido por Él, la besaba en ese mismo instante, pero quería hacer las cosas bien. Era Ella, no tenía dudas.
Así siguieron algunas horas más, eran cerca de la una de la mañana cuando Él la dejó en la puerta de su casa. Habían pegado onda, pero Él tenía miedo de no volver a verla por su comentario desubicado en la cena.
—Ya recuperaste tu agenda, ¿voy a volver a verte? —indagó Él, con algo de miedo.
—Es difícil... No tengo tiempo ni siquiera para mí, menos tiempo tengo para amistades. La facultad y el banco me consumen mucho tiempo, y lo poco que me queda es para descansar. —Ambos hicieron silencio—. Gracias por todo, la pasé muy bien.
—Este es el momento en que nos miramos, y nos acercamos de a poco para besarnos. Pero como somos amigos...
Él extendió su mano para saludarla, Ella tomó la mano que él ofrecía, tiró con suavidad y le dio un tierno y ruidoso beso en la mejilla.
—Y ya me olvidaba...
Él abrió la guantera del auto y le entregó su agenda. Un trato era un trato, y ya era hora de devolverle el dichoso librito. Ella lo tomó con nostalgia, sabía que Él había cumplido su promesa, que se había comportado como todo un caballero, y tener la agenda en su poder era la posibilidad de cortar toda relación con ese desconocido. Desconocido que la había hecho olvidar por unas horas a Sebastián, su difunto Él.
Ella descendió del auto y se quedó en la puerta hasta que Él arrancó y dobló en la esquina, sonrió abrazada a la agenda, y al bajar la vista notó que un pequeño cartón sobresalía entre las hojas. La abrió y se encontró con la tarjeta de presentación de Él, marcando la semana en curso, y en el domingo había una anotación que claramente no era de ella.
Aunque mañana tengo parcial y mucho que estudiar, al mediodía almuerzo con Cachorro.
Sonrió ante la ocurrencia de Él, de algún modo le agradaba que fuera tan atento y perseverante. Era verdad, tenía mucho para estudiar, no podía perder el tiempo. Él lo sabía, y por eso le dio la chance de cancelar el compromiso al dejar su tarjeta dentro de la agenda. La tranquilizaba saber que no le había mentido respecto a sus intenciones serias, pero la vez le inquietaba aquello mismo que la tranquilizaba, porque eso significaba que estaba interesada en Él. Su mente era un mar revuelto de ideas cuando se fue a dormir esa noche, con la agenda en su regazo.
Al día siguiente la despertó su hermano, el muchacho sabía que su hermana tenía que estudiar para sus exámenes, y además quería saber qué tal le había ido en la operación de rescate de su agenda. Ella minimizó la salida, pero Agustín volvió a ver ese brillo en los ojos de su hermana, después de tantos años de ocurrido aquel penoso accidente. Por más que Ella intentara mentir y mentirse a sí misma, era claro que Él había logrado abrir esa parte de su corazón que estaba clausurada. Y aunque Agustín no estaba de acuerdo, prometió apoyarla en lo que Ella decidiera. Eso sí, le pidió paciencia para aceptarlo, porque Él no era santo de su devoción.
Eso le dio a Ella rienda suelta para aceptar la invitación del domingo, por ende, no canceló la salida y estudió a contrarreloj para poder llegar a rendir sus exámenes.
Llegó el domingo, los hermanos desayunaban tranquilamente en el balcón de la habitación de Ella, que repasaba sus apuntes mientras Agustín leía el diario. Y nuevamente la misma secuencia musical, pero esta vez era el colectivo. Él pasó a buscarla en el 410.
—¿Es en serio esto? —espetó Agustín molesto—. ¿En el colectivo viene a buscarte? Y yo que creía que era un nenito rico y fino, alto grasa resultó este pancho.
—¡Agustín! —lo recriminó Ella mientras buscaba qué ponerse—. ¡Anoche dijiste que ibas a bancarme en lo que decidiera!
—Bajo y le digo que te espere.
—Tratá de ser amable con él, no le hagas saber que lo odiás.
—No es necesario, ya lo sabe. —Agustín sonrió y abandonó la habitación, dejándola estupefacta por su respuesta.
Él esperaba paciente dentro del colectivo. Nunca habían acordado una hora de encuentro, y como Ella no lo había contactado para cancelar, decidió pasar a buscarla para que lo acompañe a hacer el recorrido. Uno de sus choferes estaba demorado y otros dos estaban enfermos, así que aprovechó la oportunidad de probarla. Quería ver su reacción cuando lo viera en el 410 en lugar de su deportivo japonés.
Pero quien venía bajando las escaleras era el simpático de su hermano, vestido con su uniforme policial era más intimidante, aun así, a Él poco le importó. Su abuelo tenía más poder que el uniforme que el joven vestía.
—Llegó la ley... —bromeó irónico ante el uniforme policial de Agustín—. Juro que yo no fui oficial, yo no le robé el corazón a su hermana, fue ella quien me lo robó a mí.
—Ya viene, se está terminando de preparar.
—No es necesario que se arregle tanto, es hermosa de todos modos.
—¿Quiere dejar de decir pavadas? Y baje el volumen de esa cosa, este es un barrio residencial. Si no fuera porque todavía no estoy en servicio lo detendría por escándalo en la vía pública.
—¿Por qué la agresión? —expresó Él en tono relajado—. ¿Acaso este país no ha aprendido de represión policial luego de tantas masacres?
—Si te rompo la cara no va a ser como el Oficial Montero, sino como Agustín, su hermano —lo amenazó de cerca y en posición desafiante—. Espero que no hagas sufrir a mi hermana, porque sino...
Ella los encontró cuando estaban frente a frente, como dos fieras peleando por la misma presa.
—¿Qué pasa ahí? —Ella percibió la tensión de la situación y trató de intervenir. Tomó a su hermano del brazo y lo separó de Él.
—Acordate lo que me prometiste ayer. —Él alcanzó a escuchar lo que Ella le susurró al oído. Le dio un beso a su hermano, y esperó a que éste entrara en la casa para saludarlo.
—La verdad no te esperaba así, ¿qué pasó?
—Faltaron dos choferes y uno está retrasado. Espero que no te moleste acompañarme al recorrido, te prometo que después te llevo a almorzar.
—Puede ser divertido, vamos.
Ella se subió al colectivo y con una mirada lo invitó a Él a subirse.
Aunque Él sabía en el fondo que Ella no se molestaría por pasarla a buscar en el 410, era la prueba que necesitaba para cerciorarse de que era la mujer que necesitaba en su vida. La prueba del pancho en Constitución ya la había superado sin siquiera asomarse a la estación. Contra todos sus temores, Ella se la pasó muy bien acompañándolo en el recorrido, y cuando Él recibió el llamado que esperaba de su chofer retrasado, la invitó a comer a su casa. Guardó el 410 en la cochera de la terminal, y luego humillar un rato a los choferes que la miraban a Ella con lujuria, se montaron en su auto y abandonaron la terminal.
Pero el almuerzo se vio truncado cuando llegó a su monoambiente en San Juan y Boedo, y encontró su heladera vacía. No había reparado en que era domingo, día de delivery, el anterior a la compra semanal de su empleada doméstica. Y sus ojos se iluminaron cuando Ella se ofreció a asesorarlo, luego de confesase un inútil en las cosas de la casa.
Fueron al supermercado, Él oficiaba de chofer del carrito mientras Ella se movía con destreza por los pasillos; miraba precios, comparaba marcas, revisaba minuciosamente las verduras y la carne. Y en ocasiones, sus cuerpos se rozaban y se sacaban chispas. Él se contuvo todo lo que pudo cuando sus miradas se desviaban hacia los labios del otro al hablar. Pudo salir airoso de la tensión sexual del supermercado, tanto, que no quiso arriesgarse más.
Él la invitó a comer al patio de comidas del supermercado, pero Ella se rehusó alegando que se echarían a perder los alimentos frescos. Finalmente se rindió y aceptó, si cocinaba Él, estaría con la mente entretenida y no la cagaría haciendo alguna estupidez.
Almorzaron liviano, unos churrascos con ensalada preparada por Ella. Él había musicalizado el ambiente mientras almorzaban ya entrada la tarde, Elton John cantaba The One, mientras Él le dedicaba cada palabra de la canción con miradas intensas y fugaces, que no pasaron desapercibidas por Ella. Nada fortuito, Él sabía que esa canción era el perfecto reflejo de su pasado y presente.
Y ese fue su pie para retirarse, para recordarle a Él que debía estudiar para sus exámenes, que ya había faltado por Él a la facultad. Resignado pero satisfecho, la llevó hasta su casa, agradeciéndole por el domingo que le había regalado. Estaba seguro de que estaba haciendo las cosas bien, y que con perseverancia iba a llegar el día en que Ella finalmente se rindiera a sus encantos.
Ya había dicho que el destino es un titiritero macabro, ¿no?
Lunes. Ella se había quedado dormida por estudiar hasta altas horas de la madrugada. Jamás había llegado tarde a su trabajo, y no estaba dispuesta a que fuera su primera vez. Corrió por los pasillos del banco hasta llegar al fichero, pero al llegar se tropezó con alguien que no esperaba volver a ver. El joven la miraba divertido mientras la sostenía entre sus brazos y la ayudaba a reincorporarse.
—Sebastian... —balbuceó Ella al borde del shock.
—Casi... Soy Juan Sebastian, soy nuevo aquí, me transfirieron desde la sucursal de México, es mi primer día. ¿Acaso nos conocemos?
—No... Disculpá, te confundí con... —balbuceó perpleja—. No importa.
Ella trataba de gritarle a su mente que ese joven no era el Sebastián que había amado. El parecido era impresionante, hasta el nombre compartían. Juan Sebastián se presentó como oficial de banca personal, peor aún. Iban a ser compañeros, compartirían horas laborales en las que tendría que repetirse hasta el hartazgo que no era su novio. Y que estaba Él en su vida, que se había comportado como todo un caballero, aguardando sus tiempos con una paciencia envidiable, respetando su duelo y sus espacios. Él no se lo merecía.
Y sin querer, ese fue el comenzó de un triángulo amoroso.
Él tuvo la suerte o la desdicha de conocer a su rival ese mismo día, cuando pasó a buscarla por el banco para llevarla a almorzar, y se llevó el chasco de que Ella ya había comido con su nuevo compañero. Juan Sebastian y Él se sacaron chispas cuando Ella los presentó en Diagonal Norte. Ambos habían detectado las intenciones de su rival, porque Juan Sebastian también estaba cautivado por Ella, y cada uno corría con una ventaja distinta.
El muchacho compartiría más tiempo con Ella, ocho horas diarias, cinco días a la semana. Por su parte, Él había podido llegar más lejos que cualquier otro hombre luego de la muerte de su novio, y eso Él lo sabía. Ambos se deseaban, pero Ella todavía no estaba lista para dar el siguiente paso, y Él respetaba su espacio.
Aun así, Él no se quedó tranquilo.
Ese mismo día, a la noche, Él sabía que Ella iría a estudiar a casa de su amiga. Cambió el personaje del juego, se calzó la corbata y salió a jugar al inspector. Es que, si salía con el 410, eran muy pocas las probabilidades de que la enganchara de pasajera. Se subió al primer interno que salía en dirección a Retiro y bajó en la esquina de su casa.
Se camufló en la noche entre los arbustos de la plaza Libertad, vigilando la luz de su habitación. Vio salir a su hermano con su uniforme y su mochila, y cuando la luz de la habitación de Ella se apagó, era el momento de correr hasta la parada anterior a la de su casa. Así, comenzó a controlar cada interno en cascada, bajaba y aguardaba el de atrás. Hasta que la encontró en el tercer intento.
Ella venía en el último asiento individual, con los auriculares en sus oídos, los ojos cerrados y la cabeza contra la ventanilla. Ni siquiera notó que Él había subido, hasta el momento en que le retiró un auricular.
—Boletos, por favor. —Él le susurró al oído.
—¿Qué hacés acá? —exclamó exaltada—. ¡Me asustaste!
—Nada... Estaba aburrido y salí a pasear un rato.
—Sabías que iba a estudiar a lo de Romina y saliste a buscarme, no mientas.
—Bueno... Sí —confesó finalmente—. Me quedé intranquilo con el venezolano ese.
—Es mexicano, y no sé de qué te preocupás, es mi compañero y acabo de conocerlo. ¿Qué te creés? ¿Que me va a secuestrar o qué? Además... Creo que estás yendo demasiado rápido, no vas a conseguir nada atosigándome y persiguiéndome por toda la ciudad.
—Entonces hagamos un trato. Quiero que me extrañes. —Ella rio ante su ocurrencia—. Voy a dejarte tranquila dos semanas, y en dos semanas nos vemos de nuevo. ¿Qué te parece? ¿Vas a poder estar dos semanas sin mí?
—Claro, ¿por qué no? —lo desafió.
—Listo, quedamos así. En dos semanas te escribo y acordamos una salida. ¿Es un trato?
—Hecho.
Ella extendíó su mano para cerrar el trato, pero Él la tomó del rostro y besó su mejilla con dulzura antes de enfilar hacia el frente para descender en la próxima parada. Ella se quedó perpleja, no lo esperaba, acarició su mejilla mientras todavía sentía el palpitar de ese beso que Él le había dado con tanto amor. Y dudó de su capacidad de pasar dos semanas sin sus constantes demostraciones de interés, porque comenzó a extrañarlo en cuanto lo vio descender sin mirar atrás.
Fueron dos semanas en las que Ella se sintió vacía, aunque no quisiera admitirlo. Cada vez que abordaba un colectivo de su línea, esperaba encontrarlo a Él tras el volante, en vano. El 410 durmió en la cochera esas dos semanas, porque Él cumplió su promesa a regañadientes, y se contuvo de hacer algo que implicara tener contacto con el recorrido o los pasajeros por miedo a encontrarla.
Viernes. No habían pasado las dos semanas exactas, dado que se cumplirían al lunes siguiente, pero Él quería aprovechar el fin de semana para volver a verla de una manera especial. Lo había preparado todo durante esas dos semanas, y quería materializarlo lo antes posible.
Y del otro lado la teníamos a Ella, que en esas dos semanas se había concentrado en sus estudios y en el trabajo. Compartió mucho tiempo laboral con Juan Sebastián, dado que era Ella quien estaba a cargo de su inducción. Tiempo que sirvió para que Juan Sebastián se enamorara de Ella, contra sus impulsos, y a sabiendas de que había alguien en la vida de Ella.
Le parecía impulsivo e inapropiado expresarle sus sentimientos, no solo era nuevo en su trabajo, también era nuevo en el país. No quería arruinar la excelente relación laboral que tenían, pero tampoco podía lidiar con la incertidumbre de saber si sería retribuido o no, aprovechándose del hecho de que era impresionantemente parecido a su difunto novio. Sí, era una jugada sucia, pero estaba dispuesto a arriesgarse por Ella.
Ese viernes Juan Sebastián estaba decidido, la invitaría a salir. Se acercó hasta su cubículo, pero sus esperanzas se esfumaron cuando la vio a Ella sonriéndole a la pantalla de su celular. Él se le había adelantado, aun así, lo intentó.
—¿Tienes un minuto para mí?
—Sí Juanse, decime.
—Pues, me preguntaba si... —El joven titubeó—. Si quieres salir conmigo mañana en la noche, llevo dos semanas en Buenos Aires y aún no conozco una disco.
—Te agradezco la invitación y te debo el favor de llevarte a una, pero tengo planes para mañana.
—Ah... —se desilusionó—. Seguro sales con el naco ese, ¿no?
—¿Naco? —Ella no comprendía sus términos.
—¿Cómo es que dicen aquí...? —pensó por un momento—. Grasa.
Ella entendió a quien se refería, y se molestó por la denigración hacia Él.
—No sé qué clase de valores tendrás, pero él no es ningún grasa o naco, como quieras llamarlo. Que se gane la vida manejando un colectivo no es ninguna deshonra. Y lo peor de todo es que él no es chofer, es el dueño de la empresa, y si maneja es para variar de sus tareas administrativas.
—Sí ya sé de quién es el nieto, no olvides que mi padre es argentino. Además, tú no necesitas un hombre que se llena las manos de grasa, necesitas alguien mejor, más refinado.
—¿Alguien cómo quien? ¿Como vos? —Ella comenzó a enfadarse—. Creo que nadie más que yo sabe qué es lo que necesito. No quiero ser grosera, pero si viniste a hablar mal de alguien que no conocés, podés irte por donde viniste.
—Vas a salir con él, ¿no es cierto?
—Sí. ¿Y qué? —lo desafió.
Juan Sebastián se sonrojó al darse cuenta que se había excedido.
—Perdóname... —se disculpó—. Es que me gustas a rabiar desde el día en que te conocí y muero de celos al ver que te derrites por un güey que no vale la pena. Te quiero, te amo como nunca amé a una mujer en mi vida.
Ella enmudeció ante la confesión de su compañero. Y su declaración, tirándole una tonelada de tierra encima a Él, la hizo cuestionarse de si estaba haciendo lo correcto al aceptar los cortejos de Él. Ya no era sólo su hermano quien lo desaprobaba, también se sumaba Juan Sebastián, con quién sabe qué información proveniente de su padre.
—No sabés si vale la pena o no —musitó bajando la mirada para ocultar la lágrima que comenzaba a asomarse.
—¿Es que no sientes nada por mí? ¿No desperté ningún sentimiento en ti durante estas dos semanas?
Juan Sebastián se arrodilló frente a la silla en la que Ella estaba sentada, y al notar la lágrima que rodaba por su mejilla la secó con su pulgar.
—Dejáme sola Juanse, por favor —rogó con un hilo de voz.
—Si es lo que quieres está bien. —Juan Sebastián se puso de pie, resignado—. Sólo espero que no te lastime, porque se las tendrá que ver conmigo. Y discúlpame de nuevo si te ofendí, no imaginé que fuera tan fuerte lo que sientes por él. Y recuerda que estaré allí cuando él te rompa el corazón. No lo olvides.
Cuando Juan Sebastián abandonó el cubículo, Ella tomó sus cosas y fingió descompostura. Se retiró a su casa a prepararse para el día siguiente, Él la había citado a las seis de la mañana en la puerta de su casa, y pidió que estuviera holgada de ropa. Era evidente que la llevaría a pasar el día a algún lado, pero su imaginación nunca alcanzó la sorpresa que Él le había preparado.
Algunos minutos después de las seis de la mañana, Él estaba tocando bocina en la puerta de su casa, Ella tomó su mochila y bajó casi corriendo al encuentro. Cuando lo vio apoyado en su auto, se abalanzó sobre él y lo abrazó.
—Te extrañe.
—Yo también —confesó Ella, con la cara hundida en su pecho.
—¿Escuché bien? ¿Dónde quedó eso de que podías pasar dos semanas sin mí?
Ella se desenredó del abrazo y le propinó un golpecito en su hombro, ambos rieron mientras se subían al auto. Ella estaba impaciente por saber a dónde irían ese día, pero él no estaba dispuesto a revelar el destino.
Era obvio que por la hora de la cita iban a pasar el día fuera de la ciudad, pero cuando notó que seguían de largo San Vicente, La Plata, Chascomús, volvió a preguntar el destino, esta vez más firme. Después de todo, por más nietito del ex presidente que sea, no dejaba de ser un desconocido para Ella.
—Me estás asustando, llevamos más de dos horas y no me decís a dónde estamos yendo. O me decís ahora, o llamo a mi hermano para que venga a buscarme.
—Está bien —se rindió Él—. Estamos yendo a Aguas Verdes, a la casa de verano de mis viejos. Quise aprovechar el calorcito inusual de este abril raro.
—Estás loco, yo tengo que volver a estudiar. Además, mi hermano me mata si no llego a dormir, sabía que salía con vos, no quiero que piense cualquier cosa. Y ni siquiera tengo una bikini o ropa de playa, vamos a hacer quién sabe cuántos kilómetros para...
—Tranquila —calmó su verborragia—. Vamos y venimos en el día, no te preocupes que ya pensé en tu hermano. Y por tu ropa tampoco te preocupes, te compré algo, lo tengo en el baúl. Espero haber acertado en tu talle.
Ella sonrió y se relajó. Olvidó todo lo malo que presagiaban Juan Sebastián y Agustín, Él no era lo que aparentaba, lo que los medios decían sobre Él.
Llegaron a una modesta casa, a metros del mar. Desayunaron hablando banalidades, descubriendo cosas del otro, y ambos se sentían cada vez más a gusto. Cuando el sol mostró todo su esplendor y aumentó la temperatura ambiente, Él le entregó una bikini sencilla y un vestido de playa tejido, que Ella acompañó con sus Converse verdes, dado que no tenía calzado de playa. Llevaron el equipo de mate, y se sentaron en la arena a admirar la furia del mar. Para Ella, era el momento de comenzar a aclarar las cosas.
—Tenías razón —comenzó Ella, con la mirada perdida en el mar.
—¿Sobre qué?
—Ayer discutí con Juan Sebastián, terminó confesándome que está enamorado de mí.
—Te lo dije. Bah, a eso me referiá cuando te dije que me había quedado intranquilo con él. ¿Y por qué pelearon?
—Por vos, me dijo que no eras para mí. Le dije que sólo yo sé qué es lo que quiero.
—¿Y qué es lo que querés? —Se clavaron la mirada—. ¿Me querés?
No hizo falta más, las palabras sobraban en ese momento. En sincronía perfecta, se acercaron y se fundieron en un beso, más ansiado por Él que por Ella. La pasión del momento los recostó en la arena, y cuando el deseo fue inevitable, Él tomó el equipo de mate y se paró decidido a volver a la casa.
—No sé si estoy lista para esto —confesó Ella apenada—. De nuevo estás yendo demasiado rápido.
—No es lo que pensás, pueden vernos, no quiero exponerte.
—¿Quién va a vernos? —soltó entre risas nerviosas—. No hay nadie en la playa, estamos solos.
—¿Segura?
Él señaló con la vista la zona de los arbustos, y ambos vieron una cabeza tratando de ocultarse, un paparazzi había dado con ellos. Y claro, era un notición, el nietito del ex presidente con una completa desconocida. Sería una buena tapa para la revista amarillista Primicias, pero Él no estaba dispuesto a permitirlo.
Aprovechando su corpulencia contra la menudez de Ella, se colocó tras su espalda, y tomándola por los hombros la guío hasta la casa, siempre tratando de cubrirla con su cuerpo. Una vez que Ella estuvo a salvo, Él volvió a la playa a intentar solucionar el asunto.
Se dirigió con pasó firme hacia el arbusto y ahí estaba el fotógrafo, mandaba algunos mensajes con su celular cuando fue sorprendido por Él, que lo tomó bruscamente de la remera, obligándolo a ponerse de pie.
—Escuchame una cosita. Ella no es del ambiente, no está acostumbrada a esto. Así que si querés seguir trabajando para vivir, agarrá tus cosas y andate. Porque yo marco un número y te hago mierda, ¿sabés?
—Ah, claro me olvidaba... ¡Abuelito, ese hombre me está molestando! —El tono de burla que utilizó el paparazzi lo irritó a Él de sobremanera.
—A mi haceme lo que quieras, pero con ella no te metas, no la corrompas, no la asustes. Porque llego a perderla por culpa de ustedes y...
—¿Y qué? —lo desafió—. ¿Qué vas a hacer? Si te deja no va a ser por mi culpa, en todo caso será por la tuya. ¿O soy yo el que se revuelca con cuanta modelo se le cruza en su camino? No me eches la culpa de tus errores, ¡faltaba más!
Él divisó la cámara en el suelo, en un acto reflejo la tomó y la arrojó al mar. No quiso cerciorarse de si había o no fotos de ellos dos, eligió prevenir que curar.
—¡¿Qué hacés hijo de puta?! ¡Me vas a pagar la cámara!
—¡Ésta te voy a pagar! —expresó entre risas mientras se tomaba los genitales y caminaba en reversa hacia la casa—. Ahora andate antes de que llame a la policía, y si querés decirles lo de la cámara, adelante. Tu cámara se la van a pasar por los huevos.
—¡Nos vemos en los tribunales! —gritó el fotógrafo mientras Él le enseñaba el dedo medio sin siquiera voltearse.
De regreso en la casa, Ella estaba sentada en el gran sillón con una expresión de angustia, abrazada a sus piernas y mirando un punto en el vacío.
—Perdón por esto, no sé cómo se enteró, seguro me vendió algún chofer. Que me entere quién fue el forro, y lo echo a la mierda. —Hablaba para sí mismo—. Espero que Toto o Marian puedan ayudarme a descubrirlo.
—Es por estas cosas que no sé si puede funcionar algo entre nosotros, yo no quiero cámaras encima, quiero ser una chica normal. Además, a mi hermano no creo que le guste que yo esté tan expuesta.
—Siempre que esté a mi alcance te voy a resguardar, yo también quiero dejar de estar expuesto, quiero una vida normal, y la quiero con vos, por eso te elegí. Sos inteligente, natural, y sos hermosa. Hasta creo que sos demasiado para mí.
La sinceridad de Él, casi al borde de las lágrimas, fueron el disipador de dudas que Ella necesitaba en ese momento. Tomó su rostro y lo besó, primero con ternura, luego con pasión. Y ninguno se midió cuando la temperatura comenzó a subir en sus cuerpos.
Ella volvió a entregarse a un hombre después de muchos años, y Él, por primera vez inmiscuía sentimientos entre sus sábanas. Se confesó enamorado, amó por primera vez a una mujer con su cuerpo.
Se durmieron abrazados hasta que los despertó el rugido de sus estómagos, y claro, había cosas más importantes que hacer que andar almorzando. Comieron apresurados las pizzas congeladas que Él había dejado en el freezer durante la semana, y antes de que cayera el sol, fueron a disfrutar del mar, como dos adolescentes que recién descubrían el amor.
Ella prefirió dejar todos sus prejuicios de lado, junto a sus miedos e incertidumbres. Disfrutó de lo que restaba del día envuelta en los brazos de Él, redescubriendo nuevamente el calor que podía brindar un beso o una caricia en el momento apropiado. Se permitió volver a ser feliz con alguien, aunque sea por un día.
Cuando llegó la hora de partir, Ella tomó lo poco que había traído consigo y lo subió al auto, junto con esos miedos e incertidumbres que había hecho a un lado en la tarde. Y Él notó el bagaje extra que Ella cargaba, sin embargo, prefirió no decir nada para no arruinar el día y los avances que había logrado con Ella. Se subió al auto como si nada, y emprendió el regreso intentando mantener un halo de naturalidad.
Durante las cuatro horas que duró el regreso, cruzaron muy pocas palabras, sólo se escuchaba la música del estéreo. Alrededor de las diez de la noche, Él estacionó sobre la calle Paraguay, frente a la casa de Ella. Y no resistió más su única incertidumbre.
—¿Cómo sigue esto? —preguntó luego de apagar el auto.
—Creo que es hora de que entierre definitivamente a Sebastián, sólo te pido que no me lastimes.
—Nunca, mi vida. Nunca te lastimaría.
Él la besó para dar comienzo a lo que sería a ser una relación llena de altibajos. Y sí, cumplió aquella promesa que le hizo en la casa de la playa, intentó con todos sus medios protegerla de los flashes, de las cámaras. Pero la prensa rosa se enteró del noviazgo, y Él no pudo estar en todo momento para protegerla del acoso. Y eso, a Ella le molestaba.
Odiaba la incertidumbre de saber si se estaban burlando de Ella, cuando al entrar a la facultad algún grupito cuchicheaba mientras la señalaban con la vista. Era la envidia de muchas de sus compañeras del banco, tuvo que acostumbrarse a que las clientas que atendía la feliciten por el bombón que se estaba comiendo. Y hasta que las más desfachatadas le insinúen que era una interesada, que si hubiese sido un chofer común y corriente no le hubiera dado ni la hora.
Ella soportó eso y mucho más por amor. Se había enamorado de Él, inclusive mucho más de lo que lo estuvo de Sebastián. Es que Él era intenso y entregado, cada salida era una aventura, hasta su hermano lo había aceptado y se podía decir que se hicieron amigos. Comenzaba a alcanzar su objetivo de bajar el perfil, comenzaba a ser desconocido, estaba en la cima de su vida luego de un año de relación con Ella.
Pero como dice la ley de Newton, todo lo que sube tiene que bajar.
Lo decían los programas chimenteros, las revistas amarillistas, lo comentaban entre pasillos cada vez que Ella aparecía en algún lugar. A Él le había aparecido un hijo, una vedette con la que había estado un año antes de conocerla a Ella se encargó de revelar su secreto a los medios. Y sí, en su momento se usaron mutuamente, la joven quería dejar de ser parte de los elencos de baile para poder ser primera vedette en alguna revista de la calle Corrientes, y lo logró, luego de pavonearse de la mano con el nietito del ex presidente obtuvo la atención que quería dentro del medio.
Cuando la mujer vio en la nota del magazine del diario del domingo cómo Él había cambiado su vida, cómo había repuntado la empresa de colectivos, de la que ya era el dueño en su totalidad, y cómo hablaba con orgullo de su novia, estalló. Esa podía ser ella, ella quería ser su Ella, pero perdió su oportunidad.
Ahora. ¿El niño era realmente su hijo? ¡Por supuesto que no! Ese chico de un año era hijo de un futbolista que ya ni siquiera estaba en el país, estaba jugando en un equipo brasilero, su pase justo se dio cuando la chica quedó embarazada, y nunca supo de su paternidad. La mujer tuvo a su hijo sola, y cada vez que un periodista preguntaba por el padre de la criatura, siempre respondía que prefería no hablar de eso. Hasta que vio su oportunidad.
Ella, que había soportado todo por amor, no pudo con semejante noticia, se aisló y se derrumbó en soledad cuando vio la nota en la que la vedette contaba cómo había luchado sola con la crianza del niño, y la indiferencia de su padre.
Él por su parte estaba desesperado. Sabía que siempre había usado protección por temor a las enfermedades, incluso lo hacía con Ella, a pesar de tener una relación estable y sólida. Él sabía que Ella se había enterado porque había dejado de responderle los mensajes y las llamadas, y lo esquivaba a la salida del banco o de sus clases. Y Agustín quería asesinarlo, pero al mismo tiempo comprendía que era algo del pasado, que no había engañado a su hermana bajo ninguna circunstancia. Sin embargo, respetaba la decisión de Ella, y se rehusaba a ayudarlo cada vez que le pedía que intercediera en pos de aclarar el malentendido.
Pero Agustín no soportó más ver a su hermana devastada, aun mucho más que cuando murió su primer amor. Y sin dudarlo, lo llamó para que fuera a verla, quizás si hablaban podían llegar a rescatar algo de aquel amor tan intenso que los unió.
Él, que había salido a dar una vuelta en el 410, cuando recibió el mensaje de Agustín descompuso el colectivo para traspasar a sus pasajeros y así poder ir a su encuentro, no quería que el muchacho se arrepintiera de haber traicionado a su hermana.
Apenas llego en el 410, porque no iba perder tiempo yendo a buscar su auto, se sorprendió al ver a Agustín sentado en el umbral de la casa, lo estaba esperando. Se acercó y lo saludó con un choque de palmas y puños, el mismo al que Él lo había acostumbrado. Hacía dos meses que no se veían, y la relación se había tensado un poco por lo sucedido.
—Antes de dejarte subir, me vas a contar a mí todo lo que pasó, y ahí veo si puedo ayudarte. Bah, ayudar a mi hermana —se corrigió Agustín.
Él tomó asiento en el pequeño umbral de la puerta, y empezó a relatar todo lo sucedido en el pasado. Agustín lo escuchó con atención, asintiendo o negando con su cabeza, solo injiriendo lo justo y necesario.
—¿Y qué tenés pensado hacer?
—¿Qué no es obvio? Pedirle un ADN y taparle la boca. Por hija de puta, nomás. La voy a dejar en ridículo.
—Me refería a mi hermana —aclaró Agustín.
—Más que explicarle todo esto que te acabo de contar, otra cosa no puedo hacer.
Hicieron un silencio en el que solo se escuchó el ajetreo de la imponente avenida 9 de julio. Ambos miraban el vacío, sin emitir sonido alguno, hasta que Agustín confesó su mayor preocupación.
—Desde que ustedes se separaron, el que anda rondando es el mexicano, Juan Sebastian. —Hizo una pausa para buscar las palabras adecuadas, no quería enfurecerlo a Él—. No sé... No me gusta ese tipo para mi hermana, y mirá que de vos dije lo mismo al principio —rio por el recuerdo—. Pero supiste demostrarme que estaba equivocado, en cambio con él no, no se me va esa sensación de inquietud.
—Lo sé, bro. —Usó el mismo apodo que usaba con sus dos amigos de la línea, ya se sentía a gusto de nuevo con Agustín—. Y en su momento se lo dije a tu hermana, ella creía que eran celos míos, pero veo que no. Desde el principio me dio mala espina, creí que era simple competencia. Y después ella me terminó confirmando que el tipo es un mierda, cuando me contó que la cortejó apelando a su parecido con Sebastián, y que me descalificó por ser colectivero.
—Es un hijo de puta, lo sé. Es ventajero, chantajista, y a mi hermana ya la está envolviendo, por eso te llamé. Quizás si te ve de nuevo, si se ven...
—La decisión final es de ella —lo interrumpió—, yo sólo sé que ya no puedo seguir lastimándola. Marta tiene razón —dijo para sí mismo, en un susurro—, yo soy un problema con patas, tampoco soy el indicado para tu hermana, y lo acepto. Con el corazón partido en mil pedazos, pero lo acepto.
Agustín se levantó sin decir más y abrió la pesada puerta de hierro negro, no necesitaba escuchar más nada, estaba más que claro cuánto amaba ese hombre a su hermana. Él se levantó del escalón y siguió a Agustín escaleras arriba, hacia el pequeño departamento que compartían los hermanos.
—Me voy a dar una vuelta, los dejo solos para que charlen tranquilos. Ojalá puedas sacarla de la cama, porque yo no pude. Suerte.
Agustín palmeó la espalda de Él en un claro gesto de apoyo, y volvió a bajar las escaleras, rumbo a la calle. Tomó una honda bocanada de aire, apretó los puños, y se dirigió por el angosto pasillo en dirección a la habitación de Ella.
Abrió la puerta con cautela, Ella dormía en posición fetal, de espaldas a la puerta. Él se acercó hasta su cama y se arrodilló, extendió un brazo para acariciar el espeso y oscuro cabello castaño que caía en cascada sobre la almohada rosa, pero se detuvo antes de llegar a destino.
Esa que estaba tirada en la cama no era Ella. Ella era pura chispa, esa no era su compañera de locuras, la misma que charlaba de igual a igual con un reducido círculo de choferes qué Él le había presentado. No era aquella radiante chica que iba día por medio a cuidar al perrito que dormía en la cochera de la terminal. Ese ente carente de vida no era Ella, y se sintió culpable de lo que veía.
Apoyó sus brazos en el colchón, y hundiendo su cara en ellos lloró en silencio. Los espasmos de su cuerpo por los mudos sollozos, movieron el colchón de resortes, provocando que se despertara.
Ella se giró en el mismo momento en que Él levantaba su rostro empapado en lágrimas. Ambos se sostuvieron la mirada, desconcertados, avergonzados por cómo el otro lo había sorprendido. Él, vulnerable, sintiéndose desnudo por estar llorando. ¡Si los medios lo vieran en ese estado!
Ella, por su parte, con los ojos hinchados de tanto dormir y llorar, y su pijama improvisado por una vieja remera de Snoopy y un short deportivo con algunos agujeros. Ambos se sentían desnudos a la vista del otro. Ella no pudo contener el llanto cuando lo vio abatido, llorando sobre su cama, vistiendo la camisa reglamentaria y luciendo una incipiente barba de varios días. Dejó caer algunas lágrimas antes de colgarse de su cuello para seguir llorando en su hombro.
Él aceptó el abrazo de Ella, aferrándose a su espalda como si la vida se le fuera en ello, tratando de contener los sollozos, aunque falló miserablemente en su intento de serenarse. Cuanto más lo intentaba, peor era, y no ayudaba que Ella intentara reconfortarlo acariciando su cabello, sobando su espalda. Pero cada vez era peor.
—Mirame. —Ella, que ya había dejado de llorar cuando vio el deplorable estado de Él, tomó su cara roja y empapada por las lágrimas—. Ya está, ya está...
—¡No! —gritó enfurecido—. ¡No está una mierda! ¡No puedo más! No puedo solo con todo esto, te necesito conmigo.
—¿Para qué? ¿Para empeorar las cosas? Tenés que ser fuerte, como lo estoy siendo yo...
—¿Tirada en una cama llorando? —Él rio sardónico—. ¿Aceptando cortejos del mexicano?
—¿Cómo sabés todo eso? —Él hizo un silencio, que solo era interrumpido por los espasmos de su llanto, había hablado de más—. Fue Agustín, ¿no? Por eso estás acá.
—Eso ahora no importa. Te necesito conmigo, princesa. No me dejes, y te lo pido así como estoy, de rodillas.
—No puedo... No puedo privar a una criatura de su padre, vos tenés que formar una familia con esa mujer, y yo no entro en el cuadro.
—¡Que no es mi hijo, carajo! —bramó con rabia.
—¡Es igual a vos! Los mismos ojos verdes y enormes, las mismas cejas, la misma mirada caída...
—Igualito al Tirri Acosta, que también se parece a mí. Él es el padre del chico, yo no. Cuando la dejé, al toque se fue a consolar con él, y semanas después Banfield lo vendió a un equipo de Brasil. El Tirri Acosta es el padre de ese bebé.
Lo analizó por una fracción de segundo. ¿Podía ser? Se lo planteó un momento, pero al instante despejó esos pensamientos indulgentes sacudiendo su cabeza, enterrando el rostro entre sus manos. Estaba Juan Sebastián en su vida, y Ella no quería lastimarlo.
—No... No... —se dijo para sí misma—. No puedo estar con vos, no podemos estar juntos, y te lo dije, somos de mundos distintos. No sé si podría soportar de nuevo tanta presión, tanta exposición. No nacimos para estar juntos, me duele en el alma porque lo admito, te amo con todo mi ser, pero necesito volver a ser yo misma. Esa desconocida sin vida social más que Romina, que vive de su casa al banco, de ahí a la facultad, y de nuevo a casa.
—Es por Juan Sebastián, ¿no? ¿Estás con él?
Ella enmudeció. No quería afirmarlo porque ni Ella sabía bien qué clase de relación tenían. Sólo había aceptado un par de salidas luego de su jornada laboral, y no había llegado más allá de un beso robado por el joven. Juan Sebastián le había ofrecido una vida, hasta matrimonio le había propuesto, pero Ella rechazó todas sus proposiciones. Aún así, lo dejaba entrar en su vida, a pesar de que su hermano se opusiera de nuevo. Pensaba que otra vez se estaba comportando como al principio de su relación con Él, y no le hizo caso a sus advertencias.
—No... Bueno, sí... ¡No! ¡Me hacés decir cosas que no son verdad!
—O que no querés admitir. No te entiendo, decís que me amás pero estás con ese imbécil. ¿A quién le mentís? ¿A él? ¿A mí? ¿O a vos misma?
De nuevo, no supo qué decir. Tenía razón, le mentía a todo el mundo haciéndose la superada, incluso a sí misma, pero Él no podía mentirle. Era cierto que lo amaba, pero no podía seguir más a su lado. Con todo el dolor de su alma, se preparó mentalmente para escupirle una mentira disfrazada de verdad.
—Me voy a casar con Juan Sebastián, sé que es apresurado, pero... Se dio así, él me ama y yo...
—Es mentira —balbuceó conteniendo un sollozo—. No te creo que hayas olvidado todo lo que vivimos en dos meses. ¿Te amenazó? ¿Te hizo algo?
—¡No! ¡Y basta! Andate, por favor —rogó con el tono más firme que pudo—. No te lastimes más, ya fue. Olvidame y hacete cargo de tu hijo. No me lastimes más, te lo pido por favor.
No tenía sentido seguir rogándole, se levantó abatido y se fue de su casa sin mirar atrás. Agustín estaba en la vereda, aguardando impaciente por el resultado de la charla.
—¿Y? ¿Qué pasó?
Él no le respondió, ni siquiera lo miró, solo se subió al 410 y se marchó sin siquiera saludar a Agustín, que se quedó boquiabierto en la calle mirando cómo Él salió a las chapas con el colectivo.
Al llegar a la terminal frenó en el medio del playón, impidiendo la circulación de los demás internos. Se bajó y caminó hasta el taller, tomó la llave más grande que encontró y con total calma volvió al estacionamiento. Le echó una larga mirada al 410, y luego de inhalar hondo comenzó a destrozarlo, preso de la ira. El ruido de los cristales rotos y los hierros retorcidos atrajo la atención de los choferes que estaban en su receso, y no dudaron en salir a contenerlo cuando vieron que estaba destrozando su colectivo, mientras un pequeño grupo intentaba contactar a Mariano y Alejo. Daiana había muerto en la sala de partos, uno perdió a su novia y el otro a su hermana, y por eso estaban de licencia. Todos sabían la amistad que los unía, quizás podían compartir sus pérdidas, superarlas juntos.
Ambos jóvenes llegaron montados en la moto de Mariano, acompañados de Marta, la morocha del club. Apenas entraron al playón el panorama era desolador, jamás esperaron encontrar al 410 con todo el frente destrozado y vidrios por doquier. Alejo se apresuró a correr el colectivo del medio para que pudieran seguir circulando los demás internos, mientras que Marta y Mariano fueron a socorrer a los choferes que impedían que Él destrozara la oficina de administración.
Costó, pero entre los tres lograron calmarlo. Explicándole lo obvio: lo distintos que eran. Marta se lo había advertido, sus auras rojas no se fusionaron nunca, era un amor con fecha de vencimiento. Porque amor había, sí. Pero estaban destinados a estar separados.
Al pasar de los días lo terminó entendiendo, y cayó en su triste realidad el día que recibió el mensaje de Agustín, enfurecido porque su hermana se había casado en secreto con Juan Sebastián. Sin meditarlo, sin invitarlo, como quien hace un trámite más. Y ahora tenía al mexicano instalado en su casa, dándosela de gran señor, tomando decisiones en una casa que no era suya.
Luego de leer el mensaje, apagó su teléfono y lo puso frente a la rueda del 410. Se subió al colectivo, encendió el motor y lo avanzó unos metros. Cuando escuchó el crack del aparato, metió reversa y se bajó. Tomó los pedazos y los arrojó dentro del 410, cerró la puerta del colectivo con la llave, y acto seguido, arrojó el manojo por una de las ventanillas rotas.
El 410 quedó abandonado y roto en el fondo de la cochera, junto con sus esperanzas de recuperarla a Ella. Finalmente, el ADN determinó que ese niño no era su hijo, y que Él estaba en lo cierto. Pero de nada sirvió, eso no la traería de vuelta, se había casado con otro hombre.
Uno de los motivos que lo había enamorado de Ella, era que a su lado podía ser ese desconocido que tanto ansiaba. Y aun así, habiéndola perdido logró su objetivo. Porque Él jamás volvió a ser el mismo. Era una sombra del excéntrico nenito con plata, nietito del ex presidente, todos lo desconocían.
Finalmente, ya era un desconocido.
La semana pasada les dije que íbamos a acariciar el cliché. No fue a propósito, a diferencia del último capítulo, del cual ahora no pienso decir nada. Hice lo mejor que pude escribiendo el cliché del CEO de empresa. Bueno... Hagamos de cuenta que sería el CEO de la empresa de colectivos, no existe ese puesto en ese tipo de empresa, pero la esencia es la misma. El joven cagado en guita que hace lo que quiere porque tiene poder, y la chica que se resiste porque sabe sus antecedentes. Todo al mejor Aryentain Style.
Lo dije en mi blog y en muchos lados menos acá. Historias Para Viajar es la remasterización de una vieja novela mía, 410. Era una trilogía en donde Excálibur era el primer libro, y Desconocido el segundo. Y quien más conserva la esencia de aquel intento de novela es este capítulo, por eso el nombre entre paréntesis. Quise darle vida de alguna forma. De hecho, en la captura abajo se ve la última fecha de acceso a la segunda parte, porque para escribir este capítulo me basé enteramente en la trama original, consultando y releyendo varias veces el manuscrito original. Seguro fue el autoguardado del Word Mobile.
En 410, Alejo era Matías padre, y Marilia se llamaba Salomé. Tenía una trama más cliché, más intensa, mas irreal, y hasta algo de política, porque el padre de Matías termina la primera parte de la trilogía siendo presidente. El segundo y tercer libro, veinte años después, narra la historia de Matías hijo. Y es esto que ven acá arriba. Por eso Él es nieto de un ex presidente, quise conservar la historia original lo más que pude. Solo suprimí el parentesco entre los dos Matías y los puse en una misma línea temporal, conservando la idea original y quitando muchas partes de 410 - Ramal 1 (a pesar de que dice módulo en los archivos, cada parte se iba a llamar Ramal, como los colectivos)
Y el tercer libro jamás lo terminé, porque destrocé tanto a Matías que ya no sabía cómo recomponerlo. Y es por eso que me propuse reescribirlo. De todos modos, si quieren saber a detalle la anécdota completa de este libro, la tienen en mi blog, Sueños y Pasteles de Manzana, en el apartado Crónica de una novela que jamás verá la luz (Y de cómo las ideas no son propias).
Y esa es la historia de cómo hoy están leyendo esta obra.
Ok, ya me calmo.
Ahora sí, a charlar. ¿Quiénes son ellos dos? A Él lo vienen mencionando desde hace rato. Y a Ella, si se avispan la sacan, se mencionó un par de veces, no tanto como a Él. También tenemos de secundario a alguien que ya tuvo su protagonismo, y a partir de acá pueden empezar a odiarlo un poco, pa' cuando le llegue su segunda aparición secundaria fuerte. Y si leyeron mis adelantos, también van a sacar al hermano de Ella. ¡Vamos! Es nuestro héroe.
Soundtrack:
La canción principal, que también integró la escena en 410 - Ramal 2. Elton John describe perfectamente la vida de Él, y ese click cuando llega la persona que te encarrila. En ese "Porque cada hombre en su tiempo es Caín / Hasta que camina por la playa / Y ve su futuro en el agua / Un corazón fuera de su alcance"
The One – Elton John
(The One – 1992)
https://youtu.be/cWLwT0CYaPw
Confieso que estaba editando este capítulo y decía "Chispas, me faltan canciones. Es el único capítulo que tiene una sola." Y mientras pensaba eso, de fondo sonaba esta canción en mi Daily Mix de Spotify. Y ahí el cielo se abrió y me iluminé. "¡Que boluda! Pero si es Él en una canción." Tengo todo lo que cualquier mortal quisiera, tengo de todo y más. ¿Y que me falta? El amor de Ella.
Asignatura Pendiente – Ricky Martin
(Almas del Silencio – 2003)
https://youtu.be/Yo1ureeLf4E
Y esta la tenía en la playlist de Spotify, porque le encajaba a varias Ellas, y no me decidía a cuál de todas le quedaba mejor. La idea era Elisa, ya que "Vuelve" está en Fantasmas. Pero no le encaja, y ya verán por qué (Upsi por el spoiler). No se quién es el autor de esta respuesta a Vuelve de Beret y Yatra, pero es preciosa y la describe perfectamente a Ella en su postura al final.
Vuelve (Respuesta) – Xandra Garsem
(Vuelve (Respuesta) – 2018)
https://youtu.be/fIMSSJGoSe8
Me dejan en este párrafo las dudas que tengan sobre palabras que no entiendan o referencias culturales.
Es todo por esta semana. Ya la que viene toca un viejo conocido, uno de los adelantos, Obsesión. Y atención porque hubo un cambio de planes.
Originalmente, Almuerzo era el capítulo 7, y Obsesión el 8. Pero puliendo Almuerzo me di cuenta de que tiene un spoiler muy grande de Obsesión. Y si bien es una escena repetida, cuando publiqué los adelantos, Almuerzo no tenía ese spoiler en el final, por lo que quienes leyeron Almuerzo y después Obsesión, se sorprendieron del final de éste. Así que me veo obligada a invertir el orden de los capítulos para quienes no leyeron los adelantos. Así les ahorro el spoiler.
Ya, ¿quiere dejar de decir spoiler?
Momento Simpson OFF
¡Me fui! Ya demasiado me extendí. Nos leemos en 7 días.
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