04. Dragón

Hay maneras y maneras de romper. También hay maneras y maneras de superar el dolor, la pérdida, el sentimiento inicial de soledad. Todo esto, siempre y cuando hablemos de sentimientos. ¿Pero qué pasa cuando no hay sentimientos? ¿Qué pasa cuando el motivo de la ruptura es estúpido e ilógico? ¿Cómo se sobrelleva ese vacío interno, que, si bien es carente de sentimientos, duele y aprisiona al punto de ahogarte con solo respirar? ¿Cómo se dominan las piernas gelatina con apenas ver a esa persona que nunca quisiste? ¿Cómo se canaliza esa ira que te invade cuando recordás lo que te hizo, aún sabiendo que te habían advertido que iba a pasar en cualquier momento?

Ella se odiaba a sí misma, no entendía por qué había sido tan estúpida de traicionar sus principios. Pero lo que más le dolió fue sacarse la etiqueta de la frente, aquella etiqueta que su inconsciente había colocado cuando Ella no se dio cuenta. Cuando sin quererlo se hizo exclusiva, y no dejó ingresar a nadie más en sus sábanas.

Su ex, que era el inetiquetable, se estaba pegando en su frente esa misma etiqueta que Ella acababa de quitarse. Y es que hasta esa mala suerte tuvo, era espectadora en última fila del culebrón del momento. ¿Qué mierda aplaude la gente? ¿Están todos locos?

Vomitar. Eso es lo que Ella quería. Ver semejante paparruchada había solidificado sus piernas y expulsado el coraje, ya podía respirar correctamente de nuevo. Cuando el espejismo «mi ex novio» volvió a ser «el mejor polvo de mi vida», Ella recobró la cordura, rio sardónicamente mientras se removía en su lugar y avanzaba en la fila. Y al tenerlo más cerca, desperdiciando baba por una sosa santurrona sin gracia, se salió de la fila y encaró en dirección a Perón. Obelisco Sur no era la única parada que la transportaría hasta Constitución, y de hecho, tampoco entendía por qué tanto masoquismo como para volver a esa puta parada.

Ah, sí. Se había olvidado que él hacía cosas que pocos hacían.

Al borde de la tortícolis y meneando las caderas como si le picara una parte íntima, caminó directo a Perón con la frente en alto y la dignidad recauchutada. Dignidad que tenía fugas cada vez que volteaba a ver morbosamente el numerito de Romeo y Julieta New Age en la vía pública. Asco.

Volteó en el mismo momento en que chocó con Él. Se inmutó. Sus piernas se gelatinizaron nuevamente, su boca se secó. Un flashback que despertó su dragón interior, ese que escupía fuego de su cintura para abajo. Sí, eran parecidos. Algunas nieves en su azotea, la espalda ancha, seguramente sin esa serpiente gigante que tantas veces había comulgado con su dragón interno, y tan alto que la hizo encogerse aún más de lo que le permitía su metro y medio. Le faltaba el colchón de barba bajo el labio, pero eso no impedía que sus perlas brillaran cuando le sonrió de costado. No podía hablar, maldito dragón que le quitaba el habla cual Úrsula en La Sirenita.

Él se hacía el mudito para pasarla bien. Y claro, quién desperdiciaría semejantes vistas. Aquellos airbags de carne que lo habían empujado quedaron bajo su vista, y lo invitaban a fantasear perversamente por el tiempo que durara el incidente. Bajó sus ojos para encontrarse con un par de piernas que comenzaban apenas terminaba el minúsculo short de jean, y remataban con unas zapatillas blancas de taco interno. Levantó la vista para encontrarse con los ojos de Ella, que habían mutado de la perplejidad a la picardía. Enrollaba en su dedo un mechón de cabello rubio industrial, esperando a que sea Él quien hablara primero. Claro, cuando saliera de su trance inicial; Ella ya estaba acostumbrada a ese tipo de reacciones por parte de los hombres. Y curiosamente, el único que fue inmune a sus encantos iniciales estaba oficiando de caballero medieval tras de sí. En ese momento comprendió por qué le costó tanto llevárselo a la cama.

—¡Ay, perdón! —habló Ella, puesto que Él seguía mostrando sus dientes superiores.

—¡Por favor! No hay nada que perdonarte, preciosa.

—Gracias —respondió Ella sin una gota de timidez ante su halago, sorprendida por su acento extranjero.

—¿Y se puede saber hacia dónde vas con tanta prisa?

—Voy a Perón, a tomarme algo que me lleve a Constitución.

—Este va hacia allá. —Señaló la fila que Ella acababa de abandonar—. Yo no voy a Constitución, voy para zona sur, pero...

Él no se animaba a preguntarle si podía acompañarla en el corto trayecto hasta Constitución, pero Ella, ni corta ni perezosa le sacó la ficha. Rio nerviosa, tras de sí estaba su ex y quedaría como una cualquiera. Pero luego recordó que las pautas entre ellos dos estaban más que claras, si Ella se dejaba ver con alguien más, significaría que ya le había encontrado un reemplazo para alimentar a su dragón interno. Qué más daba, a él no le importó Ella. ¿Por qué a Ella debía importarle lo que pensara alguien que solo la utilizó para que acariciara su serpiente mientras cabalgaban?

—Sí, ya sé que éste va para allá, solo quise cambiar de línea.

—Entonces, ¿te parece si seguimos la conversación arriba del colectivo? —Ella solo se limitó a sonreír, y lo siguió hasta la fila en respuesta silenciosa.

Se posicionaron tras el último, en el mismo momento el que el colectivo que Ella desistió de tomar, abandonaba la dársena. Levantó la vista en otro acto masoquista, y pudo ver con detalle a la causante de que en ese momento estuviera junto a un desconocido. Algo se rompió dentro de sí, pero se reparó al instante. Su reemplazo era una chica refinada, recatada, hasta la iluminación del ocaso la hacía parecer un ángel, con su mirada baja mientras sonreía al celular. Y volvió la vista a su ex, quien también escribía algo en su teléfono, era evidente que esos dos se estaban mensajeando y apenas acababan de separarse. Ella no estaba hecha para eso, y se conformó con sonreirle a Él, parado detrás de Ella, excesivamente cerca.

La fila avanzó, pero el interno que vino no lo dejaba a Él en destino, y se vio en la obligación de esperar al siguiente porque ya habían acordado viajar juntos. Ella se removió incómoda cuando quedaron a metros de su ex, y su nuevo acompañante levantó la mano en forma de saludo.

—¿Todo bien? —Escuchó decir a su ex, mientras Él afirmaba con la cabeza en respuesta al saludo.

—¿Lo conocés? —inquirió Ella.

—De vista, no suelo usar el colectivo. Es un joven muy amable, lo saludé una vez de cortesía, y desde entonces siempre que nos encontramos nos saludamos. ¿Por qué? ¿Te gusta?

—Curiosidad... —respondió restándole importancia y manteniendo su temple.

—Ya me estaba poniendo celoso.

Él iba muy rápido, y Ella lo notó. Una pizca de temor se instaló en su mente, tampoco quería terminar en los noticieros violada y asesinada. Que Él tuviera una apariencia impecable no descartaba el hecho de que fuera algún psicópata o asesino.

Y mientras Ella cavilaba si era lo correcto o no, si era peligroso o estaba exagerando, el colectivo arribó a la parada y ambos lo abordaron. Si se ponía muy pesado, el viaje era corto, y siempre tenía la posibilidad de ponerse a gritar para que los demás pasajeros la defendieran.

Para su buena o mala suerte, su ex estaba mirando el desarrollo de la fila cuando ambos subieron. Ella pasó a centímetros y el hombre ni se inmutó, ni la saludo, nada. Había olvidado que dos noches atrás no paraba de gemir su nombre mientras Ella le daba placer oral. Eso era algo que Ella extrañaría: quedarse a dormir en su casa para ahorrarse el viaje de vuelta hasta Guernica. No es lo mismo ir de La Boca a Microcentro, que de Guernica a Capital.

Apenas Ella puso un pie en el colectivo, buscó el último par de asientos y se acomodó mientras Él pagaba los dos boletos. Y claro, a Él no le quedó otra opción cuando la vio desfilar derechito al fondo. Era atrevida la pendeja, pero Él estaba embobado, y de cualquier forma lo hubiera hecho igual.

El viaje para Ella fue un poco más largo que de costumbre, en cambio, para Él fue un abrir y cerrar de ojos. Hablaron banalidades, Ella supo que Él era mexicano residente desde hacía once años, y trabajaba como gerente de área en un banco. Él supo que Ella se ganaba la vida en un call center, vendiendo nuevas líneas a potenciales clientes cuidadosamente seleccionados. Y cuando la imponente estación Constitución se asomó en el corto horizonte, Él supo que era el momento de despedirse de su pequeña conquista.

Ella se levantó de su asiento, y Él se acomodó de costado para que Ella pudiera salir y descender. Y mientras Él tenía el trasero de Ella casi en sus narices, recordó que no le había pedido su número de teléfono. Revolvió su mochila buscando alguna de sus tarjetas de presentación, apresurado por la velocidad en que el colectivo arribaba a la estación, pero no encontró ninguna. Maldijo en voz baja cuando Ella tocó el timbre, y se despidió de Él levantando su mano izquierda. El colectivo estaba frenando, no le quedaba mucho tiempo.

—¿Volveré a verte?

—Quizás... —respondió Ella con indiferencia. Sí, le resultaba atractivo y medio salame en partes iguales.

—Te veo mañana, preciosa.

—Eso quisieras, ¿no? —acotó sardónica.

Y descendió sin más. Él la vio cruzar la calle para internarse en la estación de trenes, sin mirar atrás, firme y taconeando. Al parecer eso fue todo, un espejismo, un oasis. Fue bonito mientras duró. Se calzó sus auriculares y dejó atrás toda esperanza de seguir en contacto con semejante belleza. Ella, por su parte, se subió al Roca atestado de gente, y una vez que consiguió acomodarse para no ser víctima de un robo o manoseos de todo tipo, también se calzó sus auriculares y se dispuso a llegar a su casa.

El día había terminado para ambos. Apenas Él abrió la puerta de su casa, fue embestido por sus dos gemelos de cinco años, y el cachetazo de la rica comida que preparaba su esposa. Ella, por su parte, vivía sola con su madre. Su padre las había abandonado cuando Ella apenas comenzaba a caminar, no conocía al hombre ni tenía recuerdos. Eso sí, en su mente guardaba una colección de los novios de su madre. Los dieciséis años que se llevaban de diferencia disolvían la relación madre e hija, convirtiéndolas en dos grandes amigas. Eran tan unidas que ambas se contaban sus confidencias entre sábanas, y por ese motivo Ella tenía tanta libertad de acción. Su madre solo le puso como condición que no cometiera la misma locura que ella, que tuviera una maternidad planeada y no por accidente. Y así lo hizo, tomando los recaudos necesarios para no sufrir el mismo destino de soledad de su madre.

La última hora del día hizo su aparición en los relojes de ambos cuando se fueron a dormir. El último pensamiento del día de Él fue Ella. Sin embargo, Ella no pudo conciliar el sueño tan fácil, su dragón tenía hambre y no tenía con qué alimentarlo. Tomó su celular y abrió el mensajero, buscó el chat en la lista y vio que su foto había desaparecido. La había eliminado, o en el peor de los casos, la había bloqueado. Cerró los ojos y se permitió derramar una lágrima. Sí, él era tosco, tenía su colección de fantasmas, no era el ser más cariñoso del mundo, pero fue lo más cercano a un novio que tuvo. Y lo había perdido por hacerle caso a su dragón, si tan solo se hubiera hecho respetar, como de seguro hizo su actual pareja, hoy seria Ella la dueña de esa etiqueta.

Lloró. Y cuando expulsó toda la rabia contenida del espectáculo que presenció en la tarde, metió la mano en su ropa interior y castigó al dragón, alimentándolo con comida instantánea. Luego de escucharlo rugir de satisfacción, cerró los ojos con su mano aun entre sus piernas y se quedó dormida.

—¿Qué haces acá? ¿No fui claro esta tarde? Dejame tranquilo.

—Alejo, esperá... —Ella coló un brazo para impedir que le cerrara la puerta en la cara—. Yo... Estoy empezando a sentir cosas, no seas así, hablemos...

—No hay nada que hablar, sabías que esto podía pasar. Me enamore de Ella, no hay vuelta atrás.

—¡Por favor! ¡Vos mismo me dijiste que no sabías quién era! No soy boluda.

—¡Sí! ¡Sé quién es! —gritó—. ¿Sabés las noches enteras que me sacó el sueño? ¿Sabés lo que es estar loco por alguien que ves aleatoriamente? ¿Estar horas y horas esperando a que se suba a tu puto colectivo solo para verla? ¡Diez años tuvieron que pasar para volver a verla! Y la encuentro al borde del altar con otro tipo. Y eso me pasó por cagón, por ser como vos, preferí seguir encamándome con cualquiera antes que atarme a una relación.

—Ale... —balbuceó Ella—. Dame una oportunidad de demostrarte que puedo hacerte feliz.

—Nunca vas a ser como Ella. Primero madurá, y quizás encuentres a alguien que te enderece el camino, como Ella lo hizo hoy conmigo.

Ella despertó sobresaltada y sudada, con su mano aún entre el diminuto encaje negro de su ropa interior. Su dragón, enfurecido por la pésima comida que le había otorgado, la hizo soñar con la última conversación que tuvo con su ex. Miró su reloj, eran las seis de la mañana y en media hora sonaría su alarma, decidió levantarse y alistarse para salir a trabajar.

Y mientras Ella se subía al tren que la dejaría en Constitución, Él se levantaba sigilosamente de la cama y se dirigía al garage de su casa. Abrió el capot del auto, y con una maestría digna de cualquier mecánico embustero descompuso su auto. Había soñado toda la noche con ese pequeño ángel taconeado y maleducado que lo acompañó quince minutos de su hora de viaje, y quería volver a verla.

El día de ambos pasó. Él, de reunión en reunión. Ella, de llamada en llamada, tan concentrada en lo que hacía que logró superar su objetivo diario de ventas. Y obtuvo su premio, el baboso de su supervisor le dio el día libre. Su jefe ya no sabía qué hacer para conquistarla, y es por eso que recurría a esas tácticas de seducción baratas. Tácticas que Ella aprovechaba, alimentando aún más la confusión del muchacho, que si bien se creía cada vez más cerca, nunca dejó de estar lejos. Ella jamás pondría sus ojos en un hombre que tenía la cintura más ancha que su espalda.

Antes de que el hombre cambiara de opinión, salió de la pequeña oficina y se dirigió a la peatonal Florida. Entró en una perfumería y escogió un nuevo tono para el pelo, pagó la suma correspondiente y enfiló hacia Obelisco Sur. Si quería superarlo, lo mejor era enfrentar el asunto, verlo hasta que dejara de importarle. Eso haría.

Pero eran las cuatro de la tarde, la hora pico no comenzaba hasta las seis, había unas pocas personas en la fila, y su ex no estaba en su puesto de trabajo. Tomó el primer colectivo que vino y se fue sin más. Ilesa. Divina. Iba a empezar de cero.

Y cuando estalló la hora pico, Él la buscó por todos lados entre el hormiguero de gente exhausta que quería volver a su casa, pero no la encontró. Su pequeño ángel no estaba en Obelisco Sur. Fue hasta Perón a ver si por esas casualidades estaba allí, tal como había dicho el día anterior, pero solo halló vacío entre una multitud de personas. Regresó abatido a Obelisco Sur y tomó su colectivo, quizás la veía en Constitución.

Pero fue imposible encontrarla en esos escasos minutos que el colectivo se detuvo al intercambio de gente, era como buscar una aguja en un pajar. No tenía caso, cuando se resignó a no volver a verla nunca más, bajó la vista hacia sus manos y su anillo de bodas lo encandiló con su resplandor. ¿Por qué hacía eso? ¿Qué era lo que buscaba en esa chiquilla que tranquilamente podía ser su hija?

En ese instante pensó en sus dos hijos, Ellos no se merecían que su padre fuera así, tampoco le gustaría que su hija ande a la edad de Ella coqueteando con hombres que le doblaran la edad. Y su esposa, Ella no merecía que Él ande de calentón con cualquier corchito erótico que se cruzara por su camino. No, así no eran las cosas. Culpó a Sara, su primera esposa, quien se había casado con Él por despecho, amando a otro hombre. Sara lo había convertido en un ser libidinoso cuando se negó a consumar su matrimonio y Él, que no era de piedra, se encontró en la obligación de alimentar su hambre masculina en la calle. Mejor si no la había encontrado, su esposa no era Sara, no se merecía sus viejas actitudes.

Y es así que mientras Ella derramaba la tintura rosa en su cabeza, Él arreglaba la rotura que había provocado intencionalmente en su Audi esa misma mañana, al día siguiente volvería a la comodidad de su auto y asunto cerrado. Ambos se durmieron con el lejano pensamiento de borrar las últimas líneas escritas y empezar de cero, como si ese día nunca hubiese existido.

Pasó una semana. Semana en la que ambos se sintieron bien consigo mismo. Ella alimentando a su dragón con pequeños snacks de miradas llenas de lascivia, debido a su nuevo color de cabello. Él, redescubriendo a aquella mujer con la que siete años atrás había dado el sí en el altar, enorgulleciéndose de sus logros como pequeña empresaria de la moda; su marca de ropa estaba tomando impulso en el mercado y estaba a punto de abrir otra tienda, sin escalas de Avellaneda a Capital.

Todo era normal, ambos superaban sus pérdidas con el trajín de los días. Ella finalmente volvió a ver a su ex como un buen polvo, el amor verdadero no se olvida con un cambio de look, no. Comprendió que quien había salido herido era su ego, no su corazón. El de Ella solo bombeaba sangre, el de los sentimientos no lo tenía, su padre se lo llevó cuando se fue. Y Él ya ni la recordaba, ese pequeño soliloquio mental del día en que fue decidido a volver a encontrarla había matado todo recuerdo de Ella.

Pero el destino es un titiritero macabro, señores.

Era miércoles. Estadísticamente hablando, el día idea para hacer manifestaciones y cortar todo el microcentro, en algún reclamo de poder político que pocas veces tiene validez legítima. Él podía trabajar desde su casa si así lo deseaba, pero tenía una reunión muy importante que requería su asistencia presencial. No así Ella, que tenía que ir a como dé lugar, poco importaban los cortes en su trabajo, debía llegar a tiempo como sea. Nuevamente maldijo no poder pasar la noche en La Boca.

El tránsito estaba completamente bloqueado por un importante grupo de encapuchados, los colectivos desviaban su recorrido hacia el bajo porteño debido al corte. Sin mucho qué hacer, Ella se armó de paciencia y comenzó a caminar hasta Constitución por Cerrito, bien lejos de la columna manifestante.

Exhausta por la caminata, decidió esperar el próximo tren para ver si tenía la suerte de hacerse con un asiento. Sacó de su cartera un cigarrillo y lo encendió con esa elegancia que la caracterizaba a la hora de fumar, y no había dado ni dos pitadas cuando escucho esa voz detrás de sí.

—Las niñas buenas no fuman. —Giró su cabeza y se encontró con Él.

—Ese es el problema, yo no soy una buena nena. ¿Y vos? ¿No viajás en colectivo? ¿Qué haces acá?

—En realidad viajo en carro —comenzó a explicar mientras se sentaba a su lado—. Pero por la manifestación preferí venir a pie, los repuestos de Audi son caros.

Inocentemente dijo la palabra mágica. Auto. O mejor dicho: Audi. Los ojos de Ella se iluminaron como los de un niño que recibe una bicicleta para Navidad. Sonrió, y comenzó a darle charla. Olvidó lo salame que le parecía y comenzó a saborearlo con la mirada, a prestar atención a cada pavada que Él le contaba. Llegó el tren y lo abordaron juntos, Ella tuvo su pizca de suerte y compartieron asiento.

Pero durante el transcurso de la charla, Ella descubrió su alianza de matrimonio, encandilándola con su brillo cada vez que bajaba la mirada a sus manos. Sus planes de utilizarlo como alimento de su dragón, transporte y hotel, se vieron truncados. Él estaba casado y a Ella eso no le servía, de todos modos, decidió seguir adelante. ¿Qué perdía Ella? Nada. A lo sumo, quizás, alguna vez se tendría que aguantar algún berrinche de su esposa, pero nada más que eso.

Para cuando el tren arribó en la estación Avellaneda, Él se bajó del tren con el número de Ella agendado en su teléfono bajo el nombre «Ángel Fútbol». Era la coartada perfecta.

Esa noche no se escribieron, Ella ya sabía indirectamente que Él estaba casado, no iba a molestarlo, además su interés por Él era casi nulo. Esperaría a que fuera Él quien comenzara el chat, dejando que las cosas siguieran su curso natural. Aprovechó que su dragón interno estaba tranquilo y se durmió plácidamente.

—Hola, lindo.

—¿Todo bien? —sonrió mirándola a los ojos—. Calorón el de hoy, eh...

—¡Ay, sí! —agregó Ella mientras se abanicaba dramáticamente con sus manos.

—Eso... Eh... ¿Me das un trago de agua?

Ella miró lo que él apuntaba, su botella de agua. —Sí, tomá tranquilo.

—Gracias, es que así en camisa me estoy muriendo. Aunque hoy se presta para una birra bien helada.

—Entonces podemos ir por una a la salida de tu turno, ¿qué te parece? Tengo algunas cosas que hacer mientras tanto, ¿te prendés? ¿Qué decís?

—Salgo muy tarde, te lo agradezco.

—Oh, bueno —dijo Ella algo desilusionada—. Te dejo mi número, si no es hoy puede ser otro día, llamame cuando quieras, ¿sí?

—¡Dale! No hay problema.

Su dragón lo hizo de nuevo. Había soñado con aquella tarde de diciembre en que finalmente había conquistado a su ex. ¿Es que el desgraciado no pensaba darse por vencido? ¿Tanto le costaba asumir la perdida? Esa vez había despertado en el medio de la madrugada, y al tomar su teléfono se encontró un mensaje de Él.

Buenas noches, preciosa. ✓✓

Rodó los ojos por la originalidad, bloqueó el teléfono y siguió durmiendo.

Lo que restó de la semana y la subsiguiente se mensajearon poco, tampoco se vieron en Obelisco Sur. Ella descubrió que había perdido la costumbre de escuchar las babosadas de los hombres a la hora de la conquista, lamentablemente era otra cicatriz que le había dejado su ex. Y cuando se cansó de tener el teléfono plagado de la palabra «preciosa» decidió cortar por lo sano. Y lo llamó.

—Necesito verte, ¿te espero hoy en el Metrobus?

¡Oye! —exclamó Él—. ¿Tanto me extrañas?

—No es eso —bufó mientras rodaba los ojos en señal de ofuscación—. ¿Podés sí o no? Tengo que volver al trabajo.

Sí, pero vine en carro...

—Okey —lo interrumpió Ella—. Te espero a las seis en Lavalle y Pellegrini, justo en el cruce del semáforo.

Mejor... Te espero en Constitución. En la puerta del paseo de compras. Seis y media.

Ella supo de inmediato que en las inmediaciones del Obelisco Él estaba muy expuesto, con ese cambio de planes dejó a la vista que era un pirata que buscaba andar de trampa. Más motivos para marcarle la cancha. Accedió, iría y le aclararía cómo eran las cosas.

Llegada la hora del encuentro, Ella abordó un colectivo en Obelisco Sur, quería ver a su ex para fortalecer esa comparación que la haría deshacerse de Él. Pero cuando el hombre la miró con indiferencia, su dragón interno se despertó, escupiendo fuego en sus partes bajas. Claro, era la primera vez que sus caramelos se chocaban con sus cafés desde que tenía el cabello rosado. Y mientras se debatía internamente si lo saludaba o no, llegó su nueva conquista con una botella de agua en la mano, distrayendo su atención. Maldita. Si tan sólo esa mujer supiera la manera en la que Ella le daba de beber agua a ese hombre.

Estaba tan ensimismada en su rabia que no notó a quien hacía la fila delante de ella. Nahuel, la conquista anterior a Alejo. Y así como Ella observaba a su ex, deseando ser nuevamente quien lo desvistiera en las noches, Nahuel no despegaba la vista de la mujer que lo acompañaba, fantaseando mil perversidades.

—Se ven lindos, ¿no? —Ella le habló de cerca, sin mirarlo.

—Para serte sincero, no. Ella es preciosa, él es un mugriento, ella es mucha mina para él. —Nahuel, que había reconocido su voz, le respondió también sin mirarla.

—No sabés lo que coge ese mugriento —acotó sarcástica.

—¿Te dejó por ella?

—Sí... Si puede satisfacer el hambre de ese hombre... Bien por ella.

Conversaban sin mirarse, solo observaban a la parejita que charlaba entre colectivo y colectivo. Nahuel deseaba a la mujer de Alejo, y Ella... Bueno, ya quedó más que claro.

—Me voy en este. —Ella señaló el colectivo que acababa de arribar a la estación—. Tenés mi número, nos hablamos. No sé si sea buena idea, pero... Necesito olvidarlo, acabo de conocer a alguien pero es casado y no me sirve. En fin, escribime.

El colectivo estacionó, la fila avanzó, y Ella se subió sin mirar a la parejita. Enfurecida de nuevo, evaluando el impacto de lo que acababa de presenciar en el encuentro que estaba a punto de tener. Partió sin más a Constitución, con su dragón chillando por comida y Ella haciendo oídos sordos a ese pedido. Apenas se acomodó para su corto viaje, su celular vibró. Era Nahuel.

Cuando quieras, rubia. Podemos quedar para el finde. ✓✓

Bah, ex rubia. Te queda lindo el pelo rosa. ✓✓

Daleeeeee. Gracias!!! Hablamos. ✓✓

Al menos ya había encontrado comida para su dragón hambriento, era comer repetido o no comer nada. Después de todo, Nahuel no era Alejo pero sí supo ser un buen amante. Guardó el teléfono en su cartera, y se dirigió a la entrada del centro comercial. Cuando estaba cruzando la calle divisó un Audi blanco encallado justo en la puerta del lugar. Y a Él, atento a la gente que circulaba en las dársenas de colectivos, viendo como Ella embellecía el paisaje cual pintura artística cuando apareció entre el gentío. Subió al auto sin esperar una invitación.

—Hola, preciosa. —Él intentó saludarla con un beso en la mejilla, pero Ella lo esquivó.

—Voy al grano. Estás bueno, no te lo niego. Yo sólo quiero garchar, pero estás casado y eso me la baja un poco.

Él enmudeció ante la sinceridad de Ella, inmediatamente se encendieron sus alarmas, tenía la oportunidad frente a sus ojos. Y olvidó todo. Su esposa, sus gemelos, sus principios. Olvidó todo cuando la tomó por la nuca y la besó. Y cuando el dragón de Ella gimió en su boca, se separó bruscamente, puso el auto en marcha y dio un par de vueltas hasta encontrar un hotel. Ella no se opuso, todo lo contrario. Quería probarlo a Él, quizás en una de esas resultaba un buen alimento para su dragón encaprichado, y no tenía que repetirle el alimento volviendo con Nahuel. O bien, ya era hora de empezar a darle una dieta balanceada.

A Él, el turno de dos horas se le hizo larguísimo, podía ver en los ojos de Ella ese dragón hambriento e insaciable que lo consumió en una maratónica sesión, como nunca en su vida había tenido. Ella hacía cosas que las esposas no hacían, felicitó silenciosamente a su maestro en las artes corporales.

Sin embargo, mientras Él disfrutaba del paraíso espejado, Ella sentía que estaba en una clase interminable de dos horas. Él no era frígido, sólo era demasiado católico. Eran la Biblia y el Kama Sutra, uno al lado del otro en una biblioteca. Era el comienzo de la leyenda del elefante y el dragón.

Ese encuentro fue el primero de muchos que tuvieron por Constitución. Debido al estado civil de Él, tuvieron que pactar días de encuentros casuales. Él siempre acudía a su cita puntual, en ocasiones arrimaba a su mejor amigo hasta la estación de trenes, solo para escuchar los halagos de otro pirata hacia su conquista.

—Como robaste, eh. Linda yegua, parece un pony de tu hija con el pelo así rosa.

—No es lo que parece, es una niña muy dulce.

—Ahora... No imagino las cosas que debe hacer para que vengas a regalarte acá con el Audi, eh... A mí me daría miedo quedarme acá estacionado con semejante máquina.

Prefirió ahorrarse los comentarios de todo lo que Ella le enseñó en la cama, cosas que jamás pudo pedirle a su esposa para no levantar sospechas. Suficiente con tener que sostener el cuento de los meetings fuera de hora con la casa matriz española, mentira que pendía de un hilo si su esposa le hubiera puesto la suficiente atención como para darse cuenta de que España está cuatro horas arriba del huso horario argentino. Nadie haría una reunión casi a la medianoche, por más urgente que fuera el tema a tratar.

Pasaron seis meses en la clandestinidad. Si bien a Ella no le servía al cien por cien el hecho de levantarse, vestirse y subirse al Roca después de cada encuentro, había conseguido callar a su dragón interno, quien parecía satisfecho con la comida que recibía. Las diferencias entre Él y su ex fueron disminuyendo, más no desaparecieron.

—Eu... ¿No se te hace tarde para ir al call?

—Mh... ¿Qué hora es? —Ella se removió en la cama, tirando de las sábanas y evitando así que la sigan zamarreando.

—Ocho de la mañana. ¿Querés un café?

—Dale...

—Escuchame, tengo que hacer un par de cosas antes de ir a trabajar. Te dejo la llave, ¿se la das a Mariano antes de irte?

—Sí, no hay problema —murmuró.

—Te llamo cuando esté listo el café.

Otro sueño que marcaba la pequeña y gran diferencia. Había algo que Ella jamás tendría con Él: el despertar. Okey, en el fondo extrañaba esa mínima demostración de interés y preocupación por la persona que te hizo pasar una buena noche, pero sabía que con Él eso era imposible por su condición. Y esa mañana se permitió llorar de nuevo, sintiéndose nuevamente vacía y sola. Quizás ya era hora de encontrar un buen novio que borre todo rastro de su pasado. Era hora de domar al dragón, de comprarse un corazón, de esos que aman.

Ese día se levantó decidida, era miércoles, día de encuentro clandestino, la oportunidad perfecta para ponerle fin a esa relación vacía y sin sentido.

Por el lado de Él, el sentimiento era parecido, aunque en ningún momento se le pasó por la cabeza cortar la relación, todo lo contrario. Ya era invierno, las palabras de su amigo aquella vez comenzaban a mellar su valentía. Constitución comenzaba a darle miedo a esa hora de la tarde en que ya reinaba la oscuridad, si quería seguir viéndola debía pactar otro punto de encuentro, pero ¿dónde? La esperaría para decidirlo juntos.

—Hola.

—Hola, preciosa. —Él le dio un beso que Ella respondió por inercia—. Te traje algo, muero por verte con esto puesto.

Ella tomó la bolsa y sacó un fino vestido de encaje negro, entallado y diminuto, de una marca que en su vida de operadora jamás podría pagar. Se quedó boquiabierta, con la tela suspendida entre sus dedos. Todo rastro de decisión por terminar quedó lapidado ante ese vestido.

—¿Y esto? ¿Lo compraste para mí?

—En realidad no... —confesó Él—. Es de la nueva colección de mi esposa, Ella es diseñadora, esa es su marca de ropa. Lo encontré entre las telas que desecha, deduzco que era un concepto o que le erró en las medidas. Es tuyo, eso sí, no lo uses en público hasta que salga a la venta porque puede traerme problemas. Además... Quiero que lo uses solo para mí, muero por verlo puesto en tu cuerpo sin ropa interior, por supuesto —susurró con lascivia.

Otra mujer se hubiera molestado de que su novio o amante le regale algo relacionado a su esposa, sin embargo, Ella aceptó gustosa el regalo. Y lo primero que hizo al entrar en la habitación, fue internarse en el baño y despojarse de toda la ropa para calzarse el vestido, que le quedaba pintado, marcando hasta las curvas más diminutas de su cuerpo.

Volvió a entregarse, su dragón estaba más que satisfecho con su nueva ropita, le daba más poder, escupía más fuego. Quería más. Pero Él tenía que arruinar el momento de la sobremesa.

—Preciosa, no sé si es buena idea que nos sigamos viendo ahora en invierno. Constitución es peligroso y...

—¿Y qué proponés? —Él hizo silencio, nunca se había detenido a pensar cómo seguir con los encuentros clandestinos. Hasta que lo recordó, era arriesgado, pero no quería perderla.

—Tengo un departamento vacío en Caballito, era de mi padre pero falleció y nunca lo alquilé, si puedes acercarte hasta allí... Podemos correr nuestro horario a las siete, ¿qué piensas?

—Tendría que tomar el subte... —Ella se lo pensó un momento—. Si hay más modelitos exclusivos para mí podría llegar a hacer ese sacrificio —ronroneó sobre su boca.

La carne es débil, y es por eso que Él aceptó. Se sumaban más cosas a la trampa, no solo tenía que mentirle a su esposa, también tenía que robar ropa de su colección, y sobornar al encargado del edificio para que mantenga los encuentros en secreto.

Pasaron tres meses más, y cinco nuevas prendas exclusivas en el guardarropas de Ella, todos vestidos para el infarto que tenía prohibido exhibir en público. Y mientras el invierno se convertía en primavera, Ella comenzó a hartarse, de nuevo. El dragón no estaba completamente conforme con su situación, y los recuerdos seguían vívidos.

—¿Todavía tenés sed? ¿Querés agua? —Él la miraba sin comprender, con una ceja alzada y una sonrisa pícara ladeada.

—¿Por qué? ¿Qué vas a hacer?

—Ya vas a ver... —Ella tomó su botella de agua y se dirigió al baño, seguida por él. Lo sentó en el inodoro—. Abrí la boca.

—¿Qué me vas a hacer?

—Confiá en mí. —Ella comenzó a volcar el agua sobre sus pechos, mientras embocaba el chorro que resbalaba por sus senos en la boca de Alejo.

—Gracias —dijo mientras la tomaba por la cintura y la acoplaba perfectamente a su masculinidad.

Quien despertó mojada fue Ella, de nuevo su dragón marcaba la diferencia que su consciente trataba de ocultar. Con ese sueño le pedía a gritos que aprovechara la primavera para ir de flor en flor, hasta encontrar nuevamente aquella flor que había perdido. Por no hacerse respetar, por no ser una nena bien. Era definitivo, Ella no necesitaba un par de modelitos caros y exclusivos, necesitaba un hombre que la hiciera sentir completa, que sea suyo y de ninguna más, sin ataduras mentales o civiles. Quería un novio.

Era lunes, otro día de encuentro clandestino, encuentro que casi se vio truncado por la esposa de Él, quién estalló en una crisis de nervios al encontrar un pelo rosado en el saco de su esposo. Y en una inspección más cercana, también pudo oler ese perfume a chicle que usaba Ella, una fragancia tan juvenil que la mujer se hubiese visto ridícula si la tenía en su tocador, teniendo media treintena de años.

Él se deshizo en explicaciones. Que era una pasante, luego la chica del bar que les traía el almuerzo, hasta que finalmente le gritó en la cara las cosas que hicieron en Constitución. Cómo Ella lo hizo sentirse vivo de nuevo, cómo a su lado perdió veinte años, y que le mostró la vida que había perdido al haber formado una familia. Y lo más demoledor, que se había enamorado y que abandonaba la partida. Estaba acostando al rey.

Se marchó de su casa pegando un portazo, dejando a su mujer deshecha en llantos y a sus hijos preguntando entre sollozos «¿Y papi?» «¿A dónde va papi tan enojado?». Cosas que hacen los dragones.

Estaba conforme con su decisión, conforme y orgulloso. Y no esperó a que llegara la hora del encuentro, apagó el motor del auto en el estacionamiento del banco, tomó su celular y la llamó. Pero Ella no atendió, sí, podía atenderlo, pero no quería. Insistió tanto que Ella finalmente terminó cediendo.

—Necesito verte, ¿podemos vernos ahora?

Estoy entrando a trabajar, y tampoco sé si puedo verte a la tarde, tengo cosas que hacer —soltó Ella con indiferencia.

—Es importante, te tengo buenas noticias, preciosa.

¿Qué pasó? —preguntó con intriga.

—Te lo diré en la tarde. Es más, espérame en Lavalle y Pellegrini, paso por ti.

Ella accedió intrigada, pero no por lo que tuviera que decirle, sino porque Él, que siempre se ocultaba, ese día no pareció importarle que algún conocido los encuentre juntos. Independientemente de lo importante que fuera eso que le quería contar, no iba a cambiar su irrevocable decisión de terminar la relación.

Habían pasado unos minutos de la seis de la tarde cuando el Audi blanco frenó sobre la senda peatonal, y Ella se subió con agilidad para no entorpecer la circulación. Ella no lo saludó, quería empezar a marcar distancia. Sin embargo, se sorprendió al no recibir el saludo de Él. Por lo general, apenas la veía se iba directo a su boca, sediento. En su lugar, condujo en silencio con una enorme sonrisa en los labios, y finalmente terminó siendo Ella quien rompió el silencio dentro del automóvil.

—Me estás poniendo nerviosa, ¿qué es eso que tanto te urgía decirme a la mañana?

—Ya verás, no seas ansiosa.

A mitad del viaje comenzó a reconocer la zona: Caballito. La estaba llevando al departamento, y se arrepintió de no haberlo dejado por teléfono. Temía por la reacción de Él cuando le dijera que ya no quería saber más nada, y por eso aprovechó los últimos minutos arriba del auto para localizar su gas pimienta dentro de su cartera y dejarlo a mano, en caso de que Él se pusiera denso y llegara a necesitarlo.

Grande fue su sorpresa al entrar al departamento. Las luces bajas, música suave ambientaba la escena, una botella de champagne con dos copas en la mesita del centro, y sobre el sillón de dos cuerpos un enorme ramo de rosas. Ella volteó la cabeza hacia Él, exigiendo con su mirada una explicación.

—¿Te gusta? —preguntó Él mientras la abrazaba por la espalda.

—¿Qué mierda es todo esto?

—Esto —señaló con su mano la inmensidad de la habitación—, es la manera que tengo de pedirte que avancemos al paso siguiente. Me acabo de separar y quiero vivir aquí contigo. ¿Qué opinas?

—No... No, no, no... —repitió infinitas veces mientras se cubría la cara con las manos.

—¿Qué pasa, preciosa? ¿Necesitas que hable con tus padres para que te dejen venir conmigo? Yo podría...

—¡No quiero! —gritó Ella—. Estás loco, ¿en serio dejaste a tu mujer por mí?

—Creí que...

—Creíste mal, yo no quiero nada con vos. ¿Qué parte de sólo quiero garchar no entendiste?

—Por eso mismo quiero dar el siguiente paso, me cansé de ocultarme, quiero que todo el mundo sepa lo nuestro, quiero una relación normal... Me enamoré de ti, ¿no entiendes eso?

—Pero yo no. —Se rio en su cara—. Jamás podría enamorarme de alguien como vos, a ver... Tengo veinte años, ¡veinte! Cuando tenga treinta vas a tener cincuenta; cuarenta, sesenta... ¿Entendés?

—¡No mames con que te molesta mi edad! ¿Te parezco un anciano?

—¡Y si! ¿En serio creíste que yo podría andar con alguien como vos? ¡Por favor! —Ella no podía parar de reír, mirándolo a la cara con cinismo.

El mundo de Él se vino abajo con cada carcajada sonora de Ella, otro que tarde comprendió que había confundido amor con pasión. Pasó de sentirse de veinte a tener cuarenta nuevamente, de pendeviejo a viejo verde en cuestión de segundos. Había perdido todo, su hogar, su esposa, sus hijos, la efímera juventud... Todo. Incluso a Ella.

—¡Chingada madre! ¿Renuncié a todo por ti y me pagas así? ¿Cómo puedes ser tan hija de puta después de todo lo que vivimos juntos?

—¿Qué cosa vivimos juntos? —atacó Ella en defensa—, si siempre fui la otra. Además sos muy aburrido en la cama, flaco. No haces ni la mitad de cosas que hacíamos con... —Se detuvo en seco antes de decir algo que podía llegar a tener consecuencias.

—Con que es eso, ¿no? ¡Tienes un noviecito de tu edad mientras yo soy el pendejo que le miente y le roba a su esposa para mantenerte contenta! ¿Quién es?

Ella seguía sin poder parar de reírse, lo único que cambió fue el motivo. Ya no se reía de Él, sino de nervios porque la había embarrado. Teniendo en cuenta la reacción que estaba teniendo, no podía revelarle la identidad de su ex; Ella temía que Él irrumpiera en su lugar de trabajo a reclamarle algo que ya no existía, y no quería que lo despidieran por su culpa, por no poder controlar un impulso.

—Eso no te lo voy a decir, pero si te tranquiliza es pasado. Es solo que la comparación es inevitable, mi ex era puro fuego y vos... Mejor me callo —soltó despectivamente.

—Me estás mintiendo. ¡Dime quién es el pendejo con el que te estás riendo de mí!

Y cuando Él la tomó de los hombros y la zamarreó con brusquedad, Ella temió por su integridad. Él estaba completamente fuera de sí, y era lógico. Quién gritaba no era Él, sino el sentimiento de desesperación de haber perdido todo. Ella sola se había metido en ese embrollo, y Ella sola debía salir del mismo.

—¡Está bien! Soltame que me estás lastimando —gimió Ella y Él cedió el agarre—. Dejame mostrarte algo.

Cuando Él la soltó, Ella hizo el ademán de revolver en su cartera, y cuando localizó el pequeño labial, lo acomodó entre sus dedos; fue un segundo lo que le tomó a Ella vaciar el contenido del gas pimienta en los ojos de Él. Y mientras Él se desplomó abatido por la picazón, Ella salió corriendo del edificio, rogando que hubiera alguien para abrirle la puerta. Y la suerte estaba de su lado, el portero estaba en la entrada, pasó a toda velocidad a su lado, ni siquiera escuchó al hombre cuando le preguntó si estaba bien.

Corrió hasta la boca de subte más cercana y se internó bajo la tierra, pagó el boleto apresurada para no perder el tren que estaba en el andén, y subió justo cuando la chicharra anunciaba la partida. Siguió corriendo aún dentro del subte hasta el último vagón, y al llegar al final del tren lloró. Parada, con la cabeza apoyada en la puerta de la cabina del guarda, lloró como nunca en su vida lo había hecho por cosas del corazón. Lo sintió, ahí estaba. Con cada desayuno, cada boleto regalado, cada mensajito preguntando si había llegado bien a su trabajo, si había cerrado bien la puerta de su casa. Alejo le había comprado un corazón en cómodas cuotas, y Ella apenas lo estaba adjudicando. Finalmente aceptó la derrota: se había enamorado de Alejo y lo había perdido por los caprichos de su dragón.

Por su parte, Él se reincorporó sin terminar de recuperarse de la picazón del gas. Se levantó y corrió escaleras abajo por los seis pisos que lo separaban de la calle, solo se detuvo al ver al portero, que miraba curioso la avenida.

—¿Vio a la joven que estaba conmigo?

—¡Señor! ¿Pero qué le pasó? —se horrorizó al ver sus ojos rojos e hinchados—. ¿Está bien?

—No... ¿Vio a la joven que estaba conmigo? —reiteró.

—No me diga que le hizo algo. ¿Le robó? Yo le dije que tuviera cuidado, que no meta a cualquiera en el departamento, que este es un edificio familiar y... —El hombre no escuchaba las preguntas de Él.

—¡Carajo! ¿La vio o no la vio? —gritó Él exasperado.

—Salió corriendo por Rivadavia, creo que se metió en el subte, pero iba que se la llevaba el diablo.

Ya había escuchado lo que necesitaba. Corrió por la avenida Rivadavia y se internó en el subte. Poco le importó colarse, saltó los molinetes con una destreza que, segundos después, provocó que fuese alertado por el policía de la estación y algunos empleados de Metrovías. Pero solo encontró los andenes vacíos, y algunas pocas personas esperando su tren. Y lloró cuando el policía lo redujo, ya no por el gas pimienta, sino por el sentimiento de haber perdido todo. Se dejó llevar por la impotencia, en los brazos del oficial que lo sostenía con fuerza de las muñecas sobre su espalda baja. Todo se nubló.

Masculino. Desvanecido por una crisis nerviosa. Solicito ambulancia del SAME...

Su cuerpo estaba ahí, su conciencia cobrando su accionar.

Metrovías informa que la línea A no se detiene en la estación Acoyte por un pasajero descompensado.

Ella escuchaba los anuncios del subte mientras combinaba con el Roca en la terminal de Constitución. Otra. Su cuerpo estaba ahí, pero sus pensamientos y sus nuevos sentimientos en otro lado. Aprovechó la entrada de la noche y el sutil vacío del tren para repetir la secuencia, trotó por el tren casi vacío hasta el último vagón y se sentó contra la ventanilla. En trance, perdida, aprendiendo a manejar sus nuevos sentimientos.

El tren arrancó un cuarto de hora después. Yrigoyen, Avellaneda, Gerli, Lanús, Escalada...

Te amé y te amo. Sabelo. Gracias. Espero que seas feliz. [20:18]

Ella mandó el mensaje de texto sin esperar respuesta. Guardó el teléfono en su cartera, obviando la treintena de llamadas y mensajes de Él. Banfield, Lomas de Zamora, Temperley...

Yo te quise mucho. Eras puro fuego. Un fuego que jamás te dejo verlo. Espero también seas feliz. [20:32]

Adrogué, Burzaco, Longchamps, Glew, Guernica. Bajó del tren derramando lágrimas de impotencia en silencio. Alejo, el inetiquetable, el que jamás le demostró una gota de cariño o interés, la había querido. Y su dragón lo sabía. Y se lo había ocultado.

Ella, que era una diva las veinticuatro horas del día, terminó la fatídica jornada con el maquillaje completamente corrido, y por primera vez, despreocupada por lo que pudieran pensar los empleados de la perfumería del centro de Guernica. No sintió las miradas atónitas del personal cuando caminó en trance por los pasillos, todavía hipando a causa del llanto, tampoco escuchó cuando le informaron que ya estaban a punto de cerrar. Se dirigió a la góndola de tinturas para el cabello, y escogió aquel color que jamás debió abandonar: castaño oscuro. Pagó y regresó a su casa cual zombi en busca de alimento.

Y mientras Él destrozaba todo el departamento preso de la rabia, ya recuperado y habiéndose negado a ser atendido en un nosocomio, Ella volvía a volcar sobre su cabello la tintura que, esperaba, fuera su Delorean y la hiciera regresar en el tiempo.

Pero ni Él solucionó su vida destrozando el departamento, ni Ella recuperó a Alejo luego de volver a su color de cabello original. Cada cual siguió por su lado, juntando los pedazos de lo poco que les quedaba para empezar de cero. Pasaron tres meses en los que Él trató de recomponer su matrimonio, volviendo a enamorar a aquella mujer que se resistía, pero que en el fondo lo amaba con locura.

Con la misma locura que Ella amaba a Alejo, en silencio y a distancia. Abnegada a cualquier hombre que intentaba entrar en su vida, solo se permitió usar a Nahuel para intentar olvidar todo lo sucedido. Pero se había vuelto a equivocar, el chico estaba obsesionado con una tal Marilia, y sus encuentros estuvieron plagados de violencia. Era evidente que no estaba bien de la cabeza si durante el acto la llamaba Mari, y dejó de verlo cuando Ella se rehusó a seguir fingiendo que era la chica, y él la obligó a hacerlo a punta de pistola.

Era un día como cualquier otro. Ella sentada en su puesto de trabajo, carente de aquella chispa que la mantuvo durante varios meses en el primer puesto de ventas mensuales. No, ya no tenía ganas. Ganas que se esfumaron aún más cuando vio el siguiente potencial cliente en la lista. Él.

Tenía que hacerlo, si no era en ese momento debía ser en algún otro. Respiró profundo juntando valor y efectuó la llamada, al fin y al cabo era trabajo. Y si corría con suerte, quizás era de esos que no atendían llamadas de números privados.

—Buen día, lo estamos llamando de...

Preciosa... —Él interrumpió su speech—. Solo quiero saber por qué lo hiciste, si tenías la necesidad de destrozarme así.

¿A quién quería engañar? Él la odió con todo su ser por lo que pasó aquella noche en su departamento, el dolor había mermado y pudo seguir adelante, pero la realidad era que jamás la había olvidado. Se había cansado de llamarla, insistió día y noche por una semana entera, sin éxito. Guardó una esperanza muda de que Ella recapacitara y lo llamara, que cobraba más fuerza cada vez que entraba una llamada de número desconocido o privado, y que se apagaba cuando eran llamadas laborales, u otros operadores de ventas que no eran Ella. Esperanza que ya no existía en el momento que atendió esa llamada, pero que se hizo realidad al reconocer su voz.

Y la esperanza que Ella tenía de que Él no atendiera se esfumó al escuchar ese «preciosa» que tanto la irritó en su momento. Colgó la llamada, presa de los nervios, no estaba preparada para volver a hablar con él. El maldito no la había olvidado, o mejor dicho, no había olvidado a su difunto dragón. Aquella noche en el subte, Ella había herido de muerte a su dragón con cada lágrima derramada, y Alejo le dio la estocada final con su mensaje. Sí, su dragón estaba muerto.

Su reproche retumbaba en su cabeza mientras tenía la vista fija en la pantalla de su computadora. Él le había pedido una explicación, y estaba en todo su derecho. Tarde comprendió el daño que le había causado al permitirle llegar tan lejos, y ese fue otro de los motivos por los que decidió encauzar su vida. Él se merecía una explicación. Volvió a efectuar la llamada.

Lo malo es mentir palabras de amor. Acéptalo, no estamos para esto, nos falta valor...

Él atendió desesperado cuando volvió a entrar una llamada de número privado, desesperado por encontrar esa respuesta que necesitaba para poder cerrar el capítulo y seguir adelante. Pero enmudeció al escuchar música que claramente no era de espera. Era Ella, enmudecida también, hablando a través de la canción.

Tú sabes lo que dicen de mí, y sabes lo que dicen del amor. Como yo sé que tú lo sabes me lo callo, y acordemos que la gente miente cuando habla de los dos.

Ella cantaba en silencio, solo moviendo sus labios mojados por las lágrimas que derramaba en silencio, manteniendo la compostura para no alertar a sus compañeros en los otros boxes.

Acéptalo, no estamos para el romance, entreguémonos al trance, que eso sí es para los dos.

Finalizada la canción, Ella colgó la llamada.

Ambos sonrieron a cada lado de la línea.

Ambos pensaron: ¿Final feliz?

Ambos se auto respondieron: Es un final y ya.

Cuarto capítulo. Si leyeron los dos adelantos, a Ella ya la re conocen. ¡Vamos! ¿Quien es Ella? En cuanto a Él... Va a aparecer un par de veces más. Si se quedaron con un sentimiento agridulce hacia Él, después... Mejor no digo nada.

Personalmente, este capítulo tiene una escena que me paralizó por completo al escribirla. Generalmente, el escritor siempre se pone en la piel del personaje para relatar. Pero acá, por primera vez me pasó que absorbí los sentimientos de Ella arriba del subte cuando llora y se da cuenta de que se había enamorado. Es la primera vez que se me hace un nudo en la garganta, y tuve que dejar de escribir porque me había bloqueado. Nunca me había pasado, fue... Raro...

Soundtrack:

La canción principal del capítulo. Siempre quise escribir algo inspirado en esta canción, y créanme que no fue intencional. A la mitad del cuento me di cuenta de que Ojos de Dragón! encajaba a la perfección. Y sólo ajusté algunas cositas. Una de mis canciones preferidas, de una de mis bandas preferidas.

Ojos de Dragón! - Las Pastillas del Abuelo
(Desafíos - 2011)

https://youtu.be/01cCoom3fWQ

Esta canción salió en mi Daily Mix de Spotify mientras escribía este capítulo, y apenas la escuché pensé en ellos dos. No podía no embeberla dentro del relato. La canción del final, la que le pone un cierre a la historia de ellos dos.

La Puntita – Babasónicos
(Infame – 2003)

https://youtu.be/7wLg3UTB3As

Alejo y Ella en una canción. A pesar de la letra, siempre me pareció una canción súper dulce y tierna. Y elegí la versión en vivo, porque tiene un puente que la versión de estudio no tiene. Y ese puente describe a la perfección el sentimiento de Alejo, sobre todo en ese mensaje que le envió arriba del tren.

Ella Dijo (En Vivo) – Estelares
(En Vivo Gran Rex – 2014)

https://youtu.be/CBS7KUFhUdQ

Dudas o preguntas de referencias culturales o palabras que no entiendan, las dejan acá y se las respondo.

Es todo por hoy. Preparen Kleenex para la semana que viene porque los voy a hacer llorar. Se viene el capítulo que más me gusta de todo el libro, uno de los más fuertes en cuanto a emociones. Y quisiera decir más, pero no quiero spoilear a nadie. Mejor me despacho al final del próximo capítulo.

¡Nos vemos!

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