03. Océano
—Sabés que hoy mi profesor de medicina familiar me dijo que tranquilamente podría aplicar a una beca en Estados Unidos, ya sabés... Porque terminé la secundaria con promedio de 9.47 y el CBC con 9...
—Ah, sí...
—Sí...
—Señorita...
—Me voy en un mes...
—Ya sé... ¿Y qué querés que haga?
—No sé... ¿Venir conmigo tal vez?
—Estás loca. ¿Y dejar a mi mamá y a mi hermana solas después de lo que pasó con mi papá? Además Daiana está embarazada, ¿o te olvidás?
—Daiana lo tiene a Mariano...
—Pero mi mamá me tiene a mí. Y además, ¿cómo te creés que me voy a mantener allá sin poder trabajar? Sin contar que, como mucho, me darán una visa de turista por dos meses.
—Eso es cierto...
—Además estoy cómodo con mi trabajo. Una vez que consigo un laburo decente y bien pago no lo voy a largar por irme dos meses a Estados Unidos a hacer nada.
—Pedime que me quede por vos y largo todo, renuncio a la beca y me quedo en la UBA.
—Señorita... —insistió.
—Una vez más... Pedime que me quede y me quedo.
—Vas a perder el avión. Andá, que se me hace tarde para ir a trabajar.
—¿Me vas a esperar?
—Acá estoy. No me voy a ir a ningún lado. Ya sabés dónde vivo.
—Señorita, ya vamos a aterrizar.
Ella se despertó sobresaltada por las sacudidas insistentes de la azafata. Once años habían pasado desde la última vez que vio al amor de su vida, a su primer amor, a su novio del barrio. Había vuelto a soñar con Él, con las últimas charlas que mantuvieron antes de que Ella se marchara a Estados Unidos a estudiar medicina. Once años después volvía convertida en neuróloga, y a pesar de que le habían ofrecido un puesto en el hospital de California en el cual había hecho la residencia, Ella prefirió dejarlo todo y volver a su país. Porque así se haya tardado once años, finalmente dejó todo por Él. Volvía por el amor de su vida. Ajustó su cinturón de seguridad para el aterrizaje y sonrió cerrando los ojos.
Luego de poner un pie en el aeropuerto de Ezeiza, se apresuró a hacer los trámites migratorios; el solo hecho de estar pisando suelo argentino le generaba más ansiedad por volver a su casa. Una vez terminado el papeleo, abordó el taxi que la llevaría de regreso a su hogar, a sus recuerdos, y principalmente, de vuelta a los brazos de su primer amor.
—¿Hasta dónde vamos señorita?
—A La Boca, por favor. A dos cuadras de la Bombonera, allá le indico mejor.
Se acomodó en el asiento y se perdió en el paisaje. Todo estaba igual y cambiado en partes iguales. Buenos Aires lucía más modernizada, pero sin perder su encanto característico. Bajó la ventanilla y disfrutó la brisa del casi verano cacheteando su rostro.
—Esta cancioncita ya me tiene podrido —protestó—. Son las ocho de la mañana y ya la pasaron tres veces, con la cuestión de que hoy es 4 de noviembre la van a pasar todo el día. —El taxista estaba a punto de cambiar de estación cuando Ella se lo impidió.
—Déjela, por favor. No la conozco, quiero escucharla si no me molesta.
—Estuviste mucho tiempo afuera, ¿no?
—Once años... ¿Se nota? —preguntó divertida.
—Y... Para que no conozcas esta canción que lleva tiempo sonando en todos lados... Sí... Se nota.
Ella rió por las palabras del hombre, había añorado su acento natal, a los taxistas argentinos y su capacidad de hablar como si a uno lo conocieran de toda la vida. Dejó una sonrisa dibujada en su boca y se concentró en la canción.
Efectivamente, ese día era un 4 de noviembre, como rezaba la canción que sonaba en la radio. Once años atrás, Ella estaba en ese mismo aeropuerto, con lágrimas en los ojos a punto de abordar el avión que la llevaría a California a convertirse en médico. Su profesor de la UBA la había ayudado a recorrer el mismo camino que él había hecho para profesionalizarse, la asistió a la hora de conseguir sus papeles, su beca, y la universidad indicada. Fueron once años de sacrificio que habían rendido sus frutos, y no se arrepentía del camino recorrido. Esa fecha era especial para Ella, y que haya una canción en su honor, aunque sea de desamor, la hacía sonreír aún más.
Casi una hora después se encontró de pie frente a la casa de sus padres, no le había dicho a nadie de su regreso y quería sorprenderlos. Sobre todo, a Él.
Y sí. Sabía que once años eran un océano de tiempo. Existía la posibilidad de que Él haya madurado y armado su vida junto a otra persona. Pero Ella lo conocía. Conocía su trabajo esclavo, su introversión, y su indiferencia al mundo. Su rechazo a las relaciones etiquetadas. Ella era la única mujer que lo conocía, comprendía y aceptaba tal cual era. Desde que eran apenas unos niños que jugaban en la puerta de sus casas cada domingo en las mañanas, antes de que la calle se inundara de hinchas de Boca en la previa de cada partido. Ella había sido testigo de cómo las chicas se enamoraban y se desilusionaban con la misma facilidad cuando lo conocían un poco más. Ella conocía sus alegrías y sus miserias. Lo había aconsejado cuando su hermana y su mejor amigo le dijeron que iba a ser tío, lo acompañó cuando a su padre lo asesinó un ACV. Y en parte, eso fue lo que la ayudó a elegir su especialidad médica, el camino que recorrió junto a Él cuando su padre tuvo ese accidente cerebrovascular.
Había una posibilidad en diez de que Él se haya embarcado en una relación seria. Si bien habían perdido contacto luego de los primeros seis meses en los que intentaron mantener esa relación a distancia, Ella en el fondo tenía la esperanza de retomar en donde se habían quedado. Sabía que, aunque Él jamás fue explícito a la hora de exponer sentimientos, Él la quería a su manera, y renunció a tenerla a su lado sólo para que Ella pudiera alcanzar su sueño de convertirse en doctora. Y eso, era un sacrificio que pocos hacen por la persona que aman. Es por eso que despejó sus pensamientos intrincados y se dispuso a abrir la puerta de su casa.
—¡Sorpresa!
Gritó y soltó su equipaje, pero nadie respondió. Sus padres ya estaban retirados, y de seguro habrían salido a realizar su caminata matinal. Recorrió el lugar como si fuera la primera vez que pisaba el inmueble, allí sí que el tiempo no había pasado. Tomó sus valijas y se dirigió a la que fue su habitación. Abrió lentamente la puerta y su sonrisa se expandió. Todo estaba intacto, se notaba que su madre mantenía el orden en el cual Ella había dejado todo aquel 4 de noviembre, hacía once años atrás.
Entró con respeto, como quien pide permiso. Atravesando ese océano de tiempo como quien le teme al mar. Su mirada cayó en su pizarra de corcho, aún tenía pegado sus viejos horarios de la UBA, alguna que otra pavada escrita en su momento con su mejor amiga Daiana, y fotos, muchas fotos de ellos cuatro. Acarició con su índice una fotografía en la que Ella estaba sentada en sus piernas, abrazada a su cuello mientras Él le rodeaba la cintura con sus brazos. Era una de las últimas fotos que se habían tomado juntos, y una de las pocas en las cuales su risa era auténtica y no fingida para la cámara.
Metió la mano en su morral y sacó la compañera, la que se había llevado para tenerlo cerca durante su carrera. Una imagen del mismo día, pero en esta Él besaba su mejilla con cariño mientras Ella tenía los ojos cerrados. Tomó una chinche del corcho y la pegó en la pizarra. Si sus padres no estaban, entonces ya iba siendo hora de reencontrarse con sus amigos. Pero sobre todo, con Él.
Sacó de una maleta un cambio de ropa, y las guardó en el armario sin desempacar, ya habría tiempo para reacomodarse en su vieja habitación. Tomó una ligera ducha, se cambió y dejó todo como estaba, no quería que sus padres volvieran en su ausencia y se alarmaran al encontrar algo fuera de lugar. Miró la hora en su móvil, faltaban cinco minutos para las diez de la mañana. Quizás encontraba a alguien que le cebara unos buenos mates.
Cruzó la calle y allí estaban los dos portales pegados. La casa de Mariano y la casa de Él. Se debatió un instante en cuál golpear primero, pero las mariposas en la panza y su corazón galopando le indicaron que llame a la puerta de Él. ¿Para qué alargar la espera? Llamó al timbre y aguardó impaciente. Nada. Golpeó suavemente con la palma de su mano, y nada de nuevo. Ni siquiera su madre. Nada.
Resignada, dio un paso al costado y llamó al timbre de Mariano. Se tranquilizó al escuchar un «voy» desde el interior de la casa, seguido de unos pasos.
—¿Y ahora qué te olvidaste bolud...? —Su frase quedó suspendida en el aire al verla a Ella parada en el escalón de la entrada.
—¡Sorpresa! —gritó con sus brazos extendidos mientras se abalanzaba sobre su amigo para abrazarlo.
Mariano se quedó de piedra, sostenido a la puerta mientras Ella envolvía sus brazos alrededor de su cuello. Le llevó unos segundos notar que su amigo estaba demasiado impresionado, se separó y lo observó detenidamente. Estaba cambiado, había adelgazado bastante a pesar de que siempre tuvo algún que otro kilito de más. Y estaba vestido formal, raro en él. Su semblante, además de sorpresa, denotaba preocupación. Y eso no le daba buena espina.
—¿Qué hacés acá? —soltó Mariano con un hilo de voz, cuando por fin superó la impresión y pudo hablar.
—¿Cómo «qué hago acá»?, ¡boludo! —bromeó en respuesta—. Me recibí de neuróloga y volví.
—Papi... ¿Tío ejo? —Un niño rubio la interrumpió. Mariano se volteó para tomar al niño en brazos, y depositó un beso en su mejilla antes de volver a dejarlo en el suelo.
—El tío ya debe estar por venir, andá adentro con mamá que ya voy. —El niño hizo caso y salió corriendo hacia el interior de la vivienda.
Algo iba mal. Ese no era el recibimiento que esperaba de sus amigos. Okey, Ella aceptaba que fue egoísta al irse así como si nada, y que había perdido contacto con ellos debido a sus estudios. Pero si medicina ya de por sí era una carrera sacrificada, más lo era en el exterior, cuando su beca dependía de sus notas y su rendimiento. Tomó una amplia bocanada de aire y ocultó su desilusión, Mariano no le despegaba la mirada, incitándola a hablar con su semblante serio.
—No sabía que habían tenido otro hijo con Dai —comentó casual, para entablar una charla y esquivar el incómodo momento.
—No es mi hijo. Y Daiana murió.
Ella enmudeció. En cuestión de un segundo su cuerpo se volvió flan, y en sus ojos se instaló ese océano furioso. Por más que intentaba decir algo, nada salía de su boca más que algún sollozo ahogado, mientras olas de lágrimas golpean la costa de sus pómulos.
—Pasá, tenemos media hora para hablar.
Mariano la tomó por los hombros y la abrazó para guiarla al interior de la vivienda, en un intento de que dejara de temblar como un barco a la deriva en medio de una tormenta. El océano de años la estaba castigando.
—Marian... ¿Quién es? —Una joven delgada y rubia que jamás había visto, le susurró a Mariano mientas no dejaba de observarla.
—Ahora te explico. Hacele un té bien cargado, por favor.
La chica asintió con la cabeza y se internó en la cocina. Llevaba un vestido rosado con estampado de flores, y unos tacones que llegaban hasta la eternidad de tan altos que eran. Su rostro estaba maquillado por demás, aunque tampoco llegaba a exagerado. Y a juzgar por el atuendo de Mariano iban a una fiesta, incluso el niño estaba con su camisita blanca, pantaloncito negro, y zapatos de vestir. Una fiesta que de seguro arrancaba en media hora.
Sus deducciones fueron interrumpidas por la rubia, que ponía frente a Ella una taza humeante.
—Gracias. —Ella asintió levemente con su cabeza mientras tomaba la taza.
—Los dejo solos —dijo la chica con delicadeza.
—No es necesario —respondió Mariano sin mirarla.
—Necesitan hablar, y creo que yo acá no cuadro.
La rubia tomó al niño en brazos, y antes de que abandonara la habitación Mariano las presentó.
—Ella es Elisa, es mi...
—Amiga —completó la rubia con rapidez, para ganarse una mirada atónita de Mariano—. Voy a darle de comer a Marian.
Ella seguía sin entender nada. ¿El bebé también se llamaba Mariano? Comprendía que el tiempo cambiaba las cosas, a la gente, las circunstancias. Pero aquella mujer no era su mejor amiga, su cuñada como solían llamarse desde que Ella empezó a salir con su hermano. Esa no era la vida que venía a recuperar.
—¿Qué pasó con Daiana? —Eligió ir directo al grano, necesitaba respuestas.
—Preeclampsia. No hubo nada que hacer. Ni siquiera mi hijo pudo salvarse.
Ella conocía bien la preeclapmsia, como médico que era sabía las consecuencias y el riesgo en madres adolescentes. Daiana tenía dieciocho cuando quedó embarazada, había afrontado la pérdida de su padre con escasas semanas de embarazo, y sumándole que era descuidada con su alimentación, no había que ser médico para saber que ese era un embarazo de riesgo.
—Eclampsia... —balbuceó Ella mirando al vacío.
—Eso mismo —replicó Mariano, también mirando a la nada.
—Es la complicación de la preeclampsia, y si murió fue por eclampsia.
Quedaron inmersos en un silencio cómodo, en donde ambos recordaban a Daiana, de diferente manera, solo que Ella además sentía una punzada de culpa. Tal vez si no hubiese sido egoísta la historieta hubiera sido otra. Al llamar a la puerta quizás la hubiese recibido su amiga, o un joven preadolescente con los ojos miel de ella y la corpulencia de Mariano.
No preguntó detalles de lo ocurrido, Ella ya conocía bajo qué condiciones se ocasionaba el deceso, y no necesitaba ponerle una cara conocida al caso.
—¿Y qué pasó después? Digo...
Ella quería preguntar por Él, pero no se animaba. En realidad, la culpa no la dejaba preguntar; Él seguramente la había necesitado y Ella no estuvo para acompañarlo en su peor momento. En ese momento comprendió por qué ellos también se habían alejado de ella, tenían cosas más importantes que hacer en lugar de preocuparse por alguien que en cierta manera se había alejado voluntariamente de ellos. O egoístamente, quizás.
—A partir de ese momento todo se fue en picada. Vos te habías ido a la mierda —Ella pudo notar rencor al referirse a su partida—, Daiana murió, a los seis meses también murió mi papá...
—¿Cómo que tu papá? —interrumpió Ella, asombrada— Si tu papá tenía Alzheimer y esa enfermedad no es mortal.
—En cierta forma, sí. El Alzheimer de papá avanzó mucho con lo de Daiana, y en parte fue mi culpa. No sé si te acordás que papá solía escaparse y perderse, ese día me tocaba trabajar en el turno noche, iba tarde ya, y me olvidé de cerrar la puerta con llave.
Hizo una pausa para ahogar un sollozo, apoyó los codos en sus rodillas y se cubrió la cara con las manos. Ella se abalanzó sobre su amigo y ese gesto bastó para que Mariano comenzara a llorar. Ella se despegó solo para ir hasta la cocina por un vaso de agua, y ambos hicieron una pausa para tomar sus bebidas, Ella aún no había tocado el té que le trajo la rubia.
Y sí. Ella recordaba a don Héctor, o Tito como solían decirle sus allegados. Era un hombre muy querido en el barrio, era de esos choferes que te daba gusto subirte a su colectivo. Ese que te hacía pasar cuando no tenías monedas, que siempre te saludaba con una sonrisa a pesar de que la vida fue dura con él, el cáncer le quitó a su esposa cuando Mariano era apenas un niño. Cuando le detectaron el Alzheimer, Tito quiso seguir trabajando, pero tuvieron que retirarlo porque un día olvido el recorrido y perdió la noción del tiempo, todo esto con pasajeros arriba de su unidad.
Y ahí fue cuando Mariano ocupó su puesto vacante, y al poco tiempo se llevó a su amigo a trabajar con él. Ella recordó ese momento, trataba de incentivar a su entonces novio a que encontrara su vocación, cuando Mariano irrumpió en su casa diciéndole que le había concretado una entrevista de trabajo en la línea. Y Ella ya no pudo hacer más nada, Él necesitaba trabajar para ayudar a su familia porque no corría con la misma suerte que Ella, no había nacido en un hogar de clase media. Entonces lo apoyó, como siempre, como ya era costumbre en Ella. Amar es aceptar.
Mariano la sacó de su mar de pensamientos para continuar su relato.
—Esa noche papá repetía que tenía que ir a trabajar, y yo le decía que no, que ya se había jubilado. Cuestión que me fui, me distraje hablando dos palabras con doña Pochi y me olvidé de cerrar con llave. Papá se escapó, y lo siguiente que supe fue que lo encontraron tirado junto al cordón en Almirante Brown y Olavarría, golpeado y sin vida.
Ella no pudo contener las lágrimas. Lloró, y fue el turno de Mariano de acunarla entre sus brazos. Ella le tenía mucho cariño a don Tito, era como un segundo padre para ella. Recordó las tardes de domingo arriba de su chancha Mercedes, cuando al terminar el recorrido los llevaba a ellos cuatro a dar una vuelta por el bajo porteño. Recordó las veces que lo veía escabullirse de su casa a través de la ventana de su cuarto, ya con el Alzheimer presente, y tenía que correr para alcanzarlo antes que se perdiera o sucediera una desgracia. Y sucedió. Quizás porque Ella no estuvo ahí para contenerlo esa noche. Y se volvió a sentir culpable.
—Aparentemente alguien lo atropelló y huyó del lugar —completó Mariano—. No hubo testigos, no había cámaras de seguridad... La autopsia hablo por él.
Llorar ese poco había reiniciado a Mariano, hablaba con una entereza envidiable, mientras que el tsunami en los ojos de Ella era cada vez más intenso. Era mucho dolor. Daiana, don Tito... Para ese punto de la conversación, rezaba porque no le haya pasado nada a Él, comenzaba a preocuparse porque nadie había respondido en su casa.
—Yo... —Ella intentó hablar, pero sus sollozos no se lo permitieron.
—Ya sé lo que estás pensando, y nada de esto fue tu culpa. —Mariano apoyó su mano en su nuca y acarició el nacimiento de su pelo.
—Tal vez si no hubiera sido tan egoísta, si me hubiese quedado a estudiar acá...
—Daiana era muy terca, y muy pendeja para ser madre. No hubiera cambiado nada...
—Sí Mar, hubiese cambiado mucho la historia —gritó Ella—. Yo estudiaba medicina, Dai me hubiera escuchado, hubiéramos ido juntas a sus controles, y si no quería la hubiese llevado de los pelos si era necesario... Y tu papá... También lo hubiese impedido, siempre lo veía salir, lo hubiese frenado, lo hubiese ubicado en el tiempo...
Volvió a llorar, y fue el turno de Mariano de ir por un vaso de agua para Ella. Volvió en cuestión de segundos, y dibujó círculos con su palma en la espalda de Ella mientras bebía el contenido de a pequeños sorbos, y se preparaba mentalmente para preguntarle por Él.
—¿Y Toto? ¿Cómo sobrellevó todo esto?
Mariano se estremeció al escuchar el sobrenombre de su amigo. Desde que Daiana y Marta murieron, Alejo no dejó que nadie más lo llamara así, porque ese sobrenombre se lo había puesto su hermana. Nadie supo nunca por qué, nada tenía que ver con su nombre. Marta fue la última que lo llamó Toto, y cuando la mujer murió se llevó consigo ese sobrenombre. Ella pudo sentir como Mariano se removió en su lugar y quitó la mano de su espalda. Definitivamente algo andaba mal y Ella lo percibió.
—Como pudo... Como todos... Para él fue un poco más duro, primero su papá, después Dai, mi papá... Mentiría si te dijera que seguimos como si nada porque la vida es así, porque la gente muere todos los días. La pasamos mal... Juntos, pero muy mal.
Omitió enumerar a Marta en la lista de pérdidas de ambos para no contarle las noches de borrachera, las visitas a antros, cabarets, el abuso de sustancias... Todos los vicios que utilizaron para tapar o disminuir el dolor.
—Vengo de su casa, toqué el timbre, golpeé y nadie respondió. ¿Dónde está? Volví por él.
Al escuchar eso último Mariano empalideció. Tragó saliva con dificultad y desvío su mirada a un punto lejano en la habitación, tratando de encontrar las palabras justas para no seguir lastimándola más de lo que ya estaba. Cuando había armado en su cabeza una oración coherente y concisa para explicarle, escuchó un ruido de llaves y risas.
Ambos desviaron la mirada hacia el pasillo y ahí estaba Él, vestido para el micro infarto de Ella. Pantalón negro de vestir ajustado, camisa blanca con el primer botón desabrochado, una fina corbata negra con el nudo flojo, y zapatos de vestir. Estaba sacado de una revista de moda europea, pero no venía solo. Ella paseó su vista por su cuerpo y sintió su corazón partirse en mil pedazos al ver que en su mano llevaba una chica. Una chica con un vestido blanco de encaje que llegaba hasta sus rodillas, que dejaba sus hombros al descubierto, con mangas acampanadas y otro par de zapatos que llegaba al infinito en color blanco. En una mano lo llevaba a Él, y en la otra llevaba un ramo de jazmines frescos.
Los cuatro quedaron en silencio. Mariano con cara de circunstancias, Ella boquiabierta, Él con los caramelos fuera de órbita, y la chica de blanco paseando la mirada entre los tres, pero sobre todo mirándola a Ella con curiosidad.
—Mierda... —soltó Él sin más.
—Toto... —Ella se levantó, pero se detuvo cuando Él puso un dedo en alto para frenarla.
—No vuelvas a llamarme así —escupió entre dientes—. ¿Qué haces acá?
—Yo... Vine a buscarte... —dijo con un temblor en su labio inferior.
—¿Y ahora te preocupas por nosotros? ¿Después de que te cagaste en todo y te fuiste a la mierda?
—Yo... —El temblor en su labio se transformó en llanto.
—Yo las pelotas, boluda. Yo, yo, yo... —repitió Él con rabia mientras se golpeaba el pecho con el dedo índice—. Si no hubieses alimentado ese ego gigante que tenés, hoy mi hermana y don Tito quizás estarían acá.
—Pará, bro... Tranquilo, calmate un poco que así no podés llegar al civil. —Mariano intentó tranquilizar a su amigo tomándolo por los hombros—. Dejame manejar esto a mí, andá con Elisa a mi habitación. Marilia —le habló a la castaña— llevalo, yo me arreglo.
¿Civil? ¿Ella había escuchado bien? Y sí, eso explicaba las vestimentas de todos, el «tenemos media hora» que Mariano le había dicho cuando la invitó a pasar. Él se iba a casar. Alejo, el amor de su vida se iba a casar ese día. Un 4 de noviembre. Ese uno de diez de que haya hecho su vida se estaba convirtiendo en un diez puro. Otra vez se ahogaba en ese océano de años.
—Andá vos con Elisa. —Alejo le dijo a la castaña más calmado—. En diez nos vamos, arreglo esto y nos casamos.
Él depósito un tierno beso en los labios de la chica, que asintió con la cabeza y se internó en la habitación con la rubia y el niño. Ni bien se escuchó el ruido de la puerta al cerrarse, Él endureció su semblante y se dirigió a Ella.
—Esa mujer que ves ahí es el amor de mi vida. La perdí siete veces, después la perdí diez años, y siete veces más. Y ahora no pienso perderla solo porque se te antojó el culo volver.
Inmediatamente, Ella sacó cuentas. Diez años... Siete veces antes de los diez años...
—O sea... Que me engañaste con Ella antes de que me fuera, por eso no te importó que me vaya, porque ella ya estaba en tu vida...
—No... Se conocían de vista —aclaró Mariano—. Ella era su pasajera, en ese momento ella tenía la edad de Daiana.
—Y sí que me importó que te fueras —intervino Alejo—. Me dolió y Mariano no me deja mentir, pero no iba a detenerte. Conmigo no tenías futuro... Marta tenía razón, no eras mi destino, mi destino era Marilia —dijo la última frase en un susurro que Ella alcanzó a escuchar.
Y estaba por preguntar quién era Marta, pero cuando vio la mirada de Mariano rogándole que mejor la dejara ahí, se quedó callada.
—Okey, ya entendí todo. Vine por mi novio, pero veo que no perdió el tiempo. —Él estaba por estallar de nuevo cuando Ella alzó su dedo para detenerlo—. Ya sé. Yo fui la egoísta, fue mi culpa. No necesito que me lo repitan, vine por mi novio y me llevo dos muertos a mis espaldas.
Se puso de pie con toda la dignidad que le quedó, ante la atenta mirada de los dos amigos, ya no tenía nada que hacer allí. Primero se dirigió a Mariano.
—Gracias por recibirme de nuevo en tu casa, estoy enfrente para lo que necesites.
Lo abrazó fuerte mientras percibía ese apretoncito que silenciosamente le daba fuerzas, y a la vez le pedía disculpas por tener que presenciar al amor de su vida vestido de novio para otra mujer. Finalizado el abrazo, llegó el turno de despedirse de Alejo. Ya no era Él. Porque Él para una mujer significa «Él». En un mar de gente, de hombres, está ese que se destaca del resto, que es especial para cada mujer. Y ese es Él, el elegido. Pero ya no era su Él, para ella volvía a ser Alejo, ni siquiera Toto. Simplemente Alejo. El "Él" de otra mujer, la castaña que lo esperaba vestida de novia en la habitación de Mariano.
—Que seas muy feliz —dijo Ella con los ojos cristalizados mientras hacía fuerza para no llorar de impotencia—. Lamento no haber podido darte lo que necesitabas.
—Me idealizaste. Me etiquetaste como tu novio delante de todo el mundo cuando sabías bien cómo eran las cosas, cómo era yo.
—Claro que sabía cómo eras. Pero a mí me bastó ver cómo eras conmigo, ya sé que jamás te gustaron las etiquetas, pero lamento informarte que tu trato hacia mí era el de un novio —escupió Ella con rabia—. Que seas feliz, Alejo. Y felicitá de mi parte a la que dentro de un rato le va a estampar en la frente una etiqueta de marido al inetiquetable. —Hizo comillas con los dedos para la palabra que acababa de inventar.
Y se marchó sin más. Abandonó la casa de su amigo y cruzó la calle mientras secaba con rabia las lágrimas que brotaban de sus ojos con el dorso de su mano. Por suerte sus padres todavía no habían vuelto, estaba sola, física y emocionalmente. Se internó en su habitación, y explotó el llanto contenido en forma de grito desgarrador. Se maldecía por no haberse quedado en California, allá sí tenía su vida resuelta. Ya no quedaba nada que la atara a Buenos Aires, a La Boca. Nada. No tenía trabajo, no tenía el calor de un compañero que la acompañe en las buenas y en las malas. Si bien Dylan nunca fue Alejo, de hecho eran polos opuestos, él supo acompañarla cuando Ella extrañó su tierra natal, cuando lo extrañó a Alejo. Dylan nunca pudo ser Él, pero había sido lo más cercano a un novio durante su estadía en el país del norte.
Y sin quererlo, su mirada cayó en el cristal de la ventana. Y en esa ocasión no era don Tito el que salía por esa puerta, eran sus dos amigos, acompañados por esas dos desconocidas y el niño. Se los veía felices, como si Ella no hubiese existido jamás, como si hubiese sido un fantasma hacía poco menos de un rato. Y es que en eso se había convertido para ellos, en el fantasma del pasado que venía a recordarles la muerte, los malos momentos, los errores. Ella era el pasado que volvía a opacar la felicidad que tanto les había costado alcanzar. En ese presente, Ella no cuadraba.
Se quedó autoflagelándose con la imagen de ellos subiendo al auto de Alejo entre carcajadas y no lo soportó más, tomó su teléfono dispuesta a salir cuando visualizó un mensaje de Dylan en la pantalla.
Hi babe, how was your flight? I'm worried. Love U! ✓✓
Y se sintió una basura. A pesar de que le había dicho a Dylan que volvía a buscar al amor de su vida, él lo había aceptado y había renunciado a Ella solo para que sea feliz. Como creía que había hecho Alejo once años atrás. Bien lo decía: como Ella creía. En ese momento comprendió que jamás había sido así, que fue lo que su cabeza le hizo creer para poder irse tranquila. Tenía ganas de pedirle perdón, de decirle que la espere en el aeropuerto, que se había equivocado en su decisión de volver. Pero no le daba la cara, Dylan no se merecía ser plato de segunda mesa, y era más que obvio que si volvía tan rápido era porque las cosas no estaban como Ella las había dejado al otro lado del océano.
It was fine. I'll call you later. ✓✓
Tomó su morral, arrancó la foto que con tanta esperanza había vuelto a pegar en la pizarra de corcho y salió de su cuarto. Tenía que asimilar todo, procesar sus duelos, y ese no era el lugar indicado.
Caminó sin rumbo, alejándose de sus recuerdos. Caminó y caminó sin mirar a su alrededor por más de una hora. Cuando quiso darse cuenta, tenía frente a ella el Obelisco, estaba en la Plaza de la República rodeada de turistas posando sonrientes para la foto delante del emblema porteño. Y es que así se sentía Ella en ese momento, como una turista yankee en un lugar que no le pertenecía. Miró hacia sus costados y vio las nuevas paradas de Metrobus. El Obelisco ya lo conocía, así que decidió acercarse a curiosear esas nuevas paradas tan modernas.
Observó con detenimiento cada detalle. Obelisco Sur. El mapa, las pantallas con información en tiempo real del estado de la red de subtes, el clima, wifi libre. Ya era mediodía y la parada estaba repleta de gente, que la miraba como si estuviera loca cuando Ella deslizó un dedo por la pantalla de información, perpleja por la modernidad que estaba admirando. Vio sillas de espera y se sentó en una de ellas, sus piernas no estaban acostumbradas a tanta caminata y necesitaba un descanso. Su corazón volvió a partirse en mil pedazos cuando a la parada arribó un colectivo de la línea en la que trabajaban Mariano y Alejo. Ya no podía más, tenía que hacer algo para despejar su mente.
Sacó su teléfono del morral y conectó los auriculares. Encendió su reproductor de música, actualizo la locación en su perfil, y automáticamente su pantalla de inicio cambió a los éxitos de Argentina. Seleccionó la lista de virales y dio play sin mirar. Que la música la llevara lejos.
Pero no. El océano se abría en dos, como cuando Moisés abrió el mar Muerto, para devorarla con ferocidad. La Melodía de Dios sonaba en sus oídos, la cancioncita del 4 de noviembre. Cada palabra, cada letra de la canción se caló hondo en su ser. Y claro, era una canción de desamor, como el que acababa de vivir Ella. A cada acorde iba derramando más lágrimas. Así estaba Ella. Sola, sola, sola. Queriendo atrasar las horas de ese 4 de noviembre con una angustia barata, y así ahorrarse la catástrofe que hizo su ausencia.
—No quiero California —dijo.
—Hola.
Miró a su derecha. Él se había sentado junto a Ella y la observaba curioso. Pero más sorprendida quedó Ella, había sincronizado perfectamente su saludo con el «hola» de la canción.
—Así dice la canción, ¿no? —Señaló el aparato que Ella tenía en sus manos—. Pero no es California, es Barcelona.
Ella le regaló una sonrisa triste, y al tensar los músculos de su cara para curvar su boca cayó una lágrima retenida.
—¿Hay algo que pueda hacer para que no llores? —preguntó Él con premura. Quería enjugar la lágrima de Ella, pero ya era demasiado atrevimiento—. Estoy en mi hora de almuerzo, te invito a comer acá enfrente. Lo que sea que te esté agobiando quizás se aliviane si se lo contás a un desconocido.
Se lo pensó un momento. Él tenía razón, y no correría peligro ya que Él la estaba invitando al Mc Donald's de la esquina de Corrientes. Guardó el teléfono en su morral y accedió a la invitación en silencio, solo poniéndose de pie.
Ya con sus almuerzos frente a ellos, Él la incitó a hablar y Ella escupió todo. El océano de once años cayó con furia sobre la mesa del almuerzo. Él escuchó cada palabra de Ella atentamente, sin interrupciones, solo acotando cuando Ella le daba el espacio.
—Esto es lo único que me queda, los recuerdos.
Deslizó sobre la mesa la foto que tenía con Alejo. Él la tomó con cautela y su rostro quedó atónito. Lo conocía, era pasajero de la línea. De hecho, Él estaba en la parada cuando Marilia le había robado el beso, y fue uno de los encuestados cuando Él la buscó insistentemente. Dejó la foto sobre la mesa y la deslizó nuevamente para devolvérsela.
—Cambiaste la cara... ¿Dije algo que te haya molestado? —preguntó Ella.
Él soltó un suspiro y comenzó a relatar la otra campana de la historia. Le contó todo lo que sabía, lo poco que Alejo les había compartido a los pasajeros que siguieron su historia y se preocuparon por él. Nada la sorprendía, sabía que Alejo era querido por todos, a pesar de ser tosco e introvertido. Y aunque el relato le dolió, sintió alivio y aceptó la derrota, Marilia le había ganado en buena ley. Por lo poco que contó Él, ellos habían sufrido el desamor por igual, eran almas gemelas atadas con el hilo rojo de la leyenda oriental.
—Me tengo que ir, tengo que volver al trabajo. Hoy es la despedida de Sara, la gerente del banco. Es veterinaria, y se va para abrir su propia clínica.
Se removió en el asiento y sacó su billetera del pantalón. Sacó una tarjeta de presentación y se dirigió hacia el mostrador del local. Ella vio como Él pedía prestada una birome y apuntaba algo en la tarjeta. Agradeció con la cabeza a la jovencita, y volvió sin prisas a la mesa.
—Te dejo mi número, ya que estás recién llegada al país y tenés que empezar de cero, acá tenés a tu primer amigo. Aunque, te confieso que me gustaría verte más tarde.
Ella se quedó muda. Él le había caído bien, y para ser un completo desconocido se había sentido cómoda conversando con Él. Le atraía, no lo iba a negar, pero se debatía internamente si aquello era correcto. El día anterior se había despedido de Dylan con un casto beso en los labios, horas atrás se disponía a retomar su relación con Alejo, y en ese momento estaba almorzando con un desconocido que claramente le coqueteaba. ¿En qué clase de mujer se había convertido? Él esperaba una respuesta ansioso, debía volver a su puesto de trabajo. Ella sacudió su cabeza y sonrió. Si la furia del océano la había hecho naufragar, entonces ya era hora de que construyera su propio paraíso con los restos del naufragio.
—¿A las ocho está bien?
Abandonaron el local y Ella lo acompañó hasta su trabajo. Tal como rezaba la tarjeta, Él trabajaba como oficial de ventas en un banco ubicado en Diagonal Norte. Él aguardo a que Ella abordara un taxi, y al momento de la despedida depósito un profundo beso en su mejilla, que la dejó sonriendo todo el trayecto hasta su casa.
De vuelta en su casa, sus padres estaban almorzando. Si bien no la esperaban, no estaban muy sorprendidos de verla. Sin dudas no era la sorpresa que quería darles, y si bien su sonrisa no era tan amplia como en la mañana, al menos distraía a sus padres para que no notaran sus ojos hinchados por todo lo que había llorado.
—¡Hija! —exclamó la mujer mientras corría a abrazarla.
—Volví... —soltó fingiendo alegría.
A su madre le podía mentir, pero no a su padre. El hombre la observaba con detenimiento, esperando su turno para abrazar a su hija.
—¿Te sirvo de comer? —preguntó su madre cuando al fin la liberó.
—No, má. Comí en la calle, te aceptaría un té.
Cuando la mujer salió disparada a la cocina, su padre la miró con intensidad.
—Fuiste a buscarlo, ¿no es cierto?
—¿Por qué no me dijiste que se iba a casar? De haberlo sabido no hubiese vuelto.
—No tenía sentido amargarte, hija. Por eso tampoco te dije lo de Daiana.
—Y lo de don Tito —completó Ella.
—¿Lo viste? —preguntó su padre con cautela.
—Mejor dicho, los vi... A los dos... Vestidos de novios... Aparecieron en la casa de Mariano, ya se iban al civil.
—Eso te pasa por no avisarnos y aparecerte así de la nada —la regañó su padre en tono juguetón—. Debió haber sido duro verlo con Marilia vestida de novia.
El océano no perdonaba, hasta sus padres sacudían las olas de su maremoto. Cuando el hombre percibió que sus ojos se inundaban, la abrazó como cuando era pequeña y se lastimaba, y la guió hasta su habitación.
Su madre le trajo el té, y se acopló a la conversación. Ella volvió a contarles todo lo vivido esa mañana y sus padres le contaron el resto de la campana, esas partes íntimas que Él desconocía como pasajero. Los padres de Ella conocían a Alejo desde bebé, y a pesar de las idas y vueltas que haya tenido con su hija, ellos le tenían mucho cariño, así como Alejo a ellos.
Alejo les había presentado a Marilia, no sin antes haber conversado con ellos. Sabía que Ella había gritado a los cuatro vientos que él era su novio, y le parecía una falta de respeto hacia ellos que lo vieran por el barrio con Marilia, no sin antes haber dado una explicación. En cierta manera, fue a buscar la bendición de los padres de Ella para comenzar su nueva relación. Y no es que Alejo la iba a dejar si la pareja lo reprobaba, simplemente hubiese tenido que ser más cuidadoso al exponerse con ella.
La cuestión es que esa mañana se habían ausentado para ir a la boda de Alejo. Doña Ana, su madre, se había ido a vivir con su hermana a Mendoza, luego de la muerte de su marido y de su hija. Y los padres de Ella eran lo más cercano a una familia para Alejo.
Y ahí comprendió todo. Alejo nunca fue para Ella. Hasta sus padres lo sabían, de otro modo hubieran tomado como una ofensa su relación con Marilia. Por eso tampoco se sorprendieron cuando la vieron entrar sin equipaje, Alejo les había notificado su regreso cuando se vieron en el registro civil.
—¿Y ahora qué vas a hacer? —preguntó su madre.
—No sé, buscar un trabajo... O volver a California. Alejo tiene razón, todo lo que pasó estos años fue mi culpa.
—No, hija. Nada fue tu culpa, Alejo dijo esas cosas porque él sufrió mucho cuando te fuiste. Él siempre supo tu deseo de ayudar a las personas que padecen los trastornos de su padre y don Tito. Él mismo me lo dijo hoy, que no fue su intención lastimarte, y que aunque nunca estuvo enamorado de vos, él te quiere mucho.
—El problema es que eso no me alcanza. No me sirve que me vea como a una heroína por haberme recibido de neuróloga en Estados Unidos, o como su amiga de la infancia. No sé si estoy preparada para salir a la calle y cruzarme... —Hizo una pausa para contener las lágrimas—. Con su mujer. O para verlos llegar juntos del trabajo por la ventana...
—Eso nunca lo vas a ver, Marilia es jefa de recursos humanos en una petrolera y él ya es inspector —intervino su madre—. Tienen distintos horarios. Quedáte hija, ya lo vas a superar, vas a encontrar un buen muchacho, y Alejo será un recuerdo. Y quién te dice, quizás hasta termines siendo amiga de Marilia.
Cuando su madre dijo buen muchacho, su boca se curvó en una sonrisa y lo recordó a Él. Todavía no le había dado su número, buscó en su morral la tarjeta y su teléfono.
—Y hablando de conocer a alguien... —Alzó la tarjeta entre sus dedos índice y mayor—. Hoy cuando salí conocí un chico, un bancario, pero no sé... Me vio llorando en el Metrobús y me invitó a almorzar, me hizo bien desahogarme con alguien que no está contaminado por toda esta mierda que me rodea.
—Me gusta que pienses así, hija —dijo su padre—. Aunque te cueste, es hora de que superes a Alejo. Ahora, decime. Este muchacho... ¿es de confiar?
—¡Ay, papá! No sé... —Ella rio con algo de vergüenza—. Lo conozco de una hora, pero me llevó un a lugar público y se comportó como un caballero.
—Entonces no hay más que hablar —acotó su madre—. Si te gustó, entonces escribile. Y me lo traes a cenar apenas puedas.
Y eso hizo. Hablar con todas las partes la había hecho recapacitar y resignarse. Si hubo un ciego en todo ese lío había sido Ella durante todos esos años. Ni bien se quedó sola, le envió un mensaje a Él. Salieron esa noche. Y la siguiente. Y la siguiente. Y así.
Él tenía una paciencia para con Ella digna de admirar. Era la versión argentina y premium de Dylan. Porque Dylan luchaba contra un oasis a miles de kilómetros, mientras que Él luchaba por recoger y reconstruir con los pedazos que el furioso océano de años traía a la costa con cada oleada. Esas oleadas que la golpeaban en su cara con furia cuando en el chino del barrio se cruzaba con Marilia, que la saludaba amistosamente mientras compraba víveres para hacerle la cena a quien fuera el amor de su vida. Cuando en raras ocasiones los veía llegar de la mano a través de la ventana de su cuarto, y Alejo le robaba un beso a Marilia mientras intentaba abrir la puerta de la casa que compartían como esposos. Él tomaba cada pedazo de Ella y lo sumaba a su montaña de escombros del pasado, porque Él también tenía su corazón remendado.
Libertad. O Liv, como se hacía llamar. Así, cambiando una letra para transformar su nombre por uno que la hiciera ver más cool. Liv había sido su primer amor, pero de esos amores infantiles que se prometen matrimonio entre rondas de juegos. La vida los separó a ellos, pero no a sus padres que seguían siendo amigos. Las parejas oficiaron de casamenteros, y ellos tuvieron un trunco romance en el cual Él se enamoró más de lo que ya estaba, mientras que Liv tenía su corazón en otro lado. Se retiró con el corazón partido, no podía competir con un hombre ocho años mayor que él. No solo Ella luchaba contra un océano furioso, Él también era un náufrago, por eso la comprendía y aguardaba sus tiempos.
Aun así, Él estaba haciendo las cosas bien, pero Ella no. Por más que lo intentara no había manera de aislarse, de hacer borrón y cuenta nueva. No viviendo enfrente, no siendo espectadora de su pasado en campo vip.
Ella consiguió trabajo como jefa de neurología en una clínica privada, si bien no poseía mucha experiencia, su título estadounidense le daba el mismo prestigio que un neurólogo de huesos amarillos. Con eso le alcanzó para alquilar un departamento modesto en Núñez. Bien lejos de La Boca, en el extremo antagónico de la capital y del fútbol. Dejó de ver a Mariano, a Marilia, al pasado, aunque no así a Alejo. A veces lo veía de lejos cuando iba a buscarlo a Él al banco, ahí firme en su puesto de trabajo en Obelisco Sur. Cuando sintió que las punzadas en el estómago por ver a Alejo fueron disminuyendo, y las ansias por verlo a Él en aumento, supo que estaba haciendo las cosas bien.
Él la remó un año en el océano, solo y a contracorriente. Le tomó un año que Ella se subiera con Él a la balsa y lo ayudara a remar. Un año después de muchas idas y vueltas, de besos intermitentes y de caricias íntimas catalogadas como error, Ella cedió. No sin antes corroborar que había asesinado sus sentimientos hacia Alejo.
Ese día Ella tenía franco, no así Él. Y fue por eso que aprovechó el día para ir a visitar a sus padres. Pero había algo más en el motivo de su visita, quería cerrar el capítulo del pasado, y pasar página para comenzar de cero con Él. Era un día de semana, pero la calma en la calle que los separaba era digna de un domingo. Tocó el timbre de su casa, y segundos después Alejo estaba frente a Ella.
Contrario a lo que Ella esperaba, Alejo tenía una expresión relajada, y hasta podía notar una leve sonrisa en sus labios. Lo veía radiante, ya tenía el uniforme de la línea puesto. Había pasado un año desde la última vez que estuvieron frente a frente, y si bien sus emociones no eran las mismas de aquel entonces, sintió un leve puntazo en la boca del estómago al contornear con la vista su torso a través de la fina camisa.
—Te estaba esperando. —Alejo interrumpió su pensamiento lujurioso.
—No te creo —afirmó Ella con una sonrisa nerviosa.
Alejo soltó el pomo de la puerta y extendió sus brazos.
—Vení, pelotuda...
Ella aceptó el abrazo. Y lloró. Era el último tsunami antes de la calma del maremoto.
—Me da mucha pena cómo terminó todo —le susurró Alejo con cariño mientras acariciaba su melena castaña—. Sé que el año pasado te lastimé mucho con todo lo que te dije...
—No fue nada —se anticipó Ella, todavía con el rostro hundido en su pecho—. Yo fui la pendeja, nunca debí haberme ido a California.
—No seas tonta, fue lo mejor que pudiste haber hecho. Te hubiese tomado años ser jefa de neurología, y mirate ahora, ¿eh?
Cuando Alejo la sacudió con suavidad Ella levantó la cabeza y lo observó con detenimiento; lo tenía a centímetros, sus respiraciones se mezclaban. Ella era abofeteada por el chicle de eucalipto que estaba mascando Alejo, y él por su parte, sentía el olor a vainilla que emanaba de su pelo. Cualquiera que viera la escena de lejos hubiera pensado que eran una pareja de enamorados.
Sin embargo, Ella terminó de comprender que no era lo que necesitaba. Ese instante, en otro momento de su vida, hubiera sido eterno. Estuvo doce años anhelando el día en que volvería a estar en los brazos de Alejo, y cuando al fin llegó el momento, le sirvió para darse cuenta de que lo que en realidad necesitaba era estar en los brazos de Él. Extrañó su aliento a café de oficina, su torso más prominente, su barbilla reposando en su coronilla cuando la abrazaba. Y sonrió.
—Te manché toda la camisa... —se disculpó Ella interrumpiendo el abrazo—. Tu mujer va a pensar cualquier cosa.
—Marilia se va a poner muy contenta cuando sepa que por fin viniste. Ese día, apenas te fuiste, me recagó a pedos por la manera en la que te traté. —Ambos rieron—. Pasá, te invito a unos mates antes de irme a trabajar, mientras me cambio la camisa.
Sin dudas, ese abrazo lo había cambiado todo. Ella entró a la casa de Alejo, y a diferencia de su hogar, allí todo se encontraba cambiado. Muebles, pintura, decoración... Nada era como recordaba, se notaba el toque femenino de su joven esposa.
Alejo la condujo hasta la cocina, y Ella tomó asiento en la pequeña mesa redonda del centro. Rellenó la pava de agua y la puso a calentar en el fuego. Acto seguido, se quitó la camisa que Ella había manchado de maquillaje, dejando a la vista su torso desnudo como quien no quiere la cosa. Ella no pudo pasar por alto semejantes vistas, mucho menos la serpiente gigante que ahora decoraba su espalda, se sintió a gusto habiendo recuperado esa confianza de amigos de la infancia que siempre tuvieron. Alejo introdujo la camisa en el lavarropas y se movió con soltura por el lugar mientras preparaba el mate, como si no estuviera desnudo de la cintura para arriba.
Se acercó a la alacena empotrada en la pared, abrió una de las puertas y extrajo una latita de té en hebras. Abrió la tapa y sacó un atado de cigarrillos, coloco uno en su boca y se agachó con Él en dirección a la llama de la cocina. Lo encendió y se lo extendió a Ella, acto seguido, repitió el proceso para él mismo.
—Como cuando éramos pendejos... ¿Te acordás? —recordó con un dejo de nostalgia, abriendo la ventana y apoyándose en ella mirando hacia la calle—. Fumábamos a escondidas de mamá...
—Y Dai hacía carpa...
Hubo un silencio incómodo en el que sus miradas no se cruzaron, en el que Ella se arrepintió de mencionar a su hermana fallecida.
—No sé en qué momento todo se fue a la mierda, ya no somos los mismos... —Alejo dio una profunda calada a su cigarrillo—. Que hayas vuelto es como volver un poco a esos tiempos.
—Creéme que si hubiese sabido todo lo que iba a pasar, ni en pedo me iba.
—Ya te dije que nada fue tu culpa, aunque... —Alejo hizo una pausa para apagar el fuego y cebar el primer mate—. No es por pasarte factura, ya te lo dije, pero todo se descarriló cuando Mariano y yo nos quedamos solos. Ustedes eran nuestro centro de equilibrio, se fueron y perdimos el eje.
Alejo tomó la pava, el mate, la caja de cigarrillos, y se sentó frente a Ella. Encendió otro cigarrillo y comenzó a contarle todo aquello que Mariano omitió. Sus borracheras, las drogas, el club nocturno de Microcentro donde trabajaba Marta, y hasta las mujeres que pasaron por sus camas. Todo lo oscuro que atravesaron hasta que Elisa y Marilia llegaron a sus vidas casi en perfecta sincronía. También le confió en secreto la inestable relación que tenían Elisa y Mariano, y producto de esto, sus recaídas con los vicios.
Por su parte, Ella le contó sus anécdotas en el país del norte, le habló de Dylan, y finalmente de Él. De cómo llegó a su vida cuando menos lo esperaba.
—Me alegra tanto verte feliz. —Alejo tomó su mano y la acarició con su pulgar dibujando círculos—. Al menos no te contaminaste con toda esa mierda que vivimos.
—Aunque no lo creas... —Hizo una pausa pensativa y le devolvió la caricia en la mano que aún sostenía Alejo—. Cambiaría mi título por haberlos acompañado en esa mierda.
Permanecieron en un silencio cómodo, tan inmersos en sus pensamientos que no se dieron cuenta de la presencia de Marilia hasta que la escucharon cantar.
—Con vos es 4 de noviembre cada media hora...
Alejo y Ella centraron su atención en la puerta de la cocina, en el momento en que Marilia entraba con los auriculares puestos. Todavía estaban tomados de la mano. Y Alejo seguía encuerado.
Ella desenredó su mano de la de Alejo y sintió vergüenza por la situación. Si bien Alejo nunca la consideró su novia oficial, Ella no dejaba de ser su primer amor, hubo algo entre ellos, y la situación se podía prestar a malinterpretaciones.
Pero contrario a todo lo malo que Ella pensaba, Marilia, al verla, sonrió ampliamente y corrió a saludarla. Ella desvío su vista a Alejo, y lejos de verlo preocupado como lo estaba Ella, lo notaba relajado, algo sorprendido quizás.
—¡Qué bueno verte de nuevo por el barrio! —exclamó Marilia mientras aspiraba fuertemente el ambiente—. ¿Estuvieron fumando?
—No... Bueno, sí —admitió Alejo con una sonrisa—. Que raro tan temprano vos...
Era claro que Alejo intentaba desviar el tema para que su mujer no lo regañara por haber estado fumando. Pero lo que a Ella más le extrañaba de toda la situación, era que Marilia se alarmó más por el olor a cigarrillo que por encontrar a su marido en cueros y de la mano de su ex. Y no fue hasta que se acercó a saludarlo con un beso que notó que a Alejo le faltaba la camisa.
—Las ventajas de ser jefa de recursos humanos, las excusas me le doy a mí misma —rio por su ocurrencia—. ¿Y tu camisa?
Ella se puso morada de la vergüenza, mientras que Marilia miraba a su marido con diversión.
—Si la señorita no usara tanto maquillaje y no fuese tan llorona... —respondió Alejo con naturalidad y fingido sarcasmo. Marilia rio de nuevo mirándola a Ella, tratando de que bajara su postura defensiva—. Pero no me respondiste, ¿qué hacés tan temprano en casa?
—Quería ver a mi marido en nuestro primer aniversario antes de que se vaya a trabajar. —Depositó un beso en los labios de Alejo—. Feliz aniversario mi amor.
Ella desvió la mirada de la pareja, incómoda, pero no por ver al hombre que amó besar a otra mujer, sino porque Ella estaba de más. Y cayó en cuenta, Marilia lo estaba cantando. Era 4 de noviembre. De nuevo. Había pasado un año desde su regreso a Buenos Aires. Sonrió, se sintió feliz por ellos dos, aunque principalmente por Ella misma. Aquel océano que tanto la había atormentado, con sus oleadas salvajes de recuerdos y sus tsunamis desestabilizantes se había calmado. Por fin.
—Se te va a hacer tarde. —Marilia regañó a Alejo mientras le extendía una camisa limpia.
—Uy, sí —exclamó mientras se colocaba la camisa con destreza—. Ahora voy a tener que ir cortando semáforos hasta la terminal.
—Tranquilo, que no quiero enviudar el día de mi primer aniversario.
—Yo también debería irme —expresó Ella en voz baja. Estaba bastante apenada por estar molestando justo el día de su aniversario.
—No, no te vayas. Quedate un rato y después te vas. —Marilia la invitó a quedarse y Ella enmudeció. Cambió su rostro por uno de pánico, de seguro la mujer le reprocharía el haberla encontrado de la mano con su marido... Encuerado.
—No, no quiero molestarlos más. Es hora de irme.
—Quedate, tonta. —Alejo, adivinando su temor, le hizo una imperceptible seña con sus ojos para decirle que todo estaba bien, y que no temiera por lo que su esposa le diría—. Espero verte más seguido por acá.
Alejo la abrazó con fuerza y depositó un beso en su coronilla, el mismo que le había dado al verla en su portal. Desapareció por el pasillo junto con Marilia, y Ella se quedó pensativa y temerosa. No le agradaba la idea de quedarse a solas con la esposa de Alejo, pero estaba dispuesta a hacerle frente a lo que Ella tuviera que decirle. Después de todo estaba tranquila, nada había pasado entre ellos desde su vuelta.
Al cabo de un rato, Marilia volvió a la cocina y tomó un desodorante de ambientes de un estante. Roció el lugar y abrió más la ventana, definitivamente la mujer detestaba el olor a cigarrillo.
—Perdón, no sabía que no fumabas. De haberlo sabido no lo habría hecho —se disculpó con vergüenza.
—No te preocupes —minimizó la situación agitando su mano izquierda—. Respeto el vicio de Alejo, ya me cansé de pedirle que no fume, no hay caso.
Marilia volvió a guardar los cigarrillos en el estante del cual los había tomado Alejo, lo que confirmó que no era ninguna novedad el vicio de su marido. Recalentó el agua y cambió la yerba del mate, preparó unas tostadas de pan integral y las untó con queso blanco. Dispuso todo cuidadosamente sobre la mesa y se sentó frente a Ella, en el lugar que había ocupado Alejo momentos atrás.
—¿Te gustan? —Señaló el plato con su dedo—. Sino tengo las galletitas dulces de Alejo.
—Sí, sí... Me gustan, no hay problema —respondió Ella con nerviosismo, mirándola por una fracción de segundo.
Marilia le acercó el plato para que tomara una tostada, eligió una al azar y le dio un pequeño mordisco mientras sentía el escrutinio de la mujer. Quien finalmente habló.
—Sé lo que estás pensando y no, no te guardo rencor. —Ella levantó la cabeza sorprendida, y puso su atención en la mujer—. Sé que ustedes fueron novios, y creéme que no me molesta en lo absoluto. Al contrario... —Hizo una pausa que para Ella fue eterna—. Creo firmemente que Ale te necesita en su vida.
—Sabías que vine desde California dispuesta a recuperarlo, ¿no? —confesó.
—Sí, lo imaginé cuando te vi en la casa de Mariano, el día de mi casamiento el año pasado.
—¿Y no te dio miedo de perderlo? ¿De que mi regreso pudiera removerle algún sentimiento dormido? —preguntó con curiosidad.
—No... Bueno, sí... —dijo, y ambas rieron—. Estoy segura de lo que sentimos, yo estaba a pocas semanas de casarme con otro cuando lo volví a ver después de diez años. Y aunque dudé de si era o no lo correcto, sabía que no podía engañarme, que estaba completamente enamorada de aquel chofer rezongón que jamás me dio cabida. —Volvieron a reír—. El día que se hizo pasar por un postulante solo para verme, me di cuenta de que no podía volver a perderlo. Siempre lo perdí siete veces, jamás ocho... No quería romper la magia del siete, tampoco quería arriesgarme a perderlo para siempre, y mucho menos averiguar qué pasaba si lo perdía por octava vez. Y ese fue el detonante para tomar mi decisión.
Ella no podía dejar de sonreír con todos los detalles que Marilia le contaba sobre su relación con Alejo, era una historia de amor digna de un culebrón de media tarde. Incluso le contó el episodio en que Nahuel la había secuestrado, preso de su obsesión. Le relató con lujo de detalles cómo Alejo la había rescatado y todo lo que hizo para ayudarla a superar el trauma posterior al hecho, ante la atónita mirada de Ella. Si le faltaba algo para cerrar el capítulo de Alejo, era el testimonio de Marilia. El saber que la chica había sufrido tanto o más ella para tenerlo la reconfortaba aún más, en el buen sentido.
—Entiendo tu miedo al verme de vuelta el en barrio, dejaste todo por él... Quiero que sepas que podés estar tranquila, este año en Buenos Aires sirvió para darme cuenta de que siempre confundí mis sentimientos. Bah... Sí lo amé, no voy a mentirte, pero fue un amor joven. Lo amé como quien ama a su primer amor, y de grande lo vuelve a ver y le despierta un inmenso cariño. Yo confundí eso con amor.
Marilia rodeó la mesa cuando vio que Ella bajó su cabeza para ocultar sus lágrimas, se puso de cuclillas a su lado y la abrazó como si fuera su amiga de toda la vida. Sabía que Ella estaba terminando de procesar todos sus duelos, que el maremoto había destrozado todo lo que Ella había dejado en La Boca. Y tal como ocurre en todos los ámbitos de la vida, cuando algo se rompe y se reconstruye, ya no vuelve a ser lo mismo. Podrá ser similar pero nunca igual. Ella estaba aprendiendo esa lección de vida.
Todo era similar, pero nada era igual...
Bueno, algunas cosas sí.
Él no era Alejo, pero ocupó su lugar con méritos. De hecho, era mucho más demostrativo, y el amor por Ella le brotaba hasta por los poros. Luego de aquella charla en la que Ella confirmó sus sentimientos, se mudaron juntos a Núñez y se embarcaron en una relación sin fantasmas del pasado.
Marilia no era Daiana, pero era una amiga digna de contarle sus secretos, de compartir las pequeñas cosas de la vida, café o mate de por medio. De hecho, tenían un día fijo de chicas, tal como ellas les informaban a sus amados cuando se iban de shopping a revolver percheros.
Mariano ya no era Mariano. Era un ente que sufría por amor, por el fantasma de su mejor amiga y por una mujer que se había ganado el odio de Ella por su actitud pedante. Pese a que Marilia trataba de justificarla en reiteradas ocasiones, Ella por su parte intentó quitarle la obsesión de la cabeza a Mariano, quien se mostraba necio, y hasta en algunas ocasiones agresivo. Hasta que se cansó de intentarlo y decidió alejarse con todo el dolor del mundo, no iba a lograr hacerlo cambiar de opinión, Mariano era el ser más terco que conoció en su vida.
Y Dylan... Bueno... Todavía debe estar esperando a que Ella lo llame en la noche para contarle qué tal estuvo su vuelo.
Tercer capítulo, ¿ya saben quién es Ella? No pregunto por Él, porque a él lo van a conocer mucho más adelante, casi al final del libro. Así que solo recuerden sus pequeños detalles para reconocerlo en cuanto aparezca.
¡Momento! ¿No era que Mariano estaba en coma? Les dije que íbamos a jugar con el tiempo.
Acá ya empezamos a esclarecer algunas cosas, como el gran fantasma de Mariano, y ya empezamos a conocer un poco el pasado de Alejo. Y para el que haya notado el pequeño detalle en Fantasmas, y se preguntó cómo es que al inicio Alejo y Marilia recién se reencontraban, y llegando al final ellos dos ya eran marido y mujer, acá lo tienen...
Soundtrack:
La canción principal del capítulo. Inspirado levemente desde un principio en la que creo, la mejor canción de Destinología.
La Melodía de Dios – Tan Biónica
(Destinología – 2013)
Nada describe mejor el sentimiento inicial de Ella que esta canción. Cuando uno ama y el otro solo siente cariño y nada más.
Te Dejo En Libertad – Ha*Ash
(A Tiempo – 2012)
Acá me preguntan todo aquello que no entiendan, ya saben. Palabras, referencias culturales... Solo me adelanto y les aclaro que la UBA es la Universidad de Buenos Aires, es estatal, gratuita, y una de las de mejor nivel académico a la hora de conseguir un empleo.
Nos vemos en el siguiente capítulo, con alguien a quien ya conocen bastante bien. 👀
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