Capítulo 38
Sentía que la cabeza le iba a estallar, incluso tenía las manos en sus oídos para tratar de silenciar el llanto que llevaba días... literalmente desde que llegó era una lloradera por más juguetes y dulces que le ofrecieran.
Dos veces lloró con ella: una por frustración y otra porque su esposo le preguntó si acaso no sabía cómo cargar a su hija.
Ni con la niñera dejaba de llorar y ella estaba que se jalaba el cabello ante la desesperación.
Presionó el celular en su mano derecha y mantuvo los ojos cerrados con fuerza. Silencio, quería silencio para pensar en su siguiente movida. Demonios, ¿por qué no se callaba esa niña?
Por más que lo había intentado, no la podía reconocer como a su hija, de hecho, cada que la veía sentía que estaba viendo a la hija de esa con Ethan... Sayuri no tenía rastro de ella, solo los caireles que se le hacían en las puntas del cabello.
Y el maldito de Hansen ya le había bloqueado las llamadas. Maldito, mil veces maldito, se suponía que la sacaría de esa vida si era necesario.
Tenía las manos atadas, no tenía ni un peso ahorrado y estaba segura de que Saúl ya había cumplido con la amenaza de cancelar todas sus tarjetas si no se hacía cargo de esa niña.
¿Qué diablos estaba pensando al quitársela a Ethan? Cierto, quería verlo retorcerse de dolor, pero en vez de eso pareció que creó un monstruo dispuesto a todo por recuperar lo que le arrebató.
Gritó de frustración y lanzó su celular al suelo antes de incorporarse y caminar a gran velocidad a la recámara de Sayuri.
—¿Es que no puedes callarla? —gritó entrando y mirando a la niñera que caminaba de un lado a otro con la bebé en brazos.
La joven la miró avergonzada, tenía una mano detrás de la cabeza de la pequeña y la movía arriba y abajo tratando de silenciarla.
—Lo siento, señora; está inquieta, ni sacándola al jardín se calma —explicó con voz aguda.
Lara miró a su hija con ojos entrecerrados, la pequeña seguía llorando a gritos mientras empuñaba con fuerza la camisa de la trabajadora.
—Te vas a callar —espetó en voz baja acercándose a ellas y tomando a la bebé de manera un tanto agresiva.
Sayuri gritó más y se empezó a mover tratando de regresar con la niñera, sin embargo, Lara la tomó con fuerza y caminó fuera de la recámara con la joven trabajadora detrás de ella.
—Espere, señora, yo la tranquilizo, no haga algo de lo que se va a arrepentir —suplicó la chica tratando de recuperar a la bebé que ya estaba roja del llanto.
—¡Es mi hija y hago lo que quiero con ella! —bramó la rubia yendo escalera abajo.
—Señora, por favor.
Sayuri le extendía las manos a la niñera mientras su madre le apretaba el pecho al cargarla, le enseñaría a no sacarla de quicio. Una vez que llegaron al salón que daba con la puerta de la entrada, Lara tomó a la bebé por las axilas y la puso frente a ella.
—¡Cállate! ¡Ya cállate! —gritó sacudiendo a la bebé—. ¡Que te calles!
—Señora...
—Lara, ¿qué demonios estás haciendo? —exclamó Saúl con la mano en la manija de la puerta que acababa de cruzar.
Los ojos azules de la mencionada lo vieron con sorpresa mientras que la niñera aprovechó la distracción para recuperar a la bebé. Sayuri se había quedado un tanto pasmada por la acción de su madre, pero al sentirse de nuevo en los brazos de la otra chica, comenzó a hipear ocultado su rostro lleno de lágrimas en el hombro de esta.
—Karen, llévate a Sayuri al jardín —ordenó Saúl cerrando la puerta detrás de él.
La mencionada asintió varias veces y casi corrió fuera de la casa con la pequeña mientras le susurraba palabras llenas de cariño.
Una vez que estuvieron solos, Lara se cruzó de brazos y miró de manera desafiante a su esposo.
—Está mal educada, es una berrinchuda y tú no quieres mandarla a un internado.
Saúl dejó las llaves de su auto en la mesa de la entrada y luego sacó del interior de su saco un sobre amarillo que aventó a los pies de su esposa. Ella lo miró extrañada antes de llevar su atención a lo que yacía en el suelo.
—Tú y yo vamos a tener una larga plática sobre lo que estuviste haciendo en Esbjerg —espetó el hombre antes de abrir su saco y encaminarse hacía la oficina—. ¡Ahora! —gritó cuando la rubia no lo siguió.
Lara miró el sobre sintiendo su corazón acelerarse. Algo le decía que ese sobre marcaría el final de sus planes...
Horas antes.
El hombre al medio de su diminuta sala veía el entorno con las manos en la espalda, no aparentaba estar buscando nada, más bien parecía sentirse tan incómodo como él.
—¿Esos son los juguetes de Sayuri? —preguntó de pronto.
Izan titubeó un poco antes de contestar.
—Sí, dijeron que no pidieron nada —recordó en un tono borde caminando hacia su mesa—. ¿De qué quieres hablar? —cuestionó yendo al grano.
Saúl asintió antes de voltear para fijar su vista en él.
—Debes saber que tengo contactos en todos lados, incluso en el juzgado de lo familiar —comenzó el hombre manteniendo el tono de aparente amabilidad.
La sangre del castaño pareció hervir ante tal declaratoria, casi le estaba diciendo que obtendría la custodia de su hija hiciera lo que hiciera y eso lo llenó de ira.
—Si vienes a reiterarme lo que tu esposa... —El castaño endureció la mirada al ver la mano levantada de Saúl, un ademán con el que le pedía que no siguiera con la acusación; esa gente no tenía límites.
—No; vengo a decirte que sé la clase de padre que eres... una de mis contactos vino a recoger a Sayuri el día que fue retirada de tu custodia —explicó.
El chico se quedó con las palabras en la boca mientras su mente rápidamente viajó al peor día de su vida para rememorar con facilidad a la mujer que lo miró subir a su hija al vehículo; ya decía que lo veía demasiado.
Cruzó los brazos y tomó una postura a la defensiva.
—¿Eso qué? —preguntó de manera brusca.
A pesar ello, Saúl no se inmutó o cambió su actitud, regresó las manos a su espalda y giró para observar el cajón de juguetes de la bebé.
—Sayuri estaría mejor aquí, contigo, que con mi esposa —expresó con una naturalidad que descolocó a Izan.
El castaño incluso abrió la boca con sorpresa no creyendo que había escuchado lo que el hombre le estaba diciendo. Hasta sacudió la cabeza y puso dos dedos sobre sus ojos.
—¿Qué... es enserio? —Se atrevió a preguntar con escepticismo.
El hombre movió la cabeza de manera afirmativa.
—Lara no tiene ni un gramo de paciencia o madurez, he estado lidiando con ella desde que nos casamos creyendo que el tenerle paciencia y darle lo que pidiera sería suficiente... —explicó el hombre, hastiado—. Pero nada la hace crecer, es una vergüenza para mi linaje; creí que la niña la empujaría a actuar como debe... pero parece más encaprichada que nunca a huir contigo.
El chico experimentó un sensación de acidez en el estómago.
—No estoy interesado, si vienes por eso te aseguro que...
—Te regresaré a Sayuri —interrumpió Saúl volteando, Izan una vez más se quedó con la palabra en la boca y ahora parecía pez al abrir y cerrar.
Sacudió con fuerza la cabeza a la par que cerraba los ojos para intentar despavilarse. Cuando regresó su atención al esposo de su ex, lo encontró con la misma mirada decidida con la que le dijo esas palabras que detuvieron su mundo.
—¿Qué? —cuestionó incrédulo.
Saúl sacó un sobre de su chaqueta.
—Creo que esto explica mejor mis razones para devolverte a la niña —dijo extendiéndolo en dirección a Izan.
Él lo tomó frunciendo el ceño, lo abrió y encontró un puñado de fotos, las sacó y al observarlas sintió vergüenza y algo de pena por el hombre en su sala. Eran imágenes de Lara: cuando lo vio en el parque, el beso en el club, cuando lo acorraló en el mismo lugar...
Al llegar a las últimas las empuñó con fuerza y sintió la bilis subir por su garganta. Era su ex con la chica que destruyó la maqueta, estaban hablando a las afueras de la facultad de arquitectura e imágenes más adelante se veía a a rubia observando a la otra chica entrar al edificio... seguro la había convencido de destruir el proyecto de Sorine.
—Carajo —espetó sabiendo que sus sospechas y las de todos eran ciertas. Lara tuvo que ver en ese acto pero usó a un tercero para que no la culparan.
—Las recibí esta mañana, por eso seguí a Lara y los escuché alegar —confesó el hombre antes de suspirar y negar—. Este tipo de acciones me dejan mal parado ante mis socios.
El chico arqueó una ceja y puso las imágenes de regreso en el sobre.
—¿Todo esto por tu reputación? —preguntó con ironía; no por él, más bien porque Lara iba a perder todo lo que según había soñado por aquello que siempre buscó: un estatus.
Saúl se encogió de hombros.
—Siendo heredero de lo que eres, entiendes que es mejor retener la reputación que a una persona, ¿no?
Izan le regresó el sobre negando.
—Justamente por una persona perdí todo lo que me iba a ser delegado... y no me arrepiento de ello.
El hombre asintió guardando el sobre en su saco.
—Me parece justo, Ethan —dijo en su lengua natal antes de encaminarse a la salida—. Pero algunos preferimos el prestigio a algo pasajero —prosiguió antes de salir del pequeño departamento—. Sayuri estará de vuelta en una semana, te recomiendo que arregles tu situación laboral — concluyó cerrando la puerta.
El corazón del castaño brincó y a la vez se sintió algo preocupado. Si bien Lara le había destrozado la vida, no le deseaba mal.
Pero parecía que la chica estaba por recibir un castigo justo por todo el daño que le hizo a las personas que la rodeaban.
Macy observó a la pareja frente a ella tratando de mantener la calma. Aunque honestamente tenía ganas de levantarse y retirarse.
La mujer estaba delgada, aunque tenía una prominente panza, también se veía pálida y cansada; y su padre, bueno, cada vez que se encontraban parecía hacerse más viejo.
—Macy, te ves más linda que nunca —comentó la dama una vez que el mesero se retiró tras dejar unas copas de agua.
La chica puso las manos sobre su regazo y las entrelazó apretando para no responder como su mente le decía: Con veneno.
—Gracias... Tú te ves delgada —respondió anhelando con toda el alma que Thiago volviera para darle fuerzas.
Su padre y la mujer se miraron antes de poner de nueva la atención en ella, fue un intercambio lleno de angustia que la hizo ladear la cabeza.
—Macy, no creas que vino para hacerte sentir mal, tengo algo grande que confesar y ella quería estar presente —explicó su padre en voz baja—. No quiero empeorar nuestra relación, no ahora.
La chica suspiró de manera audible.
—No parece que busques eso, sabes lo que siento por ella y aún así...
—Querida, no creas que traté de desplazarte o a tu madre, a veces el amor se da cuando menos lo esperas —intervino la mujer tomando la mano de su progenitor.
La pelinegra entornó los ojos.
—Sí bueno, no me interesa conocer su historia romántica —dijo de manera tajante.
Su padre levantó una mano pidiéndole a su esposa que no dijera más. Sabía perfectamente bien que la chica estaba dolida y no la culpaba.
—Macy, solo escucha, ¿ok? No te pido más, si una vez que termine de decir lo que vine a confesar, te quieres ir, lo puedes hacer —pidió en un tono que parecía desesperado.
Y aunque todo en ella le decía que no tenía porqué escuchar al hombre que se decía su padre, una voz que sonaba como cierto inglés, susurraba que debía hacerlo antes de decidir cualquier cosa. Así que con mucho pesar asintió una vez.
—Bien, te escucho —dijo mirando al hombre.
La mujer tomó con ambas manos la derecha de su progenitor y él se aclaró la garganta.
—Hay dos cosas que no te dije en nuestras reuniones, una porque no quise destruir la pequeña relación que se estaba dando y la otra porque no quería que te sintieras obligada a darme una oportunidad de resarcir las cosas... o que me tuvieras lástima —explicó él manteniendo la vista en los orbes aceitunados de su hija.
Macy frunció el ceño extrañada.
—¿Por qué habría de tenerte lástima? —cuestionó contrariada.
Su padre miró a la mujer a su lado unos segundos y esta asintió tratando de animarlo. La pelinegra vio como su padre literalmente comenzó a temblar y sus ojos se llenaron de lágrimas. Finalmente regresó la atención a ella.
—Macy, tenemos SIDA —confesó el hombre en voz muy baja.
El mundo pareció detenerse, los ruidos de comensales y platos chocando se desvanecieron y la chica no dejó de escuchar esa frase ser repetida en su cabeza una y otra vez sin parar.
Observó a su padre con la boca ligeramente abierta y luego a la dama que lo acompañaba, su mente comenzó a asimilar la confesión con el estado físico de ambos.
Era una broma, tenía que ser una maldita broma.
Quiso hacer aquella acusación en voz alta, pero por primera vez en su vida su voz la traicionó dejándola a la deriva. Negó una vez llevando la mirada a la mesa, inhaló aire con fuerza y lo soltó con suma lentitud.
No sabía qué decir.
Entonces de soslayo vio la silla a su lado moverse y sintió la mano de cierto empresario entrelazarse con la suya y apretar. Thiago había escuchado.
Su padre lo miró confundido más no dijo nada al notar como Macy parecía regresar en sí.
—¿Estás bien? —indagó el inglés en voz baja.
La chica negó una vez, sentía sus ojos húmedos pero inhaló, una vez más, y regresó a su padre.
—¿Estás completamente seguro? —preguntó un tanto desesperada.
La pareja frente a ella se miró y el hombre asintió. Macy se le quedó viendo a la dama y luego bajó la vista a la panza que se asomaba un poco.
—¿La bebé?
Aquello pareció desatar las lágrimas contenidas de la mujer, su padre la tomó de la mano besándola antes de responder.
—No saben, pueden pasar muchas cosas: desde que nazca bien y sana, hasta que... —Tragó pesado—. Hasta que nazca muerta.
El agarre en la mano de Thiago se volvió casi doloroso, pero se mantuvo ahí sosteniendo a la mujer a su lado.
Macy sacudió la cabeza tratando de despejarla. Su padre había dicho que le ocultó dos cosas.
—¿Cuál es... qué otra cosa me ibas a decir?
El hombre buscó en su chaqueta y sacó su celular, presionó por unos segundos la pantalla hasta encontrar lo que quería.
—Hace tres años no teníamos contacto, por eso no te dije y porque, sé lo que piensas, que me fui porque eras niña... —murmuró el hombre—.No fue por eso, Macy; tu madre y yo dejamos de querernos, fue algo mutuo que ninguno quiso resolver. Ella quería volar y yo no quise detenerla... —Le extendió el aparato y ella lo tomó confundida.
Al mirar la pantalla se encontró con orbes turquesa y cabello negro en el rostro de un pequeño de no más de dos años. El niño sonreía mientras abrazaba un cachorro color miel.
—Se llama Tai, es tu hermano —dijo el hombre con una diminuta sonrisa.
Macy esperó sentir rencor, odio o resentimiento ante aquella confesión, pero solo estaba experimentando una pesadez en el corazón al entender porqué su papá había insistido tanto en que fuera madrina de su hermanastra...
—Es de él de quién quieres que me haga cargo —musitó sintiendo el latido de su corazón en la sien.
No desvió la vista del aparato, pero de reojo notó que su padre asintió.
—No sé... No sabemos qué nos depara el mañana o cuánto vamos a vivir... Y sé que es mucha responsabilidad, tú tienes una carrera y un futuro... —alegó el hombre con tono cansado—. Pero nos gustaría que lo hicieras porque eres el mejor ejemplo para Tai.
La chica no dijo nada, se limitó a observar esa mirada llena de inocencia que por momentos le recordaba a cierta bebé que había cambiado la vida de su mejor amiga.
Ante el silencio de la pelinegra, la dama sintió que debía ampliar el panorama.
—Ambos tenemos seguros de vida, todos los gastos de Tai hasta los veinte años estarán cubiertos; no pienses que es algo que te pedimos por interés... —dijo atropellando las palabras—. Yo no podría estar más de acuerdo con tu padre y sé que mi... Que mi niño. —La voz se le quebró a la mujer y Macy no pudo evitar mirarla, la dama limpió sus lágrimas con la servilleta de tela en su regazo—. Sé que mi niño estaría en las mejores manos.
Era mucho, lo que le estaban pidiendo a Macy era demasiado. Lo sabía.
Pero finalmente entendido porqué ese día de lluvia Sorine no dejó a Izan y su hija a la deriva.
Sin dejar de ver la fotografía de su hermano pequeño, asintió aceptando la petición.
Lara no dejaba de mirar las fotografías y los papeles que la esperaban en el escritorio de caoba de su aún esposo.
—No —exclamó por lo que pareció millonésima vez.
Pero Saúl no se inmutó, es más, cruzó los brazos y la miró con cara de "no me provoques".
Y no era para menos, frente a ella estaba el acuerdo de divorcio, con el prenupcial y la renuncia de la patria potestad de Sayuri.
—No te pregunté, querida, los vas a firmar —reiteró el hombre.
La rubia sacudió la cabeza varias veces de manera negativa.
—¡No! Ethan me estuvo siguiendo; ¡tienes que creerme! —alegó señalando las fotografías; afortunadamente no se veía quién hizo el primer movimiento.
Saúl llevó una de sus manos hasta su frente, le comenzaba a dar jaqueca.
—¿Por quién me tomas? ¡¿Acaso tengo cara de estúpido?! —vociferó y aquello estremeció a su casi ex.
—Claro que no, amo...
—¡Te seguí! ¡Escuché lo que le dijiste hace unas horas! —gritó él perdiendo la paciencia—. ¿Quieres que te lo repita?
Lara llevó las manos a su boca con sorpresa, sentía todos sus planes desvanecerse cuál humo.
—Saúl, ¡perdón! Es que Sayuri... Creí que necesitaba a su padre y...
Las excusas de la mujer lo estaban desesperando, así que se acercó a ella y la levantó de la silla con brusquedad mientras la miraba fijamente sin pizca de empatía.
—Tienes dos opciones, querida —masculló con sarcasmo—. O firmas esos papeles, incluido el que me libera de futuras responsabilidades. —Lara intentó intervenir pero el hombre apretó un poco su brazo y ella gimió sintiendo dolor—. Y te vas de aquí con tu ropa, joyas y hasta el maldito carro, o hacemos esto de manera legal y utilizo el acuerdo prenupcial para que te quedes sin nada —concluyó de manera amenazante.
Se vieron a los ojos por varios segundos, Lara sopesó todas sus opciones y se dio cuenta que ya no había vuelta atrás.
Saúl jamás le perdonaría todo lo que hizo a su espalda.
—¿Por qué la custodia de Sayuri? Eso no es asunto tuyo —preguntó frunciendo el ceño.
Él la soltó casi como si le diera asco, tras verla con desagrado, se arremangó la camisa y regresó a su lugar en la oficina.
—Porque a diferencia de ti, pasé tiempo con la niña —espetó tomando una pluma y poniéndola sobre los papeles que esperaban su firma—. Y no pienso dejarla con alguien que ve a las personas como herramientas para su propio beneficio, que es incapaz de amar o dejarse amar.
Aquello se sintió como una bofetada para la chica. Incluso sus ojos se llenaron de lágrimas de rabia e impotencia.
Miró de nuevo los papeles y tras empuñar las manos, tomó la pluma y plasmó su firma en ellos.
Mejor irse con algo que con las manos vacías.
El auto de su padre se alejó calle abajo mientras ella se abrazaba. Tenía una maraña de sentimientos y pensamientos que la estaban dejando agotada.
Pero no dejó de mirar en esa dirección, era como si estuviera inerte en medio de la nada.
Sintió las manos de Thiago en sus hombros y no logró controlar más las lágrimas que llevaba toda la cena guardando. Su cuerpo se sacudió y solo percibió cómo el inglés la giró para envolverla en sus brazos.
Cuando la calidez de ese hombre la embargó, lloró por su hermanita no nacida, por el hermano que se quedaría huérfano y por los padres que no tendrían la oportunidad de vivir la vida con su familia.
—Aquí estoy, amor, no estarás sola —susurró Thiago a su oído apretándola más a su cuerpo—. Lo haré contigo.
Macy se alejó un poco, sus mejillas estaban rojas y sus ojos vagamente hinchados; incluso así, para Thiago no había imagen más hermosa.
—¿Te quedarás? —preguntó ella sintiendo que todos los hombres de su vida estaban destinados a dejarla.
El inglés puso los dedos debajo de su barbilla y con suma gentileza levantó su rostro.
—Si me lo permites, quiero estar contigo para toda la vida.
La pelinegra mordió su labio inferior antes de asentir varias veces y volver a refugiar el rostro en el pecho del hombre que jamás imaginó encontrar.
Thiago la abrazó con fuerza suspirando en su cabello. Había mucho que confesarle, muchas historias que compartir. Pero primero hablaría con la mujer que por muchos años tuvo su corazón y luego cerraría su pasado para construir un futuro con la bella chica que lo había enamorado.
El sol ya había salido por el horizonte, incluso así, la habitación se encontraba en silencio y no podía estar más aburrida.
Naím salió temprano a hacer unas diligencias y ella estaba cansada de contar cuántos bips daba la máquina a su izquierda en un minuto.
Afortunadamente podía chatear con el abogado que le compró otro celular para que estuvieran comunicados, de otra manera ya estaría buscando la manera de pararse de la cama.
Escuchó un toque en la puerta, su corazón brincó y jadeó un poco ante el temor que la seguía inundando de solo pensar que Mao iría por ella; sin embargo, trató de calmarse al recordar que el hombre estaba encerrado en algún lugar de Esbjerg.
—Adelante —exclamó con voz rasposa.
Una cabeza con lentes se asomó y ella no pudo evitar sonreír al ver a su amigo inglés.
—¡Thiago! —dijo haciéndose a la derecha y palmeando el lugar a su lado—. Creí que no vendrías, llevo horas aburrida —expresó sacando la lengua.
El empresario le dio una sonrisa y caminó hasta la cama, pero en vez de sentarse en ella, acercó una silla y tomó asiento.
—Aguafiestas —masculló Paige retomando su lugar en la cama mientras su amigo reía.
—¿Cómo estás? —preguntó él poniendo atención a los múltiples moretones en la piel blanca de la pelinegra.
—Cómo balón pateado después de un partido —ironizó ella tratando de acostarse de lado—. Supongo que no podré usar bikini en mucho tiempo —masculló con un fingido suspiro.
Thiago negó e hizo girar los ojos.
—Prioridades —murmuró moviendo la cabeza y recibió otra sacada de lengua como respuesta, ambos rieron hasta que de pronto se quedaron en silencio con el bip como único sonido en la sala.
Los ojos de Paige se fueron llenando poco a poco de lágrimas y mordió el interior de su mejilla.
—Lo quería muerto —confesó en voz casi inaudible—. No dejaba de pensar en todo lo que me hizo y solo desee... —Su voz se quebró y Thiago tomó su mano con fuerza—. Soy una mala persona, no me arrepiento de haberle disparado, me frustra haber fallado —prosiguió apretando el agarre.
El inglés la observó y movió un mechón de cabello hacia atrás
—No eres mala, eres la mujer más valiente que he conocido en mi vida —refutó en voz baja mientras que con su mano acariciaba el rostro de la chica—. Por eso me tenías tan estúpidamente enamorado.
La pelinegra sonrió levemente antes de verlo a los ojos.
—Finalmente es "tenías", ¿eh? —preguntó divertida.
Thiago asintió una vez y suspiró mientras con un dedo tocaba la punta de su nariz de manera juguetona.
—No finjas sorpresa, lo supiste antes que yo —susurró cansado.
Paige entonces sonrió abiertamente.
—¿Lo tuyo con Macy? —ironizó y rio—. Claro que lo supe antes que tú, te conozco tan bien como a Ethan.
El inglés sonrió antes de que su gesto fuera decayendo hasta que terminó por desviar la mirada y la pelinegra ladeó la cabeza un tanto confundida.
—Yo creí conocerte así de bien y jamás me di cuenta de lo que cargabas —murmuró agobiado antes de soltar un sonoro suspiro—. Te amaba más que a nada en el mundo y te fallé.
La chica estiró sus manos y las acomodó de tal manera que terminó palma con palma con el inglés, los dedos de su amigo eran mucho más grandes que los de ella, ya lo sabía; solía jugar así con el empresario sabiendo lo nervioso que lo ponía el juguetón contacto. Pero al sentirlo en total calma, alegría la inundó.
—No me fallaste, me fallé a mí misma al no decirles nada, creí que podía cargar con todo y solucionarlo...
—Te fallé porque le pedí a Taylor que te sacara —interrumpió el inglés apartando su mano y quitándose los lentes al sentirse derrotado—. Estaba desesperado por ayudarlos, por traerte a Esbjerg sin repercusiones; no sé porqué creí que ella era la mejor opción.
Y el misterio que era la oferta de Lara finalmente tomó forma. Paige abrió mucho los ojos ante la confesión y no pudo evitar incorporarse en la cama.
—Tú se lo pediste —susurró y Thiago asintió sin verla. La chica frunció el ceño y su gesto se endureció—. ¿A cambio de qué?
El inglés bufó mirando hacia arriba.
—Una puerta de salida si no funcionaba con Saúl... algunas acciones de mi empresa están a su nombre.
Silencio inundó el lugar hasta que Thiago sintió un golpe en la cabeza seguido de un grito de frustración.
—¡Serás idiota! —exclamó la chica enfurecida antes de intentar pegarle a su amigo en el pecho, pero el chico ya tenía sus manos agarradas—. Sabes que es una arpía y le fuiste...
—Tú también confiaste en ella...
—Y por eso somos unos idiotas, el mayor es Ethan, pero tú no te quedas atrás —exclamó forcejeando para tratar de pegarle mientras el hombre se hacía de lado evitando los intentos.
—Estaba desesperado —se justificó él moviéndose hacia atrás.
—¡Todos lo estábamos, pero no me ves ofreciéndole dinero a la zorra esa!
Se miraron a los ojos, la chica dejó de forcejear e hizo un puchero a lo que el inglés sonrió.
—Como en los viejos tiempos —dijo divertido el hombre mientras la soltaba.
Paige le enseñó la lengua y cruzó los brazos.
—Daría lo que fuera por volver a ser niña —comentó cansada.
Thiago asintió, finalmente se levantó para sentarse junto a la pelinegra y abrazarla manteniendo el mismo cuidado con el que había tomado sus manos: evitando tocar algún lugar golpeado.
—¿Incluso a Naím? —preguntó en voz baja.
La chica se quedó pensando unos segundos antes de negar.
—Bueno, casi cualquier cosa —corrigió apoyando la cabeza en el pecho del inglés.
—¿Me harán decirle a Naím y Macy que finalmente sí decidieron huir juntos? —preguntó una tercera voz desde la puerta.
Ambos voltearon y encontraron orbes ambarinos observando con el ceño fruncido. Thiago entornó los ojos mientras que Paige sonrió.
—Claro, serás el portavoz de nuestra escapada, Ethan —bromeó ella en su lengua natal mientras miraba al inglés sobre su cabeza.
El empresario negó levantándose de la cama.
—Dudo mucho que alguno de nosotros quiera renunciar a lo que tiene en Esbjerg —dijo retomando su lugar en la silla.
Izan entró a la habitación cerrando detrás de él. Se acercó a sus amigos y se sentó en la cama evitando los pies de su prima.
—No, ninguno lo haría —susurró en un hilo de voz con el gesto decaído.
Thiago y Paige lo miraron con algo de lástima.
—¿Sorine te dijo que se va? —cuestionó la chica mirando al de lentes antes de ver de nuevo a su primo.
El castaño asintió mirando hacia la ventana.
—¿No harás nada? —preguntó el inglés.
Izan se quedó quieto un momento antes de tomar el dedo gordo del pie de su prima que se había asomado por la sábana del hospital.
—¿Creen que es justo? ¿Pedirle que deje sus sueños después de todo lo que hizo por mí... Por nosotros?
Thiago y Paige sabían la respuesta así que se limitaron a callar. La verdad era que pedirle a Sorine que no se fuera sería un acto lleno de egoísmo.
La chica quería volar, la dejaría hacerlo y de ser necesario, sería sus alas.
—¿Y qué pasará con Sayuri? —cuestionó Paige, preocupada.
Izan suspiró mirando hacia arriba.
—Puede que regrese, no canto victoria pero... Tal vez pueda resolver esto sin una guerra en el tribunal.
Paige y Thiago lo vieron confundidos, pero antes de pedirle que ahondara en el tema, la puerta se abrió y un enorme oso de felpa se asomó.
—¿Compartes la cama? —preguntó Naím apareciendo detrás del oso.
La pelinegra se sonrojó de manera exagerada y cubrió su rostro con las manos mientras sus amigos se reían.
—Dios, me vas a matar de ternura —musitó ella sin dejar de sonreír.
Naím ignoró el comentario y arrastró el oso que parecía pesar más que él.
—Imagina como me vi llevando esto por tres pasillos —contó entre jadeos.
Thiago le hizo un ademán con la cabeza al castaño, el chico sonrió y tras darle una palmada en el pie a su prima, siguió a su mejor amigo fuera de la habitación.
—En mejores manos no puede estar —comentó el inglés una vez que Izan cerró la puerta de la habitación.
El castaño asintió y metió las manos a las bolsas de su pantalón mientras caminaban por el pasillo del hospital.
—Creo que encontró a su alma gemela, mira que arrastrar esa cosa con el hombro herido...
—Por amor hacemos estupideces —comentó Thiago deteniéndose en el elevador y presionando el botón de bajar.
Izan suspiró y miró al suelo.
—Como hacer una maqueta virtual a altas horas de la madrugada —dijo con una sonrisa llena de melancolía.
Cuando llegó el elevador ambos subieron, el empresario presionó el botón del lobby y tras cerrarse las puertas, comenzaron a bajar.
—O renunciar a un proyecto que sabes que no te pertenece —alegó el inglés con aparente desdén. El castaño lo miró con ojos entrecerrados y el hombre levantó una mano—. Sabes que es verdad, sabes que ella renunciará a ese proyecto porque es demasiado honesta para quedarse con un trabajo que siente que no se ganó.
Izan negó y bufó, prefirió ver las metálicas puertas que a su amigo que tenía la boca llena de razón.
—Mi pregunta, Ethan, es si dejarás que todo su esfuerzo se vaya a la basura al dejar ir una excelente oportunidad de trabajo que te asegura, incluso, la custodia de tu hija —concluyó de manera tajante el inglés, en su lengua natal.
Las puertas del elevador se abrieron, Thiago salió sin mirar atrás dejando a su mejor amigo con miles de excusas que se fueron evaporando una a una.
Sorine hizo un gesto de dolor mientras su hermano la veía con dureza. Le estaba revisando las costillas, de nuevo, y medía en silencio si la hinchazón había aumentado o reducido.
—Con el medicamento el dolor comenzará a bajar; no puedo creer que mintieras, monstruo —espetó bajándole la playera.
—Sí, sí, ya me lo dijiste muchas veces de ayer a hoy —dijo ella, frustrada—. No tenías que llamar a papá, solo lo preocupaste.
Trevor la vio molesto.
—Debería, aceptaste una beca y te vas en menos de un mes al otro lado del planeta, después de una paliza que recibiste por la prima de tu ahora ex —bramó el doctor negando—. Te dije que era grande el paquete.
La castaña entornó los ojos.
—¿Vamos a hablar de esto a diario?
—Me escucharás reclamarte hasta que te subas a ese avión...
—Mejor grábate y me lo mandas por whats...
—Si crees que no te estaré visitando de improvisto...
—Bla bla bla...
Una risa interrumpió la pelea y ambos voltearon para encontrar a Joen en la puerta de la recámara de invitados observando el intercambio con una sonrisa.
—Por favor, no se detengan por mí —rio el abogado haciendo un ademán.
Trevor bufó y se incorporó. Negó una vez antes de encaminarse fuera de la habitación.
—Monstruo necio —gruñó.
—¡Oye! ¡Te escuché! —exclamó la castaña sintiéndose ofendida.
Joen rio entrando a la habitación, tomó asiento donde su novio estuvo hace unos momentos y vio a Sorine con ternura.
—¿Ya compraste el boleto?
Ella asintió bajando la mirada.
—Así no cambio de planes a medio camino —bromeó sabiendo que había algo de verdad en sus palabras.
Su cuñado asintió y palmó su rodilla antes de mirarla fijamente.
—Taylor renunció a la custodia —contó en voz baja.
Los orbes verdes de la chica se abrieron con suma sorpresa, acto que aumentó cuando Joen le enseñó la fotografía que hacía escasos diez minutos recibió.
Sorine tomó el aparato y agrandó la imagen para leer lo que decía el archivo, estuvo en silencio cinco minutos haciendo aquello y luego volvió a mirar a Joen.
—¿Esto quiere decir que Izan... que Sayuri volverá?
El abogado asintió recuperando su celular.
—En unos días; Izan solo debe tener un trabajo fijo y tendrá la custodia definitiva.
Y Sorine esperó con toda el alma que Thiago lograra lo que le pidió y que el amor de su vida aceptara ese trabajo que se merecía.
Izan llegó a su departamento sintiéndose contrariado. No sabía qué camino tomar, estaba confundido y por más que lo pensaba, sentía que tomar la oferta de trabajo era una traición a Sorine.
Negó encaminándose a la barra donde aún yacía la tarjeta que la castaña le dio. ¿Por qué no pudieron darles el trabajo a los dos?
Demasiados porqué y él debía tomar una decisión definitiva si quería de regreso a su hija.
Tomó el pequeño cartón y lo observó por lo que pareció una eternidad. Sabía que esperaban la llamada, que incluso ya tenían el contrato listo para ser firmado.
Y algo, muy dentro de él, le dijo que no solo era una oportunidad de trabajo, que era ver realizado el sueño de ambos: la plaza construida. Si dejaba pasar esa oportunidad, el proyecto jamás vería la luz.
Lo que lo unió a Sorine desaparecería como si jamás hubiera pasado.
Sintió un tirón en el pecho y su estómago revolverse de manera agresiva. Suspiró con fuerza y sacó su celular para marcar el número de la tarjeta.
—Buenos días, habla Moore Izan de parte de Sorine Kaspersen —masculló cuando le contestaron, se aclaró la garganta y continuó—. Sí, gracias por la espera y la oferta... estaré honrado de trabajar con ustedes.
Cerró los ojos mientras escuchaba los pasos a seguir y lo que le deparaba el futuro sintiendo su corazón latir dolorosamente rápido y fuerte.
Perdió a la chica, pero no renunciaría lo que la unió a ella. Se esforzaría por levantar esa plaza y sería un monumento al amor de su vida.
Una semanas después.
Cajas por armar se apilaban en la esquina donde la computadora de Thiago ya no estaba. El lugar olía a limpio aunque cierta pelinegra decía que había exagerado.
Paige caminaba por su departamento con las muletas que Naím le compró. Tenía una de sus piernas enyesada pero no dejaba de sonreír mientras lo veía sacar ropa color rosa de una bolsa.
—¿En serio la vas a cambiar apenas llegue? —cuestionó divertida.
Izan frunció el ceño.
—No quiero nada de ella aquí, menos en el cuerpo de Sayuri —masculló con enojo.
Su prima suspiró y se apoyó en el muro a un lado de la barra.
—Tienes razón, ¿Thiago no iba a venir?
El castaño negó quitándole las etiquetas a la ropa que tenía en las manos.
—Iban a dejar a la mamá de Macy al aeropuerto —le recordó.
La chica bufó odiando las muletas, saltó en un pie hasta la sala de su primo mientras recibía una mirada desaprobatoria.
—¿Qué? Te reto a usar esas cosas por un día, ya verás lo que es bueno.
Izan entornó los ojos y negó, pretendió alegar pero el sorpresivo toque en la puerta le aceleró el corazón, casi fue corriendo para abrir pero se detuvo antes de hacerlo. Exhaló con fuerza y se preparó mentalmente.
Cuando abrió la puerta, el grito más hermoso del planeta lo recibió. Sayuri extendió las manos en dirección a su padre y casi se aventó fuera de los brazos de Naím.
—¡Pa-pa! —exclamó la pequeña brincando una y otra vez en los brazos del abogado.
El chico no perdió más tiempo, tomó a su hija y la abrazó con toda la fuerza que el pequeño cuerpo le permitió usar. Sus ojos se llenaron de lágrimas y los cerró mientras ponía la mano izquierda en la parte trasera de la cabeza de su pequeña.
—Volviste —musitó con la voz quebrada, Sayuri acomodó la cabeza en el hombro de su papá y suspiró con contentamiento—. Te extrañé tanto.
Naím besó a una Paige sonriente y se sentó a su lado entrelazando sus manos. Ella, por su lado, posó la cabeza en su hombro y no dejó de ver a su primo.
Izan apartó un poco a la bebé y movió su cabello castaño de lado, sonrió y dejó un beso en su frente. Sayuri sonrió abiertamente y puso las manos en las mejillas de su papá antes de hacer una trompetilla que lo hizo reír.
—Vamos a estar bien —susurró el castaño.
Y aunque sentía una inmensa felicidad por tener a su hija de vuelta, el vacío en su interior no desapareció del todo porque sabía que una persona más debió estar ahí recibiendo a su niña.
Suspiró en silencio y volvió a abrazar a Sayuri pensando en que Sorine les iba a hacer muchísima falta.
Y del otro lado de Esbjerg, cierta castaña de ojos verdes rio mientras limpiaba una lágrima al ver la foto que le envió Paige.
Acercó el celular a su pecho y soltó una pequeña oración al cielo pidiendo que nada les volviera a pasar a las dos personas que más amaba en el mundo.
—Pase lo que pase, todo estará bien —dijo con una sonrisa genuina sintiendo paz al saber que finalmente estaban juntos padre e hija.
Un mes después.
El primer pago que recibió fue por los derechos del proyecto de la plaza. Fue grande, bastante, lo suficiente para que pagara una pequeña casa en el barrio en el que Naím vivía.
Y era de suponerse que escogieron el lugar porque su prima se quedaría con ellos un tiempo y quería estar cerca del abogado. No le importó cerca de quién vivirían, él se fijó más en la calma del lugar y el tiempo de recorrido entre trabajo, escuela y hogar.
La casa era de una planta con tres recámaras, tenía un jardín pequeño en la parte trasera y la sala era lo suficientemente amplia para que su prima instalara su lugar de estudio.
Finalmente acabaría la carrera de diseñadora y estaba emocionada.
Llevaban tres días viviendo en la casa, aún había cajas en algunos rincones e Izan seguía sin aprenderse que luz se prendía con los diferentes apagadores. Pero es no evitó que Paige organizara una comida de bienvenida y festejo por su nuevo trabajo.
Observó a Sayuri dormir y movió su cabello con cuidado. No tenía ganas de estar afuera con los invitados, le hacía falta una persona y sabía que no iría bajo ninguna circunstancia.
Llevaban un mes entero evitándose de manera descarada.
No era ego ni orgullo, si por él fuera acamparía afuera del departamento del doctor que lo odiaba con tal de verla. Porque sí, su amada Sorine se había mudado con su hermano en lo que se daba el viaje a América; sin embargo, no la buscaba porque respetaba el espacio que ella puso entre los dos.
Exhaló aire con fuerza y pasó ambas manos por su cabello mientras veía la recámara de su niña.
Tarde o temprano tendría que salir, no faltaba mucho para que su madre entrara por él y lo sacara a la fuerza a convivir.
Negó y tras acomodar la cobija sobre el cuerpo de su hija, se incorporó y salió de la habitación para fingir sonrisas.
—¿Estás segura? —cuestionó Macy mirando la casa color café.
Orbes verdes la imitaron, mordió su labio inferior asintiendo varias veces.
—Sí, no quiero hacerlo más difícil —alegó en voz baja—. Thiago dijo que está dormida y él afuera, ¿cierto?
La pelinegra bufó pero afirmó con un movimiento de cabeza.
—¿Te vemos en el aeropuerto?
Sorine empuñó con fuerza el volante mientras asentía.
—Sí, hago rápido eso y me voy a terminar de empacar. —Su mejor amiga le dio una mirada indescifrable y ella suspiró—. Macy, por favor...
La mencionada bufó e hizo un ademán descartando lo que sea que la castaña fuera a decir.
—Sigo diciendo que es de cobardes, pero sabes lo que haces —alegó abriendo la puerta del vehículo y saliendo sin decir más.
El corazón de Sorine dio otro doloroso brinco y soltó aire por la boca con suma lentitud; tras ver a Macy entrar y dejar la puerta entreabierta, se armó de valor y bajó de su vehículo para encaminarse a la pequeña casa de su ex.
Entró con cuidado y recordó en su mente las instrucciones de Macy; la habitación de Sayuri estaba al fondo, así que sin fijarse en más, para no perder tiempo, casi corrió hasta la puerta de la bebé sin olvidar cerrar la de la entrada.
Una vez ahí, se adentró a la habitación vagamente iluminada por una luz rosada que salía de la lámpara a un lado de la cama-cuna. Se acercó y sintió su estómago caer al suelo al ver a Sayuri dormida como estrella de mar.
Verla dormir era algo que siempre amó hacer. Jamás se lo dijo a Izan, pero aquel día que le pasó las fotos, dejó varias exclusivamente para sus ojos. Esas donde Sayuri estaba completamente dormida.
Y es que la bebé por momentos sonreía en sus sueños y ella no podía evitar preguntarse si acaso soñaba con cosas hermosas que la hacían feliz.
Se inclinó sobre la cama-cuna y pasó la mano con sumo cuidado por la cabeza de la bebé mientras sonreía con los ojos llenos de humedad.
Dios, la iba a extrañar horrores... A los dos.
Pero tenía que hacerlo, irse a cumplir sus sueños y dejar que el hombre que amaba descubriera que se merecía el trabajo por todo lo que se esforzó, era algo a lo que no renunciaría así su corazón se rompiera en el camino.
—Te amo, Sayuri —susurró con la voz quebrada esperando que la pequeña escuchara en su inconsciente.
Se incorporó y miró a su alrededor, Izan ya había llevado todas las cosas al lugar, había unas cuantas cajas de ropa que faltaba acomodar pero en sí estaba todo.
Regresó la mirada a la cama-cuna y suspiró de manera temblorosa.
—Van a estar bien —masculló con seguridad formando una sonrisa genuina en sus labios.
El cambio de hogar solo era el inicio de todo lo bueno que el chico iba a lograr.
Sintiendo su corazón decaer, se dio la vuelta y se encaminó para salir de la habitación color morado sin hacer ruido.
—¿Ma-ma?
Se detuvo de golpe con una jadeo escapando de sus labios. Su corazón se contrajo y casi sintió como si su estómago hubiera dado una pirueta olímpica.
Parpadeó varias veces no pudiendo creer lo que escuchó; sin embargo, muy lentamente se giró para encontrar orbes ambarinos viéndola con curiosidad.
Sayuri estaba de pie sostenía de los barrotes de madera que rodeaban la cama, tenía rastros de sueño en su rostro y el cabello alborotado. Incluso la pequeña pasó una mano por su ojito izquierdo antes de regresar a observar a la castaña.
—No... Yo no... —Se quedó sin habla percibiendo como un nudo se acrecentaba en su garganta.
Los orbes llenos de inocencia de la bebé la miraron de manera fija y derrumbaron todas sus barreras.
No le podía estar pasando, la vida no podía ser tan cruel con ella.
Tragó pesado desviando su atención a uno de los muros donde se obligó a retomar el control y no derrumbarse frente a Sayuri. Una vez que se sintió lista, forzó una sonrisa y regresó hasta la cuna.
—Hola —susurró poniéndose en cuclillas. La bebé se sentó en su camita y ladeó la cabeza. Sorine se aclaró la garganta—. ¿Sabes? Vine a despedirme, tengo que ir a un lugar lejano para hacer lo que siempre quise...
Sayuri mantuvo la atención en la castaña, la veía con tanta inocencia que aquello estaba matando a la chica. Bajó la mirada y suspiró.
—Dios... —murmuró volviéndose a aclarar la garganta antes de regresar la mirada a la pequeña—. No... No soy mamá... Yo no sé cómo...
La pequeña tomó uno de los barrotes con su manita y dio esos brinquitos que habían enamorado a Sorine. Ella no pudo evitar sonreír y llevar su mano hasta la de la bebé.
—Te amo, nena, siempre lo haré —confesó con una lágrima recorriendo su mejilla—. Y prometo regresar, tu tía Paige me matará si no lo hago —bromeó.
Sayuri parpadeó con inocencia y sonrió, aquello fue demasiado para la castaña así que con piernas temblorosas se incorporó antes de inclinarse sobre la cuna para dejar un beso en la coronilla de la bebé.
—Adiós, Sayuri —dijo sobre su cabello y se obligó a salir de la habitación sin mirar atrás.
Mientras caminaba, llevó una mano a su corazón y empuñó con fuerza a la par que mordía su labio inferior. Saldría de la casa, iría por su maleta y tomaría ese vuelo que salía en menos de cinco horas.
Todos sus amigos estaban en el jardín platicando, Macy le había asegurado que podría despedirse sin ser vista.
—¿Sorine?
Pero el destino siempre tenía otras ideas.
Había puesto la mano en la manija de la puerta de la entrada; cinco segundos más habrían sido suficientes para pasar desapercibida. ¿Por qué se lo estaban complicando todo?
Su corazón latía dolorosamente rápido y fuerte, de hecho, empezó a respirar por la boca. Pero al voltearse, sintió un jalón tan fuerte que tuvo que tragar pesado.
De nuevos orbes ambarinos, pero estos mucho más expresivos que los que la habían matado hace unos minutos.
Izan no sabía que ella estaría, entró para revisar a su hija y se encontró con la mujer que tenía su corazón en las manos.
—Hola, perdón, solo quería... Despedirme —explicó Sorine susurrando la última palabra.
El chico experimentó un fuerte dolor a la altura del estómago, sin embargo, se limitó a meter las manos a las bolsas de su pantalón y asentir.
—No hay problema, ¿ya la viste? —cuestionó empuñando las manos.
La castaña movió la cabeza de manera afirmativa y mordió su labio inferior cuando esa tierna voz la volvió a llamar "mamá" en su cabeza.
Trató de alejar sus pensamientos de ese momento viendo su entorno.
—Te quedó bien —susurró esperando con toda el alma que Sayuri hubiera regresado a dormir.
Izan siguió su mirada y se encogió de hombros.
—Paige lo hizo, le ayuda a distraerse —contó.
La chica le sonrió.
—Me da gusto que lo resolvieran, son familia —dijo.
El castaño asintió bajando la mirada. Frunció el ceño y decidió que si se iba a ir, al menos debía hacerlo estando segura de que la amó y que probablemente siempre lo haría.
—Sorine...
Sin embargo, nunca terminó de hablar porque el llamado de su hija lo dejó perplejo.
—¡Ma-ma!
Ojos ambarinos y verdes se miraron en silencio por lo que pareció una eternidad, fue ella quien rompió el contacto antes de suspirar de manera temblorosa.
—Perdón, traté de explicarle que no lo soy, pero es tan pequeña que... No sé... Ese no es mi lugar y no supe cómo hacérselo ver —balbuceó con la voz quebrada.
Izan se quedó sin habla; su hija le gritó en la cara quién era realmente la castaña, le estaba haciendo ver que fue un idiota al hacerla sentir una y otra vez que no eran familia.
La sangre no tenía nada que ver, esa mujer era la madre de su hija.
—Perdón —repitió la castaña antes de abrir la puerta y salir corriendo de la pequeña casa hasta su auto.
El chico se quedó con la boca abierta antes de negar una vez y seguir a la chica, otro grito de su hija llamando a Sorine lo hizo titubear en la puerta pero finalmente salió y observó con el corazón pesado como se echaba en reversa para incorporarse a la calle e irse a gran velocidad.
—Sorine —musitó viendo el auto hacerse cada vez más pequeño hasta finalmente perderse en el horizonte.
La podía llamar, intentar hacerle ver que hablando lo podían solucionar. Pero la chica al final decidió tomar la beca. Y por más que él y Sayuri la amaran, no le iban a quitar la oportunidad de crecer.
Si su amor era real, no importaría la distancia ni el tiempo, algún día volverían a estar juntos los tres.
El bullicio del aeropuerto era abrumador, por momentos le daban ganas de dar vuelta atrás y regresar a lo que ya conocía, pero empuñaba las manos y se recordaba que su abuelo la estaba esperando.
—¿Llevas todo, monstruo? —cuestionó Trevor poniendo su equipaje de mano en el suelo.
Sorine revisó su pasaporte, visa y boleto antes de asentir, a veces le costaba respirar ante las múltiples emociones que la estaban embargando.
—Recuerda que tu abuelo te verá en Los Ángeles, debes mandarle un mensaje al aterrizar —comentó Klaus entregando una pequeña maleta con aperitivos.
La castaña afirmó con la cabeza mientras su corazón le resonaba en los oídos.
—Diez horas encerrada en un avión, no sé qué haré —musitó.
—Hay internet a bordo, puedes mandarme mensajes —intervino Macy sonriendo.
La chica trató de regresarle el gesto pero no pudo, sentía mucha ansiedad y tristeza mezclada con la emoción de salir del país.
Escucharon en los altavoces que anunciaron su abordaje y un escalofrío la recorrió.
—Supongo que es hora —titubeó Sorine acercándose a su padre.
El hombre le dio esa sonrisa gentil que conocía a la perfección antes de abrazarla con fuerza.
—Si no estás cómoda, no dudes en volver, no pasa nada —susurró en su oído.
Ella asintió limpiando las lágrimas que empezaron a brotar ante la despedida.
—Nada de salir de noche, monstruo, esa ciudad es de locos —espetó Trevor dándole otro abrazo y revolviendo su cabello.
La chica le sacó la lengua más no refutó, su voz no quería funcionar.
—Cuídate, pequeña Sorine —dijo Joen dándole un abrazo seguido de un dulce que ella tomó con una diminuta sonrisa.
Miró a su mejor amiga quien tenía las manos entrelazadas a la altura de su pecho.
—Dios, me harás falta —exclamó la pelinegra abrazándola con fuerza—. Me llamas, no importa la hora —masculló con la voz quebrada—. Te veré en la semana de la moda —rio cuando se apartó.
Sorine asintió antes de mirar al hombre de lentes que había visto todo en silencio, se acercó a él y aclaró su garganta.
—¿Estará bien? —preguntó ella en voz muy baja.
Thiago afirmó con la cabeza.
—No te preocupes, disfruta la pasantía —contestó.
La castaña movió la cabeza de forma afirmativa antes de ver a Macy, quien se había puesto a pelear con Trevor.
—Cuando esté por nacer...
—Te llamo apenas empiecen las contracciones, necesitará que estés aquí —susurró el inglés pensando en lo duro que sería el parto de la madrastra de su novia.
—Gracias —musitó Sorine antes de tomarlo por sorpresa con un abrazo—. Cuídate también.
El empresario suspiró y le regresó el gesto. Jamás tendría suficientes palabras de agradecimiento, la chica les había cambiado la vida a todos sin siquiera proponérselo y le debía demasiado.
—Gracias a ti, Sorine.
Juntó platos y vasos mientras Paige hablaba de algo con su madre al interior de su casa. Ambas mujeres se ofrecieron a ayudar pero él se negó, necesitaba mantener la cabeza ocupada para no pensar en que cierta castaña para esa hora estaba camino al otro lado del mundo.
Suspiró con pesadez sintiendo su corazón dar dolorosos tirones.
—¿Naím salió corriendo? —Escuchó a su espalda.
Izan volteó sobresaltado, Macy estaba recargada en la puerta que daba al jardín, llevaba un papel en la mano y lo veía con diversión.
—Algo así, Paige lo mandó por frituras —explicó regresando a su tarea.
Percibió a la chica suspirar mas no se giró. Sabía que ella y Thiago acudieron a despedir a Sorine y por más curiosidad que tenía, no preguntaría.
—La pasantía es de dieciocho meses, después de eso, ella tiene la opción de volver o quedarse allá —dijo de la nada. El chico escuchó con atención sin dejar de levantar restos de comida y platos—. Tiempo suficiente para que Paige se mude de aquí —continuó. Izan frunció el ceño y entonces sí la miró. La chica le extendió el papel que llevaba en la mano—. La conozco mejor que nadie; dense su espacio, crezcan de manera individual y cuando sea el momento, hazle ver que sí era familia y que solo fuiste un idiota inseguro que no quería encariñarse de más.
El castaño abrió la boca con sorpresa tomando el papel, Macy le dio un guiño y regresó al interior de la casa donde Thiago la esperaba.
Cuando estuvo completamente solo, parpadeó varias veces asimilando las palabras de Macy, luego llevó la mirada al papel en su mano y con el estómago revuelto y su corazón latiendo tan rápido como si estuviera corriendo, lo extendió y encontró la hermosa caligrafía de la mujer de su vida:
Izan, ¿qué es el amor?
Es un conjunto de miles de emociones que se resumen en cinco letras que realmente jamás llegan a ser entendidas en su totalidad. Un sentimiento que nos empuja a volar, arriesgar todo y saltar con la esperanza de que el viento evite la caída libre; nos lleva a cometer errores, a luchar y cometer sacrificios.
Este es el sacrificio más grande que haré por amor:
Te dejo ir, no quiero que esperes mi regreso pues no sé si volveré. Sí, te amo más que a nada en el mundo, igual que a Sayuri, pero no podemos detener nuestras vidas esperando algo que no sabemos si va a pasar.
Gracias, me ayudaste a creer en mí, me hiciste ver de lo que era capaz y me diste las alas necesarias para volar. Antes de ti dije no a la pasantía, no quería alejarme de lo que ya conocía, pero me ampliaste el panorama y no hay palabras suficientes para agradecerte lo mucho que me cambiaste la vida.
Eres y siempre serás el amor de mi vida.
Sorine.
Izan bajó la carta y empuñó con fuerza las manos, miró al cielo y soltó un suspiro lleno de agobio.
Lo había dejado ir... pero él jamás lo haría porque lleno de luz y esperanza su vida.
Las semanas pasaron, ninguno hizo el intento por contactar al otro y se trataron de acomodar en sus nuevas vidas tratando de olvidar todo lo que pasaron juntos.
Izan partía sus días entre la constructora y su hija, por las mañanas la pequeña iba a la guardería mientras él supervisaba la construcción de la plaza. Algunas veces la llevaba para que viera lo que estaban haciendo y Sayuri se emocionaba con la maquinaria. Todos los trabajadores la adoraban y la consentían de la peor manera.
Por la tarde salían de paseo, a comer, o esporádicamente visitaban a Thiago y Macy. Esta última aprovechaba cada visita para medirle alguna creación nueva y la pequeña lo disfrutaba en gran manera. Naím y Paige pasaban demasiado tiempo en casa de él, entre las idas al psicólogo y el tiempo con sus padres, su prima terminó por encontrar un refugio y figuras paternas en casa del futuro abogado.
Su hija era un sol radiante que atraía miradas y sonrisas, su madre era la principal víctima. Yelena no podía permanecer sería cuando su nieta se encontraba cerca y si había alguien que la malcriaba, era la matriarca Moore.
Sayuri empezó a hablar cada vez más, de hecho, solía platicar con Thiago y Naím sobre princesas y sus libros favoritos, se daba a entender bastante bien.
Él le leía todas las noches, fue una rutina que adquirió para cubrir la falta que cierta mujer le hacía. Siempre se acostaba con su pequeña y esperaba a que se durmiera con el tono de su voz. Era curioso y hermoso ver a su hija caer rendida.
Por su parte, Sorine empezó a trabajar en la empresa de su abuelo haciendo planos y maquetas de proyectos que le entregaban. Al principio le costó acostumbrarse al ritmo y horario de América, pero estaba segura de lograr acoplarse a ello.
Le rogó al hombre que mantuviera su relación en secreto, pues no quería ganarse un puesto por herencia, pensaba esforzarse para ser una gran arquitecta.
Pasaba los días estudiando y trabajando respectivamente, sus notas eran igual de buenas que en Esbjerg e iba en una universidad donde afortunadamente encontró más compañeras dentro de su carrera.
Encontrar un horario para hablar con Macy fue complicado, sin embargo, el WhatsApp les ayudó mucho. A veces la pelinegra le llamaba estando con Thiago, y aunque el chico no decía mucho, podía notar que la estudiaba para saber que estaba bien.
Naím era con el que más hablaba, su amigo la tenía al tanto de la demanda de Paige y muchas veces le pedía consejos para ayudar a la chica que por las noches despertaba alterada y atemorizada.
Lo bueno de estar en un país desconocido con gente nueva, es que tenía muchas actividades que la mantenían ocupada y le evitaban recordar.
Pero a pesar de sus esfuerzos, los castaños no podían evitar pensar en lo que alguna vez llegaron a ser.
Las noches se convirtieron en torturas, pues era cuando en medio del silencio, los recuerdos los golpeaban más fuerte que nunca.
Izan pasaba horas en el suelo de la recámara de su hija con la cabeza recostada en la cama mientras veía al techo con las piernas dobladas y las manos entrelazadas. Durante esas madrugadas no podía dejar de pensar en Sorine, no dejaba de cuestionarse si estaría bien y si acaso ya los había olvidado.
Ella, por su lado, no podía evitar salir al balcón de su departamento donde usualmente sollozaba en silencio cuestionando si había sido la mejor decisión. La última imagen de Sayuri llamándola mamá aún la perseguía incluso en sueños.
Se extrañaban más de lo que aparentaban, eran perfectos actores frente a sus amigos, pero en las noches dejaban salir el dolor que la distancia estaba causando.
Sorine caminó por la playa de Coney Island con sus sandalias en la mano, dejó que la arena se metiera entre sus dedos y finalmente se sentó frente al mar sintiendo lágrimas en su mejilla. La brisa movió su cabello echándoselo en la cara y ella solo cerró los ojos tratando de mantener el dolor a raya.
Izan, por su lado, se paró en medio de la vacía fuente y miró hacia arriba admirando el trabajo realizado. La plaza era tal como lo planearon y le dolía que la castaña no estuviera a su lado para ver el sueño realizado.
Al final, sus caminos se separaron, pero probablemente jamás volverían a amar como aquella vez lo hicieron.
Fin.
A/N: Quiero agradecer a todos... ¡Ah! ¡No me lancen tomates!
Jaja, es broma, faltan dos capítulos por publicar. 😅
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