Capítulo 34
La primera vez que vio a Sayuri sintió algo cálido derramarse sobre todo su cuerpo. No dejaba de sonreírle al pequeño bulto rosado que una enfermera puso en sus brazos, temblaba como hoja de papel y tuvo que sentarse ante el miedo de dejar caer a su bebé.
Pero la pequeña solo tuvo que sostener su pulgar con sus diminutas manos para que supiera que ella era lo mejor que le había pasado.
Cepilló el cabello castaño claro varias veces en un inútil intento por acomodarlo. La había bañado, pero tardó en peinarla, algo que llevó a su hija a quedar con el cabello alborotado sin remedio.
Parpadeó varias veces para tratar de no caer en el recuerdo de la primera vez que descubrió que si no peinaba a su hija, terminada de bañar, el cabello quedaba en todos los ángulos posibles.
Las últimas horas había estado así: evadiendo recuerdos que le iban a dificultar la tarea de entregar a su hija.
Guardó solo sus juguetes, frazadas y almohada. La trabajadora social le dijo que su madre no había requerido la ropa.
«Obvio, seguro tuvieron que demostrar lo mucho que anhelaban tener a Sayuri» pensó endureciendo la mandíbula mientras se imaginaba la exagerada cantidad de ropa y juguetes que probablemente Lara adquirió para aparentar un inexistente cariño.
Suspiró de manera audible y decidió ponerle un gorro a su hija. El clima estaba algo frío, así que era buen pretexto para usar aquello y que no detallaran en el desastre que era el cabello de la bebé.
Sayuri jugaba con un libro de felpa ajena a todo lo que acontecía a su alrededor. Trató por todos los medios de aparentar que nada pasaba para no alterarla, pero sabía que apenas viera a extraños, su hija iba a reaccionar.
Acomodó el pequeño gorro rosado con líneas moradas y recorrió con sus dedos el cabello que llegaba al cuello. Su hija levantó la mirada y ladeó un poco la cabeza, así que se obligó a sonreír.
—¿Sabes que te amo? —le preguntó en voz baja.
La bebé sonrió y regresó a su libro. Para alguien ajeno aquello pudo ser un gesto cualquiera, pero para Izan fue una afirmación. Cerró los ojos y apoyó los brazos a un lado de su hija empuñando las manos antes de exhalar aire de manera lenta.
¿Cómo iba a sobrevivir sin ella?
—¿Izan? —Escuchó a su espalda.
Levantó los párpados, más no volteó.
—Lo sé, ya voy —respondió con la voz ligeramente ahogada.
Sorine mordió su labio inferior mientras observaba a las personas que más amaba en el mundo. Habían dormido juntos, los tres. Pero fueron momentos amargos porque varias veces llegó a ver las lágrimas silenciosas que recorrieron las mejillas de su novio mientras acariciaba el rostro de su hija.
Después de esos cortos instantes, le daba la espalda al voltearse, tratando de aparentar que nada pasaba. Y ella no insistía, ya era bastante difícil lo que estaba pasando y no quería presionarlo.
Apoyó la espalda en el muro a un lado de la puerta y miró hacia arriba en un ligero clamor. Necesitaba ser el sostén de Izan, aunque sentía que también le estaban arrancando el alma, ella debía mantenerse fuerte.
La puerta se abrió de nuevo y por ella asomó su mejor amigo, el único que no se tragaba la fachada que había armado a su alrededor, volvió a morder su labio cuando Naím bajó la mirada apenado. Sabía que lo habían mandado para apurar a Izan.
—Thiago y Macy están abajo —masculló mirando la maleta con lo que Sayuri se iba a llevar.
La castaña asintió y suspiró preparándose mentalmente para volver a asomarse a la recámara; sin embargo, no fue necesario, pues finalmente apareció su novio con la pequeña en brazos.
Naím tomó la maleta y esperó a Izan, el chico le dio un leve asentimiento en ademán de gracias y se dirigió a la puerta.
Sentía un fuerte dolor en el pecho junto a una presión que le dificultaba respirar. Algo que se fue incrementando con cada paso que daba y con cada escalón que bajó.
Afortunadamente las personas que esperaban a su hija no eran las mismas que se la arrebataron, incluso, uno de los abogados hablaba de manera amigable con Joen.
Thiago lo alcanzó en la escaleras y puso una mano en su espalda antes de besar la frente de Sayuri.
—Te portas bien, pronto estarás de regreso —le susurró a su ahijada quien le sonrió para, acto seguido, plantarle un beso lleno de baba que hizo humedecer los ojos azules del inglés.
Izan tragó el nudo en su garganta y se acercó a la mujer vestida de manera casual que estaba junto a una camioneta negra.
—¿Puedo acomodarla? Tal vez así no se ponga mal —pidió.
La dama lo miró escéptica por unos segundos antes de asentir y hacerse a un lado dejando libre el espacio por donde pudo ver una silla de bebé.
De reojo notó a Naím entregando la maleta y él suspiró antes de sentar a su hija en su lugar. Parpadeó en exageración para controlar lo que lo estaba carcomiendo mientras la bebé agarraba los tirantes de seguridad con curiosidad.
Él apretó todo y se aseguró que estuviera segura antes de sacar a Wippi de su espalda y entregárselo. Pasó de nuevo la mano por su cabeza y observó a Sayuri en silencio.
—No sé qué tanto vayas a recordar de esto en el futuro... Pero debes saber que lo intenté —musitó con la voz quebrada—. En verdad traté de luchar por ti y...
Bajó la mirada no queriendo que su hija lo viera derrumbarse. Suspiró y reunió todas las fuerzas posibles para sonreír.
—Tu madre... No es mala... Espero la ayudes a encontrar su camino y... Te veré cada que me lo permitan —continuó controlando todo su interior, Sayuri lo veía con la cabeza ladeada y sus ojos ambarinos denotaban curiosidad—. Te amo, eres mi vida entera, nunca lo olvides por favor —rogó acercándose para besar su frente, sintió una lágrima salir y la limpió a gran velocidad.
Suspiró antes de sonreír y alejarse de su niña.
—Sé buena —concluyó sabiendo que ya había alargado demasiado eso—. No le des guerra a Lara ni a esta gente.
Revisó de nuevo que todo estuviera fijo y se incorporó sonriendo para que Sayuri no se asustara.
—Te amo —susurró antes de cerrar la puerta y meter las manos en las bolsas de su pantalón donde las empuñó con fuerza.
Sentía la mirada de la mujer que había permanecido a un lado, escuchando, pero no volteó; se limitó a dar unos pasos hacia atrás y observar el vehículo que llevaba lo que más amaba en ese mundo.
Escuchó a Joen decirle algo a la gente, observó a la mujer subirse del otro lado del vehículo y tras instrucciones dadas y comentarios arrojados; las personas que fueron por su hija abordaron el vehículo y una vez que lo arrancaron, salieron del estacionamiento.
Se sentía ajeno a toda la escena, como si solo fuera un espectador y no el que perdió. Era un sentimiento de vacío que lo devoró dejándolo inexpresivo.
—¿Izan?
Volteó para encontrarse con esos ojos verdes que en ocasiones lo llenaron de esperanza y seguridad, pero que en el momento parecían estar tras una pared opaca.
—Necesito estar solo —dijo sin pensar.
Sorine levantó ambas cejas con sorpresa antes de mirar hacia un lado —supuso que a sus amigos—, morder sus labios y asentir sin regresar la vista a él.
—Entiendo —susurró.
Él empuñó más fuerte las manos antes de darle la espalda y comenzar a caminar sin un rumbo fijo en mente. Solo sentía que debía caminar y caminar hasta que el sabor amargo de todo lo que estaba pasando, desapareciera.
Por su parte, Sorine se abrazó a sí misma mientras lo observaba alejarse. Trató de mantenerse inerte pero al sentir unas manos en sus hombros, no logró contener los sollozos y volteó para abrazar con fuerza a Macy.
—Dale tiempo, esto es muy difícil —susurró la chica entiendo el dolor de sus amigos.
La castaña asintió aunque eso no disminuyó lo que sentía; realmente no sabía que había esperado, la actitud de su novio era la más normal dadas las circunstancias. Pero eso no implicaba que no doliera.
Se alejó un poco y limpió sus lágrimas sintiéndose tonta e inmadura, pero en los ojos de los que la rodeaban no encontró juicio alguno, solo empatía.
—Necesito un café —masculló Naím pasando una mano por su cabello mientras miraba la tienda cruzando la avenida.
—Vamos, también necesito algo caliente —dijo Macy mientras veía a su amiga.
Sorine asintió haciendo un ademán con la cabeza.
—Vayan, voy a cerrar el departamento —comentó mirando la puerta que se había quedado abierta.
Macy tomó su mano y la apretó en un gesto reconfortante mientras que ella trató de sonreír, aunque sus ojos no dejaban de estar llenos de lágrimas.
Los vio caminar y fue hasta que el inglés puso el brazo alrededor de la pelinegra que una idea llegó a su cabeza.
—¡Thiago! —Los tres se detuvieron, pero fueron los hombres quienes la vieron desconcertados, su amiga parecía haber esperado la acción—. ¿Puedo hablar contigo?
Él frunció el ceño y desvío la mirada un momento antes de susurrar algo en el oído de la chica. Finalmente bajó el brazo y tras una mirada extrañada de Naím, sus amigos se alejaron.
Sorine entrelazó las manos frente a ella con nerviosismo mientras el inglés se acercaba, una vez que estuvo a unos pasos, se aclaró la garganta.
—¿Supiste lo que ofreció la constructora MT Højgaard? —Thiago cruzó sus brazos y asintió sospechando hacia donde iba esa conversación—. Eres su amigo, necesita esto si va a pelear...
—Izan no es alguien que se deje mandar, una vez que decide algo no hay poder humano....
—¡No está pensando con claridad! —exclamó desesperada—. Es su diseño, su sueño, se merece ese trabajo y...
—Todo lo hizo por ti —le recordó el inglés endureciendo la mirada—. Sé perfectamente bien que es su diseño, pero lo hizo para ti.
Ella asintió varias veces.
—Y no hay manera de agradecerle todo lo que hizo, pero sería injusto quedarme con un proyecto que no me pertenece —dijo con firmeza, cerró los ojos suspirando—. Izan dijo que me habías investigado, sé que no encontraste nada fuera de lugar pero... Hay algo... Yo tenía planes antes de...
Abrió los ojos y encontró la mirada escéptica del empresario sobre ella. Se volvió a abrazar y clavó la mirada en el suelo.
—Tengo una beca en América esperándome, en Nueva York para ser más exacta... No iba a tomarla porque... Pues...
Lo escuchó suspirar.
—Los conociste —completó él con cierta pesadez provocando que la castaña llevará la mirada a sus orbes azules.
—Era un plan de respaldo, si no ganaba la pasantía aquí tenía algo más... Nunca le dije a Izan; lo amo, a los dos... Pensaba quedarme pero ahora...
Thiago fue armando todo en su cabeza y entendió el plan de la chica: Se iría para que su amigo tomara la pasantía. Suspiró y negó.
—No puedes obligarlo, él no tomará ese trabajo así...
—Lo hará si le recuerdas que es la única manera en la que podrá pelear por Sayuri —musitó cansada con un nudo en la garganta—. Él te escucha, más que a nadie... Necesito... Él necesita.
El inglés miró hacia un lado notando que Macy y Naím ya sé acercaban, sabía que la chica tenía razón, su amigo necesitaba ese trabajo para luchar por Sayuri. Sin embargo, el precio a pagar, el renunciar a una mujer como Sorine, tal vez sería igual de alto que perder a su hija.
—Lo vas a dejar en el peor momento —masculló sin atisbo de enojo.
Sorine apretó el agarre en sus manos sabiendo aquello, pero entendiendo que era lo mejor.
—Y jamás me lo voy a perdonar; pero espero que nuestra relación sobreviva a la distancia —alegó tratando de sonreír—. Si nos amamos como decimos hacerlo, esto será solo temporal, como lo de Sayuri.
La pelinegra se puso a un lado de Thiago y le ofreció una bebida mientras que Naím abrazó a Sorine por los hombros llevando dos botellas de cristal con café frío.
El inglés los observó a todos y tras tomar lo ofrecido, asintió.
—Temporal —repitió esperando que, en efecto, todo aquello solo fuera por un tiempo.
No podía salir, cada que abría la puerta sentía que no lograba respirar; los recuerdos la golpeaban de manera agresiva y terminaba con ataques de pánico que tardaba en controlar.
Tenía que ver a Sorine, eso era definitivo, pero el miedo a que Mao la encontrara antes de tiempo era suficiente para que se mantuviera encerrada.
Caminó de un lado a otro enredando una mano en su cabello tratando de pensar mientras un sobre amarillo aguardaba en la cama. Tenía que hacérselo llegar a Izan y la castaña era su única opción.
Por momentos le costaba meter aire a sus pulmones, respiraba por la boca y su corazón latía desbocado, como si estuviera en medio de un maratón.
Tras pensar más, acudió a la cama y tomó el celular que Naím le regaló; al pensar en el chico sintió otro doloroso tirón en el pecho y sus ojos se llenaron de lágrimas. Lo extrañaba horrores, quería explicarle todo y rogar por perdón, pero no tenía el valor, había arruinado lo pequeño que tenían y sabía que él jamás la perdonaría.
Marcó el número y esperó a que contestara.
—¿Paige? ¿Ya vas? Es que estaba esperando a...
—¿Puedes venir al hotel? Te mando la dirección, estoy algo indispuesta y... No puedo salir...
Hubo silencio del otra lado de la línea, luego un suspiro.
—Claro, te veo en un rato, te mando mensaje antes de ir.
Paige sintió alivio llenarla y tocó el sobre en la cama.
—Gracias, prometo acabar con todo esto —susurró.
Sorine no dijo nada, solo se despidió. Tras colgar, puso el celular sobre su pecho y exhaló aire con fuerza.
Solo debía esperar el mensaje de Sorine, no le abriría a nadie más; después, si el destino era bueno con ella, saldría huyendo de Esbjerg para que Mao la dejara en paz... O aceptaría su destino sin rechistar.
Izan no sabía cuánto tiempo llevaba sentado en esa banca donde alguna vez Sayuri estornudó. Por momentos cerraba los ojos y las risas de los niños a su alrededor lo llenaban de dolor.
Quería creer que todo iba a mejorar, pero no podía ser optimista en su actual situación. El juez fue claro y de alguna manera le hizo ver que lo mejor para su hija no era estar con él.
Tras mucho caminar y pensar, llegó a esa conclusión: por más que se esforzaba, no terminaba la carrera, no conseguía un mejor trabajo y vivían al día. Aunque ya no como antes, pero esa era la realidad. Enredó las manos en su cabello y suspiró de manera audible.
Tal vez Sayuri hubiera estado mejor con esa familia adoptiva, no habría sufrido todo lo que hizo con él.
¿Exageraba? Probablemente, pero si tenía que poner el bienestar de su hija primero, esa era su cruda realidad. La niña no estaba bien con él y era algo difícil de aceptar. Y con Lara, para bien o para mal, no sufriría decadencias, ninguna.
Su garganta se cerró y sintió un dolor punzante en el pecho al aceptar la verdad:
Lo mejor para Sayuri era que la dejara ir, que ya no luchara más. Que permitiera que tuviera todo lo que se merecía y lo que él probablemente jamás le podría dar.
Amaba tanto a su hija que renunciaría a ella, ya no la haría sufrir. No le causaría la confusión de estar en dos casas con gente diferente, tratando de decidir un bando ni con costumbres diferentes. No le provocaría más daño a su hija así eso implicara jamás volverla a ver.
Lágrimas llenaron sus ojos y puso las manos en su rostro al sentir que le estaban arrancando el corazón y que la mitad de su alma desaparecía.
—Perdóname, bebé, es por tú bien —le dijo a la nada con la voz quebrada esperando que el aire llevara sus plegarias.
Sorine guardó su celular bajo la mirada escéptica de Naím, pero no le dio importancia y, en cambio, volteó a ver a su amiga de cabello negro.
—Tengo que ir con Paige, tú...
—Veré a mi madre, voy a consultar algo con ella —le contó viendo de reojo a Thiago, quien se encontraba en una llamada.
La de ojos verdes notó la dirección de su mirada y sonrió ligeramente.
—¿Te va a acompañar?
Macy suspiró ligeramente y asintió.
—No sé si es buena idea... No tiene mucho que conoció a este —recordó señalando a Naím.
El aludido abrió los ojos con sorpresa y luego frunció el ceño.
—¡Oye! Tengo nombre —exclamó indignado.
La chica hizo un ademán descartando su comentario.
—Como sea; mi mamá debe pensar que soy un fracaso como novia...
—O que tienes corazón de condominio —masculló Naím cruzando los brazos.
—O que te fijas en puro idiota —finalizó Sorine entornando los ojos al pensar en su hermano.
Los tres se miraron unos segundos antes de reír; se sentía bien hacerlo en medio de una situación tan difícil. La castaña fue quien se recuperó primero y observó al inglés, quien los veía con una ceja arqueada pero sin dejar de estar en su llamada.
—Eres feliz con él, jamás te había visto así —dijo con una diminuta sonrisa.
El otro chico abrazó a Macy por los hombros y asintió.
—Estoy de acuerdo.
La pelinegra le dio un codazo y su amigo la soltó después de reír. Ojos aceitunados lo vieron con cierto recelo pero aún así les dio una sonrisa a ambos.
—Lo soy, Thiago es... No hay palabras para describirlo —susurró con un ligero sonrojo—. Me hace sentir como nadie...
—¡Oye!
—Naím, ni siquiera llegaste a novio, no te queda el papel de víctima —masculló Sorine empujándolo un poco antes de mirar la puerta cerrada del departamento de Izan.
—Tiempo —dijo Macy tomando de nuevo su mano.
La castaña bajó la mirada y mordió su labio inferior a la par que asentía.
—¿Lista? —Escuchó a su espalda.
La pelinegra miró a Thiago preocupada y Sorine se obligó a sonreír, no dejaría que su desastrosa vida amorosa interfiriera con lo que estaba construyendo con el inglés.
—Ve, te llamo más tarde —aseguró—. Además debo ir con Pai —le recordó.
De reojo notó que Naím endureció la mandíbula y frunció un poco el ceño.
—Bueno, cualquier cosa...
Asintió y su amiga la abrazó antes de entrelazar su brazo con Thiago.
—Si Izan llama, te aviso —le dijo este último pensando en la conversación que tuvieron.
—Gracias —murmuró Sorine.
Tras intercambiar una despedida con Naím, los observaron alejarse y la castaña de pronto volteó y se cruzó de brazos viendo de manera desafiante a su amigo.
—¿Qué pasó?
Orbes grises la vieron confundido.
—¿De qué o qué?
Ella bufó y lo miró con algo de enojo.
—Con Paige, hasta ahorita detallé en tu actitud, su ausencia y la respuesta de Izan sobre su familia así que... ¿Qué pasó?
Él negó y pasó una mano por su cabello con pesadez.
—Te cuento en el auto —espetó dirigiéndose al mencionado.
La chica lo siguió sintiendo que recibiría un golpe más, pero percibiendo que no todo era lo que parecía y que debía mantener la mente muy abierta antes de hacer juicios.
Tras abordar el vehículo del chico y ponerse en movimiento, cruzó los brazos con enojo al notar que Naím estaba alargando la plática.
—Paige le dijo a Lara donde encontrar a Izan —gruñó de pronto empuñando con fuerza el volante mientras Sorine sentía algo frío recorrer su cuerpo, incluso abrió la boca ligeramente ante la sorpresa—. Lo descubrí cuando Joen me enseñó parte de los papeles de la demanda, ella era testigo del caso... Debió presentarse el día de la sesión pero. —Se encogió de hombros—. Izan descubrió todo, supongo que se acobardó.
Se detuvieron en un semáforo y ella repasó las palabras de su amigo una y otra vez.
—Pero la odia —recordó en un hilo de voz.
—Aprendí que todo lo que sale de su boca es una mentira...
Ella negó varias veces no pudiendo creer aquello, había visto su actitud hacia la chica, la manera en la que se preocupaba por Izan... No lo traicionaría de esa manera. No podía ser cierto.
—Es... —Volteó y abrió los ojos con sorpresa antes de quitar el seguro de la puerta para abrirla y salir corriendo por ella.
—¡Sorine! —gritó Naím antes de maldecir y quitarse el cinturón para inclinarse sobre el otro asiento, cerrar y poner su direccional para que los vehículos alrededor, —cuyos dueños lo veían como si estuviera loco— lo dejaran pasar para orillarse.
Por su lado, Sorine corrió hasta la entrada de un edificio donde vislumbró a un hombre de lentes hablando con cierta mujer que no podía pasar desapercibida. Ambos estaban por entrar al lugar así que hizo lo único que se le ocurrió en el momento.
—¡Señora Moore! —gritó en medio de su carrera.
La mencionada volteó junto con el hombre de lentes, sin embargo, varios personajes de traje se pusieron frente a ella. Incluso así, la castaña no dejó de lado su avance llegando hasta estamparse con uno de los caballeros que la detuvo por los hombros.
—Debo hablar con usted, es importante.
Orbes ambarinos, llenos de cierta frialdad, la observaron por un momento.
—Si esto es por el concurso, señorita Kaspersen, debe saber que la decisión es inape...
—¡Es sobre Izan! —gritó desesperada.
Todo se quedó en silencio, el hombre de lentes la vio con cierta empatía mientras que la mirada de la madre de su novio, se endurecía.
La chica jadeaba un poco, pero no se intimidó ni titubeó. Y tal vez fue por esa razón, por ver la firmeza en Sorine, que Yelena solo dio un ligero asentimiento antes de caminar hacia el interior del edificio.
—Señorita —dijo Noam extendiendo su mano para que el guardaespaldas la soltara.
Sorine tragó pesado pero aceptó. Volteó hacia atrás, donde encontró la mirada preocupada de Naím, y finalmente siguió a la que bien podría llamar suegra... si no fuera porque parecía odiar a su propio hijo.
Izan regresó a su departamento sintiéndose vacío y sin ganas de nada. Al entrar, se quedó parado en la puerta percibiendo el silencio y la quietud como un final tajante.
Al cerrar, se dirigió hasta su sillón donde se sentó y puso los codos en sus rodillas antes de pasar las manos por su rostro una y otra vez. Cada que pensaba en Sayuri su estómago se revolvía al nivel de causarle dolor y experimentaba una sensación de ahogo.
El silencio era abrumador, hasta podía decir que perturbador. No sabía lo mucho que extrañaría la voz de su hija hasta que dejó de escuchar los sonidos del exterior.
—Demonios —gruñó cansado.
Necesitaba olvidar, adormecer el dolor aunque fuera por un momento. Quería dejar de sentir que estaba hueco por dentro.
Se levantó de golpe y con pasos llenos de enojo se dirigió a la puerta pensando en la única manera que el ser humano podía olvidar y dejar de sentir o pensar.
Aunque la voz de Sorine, diciéndole que su hija debía ser prioridad, lo hizo vacilar, al final salió del departamento y se encaminó al súper para comprar eso que lo ayudaría a adormecer el dolor.
«Ya no tengo a Sayuri bajó mi cuidado» pensó con enojo y decepción llegando a creer que todo el esfuerzo siempre sería opacado ante gente con influencia y dinero. Y para su suerte, él renunció a todo eso creyendo que de esa manera podría tener a su hija a su lado.
Irónico como la vida le demostró todo lo contrario.
Té era servido frente a ella mientras mantenía sus manos unidas y las apretaba de vez en vez. Podía percibir la mirada de la mujer sobre ella: era pesada, analítica y sumamente prejuiciosa.
—Conoces a Ethan —dijo ella de pronto.
No era pregunta, fue una dura afirmación que la hizo levantar la mirada.
—Soy la niñera de Sayuri —corrigió Sorine.
—Cuidabas a la niña a cambio de un proyecto —atajó la mujer.
Entonces la castaña se llenó de enojo al captar la indirecta, la mujer creía que había caído así de bajo.
—No, la cuidaba para ayudar a Izan y él me prestaba la computadora de Thiago —espetó decidiendo que no le temería a la dama.
Yelena Moore era la formalidad encarnada, toda su postura te gritaba que era una mujer de alcurnia y que no debías meterte con ella. Pero aquello no le importó cuando se atrevió a opinar sobre su relación.
—¿Y cómo terminó Ethan haciendo tu plaza?
Sorine suspiró y cerró los ojos.
—Como su madre debería saber lo mucho que ama la arquitectura, no estaba en nuestros planes presentar el proyecto en conjunto, pero las cosas nunca se dan como uno las planea.
Al levantar los párpados se encontró con la mirada sería de la mujer.
—Como una relación —dijo tajante y la castaña se sonrojó—. Sí, sé qué tan... Involucrada estás con él.
Sorine se mordió el interior de su mejilla.
—No vengo a hablar de mi relación... —aclaró—. No sé si sabe que... Que perdió a Sayuri, Lara metió una demanda alegando descuido y...
Vio con ambas cejas levantadas la mano alzada de Yelena, le estaba pidiendo que se detuviera y no sabía si gritar de frustración u ofender a la mujer que se negaba a saber algo de su propio hijo.
—No me estás diciendo nada que no sepa, Soare.
Entonces la castaña permaneció con la boca abierta ante la sorpresa y luego frunció el ceño uniendo dos y dos.
—Lo tenía vigilado —concluyó en un hilo de voz.
Yelena Moore puso las manos sobre su regazo y mantuvo su postura inerte ante la acusación.
—Sigue siendo el heredero de la dinastía Moore, obviamente estaba vigilado.
La castaña empuñó sus manos.
—Lo desheredó por quedarse con su hija, le quitó todo y lo dejó morir solo; ahora perdió lo que más ama en este mundo y solo se ha dedicado a observar —acusó indignada.
Sin embargo, Yelena se mantuvo en la misma posición, solo la observó como analizando su alma.
—¿Qué buscas, niña? —inquirió de pronto.
Sorine levantó el rostro y le sostuvo la mirada.
—Izan es el mejor padre que conozco, se desvive por Sayuri; ni siquiera se podía bañar con tranquilidad por estar al pendiente de ella... ¿Sabía que estuvo internada? Que Izan no durmió en cuarenta y ocho horas por estar en el hospital... ¿Sabía que antes de que yo llegara dormía tres horas a diario? Que todo el dinero se le iba en cosas para su hija y nada para él, que...
—Te repito que no me estás diciendo nada que no sepa...
—¡¿Y por qué no hizo algo?! ¿Acaso su maldita reputación es más importante que su propia carne?
Se enfrentaron en silencio por lo que pareció una eternidad hasta que Sorine notó algo en los ojos de la mujer frente a ella, como una máscara que poco a poco se fue resquebrajando.
Yelena fue quien desvió la mirada y vio hacia la ventana, fue hasta entonces que algo cambió drásticamente en el ambiente.
—Ethan creció en cuna de oro, jamás tuvo decadencias. Él no estaba destinado a trabajar como empleado, era el heredero de la dinastía Moore, tenía la vida trazada... —contó en un hilo de voz.
La chica suspiró y negó cerrando los ojos.
—Y llegó Sayuri —concluyó.
—¿Qué responsabilidad hubiera tenido Ethan con dinero a su alcance? —preguntó Yelena regresando la mirada a Sorine, quien no se la pudo sostener empezando a entender.
—No... No sé...
—Pagar niñera de veinticuatro horas, ropa sin esfuerzo; todo lo que la bebé quisiera tendría con solo tronar los dedos —continuó la mujer.
—Izan no hubiera tenido que esforzarse por nada... —finalizó la chica apretando sus manos.
Yelena asintió y puso la mirada sobre su regazo antes de soltar un ligero bufido.
—Siempre sospeché que Lara buscaba amarrar a mi hijo, lo reiteré cuando me llamaron del orfanato para avisar que dejó mi nieta. —Sorine levantó el rostro con sorpresa al escuchar el cuidado y, ¿cariño?, con el que la mujer dijo esa última palabra—. La niña Taylor haría lo que fuera por tener un estatus.
Y el rompecabezas que era Yelena Moore se terminó de armar en su cabeza.
—Por eso desheredó a Izan —masculló asombrada.
Yelena asintió con pesadez.
—Mi hijo necesitaba sentir el peso de sus decisiones; de todas y cada una...
Pero eso no era suficiente para la castaña: el solo cuidar desde lejos y verlo luchar, perder y derrumbarse, no se le hacía justo ni siquiera para la enseñanza que la mujer buscó darle a su novio.
—¡¿Y por qué no intervino en esto?! ¡Le quitaron a Sayuri!
Orbes ambarinos, tan parecidos a esos que amaba, la vieron con pesadez; la chica pudo detallar en la guerra interior que la mujer tenía en su interior.
—Regresarle todo a Ethan para recuperar a su hija, es hacer justo lo que no hice cuando mi nieta nació: abrir puertas que él debe empujar por sí mismo.
Sorine negó no logrando entender cómo quería que lucharan contra personas como Lara y su esposo. Contra leyes que dictaminaban a favor del dinero y sustento.
—El juez dio su fallo por el peso del esposo de Lara, por aquello que ellos le pueden dar; ¿cómo va a pelear contra...?
—Izan pasó años a lado de Lara, sabe lo que debe de hacer para recuperar a su hija —interrumpió tajante antes de tomar su taza de té—. Él debe dar el paso, Soare; yo no puedo arreglar el mundo por más que me duela y quiera hacerlo.
Y entonces la castaña entendió que la mujer frente a ella estaba sufriendo al igual que su hijo, pero que ella se lo tragaba porque debía permanecer como espectadora.
Tenía razón, Izan debía recuperar a su hija por sus medios o caerían en el mismo juego. Y, ¿qué clase de enseñanza le podrían dar a Sayuri, en el futuro, si resolvían todo con dinero?
Naím no sabía si llamar a Thiago y Macy para contarles lo que pasó. Movía su pierna con cierta desesperación mientras su codo se mantenía en el apoya brazos de la puerta de su auto. Sus dedos se encontraban sobre su sien y suspiraba cada tanto y tanto no sabiendo qué hacer.
Sorine llevaba mínimo cuarenta minutos en el interior del edificio. No creyó que lograría algo hablando con la mujer que desheredó a su hijo; pero su amiga era alguien que no se dejaba vencer, menos cuando de los que amaba se trataba.
Por momentos se sentía culpable por no haberlos prevenido. Desde que conoció a Saúl supo que algo no estaba bien. El resumen de la demanda siempre le hizo ruido, pero no habló por lo mucho que le debía a Joen.
Y lo estaba pagando, caro.
Suspiró y se reacomodó en su asiento para mirar hacia arriba. Sorine iba a ver a Paige, no quería que la mentirosa pelinegra la envolviera en sus mentiras, era por eso que estaba con su amiga.
O eso quería creer.
La verdad era que la extrañaba y algo en su interior, una muy pequeña esperanza, le susurraba que la chica tuvo razones fuertes para haber hecho aquello... O que al menos debía escuchar toda la historia.
Bajó la mirada y encontró a Sorine saliendo del edificio con el celular en su mano. La chica se veía concentrada así que abrió la puerta de su vehículo y salió.
—¡Eh! ¡Sorine! —gritó.
La mencionada giró el rostro en su dirección antes de regresar la mirada a su celular, pero comenzó a caminar hacia él.
—Le dije a Paige que voy para allá, ¿me puedes llevar? —cuestionó sin desviar la atención de su aparato.
Naím endureció sus facciones y se quedó callado, hasta que su amiga lo volteó a ver con una ceja arqueada.
—No sé qué esperas escuchar, ella no puede resolver esto —espetó dejando que el rencor le ganara a eso que quería darle una oportunidad a la chica.
Sorine apagó la pantalla de su celular antes de guardarlo. Sus orbes verdes lo vieron con dureza.
—Acabo de aprender que no todo es lo que parece —gruñó abriendo la puerta del copiloto para subirse y cerrarla con fuerza.
Naím negó y vio al cielo pidiendo intervención divina antes de imitarla y abordar el vehículo.
—O tal vez lo es, pero estamos demasiado cegados por lo que sentimos para creer —musitó arrancando e incorporándose a la avenida.
La castaña subió los pies al asiento y apoyó la barbilla en sus rodillas. Avanzaron unos metros y se detuvieron cuando encontraron un embotellamiento junto a algunas ambulancias adelante.
Suspiró cansada dándose cuenta que no llegaría en quince minutos, tal como le dijo a Paige.
Ansiedad llenó su estómago y sacó su celular para observar su fondo de pantalla. Era la fotografía que Macy les tomó hacía unos días, donde Izan, Sayuri y ella parecían una familia.
Tenía ganas de llamar a su novio, pero decidió darle el espacio que ella muchas veces pidió y que él respetó.
Esperaba no estar cometiendo otro error.
Paige veía el techo de su habitación tratando de calmar el revoltijo en su estómago. Ya pronto todo acabaría; solo debía entregarle eso a Sorine y pagaría su enorme deuda con su primo.
Anhelaba poder hablar con él cara a cara, pero sabía que no sería posible dadas las circunstancias.
Movía el celular en su pecho y lo giraba. Le daba cierta sensación de seguridad, pues se lo dio el único hombre que se había ganado su confianza.
Dentro del sobre había incluido una carta para él donde le explicaba sus razones para haber caído en las artimañas de Lara. Le pedía perdón y le prometía jamás buscarlo. Incluso le agradecía por haberla hecho feliz en el poco tiempo que estuvieron juntos.
Porque Naím le había enseñado lo que era el cariño.
Miró de nuevo la hora en el aparato y suspiró al darse cuenta que Sorine tenía diez minutos de retraso. Abrió la aplicación de mensajería y se dispuso a escribir un mensaje cuando un toque en la puerta hizo saltar su corazón.
Se incorporó experimentando cierto alivio y casi corrió para abrir.
No estaba muy presentable, solo vestía una playera holgada y el short con el que dormía. Pero nada de eso importaba, solo quería entregarle las pruebas a la castaña y darle una vaga explicación de cómo habían llegado a esa situación.
No se fijó en la mirilla, abrió la puerta de golpe estando segura de quién estaría afuera.
Sin embargo, dio un paso atrás de la sorpresa y su corazón comenzó a latir con fuerza cuando se encontró con la mirada fría y oscura de su prometido.
El hombre iba vestido de negro, como siempre, y la vio de una manera que provocó cientos de escalofríos recorrerla. Incluso su garganta se cerró.
Mao era muy alto y tenía un cuerpo bastante fornido. Su cabellera negra estaba peinada hacia atrás y tenía la barba bien delineada. Imponía, no solo por su aspecto físico, sino por la manera en la que se movía.
Y fue por eso que cuando el hombre caminó hacia ella, Paige dio varios pasos hacia atrás tratando de poner distancia, aunque sabía que de nada serviría.
Él cerró la puerta sin desviar la mirada de ella. Estaba inexpresivo, solo la observaba y eso la llenó de terror. Mao solo actuaba así cuando pensaba castigarla.
—¿Te divertiste lo suficiente, priruchennyy zver'? —dijo con voz seria.
El nudo en su garganta le imposibilitó responder; de hecho, los primeros días siempre alegaba... Hasta que Mao la quebró de la peor manera. Se abrazó y negó varias veces bajando la mirada.
—Vine a ver a Ethan —se justificó atropellando las palabras—. Y a Sayuri, los extrañaba; lamento... Yo siento...
Soltó un ligero grito cuando el hombre la tomó por el cuello y la obligó a verlo.
—Y en el camino te acostaste con un desconocido —gruñó en voz baja apretando el agarre mientras que Paige ponía las manos en las de él tratando de que la soltara.
Intentó jadear varias veces sintiendo el latido de su corazón en la cabeza y el aire escasear.
—Per... dón —gimió con lágrimas saliendo de sus ojos.
Sin embargo, Mao apretó un poco más antes de lanzarla de lado, hacia el tocador junto a la puerta del baño.
Paige resintió el golpe del mueble en su costado antes de caer de lado. Entonces su cuerpo empezó a temblar y se cubrió el rostro sabiendo lo que venía.
—Por favor —rogó en vano.
Gimió de dolor cuando su prometido la levantó por el cabello para que lo viera a la cara.
—Te voy a sacar su toque de encima así te tenga que arrancar la piel —escupió antes de soltarla de manera violenta e incorporarse para quitarse el cinturón—. Eres mía, te lo voy a recordar.
La chica lo vio horrorizada notando el arma que cargaba. Sabía de lo que era capaz y entendió que si pedía auxilio, o Sorine llegaba, las cosas solo iban a empeorar.
Macy y Thiago entraron a la mansión de la primera. Había una camioneta blanca a un lado del vehículo de la chica y la cantidad de guardaespaldas se había incrementado considerablemente.
Fue el inglés quien entrelazó sus manos y le dio un apretón reconfortante mientras que ella le sonreía.
Se escuchaban voces a lo lejos, la pelinegra supo que su madre estaba en la sala empezando a darle instrucciones a su gente.
—Creí que mi hija estaría aquí —exclamó Aneka dándole la espalda a la entrada de la estancia.
Macy se aclaró la garganta una vez que llegaron a la sala y la mujer volteó sobresaltada, entonces fue que Thiago supo de quién había heredado el curioso color de ojos y las facciones delicadas.
—Madre, qué gusto tenerte de vuelta —dijo la chica antes de entrar y caminar hasta la mujer quien veía con curiosidad al inglés.
—Te extrañé, hija mía, pero firmamos el contrato y ya no tendré que viajar en unas semanas —le contó dándole un abrazo maternal.
La pelinegra sonrió antes de voltear hacia Thiago, él se acercó y se detuvo a un lado.
—Madre, el es Thiago... Es... Mmm... —No supo cómo presentarlo y se sintió algo avergonzada, pues las últimas veces que presentó a dos chicos como novios potenciales, todo se derrumbó en cuestión de semanas.
Sin embargo, el inglés tomó la mano de su madre e hizo una leve reverencia con ese porte que encantaba.
—Thiago Hansen, novio de su hija... Con todo respeto —se presentó dejando mudas a ambas mujeres.
Aneka detalló en el hombre frente a ella, era obvio que le llevaba unos años a su hija —aunque no tantos como Trevor—, pero lo que más le agradó fue cómo hizo sonreír a su niña al ser él quien anunciara una relación que la tomó por sorpresa.
—Con razón no contestas tus mails, Macy; pediré que traigan el almuerzo, tenemos mucho de qué hablar —comentó la mujer antes de dirigirse hacia las personas de la servidumbre que habían observado todo el intercambio en silencio.
La madre de Macy salió con la que era la ama de llaves y Thiago tomó la mano de la chica antes de depositar un beso en sus nudillos que la hizo sonreír de manera pícara.
—Galante, como siempre.
El empresario le dio un guiño antes de besar de manera rápida sus labios.
—Hay que ganarse el favor de la suegra, ¿no crees?
El corazón de Macy pareció salir de su pecho y no pudo evitar sonreír sumamente emocionada. Puso los brazos alrededor del cuello del inglés y se paró de puntas para alcanzar sus labios.
—Es increíble, señor Bond —musitó sobre su boca.
Él la besó antes de suspirar.
—No más que usted, señorita Dahl.
Naím la veía con cierto recelo mientras subían por el elevador del hotel. Tuvo que usar la carta de: te ayudé a que Macy no te matara; para que la acompañara a hablar con Paige.
Cuando las puertas se abrieron, el chico bufó y negó mientras ella salió y se encaminó a la habitación. La siguió, aunque en realidad quería darse la vuelta y regresar a su auto.
Una vez frente a la puerta, Sorine tocó tres veces y esperó mientras que su amigo se apoyó en el muro de enfrente cruzando los brazos y mirando al techo. Pasados unos minutos, la castaña frunció el ceño extrañada, volvió a golpear la puerta y se puso de puntas para intentar ver por la mirilla o escuchar algo.
—Te dije que eran puras mentiras —espetó el chico negando al pasar una mano por su cabello.
Sin embargo, ella no alegó sintiendo que algo estaba mal. Sacó su celular y marcó el número de la pelinegra.
—¿Para que llamarme si no va a estar? Es ilógico, Naím —musitó pegando un oído a la puerta mientras que con el otro esperaba que contestara.
—Sí bueno, yo le creí...
Ambos se sobresaltaron al escuchar un golpe seco seguido de un muy ligero gemido... Proveniente de la habitación.
Orbes grises y verdes se miraron por unos segundos, el chico frunció el ceño despegándose del muro mientras que la castaña guardó su celular y miró extrañada la puerta al no escuchar otra cosa.
No supieron cuánto tiempo pasó, pero el silencio del pasillo se vio interrumpido por otro golpe y un vago grito femenino. Entonces ambos abrieron los ojos con sorpresa y Naím golpeó la puerta con fuerza.
—¿Paige? —gritó tocando una y otra vez.
El sonido de un vidrio rompiéndose fue lo siguiente que percibieron, para entonces el chico sentía que su corazón se le iba a salir por la garganta y comenzó a tratar de empujar la puerta con su cuerpo.
—¡Pai! —exclamó desesperado.
Una mucama salió de la habitación a un lado y los vio recelosa, Sorine también se había unido a golpear la puerta, pero al notar a la trabajadora corrió a ella.
—¡Llame a seguridad! —exclamó señalando la puerta—. ¡Algo le está pasando a mi amiga!
La mujer levantó ambas cejas antes de sacar un walkie talkie de su costado. No perdió tiempo en pedir ayuda, pero Sorine sintió que el tiempo apremiaba, así que al ver la tarjeta con la que abrían todas las habitaciones, la tomó sin titubear y corrió de regreso con Naím quien trataba de patear la puerta.
—Aquí —dijo la chica intentando meter la llave electrónica, sin embargo, su mano temblaba tanto que le costó hacerlo.
Cuando finalmente logró insertar la tarjeta a la ranura, Naím no perdió tiempo en bajar la manija y empujar la puerta.
La escena que los recibió les detuvo a ambos el corazón:
Paige se encontraba en el suelo, de lado, su cabello estaba en todos los ángulos posibles y se podía ver sangre en su rostro y brazos, mientras vidrios —del espejo del tocador—, la rodeaban. De igual manera, tenía marcas rojas en sus piernas, como si la hubieran azotado. A unos escasos pasos de ella, un hombre de estatura, con un cinturón en mano, los veía de la peor manera.
—Paige —susurró la castaña con la voz quebrada.
Pero fue Naím quien reaccionó y se abalanzó sobre el hombre tirándolo al suelo a un costado de la cama.
Sorine se apresuró hacia la pelinegra, se arrodilló a su lado y movió el cabello de su rostro. Este se encontraba húmedo y no sabía si era sudor, lágrimas o sangre, aquello último la hizo estremecer.
—Paige, vamos —suplicó no pudiendo creer lo que estaba presenciando.
La chica abrió vagamente sus ojos, aunque uno lo tenía bastante hinchado.
—So... Tiene... Arma —susurró con voz ronca.
—¿Qué? —dijo con temor la castaña volteando a ver a los hombres que peleaban a unos pasos de ellas.
Naím se había impuesto y golpeaba a Mao, pero este subió la rodilla impactando el estómago del chico y logrando quitárselo de encima. Fue cuando llevó la mano al artefacto negro en su cintura que la castaña no dudó.
—¡No! —gritó lanzándose sobre el hombre antes de que pudiera hacer algo.
Paige vio con ojos entrecerrados a la novia de su primo ser lanzada de lado y chocar con el borde de la cama. Luego observó a Naím pelear con Mao por el arma que este segundo llevaba en las manos.
De alguna manera, que no alcanzó a ver bien dado su estado, el chico logró quitarle el arma; pero su prometido le dio un golpe en el costado provocando que soltara lo quitado y ésta cayera cerca de ella.
Veía borrosas las figuras de Naím y Mao, Sorine parecía no moverse y todo su cuerpo le dolía al más mínimo movimiento. Trató de incorporarse pero un horrible dolor a la altura de sus costillas la hizo gemir.
Podía escuchar palabras, pasos y golpes. Soltó una fuerte exhalación y se obligó a ver lo que pasaba.
Naím estaba debajo de Mao, este apretaba ambas manos sobre el cuello del chico mientras que él trataba de quitárselo de encima. Sorine se levantó un poco con un gemido de dolor y llamó a su amigo mientras que el arma se encontraba a unos cuantos pasos de ella.
No podía mover sus piernas por los azotes, así que incorporó medio cuerpo y prácticamente se arrastró hasta el negro artefacto. Lo tomó en sus manos notando lo pesada que era, pero se esforzó para levantarla y apuntar hacia el hombre que la había destrozado en todos los sentidos.
Lágrimas caían por su rostro, escuchaba voces gritar a su espalda pero solo pensó en que con un disparo sería liberada.
Todo pasó en un santiamén: su visión se comenzó a nublar mientras que los ojos oscuros y llenos de burla de su prometido se clavaron en ella, fue eso último lo que la empujó a no dudar en jalar el gatillo.
Con lo que no contó fue con que Sorine se abalanzara sobre Mao al mismo tiempo que Naím lograba incorporarse para empujar al hombre que se distrajo al ver a su víctima.
El disparo resonó en la habitación, fue fuerte, certero y hueco.
Y después, el silencio reinó.
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