Capítulo 3

Para Sorine fue fascinante ver los ojos de la pequeña cerrarse, hasta quedar completamente dormida. Sin embargo, de igual manera, le pareció desesperante que su acompañante se limitara a comer. Jamás había tratado con alguien como él.

Si preguntaba algo, contestaba con movimientos de cabeza, hombros o monosílabos. Eso de alguna manera despertó su curiosidad, era un chico completamente hermético que parecía estarse protegiendo de dar información de más.

«Raro» pensó mientras lo veía abrir esa mochila negra —que descubrió que era donde cargaba, pañales, leche, toallas y ropa extra— para buscar algo en la bolsa de enfrente.

Izan, por su lado, parpadeó varias veces contando a escondidas el dinero que tenía; si no acababa el proyecto en el que trabajaba, no le pagarían y se vería en aprietos. En casa solo tenía lo básico para hacer papillas y uno que otro sándwich. Y ni hablar de los pañales, le quedaban dos en su mochila y cuatro en casa.

Tendría que pasar la madrugada, de nuevo, en vela para terminar el logo de esa empresa de transportes.

—Aquí tienes, niño —dijo la mesera dejando su cuenta frente a él mientras hacía lo mismo con la chica que bebía los restos de su malteada de chocolate.

Lo que daría por una malteada.

La lluvia no había cedido ni un poco y su departamento quedaba a varias cuadras del restaurante; no podía aplazar más su estadía; el dueño ya lo estaba viendo de mala manera ya que varios comensales esperaban por un lugar.

Con un profundo suspiro y mucha pesadez, puso dinero sobre la mesa y sacó un plástico color azul de su mochila. Odiaba no poder pagar ni siquiera un pequeño auto para transportar a su hija.

Sorine lo observó en silencio y arqueó una ceja en ademán de sorpresa cuando el chico se levantó y tomó la silla de la bebé.

—Vamos, Sayuri, tiempo de ir a casa —masculló alzando el asiento para llevarlo hasta la carreola e incorporarlo en la parte superior.

La chica miró hacia la ventana, la lluvia estaba tan fuerte que incluso el cristal estaba lleno de líneas de agua.

¿Estaba bromeando? ¿Sacaría a su hija en tan mal estado?

Giró la cabeza y lo vio expandir el plástico azul sobre la carreola con las mejillas algo sonrojadas y el ceño fruncido, el chico ni siquiera cargaba con una chamarra. Cuando se acercó para tomar su mochila, decidió intervenir.

—No piensas salir con este clima, ¿verdad?

Izan la vio de soslayo mientras se acomodaba los tirantes.

—Es tarde, la lluvia no va a ceder y Sayuri necesita descansar en su cuna —se excusó—. Además no vivimos tan lejos —mintió.

Sorine parpadeó varias veces y solo lo observó; no podía hablar en serio. Luego llevó su mirada a un señor robusto de bigote que los veía con cierto desagrado mientras hablaba con unas personas en la puerta.

El chico no dijo nada más, tomó la carriola en la que iba su niña y se dirigió a la salida, no sin antes despedirse de la mesera y el hombre que atendía la barra.

Pensó en esos ojos ambarinos llenos de inocencia y sintió un profundo pesar; incluso con el plástico, el frío y la lluvia... Sacó dinero y dejó una cuantiosa propina antes de levantarse a gran velocidad y dirigirse a la puerta.

—Hey, espera —exclamó.

Todos la miraron extrañados pero muchos regresaron a sus asuntos. Sin embargo, Izan la vio confundido.

—Traigo mi auto, dices vivir cerca, puedo llevarlos —le dijo mientras se ponía la sudadera vieja de Trevor.

El castaño no dijo nada, miró de nuevo hacia el exterior y negó.

—No hay problema, estamos bien —musitó antes de abrir la puerta y estremecerse por la fría brisa.

—No, de verdad, no expongas así a tu nena, es solo un aventón —insistió ella cerrando la puerta para que no le entrara más frío a la bebé.

Notó un destello de culpabilidad en los ojos de Izan antes de que dejara caer los hombros para suspirar con pesadez.

—Vivo a cinco calles hacia el sur, no creo que estemos en tu rumbo —alegó.

Sorine movió la mano en ademán de desinterés antes de ponerse el gorro de su prenda.

—Sí lo están, me facilitas llegar a casa —mintió abriendo muy poco la puerta, se giró y lo vio con cierta dureza—. No te muevas de aquí, aparco el auto y te ayudo a subir a Sayuri.

Izan abrió y cerró la boca sin saber qué decir, esos orbes verdes tenían un extraño brillo lleno de determinación. La chica entrecerró los ojos antes de salir.

—¿Quién es esa? —le preguntó en un susurro Harald, el dueño del restaurante.

Él se encogió de hombros y la vio correr del otro lado de la avenida antes de subirse a un auto color gris.

—No sé —finalmente masculló mientras la castaña le daba la vuelta a su vehículo para casi subirlo a la banqueta. Dejó de su lado la puerta del copiloto—. Pero no tiene idea del favor que me está haciendo —concluyó.

Cinco calles se hicieron casi dos kilómetros, Sorine no podía creer que el chico pretendiera caminar así bajo la lluvia sin una chamarra.

Izan iba ocupado revisando que no se hubieran mojado las cobijas. Era realmente adorable la manera tan delicada con la que se movía cuando de Sayuri se trataba.

—¿Dijiste en el trescientos cuarenta y cinco?

Él la miró a través del retrovisor y luego volteó a donde se encontraba su hogar. No era un lugar maltratado ni mucho menos, pero desde afuera se podía vislumbrar lo diminuto de los departamentos.

Afuera tenían un estacionamiento, habían seis puertas; tres arriba y tres abajo con una escalera a la intemperie. Él habitaba en el último departamento de la segunda planta por lo que tenía que caminar por un pasillo externo y maniobrar con la carreola.

—Mi lugar de estacionamiento es el que está pegado a la escalera, bajaré a Sayuri y...

Izan frunció el ceño, odiaba dejar a su hija sola, siempre lo embargaba una sensación de temor ante la idea de llegar y no encontrarla en su cuna... Como hacía tiempo vivió.

—Yo bajo la carriola, así no das doble vuelta —intervino Sorine poniéndose de nuevo el gorro que no protegía mucho su cabeza.

El castaño arrugó el entrecejo, pero finalmente asintió. La lluvia había bajado considerablemente, aun así su hija se mojaría si no la protegía. Acomodó el plástico sobre ella y se aseguró que la parte de abajo quedara floja para que entrara oxígeno.

Sostuvo con fuerza la silla antes de abrir la puerta del auto y salir primero para luego casi correr escaleras arriba.

Sorine se apresuró a la cajuela y sacó la carreola, subió con tranquilidad maniobrando mientras pensaba en cómo le haría el pobre chico para subir y bajar con la bebé.

La escaleras y el pasillo eran algo estrechos así que no se imaginaba cómo se las ingeniaba el castaño. Encontró la última puerta de la segunda planta abierta y entró. Recargó la carreola doblada sobre la pared a su derecha mientras observaba el lugar.

Había un sillón pegado al muro derecho y un pequeño corral al centro. A su izquierda encontró una mesa para cuatro y dos sillas que estaban casi pegadas a la barra que separaba la cocina junto con una silla alta para comer, para la bebé.

La cocina no era grande, de hecho, suponía que dos personas moviéndose al mismo tiempo ahí sería un caos. Sin embargo, aquello que chocaba con la sencillez del departamento era la iMac frente a ella sobre un escritorio pegado a la ventana.

Frunció el ceño ante el recuerdo del exorbitante precio del aparato. Macy tenía una igual.

El chico salió de una puerta con dos toallas, con una se secaba la cabeza y le ofreció la otra.

—Estoy seguro de que el agua traspasó la tela —masculló, evitando verla. Sorine se bajó el gorro sintiendo algo húmedo su cabello, aceptó la toalla que el chico le dio y se la pasó tratando de no pensar en la computadora—. Gracias, por traernos y todo —continuó levantando algunos juguetes del suelo y echándolos al corral.

—No es problema, ¿Sayuri no se despertó?

Él negó varias veces y comenzó a sacar las cosas de su mochila negra, esperaba que el agua no hubiera tocado los pañales.

—Tiene el sueño pesado, en la noche solo despierta por leche —contestó.

Levantó la mirada y encontró a Sorine observando la computadora de Thiago, su amigo.

—Bien, me alegra haber ayudado. —Finalmente anunció antes de regresar la toalla con más seriedad de la que quiso. Se dirigió a la puerta y observó a Izan quien fruncía el ceño de manera pensativa—. Sayuri es hermosa, cuidala mucho —le dijo antes de salir por la puerta tratando de no azotarla al cerrar.

El chico se quedó confundido ante el cambio de actitud, pero decidió que no era asunto suyo. Lo que sí era, sería la papilla que debía hacerle a su hija para cuando despertara.

Suspiró en el trayecto hasta la cocina para abrir su refrigerador y encontrar que, definitivamente, tenía que acabar ese proyecto, ya casi no le quedaban víveres.

Sorine se sentía molesta consigo misma. Bufaba cada cierto tiempo y pasaba una mano por su cabello antes de volver a bufar. Le enojaba estar así.

No podía dejar de pensar en Sayuri o en si acaso el castaño aparentemente interesado en su hija era un chico con prioridades equivocadas. Odiaba juzgar a la gente a primera vista, pero seguía sin entender.

—Parece que vas a asesinar a alguien —murmuró la voz masculina de la persona que se sentó a su lado.

Ella movió sus hombros hacia atrás para desestresarse, sacudió la cabeza.

—¿Y Macy? —preguntó, de soslayo lo vio encogerse de hombros.

—Torturando a alguna chica mal vestida o algo —contestó él, antes de empujarla un poco con su cuerpo.

—Son la pareja más rara que he visto —musitó Sorine al cerrar el libro en su regazo y levantar la mirada para ver al chico a su lado. Quería peinarle ese cabello casi rubio que siempre se acomodaba en todos los ángulos posibles, y que le daba un aspecto de rockstar.

—De hecho, no somos pareja, somos como un dúo dinámico o algo así; el que nos shipees no significa que la haré mi novia —alegó el chico dándole un guiño con sus orbes color gris.

—No los shippeo —exclamó ella, indignada—. Pero eso de amigos con derecho siempre termina en relación.

Él la vio con diversión.

—Macy tiene un ex que podría diferir —le recordó.

Sorine entornó los ojos antes de golpearlo con su libro.

—Tenías que recordarlo, Naím —se quejó, avergonzada.

El chico rio mientras se protegía de los múltiples golpes que la castaña le profirió.

—Ya, para, ¿a quién quieres asesinar? —dijo al arrebatarle el libro de economía.

Sorine se levantó y sacó su lengua. Su amigo era un metiche de lo peor y, para empeorar la situación, la conocía tan bien como Macy, a pesar de que no llevaban más de dos años de amistad.

—A nadie —contestó recuperando el libro para caminar hacia su clase de finanzas.

—Tienes los ojos más expresivos que he conocido y se te ven las ganas de matar a alguien —insistió siguiéndola.

Ella se detuvo para mirarlo con enojo.

—No es matar, más bien no entiendo cómo puedes preferir tener una computadora carísima en vez de usar ese dinero para... No sé, algo más útil que en verdad necesites... como un auto.

Naím arqueó una ceja confundido.

—¿Macy necesita otro auto?

La castaña hizo girar los ojos, irritada.

—No solo Macy se compra cosas caras, ¿sabes? Te sorprendería dónde puedes ver esas costosas máquinas.

El chico se encogió de hombros antes de abrazarla.

—Te preocupas de más, Sorine; deja a la gente vivir y hacer.

La castaña lo alejó a empujones.

—Ni siquiera sabes de quién hablo para decir que me preocupo, tal vez si supieras, me entenderías.

Naím rio al soltarla y luego levantó la mano derecha para agitarla de un lado a otro, Sorine giró y encontró a Macy caminando hacia ellos.

—¡Hasta que te veo sin esa odiosa sudadera! —exclamó la recién llegada, con alegría, antes de darle un guiño a Naím.

La castaña entornó los ojos.

—Tengo clase, me voy.

Comenzó a alejarse de sus amigos y trató de dejar de pensar en cosas que no eran de su incumbencia. Aún debía averiguar sobre el dueño del terreno que quería utilizar.

—Vamos a comer saliendo —gritó Macy.

La chica levantó un dedo y negó sin dejar de avanzar.

—¡No seré mal tercio! —exclamó antes de escuchar reír a sus amigos.

Además, pensaba ir al registro para empezar a modificar su proyecto.

Sorine subió material al asiento de atrás de su auto y abrió los ojos con sorpresa al encontrar un peluche en el suelo.

Al tomarlo, recordó unas pequeñas manitas que jugaban con la etiqueta como si fuera el juguete más entretenido del planeta. Sintió el corazón pesado al pensar en que, tal vez, Sayuri extrañaría a su amiguito y quién sabría si su padre le compraría otro de reemplazo.

—¿Te vemos allá? —preguntó Macy a su espalda; después de varios mensajes que no la dejaron poner atención en clase, aceptó acompañar a sus amigos a comer.

Se giró y su amiga vio confundida la rana de peluche.

—¿Y eso? —cuestionó al tomar el muñeco de manos de la castaña.

Ella suspiró.

—Ayer conocí a un chico peculiar y esto es de su hija —explicó recuperando la rana, antes de cerrar la puerta.

Macy ladeó la cabeza mientras veía a su amiga encaminarse del lado del conductor.

—¿Y lo tienes por qué...?

Sorine suspiró antes de verla de manera indescriptible.

—Te cuento al rato; voy a dejar esto, los veo allá —dijo haciendo cálculos en su cabeza—. En una hora más o menos.

La pelinegra puso las manos en su cintura.

—¿Y qué hacemos mientras?

La otra chica le dio una enorme sonrisa.

—Eso que hacen cada que no estoy y que creen que no sé —contestó con ironía, disfrutando del sonrojo de su mejor amiga.

—¡Sorine!

La mencionada rio al arrancar su auto para viajar del otro lado de la ciudad sintiéndose en una misión de gran importancia.

Sorine frunció el ceño al escuchar ruegos y gritos.

—Ya, Sayuri, no lo encuentro; por favor, debo... No, no hagas eso, nena, mira, toma este, es bonito...

Se sintió un poco mal ante la desesperación que se asomaba en la voz del chico, así que tocó con fuerza la puerta frente a ella.

—Sayuri, espera aquí; no, por favor no me veas así... Espera...

Después de unos segundos la puerta se abrió de golpe y orbes ambarinos con unas enormes ojeras la vieron con sorpresa.

—¿Qué...?

Sorine levantó la rana para ponerla frente a sus ojos, literal vio cómo el alivio inundó al chico.

—Dios, gracias —exclamó con voz cansada antes de tomarlo para darse la vuelta y caminar hasta una Sayuri que se sostenía del borde del corral con lágrimas recorriendo sus mejillas—. Aquí está, nena —dijo poniéndose en cuclillas frente a su hija quien se hizo arriba y abajo antes de cortar de manera mágica el llanto.

La castaña hizo la cabeza de lado, parecía que la niña lo tenía en sus manos.

Sayuri tomó el peluche y se sentó en el corral comenzando a jugar con la etiqueta mientras el chico dejó caer la cabeza hacia el frente antes de suspirar y levantarse, la miró y abrió la boca pero el celular en el sillón sonó.

La vio unos momentos con vergüenza antes de que ella se encogiera de hombros y entrara al departamento cerrando la puerta detrás.

—Sí, Thiago —contestó un poco preocupado—. Ya sé que era para hoy en la mañana, tuve una crisis con Sayuri —continuó mientras pasaba una mano por su cabello.

Sorine se puso en cuclillas junto a la bebé a la vez que Izan la observaba con el ceño fruncido.

—No, estoy tratando... Lo entiendo... —Suspiró al cerrar los ojos, Sorine lo vio preocupada, pero cuando levantó los párpados ella fingió mirar a su hija—. No, no creo acabar... Si quieres... Puedes mandar al mensajero mañana por ella, la guardaré... Sé que no es tu decisión y agradezco la ayuda; todos los archivos están en tu computadora así que mañana los tendrás... Bien, adiós.

Sorine notó de reojo que el chico estaba decaído, que su ceño se encontraba fruncido y parecía atormentado por algo. Pero al verla abrió los ojos con sorpresa recordando que tenía compañía.

—Oh, gracias; Sayuri no ha estado tranquila desde ayer —le contó mientras frotó su rostro—. Gracias por traerlo —concluyó antes de caminar hasta la iMac y asomarse a la parte de atrás para desconectarla.

Ella lo miró confundida y se incorporó.

—¿Se descompuso? —preguntó, curiosa.

Izan no volteó, solo sacudió la cabeza.

—El dueño la necesita, probablemente venga en la noche por ella —contestó, decaído.

La castaña se sintió culpable por pensar tan mal de él. Ya lo decía, jamás se debe juzgar a primera vista.

—¿Arreglas computadoras? —preguntó para tratar de hacerse una mejor idea de quién era y así no repetir su error.

Sus ojos ambarinos la vieron con escrutinio mientras enredaba un cable en su mano derecha.

—No, soy diseñador... O al menos trabajaba como diseñador freelance —masculló con los hombros caídos.

—¿Trabajabas? —cuestionó ella.

Izan se encogió de hombros.

—Debía terminar un proyecto, pero no pude y ahora necesito hacerle de comer a Sayuri para después dormirla, así que... —Suspiró dándole la espalda—. En fin, gracias por traer a Wippi.

Sorine lo vio y trató de no sonreír ante el nombre del peluche, pero se sintió mal porque, al parecer, había perdido su fuente de dinero. Tal vez si hubiera traído el muñeco temprano no estaría pasando.

—¿Te faltaba mucho?

El chico la vio arrugando el entrecejo antes de agacharse para desconectar otra cosa.

—No importa, no acabaré —contestó.

Ella caminó decidida y se inclinó a su lado, puso su mano sobre el brazo del chico para que no siguiera con lo que hacía y recibió una mirada llena de sorpresa.

—Termina, yo atiendo a Sayuri —dijo con seguridad.

Él abrió y cerró la boca varias veces antes de sacudir la cabeza.

—No, ella no te conoce y seguro no sabes...

Sorine se levantó e ignoró sus argumentos, después fue hasta la cocina.

—Prácticamente pagué la inscripción a mi carrera con lo que gané como niñera —exclamó abriendo el refrigerador mientras él seguía en la misma posición, viendo con incredulidad. La chica se asomó por encima de la barra para darle una enorme sonrisa—. Termina, yo me hago cargo; tómalo como mi disculpa por la terrible noche que sé que pasaste por no darme cuenta de que Wippi seguía en el auto —concluyó regresando al refrigerador de dónde sacó unas verduras y pollo antes de moverse en la cocina como si llevara viviendo con ellos toda la vida.

Izan se levantó lentamente y la miró con asombro, luego observó a su hija quien mordía su rana, la pequeña pareció sonreírle con los ojos.

El castaño no tenía idea de quién era Sorine, pero empezaba a creer que había llegado para salvarle la vida.

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