Capítulo 20

Macy tenía un don. Uno que le había ahorrado decepciones y dolores de cabeza desde que su padre las dejó por otra familia:

Siempre percibía cuándo una persona tenía intenciones escondidas.

Sorine no lo sabía, pero la que rompió con Trevor fue ella, pues se dio cuenta de lo mucho que amaba a Joen. De hecho, si lo había acosado —que en realidad ella lo llamaba espiar—, fue porque quería asegurarse de que su ex actuaría como su corazón le pedía.

Sí, ella lo empujó a Joen y estaba orgullosa de ello. Aunque a veces la verdad era que le dolía.

Vio su celular iluminarse por segunda vez en lo que llevaba dibujando pero se limitó a leer y seguir con lo que hacía. Estaba cambiando su proyecto final, ahora presentaría una línea para niños basada en canciones infantiles.

Obviamente sabía quién sería la modelo perfecta.

Tenía pleno conocimiento que el ver los leídos seguramente estaban descolocado a cierto inglés, pues siempre le contestaba apenas leía, pero tenía una razón para ello. Ahora el empresario había propuesto ir a comer con el pretexto de la fundación que estaban armando, cuando en la última reunión él sugirió ver todo por mail.

No, no estaba enojada ni ardida, sabía bien que el inglés tenía otro interés más allá de la próxima fundación que Dahl INC y Hansen Enterprise estaba por crear.

Terminó de dibujar un precioso vestido azul con motitas blancas y puso el pedazo de tela en la esquina superior derecha antes de guardar todo su material. Luego retomó su celular y leyó una vez más.

—Muy bien, señor Bond, si así quiere jugar, eso vamos a hacer —le dijo a la nada con una sonrisa siniestra.

Si Thiago pensaba sacarle información de Sorine, obtendría información de los Moore de regreso.

También tenía amigos a los cuales proteger de los secretos.

Cuando Sayuri cayó rendida, Sorine supo que era hora de tratar el tema del proyecto con Izan. Necesitaba saber si debía salirse o...

Se asomó un poco por la columna que sostenía la barra de la cocina y vio al castaño levantando juguetes. Estaba boca abajo en el suelo y sacó de debajo del sillón una muñeca.

—Ahí la dejó —dijo ella.

El chico sacudió la muñeca y la puso en el pequeño bote de juguetes.

—Menos mal no era Wippi, no duerme sin su rana —comentó poniendo el cubo a un lado del escritorio.

Sorine trató de sonreír pero al final solo bajó la mirada y entrelazó sus manos con nerviosismo.

—¿Estás bien? —Escuchó y levantó el rostro.

—Es solo que... Me siento mal por lo de los planos... Debí decirte —musitó.

Izan suspiró, se encontraba de rodillas en el suelo con las manos en sus piernas. Desvió la mirada a la ventana.

—No te pediré que te salgas... Solo... No... —Suspiró con fuerza y empuñó las manos—. Me gustaría mucho que ganaras, pero no quiero que nadie sepa que soy yo... No pueden saber.

Sorine se acercó y se arrodilló frente a él tomando sus manos en las propias.

—No haría nada para dañarte, ni a Sayuri; pensé que era una buena oportunidad para que tuvieras un trabajo estable... Sé que quieres darle lo mejor a tu hija —susurró y el castaño la observó—. No entiendo mucho, Izan, no pretendo que me cuentes cosas que no quieres, pero si es mucho riesgo me salgo, ya habrá más oportunidades —concluyó con una sonrisa.

El chico bajó la mirada y ella soltó sus manos antes de morder su labio, se hizo hacia atrás para levantarse y se dispuso a hacerlo cuando la voz de él la detuvo.

—No quería a Sayuri —musitó y Sorine abrió los ojos con sorpresa—. Ella... Ella no la quería —completó.

La chica articuló una "o" e Izan pasó una mano por su cabello antes de negar.

—Cuando supimos que era niña ella. —Cerró los ojos con fuerza y empuñó las manos—. Trató... Intentó por varios métodos...

La castaña endureció el gesto y miró con ojos entrecerrados a la nada entendiendo perfectamente lo que la mujer había querido hacer.

¿Cómo podía ser alguien tan egoísta? ¿Tan maldita?

El chico abrió y cerró sus manos varias veces a la par que soltó un profundo suspiro.

—Una vez mencionaste lo difícil que era estar en tu carrera por ser mujer... Entiendo eso perfectamente porque lo viví con Sayuri —explicó en voz baja—. Si hubiera sido niño, nuestras vidas habrían tomado otro rumbo —suspiró.

Sorine miró al suelo sintiendo inmediato desprecio por la familia del castaño.

—¿Por qué te escondes? —preguntó en un susurró.

Izan vio la pared a su derecha.

—Porque no quiero perderla, en mi estado actual una demanda sería lo peor que me podría pasar —contestó sintiendo esas palabras como peso muerto.

—Pero... Tu familia... ¿Incluso ellos?

El chico bajó de nuevo la mirada.

—Dejé muchas responsabilidades atrás... Cosas que solo yo podía... Manejar... Si creen necesario apoyar una demanda en mi contra para que retome todo... Lo harían.

La castaña endureció de nuevo la mandíbula. ¿En serio existía gente tan malvada?

—Si eras tan importante para ellos... Aceptarte con Sayuri era lo mejor, ¿no? —cuestionó con un nudo en la garganta.

Izan rio con ironía y negó.

—Para ellos una hija es un error que no podían dejar pasar... Un hijo hubiera sido una bendición pero a Sayuri... —Bufó y bajó la mirada—. Ya tenían una familia para ella, apenas salimos del hospital me informaron que debía entregarla.

Sorine jadeó ligeramente y puso ambas manos en su boca. Él la vio con tristeza antes de incorporarse y ayudarla a hacer lo mismo.

—Por eso huí, para proteger a mi hija y tratar de darle una vida digna... Pero, nunca pensé que sería tan difícil —masculló sentándose y poniendo ambas manos sobre su rostro.

—¿Sabes algo de... Ella?

Izan enredó las manos en su cabello y se quedó callado. Quería decirle que sí, que estudiaba en su misma escuela; pero el miedo, la incertidumbre a no saber más, lo detuvo. Así que solo negó con la cabeza.

La sintió sentarse a su lado y apoyar la barbilla en su hombro. Era algo que la chica hacía muy seguido para observarlo de cerca.

—El premio es un contrato laboral —dijo en voz baja e Izan la miró—. No importa si no eres de la carrera, ni si aún no la has acabado, es un contrato seguro... Sé que con Thiago... Estás por obtener la plaza pero el concurso es en dos semanas.

El chico frunció el ceño entendiendo el punto.

—Estaría cubierto por cualquier cosa —murmuró y la chica asintió.

El castaño se quedó pensando unos momentos; si Lara estaba ahí para quitarle a su hija, conseguir algo estable era un enorme punto a su favor. Además Sorine dijo que la empresa que había ofrecido el contrato era grande e importante.

Miró a su alrededor notando lo pequeño que era el departamento.

—No hay mucho espacio para hacer la maqueta y Sayuri... Así como es nos va a agarrar todo —masculló.

Sorine sintió un brinco de emoción en su pecho al darse cuenta que estaba aceptando entrar al proyecto.

—De eso yo me ocupo, tendremos dónde trabajar.

Las puertas frente a él se abrieron y salió de la caja metálica mientras revisaba los archivos que Joen le pidió.

Escuchó voces a su alrededor pero las ignoró al encaminarse a su cubículo donde se pondría a subrayar lo importante para el caso. Esa demanda le estaba costando horas de sueño pero muy probablemente por fin le darían un lugar en el bufete y dejaría de ser un pasante.

—¡Ibsen! —gritaron y él endureció la mandíbula.

Los socios de Joen no lo querían y cada que le llamaban era para agarrarlo de criado: Llevar café, sacar copias, subir archivos; cualquier cosa para humillarlo les venía bien.

Aún así, le debía demasiado al cuñado de Sorine así que se tragó su enojo y volteó con un gesto impasible.

Tetsu lo veía desde la puerta de cristal que se encontraba en la sala de reuniones, el hombre de avanzada edad con un gesto de asco grabado en su rostro por la eternidad, le hizo un ademán con la cabeza para que se acercara.

Y muy a su pesar, dejó los archivos que estaba revisando y se acercó a ver qué quería el anciano.

—Tenemos un cliente nuevo, es un caso pequeño pero Joen no está.

Naím asintió y volteó un poco, al interior de la sala de podía ver a un hombre alto, delgado, de cabello azabache con un traje negro.

—Aunque es un caso pequeño es un pez gordo, así que no lo arruines —espetó el hombre y el chico se mantuvo impasible aunque por dentro quiso responder algo inteligente.

Se limitó a asentir y entró a la sala donde la secretaria de Joen le entregó un folder con la información del caso antes de salir.

—Buenas tardes... —dijo y abrió el folder para leer a quién se estaba dirigiendo.

—Saúl, llámame así —le pidió el hombre con un sonrisa.

Naím asintió e invitó al hombre a sentarse en la larga mesa de cristal; este lo hizo y el chico lo imitó tomando lugar frente a él. De reojo pudo notar que tenía unos ojos de color inusual, como turquesa, y aunque su gesto era amigable, había algo en él que lo ponía en alerta.

Leyó las hojas y arqueó una ceja con sorpresa, era un caso pequeño que bien pudieron ganar con una firma más grande.

—¿Custodia? —cuestionó en voz baja.

—Quiero ver qué tan probable es ganar un juicio, por eso no hay nombres completos en la información —comentó el hombre.

Naím leyó más y más y se movió incómodo sintiendo mucha información como cosas que ya sabía.

Por ejemplo: que el padre del menor no tenía un trabajo estable, ni un hogar propio, mucho menos vehiculo o carrera... Y que hacía poco el menor sufrió una hospitalización.

—Es muy probable que se gane pero siempre está el factor de "guardián primario" —le informó y se aclaró la garganta—. Hoy en día se toma en cuenta quién ha estado a cargo de las responsabilidades de cuidado directo.

Saúl se recargó en la silla y entrelazó sus dedos, por un momento le recordó al señor Burns de los Simpsons.

—Si fuera de suma importancia ganar ese juicio, ¿qué opciones tendrían para nosotros?

El chico frunció el ceño, eso se había escuchado como un ofrecimiento para hacer las cosas por debajo del agua.

—Creo que debe de ver esto con Thorsen directamente —dijo con seriedad cerrando el folder.

Saúl asintió casi esperando esa respuesta.

—Tetsu me ofreció toda la ayuda posible pero tal vez sea algo que un pasante no sea capaz de hacer —comentó el hombre incorporándose y quitando una pelusa invisible de su saco negro—. No te preocupes, mantendré el caso en el bufete pero prefiero que lo lleve Tetsu —concluyó antes de darse la vuelta y salir de la sala.

Naím endureció la mandíbula y regresó la mirada al archivo en sus manos. Casi podía jurar que estuvo leyendo sobre el primo de Paige y su sobrina.

Sacudió la cabeza y sacó su celular para enviar un mensaje a su jefe.

Si bien Joen era el dueño del bufete, sus socios eran más interesados en el dinero y estaba seguro que tomarían el caso si se les pagaba bien. Prefería ponerlo en alerta sobre lo que el tal Saúl parecía querer: Ganar la custodia costara lo que costara.

Muchas personas le decían que las adicciones eran malas, siempre había escuchado que el hacerse adicta a algo era lo peor que podía hacer. Pero se preguntó si eso aplicaba con los besos de una persona.

Podía sentir la mano del castaño en su cintura mientras la otra la mantenía en la curvatura de su cuello. Por su parte, ella amaba enredar los dedos en su cabello y sentirlo estremecer de vez en cuando.

Habían estado hablando sobre utilizar la maqueta que ya tenía y solo ajustar unas partes, Izan sabía cómo despegar el material sin romperlo ni ensuciarlo. De pronto se miraron en silencio, se besaron con ternura y de un momento a otro subieron la intensidad de las caricias.

Siempre les pasaba lo mismo.

Empezaban de una manera completamente inocente y escalaba hasta esos besos apasionados que actualmente se estaban dando. De hecho, no recordaba cómo quedó a horcajadas sobre su regazo cuando en un principio estuvo a su lado.

No que pensara quejarse, era real eso de ser adicta a los labios del chico, le hacía sentir cosas que jamás había experimentado con otra persona. Pero, por momentos, la duda de quién era ella para él la inundaba.

Izan la besó una y otra vez acomodando la cabeza en ciertos ángulos, hasta que llevó ambas manos a su cintura y con mucho cuidado los giró para dejar a la chica recostada sobre el sofá. Sorine pasó sus manos por detrás de la cabeza de él y no lo dejó alejarse mucho, sintió la mano del chico sobre su piel y sin realmente querer gimió.

Y odiaba hacerlo, porque siempre pasaba lo mismo: el chico se tensaba, se alejaba y escondía el rostro en su cuello donde retomaba el control y aliento.

No entendía esa reacción, incluso le lastimaba que lo hiciera. Le hacía creer que lo despertaba de un sueño donde en verdad no la besaba a ella.

Parpadeó varias veces tratando de contener las lágrimas que se acumularon en sus ojos, lo sintió apoyar la frente en su clavícula mientras suspiraba. Dolía, esos pequeños gestos la lastimaban más de lo que alguna vez admitiría.

—Perdón —susurró el chico en medio de suspiros que era su manera de retomar el aliento.

Sorine hizo la cabeza hacia un lado y solo mantuvo una mano en su cabello. El castaño puso ambas manos a cada lado de su rostro y se levantó sobre ella, luego ladeó la cabeza.

—¿Estás llorando? —cuestionó en voz muy baja.

La chica negó varias veces antes de tratar de incorporarse, algo difícil de lograr porque tenía al chico encima, sin embargo, Izan captó el mensaje y se alejó un poco frunciendo el ceño.

—Debo ir a casa, mañana regresa mi papá, quiero bañarme y arreglar la cocina —dijo ella en voz baja girando el cuerpo para poner los pies en la tierra... En más de un sentido.

—Sorine...

La mencionada forzó una sonrisa y se levantó, el chico seguía de rodillas sobre el sofá.

—No pasa nada, mañana vemos lo de la maqueta, ¿sí? —prosiguió sin mirarlo.

El chico bajó la mirada, el cabello ocultaba su rostro así que ella solo se encaminó a la puerta. Sentía más fuerte esas ganas de llorar, sobre todo cuando llegó a la salida y él no hizo nada por detenerla.

Abrió la puerta y el aire frío la golpeó con fuerza.

—Sorine, espera. —Escuchó.

Y ella así lo hizo, pero bajó la mirada porque ya había sentido una lágrima traicionera en su mejilla.

Izan la veía unos pasos atrás no entendiendo muy bien lo que pasó, pero cuando notó la lágrima en la mejilla de la chica trató de acercarse.

Hasta que el llanto de su hija lo detuvo de golpe.

Miró hacia el pasillo y luego a la castaña en su puerta una y otra vez, pero fue Sorine quien le sonrió.

—Ve, mañana hablamos —musitó saliendo finalmente de su departamento y cerrando la puerta detrás de ella.

El castaño pasó una mano por su cabello con desesperación y suspiró con fuerza.

—Rayos —espetó antes de dirigirse a la recámara de su hija.

Había olvidado lo complicado que era mantener una relación.

Macy entró al restaurante con todo el glamour que la caracterizaba, le sonrió al gerente que ya la conocía y se dirigió a la mesa donde sabía que la esperaban.

Efectivamente, ahí estaba el inglés que veía su celular con una mueca de algo... ¿Hartazgo, cansancio, miedo?

Sonrío cuando fue este último sentimiento el que terminó por inundar el rostro del hombre. Sí, le tenía miedo y eso la hizo sentir poderosa. Y a la vez, empática, el pobre había quedado traumado con su primer encuentro.

—Disculpa la tardanza, tenía que acabar unos diseños —le dijo tomando asiento sin darle oportunidad de levantarse como todo un caballero.

Thiago solo levantó la mano para llamar al mesero, lo había hecho esperar media hora.

—No importa. —Sí, claro—. Llegué hace poco rato. —Otra mentira.

Pero Macy sonrió como si no notara nada.

—Bueno, hablé con el consejero de mi madre y me dio esta lista con los orfanatos más necesitados —comentó sacando lo mencionado y extendiendo el folder.

El inglés la vio contrariado pero tomó lo ofrecido; cuando llegó el mesero ella pidió un corte mientras su acompañante leía; ya había pedido, solo le comentó al mesero que se lo llevara cuando la mujer arribara.

—Este es mixto, son más niños pero creo que sería la mejor opción —comentó él sin desviar la mirada de las hojas en sus manos.

De soslayo la vio asentir antes de beber de su copa de agua.

—Eso dijo el consejero de mi madre.

Thiago bajó el folder y lo puso a un lado, la chica le dio una sonrisa aparentemente inocente.

—¿Tanta fe le tienes a los trabajadores de tu madre?

Macy puso ambos codos sobre la mesa y apoyó la barbilla sobre sus dedos entrelazados.

—Claro, nunca nos han fallado y han librado a mi madre de malos tratos.

El inglés sintió la puerta a su investigación ser abierta así que saltó a la oportunidad.

—Como ese al que no se presentaron en Sídney.

La chica asintió sabiendo que eso le había llamado la atención desde la primera vez que lo mencionó y la curiosidad a su interés aumentó.

—Las cláusulas eran confusas.

—En especial esa que no estaban dispuestos a cumplir.

Macy ladeó la cabeza, con que por ahí iba su interés.

—Los consejeros de mi madre vieron poco profesional que un niño llevara las negociaciones, en especial, que toda comunicación se tuviera que dar conmigo.

Notó cómo el ceño del inglés se frunció y que su mandíbula se endureció.

—Poco profesional es poco —espetó.

La chica se encogió de hombros y descartó el comentario con un ademán.

—Algunas familia harían lo que fuera por mantener un legado; la mía no es así, estoy haciendo lo que quiero y que me hace feliz —le contó—. Y dime, Thiago...

Ojos azules se fijaron en ella y la chica sonrió.

—¿Iba a tratar contigo o con Izan?

Sus orbes azules mostraron suma sorpresa, sin embargo, ella se mantuvo impasible y en la misma postura. El inglés entonces puso su máscara de indiferencia y cruzó los brazos.

—Sacando al gato de la bolsa, ¿eh? —preguntó con ironía.

La pelinegra se encogió de hombros.

—Prefiero ir al grano, ¿tú no?

El mesero se acercó y ella bajó los brazos de la mesa, podía sentir la mirada inquisidora de su acompañante, pero le sonrió al chico que puso el plato frente a ella y lo vio sonrojarse.

Le sirvió a gran velocidad a Thiago y la miró una vez más con el mismo sonrojo antes de alejarse.

—Sabes perfectamente bien lo que provocas en otros. —Escuchó.

Macy entonces lo miró de una manera diferente, con suma seriedad, pero como si estuviera viendo hasta su alma. Se movió incómodo más no desvió la mirada.

—Y por eso sé que no te agrado, que desconfías de mis mejores amigos y que estás aquí para decidir si Sorine es buena para Izan —dijo con una seriedad que jamás le había escuchado, luego ladeó la cabeza—. Pero yo estoy aquí para decidir si tu amigo le conviene a mi mejor amiga, ella es un alma libre que adora a Sayuri, tiene una vida por delante y no me parece que renuncie a todo si no va a ser recíproco el cariño.

Ojos azules y aceitunados se vieron de manera fija, la tensión a su alrededor se acrecentó hasta que finalmente Thiago asintió.

—Bueno, parece que encontramos algo en común entre nosotros, Dahl.

Macy sonrió y le guiñó un ojo.

—Te aseguro que tenemos más —alegó tomando sus cubiertos—. Pero iremos a tu ritmo.

De reojo lo vio mirarla con confusión pero se limitó a cortar su carne; el hombre creía que no podía ver en sus ojos el miedo que lo carcomía, creía que su actitud hermética era buena defensa. Pero la verdad era que ella lo entendía y bastante bien, pues ese temor era el mismo que ella tuvo que superar cuando su padre las abandonó.

El miedo a quedarse solo.

Izan cambió a Sayuri mientras ella jugueteaba con la diadema que Sorine le regaló hacía semanas. Suspiró mientras le cerraba el mameluco y sacudió la cabeza tratando de concentrarse en el momento.

—Ba—ba —dijo su hija antes de reír y él sonrió.

—Voy a pensar que me dices papá aunque la otra opción también es aceptable —murmuró antes de pararla.

Sayuri rio y de pronto puso sus pequeñas manos en las mejillas de su papá para acercar la boca y dejarle un beso lleno de baba en la piel.

Izan no pudo evitar sonreír y sentir una inexplicable emoción, su hija volvió a sonreír antes de repetir el acto y el castaño volvió a reír mientras la alejaba un poco. Le dio un beso en la frente y la tomó en sus brazos.

—Sabes que te amo, ¿cierto? —le preguntó sin dejar de sonreír a lo que su hija se limitó a hacer una trompetilla.

El chico negó sin cambiar el gesto en su rostro, sin embargo, al llevar la mirada a la parte superior de su clóset, donde había un bulto de tela que jamás había usado, frunció el ceño.

No debió dejar ir a Sorine así, tuvo que insistir para que le dijera que estaba mal.

Aunque una voz al fondo de su cabeza le susurraba que tenía que ver con la manera en la que cortaba esos besos apasionados. Y es que, no lo admitiría en voz alta, pero cada que la chica hacía sonidos algo en él se salía de control, despertaba una profunda necesidad de sentirla más cerca, de escucharla llamar su nombre en medio de jadeos.

Sí, la deseaba, pero prefería alejarla que repetir errores. Aunque sentía que estar con Sorine sería muy diferente a lo que vivió con su ex.

Escuchó la risa de su hija y regresó al presente. Sayuri lo veía con curiosidad.

—¿Quieres ir por ella? —le preguntó en voz baja.

Y la bebé, como entendiendo la pregunta, gritó y saltó emocionada.

Paige parpadeaba una y otra vez sin dejar su posición en la cama. Tenía una mano sobre el pecho y no dejaba de ver el techo.

Sabía que Naím la había buscado, le informaron que le dejó un paquete en la recepción e intuía que era el celular que le prometió. Pero no quería bajar por él, no necesitaba hacer más fuerte el lazo que la unía al chico de ojos grises. Estaban jugando con fuego y ella ya se había quemado.

Todas sus malas decisiones le daban vueltas en la cabeza; su necesidad por vivir y alejarse de Mao le iba a pasar factura tarde o temprano. Y sabía que el precio sería muy alto.

Demasiado alto.

Parpadeó de nuevo sin desviar la mirada. Debería hablar con Thiago, contarle unas cuantas verdades y esperar que su amigo la ayudara a librarse. Aunque, la verdad, Naím ya le había ofrecido una salida que probablemente no sería muy efectiva.

Demandar.

¿Cuántas veces no lo pensó?

Tenía las pruebas en su piel, algunas más permanentes que otras pero ahí estaban.

Pero el miedo a que el loco de su prometido le hiciera algo a su familia —y por familia se refería a Izan, Sayuri y Thiago— siempre la detenía. Total, un día la terminaría por matar, Dios sabía que había estado cerca en una o dos ocasiones que le apretó el cuello a causa de su desobediencia.

¿Alguien la culparía por buscar escapar?

Enredó un mechón de cabello en su dedo índice y continuó mirando al techo.

Tal vez debería usar esa arma que tenía escondida en casa de Mao, aunque, si el hombre ya sabía que no estaba en Francia, difícilmente llegaría a la mansión viva.

¿A dónde llegaría Naím por ella?

Mordió el interior de su mejilla y finalmente se incorporó. Aún estaba esa camisa azul en la silla a un lado de su cama como recordándole que se había entregado en cuerpo y alma a alguien que vagamente conocía.

El chico de ojos grises se había convertido en su puerto seguro, pero tenía miedo de descubrir si era algo real o si acaso era una fantasía con la que buscaba escapar de su vida.

Suspiró y se amarró el cabello en una coleta.

Tal vez debió ir con el plan original de fingir su propia muerte.

Sorine terminó de acomodar la loza que no guardó horas atrás y suspiró con fuerza.

No podía enojarse o sentirse con Izan, el chico le advirtió que su vida era un desastre y aún así ella insistió en quedarse. Pero nunca pensó que el fantasma de su ex pudiera meterse entre ellos.

Porque él nunca hablaba de ella, era la primera vez que siquiera la mencionaba. Aunque, eso también podía ser por lo lastimado que estaba o porque la extrañaba.

Suspiró de nuevo y se soltó el cabello.

Al final la chica era madre de Sayuri y obviamente no se embarazó por obra del espíritu Santo. ¿Así sería siempre? ¿Ella dudando de si el castaño estaba ahí con ella o recordando a la otra?

Al final su hermano tuvo razón, el chico tenía un pasado que tarde o temprano los iba a alcanzar.

Escuchó el timbre y sintió su corazón brincar al recordar quién la había buscado antes. Casi corrió a la puerta, pero al abrirla, ojos grises detrás de unos lentes la vieron con cierta ternura.

—¡Joen! Pasa —exclamó sonriendo.

El mencionado la abrazó antes de entrar a la casa.

—Trevor me pidió que te viniera a ver, ayer pasé pero no estabas —le dijo con esa sonrisa amable que lo caracterizaba.

Sorine se sonrojó y no sé atrevió a mirar a su cuñado.

—Yo... Estaba... Sabes...

El chico negó divertido.

—¿Es el chico del hospital? El mocoso.

La castaña frunció el ceño e hizo girar los ojos.

—Trevor —espetó y Joen rio, luego ella lo miró—. Solo me quedé a dormir... No es nada... No es lo que se puede dar a entender.

Su acompañante levantó ambas manos antes de tomar asiento en la sala.

—Yo no diré nada, creo que tienes edad para tomar tus propias decisiones.

Sorine lo vio agradecida y se sentó a su lado. Su gesto se fue llenando de tristeza sin que lo notara.

—¿Pelearon? ¿Por eso estás aquí? —inquirió su cuñado.

Ella suspiró y se abrazó a sí misma.

—No... No tanto así... Es solo que siento... No sé si él piensa en su ex cuando está conmigo, ¿sabes? —Joen la vio con empatía pero no interrumpió—. Lo quiero mucho, más de lo que me imaginé... Pero esas acciones me lastiman... Y siento que lo merezco porque él me dijo que... Bueno, de hecho, admitió ser un mal partido.

El chico puso un dedo en su mentón.

—Es bastante sincero si te dijo eso. —Sorine asintió—. ¿No crees que esa sinceridad la usa para todo? Que si le preguntas, él te va a responder con la verdad.

Sorine bajó la mirada y se quedó pensando unos momentos.

—¿Crees que pueda admitir algo así?

Joen asintió.

—Karan, Naím, los que me han hablado del chico tienen una opinión en común... No parece ser alguien que guste de mentir; aún no lo conozco en persona pero siento que no te fijarias en alguien que miente.

La castaña frunció el ceño.

—No me miente, no creo que lo haga... Más bien omite información —masculló.

Su cuñado la abrazó por los hombros.

—Entonces, sé directa y dile lo que sus acciones te ocasionan. Crucemos los dedos para te hable con la verdad o tendré que dejar que Trevor le dé una lección.

Sorine rio y recargó la cabeza en el pecho de su cuñado.

—Eso haré.

Comieron en silencio, bueno, ella lo hizo, porque Thiago entre comidas le repetía que lo de la fundación era en serio. Al final, cuando pidió un postre de fresas, el chico miró su celular antes de escribir a gran velocidad.

—¿No te gusta el dulce? —le preguntó después de masticar el delicioso manjar.

El inglés levantó el rostro con sorpresa.

—Ah, no... No mucho.

Macy sonrió y él frunció el ceño antes de retomar la tarea de escribir. Tarea que se vio interrumpida por un plato con medio postre encima. Lo vio desconcertado antes de mirar a la de ojos aceitunados que de nuevo había apoyado la barbilla en sus dedos entrelazados.

—No es dulce, tiene ese toque amargo característico de las fresas, con solo una pizca de dulce de leche —le explicó. Thiago miró el postre como si fuera algo peligroso y escuchó a la pelinegra reír—. Pensaba ofrecerte una probada pero temo que saldrás corriendo —se burló.

El inglés la vio con una ceja arqueada.

—Eso me hace ver como un cobarde —masculló con cierto enojo.

La chica ladeó la cabeza, su cabello negro era como una cortina que desde lejos dejaba entrever lo sedoso que era.

—No dije que lo fueras, pero te apuesto esta comida a que si hacía eso, levantarías tus defensas.

Thiago negó antes de empujar un poco el plato.

—Estoy bien así, gracias —musitó guardando su celular.

Pero escuchó como la chica tomó el cubierto y la vio cortar un trozo del postre antes de poner el tenedor de manera vertical frente a él.

—Nadie se ha muerto por una probada, señor Bond —insistió con una sonrisa irónica.

Y ya fuera porque necesitaba irse, porque no quería seguir jugando, o porque no le quería dar la razón con respecto a que era un cobarde; dirigió la mano al cubierto y al tomarlo, sin realmente planearlo, rozó la muy suave mano de la chica y experimentó una descarga eléctrica recorrer todo su brazo.

Algo que pasó totalmente desapercibido por Macy, pues ella se había inclinado para sacar su celular del bolso al escucharlo tintinear.

Sin embargo, el inglés parpadeó varias veces no esperando esa reacción, incluso se quedó con el cubierto en la misma posición por unos segundos antes de sacudir un poco la cabeza para regresar. Trató de ignorar lo que acababa de sentir y metió el bocado a su boca donde experimentó justamente lo que la pelinegra había descrito.

—¿Viste? No moriste por probar.

Thiago tomó su servilleta y se limpió la boca sin verla.

Tal vez no había muerto por comer un postre, pero vaya que se sentía contrariado por lo que el ligero toque ocasionó en su interior.

—No, no lo hice —musitó fijando la mirada en esos orbes aceitunados llenos de travesura y coquetería.

Pasó media hora aprendiendo a amarrarse el enorme pedazo de tela, estuvo otros veinte minutos probando con bolsas de arroz el peso y aún así tenía las manos debajo de su hija por si de pronto el fular fallaba.

Cuando Sayuri nació, Paige le regaló el carísimo y muy largo pedazo de tela para que cargara a su hija y no creyó nunca usarlo. Pero si quería viajar en bus tenía que hacerlo, la experiencia al hospital del condado lo empujó a ello.

Y no solo era el miedo a que de pronto Sayuri se cayera; podía sentir las miradas sobre él, escuchaba las pequeñas risas y claramente vio cómo le tomaron una foto.

Suspiró viendo hacia arriba mientras el autobús avanzaba en dirección a casa de Sorine. No entendía qué era lo que les llamaba la atención, ¿que los hombres no usaban eso para cargar a sus hijos?

Sayuri definitivamente iba muy feliz, se asomaba y sonreía, mordía a Wippi o solo recostaba la cabeza sobre su pecho y parecía entretenerse con el latido de su corazón. Tal vez disfrutaba de escuchar lo alterado que estaba su padre, pues su corazón por momentos latía demasiado rápido, cuando pensaba en lo que estaba haciendo.

Otras risas y cuchicheos, otro suspiro y miles de ganas de querer bajarse del autobús.

«Nos vendría bien caminar» pensó el castaño decidiendo que no estaban tan lejos de la casa de Sorine.

Se levantó de su lugar y sintió sus mejillas llenarse de color cuando las chicas de atrás le sonrieron y guiñaron un ojo. Presionó el botón de descenso y bajó con cuidado pero a la vez a gran velocidad, una vez que se encontró en la calle suspiró aliviado. Probablemente debió optar por cargar a su hija.

Comenzó a caminar las cuadras que le faltaban manteniendo la vista en Sayuri y el camino, porque aún en la calle, recibía miradas curiosas y algunas soñadoras.

¿En serio era tan raro ver a un padre cargando así a su hija?

Frunció el ceño y al revisar a la bebé, notó que tenía los ojos caídos y que bostezaba un poco, al parecer el fular también la relajaba bastante. Empuñó sus pequeñas manitas a cada lado de su cabeza y dejó el rostro apoyado sobre su pecho, pareció arrullarse con el latido de su corazón.

Sonrió disfrutando de la reacción de su hija hasta que escuchó un "Nuttet" que lo hizo sonrojar y acelerar el paso.

Finalmente llegó a casa de la castaña, extendió el brazo a lo largo de la espalda de su hija y con la otra tocó el timbre antes de pasarse la mano por el cabello con nerviosismo. Era la segunda vez que acudía al lugar a arreglar su relación con la chica.

Abrieron la puerta y levantó el rostro con sorpresa.

Un hombre alto, de cabello aparentemente gris con ojos del mismo color y una sonrisa sumamente amable lo recibió.

—Ah... Perdón, buscaba a Sorine —murmuró volteando hacia la calle para luego mirar de nuevo al hombre.

—Oh, tú eres Izan —exclamó el otro con una sonrisa.

El chico se movió incómodo antes de asentir.

—Moore Izan —masculló manteniendo las manos en la espalda de su hija.

El hombre rio.

—Joen Thorsen, mucho gusto, la pequeña Sorine viene en un momento, dijo algo sobre apagar la lavadora —le dijo el hombre haciéndose a un lado para permitirle entrar.

El castaño endureció un poco la mandíbula ante el tono de confianza y el apodo, pero mantuvo la atención en su hija quien dormía.

—Izan —le llamaron y volteó; arriba de las escaleras estaba la castaña, llevaba de nuevo esos pequeños shorts y la blusa de manga larga. Desvió la mirada sintiendo el sonrojo subir a sus mejillas y de reojo la vio bajar y dirigirse al hombre que aguardaba cerca de la cocina—. Gracias, Joen —susurró la chica mientras ambos caminaban a la puerta.

Escuchó más murmullos y luego por el espejo que se encontraba cerca de la entrada, los vio abrazarse con mucho cariño. Endureció el gesto sintiendo acidez en el estómago. Prefirió ver de nuevo a Sayuri.

—No sabía que tenías un fular. —La escuchó decir.

—Nunca preguntaste —refutó él mientras la veía, luego hizo un leve movimiento con la cabeza en dirección a la puerta—. ¿Amigo?

Sorine ladeó un poco la cabeza ante el tono que el chico estaba utilizando con ella, sonaba bastante molesto. Cruzó los brazos.

—De toda la vida —respondió de manera desafiante.

Izan hizo girar los ojos y negó.

—Se nota, ¿qué hacía aquí? —espetó.

—Vino a ver cómo estaba, suele procurarme cuándo puede —replicó empezando a entender la situación.

—Qué amable —gruñó el castaño con ironía.

La chica inclinó más la cabeza de lado. ¿Le estaba haciendo una escena de celos?

—Los cuñados son así —explicó decidiendo terminar con el mal entendido.

Izan frunció el ceño y analizó sus palabras con suma lentitud, fue gradual, pero cuando finalmente entendió quién era el hombre, abrió la boca con sorpresa.

—¿Es... Es tu...?

Sorine asintió varias veces.

—Novio de mi hermano, ¿qué pensabas?

El castaño se negó a mirarla y experimentó calor en sus mejillas; ahora se sentía tonto por haber hecho conjeturas.

—Que era un pretendiente —confesó en un suspiro negando.

Escuchó la risa de la chica y le sonrío ligeramente, Sorine finalmente se acercó y miró a Sayuri.

—¿Quieres recostarla?

Tenía su rostro a escasos centímetros y el olor a flores comenzó a nublar sus sentidos. Titubeó un poco y dio un paso atrás para despertar.

—No sé cómo sacarla de esta cosa —admitió apenado.

Sorine rio de nuevo y se acercó.

—Vamos, la pones en mi cama, está junto a una pared —le dijo guiándolo a las escaleras.

Izan dudó, pero al no saber si su hija estaba cómoda en medio de tanta tela, siguió a la chica hasta la recámara en el último pasillo, una vez que entró, observó el entorno.

Había demasiado rosa y muchas fotos con sus amigos y familia, había una donde salía en medio de su hermano y cuñado, los hombres que confundió con algo más.

—Te ayudo. —Escuchó y se sobresaltó cuando la chica puso las manos en sus hombros—. Pon una mano debajo de ella y la otra en su espalda —le indicó.

Él obedeció y sin querer se estremeció cuando la chica bajó la tela del fular de sus hombros, había sido una acción completamente inocente pero que su mente vio de otra manera. Prefirió observar a su hija.

—Sube la mano a su cabeza, así... Ahora voy a jalar el fular y vas a pasar la mano a su espalda cuando esté libre —le explicó y él asintió.

Hizo tal cual las indicaciones, Sayuri se movió un poco pero al final lograron sacarla del fular sin problemas y la pudo recostar en la cama de la chica. Sorine puso almohadas a su alrededor y acomodó una frazada sobre la pequeña mientras Izan peleaba con la exageradamente larga tela.

Al final, terminó por sacarse el fular por los pies, pero tuvo cuidado de no pisarlo.

—Estos deben de ser tres metros de tela —musitó recogiendo lo mencionado.

—De hecho, tendrían que ser cinco —alegó la castaña ayudándolo a doblar el fular con una sonrisa.

El castaño se encogió de hombros.

—Dos metros más o menos, es demasiada tela.

Sorine negó pero tomó el fular y lo dejó sobre su escritorio. Su recámara se llenó de silencio y ella pasó las manos por la tela en un vago intento por hacer algo.

—Perdón —exclamó de pronto Izan y ella volteó confundida, el chico había metido las manos a las bolsas de sus jeans—. Por lo de hace rato.

Sorine abrió un poco los ojos dada la sorpresa y regresó la mirada al fular. Estaba segura de que él no sabía lo que había hecho pero aún así se disculpaba.

—¿Quieres ver la maqueta? La tengo en la otra habitación.

El castaño la vio contrariado pero asintió y la siguió a la recámara de enfrente. Cuando la chica prendió la luz, encontró pedazos de papel batería arrinconados a un lado y al fondo un restirador. Del lado izquierdo había un enorme librero y frente a este se encontraba la mesa donde estaba la maqueta.

—La rechazaron cuando traté de conseguir la financiación, pero puede servir de algo —le explicó la chica con cierto tono de tristeza.

Él se acercó y notó que estaba muy bien hecha, con los cortes limpios y todo. ¿Por qué la desestimaron?

—No entiendo, es una excelente maqueta —murmuró agachándose para ver mejor el piso inferior.

Sorine suspiró y se sentó en la orilla del librero.

—Puede que lo sea, pero no llevo un apellido de renombre —alegó cansada. Izan estaba en cuclillas y la volteó a ver extrañado, ella se encogió de hombros—. Le dieron la financiación al hijo del dueño de la constructora más grande de Esbjerg... Lo conoces, es Kenji.

El castaño frunció el ceño y regresó la atención a la maqueta. Había sentido eso como un golpe un tanto personal; en Sídney las cosas hubieran sido así con él, solo llevar el Moore le abría puertas por sobre todos los demás.

—Pero no tiene un novio que le haya conseguido unos paneles a mitad de precio a cambio de su trabajo —exclamó de pronto la chica.

Izan se tensó y luego bajó la mirada.

—Thiago —espetó negando.

Escuchó a la chica reír y se incorporó para voltear. Había apoyado ambas manos sobre el librero y tenía una pierna sobre la otra mientras lo veía con una sonrisa.

—No lo puedes culpar, se preocupa por ti y Sayuri.

El castaño negó y se acercó para poner una mano a cada lado de su cadera encerrándola en sus brazos.

—Entonces tienes un novio con palancas —comentó con media sonrisa.

Sorine hizo la cabeza hacia atrás, era tan alto que a veces debía hacer eso para verlo a la cara.

—Sí, es bastante influyente, debes de tener cuidado con él —bromeó divertida.

Izan movió la cabeza de manera negativa sabiendo que eso fue verdad hace unos años, apoyó su frente sobre la de la chica y suspiró ligeramente mientras cerraba los ojos.

—Lamento que hayan rechazado tu proyecto por eso, las personas no deberían de usar su apellido para pasar sobre los demás —murmuró.

Sintió los labios de Sorine sobre su barbilla y experimentó un escalofrío.

—No importa, vamos a ganar ese contrato de la manera correcta —aseguró y él asintió.

Se vieron a los ojos unos momentos hasta que el chico bajó su rostro y la besó de manera lenta. Ella, por su parte, enroscó los brazos en su cuello y le regresó el gesto con la misma ternura.

Se besaron así por algunos minutos hasta que ella capturó su labio inferior, algo que lo hizo gruñir y tomarla de la cintura para subirla al espacio libre que tenía el librero. Los besos de nuevo subieron de intensidad, ella pasó las manos a lo largo de sus hombros y el chico experimentó esa nube de deseo comenzar a envolverlo.

Pasó una mano a lo largo de su pierna, la escuchó jadear pero siguió hasta su cintura donde colocó la mano sobre su piel y ella soltó un gemido que lo hizo volver.

Se separó pero apoyó su frente sobre la de ella, trató de retomar el control y aliento mientras cerraba los ojos con fuerza. Estaba concentrado en ello cuando la sintió estremecer y ¿sollozar?

Subió la mirada y la encontró viendo hacia un lado mientras mordía su labio inferior. Lágrimas recorrían su rostro y él la vio pasmado.

—Sorine... ¿Qué...?

La chica casi lo aventó y se bajó del librero de un salto, parecía dolida, enojada y... Decepcionada.

—No soy ella, ¡deja de fingir que soy ella! —exclamó poniendo las manos en su rostro.

Izan abrió la boca con sorpresa no entendiendo.

—¿Qué? —finalmente preguntó.

—No pienso ser un reemplazo, si tanto... Si tanto la extrañas, por qué... Por qué... —Lo veía con mucho enojo y tristeza y él de verdad no comprendía lo que estaba pasando.

La voz se le quebró y regresó las manos a su rostro, sollozaba con tanta fuerza que hasta su cuerpo temblaba.

Izan trató de analizar sus palabras, de entenderla. Y al comprender de quién hablaba abrió los ojos con sorpresa.

—No, no hago eso, ¿cómo crees que haría eso? —le preguntó acercándose para abrazarla.

Pero Sorine negó varias veces y trató de escapar de su agarre.

—Siempre te alejas, cuando escuchas que soy yo te apartas —le reclamó entre lágrimas.

El chico se sintió el más idiota por no haberse dado cuenta de cómo se veían sus acciones. La tomó por los brazos y negó varias veces.

—No, Sorine, mírame. —Ella sacudió la cabeza—. Por favor, tengo una explicación y no tiene nada que ver con ella, te lo juro.

Al escuchar la desesperación con la que le hablaba, la castaña bajó un poco las manos y lo miró a través de sus lágrimas. Izan intentó limpiarle el rostro con sus pulgares y suspiró, sus mejillas se llenaron de color rojo y ella ladeó un poco la cabeza confundida, aunque no dejaba de sentirse como lo hacía.

—Cada que haces eso... Que... —El chico bajó la mirada totalmente avergonzado y Sorine frunció el ceño no entendiendo, él suspiró—. Cuando gimes alteras todo mi interior —confesó sin mirarla y sus mejillas se tornaron aún más rojas si eso era posible.

Y la castaña abrió los ojos con sumo asombro.

—Si no me detengo... Podría... No quiero que vayamos tan rápido —admitió viéndola con mucha pena. Sorine parpadeaba y miraba detrás de él, parecía estar ida. En verdad jamás se hubiera imaginado esa explicación—. ¿Sorine? —la llamó en voz baja.

La chica pareció regresar en sí, sus mejillas se sonrojaron y puso las manos sobre ellas.

—Dios, soy una tonta, perdón —dijo a gran velocidad tratando de esconder que estaba realmente avergonzada por todo: su escena y la reacción del castaño.

Pero Izan negó varias veces antes de sonreír y besar su frente.

—No pasa nada, debí decirte y no hacerte creer... —Puso las manos sobre las de ella en sus mejillas y suspiró—. No pienso en nadie más, solo estás tú —susurró.

Y Sorine pudo ver la sinceridad en sus ojos ambarinos así que asintió.

—Lo siento —masculló escondiendo el rostro en su pecho.

Izan suspiró y la abrazó.

—No te preocupes, créeme que no es tan grave como pensar que tu hermano era tu esposo...

Se quedaron en silencio unos momentos hasta que la sintió temblar y finalmente estallar en carcajadas que él sin realmente querer, acompañó.


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