4


Los días fluyeron con la rapidez de un río, Odiseo se sentía cada vez más cerca de Lluvia, pero algo faltaba. Algo muy importante que él había ignorado por completo debido a la euforia de haberla recuperado. Aquella mañana su esposa yacía sobre la cama, contemplando el techo. Odiseo supuso que estaba cansada, pues fue directo a la habitación en vez de preparar el té como de costumbre.

—¿Fue un día duro hoy, mi amor?—le preguntó Odiseo, para luego sentarse en la silla que tenían frente al tocador.

Lluvia volteó a verlo y asintió, después le indicó con un gesto que solo necesitaba un poco de tiempo.

—No te preocupes, puedes estar así tanto como quieras—dijo él.

Lluvia sonrió y cerró los ojos. Su marido contempló su desnudez, vio los pechos subir y bajar al ritmo de su tranquila respiración. Lluvia tenía la piel muy blanca, y pasar tanto tiempo en el océano la había vuelto aún más pálida y lisa. Ahora lucía idéntica a las elfas en los cuentos de hadas, con esa tez sin imperfecciones. Odiseo apretó los labios, deseaba ir con ella y tocarla, besarla como en esas noches en las que su sangre ardía demasiado y no podía pensar en otra cosa, mas que en entregarse. Sabía que era posible, pues había visto que Lluvia tenía una cavidad palpitante en el centro donde nacían sus cuatro tentáculos. Un rasgo humano que no había perdido. Odiseo quería acariciarlo, saber si había calidez en él. ¿Qué pensaría Lluvia al respecto? Tal vez era muy pronto para ella. Todavía no era capaz de hablar, ni de dibujar ni de cocinar como antes. No se sentía con el derecho de pedirle algo así.

No tengo que hacerlo, pensó. Tal vez solo necesito que hablemos al respecto.

Eso podría darle algo de paz. La deseaba muchísimo, y eso estaba empezando a afectarlo.

Lluvia se levantó y se acercó a besarlo en la frente. Odiseo contempló sus ojos inocentes, y simplemente no pudo hacerlo. Le dijo que irían al Amelie a pasar el rato, ella intentaría dibujar, y él iba a empezar la novela que Lluvia eligió para él. Esta vez fueron temprano, así que no había otros clientes más que ellos. Louie apenas estaba acomodando los chocolates en el mostrador, y sonrió al verlos. Pidieron americanos y se fueron a la mesa que se encontraba al centro, la más amplia. Lluvia bostezó y estiró sus tentáculos, para después sacar un lápiz y un sacapuntas de su bolsa. Odiseo la miró de soslayo y suspiró. Quería tenerla tan cerca como antes.

—Ehh... Lluvia—musitó, y la chica, con el cuaderno abierto frente a ella, no volteó a verlo. Estaba muy concentrada en su obra. Había un poco de frustración en sus ojos, y él decidió no molestarla. Ya habría tiempo después.

La pareja decidió regresar a casa en cuanto empezaron a llegar los turistas. Lluvia no había progresado, pero al menos ya no lloraba. Odiseo, para distraerse de sus pensamientos, le habló de la novela durante todo el camino. La chica lo escuchaba con atención, mientras que sus dedos jugaban con el dije de pulpo que colgaba de su cuello. Una vez llegaron, Odiseo ya no tuvo escapatoria. Se acercó a Lluvia y la abrazó con el cuerpo tembloroso, y la respiración entrecortada. Saboreó sus labios de sal y acarició su espalda. Lluvia aceptó gimiendo contra sus labios, y cuando al fin se separaron, Odiseo le dijo lo mucho que extrañaba su cuerpo. La tomó del rostro con ambas manos, y Lluvia, ruborizándose, asintió.

Se dirigieron a la habitación. Lluvia se acostó en la cama y suspiró, viendo a su marido sobre ella, desabotonando su vestido lentamente. Él se inclinó para besarla una vez más, y cuando ella lo abrazó con fuerza él se sintió completo y en paz. Esto era todo lo que necesitaba, y no podía creer que al fin lo tenía. Después de esta noche ambos sólo tendrían dicha por el resto de sus vidas.

—Te amo—musitó él, para luego besar su cuello—. Me hace tan feliz tenerte conmigo...

Lluvia separó sus tentáculos, le dio acceso al centro de su cuerpo. Odiseo bajó una mano con delicadeza, se acercó muy despacio, y sonrió al sentir la calidez, pero entonces tuvo contacto con algo más. Algo duro. Era un trozo de lo que creyó una concha de mar, dura y del color de la arena. Lluvia se estremeció.

—¿Q-Qué es esto?—le preguntó Odiseo—. Lo tienes muy adentro, ¿Te duele?

Lluvia apretó los labios. Él tiró un poco de esa cosa y vio que era algo alargado.

—Lluvia, te lo voy a quitar.

La chica comenzó a llorar lágrimas negras, pero asintió. Odiseo jaló la cosa más y más, parecía no tener fin. Cuando pensó haber llegado al final, alejó un poco la vista para encontrarle forma. Entonces fue invadido por un horror que jamás había experimentado. Lo que ahora sostenía con ambas manos era un trozo de columna humana, y de ella colgaba la gargantilla de oro de su esposa. Alzó su mirada lacrimosa a Lluvia, y ella solo se cubrió el rostro. Odiseo volvió a tirar de la columna con todas sus fuerzas. Había algo más, él podía vislumbrar el cráneo que estaba ahí adentro. Cuando la joven lo expulsó, Odiseo tomó los huesos entre sus brazos y gritó. Lluvia se inclinó para tranquilizarlo, pero él retrocedió con un gesto de asco.

—Dime... dime la verdad—le exigió, temblando—. ¿Tú eres Lluvia?

La chica, sin dejar de sollozar, negó con la cabeza.

Odiseo gimió y abrazó los huesos. Apretó los ojos, sus lágrimas ardían.

—¿Ella es Lluvia?—le mostró los huesos—. ¿Esto es Lluvia?

La criatura volvió a asentir. Odiseo se levantó de la cama y se alejó.

—Me mentiste—dijo, herido—. Tú... te la comiste, la absorbiste, tú...

Cayó de rodillas. Se sentía tan débil.

—Tienes sus recuerdos y su apariencia—dijo con la voz quebrada—. Pero... pero no eres ella... por eso no puedes crear, no puedes...

La mujer se levantó de la cama y se acercó lentamente a él. Odiseo le gritó que se alejara, y corrió a la cocina. La falsa Lluvia fue tras él. Su rostro comenzaba a derretirse.

—Amor...—gimió como si fuera una súplica—. Amor, tú...

—¡No soy tu amor! ¡Tú no eres humana, eres un monstruo! ¡Jamás podría amarte!

—Amor...

—¡Vete de aquí!

La criatura estiró un tentáculo y lo tomó de una pierna, para arrastrarlo hacia ella. Odiseo protestó y se retorció, pero la fuerza de ese miembro era inmensa. Lluvia lo abrazó con otro tentáculo y lo alzó para que estuviera a su altura. Sus lágrimas de tinta manchaban su vestido abierto y el suelo. Ahora su cabello comenzaba a derretirse también.

Odiseo se percató de que el cráneo de Lluvia yacía en el suelo.

¿En qué momento se me cayó?, pensó, tratando de bajar para tomarlo.

—Amor—reiteró la mujer—. Amor...

Lo tomó del rostro y se acercó para besarlo. Odiseo se retorció.

—¡No debiste salir del agua!—exclamó—. ¡No debiste lastimarme así!

La criatura, sin dejar de llorar, besó su nariz.

—Amor...

—¡No soy tu amor, jamás podría amarte! ¡Solo amo a Lluvia, y tú no eres Lluvia!

Él siguió tratando de liberarse sin éxito. La mujer lo miró muy seria. Sus facciones comenzaban a derretirse. Sus tentáculos lo soltaron, y ella lo atrapó con sus brazos antes de que cayera. Era muy fuerte. Odiseo bajó la mirada y notó que los brazos de la chica comenzaban a deshacerse también, y mancharlo de negro.

Va a desaparecer, pensó horrorizado.

Estaba muy herido, pero no quería que ella terminara así.

—E-Escucha... tú...—apretó los labios, ¿por qué nombre debía llamarla ahora?—. Lo siento, no debía decirte esas cosas.

El agarre de la criatura flaqueó, ahora fue él quién la rodeó con sus brazos.

—Perdóname, fui muy desconsiderado. Sé que... sé que esto es duro para ti también, entiendo que hicieras todo esto. Haber asimilado el cuerpo de mi esposa te...—le pasó las manos por el cabello, ahora tenía la textura de pintura fresca—. Te afectó.

Los tentáculos dejaron de sostenerla. Se desprendieron de su cuerpo y cayeron, chorreando sangre negra. Odiseo sujetó a quién creyó su esposa y cayó de rodillas sin soltarla.

—Por favor, intenta tranquilizarte. Luego... luego podemos ver qué hacemos. Lo importante ahora es que tú...tú no...—Odiseo la apretó contra su pecho—. Por favor, no te vayas así.

La mujer alzó la mirada. Había recuperado sus facciones por un instante. Los rasgos de Lluvia. Odiseo admiró esos ojos verdes, y sintió una puñalada en el lugar del corazón. Los dos temblaban. La criatura le sonrió sin dejar de llorar, acercó sus labios a su oído, y susurró:

—Yo quería amor.

Entonces, como si aquello fuera una despedida, todo su cuerpo se desintegró por completo; Odiseo gritó, viendo cómo se escurría entre sus brazos. La figura de la falsa Lluvia parecía una muñeca de cera consumiéndose por las llamas. Cuando sus restos se deshicieron hasta quedar en el suelo, solo quedó su vestido y la gargantilla plateada. Odiseo acarició la tinta negra con una mano temblorosa, tomó la gargantilla y se la puso en el cuello. Se quedó ahí, en el piso, llorando y tratando de abrazar a quien creía su amor. No supo en qué momento se quedó dormido.

Cuando despertó ya era de madrugada. La tinta seguía fresca. Él gateó hacia los huesos de Lluvia y besó el cráneo. La sostuvo un tiempo más, no quería separarse de ella, pero sabía que tarde o temprano debía hacerlo.

—Vámonos—le dijo, y se levantó del suelo con algo de dificultad. Abrazó con ternura los huesos, y salió de la casa para encontrarse con un cielo sin estrellas. Se dirigió a la playa, guiado por el escaso alumbrado público, y ya que estuvo ahí, subió el único acantilado que había en el pueblo. No era muy alto, y a los turistas les encantaba porque podían tomarse fotos en el borde. El hombre admiró las aguas tranquilas, que a esta hora lucían tan oscuras como la sangre de la mujer pulpo.

Espero que haya un cielo para ella, pensó. Y que ahí tenga todo el amor que anheló.

Miró los huesos y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Te amo, Lluvia. Nunca dejaré de hacerlo—volvió a besar el cráneo—. Te prometo que daré lo mejor de mí en esta vida.

Tomó aire. Ya era el momento.

—Hasta muy pronto, mi amor.

Odiseo estiró ambos brazos frente a él y soltó los huesos. El mar los recibió de inmediato, y el hombre se abrazó a sí mismo. Iba a dar media vuelta para regresar a casa, pero un viento cálido lo rodeó, y él permaneció en el borde, perplejo. Era un aire sutil, y extrañamente familiar. Se sentía como un abrazo. Él contempló el mar una vez más, y entonces percibió un agradable olor a miel especiada. Su corazón empezó a latir muy fuerte. Cerró los ojos y aspiró con deleite.

—Te amo...

Sonrió entre sus lágrimas.

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