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Odiseo y Lluvia salieron de la cueva tomados de la mano, y se encontraron con la playa repleta de turistas. Ellos tuvieron la amabilidad de hacerse a un lado para que la chica pudiera avanzar. Los tentáculos la hacían caminar un poco más lento que de costumbre, pero al menos no dejaban un rastro baboso como un caracol, ni tampoco tenían un olor muy fuerte como los de los pulpos. Los locales se acercaron a ellos, y quienes conocían a Lluvia la abrazaron con efusividad, felices de que estuviera ahí. Odiseo temblaba, emocionado. Llegaron a la casa de Nélida diez minutos después, y el hombre tocó la puerta.

—Voy, vooooy—respondió Nélida con voz cantarina, y la puerta se abrió a la brevedad—. Oh, mijo, eres tú, ¿cómo te...?

No pudo terminar de hablar, pues Lluvia se inclinó para tomar su mano. Nélida alzó la mirada y contempló sus ojos, idénticos a los suyos.

—Bebé—musitó—. Mi...bebé...

Vio los tentáculos y acarició uno con delicadeza. Era muy suave y frío.

—Volviste, pequeña—se llevó la mano al rostro—. Aquí estas, Díos mío.

Odiseo sonrió al verlas abrazarse. Nélida hizo miles de preguntas a su hija: ¿Cómo logró esa transformación tan fascinante? ¿Conoció a Dios? ¿Estaba Germán ahí? ¿Qué forma tenía? Pero Lluvia no respondió. Por mucho que se esforzaba, era incapaz de hablar.

—Perdón, bebé, apenas acabas de llegar y te estoy diciendo todas estas cosas—dijo su madre, ruborizándose—. Estoy muy feliz de que has regresado, y sé que poco a poco volverás a acostumbrarte a tu vida aquí.

Lluvia asintió, y volvió a abrazarla. Nélida dijo que los iría a visitar en la mañana para desayunar empanadas, y la pareja se fue a casa. Odiseo abrió la puerta, y se hizo a un lado para que su esposa entrara primero. Lluvia lo hizo con algo de dificultad, pues sus tentáculos eran gruesos. Tuvo que apretarlos muy fuerte para lograrlo. Odiseo le prometió que luego modificaría la entrada para que le resultara más sencillo. La chica miró alrededor con una sonrisa; pasó sus manos por el sillón, la mesita de café y los libros de arte que había sobre ella. Los hojeó un momento, y después los regresó a su lugar para ir a la cocina. Lluvia se estremeció cuando abrió el refrigerador, y metió la cabeza en él.

—Lo siento, casi no hay nada—dijo Odiseo—. Iba a ir de compras hoy.

Lluvia cerró el refrigerador, y su esposo vio que estaba comiendo un par de barras de mantequilla. Le brillaban los ojos.

—Bueno, podemos ir mañana.

Odiseo juntó dos sillas y le pidió a Lluvia que tomara asiento. Ella obedeció y él besó su frente.

—Veo que ahora tienes un apetito algo peculiar—dijo.

Lluvia asintió notablemente avergonzada, sin dejar de masticar.

—Sé que algunas cosas son diferentes ahora contigo, pero estaremos bien—Odiseo ocupó una silla del otro lado de la mesa—. Estoy muy feliz de que estés aquí.

Odiseo hizo dos quesadillas. Lluvia lo miró con atención mientras comía; observaba su mano tomando la quesadilla, y después su boca masticando. Cuando terminó, Lluvia estiró un tentáculo para tomar una servilleta que estaba en medio de la mesa, y dársela.

—Muchas gracias, amor..

Odiseo se limpió los labios y saboreó la sal en la tela.

Ahora ella es sal, pensó, y dejará su sal en todo.

Un rato después el joven se fue a duchar, y Lluvia entró a verlo con la misma curiosidad que cuando comía. Odiseo se sintió como en sus primeros días de matrimonio, cuando su propia desnudez le avergonzaba. Lluvia se quitó la camiseta e intentó entrar, pero el espacio era reducido y sus tentáculos muy grandes, así que solo pudo asomar su cabeza. Su esposo, enternecido, le mojó el cabello y le puso champú. La chica rió cuando se lo enjuagó, y Odiseo abrió los ojos a toda su expresión. No esperaba que emitiera un sonido tan pronto. Su voz era ligeramente más aguda que antes. Le gustaba mucho la nueva Lluvia; era diferente en varios aspectos, pero sus sentimientos seguían siendo los mismos, tan puros e intensos como siempre. Odiseo le puso su camisón favorito y, después de vestirse él, acomodó la cama. Ahora tendría un espacio muy pequeño para acostarse, pero no le importaba. Le indicó con un gesto a su mujer que se acostara, pero ella negó con la cabeza.

—¿No? ¿Por qué no?— preguntó él.

Lluvia señaló la ventana.

— ¿Afuera? ¿Tú afuera?

Ella sintió.

Odiseo apretó los labios.

—¿Pero volverás?

Lluvia posó ambas manos en las mejillas de su esposo, y asintió lentamente. Odiseo necesitó de todas su fuerzas para no ponerse a llorar.

Ahora ella necesita agua, pensó. Es de esperarse que necesite volver al mar.

Pero aún no se sentía listo para verla a partir otra vez. El solo imaginarla sumergiéndose le trajo recuerdos muy dolorosos.

—¿Puedes quedarte un poco más? Treinta minutos— él fue a su baúl de arte y lo abrió—. Mira, aquí están tus libretas y tus lápices, he cuidado mucho de ellos. Veo tus dibujos todos los días.

Lluvia sonrió. Tomó la libreta con un tentáculo y la hojeo con sus manos. Odiseo vio ese brillo familiar en sus ojos; a Lluvia le fascinaba contemplar sus propias creaciones, siempre le traían recuerdos muy específicos de las noches en las que hizo esos dibujos. Y también el cómo se sentía en ese momento. Siempre le gustaba contárselo a su esposo, pero eso ya no era posible, al menos por ahora. Odiseo admiró lo rápido que se había adaptado a su nuevo cuerpo, quizá más adelante recuperaría el control de su voz. Lluvia se acercó al baúl y tomó un lápiz. Sostuvo su cuaderno abierto con un tentáculo y se puso a dibujar con cierta duda en su mano; sus trazos no eran fluidos, y hacía pausas muy largas cuando se equivocaba en algo. Odiseo le tendió el borrador, y Lluvia lo tomó sin voltear a verlo. Él trató de encontrarle forma a ese dibujo, más solo veía figuras abstractas, un ojo sin pestañas y líneas curvas. Lluvia arrancó la hoja, la hizo bola y la arrojó a la cama, para intentarlo de nuevo. Está vez lo hizo más rápido, como si su mente tuviera una imagen que se desvanecía muy rápido y debía plasmarla cuanto antes. Odiseo vio más formas extrañas, y Lluvia apretó los labios, frustrada. Arrancó esa hoja, y sus ojos se inundaron de lágrimas. Eran tan negras como sus tentáculos, y espesas como la sangre. Su marido rodeó sus hombros con su brazo, y eso la hizo sollozar.

—No te preocupes si aún no puedes hacerlo, amor—le dijo con suavidad—. Apenas te estás adaptando a vivir aquí otra vez. Sé paciente contigo misma, pronto serás la grandiosa artista de siempre.

Acarició su brazo y le besó la frente, y Lluvia siguió llorando. Sus lágrimas tiñeron sus mejillas de negro, y el hombre observó cómo sus rasgos se derretían poco a poco, como si Lluvia fuese una muñeca de cera. Odiseo siguió diciéndole que era una gran dibujante, que estaba bien cometer errores, que la amaba muchísimo y quería que estuviera bien. Acarició el cabello de esa mujer sin rostro, quién seguía llorando lágrimas de tinta aunque ya no tuviera ojos. Lluvia se aferró a él, y Odiseo sintió su llanto frío en el cuello. Lluvia nunca volvería a ser cálida, no importaba que tan ardientes fueran sus emociones. La joven pareja se quedó así un largo rato, hasta que Lluvia dejó de sollozar. Odiseo la tomó de las mejillas para verla, y sonrió al contemplar sus hermosas facciones otra vez. Le acarició los labios con un pulgar, y después le besó la nariz.

—Amor—susurró Lluvia, y Odiseo sintió que algo brincó en su interior.

—¿Ha-Hablaste...?

—Amor—repitió ella, posando el dedo índice en su pecho—. Amor. Tú.

Odiseo volvió a besarla, conmovido.

—Tú también eres mi amor, siempre lo serás.

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