Descubrí que había adquirido acromatopsia cuando desperté de los ochenta y siete días que había estado en coma a causa de un accidente. Debido al traumatismo mis ojos solo veían en negro y blanco, pero extrañamente reaccioné de forma positiva a las tonos naturales del arcoíris. La posible razón: una joven y su guitarra.

     No alcancé a conocerla, pero mientras estuve inconsciente ella apareció ciertos días en mi sala de hospital junto a su música —era voluntaria—. Se dice que ella tenía cromestesia, un tipo de sinestesia que le permitía ver a colores los sonidos. Mi familia cree que su intervención me ayudó a retomar y a continuar con lo que tanto me apasionaba: la pintura.

     —Y usted, ¿lo cree? ¿Cree que eso le ayudó a volver a pintar?

     —Pues —volteé la mirada hacia mi cuadro—, para que todos admiren esta obra, yo creo que sí, que ella lo hizo —declaré, mientras los ojos de aquella visitante se dirigían al nombre.

     —"Iris" —manifestó—. ¿Así se llamaba?

     —No lo sé, pero me gusta creer que es así —sonreí—. Después de todo, este lienzo tiene las tonalidades de aquel arco; los colores que "ella me enseñó". Pero también —di un paso al costado—, es en referencia a la misma flor, que significa: la de hermosos colores.

     Luego de haber relatado una vez más mi historia en aquella exposición, retiré mis anteojos un momento, presioné mis lagrimales por el cansancio y adecué mi visión para presenciar a la última persona que observaba mi pintura.

     —Qué hermoso —comentó a la vez que acomodaba sonriente un mechón de cabello tras su oreja—. Es —se volteó a verme—, una bella melodía —finalizó, percatándome que llevaba una funda de guitarra en sus manos. La sostenía con firmeza.

     Complacido, cerré unos segundos mis ojos, me abordó la oscuridad enseguida y contemplé lo que gracias a ella "aprendí" en secreto —melodiosos colores—.

La vi
y ella, me escuchó.