Capítulo 6 | Insolencia
Encontrarme con Margaret se me antojaba tanto como clavarme un tenedor en el ojo.
Tenerla cerca era, de por sí, frustrante y agobiante. Su presencia siempre significaba hacer todo lo posible por mantenerme a una distancia segura de ella o la cosa podía acabar mal. Claro, mal para mí, no para ella. Era experta en invadir espacios personales y en dar abrazos no deseados. Podía lidiar con lo segundo, pero lo primero era algo que a veces se salía de control.
Trayendo esos recuerdos a mi mente, intenté transmitirle mi desesperación a la señora a través del insistente contacto visual para lograr que me ayudara y se sumara a esa importantísima causa. Escapar de Margaret ya no era solo una opción, sino también una necesidad.
Al final, mis silenciosas súplicas dieron resultado.
—Baje por el ascensor de la derecha hasta el décimo tercer piso, ahí encontrará una puerta especial que lo llevará a un corredor, verá en la entrada un cartel que dice «solo personal autorizado», utilice este pase y podrá ingresar —me extendió una tarjeta similar a la de acceso al penthouse—. Siguiendo el corredor, llegará a las escaleras de emergencia. Desde ahí, baje hasta el primer piso e ingrese por la puerta de la izquierda al cuarto de ingredientes de cocina, nadie lo encontrará ahí. No tome la derecha o terminará donde no desea estar.
Cielo santo.
¿Por qué no se me ocurrió anotar las indicaciones?
Lo había olvidado todo.
Bueno, no todo, pero casi.
Repetí las primeras líneas en mi cabeza intentando memorizarlas sin éxito. La mujer no me dio tiempo para preguntar de nuevo, porque se adentró en el ascensor dispuesta a hacer cumplir mi orden tan pronto como terminó de hablar. La vi desaparecer antes de poder preguntarle en qué momento debía usar el pase que me había entregado.
Haciendo acopio del estoicismo que me caracteriza, usé el ascensor del lado opuesto y marqué una de las pocas cosas que recordaba solo por ser un número recurrente en películas de terror: el piso trece. Cuando llegué, encontré un pasillo menos grande que el que se mostraba cada vez que me dirigía al penthouse, pero era igual de silencioso.
Deambulé por el lugar buscando recordar lo siguiente que debía hacer, cerrando los ojos para poder hurgar mejor en mi memoria. A mi alrededor, lo único que se podía ver eran puertas de otros apartamentos. Comencé a pensar que quedarme ahí no sería una mala idea, pues estaba relativamente lejos de la causante de mi huida, además de a salvo. No obstante, sabiendo lo minuciosa e impulsiva que es Margaret, ni siquiera en los pasillos de ese piso estaba a salvo.
Levanté la vista y mis ojos se detuvieron en una puerta diferente a las demás, la cual poseía un aviso sobre ella. Era un rectángulo amarillo, en cuyo interior se informaba que solo podía ingresar personal autorizado. En vez de tener perilla, tenía un dispositivo para pasar una tarjeta. Recordé el pase que me fue entregado y casi quise darle un beso.
Obvio que me detuve antes de incurrir en ese acto tan poco usual y vergonzoso.
Apenas ingresé a donde llevaba la puerta, solo seguí el camino que tenía, así es como llegué a las escaleras de emergencia que sí eran de acceso público, pues lo anterior era solo un atajo. Las bajé casi corriendo, como si estuviera escapando de mi «prometida».
Bueno, de hecho estaba escapando de quien se hacía llamar así.
El anuncio pegado a la pared me indicó que ya estaba en el primer piso, pero ahora había un problema: frente a mí se presentaban dos caminos que conducían a puertas diferentes.
Cerré los ojos tratando de recordar. ¿Qué era lo que había dicho la mujer? ¿Izquierda o derecha? Me hice la pregunta repetidas veces para evocar algún recuerdo de las instrucciones. Nada.
Terminé decidiéndome por la de la derecha. Usé la tarjeta otra vez para lograr mi cometido.
Cuando abrí la puerta y salí por ella, lo primero que me golpeó la cara fue el frío viento nocturno. Estaba en lo que creo que era la salida de emergencia del edificio, que daba a la parte posterior de este, en medio de un oscuro callejón lleno de contenedores de basura y cajas viejas. Eso no era, ni de lejos, el cuarto de ingredientes de cocina que estaba buscando. Quise dar la vuelta y entrar de nuevo, pero decidí dejar pasar el rato antes de hacerlo.
Ya había oscurecido, por lo que me vi parcialmente imposibilitado de ver con claridad. Saqué mi celular del bolsillo para usar la linterna y así fue como comprobé que solo me quedaba 8% de batería.
Estaba al tanto de que ese callejón era el escenario perfecto y preferido para cualquier persona amante de lo ajeno, y que yo con esa luz irradiando de mi celular lo estaba, prácticamente, atrayendo. Sin embargo, no es como si Hilltop estuviera en una zona peligrosa.
Peligroso el lugar a donde había ido a parar gracias a la chiquilla ese día mismo en la tarde, no eso. Al recordarla, no pude evitar cometer el error de preguntarme en dónde estaría pasando aquella noche tan fría.
Era consciente de que con lo que le di de dinero no le iba a alcanzar ni siquiera para una habitación en el más barato hotel existente en la ciudad, tal y como ella me gritó, pero al menos podría comprarse algo más para comer. Algo que no fuera tan asqueroso como lo que se embutió en ese puesto callejero.
Sacudí la cabeza para no evocar esos recuerdos.
A fin de cuentas supuse que, por lo menos, estaría en un mejor lugar que aquel. No podía creer que por culpa de la loca de Margaret yo había terminado en ese callejón, cuando debía estar cómodamente recostado en la sala del penthouse (que por cierto renté) o aprovechando el enorme jacuzzi que había.
Me apoyé en una de las paredes e intenté buscarle lo positivo al asunto.
No había nada positivo. El día había sido de los peores.
Apagué la linterna para que la batería no se siguiera gastando y estuve apunto de llamar a Charles para preguntarle cómo rayos Margaret se había enterado de que estaba ahí, pero un extraño sonido de un lado del callejón me distrajo de hacerlo. Sonaba como un periódico siendo arrugado. Y una persona sollozando.
Despegué mi espalda de la pared y avancé un par de pasos. En verdad no veía casi nada. El lugar se encontraba demasiado oscuro como para vislumbrar algo y estar seguro de lo que era.
Omití hacer la estúpida pregunta de si es que había alguien ahí, porque era obvio que la respuesta era afirmativa. O eso quería creer, porque no concebía estar imaginándome sollozos de mujer en medio de la noche como algo normal. No quería darle un sentido paranormal a la situación.
Encendí de nuevo la linterna y me fui adentrando más en el callejón.
—Ya te oí, así que más te vale que salgas.
En ocasiones como esas es mucho mejor mostrarse impávido que acobardado, incluso cuando no me sentía mucho como lo primero.
Si tenía que morir, que fuera como alguien valiente. Si se me aparecía frente a mí una mujer en camisón blanco con el cabello hacia adelante, Margaret iba a terminar encontrándome ahí debido al susto que eso me causaría. Mentalmente, me di ánimos para no seguir elucubrando escenarios para nada favorecedores para mí.
Di otro paso más, pero me detuve cuando oí unos pasos que no eran los míos. Fuese lo que fuese, un animal o persona, estaba más cerca de lo que me imaginaba.
De pronto, sentí que alguien se lanzó sobre mi espalda y me sostuvo por los hombros, aferrándose a mi cuello.
Por un instante pensé que estaba siendo cogoteado y que intentaban asaltarme, pero al no escuchar amenaza alguna, me calmé de cierta manera. Bueno, no era nada espectral. Estaba siendo sujetado con gran fuerza, pero luché para liberarme y encarar a la persona que se había atrevido a tirarse sobre mí de esa manera.
Logré soltarme y hacer que la persona que colgaba de mí cayera sentada sobre el piso del callejón. Al ver que mi atacante intentaba ponerse de pie para escapar, se lo impedí sosteniendo su brazo, haciendo que volviera a sentarse. Utilicé la linterna para enfocar su rostro y ver quién era. Inevitablemente, resoplé cuando, por tercera vez en mi vida, me volví a cruzar con la chiquilla maleducada.
Sabrá Dios qué estaría pagando.
Retrocedí unos pasos.
—¿Qué se supone que haces aquí?
Ni siquiera me molesté en saludar, lo único que me interesaba saber era por qué rayos estaba en un lugar como ese. Tan oscuro y vacío.
—No entiendo por qué te sorprendes —me ladró de mala gana—. Ya que no me quisiste ayudar a conseguir un lugar donde pasar la noche, supuse que dormiría aquí. Y necesito más dinero, por eso...
—¿Intentabas robarme?
—«Tomar prestado» suena mejor —corrigió—. Igual, ni siquiera sabía que eras tú. Arruinaste mi magnífica oportunidad, cabeza de espárrago. Llevo rato esperando a que alguien pase por aquí.
Alzó una de sus manos para que la luz de mi linterna no incidiera en sus ojos.
—¿Estás loca? —exclamé ignorando su excusa y acusación—. ¿Acaso no sabes lo peligroso que es?
No solo por la acción delictiva que se le cruzó por la cabeza, sino por el lugar en donde pensaba cometerla. ¿Y si algo salía mal? No creía que ahí, con tan escasa luz, habría podido ella librarse ante algún contraataque.
Me tomó un segundo darme cuenta de cómo había sonado. Es decir, como si ella me preocupara o le tuviera alguna consideración.
—¿Y a ti qué te importa?
Su tono altanero me sacó de mi trance. De nada servía que tratara de ser racional con ella.
—Tienes razón, no me importa —respondí dándole la espalda. Guardé mi celular y me planteé seriamente alejarme de donde estaba, dando por terminada esa conversación y dejándola a su suerte por segunda vez, pero me lo impidió la conciencia.
Y la presencia de Margaret en Hilltop, por supuesto.
Regresé la vista en su dirección y, con la poca luz presente, percibí que estaba usando algunos periódicos para cubrirse. Entonces era cierto que planeaba dormir ahí como una completa vagabunda e incluso incurrir en actos delictivos.
¿Por qué me incomodaba tanto pensar en eso? No, ni siquiera tenía por qué sentirme culpable.
Al ver la mueca que hice mientras la observé, ella me dedicó una de sus atizantes miradas.
—Lárgate de aquí.
Ahí estaba de nuevo la Señorita Modales.
—Este callejón no te pertenece —solté lo primero que se me vino a la cabeza.
Ella rio sin ganas.
—¿Entonces qué, el gran «joven Beaupre» vino hasta aquí tan solo para burlarse de las desgracias de otros?
Estaba por contestar que no, que, de hecho, si por mí hubiera sido, no habría vuelto a salir del edificio hasta el día siguiente en la tarde debido al cansancio (que, no está de más decir, se lo atribuía a ella), pero la presencia de una inesperada lluvia me interrumpió.
Ella pronunció una palabrota antes de ponerse de pie y usar varios periódicos como paraguas. No ayudó mucho, ya que estos se mojaron muy rápido y se deshicieron, dejándola empaparse. Ella volvió a maldecir y se colocó la mochila sobre la cabeza.
No dejaba de proferir malas palabras a cada segundo debido a que, de todas maneras, se estaba mojando. Para conseguir que se callara y dejara de hablar tan vulgarmente, me quité la mochila y le extendí mi sudadera.
Ella no me la aceptó, por supuesto, pero igual se la coloqué sobre la cabeza aunque no quisiera.
—Deja de comportarte como una niña —la regañé al verla con intenciones de devolvérmela—. Ah, pero si es lo que eres.
—No soy una niña —rezongó, apartándome—, pero si te quieres mojar, allá tú.
¿Esa era su manera de agradecerme?
No lo digas, Kev, no lo digas.
Sí lo digo.
—Lo hago porque yo, al menos, sí tengo un lugar donde quedarme.
Antes de terminar de expresar el comentario ya me estaba arrepintiendo, pero era demasiado tarde.
Ella me observó ofendida y más enojada que antes.
—¿Y qué estás esperando? Nadie te está reteniendo aquí, ¡fuera de mi vista!
Era cierto. Me di la vuelta dispuesto a retirarme. A desaparecer de su vista, a olvidar todo lo que concernía a ella y a no seguirme tomando ciertas molestias.
En vez de regresar por la puerta trasera de Hilltop, llegué hasta el final del callejón que daba a la pista principal de la calle, echando humos y empapado, pero me concentré en ver si es que el auto de Margaret seguía aparcado en alguna parte de la pista, porque ella nunca se dignaba a usar el estacionamiento cuando se le daba la gana de aparecerse sin avisar.
Me oculté tras un contenedor cuando la vi a lo lejos de pie en la esquina con un paraguas en mano. Al parecer, en verdad había hecho un registro en el penthouse, pues llevaba en su otra mano la tarjeta de acceso. De seguro se encargó de solicitarla en el vestíbulo, dado que, aunque el departamento es de Charles, está a nombre de su padre, que es, a su vez, tío de mi supuesta prometida.
Solté un suspiro de alivio al darme cuenta de que no me había encontrado. Sin embargo, mi gozo se esfumó cuando recordé que todavía tenía que estar en el callejón hasta que se marchara o mi esfuerzo no habría valido la pena.
Regresé a la puerta por la que había salido con intenciones de entrar de nuevo, encontrando a Dasha apoyada en ella, debido a que brindaba un pequeño techo y la salvaguardaba de no seguir mojándose.
Tan pronto como me vio, hizo una mueca de disgusto y rodó los ojos.
Bueno, tampoco es que yo estuviera ahí porque quería pasar tiempo con ella o algo similar. Mi intención era entrar por la puerta que ella estaba atajando.
—¿Tú otra vez? —interpeló amargamente.
—No vine por ti, claro está.
Sentí la necesidad de aclararlo. Ella rodó los ojos otra vez.
—Entonces vete.
—Todavía no puedo... —me callé antes de cometer el craso error de soltarle una explicación. En su lugar, opté por suavizar las cosas entre ambos antes de irme—. Puedes quedarte con la sudadera si quieres, la necesitarás.
Oh, qué bueno era.
—No quiero.
Qué niña... Hice otro intento de amabilidad.
—Entonces úsala hasta que la lluvia cese y luego...
—La tiraré.
Estaba empezando a desesperarme su manera grosera de contestar, a pesar de que yo estaba haciendo, milagrosamente, el intento de llevarnos mejor. Respiré profundo y me acomodé a su lado bajo el techo que protegía la puerta de la lluvia, dispuesto a quedarme un rato más. Después de todo, Margaret aún no se iba y en la habitación de ingredientes de cocina, probablemente, iba a estorbar.
—¿Y ahora qué haces? —Dasha se giró hacia donde estaba y me cuestionó por posicionarme ahí.
—Supongo que, por mientras, te haré compañía.
Ella se cruzó de brazos y enfocó su mirada en el lado contrario a mí.
—Si es así, prefiero la soledad, gracias.
Me tiró de regreso mi sudadera y comenzó a avanzar, dándome la espalda, utilizando solo su mochila para guarecerse.
Entonces, ya no me pude seguir guardando mis pensamientos para mí mismo.
—Eres la chica más testaruda y malcriada que he tenido la desdicha de conocer —le dije, viéndola de espaldas.
Y esa era solo la punta del iceberg con respecto a todo lo que pensaba sobre ella, aunque sirvió para provocarla. Al escucharme, se detuvo en seco y me encaró.
—Y tú el más imbécil con el que he tenido la mala suerte de cruzarme —acusó ella, ahora dejando de protegerse de la lluvia, permitiendo que cayera sobre sí, mientras me estrangulaba con los ojos—. No sabes ni siquiera lo que es ser considerado con los demás.
Dejé escapar una carcajada sarcástica, también rindiéndome ante el aguacero. Pero vamos a ver, ¿ella en serio me estaba diciendo eso? ¿Ella?
—Y tú sí, ¿verdad?
—No, pero al menos no soy como tú.
Caminó unos pasos más hacia mí, tan solo para que viera lo fruncido que estaba su ceño y lo ensombrecido que se había tornado su semblante debido a mi comentario.
—Claro que no lo eres —le di la razón, un poco airado de que ahora me viera como el malo, cuando lo único que hice hasta el momento fue ayudarla—. Tú eres una chiquilla sin modales, insolente y de mal carácter que ni siquiera sabe agradecer cuando le hacen un favor, ni disculparse cuando es debido.
Apenas terminé de hablar, reparé en lo cerca que estábamos el uno del otro. Sus ojos chispeantes, llenos de ira hacia mí, estaban tan solo a pocos centímetros de los míos. Igual sus labios y todo lo que implicaba. Debido a eso, intenté retroceder para pisar terreno más seguro, pero ella me sorprendió cuando me sostuvo del cuello de la camiseta con ambas manos y me acercó a su rostro aún más.
Mi mente me gritaba lo peligroso que era dicho acercamiento, pero fue tan repentino que mi cuerpo se quedó inmóvil.
—No... pedí... tu... ¡opinión!
Cuando terminó de decir la última palabra, me tiró un cabezazo con todas sus fuerzas, obligándome a retroceder por el impacto.
El golpe me devolvió el sentido, pero me dejó un poco mareado por unos segundos. Luego, el mareo le dio paso al dolor. Me atrevería a decir que me había dejado un chichón.
A diferencia de mí, Dasha no parecía estar sufriendo algún tipo de molestia en la frente como yo. Es más, se mostró sonriente y satisfecha de mi dolor.
¿Ahora resulta que además de loca era psicópata?
—¡Estás loca! —Es todo cuanto se me ocurrió gritarle. No podía hacer más que eso.
—Tú eres el que quiso hacerme compañía, ¿verdad? Pues así es como suelo tratar a mis acompañantes cuando se pasan de listos.
—Lo único que hice fue decir la verdad.
—Ya te dije que no te pedí tu opinión —amenazó señalándome—. ¿O quieres que lo vuelva a hacer para dejarlo más claro?
Esta vez sonrió como lo que era: una extraña y, probablemente, psicópata chiquilla.
—Es obvio que no —aseguré, sobándome la frente. En verdad dolía y no me iba a molestar en ocultarlo.
La lluvia seguía cayendo. El cielo cada vez se oscurecía más.
Ella seguía a merced de las gotas que incidían fuertemente sobre su ropa. Yo, por otro lado, ahora estaba de nuevo a salvo en el pequeño espacio que me regalaba la puerta de emergencia.
Bueno, no tan a salvo. Acababa de ser injustamente golpeado por una chiquilla con problemas de autocontrol.
¿Cuánto más iba a tener que seguir soportándola? ¿Cuánto más iba a tener que seguir recibiendo ese trato de su parte?
No, ya no la aguantaba. Mi idea de intentar llevarnos bien había fracasado y yo no estaba dispuesto a hacer un segundo intento.
A esas alturas, me importaba muy poco si Margaret me encontraba de camino al penthouse y me hacía una escena por haber intentado escapar de ella. Estaba dispuesto a enfrentar cualquier adversidad que se me presentara en la vida con tal de alejarme de Dasha y sus malos tratos.
Extraje la tarjeta de acceso de mi bolsillo y abrí la puerta de emergencia por segunda vez. Ella observó todos mis movimientos en silencio. Antes de adentrarme para regresar al apartamento, por sobre mi hombro le dediqué una última mirada y una amplia sonrisa de «hasta nunca».
Di unos pasos logrando ingresar a Hilltop. Cuando estuve a punto de cerrar la puerta a mis espaldas para ponerle fin a esa situación tan lamentable, escuché un extraño sonido.
Me giré solo por pura curiosidad, ese tipo de sensación que no puedes evitar aunque lo intentes, y así fue como me di cuenta de que Dasha acababa de desplomarse sobre el mojado y gélido piso del callejón.
• ¿Cómo describirían en una palabra esta historia? •
¡Gracias por leer! <3
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