Capítulo 3 | Desgracia

El primer día, en varios meses, de vivir como una persona normal que no necesitaba alguna clase de lujos o facilidades como las que solía tener en casa, no me resultó nada bien.

Para empezar, parte de la tortilla que pretendía cocinar en la mañana a modo de desayuno, seguía pegada a la sartén hasta el momento, y se suponía que ya era hora del almuerzo. Eso significaba que no había podido probar bocado alguno más que una manzana y dos mandarinas que encontré el día anterior en el refrigerador de pura casualidad.

La noche anterior, mientras intentaba conciliar el sueño (sin éxito, por cierto), terminé por devanarme los sesos pensando en cuán irresponsable y poco considerado fui al salir de casa sin el cargador de mi celular y más ropa que la que llevaba puesta.

¿En serio estaba en un apartamento tan lujoso sin ninguna otra posesión más que lo que había recogido en mi desesperado intento de huir? Así es.

Cualquiera podría pensar, ¿y qué más da? Uno de los planes que se asomaban por mi cabeza era regresar a casa en un horario en el que mi padre no estuviera, para así tomar algunas de mis pertenencias, volver a huir y asunto arreglado.

Lamentablemente, eso no era algo viable.

Estaba seguro de que apenas pusiera un pie en Sansbern (que es como conocen todos a la casa de mi familia), no habría marcha atrás ni oportunidad de escapar. Los hombres de mi padre debían estar alerta 24/7 para cuando me apareciera, por lo que la opción de meterme de manera intrusa a mi propia casa quedaba descartada.

Me dejé caer sobre la inmaculada alfombra de la sala otra vez cuando reparé en ese desafortunado detalle y me puse al corriente de mi situación: no tenía dinero (me refiero a las tarjetas de crédito ilimitado que cargaba antes), a dónde ir, qué comer y qué vestir.

¿Cómo terminé así? Era absurdo.

Pero ya sabía la respuesta. Todo era mi culpa.

Rodé por el piso, terminando con la cara pegada a la alfombra

De seguro mi padre estaba al tanto de mis infortunios. Él sabía con precisión que había salido de casa con nada más y nada menos que con lo que me llevé mientras corría, y eso incluía al Ford que me obsequió en cuanto empecé la carrera universitaria.

Debía suponer que yo habría de estar muriendo de hambre o al borde de la desesperación, lo cual no estaba muy lejos de la realidad.

El sonido de mi estómago me confirmó la primera suposición.

Cerré los ojos tratando de imaginar que tenía frente a mí el mismo banquete que me servían cada día en Sansbern, el cual incluía mis platillos favoritos preparados por Nanny, la encargada de la cocina, a pedido mío. No ayudó en nada a que mi estómago se calmara.

Claro que, como siempre, tenía un as bajo la manga.

Volví a sentarme mientras dirigía mi vista hacia la mesilla que había en medio de la sala. Sobre él reposaba aquel rectángulo blanco de papel que había denominado mi salvación. El que me podía rescatar de esa ansiedad y librarme de los recuerdos de mis malas decisiones.

Prometí que volvería a abrir el sobre con lo que restaba de mi dinero solo para casos de emergencia de grado «invasión Zombie», dado que solo me quedaban algunos billetes que tenía y lo que me dio el señor Simons —dueño de la cadena de minimarkets— para sobrevivir los días de mi estancia en el lugar; sin embargo, la posibilidad de que mi salud se viera afectada por la carencia de alimentos se podía considerar una emergencia como tal.

Me arrastré hacia él y con cuidado retiré unos cuantos billetes, los suficientes como para costearme el almuerzo y quizá algo de ropa nueva.

Extraje un cepillo dental nuevo de entre los que vienen como regalo con las pastas dentales selladas que Charles tenía perfectamente ordenadas en un estante, me di una ducha y me preparé para salir.

Debido a que era un fugitivo de mi propia familia, usé una gorra para tratar de cubrir parte de mi rostro cuando estaba en el vestíbulo del edificio. Si algún paparazzi me veía, iba a pensar cualquier cosa, menos que estaba alojado completamente solo en un penthouse enorme. Y no digo esto porque era famoso y la prensa estaba detrás de mí a todas horas, sino porque el hotel mismo era conocido por ser el nido de escándalos de ciertas celebridades. Era el favorito de los infieles, según una encuesta realizada el año pasado.

No me apetecía aparecer en el fondo de una nota televisiva que divulgara la vida privada de alguien, mucho menos si se trataba de ese tema tan aborrecible.

Conseguí salir del edificio sin ser notado, agradeciendo no tener la atención de los demás sobre mí por primera vez en mi vida. Estando afuera, me dirigí a la primera tienda que encontré en mi camino. La campana de la entrada anunció mi llegada y la chica que estaba detrás del mostrador frente a la caja registradora alzó la vista para verme.

Hice una leve reverencia a modo de saludo y me encaminé hacia el pasillo de comestibles. Tras echarle un ojo a los estantes y dejarme guiar por mi estómago hambriento, tomé una canastilla y elegí cuanta chatarra se cruzó ante mis ojos. En Sansbern, la comida de este tipo está prohibida en su totalidad, lo que hizo que el hecho de tenerla a mi alcance se sintiera reconfortante, como un símbolo de libertad.

Regresé a la caja sosteniendo la canasta en la que había depositado los "alimentos" que pensaba comprar para sobrevivir. La chica observó cada uno de ellos y levantó una ceja al reparar en que nada de eso era saludable para alguien como yo que antes me alimentaba a base de dietas balanceadas que fueran acorde con mi rutina de ejercicios, pero yo sabía mejor que nadie que me moría de hambre y que mi membresía en el gimnasio podía irse al diablo.

Mientras pasaba los productos por la máquina de reconocimiento, me pareció también ver que la chica se fijaba en mis hombros y brazos, y los crucé, un poco incómodo. Evité todo contacto visual con ella mientras sacaba la cuenta y luego me limité a pagar. Al salir, determiné que lo más conveniente era dejar mis compras en el apartamento e ir luego por algo de ropa.

Avancé por la calle, paseándome con dos bolsas pendiendo de mis dos manos. Algo irónico, porque me sentía como la señora que se encargaba de realizar las compras para el almacén de mi casa.

Supuse que ahí me habían llevado los caminos de la vida.

Esperé a que el semáforo cambiara a verde para poder cruzar, pero este se tardó más de lo habitual. La gente que esperaba conmigo observaba a cada segundo su reloj, impacientes. Sin duda en esta ciudad las personas siempre están apresuradas.

Finalmente, la luz volvió a cambiar. Me dispuse a seguir con mi camino mientras pensaba que esa vida no estaba tan mal como creía y que quizá debía verla de un modo más positivo, no obstante, ese pensamiento se esfumó cuando alguien que parecía estar corriendo desde el otro lado de la calle a la que me dirigía, tropezó intempestivamente conmigo.

El impacto provocó que soltara las bolsas, cayendo estas sobre el asfalto, en medio de la pista.

—¡Oye! —reaccioné, viendo que todo lo que había comprado estaba desparramado sobre el suelo.

Logré alcanzar al causante cuando ya estaba en la acera. Lo sostuve del brazo, obligándolo a dar la cara, ya que iba encapuchado. Sentí un baldazo de realidad cuando se giró para verme y comprobé que era el mismo rostro de la chiquilla del día anterior, estaba seguro, solo que ya no parecía un peluche.

Parecía... un chico.

Tenía el cabello recogido hacia un lado debajo de la gorra que llevaba puesta y también una vestimenta diferente. Lo primero que pensé al verla fue que era la principal causante de mi mala suerte.

—Lo lamento mucho, yo...

Se interrumpió a sí misma cuando me reconoció. Y su expresión de arrepentimiento se disolvió de la misma manera.

—¿Tú otra vez? —acusamos al unísono.

Estaba claro que lo último que ambos esperábamos era volver a cruzarnos.

—Dios, ¿qué estaré pagando? —continué, viendo que me observaba con disgusto, como siempre. Luego, estiré mi brazo señalando aquella parte de la pista en la que reposaban mis compras—. Creo que me debes una disculpa.

Ella siguió mi índice y se limitó a retroceder.

—No es mi culpa. Tengo prisa, así que...

—Sí que lo es —la interrumpí, sin soltarla.

—¡Alguien me seguía!

—No pregunté —aclaré, por si no se notó que no me lo estaba cuestionando—. Ten la decencia de, al menos, disculparte o ayudarme a recoger lo que tiraste.

—No pienso...

En ese instante la luz cambió a verde, los motores volvieron a trabajar y, al escuchar ese característico sonido, ambos giramos nuestras cabezas solo para ver cómo lo que iba a ser mi almuerzo y cena era aplastado sin piedad por los neumáticos de los autos que siguieron su marcha como si nada.

Quise gritar que se detuvieran, pero no estaba dispuesto a hacer una escena.

Volví a mirar a la chica para dedicarle mi mirada más asesina. Ahí se iba mi almuerzo del día, probablemente cena también, y la tercera parte de mi dinero.

—Ups. —Fue todo lo que dijo ella. Luché por no exaltarme por algo tan absurdo como eso, pero es que la chiquilla parecía estar a punto de reírse en mi cara, y eso no ayudaba mucho que digamos.

Respiré hondo. En verdad reuní toda mi paciencia para poder responder sin perder los estribos.

—Escucha —empecé, con el tono más calmo que pude emplear—, te lo resumiré para ahorrarme explicaciones: acabas de endeudarte.

—¿Qué?

—¡Era mi comida! —Percibí lo infantil que estaba sonando ante ella, pero esta vez no me importó.

¿Madurez? Comida es comida.

—Tranquilo, te pagaré.

La miré incrédulo y le extendí mi mano, retándola a hacerlo. Ella se mantuvo quieta. Era obvio que no tenía cómo pagarme, lo supe desde la primera vez que la vi. Estuve a punto de echárselo en cara, pero algo llamó mi atención.

—¡Ahí está! —Unos tipos muy parecidos a los que trabajaban con mi padre, señalaron en nuestra dirección. Para mi sorpresa, yo no era su objetivo. Ellos señalaban precisamente a la odiosa chica que significaba una tortura para mí.

Ella, al verlos, se aferró de mi sudadera y me utilizó como escudo para ocultarse.

Los que la perseguían se estaban acercando con prisa hacia nosotros.

—¡Haz algo, cabeza de espárrago! —me pidió antes de que nos alcanzaran.

¿Qué esperaba? ¿Que la protegiera después de lo que había pasado con mis compras por su culpa? ¿Después de que se burlara de mí por intentar ayudarla en el minimarket?

De hecho, podía decirse que consideraba encomiables a los sujetos que amenazaban con quitarla de mi vista, ganas de aplaudirles no me faltaban. No podía ser mejor para mí el hecho de no volver a verla.

Además, sospechaba que se trataba de una adolescente rebelde que había escapado de casa por algún motivo inexcusable.

Vaya, su situación me recordó mucho a la mía, pero no por eso consiguió hacer que me compadeciera de ella.

Me sacudí para que me soltara y me hice a un lado para que dejara de cubrirse conmigo. Ella entonces me sostuvo por el cuello de la sudadera, mirándome como si quisiera ahorcarme por haberla traicionado.

—Eres un...

—¡Joven Beaupre!

Demonios.

No, por favor.

Al otro lado de la calle, los hombres que había enviado mi padre a buscarme, me señalaron, pidiéndome que no me moviera de donde estaba.

¿Cómo me encontraron tan rápido? Definitivamente esa chiquilla era una señal de mal augurio.

Dado que los tipos que la seguían a ella venían por el lado contrario y los que estaban detrás de mí se encontraban al otro lado de la pista frente a nosotros, la chiquilla y yo nos dimos la espalda mientras pensábamos en algo.

¿Por qué tenía que pasar eso justo cuando me la cruzaba? Ella era como un imán de mala suerte.

—Al parecer, no soy la única fugitiva —se jactó, antes de aferrarse con incluso más fuerza que antes de mi sudadera—. Pues si yo me hundo, tú te hundirás conmigo.

Al ver que intenté retroceder, se trepó como un mono en mi espalda. Traté de zafarme para echar a correr, pero ella se mantuvo firme en su sitio sin ninguna intención de bajarse. Era lo suficientemente lista como para anticipar que pensaba dejarla ahí y escaparme por mi cuenta.

Los tipos estaban cada vez más cerca. Si llegaban hasta donde estaba, iba a ser atrapado.

Supe que me arrepentiría eternamente de mi próxima decisión. A pesar de que mi cabeza me advertía que era una idea terrible siquiera considerarlo, tomé a la chiquilla de la mano obligándola a soltarme y tiré de ella antes de empezar a correr como si mi vida dependiera de ello.

Ella no se resistió.

Conocía muy bien la zona en la que estábamos, porque desde siempre iba al penthouse de Charles a pasar el rato cada vez que este tenía tiempo libre, así que me sabía casi todos los callejones y escondites posibles. Usé esa valiosa información a mi favor.

Escuché que los tipos de Nill y los que venían por ella nos seguían el paso por las diferentes calles por las que pasábamos. Estaban tan cerca de nosotros que se me hacía difícil escondernos, pues seguíamos en su campo de visión.

Aprovechando una oportunidad cuando cruzamos por una calle llena de vendedores ambulantes de souvenirs, nos ocultamos detrás de uno de los puestos más grandes, rogando que no nos descubrieran. La señora dueña del puesto nos miró con una ceja alzada cuando nos vio, cuestionando el uso que le estábamos dando a su lugar de trabajo, pero la chiquilla le hizo una seña juntando ambas manos para que no dijera nada y nos permitiera quedarnos.

La mujer accedió y siguió ofreciendo sus productos como si nada. Mi acompañante soltó un suspiro de alivio. Entonces observamos cómo, haciéndose paso tanto como podían, empujando a las personas de la calle, los hombres en traje siguieron su camino pensando que nos habíamos dirigido al este.

Cuando ya no quedaba ninguno a la vista, corrimos hacia un callejón lleno de contenedores de basura y nos escondimos detrás de uno de ellos. Con la ayuda de algunas cajas vacías que había, nos cubrimos, formando un pequeño escondite contra la pared.

El pecho de los dos subía y bajaba por el esfuerzo que nos había costado llegar hasta ahí. Habíamos corrido aproximadamente por cinco calles diferentes dando vueltas.

Cuando recuperé el aliento, sentí una ínfima calidez concentrada en mi mano derecha y, tan pronto como ambos nos dimos cuenta de que seguíamos de la mano, nos soltamos a la velocidad de la luz.

—Gracias, supongo —dijo ella, sujetando su cabello hacia un lado para volver a esconder su rostro bajo la capucha. Tras atarlo con una banda elástica, se encogió de hombros.

Al parecer, sí sabía agradecer, aunque no de una manera correcta. Igual, eso no era lo importante.

Pensé en una manera de dirigirme a ella.

—Creo que me debes algo más que eso, pelirroja.

Ese fue el adjetivo menos peyorativo que se me ocurrió para referirme a ella, ya que no sabía su nombre.

No quería saberlo, tampoco.

—¡No soy pelirroja! Es castaño rojizo —aclaró, como si tuviera relevancia alguna la tonalidad de su cabello. Rodé los ojos—. Oh, y con respecto al dinero, pues...

Puso cara de estar pensando.

—Sí, el dinero.

—Bueno, sucede que el dinero... —hizo una pausa—. En realidad, el dinero... Quiero decir, el dinero que te debo, obvio. Resulta que este dinero...

Si escuchaba una vez más la palabra «dinero», iba a terminar enloqueciendo.

Un poco harto de sus dilaciones, la interrumpí.

—No tienes ni un centavo, ¿cierto?

Ella negó con la cabeza de manera exagerada.

—Pido perdón —manifestó, llevándose una mano al pecho, sin dejar de lado su tono burlesco.

—Olvídalo. Me lo veía venir, sinceramente.

Asomé mi cabeza por la entrada de la caja para estar seguro de que los que nos perseguían ya se habían marchado. No parecía haber nadie rondándonos o esperando nuestra salida para aprehendernos.

Viendo eso, salí completamente del espacio reducido en el que no podía seguir más tiempo.

—¿Ya te vas? —preguntó la chiquilla, seguro viendo que me estaba alejando. Asentí sin volverme. Ya demasiadas desgracias me había causado como para querer verla de nuevo—. ¿Eso quiere decir que me perdonas la deuda?

Oh, ¿qué opción tenía?

—Sí.

—En ese caso... —escuché que se puso de pie y lo comprobé cuando la vi posicionarse frente a mí—. ¿Podrías prestarme dinero?

En serio esa chica era increíble... increíblemente descarada.

¿Alguien concuerda con Kev? xD No saben cómo estoy amando esta historia. La relación entre estos dos no ha empezado tan bien que digamos, pero ya veremos si es que las cosas mejoran o no. 👀

¿Qué opinan de la protagonista?

No olviden votar, comentar y recomendarla a sus amigos si es que les gusta la historia.

Con mucho cariño, Michi.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top