Capítulo 9, Parte 2
No recuerdo la última vez que pise un bar a las doce del mediodía, de seguro fue en un tiempo demasiado remoto y mi memoria, bastante gastada por lo años, no me permite recordarlo. La idea de ir a tomar unas cervezas se le ocurrió a Jack cuando hice un comentario del agobiante calor que hacía en aquellos momentos. El lugar al que vamos de camino en un taxi lo descubrió él y su desarrollado olfato para el alcohol el día que vino hasta Francia, y está ubicado justamente en el centro de la referida ciudad.
—No te preocupes que yo invito todas las rondas. —Me dijo él mirando hacia atrás, sentado en el asiento del copiloto mientras no dejaba de hacer el ridículo en su fallido intento de hablar francés con el taxista.
Mientras íbamos en el vehículo me puse a pensar en todos los días que pasaron para poder escribir la novela, en las veces que me sentí al borde de la locura por los momentos en que la imaginación se me apagaba como una cerilla en pleno diluvio y en las ocasiones en que perdía la paciencia cuando no podía plasmar algo realmente concreto en el papel. En lo que yo estaba sumergido en mis meditados el taxi se detuvo en un lugar llamada "La nada y las carabelas", nos bajamos del vehículo y entramos al local. Al parecer el local pertenecía a un latino y entendí porque le había gustado a Jack. Dentro del bar se podía escuchar Bachata en Fukuoka del dominicano Juan Luis Guerra y sólo había gente hablando español, para Jack era como un paraíso.
—Ven, por aquí. —Me dice Jack a la vez que me hace un gesto con la cabeza de hacia dónde debo dirigirme.
Nos sentamos en una mesa para dos, muy pequeña por cierto, y Jack ordenó que le trajeran dos cervezas muy frías.
—Bella mujer tráeme dos cervezas y si las traes de Alaska pues mucho mejor.
La camarera, una morena alta, piernas largas, con falda y un escote pronunciado, llegó con las dos cervezas en un bandeja plateada e incluso las dos botellas tenían hielo por la parte de afuera.
En el establecimiento el murmullo y las risas provocadas por unos cuantos grados de alcohol de más no cesaban y para esos momentos sonaba la potente voz de Javier Solís.
—No puedo tomar mucho. —Le advierto a Jack y levanto la botella para darle más fuerza a mi oración.
—Eso lo sé , amigo, pero dos cervezas así de frías y más con este calor que está haciendo no te caerán para nada mal ni te van a matar.
El sólo hecho de pensar que tenía que hablarle a un público dentro de unas horas, me ponía bastante nervioso. Cuando me tocaban las exposiciones en mi etapa como estudiante me aterraba estar de pie con muchos pares de ojos mirándome, esperando el momento en el que yo cometiera un error y ahí atacarme como a un inocente víctima. Yo soy un simple médico que pasa las horas detrás de un escritorio y no una figura pública que es el centro de atención todo el tiempo.
Jack notó mi nerviosismo.
—Por favor, relájate.
—Me está resultando algo difícil. —Dije mirando la botella de cerveza.
Jack suspiró y puso sus manos sobre la mesa.
—Los doctores y su forma de ser. Recuerda que antes de ser un médico certificado eras un escritor, naciste siéndolo y con esta novela lo demuestras.
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