Capítulo 9, Parte 1

A mis cuarenta y cinco años de edad los cambios en la rutina diaria se notan demasiado y se hacen sentir de manera significativa.

Siempre he amado Francia y hoy, un 11 de abril del 2017, estoy hospedado en el hotel Sans de la ciudad de París. Son las diez de la mañana y el sol me está dando un aviso de que el día será perfecto pero, para mí, será muy especial porque dentro de algunas horas, a las ocho de la noche para ser exactos, presentaré mi novela en el salón Treff de este mismo hotel. Como ya dije antes , siempre he amado Francia pero también he sentido un amor profundo por España, aunque cada vez que recuerdo a las figuras que se establecieron en este país francoparlante desde 1918 hasta la Gran Depresión me dan enormes deseos de volver en el tiempo y charlar con Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald con una copa de coñac en la mano y música jazz de fondo. Soy un simple médico que se aferra a la idea de ser un escritor, pertenecer a grupos notables como la Generación Pérdida o simplemente ir a impartir charlas sobre la literatura en distintas universidades y publicar de vez en cuando alguna novela . Hoy haré lo último de lo ya mencionado, no obstante, estoy seguro de que no será una obra de una relevancia aceptable y aunque he recibido buenas críticas por parte de la editorial y de algunos amigos escritores tengo una sensación de que no será una novela muy notable.

Desde que me pasó aquello con esa chica de la universidad, hace ya muchos años, siempre supe que tenía buen material para escribir un cuento pero nunca pensé que al final tendría que escribir una novela.

Su nombre era Amelia y nos conocimos exactamente el primer día del primer cuatrimestre de medicina. Conocerla fue una grata experiencia. Ella era un combinación inexplicable porque era tan común pero tan distinta al mismo tiempo que eso me intrigaba cada vez más para conocer el fondo de su corazón. Nuestra conexión fue inmediata y en los primeros dos meses tuvimos unos amoríos donde los besos, abrazos y caricias eran la orden del día. Aquellos dos meses me parecieron muy poco tiempo a su lado, fueron como dos semanas. Al cabo de tres meses y tres semanas, faltando solo una semana para finalizar el cuatrimestre, ella puso fin a todo y se marchó. No me explicó nada concreto, de seguro me mintió de una forma en la que pensó no hacerme daño y desapareció de mi vida.

Era el inicio del segundo cuatrimestre cuando mi padre apareció con una propuesta para irme a estudiar en el extranjero. La oferta era una gran oportunidad para mi vida y estudiar en la Universidad de Boston era un gran privilegio para una persona como yo perteneciente a la clase media, no le di muchas vueltas al asunto y la acepté. Partí un 3 de marzo a la ciudad de Boston y allí viví por cinco años hasta que logré graduarme de médico general. De manera sublime ella se volvió en una pieza de mi pasado difícil de enterrar en el cementerio del olvido y aunque ella no me dejó amarla aún la tengo presente, ojalá y otra hubiera sido la historia.

Durante mis estudios en conocí muchas personas, sobre todo mujeres, muy interesantes y agradables pero ninguna como ella. Personas con las que he perdido el contacto desde hace tiempo, personas que fueron pasajeras.

Alguien ha tocado la puerta de mi habitación y por los golpes tengo la certeza de que alguna emoción fuerte lo tiene envuelto, le ordenó que pase adelante y es Jack. Siempre he contado con ese gran amigo. Dos meses antes de publicar la novela se lo conté y él rápidamente comenzó a ahorrar dinero para poder viajar hasta aquí. Llegó hace dos días a París y desde entonces hemos pasado mucho tiempo juntos, como en los viejos tiempos.

—Buenos días. —Me dice Jack con una sonrisa tan resplandeciente como el sol.

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