Capítulo 8, Parte 7
Con una desconocida a su lado Tyrone iba caminando por el pasillo en dirección a la cafetería del hospital. No sabía nada de esa mujer, no sabía quién era ni qué relación ésta tenía con Maruja pero estaba conforme con que estuviera allí para poder tener a alguien con quien hablar y desahogarse.
Cruzaron la puerta por la que se accedía y la cafetería en esos momentos estaba muy concurrida de personas que visitan enfermos, personas que tenían citas con algún doctor o de algún médico que comía algo durante su receso. Desde la entrada ninguno de los dos podía ver un lugar que estuviera libre para poder sentarse y luego de unos segundos buscando entre toda la estancia Maritza logró ver un lugar muy cerca de una máquina expendedora. Fueron hasta la mesa y tomaron asiento.
Maritza se sentó delante de Tyrone y miraba todo a su alrededor.
—Perdona por no haberme presentado. Estoy dando la apariencia de un ser mal educado pero es todo lo contrario, es que todo esto me tiene muy lejos. Mi nombre es Tyrone. —Dijo mientras se daba un masaje en las sienes.
—Sé que debe ser muy duro, no te preocupes. Un placer Tyrone, mi nombre es Maritza.
De pronto hubo un silencio entre los dos pero en toda la cafetería se escuchaban los choques de los cubiertos contra los platos de cerámica, las risas de los doctores o de las enfermeras que los acompañaban y el murmullo continuo que nunca cesó. Tyrone rompió el silencio.
—¿Gustas de un café?
—Pues sí.
—Bien, ahora lo traigo. —Se puso de pie y fue al mostrador.
En menos de dos minutos volvió con dos vasos tapados y un paquete de galletas de avena. Le pasó uno de los vasos a Maritza y le brindó de las galletas pero ella las rechazó.
—Si así no te gusta el café te pido disculpas, ya cuando lo habían servido recordé que no te había preguntado como lo querías.
Maritza le dio un sorbo a su bebida y la saboreó.
—Así está bien, gracias.
La muralla del silencio volvió a hacer su presencia y mientras tanto Tyrone iba comiendo lentamente las galletas de avena. Cuando terminó de comerlas se puso de pie para ir a dejar en el zafacón la envoltura morada. Al volver a la mesa se puso a beber su café.
—Una vez pasó algo similar en mi familia.
Tyrone estaba distraído mientras tomaba su café negro con poca azúcar y tardó en reaccionar.
—¿Sí?¿Qué pasó?
Maritza se acomodó en su asiento, tomó del café y junto las dos manos.
—Un primo de mi padre, al cual él quería y amaba como a un hermano, enfermó y necesitaba un trasplante de riñón. En todo la familia el único compatible era mi padre pero siempre se ponía a pensar si donarle o no el riñón a su primo. De tanto pensarlo su primo empeoró y cuando ya se había decidido a donar uno de sus riñones él ya estaba en estado crítico por lo que no resistiría un trasplante y a las pocos días murió.
—Lo siento.
—No es nada, yo nunca lo conocí porque todo eso sucedió antes de yo no nacer pero la historia de mi familia la conozco muy bien.
Maritza volvió a tomar de su café, se quedó unos segundos con el envase cerca de la boca y habló antes de volver a darse otro sorbo.
—El tiempo es muy valioso y cuando lo dejamos perder ya no nos sirve de nada.
Tiempo, era eso lo más crucial ante la situación de Carmen. Tyrone al escuchar el relato narrado por Martiza enseguida recibió un haz de luz que lo guiaba a ir directamente al laboratorio.
—Tengo que ir al laboratorio. —Dijo él apurando su café y poniéndose de pie.
—¿Necesitas que vaya contigo?
—No será necesario, ve donde Maruja y hazle compañía. Gracias por la charla.
Cuando terminó de hablarle a Maritza salió de la cafetería a paso firme camino al laboratorio.
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