Capítulo 8, Parte 5
Caminó hacia la derecha mirando siempre su objetivo, empujó la puerta de cristal y entró al laboratorio. Estando dentro vio a Sonia revisando unas muestras, ella era la encargada de ese departamento. Más al fondo habían dos mujeres jóvenes con mascarillas y gorros puestos y un hombre de algunos cuarenta años con la misma vestimenta, los tres hacían la misma labor que su encargada realizaba.
—Sonia.
Ella dejó el microscopio a un lado y centró su atención en Tyrone.
—Hola Tyrone.
Se quitó los guantes y se acercó a él.
—¿Cómo sigue tu esposa?
—Seguimos a la espera de algo.
Sonia le invitó a que le siguiera, le buscó un vaso de agua y se lo pasó antes de que ambos se sentaran juntos en unos banquillos blanco. Tyrone tomaba el agua y en cada sorbo sentía el impulso de escupir la verdad por la que él se había aparecido en el laboratorio.
—Necesito saber cuál es mi tipo de sangre.
Sonia arqueó las cejas.
—Bueno pero podrías buscar en los archivos, ahí tienen tu ficha con toda tu información. Espera ¿no sabes cuál es tu tipo de sangre?
—Buscar en los archivos mi ficha sería un esfuerzo en vano porque el encargado de ese departamento es el único que conoce bien ese lugar y además sabes que los martes él no está aquí. Y sí, no me sé mi tipo de sangre, desde pequeño siempre lo olvido.
—Ven —dijo Sonia poniéndose de pie —sígueme para extraerte un poco de tu sangre para hacer la prueba.
Tyrone la siguió y en un abrir y cerrar de ojos Sonia tenía en sus manos enguantadas una jeringa con la cantidad de sangre necesaria para poder realizar el análisis. Los resultados que dirían cual era su tipo de sangre saldrían en un par de horas por lo que Tyrone decidió irse a la habitación a ver si Carmen aún seguía durmiendo.
Salió del laboratorio y sentía un presentimiento negativo otra vez.
Entró en la habitación y Carmen ya estaba despierta. Ella leía la revista que le había pedido a Tyrone y éste cuando la vio dormida la puso al lado de su muslo derecho y ya cuando despertó no tuvo que hacer mucho esfuerzo para volver a tomarla. Tyrone se acercó a la camilla mientras se rascaba la cabeza y se inclinó hacia ella para preguntarle si había descansado bien.
—¿Cómo durmió la hermosa dama?
Carmen tenía su vista y toda su concentración puesta en los vestidos, encajes, diseños, bordados y telas finas que se encontraban en cada una de las páginas de dicha revista. Los matices de todos los colores y las combinaciones de los mismos la tenían hipnotizada. Los trabajos hechos y confeccionados por importantes diseñadores y los accesorios como las gafas de sol para ella eran algo muy elegante.
Saliendo del trance capitalista y materialista levantó la vista para ver a Tyrone y responderle.
—Dormí bien pero aún siento algo de cansancio.
Entonces, como una estocada en el corazón, Tyrone sintió un miedo de magnitudes incomparables. Los ojos de Carmen que siempre eran tan expresivos cuando sentía alegría o tristeza ahora estaban corrompidos por una tonalidad amarillezca y dicha señal era un signo claro y preciso de que la enfermedad en su hígado estaba llegando a su etapa final y que pronto ese órgano tendría daños irremediables que serían absolutos y definitivos.
A Tyrone las piernas le temblaron, un escalofrío proveniente de donde habitan los sustos y las angustias le recorrió su cuerpo, el temblor en sus piernas lo sintió cómo un terremoto al tal punto que casi se derrumbaba. Él quería llorar. El amor de su vida, la compañera que eligió con el corazón y su fiel consuelo a tiempo completo ahora se encontraba ausente con su físico aun presente y todo eso porque ya no veía en los ojos de ella esas llamas de vitalidad que él siempre admiró.
Ignorando lo que sucedía Carmen le sonrió y le dijo que probablemente dormiría muy bien, tan bien que su cuerpo lograría descansar plenamente. Esas palabras, la imagen de los ojos y el cuerpo de ella sobre una camilla con los movimientos más que limitados junto con el silencio en el entorno fueron una pesadilla para Tyrone. Era casi una realidad la posibilidad que menos deseaba; perderla.
—Estás casi pálido ¿qué sucede Tyrone?
Reaccionó como si lo hubieran pinchado con una aguja.
—No, nada. Tuve que salir del hospital para poder hacer la llamada y el calor no me ayudó mucho que digamos.
—Es que no haces ejercicios, tienes que ir al gimnasio.
—Haremos muchos ejercicios. El próximo mes iniciaremos el gimnasio. —Dijo él tratando de sacar una sonrisa falsa.
Carmen asentó con la cabeza y volvió a fijar su mirada en la revista. Tyrone, aturdido, tomó asiento y observó con detenimiento los ojos de su amada invadidos por aquel color amarillo y a medida que los veía se hacía daño.
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