Capítulo 8, Parte 3
Mientras volvía de regreso a la habitación donde Carmen estaba ingresada el pasillo le resultó más corto. El poco tiempo que pasó cuando volvía a la habitación no le sirvió para pensar y buscar las palabras correctas para darle la noticia a Carmen, estaba atrapado y la única escapatoria el algún tipo de sacrificio. Para su suerte al entrar en la habitación ella estaba dormida, el Dr. Gómez que había estado ahí todo el tiempo desde que Tyrone se había marchado le dijo que un fuerte dolor le había atacado y tuvo que suministrarle una dosis de analgésicos para poder atenuar la dolencia y que a causa de ello se durmió.
—Es evidente que no tiene muchas fuerzas por no poder consumir alimentos sólidos. Una sopa le caería bien pero lamentablemente posee cierto grado de grasa y por razones obvias no puede consumirla.
Gómez dijo esto y luego se marchó, tenía unos asuntos pendientes en la sala de Rayos X.
Tyrone ahora se encontraba sólo y las cuatros paredes de la habitación 114 le asfixiaban cada vez más. Los cuatro muros de concreto hacían rebotar una y otra vez la idea que le rondaba a él por su mente. Se quedaba mirándola fijamente, esperando impacientemente que ella despertara para poder hablar con ella, sentía la necesidad de hablar con ella porque quería disfrutar cada segundo a su lado. Y despertó, abrió los ojos y lo primero que ella vio fue a su esposo mirándola con dulzura.
—Ty. —Su voz era débil.
—Amor a cada momento te ves más hermosa.
Incluso cuando su rostro estaba totalmente pálido y sin vida aparente Tyrone veía en su esposa un rayo de luz cargado de esperanza, tan reluciente y vivaz que influía buenos sentimientos en él.
—¿Has comido? —Preguntó ella mirando un reloj colocado en una de las paredes de la habitación.
—Sí, el Dr. Herbert me regaló un emparedado y un jugo de uva. —Le mintió porque no quería preocuparla, no en el estado en que ella se encontraba.
Se levantó de la silla gris donde él estaba sentado, muy cerca de la camilla, se puso de pie delante de ella para inclinarse y comenzar a pasar su mano por el suave pelo de Carmen. Ella le brindó una sonrisa carente de felicidad.
—Vas salir de esta mi vida —dejó de tocarle el cabello y ahora pasaba su mano lentamente por el vientre de ella —vamos a salir de esta los tres juntos.
Tyrone se sentó en uno de los bordes de la camilla, comenzó a charlar con Carmen sobre miles de temas. Le habló de los planes que él tenía en mente junto a ella para así infundirle a Carmen y a él mismo un poco de la calidez que posee la esperanza en medio de aquel momento tan amargo y frío que los dos estaban viviendo. Para levantarle un poco más el ánimo Tyrone comenzó a hablar sobre la música de Fito Páez, ella lo escuchaba atentamente y en ciertos puntos asentía con la cabeza, pero mientras él hablaba la idea que rebotaba entre las paredes de la habitación aún seguía presente. Esa idea podría ser muy determinante en la situación de su esposa pero primero debía estar seguro de todo antes de poder accionar y una vez estuviera seguro no habría vuelto atrás.
Carmen le interrumpió si previo aviso.
—Tyrone tienes que llamar a Maruja y a Miguel para que ellos estén al tanto de la situación.
Ella nunca le reprochó que él no hubiera hecho eso antes puesto que desde que aconteció todo los dos no tenían cabeza para poder pensar en otra cosa que no fuera en lo que estaba ocurriendo. Carmen era un presa de su dolencia y Tyrone era un esclavo de la tristeza de verla sufrir.
—Lo haré, tú tranquila mi amor que yo me encargo de todo eso.
Se olvidó de lo que estaba hablando antes de que ella le interrumpiera y cambió de tema.
—Y dime amor ¿qué nombre le pondremos a nuestro hijo?
—Silencio —dijo ella haciendo unas muecas de enojo con el fin de hacerle gracia a Tyrone — será niña y se llamará...
Se quedó pensado y Tyrone le hacía gestos con los brazos.
—La llamaré Madrid. —Dijo mostrando su dentadura.
Tyrone se acercó.
—Mejor pongámosle de nombre Linda porque será igual de linda y hermosa como su perfecta madre. —Y le dio un beso en los labios.
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