Capítulo 8, Parte 2

Llegó al consultorio el cual tenía la puerta cerrada y antes de tocarla se secó unas lágrimas que se le escaparon de sus ojos en contra de su voluntad.

Tocó la puerta y desde el otro lado escuchó la voz del Dr. Herbert.

—¿Es usted López? Sí es usted pase, por favor.

Tyrone abrió la puerta del consultorio y cuando entró vio todas sus paredes pintadas de color blanco. El Dr. Herbert estaba apoyado en su escritorio, tenía los brazos cruzados y por la posición en la que estaba se podía notar que le estaba esperando.

—Toma asiento. —Le dijo el doctor.

Le dio la espalda a Tyrone y tomó una hoja de estaba en su escritorio perfectamente ordenado. El mobiliario estaba impecable, su fuerte color negro mostraba que en su superficie no se alojaba ni una pizca de polvo. Cuando tuvo la hoja en su poder fue a sentarse al lado de Tyrone en uno de los asientos colocados frente al escritorio.

—Lamento por todo lo que está pasando su esposa López.

Tyrone no le miraba a los ojos, estaba cabizbajo con la mirada perdida en algún punto en específico del suelo, sumergido en la rabia e impotencia de no poder hacer nada por su esposa Carmen.

—Llámeme Tyrone, doctor.

El Dr. Herbert sacó del bolsillo superior de su bata el estuche que contenía sus anteojos, abrió el estuche y se puso los anteojos.

—Tyrone, aquí tengo la lista de los pacientes que están a la espera de un trasplanten de hígado al igual que tu esposa y tengo la mala noticia de que son muchos los pacientes que están primero que ella.

Tyrone levantó la mirada, su rostro estaba siendo atacado por dos ríos de lágrimas y cuando buscó al Dr. Herbert ya éste le estaba mirando fijamente con una expresión de disgusto en su cara.

—¿Y qué podemos hacer? —Al abrir la boca para decir eso el pudo sentir la calidez de las nuevas lágrimas que se le deslizaban por la piel de su cara.

Él que también era doctor sabía cuáles eran las alternativas y una de esas opciones implicaba un gran sacrificio que ni él ni Carmen querían correr. A pesar de saber todo eso necesitaba la opinión un colega más experimentado.

—Bueno Tyrone la opción más eficaz o la opción que más tiempo nos dará para conseguirle un hígado a tu esposa —el Dr. Herbert hizo un breve silencio, lo que diría a continuación sería delicado —implica que ella perderá su embarazo.

Sabiendo la respuesta que él iba a recibir comenzó a llorar, rompió el llanto y el Dr. Herbert comenzó a pasarle mano por la espalda buscando de alguna forma consolarlo y darle apoyo en una situación tan difícil como la que él estaba enfrentando en esos momentos.

—Doctor no puedo permitir algo así, no puedo. —Decía Tyrone sollozando con los ojos rojos por causa del llanto incontrolable.

—Entiendo que es algo muy difícil, una situación muy dura y apretada pero es con la única que podrá sobrevivir. Incluso si no quiere y no permite el consentimiento de conectarse a las máquinas por cuidar a la criatura ella morirá antes del segundo trimestre del embarazo.

El Dr. Herbert tenía toda la razón en lo que decía y la única forma en la que ella y el bebé lograrían vivir era si lograban conseguir un hígado sano en menos de una semana. El deterioro en el órgano afectado de Carmen iba avanzando de manera progresiva y si no conseguían realizarle el trasplante dentro de un lapso de tiempo de siete días lo más preciado de Tyrone iba a desaparecer de la faz de la tierra por todo la eternidad.

Tyrone se puso de pie sin decir una palabra, se dirigió hasta la puerta y la abrió. Justamente iba a salir cuando se detuvo al escuchar la voz del Dr. Herbert.

—Tienen que tomar un decisión.

Él ni siquiera lo miró y no le contestó, salió del consultorio y cerró la puerta.


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