Capítulo 7, Parte 6

Algo sonó, era la licuadora del departamento. Tyrone despertó e investigó la hora, eran las cinco y cuarenta y dos de la tarde.

El cansancio debido a la ajetreada jornada de ese día en el hospital aún surtía efecto en el cuerpo de él a pesar de haber tenido unas horas de sueños en las que suponía que iba a restaurar una parte de su energía. Los ojos le ardían, sentía una carga encima de sus hombros y sus piernas respondían a los movimientos de manera esclava. Entró a la cocina y se encontró con Carmen que aún vestía la ropa con la que trabajaba, ella estaba de espaldas a él y en frente de la licuadora, en la mesa de la cocina habían muchas papeles. Se percató que Tyrone estaba ahí, apagó la licuadora y se giró. Se le veía cansada.

—Ya despertaste dormilón —le decía sonriente —toma asiento.

Tyrone se acercó a la mesa invadida de hojas, documentos y actas que de seguro eran copias de algún caso extraído del bufete donde ella era empleada.

—¿Cómo estuvo tu día? —le preguntó Tyrone cuando tomó asiento y hacía lo posible por organizar todos esos papeles que estaban a punto de caer al suelo por culpa de una suave brisa que entró por la ventana.

—Fue un fastidio. Papeles, papeles y más papeles. He leído tantos textos en el día de hoy que temó que olvidaré todas las letras de Sabina. —dijo a modo de broma.

Ambos rieron por la respuesta cómica.

—¿Cómo estuvo el tuyo amor? —preguntó ella mientras le pasaba un vaso lleno de una batida de fresa y se sentaba en una silla que hacía juego con la mesa.

Tyrone tomó el vaso que contenía el sabroso líquido y le dio un sorbo. Los diminutos fragmentos de los cubos de hielo destrozados por la cuchilla de la licuadora se derritieron de inmediato al hacer contacto con su tibia lengua.

—Fue un día muy agotador en el hospital. Sólo fue pisar el edificio y comencé a tratar pacientes. Hubo una fuga de gas muy cerca de allá y el hospital parecía un mercado de tanta gente que estaba siendo atendida por esa fuga

—Dios ¿murió gente?

—No, por suerte no pasó nada de eso.

Ella leía una hoja. Aún no había ni siquiera probado el batido.

—Es bueno saberlo —decía Carmen buscando entre las líneas de la hoja que estaba sujetando —al menos no fue nada grave ni nada que lamentar.

Tyrone afirmó con la cabeza mientras tomaba del vaso pero ella no se dio cuenta de este gesto porque tenía la mirada clavada en la hoja. Al terminar de tomar el batido de fresa Tyrone se puso de pie y camino hasta ponerse detrás de ella y la abrazó por la espalda mientras le daba besos en el cuello.

—Anda, deja de trabajar por un rato. —le dijo Tyrone con voz dulce y cerca del oído derecho de ella.

Carmen rió. El contacto de la cabeza de Tyrone con sus cabellos y los besos en la parte derecha de su cuello le estaban provocando cosquillas-

—Ty no puedo, tengo demasiadas cosas por hacer.

Tyrone siguió insistiéndole a Carmen, seguía invitándola a unos instantes de caricias, de palabras bonitas, de besos y dedos que se deslizarían para explorar terrenos conocidos, anatomías ya conocidas pero ella se oponía debido al trabajo que tenía por realizar. Rodeada por hojas que estaban contaminadas de letras, oraciones, párrafos ella iba subrayando con un resaltados verde. Leía y hacía apuntes continuamente, leía hasta dos o tres veces la misma hoja para poder llevar a cabo un análisis que pudiera abarcar cada punto importante.

Las horas pasaron hasta que llegó el momento en que Tyrone preparó la cena de la noche. Una vez estuvo lista la sirvió en dos platos y le dejó uno Carmen en la mesa, ella apenas le dio unos bocados. Mientras Tyrone comía su cena levantó la mirada para verla a ella y ahí seguía con las hojas, no se detenía, sus ojos iban de izquierda a derecha y solamente interrumpía esta acción cuando se detenía a realizar un apunte.

Eran ya las once de la noche de aquel jueves que había comenzado de manera tormentosa y ahora estaba en una tranquilidad total. Ese día Tyrone sólo había sostenido una conversación consistente con Carmen y eso fue en la mañana cuando hablaron sobre los hijos. El sueño hacía presencia en el cuerpo de Tyrone y éste quiso ir a dormir.

Tyrone se acercó a Carmen que tenía la pijama puesta pero seguía haciendo apuntes y subrayando líneas con su resaltador.

—Buenas noches. —le dijo antes de darle un beso en la mejilla y otro en la frente.

Ella le respondió lo mismo sin apartar su vista de los papeles. Tyrone se fue a dormir con la soledad y en su mente tenía presente que mañana era el cumpleaños de él.


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