Capítulo 7, Parte 5

El hospital esa mañana parecía un campo de batalla, la sala de emergencia y muchos pasillos estaban abarrotados de personas. Desde que Tyrone pisó el edificio fue destinado a una zona para emergencias que se hizo de manera improvisada. Una de las enfermeras de turno en esos momentos le dijo que cerca del hospital una fábrica que trabaja con químicos tuvo una fuga de gas y que la mayoría de las personas que iban en busca de los cuidados médicos presentaban siempre los mismos síntomas de náuseas, mareos y en los casos más delicados dificultades para poder respirar.

Había un enorme tráfico de enfermeras, médicos y pacientes desesperados que entraban y salían. En medio de todo ese caos el Dr. Herbert, un hombre alto, barba de tres días, buen sentido del humor y calmado, estaba trabajando como si fuese un estudiante de medicina en una pasantía. Cuando entraba un paciente el Dr. Herbert lo atendía rápidamente para luego pasar a otro y a otro hasta que en un momento determinado llegó a estar atendiendo hasta a cuatro pacientes al mismo tiempo sin confundir a ninguno. Luego de varias horas de trabajo en el que salía un paciente y entraban tres todo pareció estar en calma. Ya no llegaban más personas aquejadas de los mismos síntomas buscando los servicios de la sala de emergencias pero aún así el equipo seguía alerta ante cualquier novedad y aunque ya había pasado la hora en la que finalizaba el turno de Tyrone tuvo que quedarse por órdenes de sus superiores.

Eran las una y cinco de la tarde. Los pasillos del hospital horas antes eran zonas abarrotas de personas llenas de sudor con nebulizadores, tanques de oxigeno y de muchas otras que pedían ser atendidas. Era un desborde de pánico y paranoia. Pero ya ha esa hora todo estaba bajo control y los lugares que una vez estuvieron llenos de gritos y temores ya estaban desolados. Las caras de las enfermeras y de los doctores de turno parecían ya más relajadas.

A las una y veintisiete de la tarde el Dr. Herbert se le acercó a Tyrone.

—¿Cómo estás muchacho?

Tyrone estaba sentado en un banquillo y alzó la vista para ver al doctor.

—Agotado, no lo puedo negar.

—Yo también lo estoy.

—Con todo respeto Dr. Herbert pero no lo parece.

El Dr. Herbert rió.

—Es la costumbre hijo, los doctores no podemos darnos el lujo de reflejar alguna emoción o muestra de agobio de lo contrario todo se nos vendrán encima.

Le tocó el hombro.

—Ya puedes irte a casa, están despachando al equipo.

Tyrone acató la orden, se despidió de todos los presentes, del Dr. Herbert y se marchó. Al salir del hospital sintió como su estómago le decía todo el hambre que tenía y fue hasta un puesto de comida rápida. Ordenó una tostada con queso y un vaso de jugo de manzana. Comió lo que ordenó y luego de unos minutos leyendo un viejo periódico del día anterior se marchó a su domicilio.

Llegó al departamento a las dos y tres de la tarde, se lanzó a la cama con la ropa de trabajo puesta y logró dormir en pocos minutos.


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