Capítulo 4, Parte 2
Los rayos de sol que entraron a través de las ventanas de cristal le daban justamente en su cara y lo despertaron, al lado tenía a Marcus que dormía mientras abrazaba una botella de cerveza vacía. Realizó unas maniobras muy cuidadosas para no despertarlo y lo acomodó en una mejor posición en el sofá, al levantarse y no ponerse de pie un fuerte dolor de cabeza se hizo sentir. Fue al baño a buscar un botiquín que allí tenían y al encontrarlo empezó a rebuscar en su interior hasta que dio con un frasco de calmantes de quinientos miligramos, era extraño que tuviera el sello de seguridad abierto puesto que lo habían comprado no hace mucho y ninguno de ellos se había quejado por un dolor de cabeza anteriormente, también le faltan un par de píldoras pero no le prestó mucha atención y tomó dos. Las dos pastillas se las tragó sin agua y el sabor amargo del medicamento le provocó un gesto de desagrado en su rostro, para quitarse el sabor de las tabletas fue a la cocina y en la nevera tomó algo de leche.
Volvió a la sala-comedor y Marcus seguía abatido por el sueño, se acercó a él y trataba de despertarlo con los mejores medios moralmente vistos.
—Marcus, Marcus. —decía mientras lo tocaba con su mano el hombro derecho.
Pero Marcus no respondía al llamado de su amigo.
Tyrone fue hasta la nevera por unos cubos de hielo, regresó a la sala y le introdujo uno de los cubos por debajo del t-shirt pero al no obtener resultados les introdujo los otros dos restantes y fue ahí donde obtuvo respuesta.
—¡Maldición! ¡Te mataré Tyrone!
Con una leve risa Tyrone lo empujó de nuevo al sofá y cayó tan fácil como una pluma.
—No despertabas, algo tenía que hacer.
Tratando de sentarse en el sofá Marcus le miraba fijamente.
—Pero esa manera no maldita sea.
—Bueno, sólo fue una broma ¿estás bien?
—Sí, estoy mejor.
—¿Estás mejor?¿qué tenías?
—Me dolía la cabeza y tomé unos calmantes.
Lo liviano que estaba el frasco de los calmantes era por esa razón pero estaba como muy liviano para ser sólo un par de píldoras.
—¿Cuántos tomaste?
—No sé, algunas seis.
—¿¡Seis!? ¿¡has perdido la cabeza Marcus!? Te podría haber muerto por mezclar medicamentos con el alcohol que tiene en tu sangre.
—Como digas doctor.
Marcus solía ser muy irresponsable y muchas veces Tyrone lo catalogó como un niño rebelde, tenía muchos datos sobre historia y conocía mucho de sobre cultura general pero no era un estudiante aplicado. Al momento de Tyrone conocerle ya había reprobado un examen y no había entregado ni un sólo trabajo. La primera vez que habló con él lo tachó de fanfarrón y presumido por como hablaba, los gestos que así, los ademanes y los conceptos que utilizaba lo daban el aire de quién quiere ser superior a sus semejantes. Un día, luego de las charlas que ya eran más frecuentes entre los dos, Marcus le confesó que Tyrone era un agraciado al hablar con él tan a menudo.
—No es por ser presumido o algo así amigo mío pero el caso es que usted es un agraciado, lo digo porque no me gusta tener alguna amistad con alguien o al menos compartir mucho con otra persona porque con la más mínima opinión o detalle que salga de mi persona ya me están juzgando y ni siquiera me conocen.
Y Tyrone lo entendía, lo entendía porque él había hecho eso pero ya cualquier observación que podía tener se la reservaba. Juzgar a las personas sin ni siquiera conocerlas es la tarea que todos los días se hace en este mundo, el ser humano ha optado una capacidad, un sexto sentido que les otorgaba una virtud malévola de ponerle etiquetas a las personas sin tener la más mínima razón de lo que dice. Es tanto el cúmulo de personas que han sido juzgadas de manera injusta, tantas las personas que han sido difamadas de una manera tan atroz que al final ese perfil creado de la imaginación de sus detractores se apodera de ellos liberando una bestia antisocial y amargada que ha emergido por culpa de un grupo de viles humanos que han creado calumnias.
Conociendo más a Marcus durante el tiempo que pasaban juntos en el aula y durante las charlas en los pasillos de la universidad, surgió la idea de Marcus o más bien casi un grito de auxilio porque no podría durar mucho pagándolo él sólo, para que se asociaran y pagaran juntos un departamento. Con temores ya que no conocía del todo a este muchacho, Tyrone accedió y a los pocos días ya compartían el piso. Los primeros días ya comenzaba a dudar si compartir departamento con Marcus había sido una buena idea ya que las dos personalidades eran distintas y lo que para Tyrone era algo completamente insignificante para Marcus tenía un valor mucho más alto que el Santo Grial, así lo estuvieron pasando por un tiempo hasta que la condescendencia fue habitando allí y la armonía fue floreciendo hasta que aprendieron a poder convivir los dos juntos.
—¿A qué hora llegaste?
—Hace como una hora.
Podría ser muy cierto, la luz del sol no le había despertado como lo había hecho con él. Estuvieron varios minutos sentados tratando de recuperarse los dos de su dolor de cabeza hasta que Marcus pidió una pizza de seis pedazos a domicilio, el hambre les destrozaba su estómago. La pizza llegó y Tyrone pagó más de la mitad.
—Me debes lo que otro que puse, ya sabes.
—Te lo pagaré cuando tú elijas una película que valga la pena.
Era la mañana del domingo y al otro día debía asistir a tomar clases en la universidad, para su suerte no le habían dejado alguna tarea para entregar pero aseguraba que eso sería por motivo de la primera semana luego tendría que contar el tiempo hasta para comer. Con Marcus aún achacado por la fiesta del sábado la casa se volvía muy aburrida en comparación con otro fin de semana común y corriente, esos días en los que no tenía nada que hacer los dos duraban horas charlando de temas interesantes sin ni siquiera rozar el aburrimiento. Para matar el tiempo con algo que aportara tomó un pequeño libro que había comprado en una venta de garaje llamado "El éxito y su maldición".
La historia que se relataba en este corto libro era sobre la vida de un joven empresario, de unos treinta y seis años, el cual en el poco tiempo siendo presidente de la empresa de bienes raíces de la familia, consigue un voluminoso éxito que se ve reflejado en los ingresos de la compañía. Dinero, respeto, una familia más que ejemplar, una reputación intachable y una educación envidiable eran algunas de las cualidades de este magnífico empresario quien tenía una vida muy parecida a de un rey de alguna monarquía europea. De pronto, este hombre que apareció varias veces en las portadas de revistas muy influyentes en la sociedad y ejemplo a seguir, muerto en un lujoso hotel en Beverly Hills es hallado junto con un prostituta quien es a única sospechosa. En el interrogatorio la mujer testificó que no tuvo sexo con aquel hombre pero que éste le pagó la tarifa regular como si los hubiese requerido, agregó también que de seguro el hombre habría muerto por causa de una sobredosis pero que ella no tenía nada que ver con aquello, nerviosa dijo que no tenía conocimiento de donde él sacó ese narcótico. En los resultados que arrojó la autopsia del cuerpo se afirmó lo que la mujer habló, en el cadáver se encontraron altos niveles de heroína mezclada con lo que se seguramente era cocaína.
La muerte del magnate creó una polémica de enorme peso. Las revistas y periódicos locales e internacionales comenzaron los rumores de que se habría suicidado pero esto no era un hecho porque la familia nunca reveló los resultados de la autopsia.
Para la familia fue un duro golpe puesto que él era la figura representativa de todos ellos. Su muerte y las circunstancias en lo que ocurrió les alteró su estado de ánimo pero no podían quedarse atrapados en la tragedia, manteniendo su honor y moral en lo alto seguían con sus actividades laborales y sociales de manera normal.
Dos meses después de los sucedido uno de sus hermanos fue elegido para el que ocupara el puesto de presidente, no habían elegido a alguien porque no tenían candidatos que pudieran llenar los requisitos que se necesitaban para tener ese título en la empresa. Como el nombramiento se ejecutó, todos los papeles que pertenecieron al antiguo presidente fueron sacados de la oficina por su mismo hermano y en esta reorganización halló una carta escrita en puño y letra por su fallecido hermano, no la abrió, esperó terminar de organizar todo y se fue hasta la casa de la familia para que sea leída ahí delante de todos.
En la sala, con una atmosfera notablemente tensa, la carta se abrió y fue leída. Sólo tenía una pregunta.
"¿Dónde está mi felicidad?"
Con aquella pregunta las dudas acabaron, se había suicidado.
Del caso no se supo más, la prensa ya había sepultado todo lo relacionado con eso y no se tocó nunca. Una de las hijas del hermano de aquel hombre que se había suicidado publicó un libro y en su prólogo, en un fragmento de esa parte, se recitaba lo siguiente:
"...esta vida nos enseña muchas lecciones y unas de las más importante es que la abundancia no siempre trae consigo la felicidad y quien carga con este mal tiene una bomba de tiempo encima que le hará perder la vida en cualquier minuto."
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