Capítulo 3, Parte 3
Ahora ella estaba sola otra vez pero no era algo triste, siempre lo había estado. El tener amistades y relaciones efímeras pero sobre todo lo segundo, era algo con lo que siempre había vivido, se acostumbró a la soledad como se acostumbran las figuras públicas a las cámaras, los focos, a las luces. Se decía a ella misma que debía ser positiva frente a las adversidades, a los dolores y al sufrimiento pero el positivismo frente a todo eso, sin obra o mejoría, no es más que una sonrisa sin valor o causa mientras todo a su alrededor ardía bajo llamas.
Echarle la culpa a los hombres nunca fue una de sus alternativas u opciones, a pesar que nunca tuvo una figura paterna.
Ver a su madre llorar lo hizo menos de tres veces y una de esas pocas veces fue por contarle sobre quien fue su amor de siempre, el padre de Carmen. Le dijo que había sido un hombre muy encantador, elegante, de buenos modales y con un sentido humor excepcional y que además de eso era escritor, y ahora todo cobraba sentido porque la madre de Carmen nunca le mostraba interés a sus escritos y era una posibilidad de que esa virtud le podía recordar a su padre.
Lo conoció en un lugar muy inadecuado y quizás por eso ese amor no se consumió como estaba supuesto a hacerlo, el cementerio, aquel lugar donde acaban los sueños y comienza el dolor, el infierno de los vivos. Era el funeral de uno de los tíos de la madre de Carmen cuando entre un grupo de hombre con esmoquin negro, uno cuya sombrilla resaltaba gracias a su altura que era mayor de lo común, le llamó la atención.
Desde ese día un amor de invierno fue más ardiente que el verano, le dijo su madre cuando la primera lágrima recorrió una de sus mejillas.
Ese hombre fue quién le enseñó a vivir la vida en muy pocos meses, le llenó de caricias en muchas noches que antes eran frías y luego se convirtieron en cálidas de compañías de un hombre tan dulce como lo fue él, aprendió unas lecciones con ese hombre que no aprendería nunca al lado de un catedrático en mil años.
El mar de lágrimas se desbordó cuando comenzó a recitar las palabras de la carta que encontró una mañana de un catorce de febrero, que dolorosa se había convertido esa fecha para ella, nunca olvidó las palabras escritas por su amado.
Y empezó a recitarlas.
"Te amo tanto que al saber que me iré cuando terminé de escribir esto, me desintegro. Te amo tanto, a ti y a tu belleza, a ti y a tus labios, a ti y a tu amor. Cada gota de tinta que gasto escribiendo esta carta es mi propia sangre que se consume con el fuego del conocimiento de que no te veré nunca más mi amor, mi vida y mi todo.
Amor de siempre, te amo tanto.
Te diría que daría mi vida por ti pero tú eres mi vida y marchándome moriré. Es muy penoso para mi hacer esto, pero sé que será mucho más penoso para ti, tú que siempre me amaste y seguirás amándome, sé que cuando el sol anuncie mi partida y veas la luna en la noche te dolerá saber que lo último que viste cuando estuve aquí fue a ella.
Me voy porque es lo mejor que hago, te haré daño con el tiempo, cuando conozcas mis temores. Mi pasado ya lo he matado pero prefiero matarme primero que convertirte a ti en un pasado porque aunque no estés conmigo otra vez serás mi motivación todos los días, seguiré viviendo por ti, buscándote en otra persona pero sabiendo que no te encontraré nunca más.
La vida sigue y tendrá que hacerlo porque la vida eres tú, no amor no muere porque gracias a ti él sonríe.
De corazón, tu amante eterno."
Una madre soltera se convirtió ella luego de esa carta y le afirmó luego de un tiempo que si el padre de Carmen hubiese sabido que ella estaría creciendo en su vientre nunca la habría abandonado, de eso estaba segura. El nombre de su padre, Carmen nunca lo supo e incluso llevaba el apellido de su madre.
Ya tenía que marcharse al trabajo, no podría esperar más o de lo contrario sería imposible tomar un baño e irse directo al trabajo.
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