Capítulo 2, Parte 8

Avergonzado, inseguro, torpe, así se sentía Tyrone luego de lo que acababa de suceder. ¿Cómo reaccionaría Carmen?¿Cómo tendría que reaccionar él?¿Qué le iba a decir cuando ella saliera por esa puerta y lo mirara a la cara, si él tuviera el valor de mirarla también?. Fue muy estúpido, se decía así mismo, por no haber tocado la puerta avisando que él la abriría, pero también podía abrir un poco la puerta y a través que esa pequeña abertura que se formaría, pasarle la toalla y punto, pero no él tenía que sobrepasarse y violar una privacidad tan íntima como esa, la desnudez. Todo estaba en la cabeza de Carmen, según su forma de pensar juzgaría el actuar de Tyrone, pero pensar mal de él no estaba descartado en el panorama de la situación.

Oyó el manubrio de la puerta, lo vio y giraba lentamente pero el corazón de Tyrone era todo lo contrario, palpitaba a mil vergüenzas por minuto. No podía quedarse sin hacer nada, tenía que hacerse cargo y enfrentar la situación.

La puerta se abrió y la silueta de Carmen apareció.

—Carmen me da muchísima vergüenza, en verdad lo siento mucho, no era mi intención.

Ella lo miró a los ojos.

—No es nada Tyrone, sé que no eres un pervertido ni mucho menos.

—Si pero tengo la culpa de quedarme allí parado.

—Tranquilo, no te culpo, cuando uno ve algo que no ha visto antes se queda paralizado o huye.

Tenía razón porque Tyrone nunca había visto en persona a una mujer desnuda y más razón tenía en no culparlo, no podía, el cuerpo de Carmen era una obra llevada a cabo por Venus o Afrodita pero cualquiera de las dos que fue la responsable y autora de mencionada creación merecía todos los méritos y demostró su talento sobre todo al momento de trabajar con las curvas donde hizo más énfasis y logro resaltarlas en su mayor esplendor.

—Lo siento.

—Está bien, ¿desayunaste?

—Sí, comí algo y la señora de la recepción me brindó una limonada.

—¿Limonada? Yo la hubiera rechazado y pediría una buena taza de café pero tomaremos una luego, vamos a comprar lo que necesito.

Carmen se alisó el pelo y ambos salieron de allí.

El mini-market no estaba a una distancia lejana pero de todas formas hablaron.

—No te sientas culpable, de todas maneras no viste casi nada.

—Si, no pude ver nada por suerte.

—Oh vamos —Carmen le dio un golpe en el hombro riéndose —unos cincos minutos ahí parado y se levanta con la cual te masturbarías.

Los colores le vinieron al rostro a Tyrone sobre todo el color de la vergüenza, el blanco, aquella palidez que es caracteriza cuando alguien es reprendido.

—Ge..ge..genial, genial y ahora te vas a burlar con todo eso.

—Tengo que hacerlo o de lo contrario vas a morirte con esa vergüenza que llevas por dentro, te dije que no fue nada, ya pasó.

—Vale, está bien.

—¿Es aquí?

—Sí —y abriendo la puerta —los bromistas primero.

—Gracias, al parecer funcionó mi táctica.

Entraron y lo que primero que Carmen hizo fue consultar si tenían de los cigarros que ella acostumbraba a fumar, para su suerte los había y compro cuatro cajetillas. Café por muchas cantidades, dos botellas de alcohol, una de whisky y otra de vino, refrescos, fundas de pan, galletas, kétchup y mayonesa, leche, yogurt y más artículos. Salieron de allí repletos de bolas, Tyrone cargando las más pesadas.

—No vas a durar dos semanas aquí.

—Claro que sí.

—Lo dudo.

—¿Por qué lo dudas mirón?

—Pues porque compraste comida una vida en el rancho.

—No está mala la idea, es un lugar muy relajante.

—Sí, sería mejor si la gente acostumbrara a llevar la toalla al baño.

Ambos se brindaron una sonrisa y una pequeña carcajada. Cinco minutos después estaban acomodando lo comprado.

—Listo.

—¿Listo?

—Como lo escuchó dama, listo.

—Pues hemos terminado, preparé café ¿quieres un taza?

—Si no es mucho pedir.

Al cabo unos minutos estaban sentado en las afueras de la habitación, cada uno con su taza de café y recostados de la pared, el pasillo aunque no era muy vasto a causa de la desolación de la que era presa se veía bastante amplio.

—Está muy bueno el café.

—Creo que así debe de ser el infierno.

—No, no creo que sea tan bueno, sí más caliente pero no tan sabroso.

Carmen lo mira.

—No hablo del café, hablo del pasillo.

—¿En qué puede parecerse el infierno y este pasillo?

—Lo que trato de decir es que solo imagina que estés aquí, sólo, durante toda la eternidad y no tienes compañero o compañera la única compañía que tienes es el pecado más grave que cometiste, te acompaña, te sigue en este limitado territorio. Eso te volvería loco, sería como que te estuviera lanzando baldes de agua por siempre.

—Entiendo tu punto pero lo que no comprendo es como llegaste ahí.

—En verdad no sé, combinar café más cigarros y una buena persona a tu lado puede sacar lo mejor de ti.

—Espera, ¿crees que soy buena persona?

—Sí, lo eres, no vayas a involucrar de nuevo el incidente de hace unas horas.

—Es que pocas veces me lo han dicho.

—Es que así es la vida, a menos que seas famoso siempre las virtudes estarán en un segundo plano, nadie las notará.

—¿En serio estudias leyes?

—Sí, cabeza hueca.

—Pareces más de filosofía que de leyes.

—¿Y sí estudio las dos?

—No, por favor.

Tyrone la miró pero ahí estaba ella tan bien, atenta a él y a cada uno de sus gestos.

—¿Quieres venir a cenar algo?

—Mejor no, salgamos a una pizzería que hay cerca de aquí.

—Bien, pero la próxima será aquí.

Miraron a otro lado y sonrieron.

Se levantaron del suelo, hablaron por un rato más y se despidieron, recordando el compromiso de la cena. Carmen entró a su habitación y empezó a hablar consigo misma.

—Por Dios, me acaba de ver desnuda y ahora voy a salir con él, que bonita historia, no, esperen, la perfecta historia de amor moderna.

Tyrone en su habitación.

—¿Por qué la invité a salir?¿De qué voy a hablar con ella? Maldición.

Había caído la noche, Tyrone estaba preparado para ir a buscar a Carmen pero ella se adelantó y ya estaba tocando la puerta de él.

—Un momento ¿Cuál de los dos en la dama aquí?

—No te hagas el gracioso, las mujeres podemos pasar a buscar a los hombres, somos caballerosas pero en sentido femenino.

—Disculpe mon beau compagnon.

—Más palabras en francés y te romperé la cabeza.

—Oui.

—Te lo advertí.

En la pizzería había una atmósfera familiar, habían padres y madres con sus hijos, madres con sus hijas, padres con sus hijos y todos ellos de distintas edades. La mesera se acercó, era una rubia de algunos treinta años con el pelo totalmente dorado, de baja estatura, voz chillona y con un maquillaje excesivo, aspecto que Tyrone había aprendido con Sofía, Laura y las demás, esta mujer les pasó el menú.

—¿Qué crees si una pizza de cuatro pedazos de queso?

—¿Cuatro pedazos? No, una de seis, con doble queso.

—¿Te vas a comer cuatro pedazos tú solo?

—Hasta más pero es mejor mantener las apariencias.

—Bueno, ya escuchó señorita, una de seis pedazos con doble queso.

La rubia recogió los menús.

—¿No desean más nada?

—¿Puedo pedir una soda Tyrone?

—Sí, claro, no te preocupes, a mí me traes un jugo por favor.

—Bien, entonces una soda y un jugo por favor.

—Listo, tengo la orden tomada, ¿de qué quiere el jugo el galán?

—De manzana por favor.

Anotó el sabor del jugo y se marchó.

—Te coqueteó ¿no es cierto?

—No, no lo hizo, es un truco para que sigas pidiendo, gastando.

—Entonces si eres un galán ¿cómo te sabías ese truco?

—Sí soy un galán sólo que mi belleza es perfecta para el arte moderno.

Carmen negó con la cabeza y dejó ver una sonrisa.

—A un amigo mío le encantaría ese chiste, está en la facultad de arte, estudia pintura.

La mesera llegó con el jugo y la soda en una bandeja plateada, se las entregó a cada quien, dijo que su orden estaría en muy pocos minutos y se fue.

—Es cierto, no te coquetea.

—Tienes que creerme.

La pizza fue entregada por otra mesera, Tyrone se extrañó y divisó que la rubia que les había atendido ya se había quitado el uniforme.

—Su turno ya acabó. —repuso la mesera nueva en un tono un poco molesto.

Se fue a atender otra mesa y les dejó la pizza cortada en los seis pedazos.

—Lamento matarte ilusiones pero la rubia es una zorra.

—¿Por qué estás hablando de esa manera?

—Sólo mira como contestó la muchacha que nos acaba de entregar la pizza, seguro la rubia salió antes de acabar su turno pero como le hizo un oral al jefe hace unos días la dejó ir y ahora la pobre de la muchacha tendrá que trabajar el doble.

—¿Qué? No puedes hablar así si no tienes pruebas Carmen.

-Sí —tomando un pedazo de la pizza prosiguió —pero mira como se despide del jefe.

Tyrone se giró disimuladamente y vio como la rubia le daba una mirada pícara a quien parecía el gerente o jefe de aquella pizzería.

—Bueno, quizás -mordió el pedazo —se verán más tarde en algún motel.

—Bueno, es cierto, podrás tener razón.

Tyrone tomó un pedazo de la pizza. Transcurrieron unos minutos y restaba un pedazo, Tyrone no podía comer más.

—No debí tomar el jugo.

—No, no debiste pedir cuatro pedazos para ti.

—Como digas.

Pagaron la cuenta y salieron de allí. Era una noche despejada, aquel día había sido despejado desde la mañana hasta la noche. Hacia una noche algo frío, Carmen sacó un cigarro.

—¿Cuántos fumas al día?

—Depende.

—¿De?

—De cuanto estrés tenga.

—Es decir que has tenido mucho estrés hoy.

—No, nada de estrés.

—Vaya, entonces fumas mucho.

—Demasiado diría yo.

Se fueron al rancho en completo silencio con alguna que otra observación sobre la noche. Con el cielo despejado las estrellas se veían con claridad, no había luna pero alguna luminosidad mantenía el camino claro, cada vez que Tyrone fijaba su vista en Carmen de reojo sin que ella lo notara, el cigarro que ella fumaba tenía similitud a una diminuta linterna con cada vez que le daba una calada. Mirándola, Carmen era bella hasta en la oscuridad de la noche, su cabellera de color negra hacía el papel de una capucha y le daba a ella un aspecto misterioso.

Llegaron al rancho y como de costumbre la señora Gertrudis estaba en la recepción.

—Moreno desde que llegó ayer no la había visto, ¿cómo se siente en el rancho?

—Muy bien gracias, es un lugar bastante acogedor.

—Me alegro de que sea así, doctor López buenas noches.

—Buenas noches señora Gertrudis. —dijo Tyrone alejándose de la recepción con Carmen al lado.

—Con que doctor López. —le dijo Carmen mientras recorrían el pasillo.

—Así como lo oyes, aunque no la he corregido nunca, me gusta como suena. —respondió él subiendo la escalera.

—¿A dónde vas?

—Pues a acompañarte a tu habitación.

—Sí, iremos pero a buscar la botella de whiskey.

Subieron la escalera, Carmen entró a su habitación y en cuestión de poco minutos estaban en la habitación de sábanas y cortinas azules de Tyrone.

—Es un buen whiskey.

—No puedo corroborar con eso, no tomo mucho.

—Vamos, motívate a hacerlo, aunque sea por mi regreso.

Tyrone se quedó en silencio, le afectó un poco.

—Lo siento, pero vamos, por las vacaciones.

Él le arrebató la botella de la mano.

—¡Por las vacaciones y la medicina!

—¡Sí, y no olvides las leyes!

—¡Y las malditas leyes! —y se llevó la botella a los labios la cual retiró con rapidez y una cara de asqueado.

—Es buen whiskey te lo dije.

—Sí eso es bueno no me imagino uno malo.

Y estuvieron pasándose la botella, trago, tratas trago. Hablaron mucho y Carmen ya de seguro había acabado con una caja de cigarros.

—Iré a buscar la de vino.

—Pero si aún queda de whiskey.

—Nunca dije que la fiesta acababa aquí.

Tyrone se dio un trago y cerró los ojos.

Unos golpes en el rostro lo despertaron, era Carmen con una risa burlona.

—¿Cómo piensas ir a fiestas así?

—No voy a fiestas. —contestó Tyrone mirando a todos los lados.

—Traje la botella de vino.

—Bingo.

—Bingo.

La botella de whiskey se acabó y comenzaron a tomar la de vino sin temer a las consecuencia de mezclar esos alcoholes tan opuestos.

—Tyrone.

—¿Sí?

—Estamos ebrios ¿cierto?

—Un poco.

—Eureka.

Carmen pasó del suelo y se dejó caer en el borde de la cama en envase de vidrio que contenía el vino.

—Te propongo algo.

—Escucho lo que propones.

—Un reto, un trago, te pongo un reto y sí no lo cumples me bebo tu trago.

—¿Y si lo cumplo?

—Pues bebes y me pones un reto a mí.

—Bien, las ebrias primero.

—Te reto a salir y decir como DiCaprio en Titanic.

—¿Cómo?¿Rose?

—No torpe, ¡SOY EL REY DEL MUNDO!.

—¡SOY EL REY DEL MUNDO!.

—¡No puedo creer que lo hayas hecho! —Carmen hizo su mayor esfuerzo por contener la risa pero fue un esfuerzo en vano.

Varias rondas de retos hasta que Carmen puso un reto complicado.

—Tienes agallas según tú.

—Lo he demostrado, he realizado todos los retos y tú has fallado en dos.

—Bueno te voy a poner uno que no cumplirás, te conozco lo bastante, no mucho, pero lo necesario.

—Adelante.

—Bésame.

—¿¡Qué!?

—Ya oíste.

—No, no lo haré.

—Sabía que era un trago de vino asegurado.

—No tan rápido.

Y la besó, él no sabía con que valor lo hizo. El vino, el whiskey, algo intervino, algo se apoderó de su ser y lo llevó a realizar semejante hazaña. Sus labios eran suave como cualquier nube, le hacía tener palpitaciones en su corazón como si estuviera en frente la muerte, olvidó el reto, la besaba por deseo, porque tenía la convicción de hacerlo, la convicción de que esos labios le rozaba cada fibra de su alma.

Dejó de besarla, Carmen lo miraba sorprendida.

—Te...te...

—Gané el trago.

Se dio un trago, le dio de la espalda y se fue su habitación. Ya había pasado la media noche hacía horas.

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