Capítulo 2, Parte 4
—Si, lo recuerdo.
—¿En serio te acuerdas de ese día? —dijo precariamente Tyrone por culpa de una risa que apenas podía controlar.
—Claro que recuerdo, fue luego del que el maestro recogió los exámenes ¿no?
—¡Sí! Y él dijo: la próxima vez no correrán con la misma suerte si los llegó a pillar con las manos en el cadáver.
Y siguieron riendo, esta vez con la puerta cerrada. Carmen ya se había fumado dos o tres cigarros más, desde el primer cigarrillo Tyrone había perdido la cuenta.
—¿Cómo siguen las cosas por allá con ese viejo verde?
—Pues han mejorado, al principio no lo soportaba y sé que pudiste darte cuenta, pero logré aguantarlo, aprendí a hacerlo. Según él somos la mejor sección.
—Bueno, ya has matado el primer cuatrimestre, ¿y las calificaciones?
—No fueron tan malas, fui la quinta mejor calificación.
—Si me hubiera quedado sería hubieran sido mejores. —lo miró y le sonrió.
—Carmen.
—¿Sí?
—¿Por qué comenzaste el cuatrimestre y ni llegaste a la tercera semana?
—Fue por mi madre.
Tyrone había acertado.
—Mi madre siempre me veía en un futuro como una gran doctora. La medicina nunca me gustó pero llegamos a un acuerdo de que si las dos primeras semanas de la carrera no me enamoraba de ella tenía la opción de cambiarla y elegir a la de preferencia. Pasaron las dos semanas y de inmediato me fui por la profesión de abogada.
Lo de estudiar leyes no le sorprendió a Tyrone, en Carmen podía ver una persona amante de la justicia y que le gustaba solucionar las cosas de una manera civilizada y justa, en pocas palabras de la mejor manera posible.
—¿Y tú, chico?¿No estudiarás una especialidad de medicina?
—Aún no me decido.
—Deberías estudiar cardiología.
—¿Por qué razón?
—Eres muy sensible, te alteras con facilidad, como si superas mucho de corazón.
—Ni idea, sabes que la hipótesis que acabas de decir es más sentimentalista y emocional y menos lógico.
—Pues sí.
Y mirando para todos los lados, como quién buscaba algo y lo buscaba, miró la hora en un reloj de pared de formas circular y color negro con los número en color blanco, dijo:
—Ya me tengo que ir, sólo mira la hora que es y aún no organizo el equipaje que traje ni he comido nada.
—¿Quieres comer galletas con jugo de manzana?
—No te preocupes, tengo algo de comer en mi habitación.
—Espero que no sean más cigarrillos.
—No —soltó una carcajada —los cigarrillos son un placer venenoso y sin sentido.
—Bueno.
Ya en la puerta, Tyrone le dice:
—Lamento haberte empujado hace unos minutos, con frecuencia no puedo contener mi ira.
—No lo sientas, yo soy quien debe pedir perdón por no haberte decido que pasaba por una clase de prueba en aquella aula. Te extrañé mucho muchacho, me trataste muy bien en muy poco tiempo y como nadie lo había hecho.
—Tú también me tratas como nadie lo había hecho.
—Lamento todo.
—No te preocupes, ya estás aquí ¿Cuando te volveré a ver?
—Por Dios —Carmen no pudo resistir volver a reír —estamos en el mismo rancho, en cualquier momento.
—Cierto, son los nervios.
Se dieron un fuerte abrazo, se despidieron y Tyrone cerró la puerta.
Dejando a un lado el hábito de fumar y su carrera, Carmen no había cambiado, quizás la notó un poco más tímida pero quien no con tanto tiempo sin verse ni hablarse. Era la misma Carmen pero con más nicotina de la que nunca tuvo y en lugar de términos de medicina, términos jurídicos.
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