Capítulo 2, Parte 12

Era un mar de lágrimas, el maquillaje se le corrió a Carmen de su rostro, tenía mucho tiempo esperando ese momento para poder sacar todo esa pena que acumuló.

—Desde que abandoné la carrera de medicina no vivo en casa, mi madre me odia, debo morir Tyrone, debo morirme. —decía sin verle a los ojos.

—No digas algo así Carmen, eres muy joven por Dios.

—No vas a entenderme, todos los días es lo mismo, no le importo a nadie, nadie se preocupa por mí. —dijo esto mientras se desplomaba a los pies de Tyrone.

—Carmen has vuelto, si no te vuelves a marchar y seguimos en contacto yo estaré aquí para ayudarte en lo que necesites.

—¿O sí? Pues ayúdame.

—Cuéntame.

—Claro que te contaré. —decía en un tono desafiante.

Se puso de pie y continuó.

—Repara mi familia que es un desastre, ven a borrar el rastro que han dejado las tantas lágrimas que caído de mis ojos, vivo...

Tyrone se acercó para acariciarle el hombro.

—Tranquila ya verás...

- ¡Cállate!¡Necesito que alguien me escuche maldita sea!

—Lo siento, prosigue. —dijo avergonzado y retrocediendo el paso.

—Vivo en una pena constante, veo que al fin y al cabo aunque una cosa juegue a mi favor vendrán cinco batallones de sesenta contrariedades para arruinar mi paz.

No mentía, con cada palabra que salía una lágrima humedecía su mejilla, era una imagen muy triste. Aquella muchacha de una sonrisa viva y alegre tenía ahora su boca desfiguraba por una tristeza visible en todo su ser, pero sobre todo en los ojos, por donde los humanos la expresamos más. Porque no importa lo tanto que digas que sufres, porque no importa que te vuelvas un poeta para expresar dolor y la angustia, si no das muestra de la aflicción que vives nadie te creerá ni muchos menos te estrechará una mano ayuda y en muchos casos aunque ven el calvario del individuo lo ignoran de manera atroz, cómo si el prójimo no son ellos mismos o como si el karma fuese algo tan irreal como la suerte y el destino.

—Comprendo lo que sucede.

—No comprendes nada Tyrone, no has vivido, a ti te falta vivir.

—Me falta vivir, lo admito, soy muy joven al igual que tú y por eso te digo que debes levantarte.

—Es difícil levantarte si cada vez que lo haces te empujan y caes más profundo de donde te encontrabas antes.

—Carmen te diré algo, en esta vida nunca estaremos satisfechos, algo nos va a faltar.

—¿Entonces para que vivimos? Es una agonía querer ser feliz si la tristeza te da los buenos días. He tratado de suicidarme y de seguro que si lo hiciera las moscas, hormigas, gusanos y demás insectos se comerían mis restos y nadie se enteraría que morí.

Fue el colmo, Tyrone quedó impacto con eso, aprendió demasiados con esas palabras de Carmen.

—Escúchame Tyrone, cuando me marché lloré porque tú eras la única persona que se preocupaba por mí y lo más sorprendente es que sólo teníamos dos semanas hablando y compartiendo, ahora estoy rodeado de unos malditos bastardos como todo el mundo. Nunca creas que detrás de una sonrisa hay una infinita felicidad, es todo lo contrario, ve y habla, acércate más a esa persona y trata de reconocer si es una felicidad verdadera o una persona que sólo trata de hacer que el mundo sea mejor cuando el suyo es un completo caos.

—Carmen es muy extraño escucharte hablar así.

—Lo necesitaba Tyrone, estoy sola.

Y no pudo más, cayó al suelo y lloró como Tyrone nunca había visto a una persona llorar. Era un llanto que contagiaba la tristeza a los demás, era un llanto capaz de hacer llorar a los dioses de las distintas creencias, era una llanto tan triste que si prestabas atención podías oír cómo se escuchaba el corazón de Tyrone mientras se rompía. Era una escena muy triste, la luz era escasa, no se escuchan ni los grillos, los truenos rugían con fuerza ocasionalmente, el rostro de Carmen era más visible con cada visita de algún rayo que iluminaba un radio bastante amplio. Tyrone fue a buscar un poco de agua, ella se la tomó y comenzó a hablar más calmada.

—Estoy muy triste, no le encuentro el significado a nada.

—La mayoría de las cosas no tienen mucho significado y a veces ni tienen significado, la fe por ejemplo.

—No me hables fe ¿de qué sirve la fe?

—Sirve para muchas cosas Carmen, sólo ponte a pensar.

—Tyrone la fe sólo aplica para las creencias religiosas, la fe es un sinónimo de la palabra ilógico.

Y así fue toda la conversación luego de ahí, los rayos y truenos cesaron hasta que el silencio fue absoluto y las voces de ambos dominaban la pequeña habitación. Luego de unos minutos de charla en los que Carmen se iba recuperando progresivamente decidió irse a su habitación a dormir.

Los días fueron pasando y el semblante de Carmen era distinto, la veía más reservada y aunque pasaban mucho tiempo juntos ellos no conversaban mucho. Hubieron días en los que apenas se decían; buenos días, ¿cómo estás?, que bien, buen provecho, adiós, buenas noches. Faltaban tres días para acabarse las vacaciones cuando Tyrone la invitó al lago de las montañas.

—Qué precioso lugar. —dijo sin la más mínima pizca de emoción.

Tyrone no le prestó mucha atención para que su falta de ánimo no se le contaminara a él también.

—Conozco a un amigo pintor que le gustaría estar aquí, esas montañas les encantaría a él.—comentó ella señalando las montañas.

—Yo debería conocerlo.

—Algún día te lo presentaré.

—Genial.

Observaban todo en silencio.

—Oye ¿te atreverías a hacer algo?

—¿Qué sería ese algo?

—Las montañas, desde ahí la vista sería hermosa.

—Es muy alto, tardaríamos demasiado en subir.

—No te preocupes, prometo que volveremos antes de que se haga de noche.

Escalaron la montaña la cual no era tan alta como ellos esperaban, desde ahí arriba la visión era más majestuosa, el circulo de árboles que rodeaban el lago le daba la forma de ojo a todo esa zona, el ojo de la naturaleza era el nombre con que se podía bautizar aquella formación gloriosa entre la madera y el agua. El clima era más cálido de lo esperaba aunque al viento soplar se notaba más la ausencia del calor, el pelo de Carmen bailaba libremente por lo que ella decidió amarrárselo.

—Definitivamente a mi amigo el pintor el paisaje le encantaría.

—A cualquier persona.

Carmen insistió en que tenía bajar lo más rápido posible antes de que oscureciera. Con el sol cayendo, un crepúsculo con el que se perdía el sol por detrás de el montículo sólido de piedra, muchas aves pasaron por delante de ese espectáculo pero a diferencia de un público que pasa por delante de la pantalla cuando se proyecta una película, dicho acontecimiento le engrandeció la belleza propia del evento, el lago se tornó anaranjado y las sombras negras de los árboles se reflejaban en el mismo. Ella disfrutaba de todo aquello, Tyrone la vio y con la poca luz que existía notó una lágrima en uno de sus ojos.

—¿Qué sucede Carmen?

Ella sabiendo que él la miraba no se atrevió a girar su cabeza.

—Luego de irme de la universidad entré en una tremenda depresión, de ahí sale mi hábito de fumar, tengo un secreto y creo que es hora de que lo sepas.

La poca luz iba cada vez siendo más escasa, las estrellas ya se podían ver en el cielo.

—Si puedes y me tienes la confianza, adelante y no te juzgaré.

Ella giró su cara y le contestó:

—Es imposible que me juzgues por lo que te diré.

—Sólo lo digo por educación y además sabes que los humanos somos muy aplicadores del don de "juzgar".

Volvió a mirar por donde el sol moría pero se encontró con una completo oscuridad y ahí, con unas oscuridad adecuada para que él no pudiera ver bien su rostro y muchos menos sus labios, habló:

—Tyrone me gustas, estoy enamorada de ti.

Tyrone no sintió las piernas, su alma se transportó a un lugar mucho más lejano que el mismísimo cosmos, el lugar donde habitan ese sentimiento tan inexplicable, tan complejo y tan digno e indigno al mismo tiempo.

—¿Qué tú...

—Sí, como lo escuchaste.

Y lo besó, ella tenía el rostro empapado de lágrimas. Tyrone no se lo creía, era una completa locura que Carmen estuviera enamorada de él. Terminó de besarlo, se levantó y empezó a andar camino al rancho.

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