CAPÍTULO 7: El error de Matteo Eville

Matt Eville dejó atrás aquel callejón oscuro y húmedo pensando que había cumplido con su cometido, que como le había sido encomendado, le había arrancado de cuajo la vida a un ser inocente absorbiendo su alma, su sangre y su vitalidad para siempre sin complicación alguna. Se enfriaba pensando que con eso bastaría para sellar el pacto un ciclo más y continuar manteniendo a raya el poder que estaba permitiendo a su ancestral familia, y por supuesto a él, permanecer en Sceneville sin ser revelados ante ellos, los humanos. «Solo hasta que llegue el momento y llegará el momento Matteo», solía decir su abuelo.

Solo era un sacrificio más bajo la luna nueva anual que tenía lugar cada treinta y uno de octubre. Un niño o una niña más como lo fueron otros y otras antes. No era para tanto. Repetirse aquello una y otra vez en bucle le ayudaba a enterrar su ente durante un buen rato y mantenerlo controlado, y le permitía expiar algo parecido a la culpa que surgía en su pecho. Solo unos milímetros de núcleo culpable. Solo unos segundos. Luego desaparecía.

No obstante, aquella noche no reparó en un detalle sumamente importante. Un punto que pasó por alto. Vio en Star Moon una joven frágil. Una muchacha dulce bajo el aspecto de alguien introvertido que no quería ser visto, y aunque algo se había despertado dentro de él al tocar su mano por primera vez, no le pareció lo suficientemente importante. Matt decidió tomar a Claire como moneda de cambio porque, por algún motivo, Star le había caído bien. Sin embargo, al final, no le quedó más remedio que buscarla de nuevo, pues el espíritu y el cuerpo de Claire no era prístino desde hacía unos meses. Tuvo que abandonar a Claire en su habitación, borrarle la memoria y salir al acecho de aquella chica de alma pura y cuerpo inmaculado.

Hay algo que Matt Eville no vio. Una palabra que hacía que aquel asesinato no fuese uno más entre tantos. Un apellido. Un error irreversible. Un descuido en forma de aberración que nunca quiso cometer. Pero él todavía no lo sabía, porque a pesar de los intentos de su linaje por inculcarle las enseñanzas que sentaban las bases de sus envenenadas raíces, nunca quiso escuchar. El apellido Moon, para él, aquella noche no era más que una palabra de cuatro letras. Por eso, el joven Eville se atomizó en el aire para reatomizarse segundos después en los terrenos de la casa familiar que seguía envuelta en la fiesta anual más famosa de la villa, y que terminaría con «El Rithiki».

Mientras tanto, Star seguía tendida en el frío asfalto que lucía totalmente ensangrentado y con pedazos de piel adheridos a él. En aquel punto el cuerpo de la joven ya tendría que haberse atomizado también, para fundirse con la tierra y filtrarse hacia el fuego eterno de la cueva oculta en el bosque para clausurar el Rithiki con éxito. Pero esto no ocurrió. El cuerpo de Star Moon seguía ahí, paralizado e inerte, con un gato abisinio delgaducho, aunque un poco menos delgaducho que hacía unos días, relamiéndole los tobillos.

Por un instante, solo por un instante, ocurrió algo insólito. La luna, que todos los treinta y unos de los últimos octubres contados se oscurecía dejando una puntual fina línea brillante, comenzó a vibrar y a teñirse de un excepcional color morado, para segundos después dividirse en fragmentos y convertirse cada uno de aquellos fragmentos en pequeñas porciones que parecían semi-lunas.

Ahí estaban todas las formas posibles, absolutamente alineadas: luna nueva, cuarto creciente, luna llena, cuarto menguante... Ocho satélites naturales preciosos. Quizá más reducidos en tamaño, pero mucho más magnéticos que la propia luna original. Algo maravilloso ocurrió después; los luceros abandonaron el color morado y cada uno de ellos adoptó patrones de colores irregularmente increíbles. A lo lejos se podían distinguir los cráteres perfectamente y la luz que desprendían era fascinante: Próxima, Keltar, Waspar, Glieseb, Kipler, Taure, Tres y Korot. Estos eran sus nombres.

Las luces, cada una de las ocho luces que irradiaba cada uno de los ocho fragmentos, se unieron en el camino hacia La Tierra e iluminaron a una sola persona de los millones que la habitaban. Alumbraron el cuerpo de una niña algo crecida que yacía muerta en un remoto callejón oscuro y solitario de Sceneville central.

Cuando el foco rozó su cadáver, la sangre fue retrocediendo hasta ocupar su lugar, dentro del cuerpo de la muchacha, pero ya no era roja sino del mismo extraño color morado que antes la luna había vestido, y brillaba, como si en su composición flotaran mil minúsculos trocitos de diamantes.

En tanto que la sangre volvía a su cauce, el color de la piel de la chica fue tornándose más rosada y viva, ya no era blanca ni cetrina. Después, los girones de piel que le faltaban se regeneraron de forma extraordinaria y durante varios minutos, volvió a ser aquella chica que solía ser, antes de perder el aliento para siempre: desgarbada, con el cabello y lacio cubriéndole solamente uno de sus ojos, y su disfraz de gemela de El Resplandor que se mostraba impoluto. No respiraba. El efecto era como ver un difunto arreglado, maquillado y vestido para su funeral.

Permaneció así durante un tiempo, tomando de esa fuente fosforescente. A pesar de lo que pudiera parecer, la reparación de su materia no había terminado. Era un espejismo. De modo progresivo su piel emprendió un procedimiento para volverse elástica, y poco a poco se fue expandiendo hasta que sus piernas y su torso dejaron de ser enclenques para volverse musculosos y vigorosos. Su altura también aumentó considerablemente y así fue, cómo el vestido azul y limpio terminó roto de una vez por todas, en esta ocasión sin reparación posible.

Un mechón de su pelo inauguró la mutación de color blanco que tornó su cabello en una sustancia orgánica con vida propia. Dejó atrás su melena plana y pasó a llamear en morados y azules hasta dibujar dos mechones blancos que encuadraron su rostro y lo dejaban al descubierto. Un rostro de facciones duras y peculiares, como las de una criatura andrógina. Extraña pero tremendamente humana también. Una de sus cejas siguió el camino y se volvió blanca, igual que sus pestañas.

La iluminación de Próxima, Keltar, Waspar, Glieseb, Kipler, Taure, Tres y Korot, la levantó en el aire igual que horas antes la había levantado Matt Eville. Pero al contrario que con el ente del chico, esta vez levitó con gentileza, dejando que el rayo la envolviese por completo, cubriéndola en un fino tejido sedoso y ayudándole a mutar por completo en algo que definitivamente y a pesar de las similitudes, no era realmente humano.

Star Moon movió el dedo anular un micrómetro. El movimiento apenas se pudo ver desde una distancia de dos pasos. La chica volvió a respirar en el preciso instante en que la transformación se hubo llevado a cabo por completo. ¿Por qué no había muerto? ¿Qué le estaba ocurriendo?

El aire entró con solidez por su nariz y se extendió por cada molécula de su nueva sangre que viajó por sus extremidades hasta sus pies y su cabeza. Separó los labios y soltó el aire más caliente, más manoseado. Su pecho comenzó a subir y bajar como lo había hecho antes de morir.

Star sentía un fuerte dolor en la cabeza, y su cuerpo se quejaba intensamente en cada una de sus respiraciones. Intentó llevarse la mano a la frente para calmar el dolor, pero cuando lo hizo, lo hizo tan fuerte que solo consiguió pegarse un golpe tan vigoroso que se desestabilizó y volvió a caer al suelo. Al tocar el asfalto, las lunas desaparecieron y en el cielo fue apareciendo lentamente el sol. La noche había pasado, y el crepúsculo pintaba el suelo de color naranja y acentuaba la figura de los rascacielos todavía bajo la sombra.

Ya era oficialmente su cumpleaños. Lo fue una vez más desde que murió y resucitó en una nueva versión de ella misma que había estado oculta durante más de un decalustro. En su mente se inició la aparición de voces e imágenes que iban a una velocidad ininteligible. Todas ellas se proyectaban mezcladas y en un volumen intolerablemente estridente. Sentía como si le estuvieran chillando justo al lado del oído y alguien se estuviera zarandeando la cabeza sin piedad.

Con mucha dificultad, uno de los ojos de Star se abrió y mostró un iris azul intenso. El gris de su mirada había desaparecido. Antes de desmayarse por completo, alcanzó a ver a su gato que le lamía el pie derecho. Este al notar que le miraba saltó de un brinco para esconderse detrás de los cubos de basura.

Allá donde el gato abisinio había caído de pie, se alzaba ahora un chico rubio. Ese chico rubio.


¡Allá vamos! Capítulo 7 de Ella es Star Moon 🌚 No planeaba publicar hoy, quería dejar este capi para más adelante, pero he pensado que llevaba un tiempo sin actualizar la historia, así que vamos palante 🙃

Lo más probable es que la semana que entra, entre el viernes y el domingo haya más actualizaciones. De la que seguro habrá es de El Despertar de las Flores el sábado (as always) y de Star Moon no sé que día ni sé cuántas, pero las habrá lo más seguro 💜

Como siempre os dejo un poquito de banda sonora para imaginar conmigo lo que ocurre en el Capítulo 7. ¿Dónde nos llevará el error de Matt (Matteo) Eville? Contadme en comentarios lo que pensáis porque leeros siempre me anima a publicar con más ilusión. 

https://youtu.be/J52wBDMupKU


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