CAPÍTULO 21: Tú no, Claire
—Qué pasada... —masculló para sí.
A continuación, un silencio letal recorrió las paredes de aquella extraña habitación. El vacío llenaba el espacio con tanta densidad que parecía imposible que el eco pudiera existir en él. Star había pasado de una construcción moldeada por el ser humano, a algo extraordinariamente natural: los muros que cercaban la cámara eran de piedra virgen, y centelleaban bajo la penumbra, con un escaso alumbrado que provenía de unas velas blancas repartidas por el lugar y una majestuosa lámpara que reflejaba la luz de colores como un caleidoscopio.
«¿Qué era aquel sitio?», pensó la muchacha. Parecía una especie de templo, pues un ara de mármol negro se levantaba varios palmos del suelo justo en la mitad. Nunca había estado en el entierro de nadie. No conoció a sus abuelos y, por desgracia, tampoco pudo despedirse de Claire, pero le parecía el lugar perfecto para colocar el cuerpo de alguien que hubiera abandonado este mundo y rendirle homenaje.
Recorrió cada rincón con la mirada por última vez y dio un paso adelante para adentrarse en las profundidades. Sus pasos, efectivamente, no sonaron. El aire se volvió más pesado y sin previo aviso se sintió mareada. Como si en vez de oxígeno, estuviera inhalando gas tóxico. Poco a poco una sensación cálida y embriagadora tomó por completo su cuerpo. Tuvo que dar unos torpes pasos hasta llegar al altar y apoyarse para no caer al suelo de bruces.
De la nada, un zumbido ensordecedor alcanzó sus oídos. Un zumbido como de miles de abejas enfurecidas y preparadas para clavar sus aguijones a aquello que se interpusiera en sus caminos. Intentó, sin éxito, sujetarse con un solo brazo para poder cubrirse la oreja con la otra mano. Sin remedio, se arrodilló cuando el zumbido se convirtió en un temblor real que movió la tierra bajo sus pies. Ninguna piedra se desprendió de las paredes. En su lugar, un líquido ligeramente gaseoso comenzó a arremolinarse sobre el púlpito, dibujando una mancha siniestra.
Star Moon no tenía ni idea de dónde se había metido, pero lo que sí sentía, y lo sentía en lo más profundo de sus entrañas, era que aquella especie de cueva subterránea convertida en iglesia trataba de defenderse de los intrusos. De ella o más bien, de su parte Gravithus. Por un momento el terremoto cesó. Aprovechó la ocasión para ponerse en pie y para subirse al ara e intentar alcanzar la mancha negra para observarla de cerca. Todo volvió a quedarse en un silencio sepulcral.
El agujero negro parecía infinito. Quiso comprobarlo. Así que levantó el brazo y con el dedo índice, tocó la masa. En ese mismo instante, un fulgor se formó en la yema de su dedo, un brillo que se transformó en ruido y que se apoderó del sonido del templo, al igual que el zumbido lo había hecho minutos atrás.
El temblor volvió a las tierras, esta vez con mucha más violencia. La fisura comenzó a hacerse más y más grande, y un estruendo salió de su interior. Un estruendo que solo podía significar una cosa: avalancha.
Tropezó sin poder sujetarse a nada que tuviera cerca, y antes de que su espalda chocase contra el suelo rompiéndole dos costillas, su cabeza golpeó el borde del altar abriendo una irremediable y sangrante herida que aumentó su estado de aturdimiento.
Todo pasó demasiado rápido. En microsegundos la situación había dado un giro de ciento ochenta grados. No estaba en un lugar seguro. Sabía que ir a la mansión Eville tendría sus riesgos, pero era la primera vez en mucho tiempo que se sentía inexorablemente desprotegida.
En lo que se tocó la coronilla para comprobar cuánto le sangraba el corte, de la misteriosa masa negra comenzaron a brotar en cascada miles de millones de criaturas extrañas. Parecían insectos. Hormigas de un tamaño descomunal. Insectos hechos de carne humana con aguijones y patas largas. Un chorro de ellos, enredados y enganchados, rociaron brutalmente a Star cubriéndola por completo, atacando ferozmente. Por más que intentaba deshacerse de aquellas hormigas de carne y fluido verde, no podía. Cuando más se movía, más feroces se volvían estas.
Trató de calmarse, luchando contra el dolor que le provocaban. Apretó los ojos todo lo que pudo y se concentró. Ya no era aquella chica lenta, torpe, blanducha y débil. Era Star Moon y poseía un singular Gravithus capaz de provocar respeto en un ser tan despreciable como Matteo Eville. Un ser despreciable, sí, pero increíblemente poderoso.
Se enfocó todo lo que pudo en sacar su Gravithus a flote. Primero notó una pequeña perturbación eléctrica; una vibración que le recorrió la largura de la piel, levantando la corteza de insectos solamente unos milímetros. El espacio suficiente para que pudiera recuperar el aliento y subir la potencia al máximo. Después, una ola expansiva de corriente salió desde el centro de su torso, sacudiendo a las miles de hormigas, saliendo estas disparadas drásticamente hacia las paredes de piedra.
Algunas de ellas murieron aplastadas, pero había demasiadas. Miles y miles que salieron ilesas de la contraofensiva. Tras chocar contra la pared, la mayoría se precipitaron al suelo y continuaron atontadas durante un rato. Un tiempo de oro para Star, que logró colocar la palma derecha en el suelo e impulsarse, con mucha dificultad, hacia arriba. Ponerse de pie iba a ser tarea imposible, pero al menos, pudo sentarse y tomar aire. Un aire, que a pesar de seguir cargado y espeso, agradeció.
Ya se había enfrentado al poder de un Entherius antes, pero cuando luchó contra él, no tuvo dudas. Sintió que podía hacerlo, que era su deber terminar con lo que tanto daño estaba provocando. Además, Ben, su Ben, se había esforzado instruyéndole con todas sus ganas los días anteriores. En cambio, en aquella cámara, Star se sentía débil. Llevaba demasiadas semanas sin practicar y había gastado muchas energías tratando de entrar en la casa para encontrar a Ben. Aunque había conseguido librarse de las hormigas de carne y fluido verde, sentía que algo no iba bien. Que esta vez, iba a ser mucho más arduo que tocar una muerta de metal sin cerrojo. La situación le enfadaba, le enfadaba tremendamente sentir que rescatar a su garante podría no salir como esperaba. Se lo debía.
Otro ruido recorrió la cámara de lado a lado. El trueno retumbó tanto, que provocó que la lámpara barroca y las velas parpadearan, dejando a oscuras la estancia por unos eternos segundos. La chica se estremeció cuando algo tocó sus pies. Un líquido había empapado sus pantalones y ahora le pesaban. Pero no podía ver de qué se trataba sin ninguna luz. Se llevó la mano a las rodillas para tocarlo y esa misma sustancia manchó sus manos dejándolas pegajosas. Star pensó que quizá, olfateándolo, sería capaz de descifrar qué era. Por eso, se acercó los dedos de las manos a la nariz con cuidado.
El hedor no consiguió darle pista alguna, pero no hizo falta, porque en ese preciso instante la luz volvió, dejando a la vista que aquel líquido pegajoso era sangre espesa; litros y litros de sangre que habían inundado el suelo del templo y que seguían cayendo profusamente de la fisura del techo. El torrente no parecía tener fin.
El flujo sanguíneo se entremezclaba con las hormigas, formando una siniestra chepa que salía con monstruosidad del suelo. Star retrocedió ayudándose de sus brazos, para alejarse de lo que fuera aquello, y se arrinconó en la pared de piedra virgen. La chepa comenzó a tomar forma: primero unos pies, después unas largas piernas, un busto... y una cabeza.
Aquella masa era ahora Claire Beau.
—¿No te alegras de verme? —rio Claire con maldad.
—Otra vez no... —susurró Star—. No eres Claire.
—¿Ah, no? —respondió con voz de ultratumba—. ¿Y quién soy, según tú? —dijo acercándose a Star.
—No tengo ni idea, pero...
—¿Entonces... si no soy Claire? ¿Puedo cortarle esto? No creo que le importe —La Claire hecha de sangre y hormigas de carne y líquido verde, se arrancó el brazo de cuajo, dejando entre su extremidad amputada y su cuerpo un hilo de músculo chorreante.
—¡Para! ¡Para! ¡Para! —chilló Star poniéndose en pie, dispuesta a luchar.
—¿Qué más da, Star? Si no soy Claire... —se mofó la criatura—. ¡Ja! —emitió una carcajada y se cortó la oreja derecha mientras el brazo se auto recomponía.
—¡Te he dicho que pares! —ordenó con los puños apretados y la cara desencajada.
—¿Qué vas a hacer? ¿No harás daño a tu mejor amiga, verdad? —retó con una vocecilla aguda. Luego sonrió, mostrando unos dientes podridos y cambió su tono de voz—. ¿No harás daño a tu mejor amiga, verdad? ¿Verdad? ¿Verdad? ¿VERDAAAD? —repitió con un canto horripilante mientras escupía.
—¡TÚ! —aulló—. ¡NO ERES! —Levantó los brazos—. ¡CLAIREEEEEEEE! —Su Entherius se descontroló por completo. El fuego prendía al cuerpo de su mejor amiga y las llamas derretían su figura. Tocaron el techo de piedra e incendiaron el santuario.
¡Fin del capítulo 21! Literalmente, hay 24 capítulos y un epílogo. No queda nada para terminar. Atentx, porque mañana habrá más 😀
¿Qué te ha parecido la escena de Claire? ¿Terrorífica?
https://youtu.be/1Rpbzp303eo
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