CAPÍTULO 17: No te fíes de nadie

En la oscuridad más profunda de la noche más cerrada, un hombre hercúleo y enorme rompió la estabilidad de la niebla montañosa, abriendo un camino flotante de vapor. Su cara se hallaba oculta tras una capucha de tela rígida de color negro, al igual que el resto de su cuerpo. Sin embargo, sus formas dejaban ver que bajo las ropas se escondía un cuerpo musculoso y fuerte.

El hombre caminaba seguro de sí mismo. Lo suficientemente rápido como para revelar cierta prisa, pero con pasos firmes y contundentes. Sabía perfectamente lo que debía hacer. Conocía su destino. Para ello había viajado cientos de kilómetros y había cedido ante la única alternativa que tenía a la muerte: permanecer escondido en las zonas montañosas tangentes de Hungría. Lo había decidido así. Solo hasta que fuera seguro salir. Solo, hasta encontrar el momento adecuado para acercarse a los terrenos de los Desdenios sin que estos quisieran cortarle la cabeza nada más verle.

La noche había caído, por fin. Ahora que conocía toda la información, sostenía un as en la manga. Un salvoconducto con el que acercarse al culto y negociar sin salir herido. El transeúnte cruzó un largo puente empedrado que cruzaba un caudaloso río, bajó unas mohosas escaleras y se dispuso frente a una estatua tallada en mármol de un precioso pero escalofriante ángel: El Ángel Caído. Se arremangó el brazo izquierdo y colocó, a la altura de los ojos de la escultura, una esclava de piedra roja. Al instante, esos ojos de mármol desaparecieron para proyectar en ellos una potente luz roja, y seguidamente, el ángel se hundió en el suelo, formando un pasadizo. Siguió el camino del ángel sin vacilar ni un solo segundo, y cuando pisó de nuevo tierra firme, un anciano le esperaba en el rellano con los brazos extendidos.

—¿A qué debemos tu amarga visita, Beros? —preguntó el anciano con media sonrisa dibujada en los labios. Falsa amabilidad. La hipocresía de los Desdenios. Beros sabía que unas palabras amables no lo librarían de una muerte cruel.

—Vengo para advertiros. —Sus palabras sonaron escuetas pero tajantes. No cabía la duda en su expresión, y aquel anciano, le creyó en seguida—. He dejado atrás a mi Dómine. Necesito refugio.

—Beros... No debéis traicionar a vuestro amo —sentenció el anciano ladeando la cabeza.

—No finjas, Kuna —respondió Beros dando un paso adelante para después deshacerse de la capucha negra—. Sé que tú tampoco le guardas fidelidad desde aquella noche.

—Muchas cosas cambiaron aquella noche. —Kuna acortó la distancia y extendió su mano al frente, exigiendo respuesta.

—Lo sé —afirmó Beros. Extendió la mano donde llevaba la esclava y la colocó sobre la de Kuna. Durante varios segundos, solamente el silencio rodeó el lugar. Ambos se miraron a los ojos profundamente en señal de tregua—. Ya no podemos confiar en Michael.

—Sea como sea, querido Beros, te doy la bienvenida a «La Colmena». Sígueme.

Juntos recorrieron el rellano oculto que simulaba un largo túnel construido en mármol. Las vetas de la piedra relucían en rojos y azules, como si el túnel estuviera cubierto de energía eléctrica y el ángel caído ya no estaba. Beros caminó detrás de Kuna con decisión, aunque en su interior no se fiara de aquel Desdenio de ojos rojos. Porque, ¿qué otra opción tenía? Debía esforzarse por confiar y si salía mal, siempre le quedaría luchar.

Según se iban acercando al centro de La Colmena, Beros observó cómo el movimiento de Desdenios aumentaba. Primero, vio a un par de ellos cruzar el pasadizo. Por supuesto, le escudriñaron con curiosidad. No solo porque sabían perfectamente de quién se trataba, sino por ir acompañado de Kuna, el Desdenio de más alto rango.

Después, la actividad fue in crescendo. De hecho, La Colmena le pareció un curioso lugar, casi se asemejaba a una ciudad enterrada. Los techos abovedados brillaban en los mismos colores rojos y azules, y cada ciertos metros, el tejado se levantaba formando ventanales circulares que terminaban en rosetones mucho más iluminados. Las columnas que sostenían el arco de la arquitectura, culminaban en un capitel barroco a rebosar de figuras irreconocibles. Todo ello parecía una catedral de tamaños estratosféricos, pero no lo era. La Colmena era una metrópoli secreta.

En los laterales se levantaban esculturas de gran tamaño. Representaban algo similar a un humano de facciones extrañas, formas geométricas como un óvalo que parecía sostenerse en el aire, y varias figuras más. En lo alto de uno de los muros bermejos, un reloj de oro robó toda la atención de Beros. Era hermoso para él y para todos aquellos que allí habitaban y seguían el culto del Dómine, pero para cualquier otra persona, era terriblemente aterrador. A su alrededor colgaban figuras de cuerpos humanos mutilados de muchas y varias maneras, y una cascada de lo que parecía ser sangre, caía con violencia a una fuente que, en lugar de expulsar el líquido, lo succionaba.

Los Desdenios eran seres escasos. Humanos que tras un sacrificio de fidelidad al culto habían sido obsequiados con ciertas capacidades especiales. Paseaban por La Colmena con aspecto de punks: chaquetas anchas de cuero, pantalones vaqueros rotos o de vinilo, pendientes de metal, gafas de sol... Lo cierto es que pasaban desapercibidos en las grandes ciudades y se mezclaban muy bien en ambientes callejeros. No importaba demasiado, si eran hombres o mujeres, eran Desdenios y eso suponía un rango superior. El único de ellos que vestía en su día a día con ropajes pomposos era Kuna.

Hasta hacía bien poco, unos meses apenas, Michael Eville había sido el dueño de su culto, pero tras el incidente del Rithiki anual con Matteo algunos habían comenzado a desconfiar de él. Beros lo sabía, porque las dudas también habían aflorado en él. Sabía también que Kuna sería su mayor baza, pues siempre había sido el Desdenio más crítico con el Dómine, y si alguien iba a escuchar su información confidencial, era él.

—Toma asiento, Beros. —Kuna señaló un sillón del mismo mármol decorado con cojines renacentistas—. Dime, ¿qué te hace pensar que voy a confiar en ti?

—Kuna, nos conocemos desde hace cuanto... ¿Un siglo?

—Por eso mismo. Siempre has sido un perro fiel a su dueño.

—Siempre he sido fiel al culto y el Dómine es... era mi culto. Todo ha cambiado desde el Rikithi anual.

—Lo sé.

—No, no lo sabes —zanjó Beros con determinación. Kuna alzó la ceja en modo de duda.

—¿A, no?

—¿Te suenan los libros de leyendas de la familia? ¿Las inscripciones?

—Sí, claro. Si no me sonaran, querido Beros, no estaría haciendo bien mi trabajo.

—Bien. Pues sé, a ciencia cierta, que al menos una de esas leyendas es real.

—Oh, querido amigo. Son solo leyendas... Lo que verdaderamente ocurrió aquel día, solo Michael lo sabe. Michael y el reverendo. Y el reverendo lleva bajo tierra, casi trescientos años.

—Pues te digo, Kuna, que hay una de ellas que es real: La Renacida.

—¿Qué dices?

—Lo que oyes. No vendría aquí con información falsa. Me juego mucho, Kuna. Si te digo que la leyenda de La Renacida es cierta, es porque lo es. Ha ocurrido, Kuna.

—Una única.

—Una única.

—Un recipiente con dos fuerzas. Una única que guarda Entherius y Gravithus en su interior. ¿Cómo es posible?

—Su nombre es Star. Star Moon.

—Debemos dar con ella.

—Debemos dar con ella antes que Michael. Es nuestra única oportunidad. Si no...



¿Recordabas a Beros? No sé cómo te imaginas a los Desdenios pero yo me los imagino como una mezcla de los Jóvenes Ocultos y La Purga 😂 Y un poco los Vulturis, también. 

Déjame un comentario y dime cómo te imaginas a estos seres 🤩

https://youtu.be/-bp8ltiqnzc

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