07. Intervención
Hailey
—¿Cómo están esas papas fritas, Tommy?
—Están buenas —respondió sin mirarme.
Me crucé de brazos sobre la mesa y lo miré comer. El lugar estaba lleno de gente; niños gritando a lo lejos y el olor a comida rápida era todo lo que mi nariz podía olfatear.
—¿Cuánto tiempo más seguirás molesto conmigo?
Tommy subió la mirada.
—¿Has comido algo hoy? —preguntó seriamente. Yo fruncí los labios—. Ten, come estos nuggets —me extiende la pequeña bandeja de cartón.
Suspire y tomé en mi mano uno para luego llevarlo a mi boca. Mi estómago lo agradece mucho.
—Gracias.
—No estoy molesto, Hailey —dijo finalmente—. Estoy decepcionado. No quiero que te vuelvas una alcohólica descontrolada.
Creo que ya es un poco tarde para preocuparse por eso.
—Tommy, estoy bien —mentí—. Soy una adulta, sé muy bien las cosas que hago bien o hago mal.
—No, no lo sabes —negó—. Sí, eres una adulta, pero creciste muy rápido. ¿Por qué crees que me fuerzo a mí mismo a hacer cosas de niño normal y venir a lugares como estos cuando claramente podría estar en casa comiendo algo más saludable?
—¿Es porque te gustan las papas fritas? —señalé el cartón frente a él.
—No, es porque soy un niño, tengo ocho años y debo ir a mi propio ritmo.
—Tommy, no te entiendo.
—Ya tenías un imperio a los 19 años, te olvidaste por completo el disfrutar de tu juventud y el alcohol ha sido lo único que has podido encontrar para refugiarte —explicó—. He estado estudiando tu comportamiento por meses y quizás, estar con Bella sea tu manera de tratar de recuperar un poco de esos días que no puedes tener más.
—¿Me has estado estudiando? —pregunté sorprendida.
—Ay, por favor, soy el hijo de una psicóloga, está en mí estudiar a las personas —hizo un gesto desdeñoso—. No tienes idea de la cantidad de notas que tengo sobre Bella, esa chica sí que es compleja.
Entre medio de lágrimas comencé a reír.
—Saltamontes, esto es una intervención, ¿verdad?
—No quiero que te enojes, Hailey —susurró y metió una mano al bolsillo de su abrigo y pasándome una página doblada—, pero me preocupas, sé que nadie es eterno y algún día todos vamos a morir, pero quiero que vivas por mucho más tiempo.
Tomé la página y veo la invitación a un programa de 4 semanas, donde por las noches las personas que se inscriban se reunirán en la biblioteca local junto a un especialista para tratar problemas con las adicciones.
Sonreí de lado y doblé la página para guardarla en mi bolso.
—¿Cómo podría enojarme contigo, Tommy? —estiré mi mano por encima de la mesa y acaricie su cabello—. Eres mi mejor amigo en este mundo.
—Te quiero, Hailey —dijo con una pequeña sonrisa.
—Y yo a ti, pequeño saltamontes.
—¿Crees que Bella quiera ir? Para ella estoy buscando otros programas, pero no sería malo que inicie este contigo.
—No lo sé —subí los hombros—. Habría que preguntarle —sonreí de forma amplia.
—¿Qué? —arqueó una ceja.
—Yo sabía que Bella te importaba. Eso de que se la pasan peleando todo el tiempo es pura pantalla.
—Claro que me importa —bufó—. Ha pasado casi la mitad de mi vida metida en mi casa, comiéndose mis galletas de granola y jugando soccer conmigo en las tardes cuando mi papá está ocupado.
—Bueno, intentaré hablar con ella, sería lindo tener compañía.
—Las inscripciones empiezan mañana y el programa inicia el lunes a las 8:00 pm.
—Gracias, Tommy —asentí y señalé la cajita feliz—. ¿Listo para ir a casa? Tienes que levantarte temprano para ir a clases.
—Sí, vamos. Mi mamá me dijo que antes de dormir puedo leer dos capítulos más del libro que me enviaste.
Nos pusimos de pie y él tomó su cajita feliz en mano mientras yo tomaba la bandeja para arrojar al cesto todo lo que ya se iba desechar.
—¿Te ha gustado, eh?
—Demasiado.
—¿Crees que puede vender más de 10,000 copias físicas?
—Probablemente sí. Deberías estudiar con tu departamento de mercado los libros de fantasía que se venden actualmente, puede sorprenderte.
❁❁❁
Josh
—Pero es que lo veo y sigo sin creerlo —Lou rió al continuar guardando las frutas en mi nevera.
—¿Crees que yo no estoy igual? —pregunté y cerré el estante donde ya había terminado de acomodar las comidas enlatadas.
—¿Cómo reaccionó la señora Zafiro cuando llegaste con todo el dinero?
—Creyó que había robado un banco, pero sin mucho rodeo aceptó que yo pudiera seguir en el edificio.
—Y tú no querías ir —se burló—. ¿Qué sería de tu vida sin mis consejos? —Lou cerró la nevera y ahora toda la comida que compré está guardada.
—Estaría desempleado y con una nevera vacía.
Lou se sentó en una de las sillas de mi pequeño comedor para dos personas y me miró con una sonrisa.
—Es bueno verte feliz, Josh. Hace semanas no te veía sonreír.
—¿De qué hablas? Siempre estoy sonriendo, Lou.
—Sonreír de verdad, no solo por cortesía.
—Bueno —subí los hombros—. Por cierto, no creas que me he olvidado de ti y Darla. Espera un momento.
Recorrí el pequeño tramo y entré a mi habitación. Tomé en mis manos el enorme ramo de flores de colores que les compré y salí. Lou abrió la boca sorprendida mientras yo dejaba las flores frente a ella sobre la mesa.
—¡Josh, son hermosas!
—Sé que no se compara a nada de lo que han hecho por mí, pero es mi manera de agradecerles por siempre estar pendiente de mí y no dejarme en estas últimas semanas irme a dormir sin por lo menos comer una rebanada de pan. Gracias, son unas amigas increíbles y no las merezco.
—Ay, Josh —dijo y tomó el ramo entre sus manos para olfatearlo—. No es nada.
—También quiero invitarlas a cenar, ¿qué dices? Escríbele a Darla para que nos alcance.
—Sería genial, pero Darla está doblando turno en el hospital.
—Oh —hice una mueca—. Bueno.
—Iré a quitarme el uniforme, tomaré una ducha rápida y regreso —dijo y se puso de pie con el ramo en manos—. ¿A dónde vamos?
—¿Qué se te antoja? —pregunté.
—Sushi —respondió de forma rápida.
—Sushi será —asentí y me puse de pie—. También tomaré una ducha rápida.
—De acuerdo —salió cerrando la puerta al salir.
Entré nuevamente a mi habitación y luego al baño. Al quitarme la camisa noté las manchas violetas y verdes a los costados de mi cadera y parte baja del abdomen. Llevé mis manos a las zonas golpeadas y presioné con fuerza sobre ellas.
Dolor, dolor y más dolor.
Ahogué un grito y aparté mis manos. Me miré al espejo y la decepción me invadió.
No lo hagas, ya basta.
El pensamiento de detenerme estaba circulando por mi mente, pero mi autocontrol no es bueno cuando se trata del daño que me causo a mí mismo.
Levanté mi puño derecho y me golpeé de forma fuerte sobre una de las heridas. Esta vez no pudo evitar soltar una maldición y me alejé del espejo para terminar de desvestirme y entrar a la ducha.
Salí a los pocos minutos sosteniendo la toalla sobre mi cadera y comencé a buscar ropa limpia. La camiseta manga larga de lana color negra casi no rozaba mis zonas lastimadas y eso era bueno.
Cuando terminé de atar los cordones de mis zapatillas negras, Lou entró en mi habitación con las manos sobre su rostro.
—¿Estás vestido?
—Sí —respondí con una sonrisa.
—Bien —dijo y apartó las manos de su rostro—. Mírate —comenzó a acercarse—. Te ves muy guapo.
—¿En serio? —me miré de reojo—. La verdad ir todo vestido de negro no es algo a lo que yo considere verse bien.
—Créeme, te ves bien —carcajeó y soltó un ligero golpe juguetón sobre mi estómago.
Contuve la respiración. Traté de forzar una sonrisa, pero no pude. Me dolió y Lou borró todo rastro de diversión de su rostro.
—Josh —dijo seriamente, se quitó el bolso del hombro y lo arrojó a mi cama—, levántate la camisa.
La miré con nervios.
—Lou, no-
—La camisa, ahora. —ordenó interrumpiendo.
—Déjame explicar...
—No, levanta la camisa.
No lo hice, ella soltó un gruñido y llevó sus manos a los bordes para levantar tela hasta la altura de mi pecho viendo con asombro mis moretones.
—Lou, yo te juro que-
—¿Por qué sigues haciéndote esto, Josh? —se alejó para sentarse en la esquina de mi cama—. ¿Acaso quieres que la sangre coagulada cree una infección y te mueras? Necesitas ayuda, esto debe parar.
Tomé asiento junto a ella y Lou puso una mano sobre la mía haciéndome verla.
Suspiré. —No hay ayuda para alguien como yo.
—En esta vida, existen programas y personas capacitadas para ayudar hasta al ser más loco del mundo. Esto que te haces, ya es un problema, tienes una adicción Josh, te gusta autolesionarte.
Bajé la mirada avergonzado. Lou tomó su bolso y comenzó a buscar algo dentro. Cuando lo obtiene me extiende una página muy arrugada.
—¿Qué es esto? —pregunté al tenerla entre mis manos y comencé a desdoblarla.
—Afuera del hospital había un grupo de personas invitando a todos a inscribirse a un programa de 4 semanas que inicia el lunes —señaló la página—. Allí está más detallado, pero según entendí contará con un especialista para tratar problemas con las adicciones y creo que debes ir. Me preocupas, amigo.
Miré la página y luego a ella.
—Lo pensaré, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Eres inteligente, Josh. Sé qué harás lo correcto.
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