6. Él


Durante toda la noche no pegué un ojo, estaba nervioso por viajar al lugar del que me había escondido toda mi vida. Aun así, sabía que debía hacerlo, que en algún momento tendría que hacerme cargo, enfrentar a mis demonios para poder cerrar un ciclo que estuvo abierto por demasiado tiempo.

Aproveché las horas para leerme los resúmenes de todo el trabajo que se ha llevado a cabo por años, los informes de Sonia y Ana, los estados de cuenta, los proyectos futuros y los que se están ejecutando en el presente. Vi las fotos de los niños que viven en la Casa Azul y recordé la primera vez que miré aquella plantilla.

No era la misma, claro que no, aquellos niños ya deberían haber crecido y estos eran los actuales, pero sí que recordé lo mucho que me habían impactado esos rostros serios y tristes cuando yo solo era un niño. Hasta ese día nunca me había percatado de que había niños que no tenían los privilegios de los que yo disfrutaba a diario, y no me refiero a juguetes o lujos, sino a una familia, un techo, comida caliente y un lugar al que llamar hogar. Mi madre y mi tía me explicaron aquello y me leyeron los nombres y la edad de cada niño. Había uno en especial que llamó mucho mi atención, se veía tan triste que pensé que podía llorar solo de ver el dolor que guardaban sus ojitos. Era pequeño, pero según mamá era mayor que yo.

En aquel folleto que ella tenía cada niño había mencionado lo que quería ser de grande, y ese niño decía que esperaba no llegar a ser grande. Le pregunté a mamá por qué y ella me respondió que algunos de esos pequeños habían pasado cosas tan horribles que no querían vivir porque estaban tan desilusionados del mundo que pensaban que soñar no valía la pena.

Recuerdo que fui a buscar mi estrella guardiana de los sueños, que era básicamente una estrella de plástico transparente que por dentro tenía agua y mucha purpurina. Mamá la agitaba cada noche antes de dormir y la dejaba en mi mesa luego de que pidiéramos un deseo, ella me la había traído de la isla y me había contado que allí las noches eran mágicas porque las estrellas parecían estar más cerca. Me contaba de su infancia en aquel lugar remoto.

—¿Algún día me llevarás contigo? —pregunté.

—La próxima vez te llevaré, esta vez no puedo porque vamos en una avioneta, pero te prometo que compraré pasajes para que vayamos y nos tomemos unos días. Hay muchos lugares que quiero mostrarte, por ejemplo, la roca de los deseos.

—¿Qué es eso? —quise saber.

—Es un lugar cerca del mar donde hay una roca grande que parece una cueva. Solo se puede ver desde un mirador porque la roca está en una zona de difícil acceso. Cuando el agua golpea con fuerza cerca de esa roca en las noches de luna llena se escucha un bufido y mi madre decía que era en ese momento en el cual debías pedir un deseo a las estrellas, porque estas estaban especialmente receptivas.

Mi madre no pudo cumplir su promesa porque jamás regresó de aquel viaje y yo nunca tuve ganas de ir porque siempre supe que sería doloroso. Ir a esa isla significa para mí despedirme de ella, y aunque hayan pasado tantos años no me siento listo para hacerlo. Es difícil que alguien comprenda lo que siento, la gente cree que el duelo tiene fecha de caducidad y que lo mío no es sano; pero no se trata de eso, no se trata de un duelo mal curado, sino de un dolor y de una sensación que no logro comprender, un rencor que guardo en mi interior porque de alguna manera culpo a la isla de habérsela llevado para siempre.

Cuando llegué a la isla eran casi las nueve de la mañana, el pequeño aeropuerto estaba abarrotado de turistas que básicamente podían dividirse en un grupo de recién casados que iban a disfrutar de su luna de miel y otro grupo de jubilados que iban a buscar un poco de paz luego de una vida agitada.

Mientras esperaba para retirar mi maleta volví a abrir la carpeta para revisar el nombre de la persona con quien debía encontrarme: Daniela Urdaneta. Esperaba que esta mujer fuera accesible y que tuviera todos los papeles en control para poder liberarme pronto de toda esta situación que me agitaba por dentro.

Al salir de la zona de desembarque, no tardé en visualizar el cartel con mi nombre. Tras el mismo había una mujer menuda con el cabello largo, castaño y con mechas de color azul. Me acerqué a ella y la observé, se veía nerviosa.

—Buenos días —saludé.

—Hola, tú debes ser Luca —añadió y yo asentí—. Me avisaron que había cambio de planes.

—Sí, así es —respondí cortante sin dejar de mirar alrededor.

Ella guardó su papel en un bolso que llevaba el logo de la fundación y me hizo un gesto para que la siguiera. Aproveché que caminó en frente para poder mirarla con más detenimiento. El cabello de puntas azules le llegaba un poco por arriba de la cintura, tenía un cuerpo bonito y esbelto, pero era de estatura pequeña. Traía un vestido de flores bastante típico de lugares de verano y llevaba unas sandalias de cuero cuyas tiras envolvían desde sus pies hasta debajo de sus rodillas. Su cabello azulado y su corta estatura me recordaron al personaje Tristeza de la película de Disney, y me pareció una ironía que la mismísima Tristeza me esperara en la isla.

—Espero que hayas traído ropa adecuada para nuestro clima —dijo cuando casi llegamos a una camioneta con el logo de la fundación. Yo miré mi traje gris y pensé que tenía razón, había pasado por alto que estaba en una isla donde el sol y el calor comenzaban a sentirse. Aflojé mi corbata e ingresé al vehículo luego de cargar mi maleta en la baulera—. Tengo entendido que te alojarás en la posada Sahumerio durante los días que estaremos trabajando con los temas de la fundación, luego me informaron que debo llevarte hasta el pueblo y dejarte en el hotel Paraíso.

—¿No puedo alquilar un vehículo por mi cuenta? —pregunté con la vista fija en el vidrio cuando ella puso en marcha la camioneta.

—Sí, claro... pero las distancias no son demasiado largas. También podrías alquilar una bicicleta —explicó. La miré como si me hablara en idioma extraterrestre, la última vez que anduve en bicicleta fue... fue hace muchos años.

—Creo que eso no sería muy seguro para mi salud —añadí.

—¿No sabes andar en una bicicleta? —preguntó y como no contesté añadió—. Aquí es el medio favorito de transporte.

—Ya...

El silencio en el que nos sumimos fue incómodo por lo que me obligué a hablar.

—¿Cuándo puedo reunirme con la señora Daniela? Cuanto antes veamos todo será mejor para mí.

—¿La señora Daniela? —preguntó intentando infructuosamente esconder una risa.

—Me dijeron que debía hablar con Daniela Urdaneta.

—Yo soy Daniela Urdaneta —respondió divertida y yo me la quedé viendo. No sé por qué me había imaginado a una mujer mayor con cara de pocos amigos, alguien vestida con ropas oscuras y el pelo canoso, con la mirada apagada y maneras autoritarias, más o menos como la Tronchatoro.

—¿Eres tú? —pregunté para salir de mi desconcierto.

—¿Por qué iba a mentirte?

—¿Tú diriges aquí la fundación? —volví a preguntar a riesgo de sonar muy descortés.

—¿Y por qué te parece que no estoy capacitada para hacerlo? —Lo tomó personal y la sonrisa se le borró de golpe.

—No es eso, es que...

No dije nada, no sabía qué decir. Ella tampoco dijo mucho más, se notaba molesta e inquieta. Cuando llegamos frente a una pequeña casa de verjas blancas y jardín delantero, estacionó frente.

—Esta es la posada, es un lugar acogedor, puede bajarse, señor Ferretti —añadió con tirantez—, creo que sería bueno que acceda a un desayuno y se cambie para estar un poco más cómodo. Pasaré a buscarlo cerca del mediodía para poder llevarlo a la fundación y así poder comenzar el trabajo.

—Está bien —asentí y me bajé.

Quise decirle que no era mi intención ofenderla y que en realidad no pensaba que no estuviera cualificada para su puesto, pero no me dio chance, apenas bajé la maleta cerró la puerta y arrancó la camioneta.

Aquello iba a ser un poco más difícil de lo que me imaginaba, no sabía bien por qué, pero tenía la sensación de que algo iba a suceder y eso no me gustaba porque me hacía sentir inseguro. Y no era un buen momento para sentirme así teniendo en cuenta de que este viaje significaba mucho a varios niveles. 

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