37. Ella
Regresamos caminando hasta mi casa, pero una vez allí subimos a la camioneta. Casi nunca la usábamos, pero íbamos a ir un poco más lejos. Él me miró con curiosidad, pero le dije que no preguntara. Nos internamos en la zona boscosa y el no tardó en reconocer el lugar.
—¿Vamos a la cueva?
—Primero iremos a otro lado.
Giré hacia la granja de Bruno y no tardamos en hallar el cartel que indicaba que habíamos llegado. Era un lugar hermoso, siempre me había gustado visitar esa granja, tanto cuando éramos niños, como cuando organizábamos excursiones con los pequeños de la casa Azul.
—¡Dani! —Un par de niñas corrieron a mi encuentro y se colgaron por mis piernas como siempre. Eran las hijas mellizas de Bruno y Candela, los dueños de la granja.
—¡Hola, chicas! —Las saludé con entusiasmo—. ¡Qué grandes están!
—¿Es tu novio? —preguntó Leticia, una de las niñas.
—Sí —respondí con diversión.
—Hola —Saludaron las niñas a Luca.
—Hola, chicas —respondió él.
—¡Papá! ¡Mamá! —gritaron ambas.
Un rato después, vimos a Bruno acercarse. Era un hombre que rondaba los cincuenta, vestía su mameluco habitual de trabajo y un sombrero de paja que lo protegía del sol.
—¡Dani! —Me saludó con la mano.
Una vez nos acercamos lo suficiente y luego de los abrazos y saludos, nos invitó a acercarnos al pórtico de su casa donde su señora nos saludó y nos invitó con unos quesos que acababa de preparar.
—¡Qué delicia! —dijo Luca.
—Tú tienes que ser el hijo de Luz —respondió Bruno de pronto, yo aún no lo había presentado más que por su nombre—. Eres idéntico a ella.
Luca sonrió y asintió.
—Vaya... Qué emoción tenerte de regreso por aquí.
Noté una nota emotiva en Bruno y luego le pregunté si podíamos hablar con él, asintió y nos invitó a recorrer la granja mientras conversábamos. Las niñas querían venir, pero su madre les pidió que se quedaran a ayudarla con la comida que estaba preparando.
—Estuvimos por casa de Liliana —expliqué—, Luca anda buscando conocer la historia de su madre en la isla.
—Vaya... —susurró Bruno—. Entonces la maestra me ha delatado —respondió con una sonrisa pícara.
—Algo así...
—Luz y yo nos hicimos muy amigos en la adolescencia —dijo sin más retraso—. No voy a mentirte —añadió mirando a Luca—, estaba enamorado de ella desde que teníamos unos catorce años —afirmó y Luca sonrió con ternura—. Era una chica preciosa —comentó con ojos soñadores—, así que decidí acercarme a ella y a Laura, que siempre estaba a su lado. Me convertí en su ayudante, las seguía en todas sus locuras de armar carteles o juntar basura. No es que me interesara particularmente la ecología en aquel entonces, pero hubiese hecho lo que fuera que ella me pidiera —bromeó.
Nos reímos y él puso una mano sobre el hombro de Luca.
—Eran unas chicas fantásticas —dijo con añoranza.
—¿Saliste con ella en algún momento? —preguntó Luca.
—No... Nos dimos nuestro primer beso, eso sí... Una escena inolvidable —explicó con diversión—. No fue nada romántico, al menos no para ella... fue el típico juego de la botella, pero yo esa noche no pegué un ojo de la emoción —sonrió—. Luego pensé que podríamos avanzar, pero Luz no me veía con los mismos ojos con los que yo la veía.
—Oh —respondí imaginándome a un Bruno chico con el corazón roto. Hasta ese día Bruno para mí siempre había sido Don Bruno, el de la granja, el que me había consentido desde que era una niña y que siempre me dejaba entrar en su terreno.
—Acepté mi puesto de mejor amigo y fiel escudero y seguí a su lado, no podía alejarme de ella, tenía una especie de imán que me volvía tonto —añadió—. Las acompañaba siempre, las cuidaba, sus padres confiaban en mí... Solíamos ir al mirador y nos pasábamos horas allí viendo las estrellas y soñando con el futuro. Luz no quería salir de la isla, Laura quería estudiar fuera y yo... yo también, pero sabía que mi destino era la granja de mi padre.
Me dio tristeza saber aquello, siempre pensé que era algo que él había elegido. En ese momento fui consciente de lo mucho que desconocemos de las personas adultas que nos rodean y de que a veces se nos escapa que también fueron jóvenes y tuvieron sueños.
—El mirador —dijo Luca—. Lo recuerdo... me habló de una cueva donde podían verse las estrellas y pedir deseos en luna llena. Me dijo que había un mirador.
—Sí, en esa época la cueva no estaba en un lugar de fácil acceso, pero nos conformábamos con sentarnos en el mirador y observar el cielo desde allí. El bufido de las rocas era para ella magia pura, decía que era la canción del mar hablando con las estrellas. Siempre tuvo una especie de metejón con eso de las estrellas —añadió divertido.
—Me contaba esa historia —dijo Luca con ternura.
—Esa zona boscosa que está en los alrededores de ese sitio era de sus padres, todavía recuerdo el escándalo que armó cuando los Ferreti querían construir allí el hotel.
—Eso nos comentó Liliana —dije sonriendo.
—A mí no me permitieron seguirle el juego aquella vez, mis padres se opusieron y ella se enfadó conmigo...
—Oh —añadí y él hizo un gesto para sacarle importancia al asunto.
—Luego lo arreglamos, claro... porque ella se enamoró de tu padre y todos pasamos a segundo plano... —añadió riendo—. Tus abuelos le vendieron la propiedad a los Ferreti, pero al final el hotel no se construyó allí y la propiedad quedó cercada y abandonada. Siempre creí que Luz construiría allí algo... ella soñaba con que ese sitio fuera una especie de parque con una zona de camping para que la gente pudiera venir a acampar allí frente al mar y las estrellas... pero luego de la tragedia, supongo que... sus sueños también murieron.
Sentí el dolor que esas palabras causaron en Luca.
—He cuidado por años el terreno, lo he mandado a limpiar, lo he mantenido accesible... pero luego del derrumbe hace unos años, ha cambiado un poco su forma original... He creado un acceso a la cueva para evitar que se escondan allí maleantes o personas de mal corazón.
Luca se enteró entonces de la sorpresa de la que le hablé antes.
—¿Es ese lugar? —me preguntó.
—Sí... Yo no lo sabía hasta que lo mencionó Liliana —afirmé.
Bruno sonrió.
—Acá todos cuidamos siempre de todos, y yo pensé que a Luz le hubiese gustado que el sitio estuviera limpio y accesible. Luego del accidente pasé muchas horas allí, llorándola y despidiéndome de ella y de su familia... —dijo con dolor—, pero ahora has vuelto, Luca... y eso es todo tuyo...
—¿Mío? —preguntó confuso.
—Es de tu padre, hijo... —respondió Bruno y volvió a poner una mano en el hombro de Luca.
En ese momento llegó Leticia para avisarnos que su madre nos invitaba a la mesa y fuimos hasta allí a pasar una jornada bonita con la familia de Bruno. Veía a Luca entusiasmado y muy emocionado con todas las historias que contaba Bruno, pero no habíamos tenido oportunidad de hablar a solas aún.
Más tarde salimos de la granja y manejé hasta el desvío, allí me detuve y lo miré.
—¿Quieres ir?
Él asintió.
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