26. Él

Les traigo un capítulo más para que conozcan parte de la historia de Daniela.

Me sentía más bien que nunca, porque era yo mismo y eso me bastaba. No tenía que aparentar ser lo que no era ni luchar contra fantasmas invisibles, no tenía que acallar pensamientos negativos ni tomar pastillas para dormir. Era como si al fin me hubiese reconciliado conmigo mismo y con esa persona que era y no había aceptado hasta ahora. Incluso había llorado, y yo no lloraba hacía tanto tiempo, que aquello se sintió liberador.

Y eso iba pensando mientras caminaba hasta lo de Dani. Estaba seguro de que ese era el problema, que había querido negar mi naturaleza para no ser como mi madre, porque me dolía que para ella no hubiese valido la pena... Pero no era así, claro que había valido la pena... si no fuera por la semilla que ella y la tía plantaron hoy esos niños con los que tanto me había encariñado no existirían en ese hogar, en ese contexto, en ese amor que les brindaban Dani y sus chicas.

Y esa era también mi esencia, el servicio, y por eso mi padre siempre me decía que me parecía a mamá y yo me molestaba, en vez de apreciarlo y de aceptarlo de una buena vez.

Llegué a la casa de Daniela con un ramo de flores en las manos. Lo había mandado pedir en la posada y me lo habían enviado bien rápido. Golpeé y ella me abrió enseguida.

Vestía una falda larga de color azul noche y una blusa blanca abotonada al frente y sin mangas. Su cabello iba recogido en una coleta alta y tenía los ojos rojos, como si luego de habernos despedido hubiera seguido llorando. Yo no comprendía muy bien sus motivos, pero no me los cuestionaba porque aceptaba que Dani era tan empática que sufría con los demás.

Le pasé el ramo y ella me agradeció, lo colocó en un jarrón en medio de la mesa en la que ya había dos lugares con sus platos y vasos.

—¿Pedimos pizza? —preguntó—. Te estaba esperando para ordenar.

—Bien... sí... está bien.

Hicimos el pedido y pasamos a la sala de estar. Su casita era acogedora, una pequeña cabaña con una habitación, comedor y cocina. Había una ventana que daba directo a la casa Azul que quedaba en frente.

—¿Es tuya?

—Sí, la compré hace un par de años... quería estar cerca...

—¿Acaso las chicas no viven en la casa Azul?

—No todas. Julia es la que vive allí, tiene una pieza para ella. Las demás van y vienen, hacen turnos rotativos. Pero allí hay reglas... y yo quería mi independencia. Es cierto que vivo y respiro por el hogar, pero quería mi propia casa, mi cama, mi espacio, mis cosas... Cuando creces compartiéndolo todo anhelas lo tuyo propio —añadió y yo asentí.

—Es muy bonita tu casa, muy acogedora.

Nos quedamos un rato en silencio y yo supe que ella necesitaba decirme algo, por lo que esperé paciente.

—Si te invité aquí esta noche es porque siento que antes de tomar cualquier decisión debes conocer mi historia.

—No tienes que contarme nada que no quieras, Dani... yo te conozco a ti como eres hoy, eso es lo que importa.

—No, porque no sería quien soy sin la que fui antes, Luca... Y si quieres estar conmigo tienes que saberlo todo...

Asentí y me recosté por el sofá listo para escucharla.

—Lo último que recuerdo de mi vida era una tarde de verano... Tendría unos siete años, había una casa enorme con una piscina que se me hacía muy grande, también había una estatua con forma de algún animal que llamaba muchísimo mi atención. Alguien me había dicho que era un animal momificado y para mí era impresionante... Claro, era solo una estatua, pero a esa edad uno cree todo.

Asentí y sonreí. Mientras ella buscaba en sus recuerdos serví dos copas de vino que ella había dejado en la mesa ratona de la sala y le pasé una. Ella bebió un sorbo y continuó.

—Me habían dicho que no me alejara de la piscina, allí había gente... pero no recuerdo nada, no sé quiénes estaban allí... Solo recuerdo que él me llamó desde atrás de la estatua y yo fui... Me tuvo que haber visto mirándola...

Me alerté por lo escalofriante que parecía el relato que iba a escuchar y también bebí un sorbo de mi copa.

—Había mucha gente, mucho ruido... Y yo solo recuerdo que en un momento estaba atrás de la estatua y al siguiente estaba atada y amordazada en la parte trasera de un camión que olía a excremento de ganado.

—Ay, Dani... Dios...

—No sé ni siquiera si me llamo Daniela, Luca —dijo de pronto mirándome a los ojos—. Él me obligó a decirle papá, me cortó el pelo cortito y me hizo vestir como un niño con colores azules y ropas con diseños de autos. Yo amaba el rosa, eso sí que lo recuerdo... y los brillos, los unicornios y las dos coletas con el cabello largo que solía tener... Me dijo que me olvidara de todo porque desde ese momento era un niño y me llamaba Daniel.

—Oh... Dios —susurré aterrado y me acerqué para darle la mano.

—No recuerdo mucho de aquella época, la psicóloga dice que he borrado todos los recuerdos de mi mente, lo único que sé es que nos mudamos a esta isla y él me inscribió en la escuela. Se suponía que yo era Daniel Astigarraga, con papeles y todo.

—¿Vivías con él?

—Sí, pero él me decía que solo sería por un tiempo, que cuando cumpliera los once me iría a vivir a otro lugar y volvería a ser una niña.

Dani contaba aquello como si no le doliera, como si narrara una historia leída en algún libro de terror. Algo que le sucedió a alguien más.

—Yo quería ser una niña, pero él me prohibía decirle a nadie que lo era... Me amenazaba con cortarme los dedos y yo le creía. Al principio extrañaba a mis padres, pero él me dijo que no me buscaban, que no me querían, que tenía que olvidarlos porque ellos me habían vendido a él... y yo tenía tanto miedo... ¿Y si lo que decía era real?

—Ay, Dani...

—Lo que él no esperaba era que la menstruación me llegara a días de cumplir los nueve durante la clase de educación física. Estábamos haciendo ejercicios, el profesor me llamó y me preguntó si me había lastimado y yo le dije que no. Me mandaron a la enfermería y vino un doctor a revisarme. Y ¡oh, sorpresa! Daniel era Daniela.

Abrí los ojos con asombro y me llevé la mano a la boca. Estaba atónito. Ella se encogió de hombros.

—Me hicieron preguntas que respondí luego de asegurarme de que no me harían daño... les conté lo que recordaba. Hacía dos años vivía con un hombre que me llevó del parque me cambió el nombre, me había obligado a llamarlo papá y a convertirme en un niño. Fueron a buscarlo para detenerlo, pero escapó un poco antes y a mí me destinaron al hogar.

—Daniela... lo siento tanto...

—Años después supe que la policía dedujo que el tipo era parte de un grupo que vendían niñas para prostitución. No me había tocado porque pagaban más si eras virgen. Pensaba venderme cuando mi cuerpo dijera que ya estaba lista —afirmó y me miró a los ojos—. Pero me sacaba fotos desnuda y las vendía por Internet...

Cerré los ojos y respiré con dificultad, quería matar a ese hombre.

Dani se puso en pie y comenzó a moverse de un lado al otro.

—No quería vivir, llegué al hogar y me sentía vacía. ¿Quién era? Había borrado todo de mi mente, el nombre de mis padres, mi nombre, lo único que recordaba era ese sitio y un apodo, Lele... Así como Inés decidió dejar de hablar, yo decidí borrarlo todo, la psicóloga creía que era para poder sobrevivir el tiempo que él me había tenido bajo su cuidado. Intentaba recordarlo cada noche y no lo conseguía... Estaba desesperada, temía que hubieran dejado de buscarme, temía no encontrar nunca a mis padres y me sentía culpable por olvidarlo todo...

—Era un mecanismo de defensa de tu mente, Dani

—Lo sé...

—¿Y? ¿Los encontraste?

Negó.

—Me cambiaron el nombre de Daniel por Daniela, pero pensaron en varias opciones. Había algunos psicólogos que pensaban que lo mejor sería ponerme otro nombre completamente distinto, pero otros pensaban que eso sería más cambios y que ya había pasado por demasiado. Yo respondía al apodo Dani, así que les parecía bien convertirlo en Daniela. Lo que sí me cambiaron fue el apellido, porque no querían que llevara el de mi captor... aunque tampoco era su apellido real...

—Dani...

Caminó y se acercó a un mostrador del cual sacó un álbum, se acercó a mí y me lo puso en mi regazo.

—Estos éramos los diez chicos que estábamos aquí cuando tu madre y tu tía vinieron. Yo era este —dijo y señaló su foto.

Y era la misma foto del niño que yo había visto.

La misma del niño que decía que no quería ser grande.

La miré y vi las lágrimas derramarse suavemente de sus ojos. Me puse en pie y la abracé.

—Todavía no me crecía el pelo cuando me tomaron la foto y todavía me llamaba solo Dani... —susurró en mi pecho.

—No eras un niño, Dani... No eras un niño —susurré porque comprendía lo que quería decirme—. Y no querías ser grande...

—No... Y me escondí una noche para robar algún químico de la limpieza que pudiera acabar conmigo... Y me lo tomé...

La abracé más fuerte para darle ánimos.

—Tenía diez años, Luca... ¿Lo entiendes? Era solo una niña...

—Lo sé, cariño, lo sé... —dije besándole la frente.

—Una semana después cuando regresé del hospital vi a tu madre y a tu hermana llegar al hogar. Ella era tan bonita, con sus ojos azules tan parecidos al mar... al cielo... Y alguien tuvo que hablarle de mí, así como yo te hable de Inés... Ahora que soy adulta sé que tuvieron que estar muy al pendiente de mí luego de todo lo sucedido, me querían, estaban preocupados...

—Claro...

—Y ella vino, yo estaba en una hamaca y ella se sentó a mi lado. Me dijo que era muy bonita y me preguntó si no quería que me pintara las uñas de rosa. Le dije que sí y ella lo hizo, me pintó las uñitas con un rosa lleno de brillos y me hizo dos coletas con el poco cabello que tenía. Me puso unos moños y me regaló un vestido rosa con lila.

Entonces fui yo quien no pudo contener las lágrimas, cerré los ojos y aspiré con fuerza.

—Se pasó ese día entero conmigo, al principio no hablábamos mucho, ya te he dicho que es difícil llegar a los niños rotos... Ella lo sabía, pero tenía un don, una luz... La tomé de la mano y no la solté en todo el día, como lo hizo Inés contigo. Quería ser como ella, bonita, llena de luz, brillante, femenina...

—Eres todo eso, Dani... Lo eres... —susurré y volví a besarla en la frente.

—Por la noche, me acompañó a la cama. Yo no quería que se fuera y lloré, le pedí que se quedara conmigo y fuera mi mamá. Ella también lloró, Luca... Y me contó su cuento de las estrellas. Me habló de que eran mágicas y de que podíamos pedirles deseos, me dijo que me iba a hacer una promesa, pero que a cambio yo debía prometerle dos cosas.

—¿Qué te prometió? ¿Qué te pidió que prometieras? —pregunté ansioso mientras con mi mano acariciaba su espalda con ternura.

En ese momento el timbre de la casa sonó con el pedido de la pizza y tuvimos que separarnos. Yo atendí el pedido porque ella estaba muy vulnerable, coloqué la caja en la mesa y regresé a la sala. Me senté a su lado y vi lo que tenía entre sus manos. Mi corazón se detuvo al instante y pensé que moriría allí mismo.

—Me prometió que buscaría a mis padres, me dijo que ella estaba segura de que ellos me estarían buscando. Me prometió que no dejaría de buscarlos...

—Oh... —susurré con tristeza.

—Y me pidió que le prometiera que nunca más haría lo que hice. Me dijo que era importante que guardara esperanzas, sueños... Y me contó que ella tenía un hijo casi de mi edad que tenía una estrella mágica y que, si yo le confiaba a esa estrella mis deseos más profundos, estos se harían realidad si cada noche antes de dormir la agitaba y la dejaba bajo mi almohada. Me dijo que su hijo quería que yo la tuviera.

La miré con el corazón saliéndoseme por la boca y vi sus manos temblorosas alrededor de esa estrella de plástico.

—Cuando pasó el accidente me sentí muy mal, primero pensé que ya nadie nunca buscaría a mis padres, pero lo que con el tiempo me pesó fue que ese niño se quedó sin su madre... igual que yo... y alguien con una madre como ella no debía haberla perdido nunca...

Y lloré. Como el niño de ocho años que perdió a su madre y a su estrella de la suerte en una misma noche.

Dani esperó a que me calmara y luego me tendió la estrella.

—Cuando me hablaste de ella lo supe y pensé que debía dártela... pero no me he animado a hacerlo hasta ahora, a lo mejor piensas que es injusto que la tenga yo.

—No, Dani... yo te la mandé... yo... te la mandé... —susurré dándome cuenta de la profundidad de aquellas palabras.

Los dos aferramos nuestras manos alrededor del juguete de plástico y perdimos la vista en las purpurinas que danzaban en su interior.

—Cuando supe de su muerte me prometí a mí misma salir adelante por ella... porque nadie me había mirado como ella lo hizo, porque nadie había creído en mí con esa fuerza, porque sentía que de verdad se interesaba en mí y le preocupaba mi futuro...

—Y lo hacía, como lo haces tú por los niños a tu cargo.

Asintió.

—Los amo como ella me amó a mí por un día, Luca... Un amor que me salvó...

Me acerqué para abrazarla y le sequé las lágrimas.

—Dani... gracias por contarme todo esto...

Ella negó,

—Si vas a quedarte conmigo debes saber que no sé quién soy... Debes saber que no me llamo Daniela y que todo esto lo he construido en un intento de dejar de ser nadie.

—No digas eso, eres la mujer más increíble que he conocido en mi vida, Daniela... Y para mí eres todo lo que importa en este momento...

Sonrió con tristeza y me abrazó, suspiró entre mis brazos como si se sacara un peso de encima.

—¿Nunca los buscaste? —pregunté.

—No...

—¿Por qué?

—Porque tenía miedo... y cuánto más crecía más miedo tenía. Los buscaron por muchos años y nunca apareció nadie. ¿Y si me olvidaron, Luca? ¿Y si se conformaron dándome por muerta? ¿Para qué buscarlos ya? ¿Y si es verdad que me vendieron a ese hombre? Yo ya no soy aquella niña que ellos perdieron y ellos nunca han sido mi familia. Mi familia es el hogar, los niños y las mujeres que me ayudan a hacer un mundo mejor para esos pequeños, así como las que me sacaron adelante a mí.

—No me parece justo, Dani... Si tú fueras una mamá a la que le arrebatan a una hija no pararías hasta encontrarla.

—Por eso, Luca... Porque nunca llegaron a mí y me cansé de esperar...

Suspiré, pero no insistí porque comprendía que ya me había dado demasiado para esa noche. Y porque muy dentro de mí empezaba a entender sus miedos más profundos, aunque aún no tomaran forma del todo en la superficie.

La tomé de la mano y la guie hasta la mesa, le moví la silla para que se sentara y le serví un pedazo de pizza.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top