23. Ella
Me pasé la tarde mirándolo por la ventana mientras jugaba al futbol con los niños y niñas del hogar. Parecía divertirse de verdad, se convertía en un niño más y generaba hasta ternura. Pero estaba confundida, la noche anterior todavía reverberaba en mis pensamientos y comenzaba a pensar que había sido una mala idea.
—Se ve más guapo rodeado de los niños ¿no? —preguntó Julia ingresando con dos tazas de café, me pasó una, no respondí, solo suspiré.
—En qué lio me he metido —admití.
—Esto recién comienza, Dani...
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Escuché a Joaquín hablando con Ramiro, piensan pedirle a Luca que los entrene para los interescolares del pueblo.
—¿Qué?
—Sabes que quieren participar hace muchísimo tiempo... necesitaban un entrenador y creo que se lo van a pedir a Luca.
—Pero él se va a ir... podríamos pedirle a Don Carlos.
—Él entrena a los chicos de la escuela parroquial... no puede entrenar a otro equipo.
Puse los ojos en blanco.
—¿Qué haremos? —pregunté mirando a mi amiga, ella sonrió y se encogió de hombros—. ¡Ya sé! Le diré que no puedo pagarle las horas de entrenamiento.
Julia se echó a reír.
—Sí que el sexo te hizo mal, ¿eh? ¿Acaso crees que él lo haría por dinero? ¿Te parece que necesita esas migajas cuando te ha dado un montón hace un par de días?
—Ay, Julia... pero no puedo tenerlo aquí todas las tardes...
—¿No?
—¡No! —exclamé irritada—. ¡No quiero!
Julia me miró con sorpresa y puso una mano en mi hombro.
—Te has metido en un gran lio, eso sí que es verdad, amiga.
—No me ayudas —me quejé.
—¿Qué quieres que te diga? Luca es un gran hombre y no sé si por ti o por qué, pero ha decidido ayudar a los niños. Eso es bueno para ellos, llevan mucho queriendo participar de ese torneo... Si da la casualidad de que tú te has acostado con él es un problema aparte, ¿no? Tú, la reina del control, deberías poder manejarlo —zanjó con ironía.
—No me ayudas —repetí y ella sonrió.
—Iré a prepararle la merienda a los niños y a Luca —afirmó y salió sacándome la lengua antes de desaparecer.
Tomé aire y pensé en las opciones que tenía y tuve una idea que, aunque no era perfecta, podría funcionar... O eso esperaba.
Salí de mi despacho para dirigirme al comedor, pero entonces escuché voces en la sala de lectura. Miré de reojo y lo encontré sentado al lado de Inesita. Ambos dibujaban algo.
—Deberías unirte al equipo, Inesita... ¿Qué dices? Me gustaría que las niñas también participaran, pero faltas tú para completar el equipo... —decía él. Ella lo miraba y fruncía el labio como si se lo estuviera pensando, luego volvió a su dibujo.
—¿Sabes? Cuando estoy muy triste, el deporte me hace bien... me ayuda a liberar todas esas cosas que no puedo sacar de otra forma... Suelo salir a correr hasta que me duelen las piernas, a veces ese dolor hace que me olvide del otro. ¿Lo entiendes?
Miré con atención y casi me da un paro cardíaco cuando vi a la niña mirarlo y asentir. Luego perdió la vista en el crayón azul que tenía en la mano y sonrió.
—¿Eso es un sí? —preguntó Luca con entusiasmo—. Amira y Luján estarán felices de saber que te unirás al equipo.
La niña sonrió y luego le pasó la mano, como si sellara con él un trato.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza, quería atribuirlo a la sorpresa que me causaba saber que Inesita al fin se unía a un plan grupal, pero no era solo eso... era él... sus gestos, su preocupación por no dejar fuera a la niña, sus ganas de llegar a ella.
Cerré los ojos y suspiré.
Estaba perdida, lo sabía... iba a enamorarme y terminaría sufriendo mucho más que nunca. Ya hasta podía calcular el peso del dolor que partiría mi corazón en dos.
—¿Luca? —lo llamé. Ambos me miraron—. ¿Podemos hablar? Inesita, Julia ya va a servir la merienda.
La niña asintió y se puso de pie, salió de la sala sonriéndonos a ambos y yo ingresé hasta donde ella había dejado su dibujo. Lo observé, eran niños jugando al futbol.
—No sé cómo lo has logrado... No sé cómo has hecho para que aceptara jugar con las otras niñas...
—Voy a entrenar a los niños —dijo con seguridad—, para el interescolar... me lo pidieron.
—Lo sé, ya me enteré...
—Qué rápido vuelan las noticias por aquí —dijo acercándose a mí, yo retrocedí un par de pasos.
—Luca... ¿qué es lo que pretendes?
—¿Ganar la copa?
—Hablo en serio... Los niños se ilusionarán... el torneo es en dos meses, tú no vas a estar tanto tiempo aquí.
—A mí también me hace ilusión, Dani. Y puedo quedarme lo que desee... no hay nada ni nadie esperándome en la ciudad.
—¿Y tu trabajo?
—Lo puedo hacer en remoto —respondió con calma—. ¿Por qué me parece que te molesta?
—Porque no te comprendo...
—De nuevo con eso —bufó.
Lo miré a los ojos y lo apunté con mi dedo índice.
—No quiero que los decepciones, no quiero que te canses y te marches y los dejes sin su torneo... Sé que no aceptarás un pago, pero a lo mejor eso lo hace más serio.
Se echó a reír.
—¿Estás loca? No voy a aceptar un pago por entrenar a los niños... Es más, pensaba poner dinero para que puedan tener equipos y cosas así.
—No quiero que des más dinero, de eso nos encargaremos nosotras, haremos actividades para recaudar fondos o pediremos auspicios.
—Me parece bien, pero el dinero...
—No es un problema para ti —zanjé—. Lo sé, pero no quiero deberte más nada...
—No me debes nada, Dani.
—De pronto siento que no es así. No voy a seguir acostándome contigo por esto, ¿lo sabes?
Él levantó las cejas como si lo hubiese ofendido.
—¿En serio me piensas capaz de hacer esto para que te acuestes conmigo?
—No, pero... No lo sé —suspiré agotada.
—No lo necesito, Dani... No necesito comprarte...
—¿Quieres decir que me tienes cuando quieres? Mira que...
—¿Por qué todo lo entiendes mal siempre? —exclamó con enfado.
—¡No entiendo nada, eso es lo que pasa! —grité yo.
Él bufó.
—Ya me has dejado en claro que fue solo una noche... No voy a presionarte ni a buscar nada que no quieras darme, no soy esa clase de hombre. Lo que me estoy ofreciendo a hacer es por los niños, porque hoy por primera vez sentí que sirvo para algo, que alguien depende de mí, que cuentan conmigo...
Sus palabras me lastimaron porque lo había ofendido y esa no era mi intención.
—Yo...
—No, Dani... yo tampoco te entiendo... Voy a merendar con los niños —zanjó y salió de la sala.
Me llevé las manos a la cabeza porque acababa de estropearlo todo, porque no comprendía nada y porque tenía miedo... Mucho miedo.
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