19. Ella


Nunca un beso había significado tanto en mi vida. Nunca se había sentido tan perfecto y mágico, tan potente e intenso. Nos besamos por un tiempo que me pareció una vida, al principio con suavidad, pero luego con más rudeza. Su lengua y la mía parecían conocerse y haberse reencontrado después de años.

Cuando el calor comenzó a quemarnos la sangre, me tomó de la mano y se apartó para mirarme. Sus labios hinchados por el beso y sus ojos vidriosos de placer me hicieron desearlo con fuerza. No me reconocía en aquellas emociones que normalmente dominaba a la perfección y esa noche se me escapaban por los poros.

—¿Quieres que te acompañe a casa o quieres ir conmigo a mi habitación en la posada? —preguntó—. O puedo alquilar una en el hotel Paraíso.

—No necesitas gastar dinero —respondí con diversión.

—¿Qué quieres que hagamos, Dani? Por favor... dímelo.

Sonreí por sus ansías y asentí.

—Vamos a tu habitación en la posada.

Su sonrisa fue épica, me abrazó con fuerzas y me levantó entre sus brazos. Me contuve para no envolver mis piernas alrededor de su cintura porque aún estábamos en un lugar público. Me bajó y detuvo un taxi para que nos llevara.

—Estamos a solo unas cuadras —me quejé ya en el vehículo.

—Estoy ansioso —susurró en mi oído.

Con esas dos palabras me encendió en sitios que no sabía ni que existían y me revolví las manos con ansias. Él me las tomó entre las suyas y besó mis palmas.

—Haremos lo que tú quieras... ¿Está bien?

Asentí.

Llegamos a la posada y él me pidió que subiera hasta su habitación mientras él hacía no sé qué. Cuando llegué, me senté en la cama y traté de serenarme y pensar lo que estaba a punto de hacer.

Y ni aun así logré encontrar un solo motivo por el cual no debería quedarme allí con él esa noche.

Era una mujer adulta y libre, y él se iría de nuevo, así que no íbamos a tener nada a largo plazo que complicara mi vida. ¿Cuál podría ser el problema?

Ingresó y me observó cuando cerró la puerta.

—¿Te has arrepentido? Mira que puedo llevarte a casa cuando quieras, o si quieres podemos hablar hasta el amanecer...

Sus palabras solo hacían que tuviera más ganas, así que negué.

—No me he arrepentido, solo... intento convencerme de que no hay nada malo en esto —nos señalé a ambos.

—¿Por qué habría algo malo? Somos dos personas adultas que sienten atracción, ¿no?

Asentí.

Se acercó y me dio la mano para que me pusiera de pie, me abrazó.

Ese gesto no tenía ninguna intención de ser nada más que un abrazo, por lo que me relajé entre sus brazos.

—Me gusta mucho abrazarte, Dani —susurró.

—A mí también me gusta abrazarte —admití.

—Me sorprendiste mucho la primera vez... pero me gustó tanto... se sintió tan...

—Cómodo... —complete.

—Sí, eso...

Entonces acarició mi rostro con dulzura y se acercó para besarme. Nos dejamos ir en un nuevo beso mientras mis dudas se esfumaban entre las olas de deseo que atormentaban mi cuerpo.

Con suavidad buscó la cremallera de mi vestido y la tomó entre sus dedos, esperó a que le dijera algo, pero lo único que atiné a hacer fue mordisquear su jugoso labio inferior. Él comprendió mi pedido y desprendió con cuidado y destreza el vestido dejándolo caer. Me encantó la sensación de la tela acariciando mi piel antes de acabar en el suelo.

Luca se apartó para sacarse la camiseta y yo no tardé en acariciar su torso para sentir su piel entre mis dedos. Me empujó con suavidad hasta la cama y nos dejamos caer en ella. Busqué el cinturón de su pantalón y se lo desprendí. Él se lo sacó y volvimos a abrazarnos acostados y con la piel casi desnuda.

Sentí su excitación apretando mi cuerpo y me gustó. Lo envolví con mis piernas para que el abrazo fuera aún más profundo. Era una sensación de deseo que no había sentido antes, unas ganas enormes de ser uno con él de una vez por todas porque ya me sentía parte de él cada vez que me abrazaba.

—Me encanta como hueles —susurró en mi oído y me mordisqueó el lóbulo de la oreja—. Eres preciosa.

Me dejé llevar y olvidé todas las trabas mentales que alguna vez me puse a mí misma. Dejé ir los miedos y los tabúes para que mi deseo tomara el control. Lo busqué con mis manos, acaricié cada rincón de su cuerpo y fui descubriendo todas sus líneas con el fin de guardar en mi memoria aquella noche que ya sabía que sería inolvidable.

De un momento a otro éramos todo caricias y deseo. Sus besos calientes recorrieron mi piel y la marcaron con fuego puro, sus manos traviesas me despojaron de la poca ropa que me quedaba y yo no sentí ninguna clase de pudor cuando él se dedicó a observarme.

—Si fuera un artista plástico me gustaría dibujarte así o hacer una escultura de tu cuerpo desnudo —dijo recostándose por su brazo para mirarme.

—Normalmente no me gusta que me miren... y ahora... lo estoy disfrutando —admití con sinceridad, él sonrió.

—Podría mirarte eternamente —comentó mientras su dedo índice hacía dibujos en mi piel—. Quiero memorizarte... eres perfecta.

—Estoy segura de que puedes conseguir mujeres mucho más hermosas que yo —susurré insegura.

Él me miró a los ojos.

—La belleza que tú tienes es única, Daniela... y todavía no me creo que estés aquí en mi cama.

—Ni yo —respondí con diversión. Él me miró con duda—. Quiero estar aquí, no te preocupes —afirmé.

Siguió mirándome un rato más hasta que volví a hablar.

—Desnúdate, vamos...

Se puso de pie y se sacó la última prenda que le quedaba. También lo miré de arriba abajo, también quería memorizarlo.

Se acostó a mi lado y yo busqué acariciarlo directamente allí donde su deseo parecía querer explotar. Él gimió, pero un rato después me apartó la mano.

—No tan rápido, señorita —bromeó.

Entonces procedió a besarme de nuevo, y luego bajó sus labios por mi cuello, mi clavícula y mis pechos hasta agarrar uno de mis pezones entre sus dientes y comenzar una tortura que casi me hizo enloquecer.

Esa noche la recordaría por siempre porque, aunque no era mi primera vez, fue como si lo fuera. Si todos pudiéramos elegir cómo nos gustaría que fuera nuestro despertar sexual, yo sin duda elegiría esa noche. Luca fue dulce, gentil y suave, pero también fue fogoso, salvaje y brusco. Supo despertar partes de mí que no sabía que podían cobrar vida y me hizo desear cosas que jamás había imaginado.

Hasta esa noche pensaba que yo no era muy normal, que algo me faltaba en lo concerniente al ámbito sexual. Siempre asumí que tenía que ver con mi pasado, pero aquella noche comprendí que no había nada malo en mí. Que no es que no sintiera deseo, que no es que fuera una persona fría, que no es que el sexo me diera igual. Solo no había estado con el hombre indicado hasta ese entonces, no había estado con alguien que conectara conmigo de la manera en que Luca lograba hacerlo.

Eso sí, siempre he creído que, en mi caso, para que el sexo fuera placentero de verdad, debía haber una conexión más que carnal con la otra persona, y por eso, aquello lo sentía tan intenso, porque esa noche llegué a pensar que Luca y yo conectábamos a tantos niveles, que lo único que nos faltaba probar, era tenerlo en mí.

Cuando finalmente lo hizo, cuando se adentró en mi cuerpo, tuve claro que aquello era lo más intenso que viviría en toda mi vida en lo que respectaba al sexo. Supe que no habría nadie en el mundo que me podría hacer sentir como me sentía en ese instante, por eso cuando comenzó a moverse mientras mi nombre salía de sus labios, olvidé todo lo que no fuéramos él y yo en esa noche mágica en la que por primera vez tuve a las estrellas entre mis manos y las sentí brillar en mi propia piel.

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