16. Él


Llegué a la posada y luego de tomar un baño y dormir al menos un par de horas me dispuse a encender mis dispositivos. Como si no le hubiese avisado a Meli de mis planes, tenía casi diez llamadas perdidas suyas y dos emails. Lo único que preguntaba era si me había vuelto loco y por qué le había dado ese dinero a la directora del hogar.

Sonreí y respondí con un mensaje de texto avisándole que estaba de regreso por la posada y que todo estaba en orden, que no se preocupara.

Entonces vi que había un mensaje de mi padre preguntándome cómo estaba. Le respondí que estaba bien y que estaba descansando.

Pero lo que más me agradó fue ver su nombre entre mis notificaciones.

«No entiendo nada, Luca... ¿Qué significa esto?».

Era una imagen de la transferencia recibida en su cuenta.

«No puedo aceptar algo así, Luca... Esto no es algo personal... no tenías que hacerlo así...».

«¿Por qué no respondes? ¿Estás bien?».

Me gustó que se preocupara por mí, o no sé si en verdad lo hacía, pero decidí creer que sí y le respondí.

«Me tomé unos días para recorrer la isla, ya estoy de regreso... No llevé el celular... ¿Cómo va todo? ¿Cuándo empieza la obra?».

No tardó en llegarme su respuesta.

«Aún no he empezado nada porque no comprendo lo del dinero».

«Soy adulto, Daniela, puedo hacer con mi dinero lo que me venga en gana». Respondí

«Es mucho dinero, Luca... Muchísimo para una sola persona».

«Mucho o poco es subjetivo... ¿no lo crees? Para algunas personas cuidar de tres niños sería una locura, tú cuidas de muchos más y te parecen pocos...».

Tardó en responder, pero yo sonreí. Sabía que había acertado con el comentario.

«No te entiendo y me desespera... No me gusta no entender las cosas».

«No te preocupes, la mayor parte del tiempo tampoco me entiendo». Bromeé.

No respondió enseguida, así que le volví a escribir.

«Deja de preocuparte por el dinero, Dani... No es un problema para mí».

«Ha de ser divertido poder decir algo como eso». Respondió ella.

«Más divertido sería que salgamos a cenar esta noche, ¿no? ¿Te apetece?». Me animé a decirle.

Tardó en responder, aunque a mí me salía que estaba escribiendo. Me imaginé que en un mensaje larguísimo iba a decirme un millón de motivos por los cuales aquella era una pésima idea.

«Iba a decirte que no, pero no puedo quedarme con las ganas de entenderte mejor».

«Cuando lo logres, por favor explícamelo... ¿Dónde y a qué hora? Tú eres la que conoce este sitio».

«A las nueve en el restaurante del hotel Paraíso, ¿te viene bien?».

«Nos vemos por allí».

No podía creer que la volvería a ver, que la había invitado a salir y que ella había aceptado. Me di un baño caliente, me puse una bermuda y una camisa blanca, subí a la bicicleta y me encaminé al sitio en el que habíamos quedado.

Llegué temprano para elegir la mejor mesa y la esperé en un lugar de la terraza exterior con una hermosa vista hacia la playa.

Ella llegó puntual. Iba enfundada en un vestido rosa pálido que le quedaba perfecto, su cabello largo con mechas azules contrastaba haciéndome recordar el cielo en un amanecer. Sonreí y me puse de pie.

—Estás hermosa —dije sin pensarlo. Ella levantó las cejas, confundida, pero acabó por sonreír.

—¿Gracias?

Se sentó y por uno instantes crepitó entre nosotros una incomodidad bastante palpable.

—Así que has venido para entenderme —bromeé a modo de romper el hielo.

—Me gustaría —respondió con diversión.

El mozo se acercó y nos dejó el menú sobre el cual comentamos un rato hasta que hicimos nuestros pedidos y el silencio volvió a enredarnos.

—Es un lugar hermoso —admití.

—Sí, tiene buenas vistas... ¿Qué has hecho estos días?

—Surfear, caminar descalzo por la arena, tomar un poco de sol, probar comida típica y encerrarme unos días en una cabaña en la parte más solitaria de la isla.

—Ese sitio es hermoso... —añadió.

—¿Lo conoces?

—¿Estás loco? No podría pagar ni una silla en esas cabañas —respondió bromeando—, pero he visto fotos publicitarias del hotel y he oído comentario de los turistas.

—La verdad que es fantástico, sí...

—Y hablando de dinero —apuntó mientras mojaba en salsa de queso un pan que nos había traído el mozo hacía unos minutos—. ¿Me lo vas a explicar de una vez?

—No sé qué es lo que quieres que te explique, Daniela. Esa es mi cuenta personal, donde tengo ahorro y dinero para inversiones... Considero que tu proyecto es lo suficientemente interesante como para invertir en él.

—¿Y qué te redituará a ti? —preguntó confusa—. No es una empresa, Luca... No da ganancias.

—Lo sé, no soy tan tonto —respondí—. Pero las retribuciones no siempre son monetarias, ¿no? Tú deberías saberlo mejor que nadie...

—Y lo sé, pero no comprendo que...

—¿Qué un chico que nació y creció en cuna de oro sea capaz de ver que hay cosas más valiosas que el dinero? —interrumpí.

Ella puso los ojos en blanco.

—No dije eso...

—No, pero sé que lo has pensado...

—No, al menos no así...

—¿Cómo entonces? —pregunté divertido.

—Admito que hubo instantes en los que creí que al ser alguien que nunca tuvo necesidades no eras capaz de comprender las de los demás, pero solo pensé de esa manera cuando estaba enfadada por tus reacciones... Sé que no eres así, puedo ver algo más...

—¿Algo más? —pregunté con curiosidad.

—Sí...

—¿Qué?

—Dolor —respondió con sinceridad—. Puedo ver sufrimiento... No eres una persona sin sentimientos, solo tratas de esconderlos para protegerte.

—¡Wow! —exclamé incapaz de evitar sentirme un poco desnudo ante aquella afirmación que guardaba mucho de verdad, pero que no pensaba admitirlo así tan a la ligera—. ¿Eres vidente?

—No, solo soy alguien que sabe leer a los demás... Me dedico a eso, ¿sabes? A tratar de descifrar lo que los niños llevan por dentro y no pueden decirlo con palabras.

—Yo no soy un niño —respondí a la defensiva.

—En el fondo, todos somos niños disfrazados de adultos —comentó con calma y una sonrisa dulce—. No quiero ofenderte, Luca... esa no es mi intención.

—Lo sé... perdona...

—No hay nada qué perdonar... Escucha, lo único que no quiero es que tengas problemas por mi culpa. Si ese dinero ha salido de tu bolsillo no es parte de la fundación, es una donación tuya... Tienes que decirme lo que quieres a cambio, una placa... un agradecimiento público... lo que tú digas... Ponle si quieres el nombre al pabellón.

—Lo único que quiero es que levantes ese pabellón y que contrates a más personas que puedan ayudarte a llevar a cabo tu labor, si necesitas más solo tienes que pedirme.

—Es suficiente... más que suficiente... Pero ¿en serio no quieres nada a cambio? ¿Lo has hablado con tu padre? ¿Está de acuerdo?

—Hace mucho que soy yo quien decido lo que hago con mi dinero, Dani. Trabajo en sus empresas, pero el dinero que tengo me lo he ganado por mí mismo, no me lo ha dado él como una especie de mesada.

Ella sonrió.

—Te ofendes por todo a cada rato —añadió—. Nunca he dicho que te regalaran el dinero, Luca... Solo quiero que tengas claro que estoy agradecida...

—Entonces solo di gracias, y ya...

—Gracias... —respondió en el instante que el mozo se acercó a servirnos—. ¿Y ya?

—Y ya —asentí—. Gracias a ti...

—¿A mí?

—Sí... —admití—. Me gustó ver el entusiasmo con el que hablaste de tu proyecto... me hizo creer en algo... me hizo sentir vivo...

Ella me miró con curiosidad y sorpresa.

—Hace mucho que no sueño... que no tengo un proyecto, que no le hecho toda esa emoción a una idea —admití—, y me ha hecho bien poder ayudarte a cumplir el tuyo... Si el dinero salió de mi cuenta es porque para dártelo por la fundación tendría que pasar por todo un proceso burocrático que llevaría muchísimo tiempo, imagino que lo sabes... No quería hacerte pasar por todo eso, quería que lo comenzaras ya... Cuando llegue a la ciudad le explicaré todo a mi padre y si él desea sumarse, podrás recibir incluso más fondos.

—¿Y si se enfada contigo?

—No lo hará... —asentí con seguridad—. Es una buena persona... Además, ese era el sueño de mi madre, ¿no? Que la casa albergara a más niños...

—Sí... lo era —admitió y entonces me encogí de hombros.

—Así que olvida el dinero y alcanza ese sueño que hace que los ojos te brillen como si fueran dos estrellas.

Ella sonrió, sonrió de verdad.

—Me dan ganas de abrazarte de nuevo —admitió y vi el ligero rubor que cubrió sus mejillas.

—Pues a lo mejor te dejo hacerlo más tarde —prometí guiñándole un ojo.

Ella negó con diversión y el resto de la velada hablamos de música y comidas típicas de la región.

El nuevo Luca es un solsito tierno.

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