15. Ella

Llevaba unos días difíciles, no podía concentrarme porque no lograba sacar de mi cabeza a Luca. No comprendía nada y todo se me enrollaba en la mente sin que pudiera ordenar mis ideas. El dinero lo había recibido en mi cuenta y no en el de la fundación, y lo peor era que el dinero provenía de su cuenta y no de la fundación ni de la empresa de su padre. ¿Qué significaba eso?

Odiaba no poder buscarlo y preguntarle.

Además, estaba el dibujo de Inesita, ella y él de la mano.

Y ni qué decir de los sueños que había tenido sobre él y yo abrazándonos como aquel día en mi despacho.

Quería verlo, preguntarle todo...

Y luego me asustaba y deseaba no volverlo a ver... porque aquello era incierto y yo odiaba lo que no podía controlar.

—¿Lo extrañas? —preguntó Julia una mañana mientras recogíamos el desayuno. Los niños no tenían clases ese día porque era feriado, así que yo estaba bastante relajada.

—No lo sé —respondí con sinceridad—. ¿Por qué debería extrañarlo? No tiene sentido.

—Hay muchísimas cosas en esta vida que no tienen sentido y aun así suceden —afirmó ella.

Negué y puse los ojos en blanco.

—Solo quiero comprender algunas cosas, encontrar las respuestas que me faltan. Las piezas del rompecabezas que se me han escapado. ¿Por qué? ¿Por qué lo hizo?

—Te lo dijo, porque ha creído en tu proyecto y porque cree que los niños te necesitan.

—No puede ser tan sencillo, no cuando unas horas antes parecía aborrecer estar en este sitio.

Julia me tomó de la mano.

—Tú misma has dicho que él parecía uno de los nuestros, Dani. ¿No te has planteado que la muerte de su madre lo ha convertido en un huérfano al igual que cualquier niño de aquí?

—Pero él tenía a su padre, a su familia...

—¿Cuántos de estos niños tienen familia? —inquirió—. Varios... ¿no? Pero no se hacen cargo...

—No tiene sentido —susurré y luego la miré—. En fin, iré a mi despacho a ordenar algunos papeles mientras los niños juegan.

—Está bien... Nos vemos más tarde, Dani...

Me puse en pie para salir y ella volvió a llamarme.

—¿Y si le escribes?

—No ha respondido, ya lo he hecho.

Julia sonrió.

—Entonces olvida todo y acepta el dinero como un regalo del cielo... A lo mejor es el deseo de su madre...

—Eso tiene más sentido, me gusta —afirmé y seguí mi camino.

Esa tarde decidí ir a dar una vuelta por el centro, necesitaba un poco de espacio para respirar y pensar. Los niños estaban bien cuidados pues tenían una tarde de películas y palomitas con las chicas. Salí temprano con la idea de caminar un rato por la playa y escuchar música, me gustaba perderme un poco en mis melodías favoritas.

Cerca de las cuatro de la tarde me senté en uno de los bancos y observé a la gente disfrutar de una tarde de verano.

Me gustaba mirar a las personas e imaginarme sus vidas, esa zona era muy concurrida por turistas y era divertido ver a las personas disfrutar de las vacaciones. Los niños lo veían todo como si fuera nuevo y los adultos a su alrededor descansaban o disfrutaban de la distensión del momento.

Yo nunca había salido de vacaciones, nunca había salido de la isla. O... bueno... al menos desde que había llegado a ella. Era mi lugar en el mundo, mi refugio, el lugar en donde yo era quien había elegido ser y me sentía a gusto. Pero a veces, cuando el mundo me parecía un poco confuso, me gustaba imaginar otros caminos.

Siempre he pensado que las personas podemos ser muy distintas en uno u otro lugar. Mis amigas del hogar, las que viajaron y fueron a buscar suerte en otros sitios, siempre decían que recién cuando conocieran el mundo o vivieran la vida fuera de la isla sabrían en realidad quiénes eran. Yo no las comprendía, ¿qué necesidad había de ir a probar afuera si uno era feliz en donde estaba? A lo mejor ellas no eran felices, a lo mejor yo me contentaba con menos.

A lo mejor tenía miedo.

Eso me solía decir Nadia, que el día que aceptara que me quedaba por miedo era el día que lograría sentirme libre al fin.

¿Y si tenía razón? ¿Y si se trataba de eso?

Suspiré. Odiaba dudar de mí misma porque yo era lo único certero que tenía en mi vida, pero había momentos en los que toda la estructura que con tanto esfuerzo había construido parecía tambalearse. Supongo que era el problema de los cimientos.

Cuando contraté un arquitecto para que me preparara los planos para la ampliación de la casa Azul, me explicó la importancia de los cimientos, de que tenían que ser firmes y resistentes para sostener la construcción... Siempre me puse a pensar cuáles eran los míos o de qué estaban hechos. Yo había construido mi vida como un constructor construye una casa, con los ladrillos que había recibido, con lo que tenía para hacerlo. ¿Pero cuáles habían sido los cimientos si yo no lograba recordar nada?

Odiaba perder el control, sentir que no sabía nada de mí, que todo lo que pensaba podrían ser solo inventos míos para tratar de sobrevivir, que a lo mejor no era quién pensaba que era...

—¡Dani! —La voz de Juana que se acercaba junto a mí con una canasta me sacó de mis pensamientos.

—Hola, Juana. ¿Cómo estás?

—Bien, cariño, te vi desde el restaurante y pensé que a lo mejor te gustaría uno de esos bocadillos de fresa que tanto te gustan.

—Ay, Juana... Gracias —sonreí y la abracé. Ella me pasó los bocadillos y se sentó a mi lado.

—¿Y Luca? —preguntó—. ¿Ya se ha marchado?

—No tengo idea, creo que debe andar aún por aquí, pero no lo he visto desde hace días, cuando acabó los trámites por la fundación.

—Es increíble lo parecido que es a su madre, cuando lo vi fue como si la viera a ella... solo que le falta la alegría que ella siempre contagiaba... aunque no creo que tú la recuerdes mucho —afirmó mirándome.

—La recuerdo bastante —sonreí—, aunque era pequeña...

—Lo sé, cariño... Pero parece que a él no le gusta hablar de su madre.

—Supongo que le duele, Juana... Todos tenemos algo de lo que preferimos no hablar.

—Es cierto, cariño, es cierto... ¿Qué haces por aquí tan solita?

—He venido a respirar un poco de aire de mar —respondí.

—Está bien, a veces es necesario hacer una pausa y tú nunca descansas, mi niña. Deberías tomarte unos días.

—¿Sí? ¿Y quién haría mi trabajo, Juana? —pregunté divertida.

—Cualquiera de las chicas de la fundación, todas quieren a los niños tanto como tú —respondió con naturalidad—. ¿Sabes? Yo solía ser así antes, pensaba que era indispensable en mi puesto de trabajo y que si yo no estaba las cosas no iban a funcionar... hasta que perdí a José —suspiró.

La miré y le vi perder la vista en el horizonte recordando a su esposo.

—Cuando cocinas una receta debes seguir al pie de la letra las instrucciones, no puedes cambiar las medidas a tu gusto porque entonces corres el riesgo de arruinar los resultados —dijo y yo asentí.

—No sé mucho de cocina, pero creo que eso entiendo...

—Así también es la vida, cariño, está compuesta de distintos ingredientes y a veces no nos damos cuenta y ponemos más de uno que de otro... Nos volcamos en el trabajo y dejamos de lado a nuestros seres queridos o a nosotros mismos...

—Mis seres queridos son mis niños y las chicas que me ayudan en la fundación —respondí, ella me miró con ternura.

—Esos niños crecerán y volarán, las chicas irán haciendo sus vidas... ¿Y tú? No digo que dejes la escuela ni a los niños, solo digo que no te dejes de lado a ti misma, Daniela... Eres muy solitaria...

Sonreí con tristeza.

—Estoy acostumbrada a la soledad, Juana.

Ella me tomó de la mano con un cariño maternal que siempre me hacía bien y me resultaba reconfortante.

—Pues yo creo que te vendría bien compartirla con alguien.

Se puso en pie y volvió a su restaurante mientras yo me quedé pensando en su concepto de compañía. Compartir la soledad era algo que sonaba interesante, al final, todos estamos un poco solos en el mundo, ¿no?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top