12. Él


*Prepárense porque este capítulo es muy bonito.*

Me desperté antes de que amaneciera, la noche anterior me había tomado una pastilla para dormir porque no quería pensar en nada y lo único que necesitaba era que el día se acabara. Decidí vestir algo informal y deportivo y salí en busca de una de las bicicletas dispuestas en la posada para los turistas.

—¿Es peligroso? —pregunté al conserje—. ¿Puedo ir a andar por la playa a estas horas?

—Este sitio es muy seguro —explicó—, puede salir con tranquilidad.

Asentí y subí a la bici, me encaminé hacia la playa y bajé a donde la arena permitía andar con tranquilidad. Aspiré el aire fresco y limpio de la isla y dejé mi mente en blanco mientras mi cuerpo se cansaba.

Cuando el sol comenzó a asomarse me detuve y me senté en la arena, me gustaba el amanecer con sus colores mágicos, pero allí en ese sitio parecía aún más increíble. De pronto un pensamiento asomó sin permiso e imaginé a mi madre en esas aguas. Su cuerpo desintegrado en algún lugar del fondo del mar. Me pregunté si habría sufrido, si habría muerto antes de caer o después. Lo había pensado un millón de veces, pero nunca frente al sitio en el cual desapareció.

El agua llegó entonces hasta mis pies y un escalofrío se me subió por el cuerpo. No sabía si era el frío de la mañana o algo más, pero me quedé allí hasta que sentí que mi cuerpo comenzó a temblar. El sudor tras el ejercicio se había vuelto frío y se me pegaba a la piel.

Entonces fijé mi vista en el sol que arrancaba su día y dejé pasar los minutos mientras observaba al cielo colorearse de magia. Sentí el calor devolviéndome a la vida y mi respiración regresando a la calma.

Me puse de pie y volví a subirme a la bici. Primero pensé en ir a la posada y darme un baño antes de que Daniela viniera a buscarme, pero decidí que cuanto antes acabáramos con aquello sería mejor, así que me encaminé a la casa Azul.

Dejé la bici en frente y subí los escalones de la entrada. La puerta estaba abierta así que ingresé, caminé por los pasillos que me había mostrado Daniela el día anterior, pero entonces fui consciente de una placa que había en una de las paredes en medio de dos fotos. Estaba seguro de que ayer no habíamos pasado por allí porque sino las habría visto. Me acerqué a leer lo que ponía en la placa.

«Somos el sueño de Laura y Luz, las mujeres que nos cuidaron y nos quisieron incluso antes de conocernos. Sus corazones tan grandes pusieron los cimientos de este hogar. Ellas querían un mundo mejor en el que a los niños de la isla no les faltara nada. Ellas nos soñaron y nos hicieron realidad, por ellas debemos seguir soñando. Nuestros corazones estarán por siempre agradecidos y las abrazan en la eternidad».

Observé las imágenes de mi madre y mi tía con sus sonrisas brillantes y parecidas. Había una foto más sobre la placa, una donde estaban ellas con los niños de la primera casa Azul. Mamá tenía en brazos a un niño cuya cara estaba escondida en su cuello, la tía Laura tenía en los suyos a un bebé pequeño que tenía un moño rosado y las manos en la boca. Los demás niños se ubicaban alrededor de ellas con sonrisas mucho más felices de las que recordaba en las fotos que ellas me habían mostrado.

Escuché sonidos y me giré, una pequeña niña me observaba con los ojos color miel más grandes que había visto en mi vida.

—Hola —saludé.

No respondió.

Me agaché para quedar a su altura y le regalé una sonrisa. No tengo idea de por qué lo hice, solo me nació. Ella me devolvió la sonrisa y se acercó, me pasó la mano y se la di. Entonces me guio hacía el otro lado del pasillo, y yo, sin comprender muy bien por qué, la seguí.

Las voces llegaron claras a mí cuando estábamos a mitad de un pasillo que terminaba en una puerta abierta.

—Es un chico mimado, de esos que tienen tanto que no son capaces de comprender que no todo el mundo corre con la misma suerte —decía una voz femenina.

—Pero es guapísimo —contestó otra voz.

Me detuve con ganas de seguir escuchando, pero la pequeña volteó a mirarme con los ojos cargados de duda. Me llevé una mano a los labios y le dije que hiciera silencio, la niña sonrió con complicidad.

—No parece mala persona, solo... parece uno de nosotros... —Era la voz de Daniela, eso lo tenía claro.

—¿Uno de nosotros? —preguntó una de sus interlocutoras con tono de incredulidad.

—Sí, tiene en los ojos el mismo dolor que los niños del hogar —añadió.

—No digas tonterías —reclamó una de ellas—. Oigan, Inesita ya debería haber vuelto del baño.

La niña pequeña me estiró de la mano de nuevo y asentí. Caminamos hasta la puerta y entonces nos quedamos allí.

—¿Inés? —preguntó una de las chicas mirando de la niña hacia mí.

—¿Luca? —cuestionó Daniela desde la mesa en la que estaba desayunando—. ¿Qué haces aquí?

Su mirada de sorpresa iba también de la niña hacia mí.

—Me la encontré en el pasillo... —dije y me encogí de hombros—, o ella me encontró a mí... Me guio hasta aquí.

—¿Te tomó de la mano? —preguntó Daniela confundida y yo asentí.

La pequeña me soltó y corrió hasta un sitio en la mesa al lado de otros niños y una de las muchachas le comenzó a servir cereales.

—¿Quieres desayunar? —preguntó otra de las chicas— No te esperábamos, pero siempre tenemos listo un plato más por cualquier cosa. Mi nombre es Julia y tú debes ser Luca.

Asentí y la seguí hasta la mesa en la que Daniela estaba sentada en la cabecera junto con otras dos chicas que se presentaron como Carmen y Sandra. Me sirvieron café, tostadas, dulces y leche y comenzaron a preguntarle a los niños sobre qué habían soñado.

Daniela clavó sus ojos en mí como si quisiera saber qué era lo que hacía yo en ese sitio, pero no pregunto nada, al menos no hasta que acabamos de desayunar y los niños se dispusieron a ir a sus habitaciones para prepararse para la escuela.

—No te preocupes, nosotras nos encargamos —le dijo Julia a Daniela y ella asintió.

—Vamos... —me pidió entonces y la seguí hasta su despacho.

Una vez allí me senté y ella me observó con seriedad.

—Iba a ir a buscarte a la hora que quedamos.

—Lo sé, pero salí de madrugada a andar en bicicleta por la playa y luego me desvié hacia aquí.

—Así que andas en bicicleta...

—Dicen que uno nunca lo olvida —respondí—. ¿Por qué no me mostraste la foto de mi madre y mi tía que está en uno de los pasillos? —pregunté.

—No pensé que fuera un buen momento para hacerlo ayer... —respondió con aplomo—. ¿Inesita te tomó de la mano por su cuenta?

—Sí, me miró, le saludé, no me habló, me agaché y me tomó de la mano para guiarme hasta el comedor.

—Ella... ella no acepta que nadie que no sea yo la tome de la mano o la cargue... —explicó.

Levanté las cejas confundido.

—Me sonrió y me tomó de la mano —repetí.

—¿Te sonrió? ¿Estás seguro? —preguntó de nuevo.

—Sí, sé reconocer cuando alguien sonríe, Daniela.

—Es que... —suspiró y se recostó por el respaldo de su silla—. Casi no sonríe... creo que puedo contar sus sonrisas con los dedos de una mano desde que llegó aquí...

—¿No habla?

Negó.

—No... pero no es porque no pueda, sino porque no quiere...

—¿No? ¿Por qué? —pregunté curioso.

Daniela me observó con cautela y se volvió a incorporar en su silla.

—Su padre mató a su madre frente a ella —dijo sin filtro alguno. Mis ojos se abrieron con sorpresa—. Luego se quitó la vida... La encontraron escondida bajo la cama con la mano de su madre fallecida entre las suyas. Estaba en estado de shock... no ha hablado desde ese día.

—Dios mío... es... es tan pequeña —dije con el corazón apretujado por un dolor que no podía explicar.

Daniela asintió.

—Es sumamente inteligente, los psicólogos que la evaluaron creen que incluso supera la media para su edad, pero no habla ni interactúa con nadie que no sea yo. Lo único que le gusta es dibujar, pero no juega ni participa de ninguna actividad grupal...

No respondí, no sabía qué decir ante una historia tan desoladora. Nos quedamos en silencio, no sé en qué pensaba ella, pero yo no podía apartar de mi mente los ojos miel de esa pequeña niña que me había tomado de la mano y me había guiado hasta el comedor.

—Bueno —dijo Daniela volviendo en sí y abrió un cajón de su escritorio—. Ya que deseas acabar con esto lo más pronto posible, tanto que incluso te has adelantado a nuestra reunión...

—No... no es eso...

—Voy a ser clara contigo —interrumpió y colocó una carpeta sobre la mesa—. Me he pasado horas analizando cómo decirle esto a Sonia o a Ana, contemplé todas y cada una de las posibles variables, intenté adivinar sus posibles respuestas o preguntas... pero como no están aquí y a ti no te conozco, te lo diré sin darle más vueltas...

—Te escucho —respondí de pronto más despierto. Era como si una luz la envolviera por completo y yo no podía dejar de mirarla.

—Esta casa es el sueño de tu madre y de tu tía. Estoy segura de que conoces la historia de ellas y su amiga de la infancia, la pequeña Sara...

Negué... no había escuchado nunca esa historia. Daniela me miró confusa.

—Sara y sus padres habían llegado a la isla cuando Laura tenía diez años y Luz doce —explicó—, Sara era una niña china abandonada en las calles en la época en la que en China estaba vigente la ley de un solo hijo. Supongo que sabes que las niñas no eran las favoritas de los padres y muchas veces las abandonaban a su suerte.

Asentí y esperé a que siguiera.

—Ella les contó su historia a tu tía y a tu madre, que no tenían idea de que el mundo pudiera ser tan cruel. Al principio, las tres decidieron que cuando fueran grandes crearían un hogar para las niñas chinas, pero con el tiempo y la llegada de la adolescencia y sus cambios, el sueño fue pasando a un segundo plano hasta quedar un poco olvidado. Cuando acabaron la escuela cada una de ellas tomó un camino distinto: Sara fue a estudiar afuera, tu madre conoció a tu padre y salió de la isla, tu tía hizo lo mismo un par de años después para ir a estudiar a la capital, aunque sé que siempre fueron muy atentas con las causas sociales.

—¿Cómo sabes todo eso? —pregunté contrariado.

—Porque es la historia de este lugar, Luca —respondió como si fuera algo obvio—. Muchos años después, cuando los padres de Sara fallecieron, ella regresó para encargarse de la casa Azul, que era parte de su herencia, y coincidió con una de las vacaciones que a tu madre y a tu tía les gustaba hacer por aquí. Se encontraron y recordaron aquellas épocas en las que soñaban con un mundo mejor. Laura y Luz se dieron cuenta de que el sueño podía hacerse realidad porque tenían los recursos para hacerlo, Sara les dijo que ella les donaría la casa Azul, pero que no se involucraría más allá de eso porque su vida estaba muy lejos de esta isla.

—Oh... —No podía decir nada más, me sentía un extraño en mi propia vida.

—Tu padre puso los recursos económicos y auspició el arreglo del hogar y aquel sueño lejano comenzó a tomar forma. El hogar fue creado para albergar niños huérfanos o abandonados, pero también acogemos a chicos que han sido apartados de sus padres por motivos legales. Cuando todo comenzó éramos diez, pero el sueño de tu madre era que...

—Fueran al menos cincuenta... —añadí—, eso sí que lo sé porque se lo escuché a alguien alguna vez...

—Así es... pero luego de... del accidente... La fundación tuvo nuevas cabezas y el rumbo se fue perdiendo... No digo que esté mal, no... pero lo que al principio era la escuela para los niños del hogar comenzó a aceptar niños de escasos recursos que venían de afuera. La escuela empezó a crecer y pasó a ser prioridad... Toda la inversión que recibimos debe ser repartida en mejorar la escuela y mantener el hogar.

—Comprendo... Mi padre pensó que la escuela daría a los niños de la isla una mejor preparación para el crecimiento del pueblo en sí...

—Claro, y es válido. La escuela funciona a la perfección y nuestros egresados tienen un buen nivel educativo... pero...

—¿Pero?

—Pero a veces tenemos que decir que ya no podemos acoger a más niños en el hogar...

—¿Y a dónde van?

—A otros sitios en otras ciudades... no digo que esté mal, solo... solo... —suspiró—. Quiero poder ayudar a más niños... Sé que existen otros hogares donde los niños están bien también, pero los que están aquí son... son como mis hijos —dijo y los ojos se le cargaron de lágrimas—, siempre los he sentido así... ¿Qué es lo que quieren los padres para sus hijos?

Me encogí de hombros. No sabía qué responder porque no era padre ni me lo había planteado, pero más porque sentía una intensidad tan abrumadora envolviéndonos que no encontraba palabras para expresarme. Estaba absorto en ella, en sus ideas, en sus proyectos y en ese mundo que podía ver con solo mirar en sus ojos.

—No se trata solo de que no les falte nada físico, como ropa, juguetes, educación y demás... también desean lo mejor para ellos, como personas... Los padres quieren que sus hijos sean felices, que puedan realizarse como seres humanos, que sean capaces de enfrentar a la vida con sus claroscuros... ¿No?

—Supongo...

—Eso es lo que yo quiero para ellos. No me basta con que tengan comida o un techo, no me resulta suficiente que no sientan frío en las noches o que tengan un regalo de cumpleaños... Quiero que sean felices, Luca, porque la vida los ha golpeado a tal punto que algunos ya no creen que eso pueda ser posible, algunos, como Inés, han perdido la voz, la sonrisa... o lo que es mucho peor, las esperanzas... Y eso no lo puedo permitir, Luca. ¿Y sabes por qué?

Negué.

Ella hizo silencio y clavó su mirada tan en el fondo de mi alma, que sentí como si pudiera leerme, entenderme, escucharme.

—Porque si alguien no hubiese luchado por mí yo no estaría aquí ahora, Luca...

Asentí inmerso en sus emociones.

—Lo que necesito es el dinero para ampliar la casa Azul para albergar a diez niños más... Un pabellón nuevo...

Volví a asentir.

—Ya lo he planteado antes, pero Sonia y Ana me decían que por el momento eso era demasiado...

—¿Cuánto dinero necesitas? —pregunté.

Abrió la carpeta que tenía frente y me mostró todo el proyecto, planos y números incluidos. Me enfoqué solo en el presupuesto y asentí

—¿Qué significa eso? —preguntó.

—Lo tendrás en la cuenta a más tardar el lunes que viene.

—¿Cómo?

—¿No has escuchado? —pregunté con diversión.

—¿Por qué? —inquirió confusa.

—¿Por qué qué?

—Yo... Pensé que... ¿Acaso es tu manera de pedirme que te deje en paz? ¿Es eso?

Negué.

—Oye... qué interpretación tan extraña de los hechos —respondí con diversión—. ¿Acaso no era lo que querías?

—Es mucho dinero, Luca.

—Lo sé, pero es un dinero que será bien direccionado, ¿no?

—Ana y Sonia dicen que la fundación tiene un límite presupuestario y que por el momento no podemos subir el monto que recibimos, al menos no en esta cantidad.

—Pero Ana y Sonia no tienen el poder de decisión que tengo yo —respondí con calma.

—¿Qué dirá tu padre?

—Que estoy loco, probablemente...

—No quiero que tengas problemas... ¿Y si él no quiere?

—A ver... —dije y me puse de pie—. ¿Quieres o no quieres el dinero? Porque me estás haciendo dudar...

—No es eso... solo...

—Daniela... Has dicho que has preparado un proyecto, me lo has presentado incluso —dije señalando la carpeta sobre la mesa—, pero al parecer no creías tanto en él.

—No es eso...es que...

—¿Qué?

—Pensé que no te importaba nada, ¿por qué lo haces? —inquirió.

Suspiré y la miré a los ojos.

—A lo mejor es al revés, Daniela... A lo mejor te has equivocado al juzgarme. A lo mejor lo que sucede es que todo me importa demasiado...

Se quedó en silencio, con su mirada fija en la mía, como si buscara lo que había más allá de mis palabras. Yo, por mi parte, miré sus ojos verdes aún acuosos, sus mejillas aún prendidas con el entusiasmo previo. Y de pronto, fui testigo de la sonrisa que se formaba lentamente en su rostro. Era como el amanecer que había visto más temprano, colorido, impresionante, sublime.

Sus labios se curvaron y su rostro completo sonrió. Fue la primera vez que la vi sonreír de esa manera y sentí el mismo calor que cuando el sol de la mañana se instaló en el cielo nuevo más temprano. No pude evitar sonreír también, como un reflejo de la magia que desprendía, de su luz, de la pureza que la rodeaba.

—¿De verdad? ¿De verdad puedes conseguir todo ese dinero?

—Considéralo tuyo...

—Puedes venir cuando quieras a controlar las obras, te estaré enviando el detalle de cada cosa que hagamos.

—No es necesario.

—¿No? —preguntó confusa.

—No... —respondí—. Confío en tus sueños —afirmé mirándola.

No sé por qué lo dije de esa manera, simplemente sentía algo creciendo en mi pecho, era un entusiasmo nuevo, una especie de emoción cargada de esperanza, algo que me daba ganas... Y ganas era lo que yo ya no tenía hacía mucho.

—¿Por qué? —preguntó.

—¿Por qué lo cuestionas todo?

Se encogió de hombros.

—Porque me cuesta confiar en que las cosas saldrán bien a la primera —admitió.

—No ha sido precisamente la primera, ayer me he portado mal...

—¿Es por eso? ¿Por eso lo haces?

Negué.

—Ya te lo dije, creo en tus sueños...

—P-pero...

Me puse de pie y caminé hasta una de las ventanas, observé el patio de la escuela donde los niños jugaban. Me percaté de que la pequeña Inés estaba sola en una esquina y llamé a Daniela con un gesto. Ella se acercó a mí, no nos rozábamos siquiera, pero podía sentir el calor de su cuerpo a mi lado y no pude evitar pensar en el amanecer de nuevo, en el calor del sol sobre mi cuerpo frío.

—Porque ella también necesita que alguien luche por ella.

Y entonces Daniela se colgó por mí, me abrazó como si fuéramos dos amigos que no se veían hacía varios años. Y por un instante eso mismo fue lo que sentí. Instintivamente envolví mis brazos alrededor de su cintura y me dejé llevar por su calor y ese gesto que no sabía ni entendía por qué necesitaba.

—No me equivoqué contigo, no del todo, al menos —susurró todavía aferrada a mí—, no podías ser mala persona si tienes los mismos ojos que...

Se silenció, se apartó con suavidad y me miró con temor.

—No te preocupes, sé que tengo sus ojos...

—No solo sus ojos, hay algo más... algo que aún no logro descifrar —respondió.

Sonreí.

—Gracias —añadió—, no sé cómo dártelas... nada sería suficiente.

—Me basta con lo que me diste hoy...

—¿Qué? —preguntó confusa.

—Un poco de luz, Dani... Un poco de eso que irradias cuando piensas en esto que tanto amas... 

***

Espero que les haya gustado. Si me dejan más comentarios les traigo otro cap.

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