26:Boda


Viernes 13:22 p.m

El sol del día de la boda se filtraba a través de las enormes ventanas del lujoso hotel donde la familia Díaz había reservado las suites principales. Todo estaba perfectamente calculado: la ceremonia, la recepción, los discursos. Sin embargo, dentro de aquellas habitaciones decoradas con mármol y seda, el aire era tenso, casi sofocante.

En la suite de Tory, dos mucamas jalaban con cuidado del largo y pesado vestido blanco, asegurándose de que el corsé ajustara perfectamente. Tory, mientras tanto, miraba un punto fijo en la pared frente a ella, perdida en sus pensamientos. Jamás habría imaginado que, a sus diecinueve años, estaría vistiéndose de novia para una boda que nunca quiso.

—Señorita, por favor, mantenga los brazos en esta posición. —Una de las mucamas la interrumpió suavemente mientras ajustaba las mangas del vestido.

Tory obedeció en silencio, incapaz de articular una palabra. Podía sentir la tela rígida del corsé presionando contra su torso, como una metáfora perfecta de la situación en la que se encontraba.

La puerta se abrió suavemente, y Angela entró al cuarto, irradiando una energía que solo ella podía proyectar. Llevaba un vestido largo y elegante, perfecto para su rol de madre de la novia. Observó a Tory de pies a cabeza, inspeccionando cada detalle como si fuera una obra de arte que había creado ella misma.

—Estás hermosa, Victoria. —Angela sonrió con satisfacción—. Este vestido es perfecto para vos, digno de una Díaz.

Tory no respondió, solo siguió mirando al frente, evitando los ojos de su madre. Sabía que, si hablaba, las lágrimas que llevaba conteniendo toda la mañana se escaparían sin permiso.

—¿Estás nerviosa? —preguntó Angela, acercándose para acomodarle un mechón de cabello—. Es normal sentirte así, pero confío en que harás un trabajo maravilloso como esposa.

Tory asintió ligeramente, sintiendo que si intentaba pronunciar palabra, su voz se quebraría.

Angela suspiró, creyendo que el silencio de su hija era producto del nerviosismo.

—Escuchame, Victoria. —Angela bajó un poco el tono de voz, intentando sonar más maternal—. Hoy no solo estás haciendo lo correcto para nuestra familia, sino también para vos misma. Este matrimonio te asegurará una vida de estabilidad, de lujo. Lo entenderás con el tiempo.

La rubia quiso responder, quiso gritarle que nada de eso era lo que ella deseaba, pero en lugar de eso, simplemente asintió de nuevo.

Angela pareció satisfecha con la falta de objeción.

—Muy bien. Terminen de arreglarla, chicas. —Con un último vistazo crítico, Angela se retiró, dejando tras de sí el aroma de su perfume caro.

Tory exhaló profundamente cuando la puerta se cerró, sintiendo cómo las lágrimas luchaban por salir, pero se obligó a contenerlas. No iba a llorar. No hoy.

En otra suite, Miguel estaba sentado frente a un espejo mientras un famoso diseñador ajustaba los últimos detalles de su traje. El corte era impecable, un traje negro y una corbata de seda gris. Pero, mientras el diseñador ajustaba el cuello, Miguel apenas notaba lo que sucedía a su alrededor.

Su mente estaba en otra parte, en otro rostro. Eugenia. Desde el momento en que despertó esa mañana, no había podido dejar de pensar en ella: en sus ojos, en su sonrisa, en lo devastada que debía sentirse al saber que él estaba a punto de casarse con otra persona.

—Señor Diaz, si pudiera inclinarse un poco... —El diseñador interrumpió sus pensamientos, y Miguel lo hizo automáticamente, sin siquiera registrar las palabras.

La puerta se abrió, y Carmen entró al cuarto con una sonrisa radiante. Vestía un elegante traje de color crema, perfectamente coordinado para la ocasión. Al ver a su hijo, no pudo evitar sentirse orgullosa.

—Miráte nada más —dijo, acercándose con pasos firmes—. Sos exactamente el hijo que siempre soñé tener.

Miguel se giró hacia ella, sonriendo débilmente.

—Gracias, mamá.

—No, gracias a vos. —Carmen tomó asiento junto a él, observándolo detenidamente—. Hoy es un día importante, Miguel. No solo para nuestra familia, sino para vos. Estoy segura de que te convertirás en un gran esposo. Tory tiene suerte de tenerte.

Miguel quiso responder algo, pero no pudo. Las palabras parecían atascadas en su garganta.

Carmen notó su silencio y lo tomó como una señal de nerviosismo.

—Es normal sentirse así, hijo. Yo también estaba nerviosa el día de mi boda. Pero todo salió bien, y estoy segura de que lo mismo pasará hoy.

Miguel asintió lentamente, aunque por dentro sus pensamientos seguían atormentándolo. Esto no estaba bien. Nada de esto estaba bien. Pero, al igual que Tory, sabía que no tenía otra opción.

—Voy a dejarte para que termines de prepararte —dijo Carmen, dándole un beso en la frente antes de salir del cuarto—. Te espero abajo, mi amor.

Cuando la puerta se cerró, Miguel soltó un largo suspiro y dejó caer la cabeza entre las manos. Sentía como si estuviera atrapado en un sueño del que no podía despertar.

En la sala principal, los preparativos estaban en su apogeo. Flores blancas y doradas adornaban cada rincón, y un suave cuarteto de cuerdas llenaba el aire con melodías elegantes. Todo era perfecto, al menos en apariencia.

Mientras las familias se reunían, mientras los invitados llegaban, dos jóvenes, atrapados en un destino impuesto, se preparaban para dar el paso más grande de sus vidas... y no podían sentirse más lejos de la felicidad.

14:22 p.m

El perfume floral que la rubia acababa de rociarse aún flotaba en el aire cuando la puerta se entreabrió suavemente, y una de las mucamas entró llevando un pequeño ramo de jazmines blancos. La joven parecía algo nerviosa, como si entregar aquel arreglo fuera más importante de lo que parecía.

—Señorita Nichols, esto acaba de llegar para usted.

Tory alzó la mirada desde el tocador, arqueando una ceja. No esperaba recibir ningún tipo de regalo a estas alturas, mucho menos algo tan personal.

—¿Quién los envió? —preguntó, dejando el perfume a un lado.

—No lo sé, señorita. Solo me pidieron que se los trajera. —La mucama extendió el ramo con cuidado.

Tory tomó las flores, dejando que el aroma familiar de los jazmines llenara el espacio. Los miró intrigada. Acarició los pétalos con los dedos antes de notar algo diferente: una pequeña tarjeta de papel sobresalía entre las flores.

Con el corazón latiéndole más rápido de lo que le gustaría admitir, sacó la nota y la desplegó. La caligrafía, desenfadada y algo inclinada, era inconfundible.

"Para mi chica que hoy se casa con el chico incorrecto.
Mucha suerte en tu nueva etapa.
—Eli."

Tory no pudo evitarlo: una sonrisa, pequeña pero sincera, se dibujó en sus labios. Negó con la cabeza, divertida y a la vez conmovida. Eli. Por supuesto que había sido él.

—¿Todo está bien, señorita? —preguntó la mucama, algo intrigada por la reacción de Tory.

—Sí, todo bien. —Tory cerró la nota y se la guardó rápidamente en el bolsillo del vestido. No era algo que quisiera explicar.

La mucama asintió y salió del cuarto, dejando a Tory sola con sus pensamientos y con el aroma dulce de los jazmines llenando el ambiente.

Tory volvió a sentarse frente al espejo, sosteniendo el ramo entre sus manos. La sonrisa seguía en sus labios, aunque ahora era más melancólica. Por un momento, cerró los ojos y dejó que las palabras de Eli resonaran en su mente. "El chico incorrecto". Sabía que tenía razón. Miguel era el "correcto" en papel, pero Eli... Eli siempre había sido su caos favorito.

—¿Vendrás? —susurró al aire, como si el simple hecho de preguntar pudiera invocarlo.

En otro rincón del salón, Eli estaba efectivamente allí. Contra todo pronóstico, se había colado en la boda, vistiendo un traje oscuro. Caminaba por los pasillos con una confianza despreocupada, como si fuera un invitado más, aunque nadie recordara haberlo invitado.

Cuando llegó al gran salón donde la ceremonia estaba a punto de comenzar, Eli se quedó un momento en la entrada, observando el despliegue opulento de flores y decoraciones.

—Estos Díaz no escatiman en gastos, ¿eh? —murmuró para sí mismo, ajustándose la corbata con un gesto despreocupado.

No estaba seguro de por qué había venido. Quizás era para despedirse. Quizás para asegurarse de que Tory estuviera bien. O quizás, y esto no lo quería admitir, había venido con la esperanza de que algo, cualquier cosa, pasara que detuviera esta boda absurda.

En ese momento, Moon apareció junto a él, sosteniendo una copa de champaña.

—¿Qué haces aquí, Eli? —preguntó la castaña, mirándolo de arriba abajo con una mezcla de sorpresa y resignación.

—Nada importante. Solo vine a ver el espectáculo. ¿Vos no?

—Yo estoy aquí porque me invitaron. Vos, en cambio... —La chica levantó una ceja, divertida—. Esto va a ser interesante.

Eli sonrió con picardía, pero no respondió. Sus ojos escanearon la sala una vez más, como si esperara verla aparecer en cualquier momento.

De vuelta en la suite, Tory todavía sostenía el ramo de jazmines cuando Angela volvió a entrar, con su habitual energía arrolladora.

—Victoria, ya es hora. —La madre de Tory la inspeccionó de nuevo, como si estuviera ajustando los últimos detalles de una obra maestra—. Los invitados están todos en sus lugares, y Miguel ya está en el altar esperándote.

Tory se levantó lentamente, dejando el ramo sobre el tocador.

—Estoy lista —dijo, aunque su voz sonaba más como un murmullo.

Angela la observó un momento, notando el leve temblor en las manos de su hija.

—¿Estás nerviosa? —preguntó, con un destello de preocupación que rara vez mostraba.

Tory negó con la cabeza.

—No, mamá. Estoy bien.

Angela asintió, satisfecha con la respuesta.

—Perfecto. Vamos. Hoy es el día en que demuestras lo que significa ser una Díaz.

Tory la siguió sin decir palabra, aunque las palabras de Eli seguían resonando en su mente. El chico incorrecto.

Mientras caminaba hacia el pasillo que la llevaría al altar, Tory no pudo evitar mirar por encima del hombro, como si esperara ver un destello de la sonrisa de Eli entre los invitados. Quizás no estaba lista para casarse, pero tampoco estaba lista para rendirse.

El sonido de los violines llenaba la imponente sala con una melodía dulce y envolvente. Cada nota parecía resonar con un propósito, cargando el aire de solemnidad y emoción. Tory avanzaba por el pasillo central con pasos firmes, aunque su corazón latía con fuerza bajo el corsé de su vestido. El traje, un vestido largo y elegante, parecía hecho a medida para capturar cada rayo de luz, envolviéndola en un resplandor casi etéreo. Su velo cubría parte de su rostro, pero no lo suficiente para ocultar los destellos de nerviosismo en sus ojos.

Miguel la esperaba al final del pasillo, junto al altar. Su postura era erguida, casi solemne, pero sus ojos brillaban con una calidez que lo delataba. Su sonrisa era suave, una mezcla de ternura y determinación. Era un momento que habían ensayado en sus mentes una y otra vez, no porque lo hubieran soñado desde niños, sino porque sabían que estaba escrito para ellos por razones ajenas a sus corazones. Sin embargo, en ese instante, parecía haber algo más. Miguel miraba a Tory como si quisiera asegurarse de que estuviera bien, como si su simple presencia pudiera ser un ancla en medio de las emociones turbulentas.

Tory apenas podía mantener la mirada fija en Miguel. Sus ojos se desviaban por la sala, buscando rostros familiares. Su primer vistazo fue para Sam, sentada en una de las primeras filas. Sam la miraba con una mezcla de emoción y orgullo, sosteniendo su teléfono para filmar el momento. Su vestido azul marino abrazaba su figura, resaltando su embarazo avanzado. A su lado estaba Xander, quien parecía más relajado que nunca, acariciándole la espalda con gestos lentos y tranquilizadores. La sonrisa de Tory hacia ellos fue honesta, un pequeño recordatorio de que no estaba completamente sola.

Un par de filas más atrás, Tory vio a Moon y Yasmine. La primera estaba serena, aunque su rostro reflejaba una leve diversión al ver a Yasmine llorar sin contención. La chica rubia se secaba las lágrimas con un pañuelo mientras murmuraba algo que solo Moon podía oír. "¡Es tan hermoso! No puedo, Moon, no puedo..." Moon, siempre paciente, le dio una palmadita en el hombro, pero sus ojos encontraron los de Tory y le guiñó, como diciéndole que todo iba a estar bien.

Y entonces, lo vio a él. Eli. Estaba sentado al fondo, un poco apartado, pero no lo suficiente para no llamar la atención. Su pelo, aunque más corto de lo habitual, seguía siendo su rasgo distintivo, y su traje oscuro, apenas abotonado correctamente, dejaba claro que no se sentía del todo cómodo con la etiqueta del evento. Sin embargo, su mirada era otra cosa. Era fija, intensa, casi embelesada. Cuando Tory lo miró, Eli le sonrió, un gesto pequeño, pero que parecía cargar con mil palabras no dichas. Tory, sin pensarlo, le devolvió la sonrisa. Fue breve, un intercambio que apenas habría sido notado por otros, pero en su interior, fue como un pequeño destello de calma.

Cuando llegó al altar, Miguel extendió una mano hacia ella, ayudándola a dar el último paso. Sus dedos se rozaron por un momento, y Tory sintió algo extraño. No amor, no emoción, pero sí una conexión, una especie de complicidad que les había tomado años construir. El cura, de pie entre ellos, comenzó la ceremonia con una voz profunda y solemne.

—Hoy estamos reunidos aquí para celebrar la unión de Miguel Díaz y Victoria Nichols en sagrado matrimonio...

Tory apenas escuchaba las palabras, pero hizo un esfuerzo por concentrarse. Sabía que, aunque la ceremonia era para ellos, en realidad todo estaba diseñado para el público que los rodeaba. Tenían que parecer la pareja perfecta, la que todos esperaban.

El cura continuó, hablando sobre la importancia del amor y el compromiso. Cuando llegó el momento de los votos, todos en la sala parecieron inclinarse ligeramente hacia adelante, atentos. Miguel fue el primero en hablar.

Dio un paso al frente y tomó las manos de Tory con cuidado. Su mirada no se apartó de la de ella, y cuando habló, su voz era clara, pero teñida de una calidez inesperada.

—Victoria... Desde que éramos chicos, nuestras familias siempre imaginaron este momento para nosotros. Para ser honesto, nunca pensé que llegaría el día en que estaría aquí contigo, frente a tantas personas, prometiéndote algo tan importante. Pero ahora que estoy aquí... quiero que sepas algo.

Hizo una pausa, apretando ligeramente las manos de Tory, como si necesitara que ella entendiera cada palabra.

—Eres una de las personas más importantes en mi vida. Siempre lo has sido. Prometo estar a tu lado, cuidarte y apoyarte en cada momento, como lo he hecho antes y como lo seguiré haciendo. No sé si soy todo lo que mereces, pero voy a intentar serlo. Porque más allá de lo que otros piensen o esperen de nosotros, sé que podemos construir algo real, a nuestra manera.

Los murmullos suaves en la sala parecían coincidir con la emoción en las palabras de Miguel. Su sinceridad era evidente, y Tory lo miró con una mezcla de sorpresa y gratitud. Él dio un paso atrás, dándole su turno.

Tory respiró hondo. Había ensayado esto, pero ahora que estaba frente a todos, las palabras se sentían torpes en su mente. Aun así, cuando levantó la vista y miró a Miguel, algo en ella se calmó. Su voz, aunque suave al principio, ganó fuerza con cada palabra.

—Miguel... Siendo honesta, nunca pensé que estaría aquí, diciendo esto. Pero ahora que estoy frente a ti, quiero que sepas algo.

Hizo una pausa, respirando hondo antes de continuar.

—Siempre has sido mi amigo, mi confidente, mi apoyo en los momentos más difíciles. Y sé que, aunque nuestras vidas han sido... complicadas, siempre hemos encontrado la manera de estar ahí el uno para el otro. Hoy prometo que voy a seguir haciendo eso. Prometo ser tu compañera, tu amiga, y alguien en quien puedas confiar, incluso cuando las cosas no sean fáciles.

Los ojos de Miguel brillaron, y Tory sintió un peso menos en su pecho. Por un momento, pareció que ambos se entendían, que todo lo que no podían decir en voz alta estaba claro entre ellos.

El cura, con una sonrisa tranquila, retomó la palabra.

—Si alguien tiene algo que decir para impedir esta unión, que hable ahora o calle para siempre.

Tory sintió que el aire se volvía más pesado. Su mirada se desvió brevemente hacia Eli, quien seguía observándola desde su lugar, sin moverse. Por un instante, deseó que se levantara, que dijera algo. Pero él no lo hizo.

El silencio se extendió, y el cura asintió antes de continuar.

—Entonces, por el poder que me confiere la ley y ante los ojos de Dios, los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.

La ceremonia había terminado. Los aplausos llenaban la sala, las risas resonaban, y los flashes de las cámaras capturaban cada segundo como si fuera el momento más feliz de sus vidas. Pero Tory no podía respirar. Tenía una sonrisa pegada al rostro, pero sus manos temblaban bajo el ramo de flores. Miguel, a su lado, estaba igual. Ambos compartían miradas de complicidad, aunque en sus ojos no había emoción, solo resignación.

Mientras los invitados comenzaban a formar un pasillo para despedirlos, Tory y Miguel se miraron por última vez antes de acercarse. Miguel se inclinó hacia ella y susurró:
—Bueno... creo que es ahora o nunca.

Tory soltó una risa nerviosa, apartando la mirada.
—Dios, esto es una locura.

—Ya estamos aquí... —Miguel le ofreció una pequeña sonrisa—. Hay que terminar lo que empezamos.

Ella asintió lentamente. La música de fondo parecía ahogarse en el zumbido de sus oídos mientras Miguel se inclinaba hacia ella. Tory no sabía cómo hacerlo, cómo besarlo sin sentirse completamente expuesta, pero no había marcha atrás. Cerró los ojos y dejó que Miguel acortara la distancia entre ellos.

El beso fue breve, casi torpe. Miguel no se atrevió a profundizar, y Tory apenas presionó sus labios contra los de él. Pero el momento fue suficiente para arrancar aplausos y vítores de los asistentes. Cuando se separaron, Tory lo miró con algo que parecía una mezcla de gratitud y disculpa. Miguel sonrió, encogiéndose de hombros como si quisiera decirle: Ya está, sobrevivimos.

Angela, radiante de orgullo, se acercó a ambos, rodeándolos con sus brazos.
—¡Eso fue perfecto! —exclamó, ignorando la incomodidad evidente en sus rostros—. Ahora, a la limosina. Todos estarán esperándolos en la chacra.

Los granos de arroz volaban por el aire mientras caminaban hacia el auto. Tory, agarrada del brazo de Miguel, intentó no apretar demasiado fuerte. Cuando las puertas de la limosina finalmente se cerraron, la tensión en sus hombros disminuyó, aunque el nudo en su estómago no desapareció.

—Bueno... eso fue —dijo Miguel, dejándose caer contra el asiento de cuero blanco.

Tory soltó una risa seca.
—¿Eso fue? Acabo de besar a mi mejor amigo delante de todo el mundo. ¿Qué se supone que hagamos ahora?

Miguel giró la cabeza hacia ella, apoyando un brazo en el respaldo del asiento.
—Sobrevivir la fiesta. Y después... ya veremos.

Ella rodó los ojos, aunque una pequeña sonrisa asomó en sus labios.
—Siempre tan optimista, ¿no?

Miguel inclinó la cabeza, evaluándola.
—¿Y vos? ¿Qué harías si pudieras elegir?

Tory lo miró, sorprendida por la pregunta.
—¿Elegir?

—Sí. —Miguel se encogió de hombros—. Si no tuvieras que hacer esto. Si no tuvieras que ser... Tory Nichols Díaz.

Ella se quedó callada, dejando que la pregunta resonara en su mente. No podía evitar pensar en otra persona, alguien con quien las cosas siempre eran más intensas, más caóticas... y más reales. Pero sacudió la cabeza rápidamente, apartando esa imagen.

—No lo sé —dijo finalmente—. Tal vez me subiría a un auto y manejaría hasta no saber dónde estoy.

Miguel sonrió, divertido.
—¿Y me dejarías atrás?

Ella lo miró, alzando una ceja.
—No sé. ¿Vos querés venir?

Miguel la observó por un momento, antes de asentir con una sonrisa suave.
—Sí. Probablemente iría con vos.

El comentario la tomó por sorpresa, y por un instante no supo qué responder. Pero antes de que pudiera decir algo, la limosina se detuvo frente a la chacra. Las luces de colores iluminaban el cielo, y el sonido de la música y las risas llenaba el aire.

Miguel extendió su mano hacia ella.
—Vamos, señora Díaz.

Ella rió sarcásticamente, tomando su mano mientras partían a la chacra.

En el hotel, Eli estaba sentado al fondo del salón, jugando con la corbata desaliñada que colgaba de su cuello. Observaba cómo los últimos invitados se marchaban, sintiendo una punzada de irritación mezclada con algo que no quería admitir: decepción.

—¿Ya te vas?

Eli levantó la mirada rápidamente y se encontró con Robby, quien lo miraba con una mezcla de curiosidad y desafío.

—¿Qué querés, Keene? —preguntó Eli, poniéndose automáticamente a la defensiva.

Robby levantó las manos en un gesto de paz, aunque había algo en sus ojos que delataba su intención de molestar.
—Nada en especial. Solo quería saber a dónde ibas con tanta prisa.

—No es asunto tuyo —espetó Eli, poniéndose de pie y agarrando su saco.

Robby le bloqueó el camino, cruzándose de brazos.
—Dejate de pavadas, Moskowitz. Vas a la fiesta, ¿no?

Eli lo fulminó con la mirada.
—¿Para qué? No hay nada que hacer ahí.

Robby esbozó una sonrisa fría.
—¿Nada que hacer? ¿No será que estás demasiado cagado como para enfrentarla?

Eli apretó los puños, sintiendo cómo la ira comenzaba a arder en su interior.
—No sé de qué hablás.

—De Tory, imbécil. —Robby dio un paso hacia él, bajando la voz—. Si realmente te importa, vas a ir y vas a hacer algo al respecto.

Eli frunció el ceño, tratando de descifrar las intenciones de Robby.
—¿Y a vos qué te importa?

Robby sonrió con una mezcla de desafío y tristeza.
—Digamos que prefiero perder contra alguien que al menos tenga los huevos de intentarlo.

Eli resopló, aunque algo en sus palabras lo hizo dudar. Finalmente, dejó escapar un largo suspiro.
—Está bien. Pero si esto sale mal, es tu culpa.

—Acepto el riesgo. —Robby le dio una palmada en el hombro, pero antes de que pudieran salir, una voz los interrumpió.

—¿A dónde van ustedes dos?

Ambos se giraron para encontrarse con Moon y Yasmine, quienes los miraban con curiosidad.

—A la fiesta —respondió Robby rápidamente—. ¿Vienen?

Moon sonrió ampliamente, tomando del brazo a Yasmine.
—Obvio.

Yasmine rodó los ojos, pero no protestó mientras los cuatro se dirigían hacia el auto de Robby. Eli, sentado en el asiento copiloto, no podía evitar pensar en lo que estaba a punto de hacer, mientras la voz de Robby resonaba en su mente: Si realmente te importa, hacé algo al respecto.

Moon y Yasmine estaban sentadas en el asiento trasero del auto de Robby, ambas luciendo igual de elegantes como despreocupadas, aunque sus personalidades contrastaban con claridad. Robby, desde el asiento del conductor, mantenía una sonrisa confiada mientras hablaba de sus últimas hazañas.

—Así que, ¿te escapaste de las garras de tu madre para venir al casamiento? —preguntó Moon, apoyando el codo en la ventanilla mientras lo miraba con una mezcla de diversión y admiración.

—Exacto —respondió Robby, sin apartar la vista del camino, aunque claramente disfrutando de la atención—. Sabía que si me quedaba, ella encontraría alguna forma de hacerme trabajar toda la noche en sus malditos proyectos. Además, no me perdería el casamiento de Tory por nada del mundo.

—¡Eso es muy tierno! —dijo Moon, dándole un pequeño codazo a Yasmine, que apenas levantó la vista del GPS.

—Tierno no es la palabra que usaría, pero está bien —replicó Yasmine con una sonrisa burlona—. A ver, señor fugitivo, ¿cuál es el plan? Porque según esto —dijo, señalando la pantalla del GPS—, llegamos en quince minutos.

Robby sonrió, esta vez con un toque más pícaro.

—El plan es simple. Secuestramos a Tory y nos vamos.

El auto entero quedó en silencio por un instante. Eli, que hasta ese momento había estado sumido en sus propios pensamientos, no pudo evitar girar la cabeza rápidamente desde el asiento del copiloto.

—¿Secuestrar a Tory? —repitió, su tono cargado de incredulidad—. Eso es ridículo, Keene.

—No, no es ridículo —contestó Robby con firmeza, sin perder el tono relajado—. Es la única forma de sacarla de esta locura en la que la metieron.

Eli soltó un suspiro exasperado, frotándose las sienes.

—Ya está hecho, Robby. ¿No te enteraste? Tory ya se casó. Ya no hay nada que hacer.

Moon, que había estado observando la interacción en silencio, decidió intervenir.

—¿Nada que hacer? —dijo, cruzando los brazos mientras lo miraba con desaprobación—. No puedo creer que haya salido contigo tanto tiempo.

Eli se giró en su asiento para mirarla, su expresión confundida.

—¿Qué querés decir con eso?

—Sos débil, Eli —respondió Moon sin rodeos, su tono tranquilo pero firme—. Siempre estás buscando excusas en lugar de pelear por lo que querés.

Yasmine, que hasta ese momento había estado demasiado ocupada con el GPS, soltó una carcajada tan fuerte que hizo que Robby se riera también.

—Sos lo mejor ,amor. —dijo Yasmine, limpiándose una lágrima imaginaria de la mejilla—. Pero, en serio, Eli, tenés que ser más rudo. No podés sentarte y dejar que las cosas pasen. Tenés que ir a buscar lo que te pertenece.

Eli frunció el ceño, claramente molesto.

—¿Lo que me pertenece? Tory no es un objeto. Y además, si ella quería esto, ¿quién soy yo para interferir?

—¿De verdad creés que ella quería esto? —preguntó Robby, mirándolo rápidamente por el retrovisor antes de volver su atención al camino—. Porque yo la vi. Vi la forma en que te miraba cuando todavía estaban juntos. Y no me parece que Tory sea alguien que quiera este tipo de vida.

Eli apretó los labios, sin saber qué responder. Sabía que Tory odiaba ser controlada por su madre, que siempre había querido vivir bajo sus propias reglas. Pero también sabía que ella era leal a su familia, incluso cuando no lo merecían.

—Eso no cambia nada —murmuró finalmente, mirando por la ventanilla.

Moon bufó, girándose hacia Yasmine con una expresión de incredulidad.

—¿Podés creerlo? Este es el mismo tipo que Tory eligió como pareja durante tanto tiempo.

Yasmine negó con la cabeza, aunque tenía una sonrisa divertida en los labios.

—Me cuesta imaginarlo, la verdad. —Se inclinó hacia Eli, señalándolo con un dedo acusador—. Pero te voy a decir algo, Moskowitz. Si no hacés algo ahora, lo vas a lamentar por el resto de tu vida.

Eli levantó las manos en señal de frustración, girándose hacia Robby.

—¿Podés decirles que dejen de meterse?

Robby sonrió ampliamente, claramente disfrutando de la situación.

—Ellas tienen razón. Si no querés venir, está bien. Podés quedarte en el auto mientras los demás hacemos algo al respecto.

—¡No voy a quedarme en el auto! —espetó Eli, claramente molesto.

Moon sonrió con satisfacción, cruzándose de brazos mientras se acomodaba en su asiento.

—Entonces, ponete las pilas.

El resto del viaje transcurrió con Robby explicando los detalles de su "plan" y Moon y Yasmine haciendo comentarios sarcásticos que no hicieron más que aumentar la tensión en el auto. Eli, aunque no lo admitiera, empezaba a sentir una pequeña chispa de esperanza. Tal vez, solo tal vez, aún había algo que podía hacer para arreglar las cosas.

00:21 p.m

El auto estacionó a pocos metros del imponente salón donde se llevaba a cabo la ceremonia. Las luces cálidas iluminaban el exterior, y se podía escuchar una suave melodía que escapaba a través de las puertas abiertas. Los "cuatro fantásticos", como ellos mismos se habían apodado en broma durante el viaje, bajaron del auto con determinación.

Moon y Yasmine se miraron brevemente, como si compartieran un código secreto.

—Es ahora o nunca —dijo Moon con una sonrisa traviesa, tomando la mano de Yasmine.

—Suerte —les dijo Robby, alzando una mano para despedirse.

—No la necesitamos —respondió Yasmine con una carcajada antes de mirar a Eli y agregar—: Tratá de no arruinarlo, imbecil.

Eli solo rodó los ojos mientras las dos chicas caminaban hacia la entrada del salón. Se detuvieron un instante antes de entrar, compartiendo una última sonrisa antes de desaparecer entre los invitados.

Robby notó que Eli estaba inquieto, casi paralizado. El muchacho miraba la entrada del salón como si estuviera a punto de enfrentarse a un ejército. Sin decir nada, Robby se acercó y le puso una mano fuerte sobre el hombro, obligándolo a mirarlo.

—Escuchame bien. —empezó Robby, en un tono más serio de lo habitual—. Sé que no soy tu mejor amigo ni nada por el estilo, pero quiero que hagas algo por mí.

Eli lo miró confundido.

—¿Qué cosa?

Robby lo apretó un poco más fuerte del hombro y continuó:

—Dejá de pensar tanto y actuá. Tory está ahí adentro, y si realmente sentís algo por ella, este es el momento de demostrarlo.

Eli abrió la boca para responder, pero Robby lo interrumpió con una leve sonrisa.

—No te estoy diciendo que hagas un espectáculo. Solo que seas sincero con vos mismo. ¿Cuántas oportunidades como esta creés que vas a tener?

Eli permaneció en silencio unos segundos, asimilando las palabras de Robby. Finalmente, asintió.

—Está bien. Vamos.

Ambos caminaron hacia el salón con paso decidido. Apenas cruzaron la puerta, la atmósfera los envolvió por completo. El lugar estaba decorado con detalles impecables: flores blancas y doradas adornaban las mesas, y una gran lámpara de araña colgaba en el centro, iluminando a los invitados.

—Ahí está Miguel —dijo Robby, señalando un grupo cerca de la pista de baile.

Miguel estaba de pie junto a Sam y Xander, conversando animadamente. Robby sonrió de lado y caminó directo hacia él, dejando a Eli un par de pasos detrás.

—¡Miguel! —exclamó Robby con un tono más efusivo de lo esperado, dándole un leve golpe en el brazo—. Felicitaciones, amigo.

Miguel, que estaba riéndose de algo que había dicho Xander, se tensó al ver a Robby.

—¿Felicitaciones? ¿Por qué? —preguntó con una sonrisa nerviosa.

—Por la boda, por todo esto. Sé que no es técnicamente lo que querias, pero bueno, estás muy involucrado, ¿no? —Robby le guiñó un ojo.

Miguel soltó una risa incómoda y miró a Eli, que estaba parado unos pasos atrás, mirándolo fijo, casi como si intentara descifrarlo. Miguel sabía perfectamente lo que Eli sentía por Tory, y también sabía que esos sentimientos eran recíprocos, aunque nadie los hubiera dicho en voz alta.

—Gracias, supongo... —dijo Miguel finalmente, intentando sonar casual.

Eli no dijo nada. Simplemente desvió la mirada y se excusó para caminar por su cuenta. Robby lo observó alejarse y luego volvió a mirar a Miguel con una sonrisa cargada de intención.

—Te ves tenso, Migue. ¿Te pasa algo?

—Nada que no pueda manejar —respondió Miguel, evitando el tema.

Eli avanzó lentamente por el salón, esquivando grupos de invitados que reían y conversaban animadamente. Las mesas, decoradas con flores blancas y doradas, reflejaban el brillo de las luces del gran candelabro que dominaba la sala. Pero nada de eso estaba en su mente. Solo tenía ojos para Tory.

Ella estaba al otro lado de la sala, de pie junto a Yasmine. Su vestido blanco parecía diseñado para ella, resaltando su elegancia y seguridad natural. Su cabello estaba recogido con mechones estratégicamente sueltos que caían sobre sus hombros, y una pequeña sonrisa jugaba en sus labios mientras hablaba con su amiga. Cada movimiento suyo irradiaba una energía única que hacía imposible no mirarla.

Eli se detuvo en seco, incapaz de avanzar más. No era la primera vez que la veía hermosa, pero esta vez había algo diferente. Tal vez era el vestido, tal vez era el entorno, o tal vez era el modo en que ella parecía tan cómoda, como si ese lugar y ese momento le pertenecieran.

Tory, como si sintiera su mirada, giró la cabeza hacia él. Sus ojos se encontraron, y en ese instante el mundo se detuvo. La sonrisa en el rostro de Tory desapareció, reemplazada por una expresión de sorpresa. Pero no era una sorpresa fría ni incómoda. Era un reconocimiento cálido, un destello de alegría que no podía ocultar del todo.

Eli apenas respiraba, esperando alguna reacción de ella. Tory, al darse cuenta de que su expresión la delataba, se mordió el labio y desvió la mirada por un segundo. Cuando volvió a mirarlo, no pudo evitar sonreír un poco, como si la simple presencia de Eli la hubiera desarmado.

—Bueno, creo que aquí sobro —dijo Yasmine, interrumpiendo el momento con su habitual tono travieso. Su mirada alternaba entre Tory y Eli, claramente disfrutando de lo que veía—. Nunca te había visto así, Tory. No lo arruinen, ¿eh?

Antes de que Tory pudiera responder, Yasmine le guiñó un ojo a su amiga y se alejó hacia otro grupo de invitados, dejándolos completamente solos.

Eli aprovechó la oportunidad y dio un paso hacia ella.

—Hola —dijo, su voz baja pero cálida.

Tory parpadeó, como si estuviera despertando de un sueño, y le devolvió la sonrisa.

—Hola...

Por un instante, ambos se quedaron en silencio, simplemente mirándose. Era como si cada uno intentara descifrar qué decir, cómo expresar lo que sentían sin complicar las cosas más de lo necesario.

—Te ves... increíble —murmuró Eli finalmente, su mirada fija en la de ella.

Tory se sonrojó ligeramente, un gesto que rara vez mostraba.

—Gracias. Vos no te quedás atrás —respondió, juguetona, intentando aligerar la tensión.

Eli sonrió, aliviado por su respuesta.

—No quería perderme tu fiesta.

Tory lo miró con atención, sus ojos oscuros buscando algo en los de él. Había algo diferente en Eli, una sinceridad que la desarmaba. Pero antes de que pudiera responder, notó una figura familiar en el borde de su visión: su madre, observándolos desde el otro lado del salón con una expresión que mezclaba curiosidad y desaprobación.

Tory respiró hondo y volvió a mirar a Eli.

—¿Podemos hablar afuera? —preguntó, su voz más suave de lo habitual.

Eli la miró sorprendido, pero asintió sin dudar.

—Claro.

Tory le hizo un gesto para que la siguiera y ambos salieron del salón. La noche los recibió con una brisa fresca, un contraste agradable con el ambiente cálido y bullicioso del interior. Las luces del jardín iluminaban suavemente el camino, y el sonido distante de los grillos llenaba el aire.

Tory se detuvo junto a una fuente que brillaba bajo las luces. Se giró hacia Eli, cruzando los brazos frente al pecho, pero no como una barrera, sino como si intentara ordenar sus pensamientos.

—Perdón por sacarte de ahí —dijo, bajando un poco la mirada—. Es que... mi mamá nos estaba mirando, y ya te imaginarás lo que va a decir si nos ve hablando mucho rato.

Eli frunció el ceño, confundido.

—¿Por qué? ¿Qué importa lo que diga?

Tory suspiró y lo miró a los ojos.

—Importa porque todo en mi vida tiene que ser perfecto para ella. Las apariencias, los compromisos, todo eso. Si me ve con vos, seguro se pone a inventar historias en su cabeza, y no estoy de humor para lidiar con eso.

Eli la observó en silencio, procesando lo que acababa de decir. Luego dio un paso más cerca, acortando la distancia entre ellos.

—No tenés que explicarme nada. Si necesitás aire, yo estoy acá.

Tory lo miró fijamente, sorprendida por su respuesta. Una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

—Gracias.

Por un momento, ambos se quedaron ahí, bajo las estrellas, el ruido del salón apenas audible a la distancia. Había tanto que querían decir, pero las palabras parecían innecesarias. Solo la presencia del otro bastaba para llenar el espacio.

—¿Sabés qué? —dijo Eli, rompiendo el silencio con una sonrisa—. Creo que Yasmine tenía razón. Nunca te había visto así.

Tory levantó una ceja, divertida.

—¿Así cómo?

Eli se encogió de hombros, con una expresión que mezclaba admiración y diversión.

—Feliz.

Tory lo miró, sorprendida, y luego dejó escapar una risa suave.

—Tal vez porque hace mucho que no me siento tan feliz con alguien.

Eli sonrió, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, las cosas entre ellos tenían una oportunidad de ser sinceras.

Tory desvió la mirada hacia la fuente, observando cómo el agua danzaba bajo la tenue luz de los faroles. Había algo en la tranquilidad de ese momento que casi le resultaba insoportable. Cerró los ojos un instante, intentando contener la maraña de emociones que sentía, pero no pudo evitar morderse el labio con fuerza.

—Eli... —empezó, con la voz más baja de lo habitual.

Él inclinó un poco la cabeza, esperando a que continuara.

—Quiero pedirte perdón —dijo finalmente, su tono cargado de sinceridad.

Eli frunció el ceño, claramente confundido.

—¿Por qué?

Tory se giró hacia él, dejando que sus ojos se encontraran. Había algo profundamente vulnerable en su mirada, algo que Eli no estaba acostumbrado a ver en ella.

—Por hacerte perder el tiempo conmigo.

Esas palabras, simples pero contundentes, cayeron como una piedra en el pecho de Eli. Parpadeó, incrédulo, antes de responder.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

Tory se encogió de hombros, como si intentara restarle importancia a lo que había dicho, pero sus ojos delataban una tristeza más profunda de lo que quería admitir.

—Vos merecés estar con alguien que no sea un desastre ambulante. Yo... siempre estoy metida en problemas, siempre complico todo. Y vos, Eli... —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Sos mejor que todo esto. Mejor que yo.

Eli la miró fijamente, procesando cada palabra. Negó con la cabeza, dando un paso hacia ella.

—Tory, pará. No digas eso.

—Es la verdad —insistió ella, cruzándose de brazos como si intentara protegerse de algo—. Yo no...

—No —la interrumpió Eli, su voz firme pero llena de calidez—. No voy a dejar que sigas hablando así.

Tory lo miró sorprendida. Estaba acostumbrada a que la gente la dejara decir lo que quería, a que nadie la contradijera. Pero Eli no parecía dispuesto a hacerlo.

—¿Sabés qué? —continuó él, con un tono más suave—. Tal vez no soy el tipo de persona que se las arregla para decir siempre lo correcto, pero hay algo que sí sé: los últimos meses fueron increíbles gracias a vos.

Tory abrió la boca para responder, pero las palabras se le atoraron en la garganta.

—No importa cuántos problemas haya habido, Tory. Estar a tu lado hizo que todo valiera la pena. Nunca sentí que estaba perdiendo el tiempo, porque vos... —hizo una pausa, eligiendo sus palabras con cuidado—. Vos me hacés sentir vivo.

Un silencio pesado se instaló entre ellos. Tory lo miró, completamente desarmada por su sinceridad. Sus labios temblaron ligeramente, y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.

—No digas eso... —murmuró, con la voz quebrada—. No digas cosas tan lindas, Eli.

Pero era demasiado tarde. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, arruinando el maquillaje perfecto que había llevado con tanto orgullo al principio de la noche.

—Tory... —susurró Eli, su voz llena de preocupación.

Ella intentó apartarse, como si quisiera ocultar sus lágrimas, pero Eli no se lo permitió. Dio un paso adelante y la envolvió en un abrazo firme, ignorando cualquier posible incomodidad.

—Shhh... Está bien —dijo, acariciando suavemente su espalda mientras ella lloraba contra su pecho—. Estoy acá.

Tory no pudo contener más las emociones que había estado reprimiendo durante semanas, quizás meses. Soltó todo en ese abrazo, dejando que las lágrimas y los sollozos escaparan sin contención.

—No puedo más, Eli —dijo entre lágrimas, su voz apenas audible—. Estoy tan cansada...

—Lo sé —murmuró él, con una mezcla de tristeza y determinación—. Pero no estás sola. ¿Entendés? Yo estoy acá.

Ella levantó la cabeza, con los ojos rojos e hinchados, y lo miró directamente.

—¿Por qué? —preguntó, con una mezcla de frustración y esperanza—. ¿Por qué estás acá?

Eli sonrió levemente, limpiando una lágrima de su mejilla con el pulgar.

—Porque me importás. Porque aunque seas un "desastre", como decís, sos un desastre que vale la pena.

Tory dejó escapar una pequeña risa entre lágrimas, sacudiendo la cabeza.

—¿Cómo hacés para decir cosas tan ridículas y que suenen bien?

—Es un talento especial —bromeó Eli, intentando aligerar el ambiente.

Tory lo miró por un momento más, su expresión suavizándose. Luego suspiró profundamente, como si ese abrazo hubiera descargado parte del peso que llevaba encima.

—Gracias, Eli.

—¿Por qué?

—Por... quedarte. Por no salir corriendo como el resto.

Eli frunció el ceño, mirándola directamente a los ojos.

—Nunca pensé en salir corriendo, Tory. Nunca.

Ella tragó saliva y asintió, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, alguien realmente estaba ahí para ella. No por obligación, no por un favor, sino porque lo quería.

—Te prometo que voy a intentar ser menos complicada —dijo, con una sonrisa tímida.

—No quiero que cambies, Tory. Quiero que seas vos misma —respondió Eli, su tono tan sincero que casi le quitó el aliento—. Si no, ¿cómo voy a tener a alguien que me vuelva loco todo el tiempo?

Ella rió suavemente, y por un instante, la tristeza pareció desvanecerse.

—Sos un idiota.

—Y vos sos un desastre —dijo él, sonriendo—. Supongo que hacemos un buen equipo.

Ambos se quedaron ahí, bajo la luz de las estrellas, sin necesidad de decir nada más. En ese momento, parecía que todo lo complicado, todo lo roto, podía repararse con el simple hecho de estar juntos.

Tory dio un paso atrás, separándose del abrazo de Eli con suavidad. Su respiración todavía estaba entrecortada por las lágrimas que había derramado hace un momento. Con dedos temblorosos, intentó acomodar el maquillaje corrido en sus mejillas, usando el dorso de la mano para limpiar los rastros de rímel que se habían acumulado bajo sus ojos. Aunque su rostro no estaba impecable, no le importaba. Era la emoción en su pecho lo que realmente la tenía atrapada.

Miró a Eli, cuyos ojos aún estaban fijos en ella, llenos de una calidez que era difícil de soportar y reconfortante al mismo tiempo. Tory respiró hondo, tomando sus manos con las suyas, entrelazando sus dedos con una delicadeza que contrastaba con lo revuelto que se sentía por dentro.

—Eli... —empezó, su voz temblorosa, como si cada palabra fuera un peso que tenía que soltar con cuidado—. Quiero que sepas que te quiero mucho.

Eli sonrió levemente, sus ojos brillando bajo las luces que los rodeaban.

—Yo también te quiero, Tory.

Ella negó con la cabeza suavemente, sus labios curvándose en una sonrisa triste.

—No, Eli... No me entendés. Te quiero más de lo que soy capaz de decir... Pero...

Eli esperó, su mirada fija en la de ella, sosteniéndola con paciencia.

—Pero no puedo darte lo que vos querés. No puedo darte esa relación bonita que te merecés.

El silencio que siguió a sus palabras parecía interminable, lleno de cosas no dichas, de emociones que ambos podían sentir pero no expresar del todo. Finalmente, Eli apretó suavemente las manos de Tory entre las suyas, como si quisiera transmitirle fuerza.

—Tory, escuchame. Está bien. De verdad.

Ella intentó apartar la mirada, pero él no se lo permitió, inclinando la cabeza para encontrar sus ojos.

—¿Cómo puede estar bien? —preguntó ella, con un tono que bordeaba la desesperación—. ¿Cómo podés decir eso, después de todo?

Eli suspiró, con una pequeña sonrisa que parecía cargar con el peso del mundo.

—Porque te amo. Y eso no va a cambiar, estés como estés. Casada, divorciada, viuda, soltera... —Él hizo una pausa y dejó escapar una pequeña risa—. Sos vos. Eso es lo único que importa.

Tory lo miró, sorprendida por la ternura y la sinceridad en sus palabras. Una risa nerviosa escapó de sus labios, mezclada con una emoción que no podía describir del todo.

—Sos un idiota.

—Sí, un idiota enamorado de vos —respondió él, encogiéndose de hombros.

Tory rió entre dientes, aunque sus ojos seguían brillando con lágrimas contenidas. Se acercó un poco más, quedando tan cerca de él que sus respiraciones se mezclaban.

—¿Está mal que quiera besarte? —preguntó en voz baja, con un destello de duda en su mirada.

Eli arqueó una ceja, claramente sorprendido por la pregunta. Pero no se apartó, ni siquiera pestañeó.

—No hay problema —respondió con una suavidad que le quitó el aliento.

Tory no esperó más. Se inclinó hacia él y, con un movimiento decidido, unió sus labios a los de Eli. Fue un beso cargado de todo lo que no se habían dicho, de todo lo que sentían pero que nunca habían podido expresar completamente.

Si alguien los hubiera visto en ese momento, habría sido imposible ignorar la diferencia entre el beso que Tory había compartido alguna vez con Miguel y este. Había algo en la forma en que sus labios se movían juntos, algo en la manera en que Eli respondía al beso, que dejaba claro quién ocupaba el corazón de Tory.

Cuando se separaron, ambos estaban sin aliento, pero el mundo parecía haberse detenido por un instante. Tory lo miró, con una sonrisa leve que era tanto agradecimiento como despedida.

Eli le devolvió la sonrisa, aunque la suya tenía un matiz melancólico. Había algo en sus ojos que dejaba entrever que sabía exactamente lo que estaba pasando. Sabía que este momento, tan perfecto y tan doloroso, podría ser el último que compartieran de esta manera.

—Te amo, Tory —dijo Eli, con una honestidad que hizo que el aire se sintiera más pesado a su alrededor—. Y lo único que quiero es que seas feliz. Si eso significa que tengo que esperarte... Bueno, esperaré. El tiempo que sea necesario.

Tory sintió un nudo en la garganta, y las lágrimas amenazaron con regresar. Pero esta vez no pudo contenerlas. Abrió la boca para decir algo, pero Eli se le adelantó.

Una lágrima rodó por la mejilla de Eli antes de que pudiera evitarlo. Bajó la cabeza por un momento, tratando de recuperar la compostura, pero era inútil.

—Vos no podés llorar primero —murmuró Tory, con una sonrisa temblorosa.

—Demasiado tarde —respondió Eli, secándose las lágrimas rápidamente con el dorso de la mano—. Alguien tenía que empezar.

Tory rió suavemente, aunque sus propias lágrimas ya estaban cayendo. Lo abrazó con fuerza, como si quisiera guardar ese momento en su memoria para siempre.

—Gracias, Eli. Por todo.

—Siempre —susurró él, envolviéndola con sus brazos una vez más, como si fuera lo último que pudiera hacer para demostrarle cuánto la amaba.

Eli vio a Miguel acercarse desde el otro extremo del patio. Su figura inconfundible atravesaba a paso firme la pista, esquivando a los invitados que aún seguían charlando y bailando. Eli miró a Tory por última vez, con una mezcla de ternura y melancolía en los ojos. No necesitaba decir nada más, pero decidió despedirse con dignidad.

—Cuídate y sé feliz, Tory.

Tory lo miró con los ojos todavía brillantes por las lágrimas que había derramado momentos antes. Asintió, apretando sus labios para contener la emoción.

—Vos también. Cuídate mucho.

Él le dedicó una última sonrisa, pequeña pero sincera, y luego dio media vuelta, alejándose con calma. Mientras lo veía marcharse, Tory sintió una punzada en el pecho, pero antes de que pudiera quedarse atrapada en sus pensamientos, Miguel llegó a su lado.

—¿Todo bien? —preguntó él, con una mezcla de curiosidad y preocupación.

Tory se giró hacia él y asintió, forzando una sonrisa que, para su sorpresa, salió más genuina de lo que esperaba.

—Mejor que nunca.

Miguel la observó durante unos segundos, intentando descifrar la verdad detrás de sus palabras, pero finalmente asintió, confiando en su respuesta.

Justo cuando Tory pensaba que la conversación había terminado, su mirada se posó en algo —o más bien, alguien— al fondo del patio. Su cuerpo se tensó por un segundo, y sus ojos se abrieron con sorpresa.

—No puede ser... —murmuró, más para sí misma que para Miguel.

Sin esperar ni un instante, Tory se puso en movimiento. Su vestido se agitaba a su alrededor mientras atravesaba el lugar a toda velocidad, dejando a Miguel con una expresión confundida. Al llegar al final del hermoso patio, se detuvo en seco. Frente a ella, con una media sonrisa en el rostro, estaba Robby.

—¡Robby! —exclamó ella, su voz llena de emoción.

Sin pensarlo dos veces, Tory corrió hacia él y lo abrazó con fuerza. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que lo había visto, y en ese instante, toda la nostalgia, la alegría y el cariño que sentía por él la inundaron. Robby, aunque sorprendido al principio, no tardó en corresponder el abrazo, rodeándola con sus brazos con la misma intensidad.

—No lo puedo creer... —dijo ella, separándose lo justo para mirarlo a los ojos—. ¿Qué hacés acá?

—Tenía que verte —respondió él con una sonrisa cálida—. Estás hermosa, Tory.

Ella se sonrojó ligeramente, desviando la mirada por un momento. Miguel, que había seguido el trayecto de Tory con la mirada, no pudo evitar sonreír al ver el afecto que ambos compartían. Con un gesto leve de despedida que Tory ni siquiera notó, decidió dejarlos solos y se retiró discretamente.

Robby observó cómo Miguel se alejaba y luego volvió a concentrarse en Tory, quien todavía tenía los ojos brillantes de emoción.

—¿Hablaste con Eli? —preguntó él, con tono neutral, aunque su curiosidad era evidente.

Tory asintió lentamente, sus labios formando una pequeña línea.

—Sí. Hablamos... Le dije que no puedo darle lo que merece.

Robby inclinó la cabeza, observándola con atención.

—¿Y cómo te sentís con eso?

Ella respiró hondo, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Mal. Horrible, en realidad. Se merece tanto... y yo no puedo dárselo.

Robby asintió comprensivamente, llevándose las manos a los bolsillos mientras la miraba.

—Quizás no ahora. Pero quién sabe... Tal vez puedan estar juntos más adelante.

Tory soltó una risa breve, pero no había alegría en ella.

—¿Más adelante? ¿En otra vida, decís? —Su voz era amarga, pero no agresiva, como si aceptara la ironía del destino.

Robby sonrió levemente, encogiéndose de hombros.

—Sí. Quizás en otra vida. Una en la que no tengas a la madre que tenés. Una en la que puedas ser feliz con quien realmente amás.

Tory lo miró, sorprendida por la claridad y sinceridad de sus palabras. Asintió con la cabeza, reconociendo la verdad en ellas.

—Quizás en otra vida... —repitió en voz baja, casi como si hablara consigo misma.

Robby dio un paso hacia ella, levantando una mano para acariciar suavemente su mejilla.

—Pero esta vida no se terminó todavía, Tory. Hoy tenés una boda que disfrutar.

Ella dejó escapar una risa leve y genuina por primera vez en toda la noche.

—Sos un idiota, Robby.

—Lo sé —respondió él, sonriendo ampliamente—. Pero soy tu idiota, aunque sea por un rato.

Tory negó con la cabeza, divertida y aliviada al mismo tiempo. Finalmente, le dio un último vistazo, como si quisiera grabar ese momento en su memoria, antes de girarse y volver hacia el interior del salón.

Robby se quedó parado allí por un momento, observándola alejarse. Luego, con un suspiro, dio media vuelta y salió del lugar.

Mientras tanto, en la entrada, Eli subía a un Uber, mirando por la ventana con una expresión pensativa. Aunque su corazón dolía, había una calma en él, un reconocimiento de que había hecho lo correcto al dejar que Tory siguiera su camino.

La noche seguía, cada uno con sus propias emociones, pero sabiendo que, de alguna manera, esas despedidas no borraban los momentos compartidos ni los sentimientos que seguían vivos en ellos.

-prettyunknownreal este capítulo es para vos ,gracias por apoyarme desde el comienzo <3prometo darle un final digno a estos dos

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