25:Cuarto de limpieza



El resto del día en la secundaria fue un desfile constante de incomodidad y tensión para Tory. Cada vez que levantaba la mirada, sentía los ojos de Eli fijos en ella, llenos de enojo y, tal vez, un poco de decepción. No podía culparlo; había roto su promesa. Pero Eli tampoco parecía entender que no tenía opción. Por más que le doliera admitirlo, casarse con Miguel era una decisión que le habían impuesto, y aunque ella no quisiera, no le quedaba otra.

A medida que las horas avanzaban, la noticia sobre su boda se había extendido como pólvora, y los comentarios en los pasillos no paraban. El eco de las palabras "boda", "casamiento" y "Miguel y Tory" la seguía como una sombra. Lo peor eran los desconocidos que, sin pudor alguno, se acercaban con preguntas que lograban incomodarla más de lo que ya estaba.

En uno de esos momentos, mientras caminaba junto a Miguel hacia la próxima clase, un grupo de chicos que nunca había visto antes bloqueó su camino con sonrisas demasiado amplias como para ser sinceras.

—¡Ustedes son los que se casan! —exclamó uno, un chico alto con el cabello desordenado y una actitud molesta de suficiencia.

Miguel y Tory intercambiaron miradas incómodas. Era evidente que ninguno tenía ganas de responder, pero sabían que quedarse callados solo haría que el rumor se inflara aún más.

—Sí, es cierto —dijo Miguel, con un tono seco que pretendía zanjar el tema rápidamente.

—¿En serio? —preguntó una chica con un peinado perfectamente elaborado y una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —¿No son un poco jóvenes para casarse? O sea... ¿es por amor o qué onda?

—Es algo complicado —respondió Tory, intentando sonar indiferente. Pero su respuesta, lejos de apagar la curiosidad, la avivó.

—¡Uh, ya entiendo! —intervino otro chico que llevaba unos auriculares colgando del cuello. —Es un casamiento arreglado, ¿no? Como en esas novelas que miran las abuelas. ¿Quién lo decidió? ¿Tus viejos?

—Es un tema personal.—respondió Miguel, esta vez con un tono más cortante.

Pero ellos no se detuvieron.

—¿Y va a haber luna de miel? —preguntó el primero, riendo. —Onda, ¿ya tienen destino o es más tranquilo?

La rubia sintió que su paciencia se agotaba. Se cruzó de brazos y, con la voz más afilada que pudo, respondió:

—Si querés saber los detalles, podés pedirle a mi madre que te mande una invitación. Seguro le encanta organizarte un lugar en la mesa principal.

Los chicos rieron, aunque estaba claro que todavía no se daban por vencidos. Finalmente, otro más, uno que había permanecido callado hasta ahora, agregó con un tono burlón:

—No sé chicos ,si fuera yo me lo pensaría dos veces. Casarte tan joven te puede arruinar la vida.

Antes de que Miguel pudiera reaccionar, Tory se giró hacia él, lo tomó del brazo y se lo llevó lejos de la escena sin decir una palabra más.

Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, Miguel dejó escapar un suspiro, pasándose una mano por el cabello.

—Esto es un desastre.

—Decímelo a mí —respondió Tory, con un tono que no intentaba ocultar su frustración.

14:33 p.m

Mientras tanto, en el patio de la secundaria, Demetri y Devon estaban sentados junto a Eli, que no había dicho ni una palabra desde que habían llegado. Estaba con los brazos cruzados, mirando fijamente un punto invisible en el horizonte.

—¿Y a vos qué te pasa hoy? —preguntó Devon, alzando una ceja. —Tenés cara de perro mojado. ¿Te quedaste sin café o qué onda?

—Estoy bien.—respondió Eli sin mirarlos.

—Sí, claro. Porque esa cara que tenés grita estoy de buen humor —dijo Demetri con sarcasmo. —Dale, largá. Sabemos que algo te molesta.

Eli los ignoró, pero Devon no parecía dispuesta a dejarlo pasar.

—¿Es por Tory y Miguel? —preguntó de frente. —Porque si es eso, decilo de una vez. Nadie te va a juzgar. Bueno, yo sí, pero igual.

Eli finalmente los miró, frunciendo el ceño.

—No es nada. Estoy de mal humor. ¿Pueden dejarlo ahí?

—Está bien, está bien, calmate —dijo Demetri, levantando las manos en señal de rendición. Pero mientras Eli volvía a clavar la mirada en el vacío, él y Devon intercambiaron miradas de complicidad, sabiendo que su amigo no estaba tan bien como quería aparentar.

En otro rincón del patio, Tory estaba sentada junto a Sam y Yasmine, que intentaban distraerla con conversación. Sam estaba jugando con la etiqueta de una botella de agua, eran sus últimos días en la secundaria ,gracias a su panza próximamente comenzaría a estudiar en casa, por otro lado Yasmine escribía algo en su celular.

—¿Por qué siempre son los desconocidos los más preguntones? —comentó Yasmine de repente, rompiendo el silencio. —Es como si tu vida fuera un reality show y ellos fueran los fanáticos.

Tory rió suavemente, aunque no había alegría en su risa.

—Porque no les importa lo que me pase —respondió. —Solo quieren algo de que hablar.

Sam, que había permanecido callada hasta entonces, lanzó la botella a la basura con precisión antes de mirar a Tory.

—Bueno, ¿y qué? —dijo. —Que hablen. Vos sabés la verdad. No les tenés que explicar nada. Y menos al becado de mierda.

La referencia a Eli hizo que Tory se tensara, y Yasmine lo notó al instante.

—¿Querés que vaya y le diga algo? —preguntó, con una mirada peligrosa. —Una buena amenaza nunca falla.

—No. —Tory negó rápidamente. —Déjenlo. Si no quiere hablar conmigo, es cosa de él.

—No sé si lo sabías, pero arrastrar problemas como este no es sano —dijo Sam, mirándola con seriedad. —¿Por qué no intentás hablar con él una última vez?

Tory suspiró, aunque sabía que Sam tenía razón.

—No va a escucharme.

—Entonces dejalo. —Yasmine encogió los hombros. —Que se pudra en su propio enojo.

El timbre sonó, y Tory se levantó, tomando aire para armarse de valor.

—Gracias por estar conmigo, chicas. No sé qué haría sin ustedes.

—Probablemente llorar en posición fetal en tu cama —dijo Yasmine, con un guiño.

Tory rió suavemente. Por cruel que sonara, sabía que era verdad.

15:48 p.m

La biblioteca era uno de los pocos lugares en la secundaria donde Miguel podía encontrar algo parecido a la paz. El bullicio de los pasillos se desvanecía al cruzar la puerta, reemplazado por el suave crujir de las páginas y el eco apagado de pasos cautelosos. Se había refugiado en una de las mesas cercanas a las ventanas, donde la luz del sol formaba patrones dorados sobre la madera, y tenía un libro de filosofía abierto frente a él. Pero, a pesar de sus esfuerzos por concentrarse, sus pensamientos iban en otra dirección.

Había estado ignorando las llamadas de Eugenia. No podía soportar escucharla y sentir que le había fallado a su madre. Había algo asfixiante en todo aquello, como si lo hubieran encerrado en una jaula hecha de expectativas. Se pasó una mano por el rostro, soltando un suspiro frustrado, y cerró el libro con un golpe suave. Tal vez debía dejar de pretender que podía encontrar respuestas en palabras ajenas.

Levantó la vista, y fue entonces cuando lo vio. Eli estaba sentado en una mesa más apartada, inclinado sobre un cómic. Parecía completamente absorto, sus ojos siguiendo las viñetas con atención, y en su rostro había una expresión que Miguel no supo interpretar del todo. Curiosidad, tal vez, o algo parecido a la nostalgia. Miguel lo observó por unos segundos. Nunca había leído un cómic; su madre los había descartado como algo "infantil" desde que tenía memoria. Pero había algo en la concentración de Eli que lo intrigó. Sin pensarlo mucho, se levantó y se acercó a su mesa.

—¿Qué estás leyendo? —preguntó Miguel con una sonrisa casual mientras se sentaba frente a él.

Eli levantó la vista, y la expresión que mostró fue como una bofetada. Había frialdad en su mirada, una tensión que no se molestó en disimular. Cerró el cómic con un movimiento brusco y lo dejó sobre la mesa, mirándolo con los ojos entrecerrados.

—¿Qué querés, Diaz? —preguntó, su tono cortante como una navaja.

Miguel parpadeó, claramente confundido. No entendía el trato hostil.

—Nada en especial... Te vi solo y pensé en sentarme un rato. —Se encogió de hombros, intentando sonar relajado. —¿Hice algo para molestarte?

Eli soltó una risa amarga, una que no contenía ni una pizca de humor.

—¿De verdad me estás preguntando eso? —Su tono estaba cargado de sarcasmo, y Miguel sintió cómo algo dentro de él comenzaba a tensarse. —Vos te estás por casar con la chica que a mí me gusta, ¿y todavía tenés la cara de venir acá a hablarme como si nada?

Las palabras cayeron sobre Miguel como un balde de agua fría. Parpadeó varias veces, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Qué? ¿Victoria? —preguntó finalmente, atónito. —¿Te gusta Tory?

Eli apretó los labios, cruzando los brazos frente a él como si la pregunta le pareciera absurda.

—¿Te sorprende tanto? —espetó, inclinándose un poco hacia adelante. —Claro que me gusta. ¿O pensabas qué no tenía derecho a sentir algo por ella porque vos ya tenés todo asegurado?.

Miguel levantó las manos en un gesto de disculpa, tratando de calmar la situación.

—No tenía idea, amigo. De verdad. Lo siento si...

Eli lo interrumpió antes de que pudiera terminar.

—¿Qué cambia que lo supieras o no? —Su voz estaba cargada de resentimiento. —El resultado es el mismo. Vos sos el que se va a casar con ella. Vos, el hijo perfecto, el que nunca hace nada mal. Mientras yo tengo que sentarme acá, aguantándome todo, porque no soy suficiente.

El moreno tragó saliva, sintiendo cómo el peso de las palabras de Eli se acumulaba en su pecho. Bajó la mirada hacia la mesa, buscando las palabras adecuadas.

—Eli... —comenzó, su voz baja y algo temblorosa. —Yo no quiero casarme con Tory. Esto no es algo que elegí. Es un arreglo, algo que nuestras familias decidieron hace años. No tiene nada que ver con lo que yo quiero.

Eli dejó escapar una carcajada seca, negando con la cabeza mientras su mirada se llenaba de amargura.

—¿Y qué? ¿Eso te hace diferente? —Se inclinó más hacia él, sus ojos brillando con una intensidad que casi intimidaba a Miguel. —Vos podés salir de esto si quisieras. Pero no lo hacés. Porque al final, te conviene. Te conviene seguir en tu vida perfecta, con tu dinero, con tus lujos. No me vengas con excusas, Miguel. Vos y Tory son iguales.

Miguel lo miró, su rostro una mezcla de sorpresa y rabia contenida. Quería responder, defenderse, pero no sabía cómo. Había algo en las palabras de Eli que lo golpeaba en lo más profundo.

—No es tan fácil como lo hacés parecer —dijo finalmente, con un susurro apenas audible.

En ese momento, Tory apareció en la biblioteca, sosteniendo un libro en sus manos. Se detuvo al verlos, sus cejas fruncidas con curiosidad. Había venido a devolverle a Miguel un libro que él había dejado en su bolso, pero algo en el ambiente la hizo detenerse. Se escondió detrás de una estantería cercana, tratando de entender lo que estaba pasando.

—¿Sabés lo que más me molesta? —continuó Eli, su tono más bajo pero igual de cargado de resentimiento. —Que ni siquiera te importa Tory. Y sin embargo, vos sos el que la va a tener. ¿Sabés lo que yo daría por estar en tu lugar? Por poder estar con ella.

Miguel se quedó sin palabras, sus ojos buscando alguna señal en el rostro de Eli que indicara que no hablaba en serio. Pero lo que vio fue honestidad. Brutal y dolorosa.

—¿De verdad la querés tanto? —preguntó Miguel, su voz suave pero llena de incredulidad. —¿O es solo que...?

Eli golpeó la mesa con la palma de la mano, haciendo que el sonido resonara en la biblioteca. Tory, escondida detrás de la estantería, contuvo el aliento.

—¡Claro que la quiero! —espetó, su voz subiendo de tono. —La quiero más de lo que te podés imaginar. Pero no soy lo suficientemente bueno, ¿no? No tengo tu dinero. No puedo darle la vida que su mamá quiere para ella. Soy... soy un tipo cualquiera.

Miguel lo miró, sintiendo una mezcla de compasión y culpa.

—Eli, no soy perfecto. —Su voz era apenas un susurro. —Y esto no es lo que parece. No quiero lastimarte. Ni a vos ni a Tory.

Eli dejó escapar un suspiro tembloroso y negó con la cabeza. Cerró los ojos por un momento, como si intentara calmarse, y luego se levantó, agarrando el cómic con fuerza.

—Ya está. No digas nada más. —Su tono era frío, distante. —Solo...aléjate de mi.

Y con eso, se alejó, dejando a Miguel sentado en la mesa, completamente aturdido. Tory, aún escondida, sintió que todo su mundo se tambaleaba. Quería salir y decir algo, pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta.

Tory permaneció detrás de la estantería, inmóvil. Su mente era un torbellino de emociones tras escuchar las palabras de Eli. Su voz, cargada de sinceridad y emoción, la había dejado con el corazón latiendo a un ritmo vertiginoso. Por un lado, se sentía tocada; por otro, una punzada de culpa la invadía al darse cuenta de lo mucho que él parecía estar sintiendo. Cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de calmarse. Pero sabía que no podía quedarse ahí para siempre.

Con un suspiro pesado, salió de su escondite y vio a Miguel sentado a la mesa. Él tenía la mirada perdida, ausente, como si su mente estuviera en un lugar lejano. Por un instante, Tory dudó si debía acercarse, pero decidió que lo mejor era enfrentarlo de una vez.

—¿Miguel? —dijo con cautela, su voz apenas un murmullo.

Miguel se sobresaltó ligeramente, girando la cabeza hacia ella. Al verla, frunció el ceño con una mezcla de sorpresa y curiosidad.

—¿Tory? —preguntó, incorporándose con rapidez. —¿Qué hacés?

Tory cruzó los brazos, incómoda.

—Podría preguntarte lo mismo —replicó, esquivando su mirada.

Miguel arqueó una ceja, observándola con atención.

—¿Hace cuánto estás ahí? —preguntó, y aunque su tono no era acusador, Tory sintió una punzada de nerviosismo.

—El tiempo suficiente —confesó, suspirando.

Por un momento, Miguel pareció medir su reacción. Tory esperaba algún comentario sarcástico, tal vez incluso un reproche, pero para su sorpresa, él dio un paso hacia ella con una expresión de sincera preocupación.

—¿Estás bien? —preguntó, su voz más suave de lo que la chica había imaginado.

Ella lo miró, desconcertada.

—¿Qué? —bufó, como mecanismo de defensa. —¿No vas a gritarme por espiar tu conversación?

Miguel dejó escapar una pequeña risa y negó con la cabeza.

—¿Por qué haría eso? —replicó, con un destello de humor en los ojos. —Aunque... si me hubieras dicho que salías con el becado, capaz habría tenido algo que decir antes.

Tory soltó un resoplido, resignada, aunque no pudo evitar una pequeña sonrisa.

—No estoy saliendo con él —corrigió, aunque sabía que no sonaba convincente.

Miguel la miró con escepticismo, alzando una ceja.

—Bueno, por cómo habló Eli, cualquiera diría que sí.

Esa observación hizo que Tory desviara la mirada, sintiéndose demasiado expuesta. Miguel pareció darse cuenta y suavizó su tono.

—Tranquila. No estoy acá para juzgarte —dijo, y sin pensarlo demasiado, dio un paso más cerca de ella.

De repente, Tory sintió un nudo en la garganta. Antes de poder detenerse, apoyó la cabeza en el hombro de Miguel. Fue un gesto impulsivo, casi desesperado, como si buscara un refugio momentáneo en medio del caos.

Miguel se quedó inmóvil por un instante, sorprendido, pero pronto relajó los hombros y, con un gesto instintivo, comenzó a acariciar su cabello con delicadeza.

—No sé por qué hice eso —susurró Tory, sin levantar la cabeza.

—No tenés que disculparte —respondió Miguel, manteniendo su tono tranquilo. —Los dos estamos en un lío bastante grande, ¿no?

Tory dejó escapar una risa breve, pero amarga, mientras se apartaba ligeramente para mirarlo.

—¿Te parece? —preguntó, su voz cargada de sarcasmo. —A veces siento que todo esto me está pasando solo a mí. Pero después escucho cosas como lo que dijiste vos... o lo que dijo Eli... y me doy cuenta de que estamos todos igual de jodidos.

Miguel asintió lentamente, una sonrisa triste curvando sus labios.

—Sí, somos un desastre colectivo. Al menos no estamos solos en eso, ¿no?

Por un momento, ambos se miraron en silencio. Había algo reconfortante en compartir ese sentimiento, aunque no se dijeran mucho más. Finalmente, Tory tomó aire y se animó a hacer la pregunta que llevaba tiempo rondando en su mente.

—¿Vos querés a Eugenia? —soltó de golpe, su voz temblando apenas.

La pregunta pareció tomarlo por sorpresa. Miguel desvió la mirada, reflexionando antes de responder.

—Sí, quiero a Eugenia. —Su voz era tranquila, pero cargada de sinceridad. —Es mi amiga desde que tengo memoria, y... sí, creo que me gusta. Pero al mismo tiempo... —Hizo una pausa, luchando por encontrar las palabras correctas. —No sé si todo esto vale la pena. No sé si lo que siento es suficiente para...

—Para enfrentar todo lo que viene con eso —completó Tory por él, asintiendo lentamente.

Miguel la miró, reconociendo en su expresión que ella entendía perfectamente lo que quería decir.

—¿Y vos? —preguntó, con cuidado. —¿Querés a Eli?

Tory apretó los labios antes de responder, sintiendo una punzada en el pecho.

—Sí. —Su voz era apenas un susurro. —Y eso me hace sentir peor. Porque no puedo estar con él. No ahora. No con todo lo que está pasando.

Miguel colocó una mano en su hombro, captando su atención.

—¿Por qué no intentás hablar con él? —sugirió, mirándola con seriedad.

—¿Para qué? —replicó Tory, su tono lleno de escepticismo. —Después de lo de hoy, no creo que quiera volver a verme.

Miguel negó con la cabeza, sin apartar la mirada de ella.

—No perdés nada por intentar, Tory. Eli puede ser terco, pero también es alguien que siente mucho. Y si vos realmente lo querés, tenés que pelear por eso. Porque si no lo hacés, ¿quién más lo va a hacer?

Las palabras de Miguel resonaron en ella, aunque no supo si sentirse reconfortada o más insegura. Finalmente, dejó escapar un suspiro pesado.

—Voy a pensarlo —dijo, aunque su tono no sonaba completamente convencido.

Miguel sonrió levemente, aceptando su respuesta. Miró su reloj y, como para aligerar el ambiente, cambió de tema.

—Hoy después de clases voy a ver trajes con mi papá —comentó. —¿Y vos?

Tory soltó una risa seca, cruzándose de brazos.

—Voy a ver los últimos detalles del vestido —respondió, haciendo una mueca de desagrado.

Miguel rió suavemente.

—Bueno, parece que los dos tenemos planes igual de emocionantes —bromeó, y Tory no pudo evitar sonreír.

Por un momento, la tensión entre ellos se disipó. Compartieron una sonrisa cómplice, como si por unos instantes todo fuera más sencillo. Aunque ambos sabían que esa calma no duraría, al menos tenían la certeza de que podían contar el uno con el otro.

17:35 p.m

El pasillo estaba casi desierto. La secundaria, tan bulliciosa durante el día, había caído en un silencio extraño, roto solo por el eco de pasos distantes y el crujido ocasional de algún casillero. Tory caminaba con su bolso. No tenía prisa por irse; de alguna manera, el aire tranquilo de la secundaria vacía le resultaba reconfortante después de las tensiones acumuladas en la junta del consejo estudiantil. Había pasado horas ayudando a Miguel a organizar ideas para la fiesta de fin de curso, lo que, en cierto modo, también le permitió distraerse un poco de sus propios problemas.

Sin embargo, al doblar la esquina para llegar a su casillero, lo vio.

Eli

Estaba frente al suyo, forcejeando con la cerradura. Parecía frustrado, y aunque intentaba mantener la compostura, el ceño fruncido y los movimientos bruscos lo delataban.La rubia se detuvo por un momento, observándolo. Se mordió el labio mientras pensaba en lo que iba a hacer. Sabía que Eli estaba molesto con ella. Después de todo, había escuchado lo que le había dicho a Miguel aquella tarde en la biblioteca. Su corazón latió con fuerza al recordar sus palabras, cargadas de una vulnerabilidad que nunca había asociado con él.

Ahora o nunca, pensó. Inspirando profundamente, se acercó con paso decidido.

Eli levantó la cabeza al escucharla, y su expresión se endureció al instante.

—¿Qué querés? —dijo, su tono cortante.

Tory, sin responder, dejó caer los libros que llevaba bajo el brazo y, con un movimiento rápido y certero, golpeó el casillero justo en el lugar donde la cerradura solía trabarse. La puerta se abrió de inmediato con un chirrido.

—Listo, ya está —dijo con una sonrisa leve, intentando sonar casual.

Por un instante, Eli pareció sorprendido, pero rápidamente recuperó su expresión de desdén.

—¿Qué? ¿Ahora te creés mi salvadora? —espetó, cruzándose de brazos mientras la miraba con el ceño fruncido.

Tory suspiró, manteniendo la calma.

—No, solo pensé que necesitabas ayuda. Vos hiciste lo mismo por mí una vez.

Ahora, la situación era distinta. La tensión entre ambos era palpable, pero en lugar de una Tory enfadada y un Eli tranquilo, los papeles estaban invertidos.

Eli rodó los ojos y cerró de golpe la puerta del casillero.

—¿Querés algo más, o terminaste de demostrar lo buena persona qué sos? —dijo con sarcasmo.

Tory intentó mantenerse tranquila, pero su paciencia comenzaba a agotarse.

—¿Por qué me hablas así? —preguntó, cruzándose de brazos.

Eli soltó una risa seca, claramente forzada.

—¿En serio querés que te lo explique? —espetó, dando un paso hacia ella. —Siempre jugás a ser la chica que no necesita a nadie, pero ahora venís acá, como si... como si todo lo que hiciste no importara.

Flashback

—Después los busco —dijo Eli a Demetri y Devon, quienes se encogieron de hombros antes de seguir con su conversación.

Eli se acercó al casillero de Tory, quien intentaba abrirlo con evidente frustración. Sin decir nada, Eli dio un pequeño golpe justo en el lugar donde la cerradura se trababa siempre. La puerta se abrió con un leve chirrido.

—Listo, ya está —dijo con una sonrisa pequeña, como si no fuera gran cosa.

Tory, que estaba claramente molesta por algo que había sucedido minutos antes, apenas le dirigió una mirada.

—Gracias, supongo. —Su tono era seco, pero Eli no pareció ofenderse.

—De nada —respondió, encogiéndose de hombros antes de alejarse.

Fin del flashback

—¿Y qué fue lo que hice exactamente? —Tory alzó la voz, frustrada.

—¿De verdad? —Eli la miró directamente a los ojos, y por un segundo, Tory pudo ver el dolor detrás de su enojo. —Me usaste, Victoria. Usaste lo que siento por vos para... para lo que sea que estuvieras buscando. Y ahora esperás que esté acá como un idiota, esperando a que decidas si soy suficiente para vos o no.

Las palabras del chico golpearon a la rubia como un balde de agua fría. Por un momento, no supo qué responder. Pero al ver cómo él intentaba desviar la mirada, como si se arrepintiera de haber hablado, algo dentro de ella hizo clic.

—¿Eso pensás? —dijo en voz baja, dando un paso hacia él.

Eli no respondió, pero su mandíbula se tensó. Tory se acercó aún más, hasta que la distancia entre ellos se redujo a centímetros. Antes de que pudiera arrepentirse, lo empujó suavemente contra los casilleros, acorralándolo.

—Escuché todo lo que le dijiste a Miguel hoy —dijo, su voz apenas un susurro.

Eli parpadeó, sorprendido.

—¿Qué...?

—Sí, escuché. —Tory lo miró directamente a los ojos, su tono lleno de intensidad. —Y quiero que sepas que yo también te quiero. Mucho.

Eli abrió la boca para decir algo, pero no logró articular palabra. Estaba atrapado entre el enojo, la verguenza y una punzada de esperanza que no quería admitir.

—No soy buena con estas cosas, nunca lo fui —continuó Tory, bajando un poco la mirada. —Siempre he sido de las que corren cuando algo se pone demasiado complicado. Pero no quiero seguir corriendo de vos.

Eli la observó en silencio por unos segundos que se sintieron eternos. Una parte de él quería seguir enojado, quería reprocharle por haber jugado con sus sentimientos. Pero otra parte, la que siempre había estado ahí, deseaba creer en lo que ella estaba diciendo.

—¿Esto es un juego para vos? —preguntó finalmente, con la voz más suave, aunque todavía cargada de inseguridad.

Tory negó con la cabeza, mirándolo con firmeza.

—No, no lo es.

Hubo un largo silencio entre ellos. Eli, atrapado entre sus emociones, finalmente dejó escapar un suspiro profundo.

—No sé si puedo creer eso todavía —admitió, desviando la mirada.

Tory apretó los labios, asintiendo lentamente.

—Entonces dejame demostrarlo.

La sinceridad en su voz hizo que Eli la mirara nuevamente. Aunque todavía había dudas en sus ojos, también había una chispa de algo más. Algo que, tal vez, con el tiempo, podría crecer en confianza.

Ambos se quedaron así por un momento, atrapados en una burbuja que parecía apartarlos del mundo exterior. Finalmente, Eli rompió el silencio con una sonrisa leve.

—Siempre sabés cómo abrir los casilleros, ¿no?

Tory soltó una risa suave, aliviada por el cambio de tono.

—Solo los tuyos. —Su sonrisa era pequeña, pero genuina.

Eli negó con la cabeza, todavía con una mezcla de incredulidad y resignación.

—Sos un caso perdido, Tory.

—Y vos seguís acá, así que algo debés ver en mí.

El silencio del pasillo fue interrumpido por un eco de pasos que se acercaban rápidamente. Tory y Eli intercambiaron miradas. Ambos sabían que no debían estar ahí tan tarde, y la posibilidad de ser descubiertos los puso en alerta.

—¿Alguien viene? —preguntó Eli en voz baja, inclinándose hacia Tory.

—Shh. —Ella ladeó la cabeza, escuchando con atención. Sí, los pasos se hacían más fuertes. Sin dudar, Tory agarró la mano de Eli.

—¿Qué estás haciendo? —Eli apenas tuvo tiempo de preguntar antes de que Tory lo arrastrara por el pasillo, sujeta firmemente a su mano.

—Confía en mí. —La sonrisa ladina en su rostro no daba lugar a objeciones, y aunque Eli podría haber protestado, no lo hizo.

La llevó hasta un cuarto de limpieza al final del pasillo, abrió la puerta de un empujón y lo metió dentro antes de cerrar con cuidado y ponerle tranca. La oscuridad del pequeño espacio los envolvió por completo, iluminada apenas por un tenue rayo de luz que se filtraba por la rendija inferior de la puerta.

—¿Es en serio? —susurró Eli, aunque había un dejo de diversión en su tono. —¿Un cuarto de limpieza?.

—Shh. —Tory lo empujó suavemente contra la pared, acorralándolo como había hecho antes en los casilleros. —Podés burlarte después.

Antes de que Eli pudiera soltar otra palabra, Tory se acercó y lo besó. Fue un beso decidido, intenso, cargado de toda la tensión que se había acumulado entre ellos en los últimos días, semanas, quizás meses.

Eli tardó apenas un segundo en corresponder, su cuerpo reaccionando antes de que su mente pudiera detenerlo. Sus manos subieron hasta la cintura de Tory, acercándola más, como si el espacio entre ellos fuera insoportable.

El cuarto de limpieza parecía más pequeño con cada segundo que pasaba. El calor entre ellos crecía, y por un momento, nada más importó. Pero justo cuando Tory pensaba que todo estaba en su lugar, Eli se apartó ligeramente, rompiendo el beso con un suspiro.

—Esto está mal. —Su voz era un susurro, pero lo suficientemente firme como para hacerla fruncir el ceño.

—¿Qué cosa? —preguntó Tory, claramente irritada por la interrupción.

Eli la miró, su respiración aún agitada.

—Besar a una mujer comprometida.

Tory revoleó los ojos, soltando un bufido.

—¿De verdad? ¿Eso es lo que te preocupa ahora?

Eli alzó una ceja, como si su comentario fuera obvio.

—Bueno, sí. ¿No tenés un vestido de novia esperándote o algo así?

Tory puso las manos en sus caderas, mirándolo con incredulidad.

—¡Ay, por favor! ¿Te pensás qué quiero casarme con Miguel?

—No sé, ¿no es esa la idea? —respondió él, con un tono que intentaba ser sarcástico, pero que no ocultaba del todo la seriedad de su pregunta.

Tory suspiró, acercándose de nuevo. Esta vez, lo tomó de la camiseta, jalándolo hacia ella.

—Escuchame bien... —Su voz era baja, pero cargada de determinación. —No me importa Miguel, ni el vestido, ni ese estúpido acuerdo de nuestros padres. Lo único que quiero ahora mismo sos vos. Así que callate y besame.

Eli apenas tuvo tiempo de procesar sus palabras antes de que Tory volviera a besarlo. Esta vez, no hubo dudas ni interrupciones.

—¿Siempre tenés que tener la última palabra? —murmuró Eli contra sus labios, su tono divertido y resignado a la vez.

—Siempre —respondió Tory, sonriendo entre beso y beso.

El ambiente entre ellos se volvió más intenso, más urgente. Las manos de Eli encontraron el camino hacia la cintura de Tory, y ella no tardó en deslizar las suyas por los hombros de él, aferrándose como si no quisiera dejarlo ir.

En ese momento, nada más existía. Ni la secundaria, ni sus amigos, ni siquiera el hecho de que, en menos de una hora, Tory debería estar con su madre ajustando los detalles de su vestido de novia. Todo eso parecía lejano, irrelevante.

Lo único que importaba era el cuarto de limpieza y la persona que tenía frente a ella.

—Por cierto... —dijo Eli de repente, apartándose apenas lo suficiente como para mirarla a los ojos.

—¿Qué? —preguntó Tory, visiblemente molesta por la interrupción.

—Esto... es mejor que cualquier fiesta de fin de curso.

Tory soltó una carcajada suave, inclinando la frente contra la de él.

—Sos un idiota...

—Y vos tenés pésimas decisiones para elegir con quién esconderte en un cuarto de limpieza.

Tory sonrió, mordiéndose el labio.

—Quizás, pero no me arrepiento.

Y, con eso, volvió a besarlo, dispuesta a hacer que cada segundo de ese momento valiera la pena.

El cuarto de limpieza parecía estar a punto de explotar con la intensidad que emanaba de ambos.
No había espacio para palabras ni para dudas. Tory lo empujó contra la pared, el eco del golpe resonando en el pequeño espacio mientras lo sujetaba por el cuello de su chaqueta, tirando de él como si no pudiera tenerlo lo suficientemente cerca.
El sonrió contra sus labios, deslizando las manos con firmeza por su cintura hasta llegar a sus caderas. No estaba nervioso, ni incómodo; al contrario, su seguridad y su propia intensidad rivalizaban con las de la rubia.

—¿De todos los lugares que podías elegir, este es tu idea de romanticismo?.—Bromeó, separándose lo justo para mirarla a los ojos.

—No soy de velas ni pétalos de rosas. —Tory le devolvió la mirada con un destello arrogante, antes de empujarlo contra la pared otra vez. —Además, no te escuché quejarte cuando te traje acá.

—¿Y perderme esto? —Eli arqueó una ceja mientras sus manos subían por su espalda, atrapándola con fuerza. —Ni loco, aunque creo que podríamos haber apuntado a algo más... glamuroso.

-¿Querés glamur o querés esto? — Tory respondió sin darle tiempo a reaccionar, sus labios atrapándolo de nuevo mientras tiraba de su camisa para quitársela con movimientos rápidos.

Eli dejó escapar una carcajada entre besos.
—Definitivamente esto. —Su tono era más bajo, más grave, mientras recorría el cuello de Tory con sus labios—.

El cuarto de limpieza, con su olor a productos químicos y estanterías llenas de materiales de limpieza, pasó completamente desapercibido para ellos.
El mundo exterior no existía; no había casamientos arreglados, ni rivalidades, ni problemas. Solo estaban ellos dos, explorándose con la urgencia de quienes saben que el tiempo es limitado.
Eli la empujó hacia una mesa pequeña en el centro del cuarto, subiéndola de un tirón con fuerza inesperada, mientras la atrapaba con las manos en su cintura, alzándola con la misma facilidad.
Todo en ellos era una batalla, una lucha de intensidades que se encontraban y chocaban, pero nunca se rendían.

—Tenés un problema con querer siempre tener el control, ¿no? — murmuró la rubia, su tono cargado de desafío.

—¿Te molesta? —El castaño sonrió con arrogancia mientras le atrapaba el rostro con las manos, obligándola a mirarlo.

—Para nada. Me encanta.—La respuesta fue inmediata, casi como un reto.

Tory lo miró con una mezcla de sorpresa y admiración, pero no dijo nada. Sus labios volvieron a encontrarse, esta vez más lentos, más intensos, como si quisieran grabar cada segundo en sus memorias. La electricidad entre ellos era palpable, y por un momento, parecía que ni siquiera el aire cabía entre sus cuerpos.

El tiempo pasó en un parpadeo.

Finalmente, Tory fue la primera en separarse, su cabello despeinado cayendo sobre su rostro mientras respiraba con dificultad. Eli, sin embargo, seguía apoyado contra la pared, sus ojos brillando con esa chispa de satisfacción y burla que siempre lo caracterizaba.

—Bueno, esto definitivamente superó mis expectativas para un cuarto de limpieza. —Su tono sarcástico rompió el silencio mientras alzaba una ceja, mirando alrededor.

—¿Y yo pensé que eras de los que no podía disfrutar algo si no había cámaras de seguridad vigilando? —Tory respondió con una sonrisa burlona mientras se peinaba con las manos y agarraba su ropa interior del suelo ,Eli soltó una risa corta, antes de ponerse su camisa y acomodarla—.

—Ah, por favor, decime que no hay cámaras. —Se cruzó de brazos, fingiendo preocupación.

—No hay. —Tory rodó los ojos. —Y aunque las hubiera, no es como si te molestara que te vieran.

—Touché. —Eli sonrió, inclinándose hacia ella para robarle un beso rápido.—Pero admití que te gusta más así, a escondidas.

Tory no respondió, pero la sonrisa en su rostro lo decía todo. Sin embargo, la diversión en los ojos de Eli fue desvaneciéndose a medida que el mundo real volvía a filtrarse en su mente.

Cuando finalmente salieron del cuarto, la brisa fresca del exterior golpeó sus rostros. El sol ya comenzaba a ocultarse, bañando el cielo con tonos cálidos de naranja y rosa. Tory caminaba con paso seguro, su cabeza en alto, mientras Eli la seguía de cerca, con las manos metidas en los bolsillos y una expresión más seria.
Se detuvieron justo en la puerta principal de la secundaria. Tory se apoyó contra el marco, cruzando los brazos mientras miraba a Eli.

—Bueno, ¿y ahora qué? —preguntó ella, con un tono despreocupado.

—Ahora hablamos. —Eli se cruzó de brazos, mirándola directamente. —Porque lo que pasó ahí adentro estuvo genial, pero no puedo ignorar lo otro.

—¿Lo otro? —La rubia frunció el ceño.

—Tu casamiento arreglado con Miguel. —Eli suspiró, su voz más baja. —No podés decirme que eso no importa.

Tory apretó los labios, su mirada perdiéndose por un momento en el horizonte.

—No importa. Al menos, no para mí.—Finalmente, lo miró a los ojos. — Yo no elegí eso, Eli. Si fuera por mí, haría cualquier cosa para escapar de todo esto.

—¿De verdad? —Eli arqueó una ceja, su tono lleno de escepticismo. —Entonces, ¿por qué no lo hacemos?¿Por qué no escapamos ahora mismo?

Tory dejó escapar una risa corta, amarga.

—Porque no es tan fácil como suena. —Sacudió la cabeza. —Podría arriesgarlo todo, pero... hay demasiadas cosas en juego.

Eli dio un paso hacia ella, su rostro lleno de frustración.

—Ah, ahí está. Siempre lo complicado, siempre el riesgo. Ya sé que no soy un príncipe de Disney como Miguel o Robby, pero pensé que eso no te importaba.

—No me importa. —Tory lo interrumpió, avanzando hacia él. —No quiero un príncipe, Eli. Te quiero a vos.Te quiero cómo sos, con tus sarcasmos, tus risas, tus locuras.Quiero cómo me hacés sentir viva.

Eli la miró, sus ojos suavizándose con cada palabra que salía de su boca.

—¿De verdad? —preguntó, su voz apenas un susurro.

La rubia asintió, tomando sus manos entre las suyas.

—Te quiero mucho. Y no me importa lo que piensen los demás.Lo único que quiero es estar contigo.

Eli no respondió de inmediato. En lugar de eso, la abrazó con fuerza, como si ese gesto pudiera decir todo lo que no encontraba palabras para expresar.

—Yo también te quiero mucho, Tory.
—Su voz era baja, cargada de emoción. —Y perdón por haber sido un idiota antes.

—Ya está... —Tory sonrió, apoyando su cabeza contra su pecho. -Siempre podés compensarlo.

El abrazo se prolongó, ambos aferrándose el uno al otro mientras el cielo se oscurecía lentamente.
Por un momento, todo lo demas dejó de importar.

19:04 p.m

El sol ya se había ocultado cuando Tory finalmente subió a su auto, con la cabeza aún dando vueltas. Eli había quedado parado frente a la secundaria, viéndola arrancar con una sonrisa en los labios y un brillo especial en los ojos. Ella también sonreía, pero sabía que no podía permitirse ese lujo por mucho más tiempo.

El olor de Eli seguía impregnado en su ropa y su cabello, una mezcla de su colonia y ese aroma único que le pertenecía solo a él. "Maldita sea", pensó, revisándose en el retrovisor y notando cómo sus labios seguían hinchados y su cabello algo alborotado. Con una mueca de resignación, sacó un pequeño frasco de perfume de su bolso y se roció con generosidad. Luego, trató de acomodarse el uniforme como pudo, con la esperanza de que su madre no notara nada raro.

El lujoso local de vestidos estaba iluminado como si fuera un palacio. A través de las enormes vitrinas se podían ver maniquíes vestidos con diseños exclusivos, piezas que costaban más de lo que muchos ganarían en meses.La rubia estacionó su auto y bajó con una mezcla de nerviosismo y fastidio. Ya sabía lo que le esperaba adentro: críticas, presión y la mirada intensa de Angela, que no iba a dejarle pasar ni un solo detalle.

Cuando entró, efectivamente encontró a su madre de pie junto a la puerta, luciendo un vestido elegante y un rostro claramente molesto. Angela cruzaba los brazos, golpeando el suelo con el tacón de su zapato cada pocos segundos.

—Llegás media hora tarde, Victoria. —El tono de Angela era gélido, su mirada, cortante.

—Perdón, mamá —respondió Tory, sonriendo falsamente mientras se acercaba—. Estuve ayudando a Miguel con la lista de invitados. Tiene tantas cosas en la cabeza con todo esto... pensé que sería bueno darle una mano.

La mención de Miguel logró suavizar ligeramente la expresión de Angela.

—Ah, bueno, al menos hiciste algo útil. Pero podrías haberme avisado, Tory. No es como si no tuvieras responsabilidades también.

—Lo sé, lo sé. No va a volver a pasar. —Tory le dio un beso rápido en la mejilla y luego dirigió la vista al interior del local, cambiando rápidamente de tema—. Bueno, ¿vamos adentro?

Angela suspiró, todavía molesta, pero asintió.

El interior del local era impresionante, con telas de lujo colgando por todas partes, luces cálidas que realzaban cada detalle de los vestidos y un aire a exclusividad que casi resultaba sofocante. Tory caminaba ligeramente detrás de su madre, sintiéndose fuera de lugar entre tanto lujo, pero fingiendo estar completamente cómoda.

—Te están esperando en el probador, Victoria. —Angela no perdió tiempo en dirigirla hacia el fondo del local.

Tory rodó los ojos ante la formalidad con la que su madre usaba su nombre completo, pero no dijo nada. Cuando llegó al probador, el vestido ya estaba allí, colgado cuidadosamente. Era una obra de arte: blanco perlado, con detalles intrincados en encaje que parecían casi dibujados sobre la tela. La cintura se ceñía perfectamente, y la falda caía con una elegancia que parecía desafiar la gravedad.

—Es hermoso, ¿no? —preguntó la mayor, con una sonrisa satisfecha en los labios.

Tory asintió, porque no podía negar la verdad. El vestido era increíblemente hermoso. Pero, mientras lo miraba, todo lo que podía pensar era en lo irónico que era probarse un vestido de novia después de haberse revolcado en un cuarto de limpieza con Eli minutos antes.

Se cambió rápidamente detrás de la cortina, sintiendo cómo el vestido caía sobre su cuerpo como si hubiera sido hecho a medida. Cuando salió, Angela la observó con los ojos brillando de emoción.

—Perfecto —murmuró su madre, dando un par de pasos hacia ella—. Sabía que este era el indicado. Es clásico, elegante, sofisticado... todo lo que una señorita Díaz debería ser.

Tory sonrió falsamente, pero no dijo nada. Angela caminaba a su alrededor, inspeccionando cada detalle, ajustando un pliegue aquí, un encaje allá.

—¿Qué opinás vos, Victoria? —preguntó finalmente, aunque su tono dejaba claro que esperaba una respuesta positiva.

—Es... perfecto, mamá —dijo Tory, tratando de sonar convincente.

—Claro que lo es. Sabía que me darías la razón. —Angela se alejó, tomando asiento en un sillón cercano mientras continuaba observándola con atención—. Este vestido representa lo que sos, Victoria. Una joven digna, educada y lista para ser parte de una familia como los Díaz.

"Digna, educada, lista... Todo menos libre", pensó Tory, pero mantuvo su rostro imperturbable.

—¿Querés que le hagan algún ajuste? —preguntó Angela, consultando su reloj como si estuviera deseando que todo terminara pronto.

—No, está bien así —respondió Tory rápidamente. No quería prolongar más esa farsa de lo necesario.

Angela asintió, satisfecha.

—Muy bien. Entonces terminemos con esto.

Mientras volvía al probador para cambiarse, Tory no pudo evitar mirarse una última vez en el espejo. Se veía hermosa, como una princesa sacada de un cuento de hadas. Pero, al mismo tiempo, no podía reconocerse del todo en esa imagen. "Es solo un vestido", se dijo a sí misma. "No significa nada".

Cuando salió, Angela ya estaba hablando con la encargada, haciendo los arreglos para recoger el vestido. Tory aprovechó ese momento para mirar su teléfono y encontró un mensaje de Eli:

"¿Todavía pensás en el cuarto de limpieza o ya te lavaron el cerebro con la boda?"

Tory sonrió involuntariamente, sintiendo un calor extraño en el pecho. Respondió rápidamente:

"El cuarto, definitivamente. Aunque no me vendría mal que me rescates de acá."

Cuando guardó el teléfono, Angela ya estaba llamándola.

—Vamos, Victoria. Tenemos que cenar en casa de los Díaz para discutir más detalles.

—Claro, mamá. —Tory siguió a su madre hacia la salida, sintiendo cómo la tensión volvía a caer sobre ella.

Mientras caminaba hacia su auto, no pudo evitar mirar hacia el cielo nocturno y preguntarse cuánto tiempo más podría sostener esta mentira. Pero, por ahora, no tenía más remedio que seguir adelante. El vestido estaba listo, las expectativas eran claras y las reglas del juego seguían siendo las mismas.

Con un último suspiro, Tory arrancó el auto y condujo hacia su casa, tratando de ignorar el peso que sentía en el pecho, sabiendo que todo aquello no era más que el comienzo.

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