23:En apuros

14:23 p.m

El sol ya estaba alto cuando Tory volvió a abrir los ojos, su cuerpo aún envuelto en las sábanas de seda que apenas cubrían la evidencia de la noche pasada. A su lado, Eli seguía despierto, recostado contra los almohadones, con esa sonrisa traviesa que parecía permanente en su rostro.

—¿Dormiste bien, princesa? —murmuró él, inclinándose para besarla suavemente en el cuello, exactamente donde había dejado su marca más notoria.

Tory soltó una pequeña risa, cerrando los ojos mientras disfrutaba del momento. —Dormí mejor que bien. Aunque, considerando todo, no sé si debería estar agradecida o exhausta.

Eli la miró con una ceja levantada, su sonrisa ampliándose. —¿Por qué no las dos cosas? Soy un hombre multifuncional.

Ella rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír. —Bueno, multifuncional, si no te vas ahora, vas a tener que enfrentarte a Miguel. Y no quiero imaginar el espectáculo que eso sería.

—¿Qué tiene de malo que se entere? —respondió él, inclinándose para besarla de nuevo—. Podría ser divertido verlo enfurecerse mientras vos y yo seguimos haciendo... esto.

Tory suspiró, aunque con una risa contenida. —Eli, no necesito que hagas las cosas más complicadas de lo que ya son.

Él finalmente cedió, aunque no sin dejar un último beso en su clavícula antes de levantarse de la cama. Se movió con una confianza despreocupada, recogiendo su ropa esparcida por la habitación. Tory lo miró desde la cama, sintiendo una mezcla de satisfacción y algo que no quería nombrar.

—Deberías buscar una salida discreta. Mi ventana sigue siendo tu mejor opción. —Tory lo señaló mientras comenzaba a levantarse también, envolviéndose en una bata de seda.

Eli miró la ventana con una sonrisa sarcástica. —¿Así es como me despedís? Que cruel. Aunque debo admitir que la salida de emergencia tiene su encanto. —Se vistió rápidamente y se acercó a ella, sosteniéndola por la cintura—. ¿Segura qué querés qué me vaya?

Tory fingió pensar por un momento antes de apartarlo juguetonamente. —Seguro. Y si te agarran, decí que sos parte del equipo de jardineros o algo así.

Eli rio entre dientes y le dio un beso rápido en los labios. —Como digas, princesa. Pero recordá que esta fue tu idea. —Con un último guiño, se dirigió hacia la ventana, abriéndola y deslizándose con agilidad hacia el exterior.

Tory lo observó desde la ventana mientras desaparecía entre los arbustos, una sonrisa apenas visible en su rostro. Cerró la ventana y luego se giró hacia el espejo. El reflejo le devolvió una imagen que definitivamente no podía bajar a desayunar sin algunas modificaciones.

Se sentó frente al tocador y comenzó a desmaquillarse con movimientos rápidos pero precisos. Mientras eliminaba los restos de rímel y lápiz labial, notó los pequeños rastros que Eli había dejado en su cuello y clavícula. Chasqueó la lengua, frustrada, pero sonriendo al mismo tiempo.

—Siempre dejás tu marca, Eli... literal —murmuró para sí misma.

Tomó su base de maquillaje y empezó a cubrir las marcas con cuidado, asegurándose de que nada quedara visible. Una vez satisfecha, se recogió el cabello en un moño relajado, dejando escapar algunos mechones para un toque casual. Bajó las escaleras con confianza, lista para enfrentar lo que fuera que le esperara en el día.

En el comedor, una de las criadas estaba ordenando las flores de la mesa, y Tory la llamó con suavidad.

—¿Podrías prepararme un desayuno ligero, algo rápido? Un café, unas tostadas... —Hizo una pausa y luego agregó con una sonrisa—. Y un jugo de naranja, por favor.

La criada asintió con una leve inclinación y se retiró hacia la cocina. Tory se acomodó en una de las sillas, cruzando las piernas, y fue entonces cuando notó el caos que parecía estar ocurriendo en la casa. Miguel estaba al otro lado del comedor, moviéndose de un lado a otro, con su celular en una mano y una planilla en la otra.

Tory lo observó por un momento, inclinando la cabeza.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, levantando una ceja.

Miguel apenas levantó la vista de su planilla. —Cosas importantes, Tory. No todos tenemos tiempo para dormir hasta el mediodía.

Ella rio suavemente, apoyando la barbilla en una mano. —¿Cosas importantes? ¿Como qué? ¿Organizar tu próxima presentación en el consejo estudiantil? ¿O asegurarte de que tu cabello esté perfectamente peinado para tu discurso?

Miguel la miró con un destello de irritación mezclado con diversión. —Es para el evento de mi padre. Estoy coordinando los horarios y asegurándome de que todo esté en orden. Algunos de nosotros somos responsables.

Tory se inclinó hacia atrás en su silla, jugueteando con un mechón de cabello. —Ay, Miguelito, sos tan serio a veces. ¿No te cansa ser tan... correcto?

—Alguien tiene que serlo, considerando que vos vivís en tu mundo de fiestas y desastres. —Miguel le lanzó una mirada burlona antes de volver a concentrarse en su teléfono.

La criada regresó con el desayuno de Tory, colocándolo frente a ella. Tory le dedicó una sonrisa agradecida antes de tomar un sorbo de su café. Miró a Miguel de nuevo, todavía corriendo de un lado a otro.

—Sabés que podrías relajarte un poco, ¿no? —comentó Tory, untando mantequilla en su tostada—. Tal vez aprender algo de los demás.

Miguel finalmente se detuvo, mirándola con una ceja levantada. —¿De los demás? ¿Como de vos? ¿Qué tendría que aprender? ¿Cómo llegar tarde a todo y hacer las cosas a último momento?

Tory fingió estar herida, llevándose una mano al pecho. —Ay, cómo me duele que pienses eso de mí. Pero no, Miguel, yo hablo de vivir un poco. Divertirte. Tal vez incluso romper algunas reglas.

Miguel negó con la cabeza, aunque no pudo evitar una pequeña sonrisa. —Eso no es para mí, Tory. Alguien tiene que mantener las cosas en orden.

Tory lo miró por un momento, y su sonrisa se suavizó. Aunque disfrutaba provocarlo, sabía que Miguel siempre tenía buenas intenciones. Y en el fondo, le gustaba que fuera tan estructurado.

—Bueno, si alguna vez querés romper las reglas, sabés dónde encontrarme —dijo finalmente, levantando su taza de café hacia él antes de darle un sorbo.

Miguel rio suavemente, negando con la cabeza mientras volvía a sus asuntos. Tory, por su parte, disfrutó de su desayuno, satisfecha con la calma después de una mañana que había sido todo menos tranquila. Pero en el fondo, sabía que con Eli rondando su mundo, esa calma no iba a durar mucho tiempo.

Los meses pasaron, y las vidas de todos siguieron avanzando, cada uno lidiando con sus propias realidades. Aunque las cosas parecían calmas en la superficie, había una tensión subyacente que solo algunos percibían.

Tory y Eli mantenían su relación oculta con un equilibrio casi perfecto. Disfrutaban de momentos furtivos, donde la emoción del secreto hacía que cada encuentro fuera más intenso. Aunque Eli solía bromear con la posibilidad de hacerlo público, Tory siempre frenaba la idea con una mirada seria o un cambio rápido de tema. Después de todo, su boda con Miguel se acercaba, y aunque ninguno de los dos quería admitirlo, la fecha era un recordatorio constante de que su tiempo juntos podía estar contado.

En la vida de Miguel, las cosas seguían avanzando a un ritmo implacable. Su padre había decidido que ya era hora de pasarle las riendas del negocio familiar, un imperio construido con años de esfuerzo y conexiones estratégicas. Miguel pasaba días enteros en reuniones y repasando documentos, preparándose para asumir un rol que no estaba seguro de querer.

Martes 16:31 p.m

Una tarde, mientras estaba revisando contratos en el despacho, Tory llegó inesperadamente. Llevaba un vestido sencillo, pero su actitud desprendía confianza. Miguel levantó la mirada, sorprendido por su visita.

—¿No avisás cuando venís? —preguntó él, dejando los papeles sobre la mesa.

—¿Y arruinar la sorpresa? Ni loca —respondió Tory con una sonrisa, sentándose frente a él—. ¿Ya te aburriste de jugar al empresario?

Miguel se inclinó hacia atrás en su silla, observándola con una mezcla de diversión y cansancio. —¿Qué querés, Tory? Estoy en medio de algo importante.

—Lo sé, por eso vine. Pensé que podías tomarte un descanso. Salir, respirar aire fresco... —Tory hizo una pausa, mirando los documentos sobre la mesa—. Pero parece que te gusta esta vida de estrés.

—No es que me guste, es que es necesario. Vos no entendés lo que implica esto.

Tory arqueó una ceja. —¿Y vos entendés lo que implica casarte conmigo?

Miguel la miró en silencio por un momento, sorprendido por su franqueza. Finalmente, suspiró. —No vamos a hablar de eso ahora.

—Claro que no —dijo Tory, levantándose—. Porque siempre evitás el tema. Pero te aviso que el tiempo sigue corriendo, Miguel. Y algún día vamos a tener que enfrentarlo.

Ella salió del despacho antes de que él pudiera responder, dejándolo solo con sus pensamientos.

Mientras tanto, las cosas no iban tan bien para todos. En la casa de Robby, el ambiente estaba cargado de tensión. Las cajas de mudanza seguían apiladas en el pasillo, pero Robby no había tocado ninguna. Se negaba a aceptar que debía dejar su vida atrás por los errores de su madre.

Julieta, por su parte, estaba decidida. Sabía que quedarse no era una opción, y aunque le doliera ver a su hijo resistirse, estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para protegerlos a ambos.

—No entiendo por qué estás haciendo esto tan difícil —dijo Julieta, entrando a la sala donde Robby estaba sentado en el sofá—. Ya te lo expliqué mil veces. No podemos quedarnos.

—No. Vos no podés quedarte —respondió Robby, cruzando los brazos—. Pero yo no tengo por qué pagar por tus errores.

—¿Mis errores? —repitió Julieta, con una mezcla de incredulidad y enojo—. ¿De verdad creés que esto es solo por mí? Si nos quedamos, los problemas van a alcanzarte también, cariño. Esto no es un juego.

—Tal vez no lo sea para vos, pero para mí sí lo es —contestó él, levantándose para mirarla directamente a los ojos—. Porque toda mi vida ha sido un maldito tablero donde vos movés las piezas a tu antojo. Estoy harto.

Julieta lo miró fijamente, su expresión endureciéndose. —Si no venís conmigo, no solo te vas a quedar solo, Robby. Te van a destruir. No lo voy a permitir.

Antes de que pudiera responder, Julieta salió de la sala, dejando a Robby con sus propios pensamientos y una decisión que debía tomar cuanto antes.

Mientras tanto, en el mundo de Sam y Xander, las cosas eran mucho más optimistas. La llegada de su hija, a la que llamarían Sol, llenaba de alegría sus días. Xander se aseguraba de estar presente para cada consulta médica, cada decisión importante y cada momento en el que Sam necesitara apoyo.

En una de esas consultas, Moon los acompañó, encantada con la idea de ser tía honoraria. Al salir del hospital, caminaban juntos por el estacionamiento, hablando sobre nombres y preparativos.

—Sol va a ser la bebé más hermosa del mundo —dijo Moon, sonriendo mientras caminaba entre ellos—. Aunque admito que mi ego está un poco herido porque no consideraron mi otra sugerencia: Luna.

Sam rió, sacudiendo la cabeza. —Con vos como tía, ya tiene suficiente influencia lunar.

Xander miró a Sam con ternura, tomando su mano. —Lo importante es que va a ser nuestra. Eso es lo único que importa.

Sam lo miró, con los ojos llenos de lágrimas de emoción. Aunque su vida no había sido fácil, en ese momento, sintió que todo valía la pena.

20:19 p.m

Miguel subió las escaleras de la casa con una mezcla de incomodidad y culpa. No dejaba de darle vueltas al tono en el que había hablado con Tory en su despacho. Sabía que se había pasado, y la idea de dejar las cosas así con ella lo carcomía. Ellos siempre habían sido amigos, y antes de eso, incluso algo más. Tory era complicada, pero eso no justificaba que él le hablara de forma tan brusca. Especialmente porque la conocía lo suficiente para saber que, aunque siempre mostraba una fachada fuerte, había cosas que podían herirla profundamente.

Llegó a la puerta de su habitación y se detuvo. Tocó suavemente, esperando que no le mandara a volar.

—¿Quién es? —preguntó Tory desde dentro. Su tono era apagado, claramente desganado.

—Soy yo, Miguel. ¿Puedo pasar?

Hubo una pausa antes de que ella contestara. —Adelante.

Miguel empujó la puerta con cuidado. La luz de la lámpara en la mesita iluminaba tenuemente la habitación. Tory estaba en la cama, con las piernas cruzadas y una manta sobre ellas. Tenía una caja de pañuelos a su lado y un libro abierto en el regazo. Llevaba una camiseta floja y un short, pero lo que más llamó la atención de Miguel fue la expresión de su rostro: los ojos un poco rojos, como si hubiera llorado, y un aire de melancolía que no era común en ella.

—¿Qué querés? —preguntó Tory, sin mirarlo directamente. Su voz sonaba cansada, pero no agresiva.

Miguel cerró la puerta y dio un paso hacia adentro. —Quería pedirte disculpas por cómo te hablé antes. No estuve bien.

Tory dejó el libro en la mesita y lo miró, entrecerrando los ojos. —¿Disculpas? ¿De verdad? ¿Qué te pasó, Miguel? ¿Te pegaste en la cabeza? Porque esto no parece típico de vos.

Miguel suspiró y se pasó una mano por el cabello. —Estoy hablando en serio.Sé que me pasé. No estaba de humor y lo pagué con vos, pero no era justo. Lo siento.

Ella cruzó los brazos y lo miró fijamente, evaluándolo. —¿Sabés qué? Sí, te pasaste. Yo ya venía teniendo un día de mierda, y lo último que necesitaba era que me trataras como si fuera un problema. Pero... —suspiró, bajando un poco la guardia— entiendo que no sos perfecto. Aunque me sorprende que te estés disculpando.

Miguel se sentó en el borde de la cama, manteniendo algo de distancia, y la miró con sinceridad. —No quiero que pienses que no me importa lo que te pasa. Porque sí me importa, mucho. Más de lo que debería, considerando... bueno, todo esto.

Tory ladeó la cabeza, su expresión suavizándose un poco. —¿"Esto" te referís al circo de la boda?

—Exacto. —Miguel sonrió levemente—. Pero en serio, Tory, no puedo con la idea de que estés mal por mi culpa. Somos amigos, ¿no?

Ella soltó una risa suave, aunque con un toque de amargura. —Miguel, vos sos algo más que un amigo. Siempre lo fuiste. Aunque ahora estemos metidos en esta farsa, a veces pienso que no me podría haber tocado un mejor esposo de mentira.

Miguel parpadeó, sorprendido. Esa última frase lo había tomado desprevenido. —Eso... fue inesperado.

Tory se encogió de hombros, tratando de restarle importancia. —Es la verdad. Podría haberme tocado alguien que me odiara de verdad, o alguien que no me conociera lo suficiente como para saber cuándo me pasan cosas. Pero sos vos, y eso lo hace un poquito menos horrible.

Miguel no pudo evitar sonreír. Había algo en cómo lo decía, con su tono despreocupado pero sincero, que lo hacía sentir mejor. —Bueno, supongo que es un cumplido, viniendo de vos.

Ella esbozó una sonrisa tenue, pero sus ojos brillaban con algo que él reconocía: vulnerabilidad. Miguel la conocía lo suficiente como para saber que no era el mejor momento del mes para ella, y probablemente por eso estaba más sensible. Por un instante, solo la miró, queriendo decir algo más, pero no encontrando las palabras.

Finalmente, Tory rompió el silencio. —¿Querías algo más o sólo venías a confesar que te sentís culpable?

Miguel negó con la cabeza, sonriendo de lado. —No, solo eso. Pero... ¿estás bien? De verdad.

Ella lo miró por un momento antes de encogerse de hombros. —No del todo, pero lo estaré. Siempre lo estoy.

Miguel no lo pensó dos veces. Se acercó un poco más y la envolvió en un abrazo. Tory se tensó al principio, sorprendida, pero pronto apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos. Había algo reconfortante en ese gesto, algo que le recordó a tiempos más simples, cuando entre ellos no existían los acuerdos, las familias, ni los negocios.

—Gracias por no ser tan insoportable todo el tiempo —murmuró ella, su voz apenas un susurro.

Miguel rio suavemente, aflojando un poco el abrazo pero sin soltarla del todo. —Gracias por no pegarme por lo de antes.

El silencio que siguió fue cómodo, pero para Miguel, también fue inquietante. Por un instante, mientras la tenía en sus brazos, sintió algo que creía haber dejado atrás hacía tiempo. Era como si la chispa que había existido entre ellos cuando eran novios hubiera revivido, aunque fuera solo un destello.

Tory finalmente se apartó, limpiándose una lágrima que había escapado sin querer. —No te acostumbres, ¿si? Esto no significa que sos menos idiota.

Miguel sonrió, levantándose de la cama. —No esperaba menos de vos.

Cuando salió de la habitación, Tory lo observó cerrar la puerta detrás de él. Se llevó una mano al pecho, sintiendo su corazón acelerado. "Amigos," pensó con ironía. Eso nunca va a ser suficiente.

Miguel, por su parte, caminó por el pasillo con una mezcla de alivio y confusión. Había ido a pedir disculpas, pero salió con más preguntas que respuestas sobre lo que realmente sentía por ella.

02:33 a.m

El sonido del teléfono interrumpió el silencio de la habitación de Tory. Había estado dando vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño después de la conversación con Miguel. Al principio ignoró el ruido, pensando que era un mensaje sin importancia, pero cuando volvió a sonar, no pudo resistirse a mirar.

Era un mensaje de Robby.

Robby: "Te espero en la playa. Es importante."

Tory frunció el ceño, incorporándose lentamente. Contestó con rapidez, sintiendo curiosidad y preocupación al mismo tiempo.

Tory: "¿Qué pasa? ¿Por qué tan tarde?"

La respuesta no tardó en llegar, pero no era lo que ella esperaba.

Robby: "Solo ven. Por favor."

Tory resopló, mirando la pantalla con frustración. Robby tenía esa habilidad única de ser críptico cuando menos convenía, pero algo en el tono del mensaje la inquietó. Se quitó el pijama con movimientos rápidos, cambiándoselo por un pantalón deportivo y una sudadera. Antes de salir, se miró al espejo; aunque su rostro mostraba cansancio, sus ojos reflejaban algo más: preocupación genuina por su amigo.

Agarró las llaves de su auto y salió en silencio, cuidando no despertar a nadie. El camino hacia la playa fue rápido, pero cada kilómetro aumentaba su incertidumbre. ¿Qué tan grave podía ser para que Robby la llamara a esas horas?

Cuando llegó, la figura de Robby la esperaba junto a su moto, iluminado por la tenue luz de la luna. Incluso desde lejos, Tory supo que algo no estaba bien. La postura rígida, los hombros caídos... Robby no era alguien que se derrumbara con facilidad, pero esta vez parecía a punto de hacerlo.

Tory estacionó y bajó del auto apresuradamente. Apenas cerró la puerta, Robby se lanzó hacia ella sin decir una palabra, rodeándola con un abrazo desesperado. Tory, aunque sorprendida, lo sostuvo con fuerza. Pudo sentir cómo su cuerpo temblaba mientras él rompía en llanto.

—Robby... —susurró Tory, tratando de calmarlo. Pasó una mano por su espalda, buscando las palabras correctas, aunque no tenía idea de lo que estaba ocurriendo—. Hey, ¿qué pasó? Estás asustándome.

Robby no respondió de inmediato. Simplemente hundió el rostro en su cuello, sollozando de una forma que Tory nunca había visto. Sus manos lo sostuvieron con más fuerza, dándole el tiempo que necesitaba para hablar.

Finalmente, él se separó un poco, lo justo para mirarla a los ojos. Su expresión era devastadora, cargada de tristeza y una mezcla de emociones que Tory no podía descifrar.

—Me tengo que ir —dijo con la voz quebrada.

Ella frunció el ceño, confundida. —¿Irte? ¿Irte a dónde? ¿De qué estás hablando?

Robby respiró hondo, pero su voz seguía temblando. —A España. Mi mamá... sus negocios se complicaron. Nos están buscando, Tory. Tenemos que salir del país.

Las palabras golpearon a Tory como un mazazo. Dio un paso hacia atrás, sintiendo que el aire le faltaba. —¿Qué? ¿Pero... qué pasa con la secundaria? Te falta terminar el curso, Robby. ¡No podés simplemente irte!

Él negó con la cabeza, una amargura palpable en su mirada. —Mi mamá pagó para que me aprobaran todo. Ya estoy graduado, al menos en papel. Me anotó en una universidad en España, y salimos mañana.

Tory abrió la boca, pero ninguna palabra salió. Su mente estaba en un torbellino. Pensó en los planes que habían hecho juntos, en cómo habían soñado con ir a Cambridge, con cambiar sus vidas y demostrarle al mundo que podían ser más que sus circunstancias.

—No puede ser —susurró, negando lentamente—. ¿Y Cambridge? ¿Y todos nuestros planes? ¿Vas a tirarlo todo por la borda?

Robby apretó los labios, sus ojos llenos de lágrimas. —No tengo opción, Tory. Si me quedo, ellos... no sé qué nos harían. No puedo poner en riesgo mi vida ni la de mi mamá, aunque... aunque odio todo esto.

Tory sintió un nudo en la garganta. Quería gritarle, exigirle que se quedara, que encontraran otra solución, pero sabía que no era tan simple. Robby siempre había estado atrapado en el caos de la vida de su madre, y esta vez parecía no haber salida.

Dio un paso hacia él y lo abrazó nuevamente, esta vez más fuerte. Su propio dolor se mezclaba con el suyo. —No sé que decirte, Robby. Esto es... esto es una mierda.

Él rió con amargura contra su cabello. —Lo sé. Lo sé.

Después de un momento, se separó lo suficiente para mirarla. Sus ojos estaban llenos de algo más que tristeza ahora: una mezcla de anhelo y resolución.

—Tengo que decirte algo antes de irme. —Su voz era apenas un susurro, pero cada palabra cargaba un peso inmenso—. Siempre me gustaste Tory ,creo que era algo obvio pero necesitaba aclararlo.

Tory se quedó congelada, sin saber qué responder. Sus labios se separaron, pero las palabras no salieron. Robby continuó, como si temiera que si se detenía no podría seguir.

—Sé que vos sentís algo por Eli, y sé que él te hace feliz. Pero no podía irme sin decirte esto. No puedo seguir guardándomelo.

El corazón de Tory latía con fuerza, como si quisiera salir de su pecho. —Robby, yo... no sé qué decir. Estoy tan confundida. Hace tiempo también pensé que... que sentía algo por vos, pero... no sé. Esto es tan injusto.

—Lo sé. Y sé que al final vas a casarte con Miguel, aunque sea una farsa. No quiero complicarte más la vida, Tory. —Sus manos se movieron para tomar las de ella, sujetándolas con suavidad—. Solo quería despedirme. De todo lo que nunca pudo ser.

Antes de que ella pudiera responder, Robby se inclinó y le dio un beso suave en los labios. Fue un beso lleno de despedida, de tristeza y amor no correspondido. Tory, sorprendida, tardó un segundo en reaccionar, pero terminó correspondiendo. Ambos lloraban mientras sus labios se encontraban, sabiendo que ese momento era efímero.

Cuando el beso terminó, Robby dio un paso atrás. —Cuídate, Tory. Siempre te voy a querer.

Ella lo miró, incapaz de detener las lágrimas que caían por su rostro. —Y yo a vos, Robby. Siempre.

Sin decir nada más, él subió a su moto. Encendió el motor y, con una última mirada, se marchó, dejando a Tory sola bajo la luz de la luna. Ella se quedó allí, abrazándose a sí misma, con el sonido de las olas como único consuelo.

Sabía que Robby siempre la amaría. Y aunque no quería admitirlo, ella también lo amaría a él. Siempre.

04:21 a.m

Cuando Tory llegó a su casa, el peso de la noche la aplastaba como si cargara el mundo entero en sus hombros. Cerró la puerta de un portazo, sin preocuparse por hacer ruido. Sus manos temblaban mientras buscaba el interruptor de la luz, pero al encenderlo, el vacío de la habitación la golpeó aún más fuerte. Robby se había ido. Esa frase retumbaba en su mente como un eco interminable.

Subió las escaleras lentamente, con las lágrimas resbalando por su rostro, cada paso un recordatorio del vacío que ahora sentía. Cuando llegó a su habitación, se dejó caer en la cama, abrazando su almohada como si fuera lo único que pudiera sostenerla. El dolor era insoportable. Había perdido a Robby: su confidente, su casi amor, la persona que siempre había estado ahí, incluso cuando ella no sabía qué hacer con sus propios sentimientos.

De repente, los pasos apresurados de alguien corriendo interrumpieron su silencio. Era Miguel. Él apareció en el marco de la puerta, descalzo y en pijama, con una expresión de alarma en su rostro.

—¡Tory! ¿Qué pasó? —preguntó, entrando sin dudarlo.

Tory levantó la vista hacia él, con los ojos llenos de lágrimas y el rostro pálido. Quiso responderle, pero las palabras no salían. Apenas abrió la boca, un sollozo desgarrador escapó de sus labios. Miguel cruzó la habitación en un instante, sentándose junto a ella. Sin preguntar nada más, la abrazó con fuerza.

—Estoy acá, Tory. Estoy acá —le susurró, mientras pasaba una mano por su cabello. Pero Tory no podía detenerse. Sus manos temblaban, su pecho subía y bajaba rápidamente, y su respiración era irregular. Estaba al borde de un ataque de ansiedad.

—No... no puedo —logró decir entrecortadamente, agarrándose al brazo de Miguel como si fuera su ancla.

—Shhh, tranquila, tranquila. Respirá conmigo, ¿sí? —Miguel tomó sus manos, envolviéndolas con las suyas—. Inhalá. Uno... dos... tres... Ahora exhalá. Uno... dos... tres...

Tory trató de seguir el ritmo que él le marcaba, pero era difícil. Todo dentro de ella se sentía roto, como si su pecho estuviera por colapsar. Miguel no se movió, no la soltó ni por un segundo. Cuando su respiración empezó a estabilizarse un poco, él se levantó, pero solo para buscar algo. Regresó con una manta y una taza de té caliente que había preparado rápidamente en la cocina.

—Tomá esto —le dijo suavemente, entregándole la taza mientras se sentaba de nuevo a su lado—. Va a ayudarte a calmarte.

Tory aceptó el té, sus manos todavía temblorosas mientras lo sostenía. Sus ojos seguían llenos de lágrimas, pero el calor de la bebida y la presencia de Miguel empezaban a darle un poco de consuelo.

—¿Podés contarme qué pasó? —preguntó él, con el tono más delicado que había usado jamás. No había ni una pizca de juicio en su voz, solo preocupación genuina.

Tory respiró hondo, intentando encontrar las palabras adecuadas. Había tantas cosas que quería decir, pero no sabía por dónde empezar. Cómo se suponía que iba a explicarle lo que había pasado esa noche sin romperse nuevamente.

—Robby... —comenzó, pero su voz se quebró al decir su nombre. Bajó la mirada hacia la taza de té, sintiendo que las lágrimas volvían a formarse en sus ojos.

Miguel se inclinó un poco hacia adelante, mirándola directamente. —¿Qué pasó con Robby? ¿Está bien?

Tory negó lentamente con la cabeza. No, no está bien. Nada estaba bien.

—Se fue, Miguel —susurró finalmente, su voz llena de tristeza—. Se fue para siempre.

Miguel frunció el ceño, claramente confundido. —¿Cómo que se fue? ¿Adónde?

Tory dejó la taza sobre la mesa de café y se cubrió el rostro con las manos. Tomó un momento para calmarse antes de continuar, sintiendo que cada palabra la desgarraba por dentro. —Su mamá... están metidos en problemas graves. Tuvieron que irse del país. Se están mudando a España. Salen mañana.

Miguel se quedó en silencio por un momento, procesando lo que acababa de escuchar. —¿España? ¿Así, de la nada? ¿Por qué no nos dijo nada antes?

Tory lo miró, con los ojos enrojecidos. —No tenía opción. Es complicado. Hay cosas que... que no puedo decir, pero te juro que esto es serio. No tenía otra salida, Miguel. Tenía que irse.

Él se inclinó hacia adelante, tomando las manos de Tory entre las suyas. —Lo siento mucho, Tory. Sé cuánto significa Robby para vos. Esto... esto tiene que ser horrible.

Ella asintió, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a caer de nuevo. —Él siempre estuvo ahí para mí, Miguel. Siempre. Y yo... nunca lo aprecié lo suficiente. Nunca fui justa con él. Ahora se fue y ni siquiera pude despedirme como debía.

Miguel la miró con tristeza, apretando sus manos con más fuerza. —No digas eso. Hiciste lo mejor que pudiste. Robby sabe cuánto lo querés, Tory. Te conoce mejor que nadie.

Ella soltó una risa amarga, apartando la mirada. Si supieras... si supieras cómo fue nuestra despedida.

—Vos no entendés, Miguel. Robby era más que un amigo para mí. No sé cómo voy a seguir sin él. No sé cómo llenar este vacío.

Miguel respiró hondo, con una expresión de vulnerabilidad en el rostro. —Yo tampoco sé qué decirte para hacerte sentir mejor, pero lo que sí sé es que no estás sola. Estoy acá para lo que necesites, Tory. Siempre voy a estar acá.

Tory lo miró, su corazón dividido entre el dolor y el alivio. La sinceridad en los ojos de Miguel era innegable, y por un momento se sintió menos sola.

—Gracias, Miguel. De verdad.

Él sonrió levemente, aunque sus ojos seguían reflejando preocupación. —No me tenés que dar las gracias. Sos importante para mí, Tory. No importa lo que pase.

Ella volvió a apoyarse en él, dejando que el calor de su abrazo la envolviera. Por primera vez en esa noche, sintió que podía respirar. Aunque el dolor de perder a Robby no desaparecería pronto, el consuelo de Miguel era un recordatorio de que no estaba completamente sola.

Y aunque todavía tenía un millón de cosas que procesar, en ese momento, bajo la tenue luz de la madrugada, decidió dejarse sostener por Miguel. Al menos por ahora, eso era suficiente.

13:43 p.m

El día siguiente amaneció con una sensación pesada en el aire. Aunque el cielo estaba despejado, el ánimo de todos estaba nublado por la ausencia de Robby. El grupo decidió reunirse en su café habitual, buscando consuelo en la compañía mutua. Era el tipo de lugar donde todo el mundo pedía lo mismo de siempre: Moon y su té de hierbas, Sam con su café con leche cargado, Yasmine con un americano que decía ser por "dieta", pero siempre lo acompañaba con un muffin. Miguel, como siempre, optó por un vaso de agua, y Tory pidió un café negro bien cargado, aunque parecía más un reflejo automático que un verdadero deseo.

Tory era un mar de emociones. El peso de la noche anterior seguía ahí, pero sabía que debía contarles lo que había pasado. El grupo hablaba de trivialidades, probablemente intentando aligerar el ambiente, pero ella no podía seguir ocultando lo que sabía. Finalmente, tomó un sorbo de su café y dejó la taza sobre la mesa con un leve golpe para captar su atención.

—Chicos, tengo que decirles algo —comenzó, su voz más baja de lo habitual. El ruido del café parecía desvanecerse a medida que todos la miraban—. Robby... se fue.

El grupo reaccionó de inmediato.

—¿Qué? —preguntó Yasmine, con los ojos abiertos como platos—. ¿Cómo que se fue? ¿A dónde?

Tory asintió lentamente, tragando saliva antes de continuar. —Sí. Robby y su mamá tuvieron que irse del país. Ya no están en Los Angeles... ni siquiera en Estados Unidos.

—¿Pero por qué? —preguntó Sam, cruzando los brazos—. ¿Qué pasó?

Tory suspiró, luchando contra las lágrimas que amenazaban con brotar de nuevo. —Es complicado... Su mamá está metida en cosas peligrosas. No puedo entrar en detalles, pero... era demasiado riesgoso para ellos quedarse aquí. Se fueron a España.

Hubo un silencio cargado mientras el grupo procesaba la noticia. Moon fue la primera en hablar, con los ojos llenos de preocupación.

—¿No podemos llamarlo? ¿O escribirle? Seguro podríamos mantenernos en contacto de alguna forma.

Tory negó con la cabeza, sus manos temblando ligeramente alrededor de su taza. —Lo dudo mucho. Su mamá probablemente cambiará los números y los chips de los teléfonos para que nadie pueda localizarlos. Robby me lo dijo anoche antes de irse.

—Esto es una locura —murmuró Xander, apoyándose en el respaldo de su silla—. Robby nunca nos dijo nada. Ni una palabra.

—Seguro no quería preocuparnos —añadió Miguel, quien parecía especialmente afectado—. Ya saben cómo era. Siempre cargaba con todo solo.

—Bueno, era un idiota por no decirnos nada —espetó Yasmine, aunque su tono no tenía el usual filo de sus comentarios—. Pero voy a extrañarlo igual. ¿Quién más me iba a escuchar quejarme de todo y encima darme la razón?

Moon sonrió ligeramente, a pesar de la tristeza. —Sí, Robby era único. Nadie más en el mundo me habría ayudado a cargar todos esos carteles de la última marcha. Y sin quejarse... mucho.

—Era uno de los buenos —dijo Xander, mirando su taza de café como si estuviera en otro lugar—. Aunque yo creo que todos sabíamos que tenía sus propios demonios.

Tory sintió un nudo en la garganta. Todo lo que decían era cierto, pero también la hacía sentir más sola. Ellos habían tenido su propia conexión con Robby, pero para ella, él había sido algo más. Algo que ahora nunca podría recuperar.

—No puedo creer que no vayamos a volver a verlo —dijo Sam, rompiendo el silencio—. Siento que... que nunca le dije cuánto lo apreciaba.

Tory miró hacia la ventana, sin poder responder. Sabía exactamente cómo se sentía.

De repente, el sonido de pasos acercándose desvió la atención del grupo. Una figura femenina se detuvo junto a la mesa, con una sonrisa radiante en el rostro.

—¡Miguel! —exclamó la chica, claramente emocionada.

Miguel levantó la vista, sorprendido, pero rápidamente su rostro se iluminó con reconocimiento. —¡Eugenia! No lo puedo creer. ¿Qué hacés acá?

La chica rió mientras todos en la mesa intercambiaban miradas confusas. Eugenia era alta, con cabello castaño claro que le caía en ondas naturales sobre los hombros. Vestía ropa casual pero con estilo, y tenía una energía contagiosa que llenó el espacio de inmediato.

—Vine a visitar a unos familiares —explicó ella, ignorando las miradas inquisitivas del resto—. No sabía que vivías por acá.

Miguel sonrió, claramente emocionado. —Hace años que no nos vemos. Chicos, les presento a Eugenia Soller. Es una amiga de la infancia. Nos conocimos en el club de natación cuando éramos chicos.

—Un gusto —dijo Moon, sonriendo amablemente mientras saludaba con la mano.

—Hola —añadió Sam, aunque su tono era más cauteloso.

Yasmine, sin embargo, se inclinó hacia Tory con una sonrisa maliciosa. Le dio un pequeño codazo en las costillas y susurró: —Esa no solo es "una amiga de la infancia". ¿Viste cómo lo mira? Se muere por él.

Tory apenas reaccionó. Estaba demasiado agotada emocionalmente para darle importancia a las implicancias de Eugenia. —Que haga lo que quiera, Yas. No tengo energía para esto.

Miguel, ajeno al intercambio, le ofreció a Eugenia un lugar en la mesa. Ella se sentó junto a él, lanzándole miradas brillantes que no pasaron desapercibidas para nadie.

—¿Así que ustedes son amigos de Miguel? —preguntó Eugenia, mirando al resto del grupo.

—Sí, algo así —respondió Yasmine, con una sonrisa falsa. —Pero vos parecés ser algo más, ¿no?

Miguel la miró con advertencia. —Yasmine...

Eugenia solo rió. —No te preocupes, Miguel. No estoy acá para incomodar a nadie. Solo quería saludarte. Pero bueno, si estoy molestando, puedo irme.

—No molestás —intervino Moon rápidamente, intentando suavizar la tensión—. Es lindo que Miguel se encuentre con alguien después de tanto tiempo.

El grupo continuó la conversación, aunque Tory apenas participó. Su mente estaba en otro lugar, atrapada entre el recuerdo de Robby y el peso de todo lo que había pasado. Apenas si registró cómo Eugenia seguía acaparando la atención de Miguel, o cómo Yasmine le lanzaba miradas cómplices.

Finalmente, Tory se levantó, sintiéndose abrumada. —Creo que ya me voy. Gracias por escucharme hoy.

—¿Estás bien? —preguntó Miguel, poniéndose de pie también.

Ella le sonrió débilmente. —Sí. Solo necesito descansar un poco.

El grupo la despidió con palabras de ánimo y abrazos, pero cuando Tory salió del café, el peso en su pecho no disminuyó. Sabía que tendría que encontrar una forma de seguir adelante, pero por ahora, todo lo que quería era un momento de soledad para procesar su pérdida.

Al otro lado del cristal, Miguel la miró marcharse con una expresión de preocupación que Eugenia no pudo evitar notar.

Miguel observó a Tory mientras se alejaba por la calle, el viento jugando con su cabello y su figura cada vez más pequeña contra el fondo de la ciudad. Sus hombros caídos hablaban de un peso que llevaba sola, uno que él no sabía si podía aliviar. Por más que quisiera acercarse, Miguel entendía que había batallas que solo Tory podía pelear.

—¿Siempre es tan intensa? —preguntó Eugenia, inclinándose hacia Miguel con una sonrisa curiosa.

Miguel apartó la mirada de la ventana y le dedicó una media sonrisa. —Tory es... complicada, pero también es fuerte. Pasó por cosas que no te podrías imaginar.

—Tiene una vibra interesante —comentó Moon, con una mirada reflexiva mientras giraba su taza entre las manos—. Pero ahora más que nunca necesita a sus amigos.

—Y los tiene —afirmó Miguel, con determinación en su voz—. Siempre voy a estar para ella.

Yasmine arqueó una ceja, mirándolo de reojo. —¿Seguro que estás hablando de "amistad", Miguel? Porque la forma en que la mirás dice otra cosa.

Miguel la miró con advertencia, pero no respondió. Eugenia pareció captar la tensión y cambió de tema rápidamente, hablando de anécdotas de su infancia con Miguel, lo que alivió un poco el ambiente. Sin embargo, Sam seguía mirando por la ventana, como si esperara ver a Tory regresar.

Mientras tanto, la rubia caminaba lentamente hacia su casa, con los pasos pesados y la cabeza llena de recuerdos. No podía evitar pensar en las últimas palabras de Robby, en el beso, en todo lo que quedó sin decir. Se sentía como si una parte de ella se hubiera ido con él, dejando un vacío que no sabía cómo llenar.

Cuando llegó a su puerta, vio que el auto de su madre estaba estacionado. No quería entrar; no quería enfrentarse a nadie. Pero sabía que tenía que seguir adelante, aunque no tenía idea de cómo.

Sacó las llaves y, justo antes de entrar, sacó su teléfono. Buscó en sus contactos, deseando que el nombre de Robby apareciera con un mensaje, algo, cualquier señal de que él seguía ahí, aunque fuera al otro lado del mundo. Pero no había nada.

Entonces, en un impulso, escribió un mensaje:

"Espero que estés bien. Te extraño y te voy a querer siempre."

Sabía que no lo enviaría. Sabía que él no lo recibiría, incluso si lo hacía. Pero escribirlo, aunque fuera solo para ella, le dio un pequeño alivio.

Tory guardó el teléfono, respiró hondo y entró a su casa. Sabía que tenía que seguir adelante, no solo por Robby, sino por ella misma. Porque si algo le había enseñado esa noche, era que no podía perderse a sí misma mientras buscaba aferrarse a los demás.

Al otro lado de la ciudad, Miguel seguía sentado en la mesa del café, participando a medias en la conversación mientras sus pensamientos seguían con Tory. Sin importar cuántos años pasaran, él sabía que siempre sería el primero en correr hacia ella cuando lo necesitara. Y aunque Eugenia intentara llamar su atención con risas y comentarios, Miguel no pudo evitar sentir que su corazón ya estaba en otro lugar.

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