22:Halloween
Al entrar al aula, la primera señal de que algo no andaba bien fue el repentino silencio y la forma en que todos los ojos se volcaron hacia mí, como si de pronto hubiera entrado alguien famoso. Sentí mi corazón latir un poco más rápido mientras avanzaba hacia mi asiento. A cada paso que daba, me llegaban murmullos y risas disimuladas. Algunas chicas se cubrían la boca, cuchicheando entre ellas y lanzándome miradas de reojo. No me hacía falta escuchar sus palabras para saber de qué estaban hablando. Al parecer, mi embarazo ya era noticia en toda la secundaria.
—Mirá, ahí viene la mamá precoz —susurró una chica de cabello rojizo ,casi naranja, mientras sus amigas soltaron una risita.
Otra, que se sentaba cerca de mi escritorio, murmuró con desdén:
—¿Cómo le va a cambiar los pañales al bebé si apenas sabe cuidar de sí misma?
Sentí el calor subir a mis mejillas, luchando por no reaccionar. Me repetí que no podía dejar que sus comentarios me afectaran. Pero, justo cuando estaba por ignorarlas y tomar asiento, vi una figura familiar levantarse. Tory.
—¿Perdón? —dijo Tory en voz alta, mirando directamente a las chicas—. ¿Alguna tiene algo más que decirle a mi amiga? ¿O están tan desesperadas por llamar la atención que necesitan meterse en cosas qué no les importan?
Las chicas la miraron sorprendidas, y una de ellas murmuró algo inaudible, claramente incómoda. Pero antes de que Tory pudiera continuar, vi que Moon también se ponía de pie, uniendo fuerzas con ella.
—En serio, chicas. Maduren un poco —intervino Moon, con su tono sereno, pero firme—. Sam está tomando decisiones difíciles y está siendo valiente. ¿Y ustedes? ¿Solo pueden burlarse desde sus sillas? Me dan mucha pena.
La sorpresa entre mis compañeros fue evidente, y no solo por las palabras de Tory y Moon. Hace una semana, literalmente, Tory y Moon se habían agarrado a golpes en una fiesta, y ahora estaban unidas, protegiéndome sin dudarlo. Eli y Miguel se miraron, igual de atónitos que el resto. Parecía que nadie esperaba que ambas fueran a defenderme tan abiertamente.
La profesora, al notar el alboroto, lanzó una mirada reprobatoria a todos y se aclaró la garganta.
—Moon, Tory, si ya terminaron de defender a su compañera, les agradecería que volvieran a sus asientos. Necesito que mantengan la calma en clase —dijo, con un tono neutral, aunque percibí un atisbo de aprobación en su mirada.
Las dos se miraron con una leve sonrisa y regresaron a sus lugares, pero no sin antes lanzarme una última mirada de apoyo. Sentí un alivio cálido en el pecho y les devolví la sonrisa, agradecida.
La clase continuó sin mayores interrupciones, y el profesor retomó su explicación. Sin embargo, la atmósfera ya había cambiado para mí; aunque sabía que aún enfrentaría miradas y comentarios, el apoyo de mis amigas me había dado más fuerzas de las que podría expresar.
Mientras el profesor explicaba, mis ojos se desviaron hacia Robby y Tory, que estaban sentados juntos un par de filas adelante. Parecían estar absortos en su propio mundo, con Robby recostando su cabeza en el hombro de Tory mientras ambos miraban algo en la tablet de él. Una película, parecía. Sonreían y compartían susurros, completamente ajenos a todo lo demás. El profesor no les prestaba atención, probablemente porque ya habían entregado su trabajo de geometría y se habían ganado un rato libre.
Pero alguien más sí estaba notando cada segundo de esa escena: Eli. Lo miré de reojo y me di cuenta de que estaba tensando la mandíbula, tan concentrado en observar a Robby y Tory que apenas parpadeaba. De repente, el lápiz que tenía en la mano se partió en dos con un chasquido seco. Devon, que estaba sentada a su lado, soltó una risa divertida.
—¿Todo bien, Eli? —preguntó ella, con una sonrisa burlona—. Capaz deberías hacer una lista de tus frustraciones en vez de romper útiles escolares. O pedirle a Robby que te incluya en su próxima cita, ¿no?
Eli giró lentamente la cabeza hacia ella, con una expresión de incredulidad mezclada con fastidio.
—¿Y vos? ¿No tenés algo mejor que decir? —respondió, molesto.
Devon levantó las manos en señal de rendición, aunque su sonrisa no desapareció.
—Solo digo lo que todos piensan. A mí me parece que Robby y Tory se ven bastante... cómodos, ¿no? Pero no te preocupes, Eli. Seguro que hay espacio para vos en algún rincón de la relación.
Eli resopló y miró hacia otro lado, claramente irritado, mientras Devon se reía para sí misma, disfrutando de su pequeño momento de humor negro.
Aprovechando el cambio de tema y el ambiente más relajado, me incliné hacia Moon, quien estaba a mi lado, todavía con una leve sonrisa tras la defensa que me había dado antes.
—Gracias... en serio, no esperaba que saltaran así por mí —le susurré.
Moon sonrió, encogiéndose de hombros.
—Sam, sos mi amiga. Y nadie tiene derecho a hacerte sentir menos. Además, no sé por qué esas chicas creen que su opinión es tan importante. Que se busquen un hobby, ¿no?
Ambas nos reímos en silencio, sintiéndonos un poco más en paz. Tory, al escuchar nuestra charla, se giró para unirse.
—De verdad, Sam. Ni les des pelota a esas taradas. —Me guiñó un ojo—. Siempre van a encontrar algo de qué hablar, pero ¿sabés qué? Vos estás haciendo algo increíble, y al que no le guste... problema de ellos..
14:23 p.m
Cuando todos se sentaron en la mesa, los becados se sorprendieron al ver que Yasmine, la chica más popular del colegio, les hacía una seña para que se unieran a la mesa de los populares. Hubo un breve intercambio de miradas entre Demetri, Eli y Devon, como si no pudieran creer que esto realmente estaba pasando. Sam también estaba confundida, pero un poco más relajada luego del apoyo de Tory y Moon en clase. Con algo de inseguridad, el grupo se unió a la mesa, y pronto las conversaciones se animaron entre risas y comentarios.
—Bueno, chicas, ¿ya tienen pensado su disfraz para la fiesta de Halloween? —preguntó Yasmine, claramente entusiasmada, mientras retocaba su maquillaje con el espejo de su compacta.
Moon, a su lado, sonrió con su característico aire relajado. —Por supuesto, gorda. Voy a ir de hada del bosque, con flores y luces en el cabello. Algo bien natural y místico —explicó, haciéndose una imagen mental del atuendo—. Además, me prometí a mí misma que este año no me voy a enredar con alas gigantes.
—¡Ay, eso va a quedar precioso! —exclamó Yasmine, y miró de reojo a Tory—. ¿Y vos, Tory? Como co-anfitriona de la fiesta, tenés que sorprendernos.
Tory, que había estado distraída hasta ese momento, regresó al presente con una media sonrisa. —Pensaba en algo... imponente, ¿no? Algo que todos recuerden, pero todavía estoy entre opciones. Aunque, si alguien tiene alguna idea, soy toda oídos.
Miguel, que estaba en el asiento opuesto, se inclinó para captar su atención. —Yo voto por algo clásico de terror. Tipo vampira o angel negro, que siempre queda bien. Además, va con la temática de Halloween.
Eli intervino desde el otro extremo, sonriendo con picardía. —Ah, claro, a todos les encanta disfrazarse de algo terrorífico. Menos Demetri y yo, que nos vamos a robar el show. —Le dio una palmada en la espalda a su amigo—. ¿Verdad, compañero?
Demetri asintió con una sonrisa, claramente emocionado. —¡Obvio! Vamos a ser...¡mejor ni lo digo! ,que sea sorpresa
Las risas y las expresiones de asombro no se hicieron esperar, y Devon lo miró con diversión. —Eso sí que es original. Me imagino que ustedes dos van a andar cazando fantasmas entre la multitud.
Sam, que hasta ese momento había escuchado en silencio, intentó ocultar una expresión de tristeza, aunque no pasó desapercibida para Moon, quien la miró con empatía.
—Sam, ¿no vas a ir a la fiesta? —preguntó suavemente, intentando suavizar la situación.
Sam negó con la cabeza, tratando de sonreír. —No creo que pueda. Ya sabés, con el embarazo y todo eso... pero voy a estar apoyándolos en espíritu.
Miguel le dedicó una sonrisa reconfortante. —Te vamos a hacer videollamadas en vivo, entonces. No te vas a perder ni un minuto de la acción.
Mientras los demás seguían hablando sobre ideas de disfraces y detalles de la fiesta, Tory volvió a quedarse callada, algo en sus pensamientos la mantenía ocupada. De reojo, notó a Kwon en otra mesa, mirándola con esa sonrisa enigmática. Aunque su amenaza de revelar el embarazo de Sam había perdido sentido —ya que ahora era conocimiento de todos—, Tory sabía que debía cumplir su promesa de conseguirle una cita con Devon.
De repente, un ligero toque en su muslo la sacó de sus pensamientos. Al principio, pensó que alguien se había movido por accidente, pero entonces sintió una suave caricia deslizarse debajo de la falda. Conteniendo un sobresalto, Tory tragó con fuerza y casi escupe el pedazo de manzana que estaba comiendo. Levantó la vista rápidamente y se encontró con Eli, quien la miraba con una sonrisa pícara.
Nadie más parecía estar prestando atención, todos estaban enfrascados en la discusión sobre qué disfraz sería el mejor. Tory, sin perder la compostura, se inclinó un poco hacia Eli, susurrando con un tono burlón:
—¿Y vos de qué te vas a disfrazar, Eli? ¿De peligro público?
Eli se rió en voz baja, sin apartar la mano, su sonrisa se amplió mientras le respondía en el mismo tono. —Capaz de tu pesadilla recurrente. Igual... no sé si sería tan peligroso. Me parece que te gusta.
Tory frunció los labios para no reírse y fingió que estaba escuchando a Devon, quien discutía con Yasmine sobre los disfraces más memorables de los años anteriores.
—Estás jugando con fuego, Eli —le susurró de vuelta, desviando la mirada para evitar que alguien notara su sonrisa—. No sé si alguien tan... evidente pueda ser peligroso.
Eli levantó una ceja, acercándose un poco más. —¿Evidente? No parecías tan dispuesta a escupir la manzana cuando te toqué el muslo.
Tory rodó los ojos, intentando ignorarlo. Pero antes de que pudiera contestarle, Yasmine interrumpió sus pensamientos.
—Bueno, entonces, ya que todos tienen casi decidido que van a llevar, ¡tenemos que hacer una entrada épica! —dijo Yasmine con emoción—. Necesitamos llegar todos juntos y hacer que la fiesta empiece con todo. Tory, Miguel, ¿ustedes qué opinan?
Miguel, siempre atento a las sugerencias de Yasmine, asintió. —Obvio, Yas. Vamos a armar una entrada de película.
Tory, aún con el toque de Eli distrayéndola, se forzó a asentir. —Sí, claro. Lo que diga la anfitriona. Total, la idea es que todos se diviertan.
Mientras continuaban las risas y las ideas extravagantes, Tory notó que Kwon aún la observaba desde su mesa. Su mirada parecía transmitir que esperaba que ella cumpliera su parte del trato. A pesar de la amenaza que había perdido su fuerza, Kwon no iba a dejarla olvidarse de lo que le había prometido.
Al final de la conversación, la mesa estalló en una última ronda de risas y bromas, y Tory se puso de pie junto a Moon y Sam, quien le agradeció en voz baja por su defensa en clase.
Eli se levantó con calma, estirándose. Cuando pasó junto a Tory, se inclinó lo suficiente como para susurrarle al oído:
—Te veo en la fiesta, preciosa. No pienses que te librás de mí tan fácil.
Ella soltó una risa sarcástica, empujándolo ligeramente mientras se encaminaba con Sam y Moon hacia la puerta.
—¿Te ves como alguien que me preocupe? —respondió Tory en un susurro burlón, mientras se alejaban juntas.
16:45 p.m
Al terminar las clases, Tory se dirigió al estacionamiento, despidiéndose rápidamente de Miguel.
—Me tengo que ir, Miguel. Mamá me necesita en casa. —Le dio una sonrisa casual mientras él alzaba una ceja.
—¿Está todo bien? —preguntó, como si ya sospechara algo.
—Claro, solo cosas de mi mamá. —Suspiró y, tras una última mirada, se subió a su auto y partió rumbo a casa.
Cuando llegó, notó algo inusual: un par de autos de lujo estaban estacionados frente a la entrada y, al acercarse más, vio a dos mujeres con vestidos blancos y cintas de medir colgando de sus cuellos, cruzando por el pasillo hacia la sala. Su corazón dio un vuelco; no hacía falta ser un genio para saber qué era lo que su madre planeaba. Al entrar, su madre, Angela, la recibió con una sonrisa casi radiante.
—Ah, ahí estás, cariño. Ven, que tenemos mucho que hacer. —Angela la guió hacia el centro de la sala, donde los modistas ya preparaban una serie de vestidos blancos de diferentes estilos.
Tory intentó sonreír, pero la incomodidad se le notaba en la mirada.
—Mamá... ¿qué está pasando?
Angela soltó una risa alegre, como si la pregunta fuera casi ridícula.
—¿Qué creés que pasa, Victoria? Es hora de elegir tu vestido de novia. No podemos posponer más los preparativos de la boda. —Su tono era firme, pero su expresión era de orgullo.
Tory sintió cómo su garganta se apretaba, pero mantuvo la compostura. Después de todo, ya había aprendido a fingir la felicidad en situaciones como esa. Así que sonrió, aunque no le llegó a los ojos.
—Claro, mamá. Estoy... emocionada.
La primera modista se le acercó con una cinta métrica, comenzando a tomar sus medidas mientras Angela la observaba como si Tory fuera la obra de arte más preciosa. Mientras tanto, una segunda modista sostenía varios vestidos para que su madre diera su aprobación.
—Este me encanta, con encaje. Es elegante y a la vez... tradicional —comentó Angela, admirando un vestido particularmente recargado de detalles.
Tory se miró en el espejo, observando cómo la tela blanca caía sobre su figura, y casi se rió, preguntándose cómo algo tan sencillo como un vestido podía hacerla sentir tan atrapada.
Carmen, la madre de Miguel, estaba cerca, hablando con Isabella, la organizadora de la boda. Isabella repasaba una carpeta con notas y detalles sobre la decoración mientras Carmen aportaba ideas sobre las flores y el lugar donde se llevaría a cabo la ceremonia.
—Yo creo que debemos optar por rosas blancas y algunas lilas, ¿no te parece, Isabella? —decía Carmen, con voz suave pero determinada.
—Totalmente de acuerdo, señora. La decoración será elegante y clásica. —Isabella tomó nota, mientras Carmen asentía.
Angela interrumpió la conversación para dirigirse a Tory.
—Querida, ¿qué opinás? Las rosas blancas y lilas quedan tan delicadas... —Angela la miró como si su aprobación fuera imprescindible, aunque claramente las decisiones ya estaban tomadas.
Tory asintió, sin mucho entusiasmo.
—Sí, mamá. Suena... perfecto.
En ese momento, escuchó pasos en el pasillo. Levantó la vista y vio a Miguel, quien acababa de entrar y se detuvo en seco al verla de blanco. Durante unos segundos, sus miradas se encontraron, y algo en sus ojos la hizo sentir incómoda. Miguel parecía... sorprendido, o tal vez hasta impresionado.
—Wow, Tory... Te ves... —Miguel titubeó, su mirada bajando hacia el vestido— increíble.
Tory soltó una risa nerviosa, sintiéndose extraña bajo su mirada.
—Gracias... supongo que es parte del show, ¿no? —respondió, intentando hacer una broma para restarle importancia.
Angela, al ver la reacción de Miguel, sonrió con satisfacción.
—Sí, Miguel. Tory luce espléndida, ¿verdad? Una novia perfecta para una boda perfecta. —Angela palmeó suavemente el hombro de Tory, mientras su sonrisa de orgullo se ensanchaba.
Miguel se acercó, todavía sin quitarle los ojos de encima, y Tory sintió una mezcla de incomodidad y curiosidad. Había algo en su expresión que no podía descifrar.
—No pensé que estuvieras tan... en serio con todo esto, Tory. —La voz de Miguel era baja, como si fuera solo para ella.
Tory lo miró fijamente, queriendo decirle lo que realmente sentía, que esa boda le parecía una locura, pero que lo hacía para complacer a su madre.
—Hay cosas en la vida en las que no tenés mucha elección, Miguel —dijo en un susurro, bajando la mirada. Se sentía como si estuviera en una escena de una novela que no había pedido protagonizar.
Miguel la observó en silencio unos segundos antes de asentir.
—Lo sé. Solo... —Hizo una pausa, mirándola como si quisiera decir algo más profundo—. Te ves realmente hermosa.
Carmen, al notar el momento, sonrió con complicidad.
—Ay, si los dos están tan perfectos juntos. No puedo esperar a verlos en el altar. —Su entusiasmo llenó la sala, como si ya los visualizara como pareja perfecta.
Isabella, percibiendo que Carmen y Angela estaban satisfechas con la situación, sonrió y recogió sus notas.
—Perfecto, entonces. Los modistas tienen las medidas, y yo me encargaré de que todo esté listo para el día de la boda. ¡Va a ser un evento inolvidable! —Aseguró Isabella, mientras Angela y Carmen asentían con entusiasmo.
Tory, al final, simplemente asintió. Por fuera parecía tranquila, pero por dentro sentía que el peso de su destino ya estaba decidido.
Luego de soportar la incomodidad de las pruebas de vestido y la atención excesiva de sus madres, Tory y Miguel finalmente dejaron la casa. Al salir, ambos soltaron un suspiro aliviado, como si hubieran escapado de un lugar donde la perfección les era impuesta a la fuerza.
El viaje hacia la casa de Miguel fue en silencio, pero un silencio cómodo, como si ambos necesitaban el espacio para procesar lo que acababan de vivir. Al llegar, el ambiente era completamente diferente: varios empleados trabajaban en la decoración de Halloween, cubriendo el jardín y las puertas con telarañas falsas, luces naranjas y moradas, y algunas calaveras de cartón que colgaban de los árboles. La energía festiva de la decoración aliviaba un poco el peso de la conversación anterior.
—Me pasé la semana planificando esta fiesta —comentó Tory mientras salía del auto y miraba el trabajo que estaban haciendo los empleados—. Los disfraces, las bebidas, todo. Va a ser legendaria.
Miguel, con los brazos cruzados, la observó un momento antes de responder.
—Solo espero que esta vez tomes todo con calma, Tory. —Su tono era serio, y Tory inmediatamente entendió a qué se refería.
Ella rodó los ojos y sonrió, intentando quitarle importancia.
—Vamos, Miguel, estoy bien. Lo de la bebida fue... una fase. Ya lo superé.
Miguel levantó una ceja, claramente no convencido.
—¿De verdad? Porque yo recuerdo la última fiesta, y la cantidad de botellas que... —Hizo una pausa, suspirando—. Solo te estoy diciendo que tengas cuidado.
Tory soltó una risa nerviosa, pero intentó mantener su expresión segura.
—Miguel, de verdad, estoy bien. Esta es solo una fiesta. Quiero que todos la pasen bien, nada más. Además, ¿quién mejor que yo para encargarme de las bebidas? —dijo con un tono despreocupado, aunque sabía que él tenía razón en preocuparse.
Miguel la observó un segundo más antes de asentir, pero su mirada dejaba claro que no estaba del todo convencido.
—Está bien, Tory. Solo... prométeme que, si te sientes mal o si sentís que se te va de las manos, me lo dirás, ¿sí?
Ella lo miró, sintiendo una mezcla de gratitud y molestia por su preocupación.
—Te lo prometo. —Le dio una sonrisa, y Miguel, aunque aún con un poco de duda, le devolvió la sonrisa antes de entrar a la casa.
20:56 p.m
Más tarde, ya en su habitación, Tory revisaba su disfraz para la noche. Había comprado dos opciones: un vestido de ángel blanco y otro de ángel negro. Miró los dos atuendos colgando frente a ella, y no pudo evitar reflexionar sobre lo que representaban. El blanco, con sus alas de plumas y detalles delicados, simbolizaba pureza, inocencia. El negro, por otro lado, transmitía misterio, rebeldía, casi como si encarnara una versión de ella misma que había comenzado a explorar en los últimos meses.
Suspiró y se miró en el espejo, intentando imaginarse con cada uno de los disfraces. Finalmente, agarró el vestido de ángel blanco, pero apenas lo sostuvo contra su cuerpo, algo en su interior le dijo que no era el adecuado. Últimamente, Tory sabía que había estado tomando decisiones que iban en contra de lo que su madre esperaba, decisiones que podían verse como "pecados", como preferir la compañía de amigos poco convencionales o escapar a fiestas en lugar de centrarse en su imagen de "niña perfecta".
Tory se detuvo a mirar ambos disfraces en el espejo, sosteniendo el vestido blanco en una mano y el negro en la otra. No podía evitarlo; cada color evocaba algo distinto en ella, como si representaran dos versiones opuestas de su vida.
El blanco le recordaba a Robby. Con él, todo había comenzado de una manera pura y genuina. Era un amor que no necesitaba explicación, un cariño tranquilo, como si pudiera encontrar en él un refugio seguro. Estar con Robby significaba amor sincero, sin sombras, sin secretos. De alguna manera, Robby la hacía sentir que podía ser mejor, alguien más amable y menos caótica.
Suspiró, dejándose llevar por esos pensamientos. Visualizó cómo sería la noche si usara el vestido blanco: tal vez Robby aparecería en la fiesta, su sonrisa siempre tan sincera, sus ojos fijos en ella con una ternura que nadie más podía ofrecerle. Imaginaba una noche tranquila, llena de miradas compartidas y risas genuinas. Con Robby, la palabra "paz" parecía tener sentido, y esa paz la atraía como un imán.
Pero el negro... El negro traía otro nombre a su mente. Eli. Con él, todo era un contraste intenso, un juego peligroso y emocionante que la envolvía en una atracción inexplicable. Eli era lo prohibido, lo apasionado, lo que la hacía olvidar cualquier atisbo de calma y ceder a un deseo que la consumía. Con él, no había paz, sino un fuego que la hacía sentir viva, y esa emoción, aunque arriesgada, tenía una fuerza imparable.
Recordó cómo, en las últimas semanas, Eli se había convertido en alguien con quien podía compartir miradas furtivas, momentos en los que apenas contenían la sonrisa ante los demás. Él le sacaba una parte de ella misma que no mostraba frente a nadie más, la parte que disfrutaba romper reglas, reírse de los comentarios de los demás y atreverse a sentir lo que no debería.
Un estremecimiento recorrió su cuerpo al recordar los momentos en los que Eli se acercaba, apenas a unos centímetros, sus palabras cargadas de insinuaciones, y su mirada intensa que parecía decirle cosas que nadie más entendería. Con Eli, todo era excitante, una adrenalina constante que se colaba en cada conversación y en cada sonrisa.
Finalmente, miró el vestido negro y supo que, aunque el blanco representaba el amor puro de Robby, el negro reflejaba su atracción por Eli. Era oscuro, arriesgado y completamente prohibido. Y en ese momento, decidió que el ángel caído era exactamente el papel que quería jugar esa noche.
—Negro será, entonces —murmuró, sonriendo de manera traviesa, como si acabara de tomar la decisión más peligrosa de todas.
Cuando salió de su habitación lista para la fiesta, su elección de disfraz le dio un aire enigmático y provocador. La figura de Tory en el vestido negro, con alas oscuras que le caían detrás como una sombra, representaba todo lo que intentaba reprimir y, al mismo tiempo, todo lo que deseaba explorar.
Se probó el vestido negro. Las alas oscuras caían en cascada detrás de ella, y el vestido tenía un toque de elegancia provocadora que le encantó. Era perfecto, representaba una versión de ella misma que no solía mostrar, pero que cada vez más sentía que era auténtica.
En ese momento, la puerta se abrió sin previo aviso, y Miguel asomó la cabeza.
—Tory, ¿ya decidiste tu disfraz? Porque creo que los chicos están llegando más temprano de lo que esperaba...
Miguel se interrumpió al verla con el vestido negro, los ojos le brillaron por un segundo, y su expresión cambió a una mezcla de sorpresa y admiración.
—Wow... —fue lo único que dijo, mirándola de pies a cabeza.
Tory se cruzó de brazos, una sonrisa juguetona asomando en sus labios.
—¿Qué? ¿Muy demoníaca para vos, Miguel? —bromeó, dándose una pequeña vuelta para que pudiera verla bien.
Él sonrió, sacudiendo la cabeza.
—Para nada. Te ves... diferente. Pero me gusta. —La miró un momento más antes de reír suavemente—. Creo que todo el mundo va a tener problemas para no mirarte esta noche.
Ella le dio una mirada divertida, acomodándose el vestido y las alas.
—Bueno, entonces misión cumplida. Además, ¿no se supone que en Halloween uno se viste como lo opuesto a lo que es? —Su tono era juguetón, pero la pregunta llevaba algo de verdad en el fondo.
Miguel asintió, sonriendo levemente.
—Entonces, eso significa que en el fondo sos un ángel. —dijo, manteniendo el tono suave y burlón.
Tory sintió un leve calor en las mejillas, pero respondió con rapidez.
—Vamos a decir que soy un "ángel caído" esta vez. —Le guiñó un ojo.
Miguel la miró por un momento, como si intentara leer algo más en su expresión, pero finalmente solo asintió.
—Bueno, "ángel caído", tenemos una fiesta que atender. ¿Lista para hacer tu entrada triunfal?
—Listísima —respondió Tory, tomando una última mirada en el espejo antes de dirigirse a la puerta.
Bajaron juntos y se encontraron con la casa ya llena de luces tenues, decoraciones espeluznantes y música que empezaba a animar a los primeros invitados. La energía de la fiesta comenzaba a contagiarla, y Tory se permitió relajarse un poco. Los primeros invitados, al verla, la felicitaron por el disfraz y algunos hasta le lanzaron miradas de admiración, cosa que ella recibió con una sonrisa segura.
Miguel la observaba desde el otro lado de la sala, vigilando que todo estuviera bajo control. Tory sabía que él estaba atento a sus movimientos, especialmente por las bebidas, pero, por ahora, todo estaba en calma. Agarró una copa de jugo que, para su sorpresa, alguien había mezclado con un poco de vodka, y se permitió disfrutar del sabor.
La fiesta seguía su curso, y Tory se sintió en su elemento, moviéndose entre la gente, riendo, disfrutando de la noche, y de vez en cuando lanzando miradas a Miguel, quien seguía cuidándola de lejos.
Al pasar junto a él, Tory le dio un pequeño empujón con el hombro, riendo.
—Calmate un poco, Miguel. Esta noche, no soy un ángel... pero tampoco soy un demonio.
La fiesta estaba en su punto máximo; las luces tenues y la decoración escalofriante daban a la sala un aire entre misterioso y emocionante. Tory, vestida de ángel oscuro con alas negras y detalles plateados, se movía entre la multitud con una seguridad natural. Su vestido ajustado brillaba bajo las luces, atrayendo miradas de admiración y envidia en igual medida. Sonreía, consciente de cada mirada que la seguía, y disfrutaba el poder que le daba sentirse en su mejor momento.
Fue entonces cuando lo vio a él, a Robby, entre las sombras. Estaba disfrazado de calavera, con la cara pintada de blanco y negro, realzando la intensidad de su mirada. Su camisa negra ceñida le quedaba perfecta, marcando sus músculos y haciendo que Tory sintiera un escalofrío de atracción. No podía quitarle los ojos de encima, y Robby, notando su mirada, se acercó con esa sonrisa pícara que siempre le encantaba.
—¿Qué mirás tanto, Nichols? —preguntó, inclinándose para que solo ella pudiera escucharle, su voz profunda y divertida.
—A un esqueleto... que está bastante bien armado —respondió ella, alzando una ceja con una sonrisa provocadora.
Robby soltó una risa baja, deslumbrante, y, sin dudarlo, le tendió la mano.
—¿Bailamos?
Tory asintió, sin decir una palabra, y dejó que él la guiara hasta el centro de la pista de baile. La música cambió a un ritmo más lento y sensual, y ambos comenzaron a moverse al compás. Robby deslizó las manos por su cintura, atrayéndola hacia él mientras sus cuerpos se acoplaban con naturalidad. Cada paso los acercaba un poco más, cada movimiento aumentaba la tensión entre ellos. Tory podía sentir el calor de sus manos en su cintura, y Robby no apartaba sus ojos de ella.
—Bailás... como si quisieras provocar problemas —susurró él, acercándose a su oído.
—¿Y si lo estoy haciendo? —respondió ella, con un brillo desafiante en los ojos.
Robby sonrió, deslizando una de sus manos un poco más arriba por su espalda. —Entonces, creo que estoy en el lugar perfecto para meterme en problemas.
Tory soltó una risa divertida, y durante unos segundos, se perdió en el vaivén de su baile. El mundo a su alrededor parecía desvanecerse, y solo quedaban ellos dos. Pero, de repente, algo entre la multitud llamó su atención. Entre los bailarines, distinguió una figura alta y familiar con un disfraz de Ghostface. La clásica máscara blanca y la capucha oscura no ocultaban del todo quién era. Esa postura, ese andar provocador... solo podía ser una persona.
—Volvés, ¿verdad? —preguntó Robby, frunciendo ligeramente el ceño al ver cómo su atención se desviaba.
—Por supuesto —contestó Tory, pero sin dar más explicaciones. Se inclinó y le dejó un beso en la comisura de los labios, lo suficiente para dejarlo intrigado. Robby sonrió, aunque en sus ojos había una mezcla de sorpresa y curiosidad mientras ella se alejaba.
Con la misma seguridad de antes, Tory atravesó la pista de baile hasta llegar al chico enmascarado. Al estar frente a él, se cruzó de brazos, una sonrisa divertida en sus labios.
—Déjame adivinar... Alto, brazos fuertes y ese andar provocador —dijo, mirándolo de arriba abajo—. Nada más y nada menos que mi becado favorito.
Eli, detrás de la máscara de Ghostface, soltó una risa baja antes de quitarse la máscara. Su expresión era una mezcla de diversión y recelo.
—Acertaste, Nichols —contestó con una sonrisa que delataba un poco de celos—. Lindo bailecito con Robby, por cierto.
—¿Celoso? —replicó Tory, acercándose a él y notando la expresión en sus ojos.
—¿Celoso? —Él la miró con una sonrisa torcida—. Más bien sorprendido... Nunca pensé que te gustaran los esqueletos.
Tory soltó una carcajada y dio un paso hacia él, acercándose hasta que apenas había espacio entre ellos. Inclinándose hacia su oído, le susurró en un tono que sabía que lo haría sonreír.
—En quince minutos, espérame en mi habitación.
Eli levantó una ceja, un destello de sorpresa y satisfacción en sus ojos. Antes de que pudiera reaccionar, Tory se inclinó y le dio un beso breve pero intenso, dejándolo sin palabras.
—¿Quince minutos? —repitió él, como si quisiera confirmar que no lo había soñado.
—No te pierdas, becado —dijo ella, guiñándole un ojo mientras se alejaba para buscar otra bebida.
Caminando hacia la mesa, sentía la adrenalina en cada paso y sonreía para sí misma. La noche apenas empezaba y ella tenía el control, consciente de que tanto Robby como Eli estaban atentos a cada uno de sus movimientos.
Desde la distancia, Eli no apartaba los ojos de ella, con una sonrisa cómplice que guardaba para cuando estuvieran a solas. Y Robby, por su parte, la observaba desde la pista, con una mirada curiosa y divertida, intrigado por los secretos que la noche aún guardaba.
Tory se permitió tomar un trago, saboreando la intensidad de la noche, y se preparó para lo que estaba por venir.
15 minutos después
Eli subió las escaleras, sus pasos firmes y su expresión llena de confianza, con una sonrisa que delataba que estaba más que listo para lo que fuera que Tory tenía planeado. Al abrir la puerta, se encontró con la habitación de ella: un espacio elegante y luminoso, lleno de detalles dorados y paredes de un blanco impoluto. El cuarto reflejaba un gusto refinado, casi digno de una princesa. Eli miró alrededor con un leve asombro, pero fue entonces cuando sus ojos se posaron en la cama... y su asombro se convirtió en algo mucho más intenso.
Tory estaba allí, recostada sobre el borde de la cama, en un conjunto de encaje blanco que parecía hecho especialmente para ella. El delicado encaje resaltaba su piel y cada curva, haciéndola ver más radiante de lo que él había imaginado. Tory lo miraba con una sonrisa desafiante, como si supiera que él estaba sorprendido... pero también como si hubiera estado esperando este momento tanto como él.
Eli sonrió, sin perder un ápice de su confianza, y avanzó hacia ella, sin desviar la mirada ni un segundo. Se acercó lentamente, disfrutando de cómo los ojos de Tory seguían cada paso que daba, hasta que finalmente llegó a su lado.
—¿Es una bienvenida especial solo para mí? —preguntó, su tono coqueto y seguro, mientras la miraba de arriba abajo con una sonrisa de satisfacción.
Tory alzó una ceja, divertida por la seguridad de Eli, y le respondió con un tono desafiante. —¿Qué te hace pensar que te estaba esperando a vos precisamente?
Eli soltó una risa baja y se inclinó, apoyando una mano en la cama para acercarse a ella. —Porque nadie más puede hacerte sentir así —le susurró al oído, su voz suave y llena de certeza.
Tory sintió un escalofrío, pero no dejó que él notara el impacto de sus palabras. En cambio, le sonrió con esa misma expresión segura que llevaba toda la noche. —Tenés mucha confianza, becado —replicó, desafiándolo con la mirada.
Eli la miró con una chispa divertida en los ojos. —La suficiente para saber que esto es algo que vos también querés, Nichols.
Sin esperar una respuesta, Eli inclinó su rostro y la besó, un beso profundo y cargado de deseo, que Tory correspondió sin reservas. Ella enredó sus dedos en el cabello de Eli, atrayéndolo más cerca, mientras él deslizaba una mano por su cintura, acercándola hasta que sus cuerpos prácticamente se tocaban.
Eli se detuvo un segundo para mirarla a los ojos, su sonrisa ahora llena de picardía.
—...Pero ninguna de mis fantasías le hace justicia a esto —terminó, deslizando sus dedos suavemente por su cintura, trazando pequeños círculos en su piel mientras la miraba con una intensidad que parecía atravesarla.
Tory sonrió, no queriendo admitir que sus palabras le provocaban un cosquilleo en el estómago. En cambio, adoptó una expresión de desafío y se inclinó hacia él, dejando que sus labios rozaran suavemente los de Eli antes de hablar.
—Y yo imaginé que tendrías más palabras que eso, Eli —replicó, sin perder su aire seguro—. ¿Es todo lo que tenés?
Eli soltó una risa suave y, sin apartar la mirada, la atrajo aún más cerca de él, hasta que apenas quedaba espacio entre sus cuerpos.
—Podría decirte mil cosas, Tory —murmuró—, pero ¿por qué hablar cuando puedo mostrarte?
Con esas palabras, volvió a besarla, esta vez con un toque de urgencia que le hizo a Tory imposible no perderse en el momento. Sus manos recorrían su espalda, deteniéndose en cada curva, mientras ella se dejaba llevar, sintiendo cómo el ritmo de su respiración se aceleraba con cada segundo. Tory, de pronto, se encontró deseando ese lado seguro y provocador de Eli; él estaba completamente a cargo, y eso la hacía perder el control de una manera que pocos lograban.
Mientras el beso se profundizaba, Eli le murmuró al oído.
—No sabés cuántas veces pensé en estar acá, en este lugar exacto, viéndote de esta manera... —Su voz tenía un toque de emoción, pero también de seguridad—. Solo vos podés hacerme sentir así, Tory.
—¿Así cómo? —preguntó Tory, con una sonrisa de autosuficiencia.
—Completamente fuera de mi zona de confort —admitió él con una risa breve, aunque su expresión aún estaba cargada de confianza—. Pero me gusta, ¿sabés? No necesito tener el control con vos, porque confío en que no vamos a querer otra cosa más que esto, ahora mismo ...-- concluyó Eli, sin apartar sus ojos de ella, dejando ver que hablaba en serio. Su tono provocador había dado paso a una sinceridad que tomó a Tory por sorpresa.
Ella, acostumbrada a jugar y a llevar las riendas, se encontró vulnerable por un segundo. Esa franqueza inesperada le aceleró el pulso, pero no dejó que él lo notara; en cambio, alzó una ceja con una sonrisa desafiante, dispuesta a no darle el control tan fácilmente.
—Entonces, ¿esto significa que me vas a dejar a cargo, Eli? —preguntó, deslizando sus manos por sus hombros hasta su pecho, con un toque de descaro en cada movimiento.
Eli soltó una risa suave, que era casi un reto en sí misma, y la miró intensamente. —Eso significa que podés intentarlo, pero no va a ser fácil. —Deslizó sus manos por su espalda, haciendo que se inclinara hacia él, hasta que sus labios apenas se rozaban de nuevo.
Ella lo miró a los ojos, sus manos aferrándose a los hombros de Eli, mientras sus rostros permanecían a solo centímetros de distancia.
Estaban en un juego de poder constante, una danza de provocación donde ninguno quería ceder por completo, y ambos sabían que esa tensión era lo que hacía que el momento fuera tan embriagador.
—¿Sabés algo? —dijo Tory con una sonrisa peligrosa, inclinándose hacia él hasta que sus labios rozaron su oído—. Me encanta este lado tuyo... pero no pienses que pero no pienses que voy a dejar que tengas el control tan facilmente.
Y, con esa declaración, Tory tomó la iniciativa y lo besó con una intensidad renovada, sintiendo cómo él respondía, sin dudar ni un segundo. Las manos de Eli bajaron lentamente por su espalda, acariciándola con confianza, mientras ella deslizaba sus dedos por su cabello, profundizando el beso. Era una mezcla de desafío y entrega, de vulnerabilidad y audacia, que hacía que cada segundo pareciera aún más intenso.
Eli se apartó apenas un instante, mirándola con una sonrisa que combinaba complicidad y picardía.
—No esperaba menos de vos, Nichols —dijo, su tono bajo y lleno de provocación—. Pero te advierto, esto solo hace quiera probarte.
-¿Ah, sí? —Tory lo miró con una sonrisa desafiante—. Entonces, demostrámelo, Eli.
—Eli respondió a su reto con otra sonrisa y, sin decir una palabra más, la tomó de la cintura, acercándola hacia él mientras la levantaba ligeramente, haciendo que Tory sintiera la emoción de perderse en ese juego sin fin que ambos sabían manejar tan bien. Ambos sabían que, pase lo que pase, ninguno se daría por vencido.
Sus manos comenzaron a quitar mi chaqueta, luego a desabotonar mi camisa.
En cuanto quedé solo en boxer, me separé de su boca para buscar el cierre del vestido.
Bingo.
Lo encontré y tire de él.
En cuanto lo dejo caer y estábamos en las mismas condiciones.
La admiré.
Su cuerpo y su rostro era una obra de arte.
Volví a atacar sus labios.
La comí a besos, saboreando cada parte de su boca, sintiendo el sabor de la champagne que llevaba toda la noche tomando, conociendo la textura y suavidad de su lengua, todo esto quizás por lo ebrio que estaba o solo porque Tory parecía ser la mejor escultura hecha por Michelangelo, la mejor pintura hecha por Van Gogh.
Quité su brasier y saboreé sus senos.
Toque, lamí, masajeé, chupé y demás.
Cuando creí había sido suficiente, regrese a su boca, deje un corto beso, bajé a su cuello en su punto débil, la recorrí con la punta de mi lengua.
Un gemido gutural escapó de sus labios y sentí el latido en mi entrepiernas.
—Dios mío ,no doy más..
—Por favor Eli ,haceme tuya..
La rubia con movimientos ágiles se quitó lo último que tapaba su cuerpo.
Hice lo mismo con mi ropa interior.
Volví a sus labios y sus manos tocaron mi miembro.
Gemi ante el contacto.
—Mierda—gimió cuando mis dientes mordieron su labio inferior y estiraron de él.
—¿Estás tomando pastillas?
—Sss-si.—Murmuró entre jadeos.
Sin aviso alguno, tomé mi miembro con una mano y con la otra toque sus labios inferiores.
Su humedad se sintió sin necesidad de tocar por dentro y aquello me excito más.
Entre en ella tan fácilmente que sentí que podía correrme en aquel minuto.
Se sentía caliente, húmeda y tan estrecha que era maravilloso.
Tomé sus muslos y la cargué ,su espalda a la puerta de la entrada.
No nos habíamos movido de allí.
Sus piernas rodeaban mis cintura y mis movimientos comenzaron.
Entré y salí de ella con suavidad al principio pero en cuanto sentí que se acostumbro a ello, mis movimientos fueron rudos, salvajes y sin piedad.
El sonido de sus gemidos, gruñidos y gritos junto al sonido de la puerta y mis gemidos parecían ser la mejor canción compuesta jamás.
—Voy a...mier-da
-Shh ,nos van a escuchar preciosa.
Sus uñas se clavaron en mi espalda y mis fuertes movimientos no pararon.
Llegó al orgasmo y sentí mi miembro más húmeda en su centro.
—Vamos a la cama.
Despegue mi mano de la pared y la tomé en la misma posición. Fuimos a la cama, la recosté y separé de mi.
—¿Estás bien?—Asintió.
—Ven aquí.
Sonreí ante su mención pero un teléfono sonó a lo lejos.
—Dejalo, por favor—la rubia susurró.—Acuéstate, déjame a mí—Me dijo.
Hice lo que ella pidió ,se acostó sobre mi.
Toda mi miembro entro en ella, acompañada de nuestros gemidos.
Comenzó a moverse, circularmente, arriba y abajo con las manos en mi abdomen.
Bastaron unos par de minutos para sentir que estaba a punto de correrme.
—Mierda Tory ,no pares.—Gemi, mordiendo mis labios.
Gotas de sudor en su frente y una recorría su pecho mientras sus movimientos se hacían cada vez más rápidos.
—Sssi-gue...Estoy por...-gemi fuerte y una sonrisa en sus labios, se abrieron sus ojos.
Aquellos ojos verdes, tan oscuros y llenos de deseo.
—¡Tory...!-grite, todo mi cuerpo vibró, sentí aquel cosquilleo/ explosión en mi y me corrí dentro de ella.
Segundos después ella se corrió por segunda vez.
Se desplomó sobre mi.
—Mierda, eso fue increíble.—Murmuré.
Lunes 08:54 a.m
La luz del amanecer se filtraba suavemente por las cortinas del cuarto de Tory, iluminando los detalles dorados de la habitación. Eli yacía a su lado, ambos aún envueltos en el calor de la noche pasada. Tory, con la cabeza apoyada en su pecho, sentía el ritmo pausado de su respiración. Había algo íntimo y relajante en ese momento, una calma que no solía experimentar en su día a día.
Sin embargo, la paz se interrumpió con el repentino golpeteo en la puerta, que los hizo saltar a ambos. Tory abrió los ojos con alarma, y Eli, quien también había despertado de golpe, rápidamente comprendió lo que sucedía.
—Tory, ¿estás ahí? —llamó la voz de Miguel desde el otro lado de la puerta. Había un tono de preocupación en su voz, como si intuyera que algo no estaba bien.
Tory sintió cómo el pánico la invadía. No podía dejar que Miguel supiera que Eli estaba allí, y mucho menos de la forma en la que se encontraban. Se giró hacia Eli con una mirada de urgencia, susurrando apurada.
—Tenés que esconderte. Ahora.
Eli alzó una ceja, claramente divertido con la situación, y se inclinó hacia ella, murmurando con una sonrisa juguetona. —¿Escondiéndome ya? No pensé que iba a ser así tan temprano.
—No es gracioso, Eli —respondió ella, empujándolo con suavidad—. Si Miguel se entera, esto va a ser un desastre. ¡Por favor!
Él suspiró, pero captó la seriedad en la mirada de Tory y, resignado, comenzó a buscar su ropa con rapidez. Se levantó de la cama, aún sin camisa, y se deslizó hacia el baño en silencio, echándole una última mirada llena de picardía antes de cerrar la puerta.
Tory respiró hondo, recomponiéndose, y se levantó, acomodándose el cabello y poniéndose una bata antes de dirigirse a la puerta. Tomó un instante para asegurarse de que no hubiera rastro alguno de Eli en la habitación antes de abrirla.
Miguel estaba ahí, con una expresión entre preocupación y desconcierto.
—¿Te desperté? Perdón —dijo él, aunque su tono era más serio de lo habitual—. Solo quería asegurarme de que estabas bien... No te vi después de la fiesta.
Tory sonrió, esforzándose por parecer despreocupada. —Estoy bien, solo me quedé dormida... La fiesta me dejó agotada.
Miguel la miró un momento, como si quisiera leer entre líneas, pero finalmente asintió.
—Bueno... Me alegro de que estés bien. —Pausó y, en un tono más suave, añadió—. Sabés que estoy acá para vos, ¿verdad?
Tory sintió un toque de culpa, pero asintió rápidamente, sosteniendo la puerta con firmeza para que Miguel no tuviera oportunidad de entrar.
—Gracias, Miguel. De verdad.
Él sonrió y, después de unos segundos, se despidió, bajando por el pasillo. Tory esperó hasta que los pasos se desvanecieron antes de cerrar la puerta y soltar el aliento que no se dio cuenta que estaba conteniendo.
Apenas giró hacia el baño, Eli salió con una sonrisa triunfante.
—Buen trabajo, princesa —dijo él en tono burlón—. Casi parecés inocente.
Tory lo miró con una mezcla de alivio y exasperación. —Sos un desastre, ¿sabías?
Eli solo se encogió de hombros, acercándose para darle un último beso en la mejilla antes de que ella pudiera detenerlo. Con una sonrisa que solo ellos entendían, Eli comenzó a recoger el resto de sus cosas, preparándose para salir en silencio.
Ambos sabían que la situación se volvería aún más complicada, pero, por ahora, disfrutaban de ese pequeño secreto compartido, conscientes de que, en su mundo, las cosas nunca eran tan simples.
El capítulo concluía con Tory observando cómo Eli se deslizaba fuera de la habitación, una sonrisa en sus labios mientras cerraba la puerta tras de sí. La historia apenas comenzaba a enredarse, y ella no podía estar más feliz.
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