21:Lectura del tarot

Tory estaba sentada en el amplio sofá de cuero, rodeada del lujo de la casa de Robby. Observaba los cuadros colgados en las paredes, todos elegidos con ese gusto sofisticado y elegante que caracterizaba a Angela. Aún podía oír el sonido del agua de la ducha en el segundo piso, donde Robby se estaba bañando.

La puerta de entrada se abrió, sacándola de sus pensamientos. Alzó la mirada justo a tiempo para ver a Angela, que entraba con la misma elegancia que siempre. Llevaba un vestido azul oscuro y su característico cabello perfectamente peinado.

—¡Tory! —exclamó Angela, iluminándose al verla y extendiendo los brazos.

Tory se levantó con una sonrisa. Nunca había tenido una figura materna con la que realmente se sintiera a gusto, pero Angela la hacía sentir segura y bien recibida.

—Angela, ¡que sorpresa! —dijo Tory, devolviendo el abrazo con sinceridad—. Pensé que estarías fuera unos días más.

Angela sonrió y se acomodó en el sofá junto a Tory, dándole unas palmaditas en la mano.

—Oh querida, uno nunca puede alejarse demasiado tiempo de esta familia, ya sabes cómo es mi hijo. Además, necesitaba descansar después de tanto ajetreo. Pero dime, ¿cómo estás? ¿Cómo te va con todo... lo del compromiso?

La rubia sonrió, pero la sonrisa se sintió un poco rígida. No era fácil disimular ante la mirada penetrante de Angela. La mujer la observó en silencio unos segundos y luego soltó una pequeña risa, como si acabara de leer la situación como un libro abierto.

—A ver.... —dijo Angela, con tono de quien está a punto de revelar algo importante—. Vamos a ser sinceras, ¿sí? He vivido lo suficiente para ver muchas cosas. Y te diré algo, querida... ¿ese matrimonio te hace feliz?

Tory parpadeó, sorprendida por la franqueza. Apretó los labios, sin saber si debía responder.

—¿Yo...? Claro que sí, Angela. Quiero decir, el acuerdo es importante para mi familia y... Miguel es...

Angela le sostuvo la mirada con una sonrisa comprensiva, que decía "no me mientas".

—Ah, querida, podrías ser mejor actriz, ¿sabes? —rió Angela suavemente, con picardía en la mirada—. Te conozco demasiado bien, Tory. No me engañas.

Tory tragó saliva y decidió rendirse.

—Es solo que... —comenzó a decir, mirándola de reojo—. Bueno, no es fácil. Hay veces que... siento que la vida me tiene planeado todo, y no siempre es lo que yo quiero.

Angela asintió lentamente y se acomodó en el sofá para mirarla más de frente.

—Claro, claro. ¿Y tú crees qué  la vida también te ordena sentir cosas por Miguel? —preguntó Angela, arqueando una ceja.

Tory abrió la boca para responder, pero no supo qué decir.

Angela sonrió y prosiguió, hablando con un ritmo casi hipnótico.

—No me digas nada, querida. Mira, déjame ver si puedo descifrarlo —dijo, entrecerrando los ojos como si de repente se hubiera convertido en una vidente—. Por un lado, tienes a Miguel, el compromiso, la responsabilidad. Cumples con el acuerdo porque sabes que es lo que esperan de ti. Pero... ¿qué pasa cuando lo ves cerca de Sam? No me engañes, querida, yo sé lo que pasa. Sam se muere por él, eso es obvio. Y tú, aunque no quieras admitirlo, te mueres de celos cada vez que ella intenta acercarse.

Tory la miró con los ojos muy abiertos, sin poder articular palabra. Angela prosiguió, disfrutando de la sorpresa en su rostro.

—Y si hablamos de celos... ¿qué me dices de mi hijo? —continuó Angela con una sonrisa divertida—. Mi pobre Robby está enamorado de ti, Tory. Cada vez que te ve, tiene esa mirada... esa que hace tiempo yo solía ver en su padre cuando me miraba. Pero claro, Robby tiene sus propias maneras de lidiar con eso. Te trata como su amiga, como su confidente, pero sabemos bien que no es así como él te ve, ¿o no?

Tory bajó la mirada, sintiéndose atrapada.

—Es que... —susurró, sin saber cómo responder.

Angela le dio una suave palmada en la pierna y le sonrió con calidez.

—Tory, te entiendo. A veces el corazón se divide. Y no me digas que no, porque veo la forma en que miras a Robby. Te gusta que esté ahí para ti, que siempre sea tan... atento, ¿verdad? Pero también te pesa, porque sabes que estás ligada a Miguel, que estás obligada a cumplir ese compromiso.

Tory suspiró, asintiendo ligeramente, aún impactada por la claridad con la que Angela la veía.

—A veces siento que tengo que elegir entre lo que quiero y lo que debo hacer... —confesó en voz baja.

Angela asintió, dándole una mirada compasiva.

—Te entiendo. Pero... no me digas que Robby es el único en tu vida, querida. ¿Qué pasa con el becado? —preguntó, mirándola con una sonrisa que parecía saberlo todo—. No soy ciega, Tory. Te he visto con él... incluso Robby lo nota.

Tory sintió que el corazón le daba un vuelco. Había algo de verdad en lo que Angela decía, pero admitirlo era otra cosa.

—Angela, yo... no es tan simple —dijo, tratando de ordenar sus pensamientos.

Angela rió, cruzando los brazos.

—Querida, el amor y las emociones nunca son simples. Eli no es parte de tu "acuerdo" con Miguel, y eso lo hace más... digamos, emocionante, ¿no? Alguien que no tiene reglas ni limitaciones. Es libre. Y te gusta esa libertad, aunque nunca lo admitirías en voz alta, ¿verdad?

Tory la miró, sintiendo que Angela había leído cada uno de sus secretos. No supo qué responder, y Angela la observó con una mirada llena de compasión y comprensión.

—Solo recuerda una cosa, querida. A veces, la vida no nos permite tener todo. Y hay que decidir qué es lo que realmente queremos... o a quién realmente queremos —dijo Angela, mirándola con una sonrisa nostálgica, como si hablara también de sus propios recuerdos.

De repente, escucharon pasos en las escaleras. Robby bajaba, secándose el cabello, y miró a Tory y a su madre con curiosidad.

—¿De qué hablan ustedes dos? —preguntó Robby, observándolas con una mezcla de desconfianza y diversión.

Angela y Tory compartieron una sonrisa cómplice.

—Nada importante, querido. Solo estábamos hablando de... de asuntos de chicas, ¿verdad, Tory? —dijo Angela, guiñándole un ojo.

Tory reprimió una risa nerviosa, asintiendo.

—Sí, Robby... solo un poco de... amor y relaciones —dijo con tono juguetón.

Robby la miró, frunciendo el ceño con desconfianza.

—¿Amor y relaciones? —repitió, cruzando los brazos.

Angela se puso de pie, dándole un beso en la mejilla y una última mirada significativa a Tory.

—Querido, algún día entenderás de qué hablamos. Pero hasta entonces... pórtate bien con Tory, ¿sí? —le dijo, acariciándole la mejilla antes de dirigirse a la puerta.

Cuando Angela salió, Tory y Robby se quedaron en silencio. Robby la miró, aún un poco confundido.

—¿Amor y relaciones? —preguntó, todavía desconcertado.

Tory sonrió, mirando hacia otro lado para no delatar su nerviosismo.

—Sí, algo así. Pero... mejor que quede entre nosotras —dijo, dándole una sonrisa enigmática.

Robby rió y se sentó junto a ella.

—Mi madre y tú... a veces me asustan cuando están juntas —admitió, medio en broma.

Tory se encogió de hombros, divertida.

—Tal vez tengas razón.

Tory se recostó en el sofá, acomodándose mientras intentaba aparentar indiferencia. Sin embargo, no pudo evitar lanzar una mirada rápida y traviesa hacia Robby, quien aún estaba de pie, sin más que una toalla alrededor de la cintura. Ese detalle la hizo sonreír y decidió no desperdiciar la oportunidad.

—Bueno, vaya recibimiento, Robby —comentó con una sonrisa burlona—. Aunque... si esta es la nueva moda en tu casa, tal vez debería venir más seguido.

Robby, que en un principio no había pensado en su estado de "semi-desnudez", de repente se dio cuenta del comentario. Apretó la toalla instintivamente, sus mejillas sonrojándose mientras le lanzaba una mirada acusadora.

—Oh, claro, te encanta aprovechar cualquier oportunidad para molestarme —dijo, frunciendo el ceño, aunque sin poder evitar una pequeña sonrisa—. ¿No tienes nada mejor qué hacer?

Tory rió entre dientes y se acomodó aún más en el sofá, mirando su revista de autos deportivos como si fuera lo único que le importara en ese momento.

—¿Yo? No sé de qué hablas. Solo estoy disfrutando del espectáculo. Digo... el ambiente de esta sala, tan elegante y acogedor. —La sonrisa en sus labios era clara, y Robby no se lo creyó ni por un segundo.

Decidido a no quedarse atrás, Robby caminó hacia ella, y justo cuando Tory pensó que él simplemente iba a marcharse y dejarla sola con su lectura, sintió cómo él le arrebataba la revista de autos deportivos de entre las manos y la lanzaba a un lado. La revista voló y cayó al suelo, a unos pocos metros del sofá.

—Oye, ¿qué te pasa? —protestó Tory, sentándose de golpe, con los ojos entrecerrados. Su corazón se aceleraba, pero no iba a mostrar debilidad.

—Ah no. Si quieres reírte de mí, al menos hazlo sin distracciones —respondió Robby, cruzándose de brazos y mirándola con una expresión desafiante—. Vamos, decime lo que pensas ,Nichols.

Ella lo miró con una mezcla de sorpresa y diversión. Robby rara vez le seguía el juego así, y era evidente que esa actitud de seguridad la animaba a seguir.

—Está bien, ¿queres qué te lo diga? —preguntó Tory, inclinándose hacia él, desafiándolo. Notó cómo la mirada de Robby se desvió por un instante, tal vez un poco intimidado, aunque intentaba no demostrarlo.

—Dilo, a ver si tenes el valor —contestó él, con el mismo tono desafiante.

Tory dejó escapar una risa, claramente disfrutando la situación, y enarcó una ceja mientras lo miraba de arriba abajo.

—Bueno, iba a decir que, si te sentis tan cómodo con esa toalla, podría ayudarte a elegir una toalla más larga, ¿no? —dijo con una sonrisa provocadora—. ¿O prefieres que llame a Angela y le cuente lo que haces para impresionar a las visitas?

El rostro de Robby se tornó rojo al instante, y por un segundo pareció estar sin palabras. Pero rápidamente recuperó la compostura, aunque sin poder ocultar del todo su nerviosismo.

—¿Impresionar a las visitas? ¿Es eso lo qué pensas? —replicó, acercándose un poco más a ella y entrecerrando los ojos—. Si quisieras impresionar a alguien, ¿leerías una revista de autos deportivos, o solo estás buscando excusas para quedarte aquí?

Tory mantuvo su expresión desafiante, aunque su sonrisa se amplió al notar cómo Robby seguía acercándose, desafiándola.

—Tienes razón, los autos son la segunda razón por la que vine. La primera... bueno, aún no estoy segura —dijo, levantando la barbilla con un toque de arrogancia—. Pero tranquilo, si te hace sentir mejor, puedo dejar que te imagines lo que quieras.

Robby la miró fijamente, sin retroceder, pero en sus ojos se notaba la intriga y el desconcierto. Tory sabía cómo molestarlo.La rubia se puso de pie lentamente, sin romper el contacto visual con Robby. La expresión en su rostro era una mezcla de desafío y algo más que él no lograba descifrar del todo, pero que definitivamente lo dejaba sin aliento. Cada paso que ella daba acercándose lo hacía tensarse, pero no se movió. Se quedó ahí, disfrutando, anticipando el próximo movimiento de Tory.

Ella se detuvo justo frente a él, a solo unos centímetros de distancia. Sin decir una palabra, alzó una mano y empezó a deslizarla lentamente por su hombro, bajando hacia el brazo. Robby tragó saliva, pero no apartó la mirada de los ojos de Tory, quien ahora sonreía con un toque de satisfacción.

—¿Aún quieres que me lo imagine? —susurró Robby, alzando una ceja, intentando mantener la compostura.

—¿Imaginación? —murmuró ella, acercándose más hasta que sus labios rozaron apenas la mejilla de Robby—. Me parece que estamos mucho más allá de eso, ¿no te parece?

Robby cerró los ojos cuando sintió el primer beso de Tory en su mejilla. Su corazón latía con fuerza, cada vez más rápido, y cuando Tory bajó sus labios hacia su cuello, él dejó escapar un suspiro, incapaz de disimular lo mucho que disfrutaba de sus caricias. Ella parecía notarlo, porque le dedicó una sonrisa triunfal antes de besarle suavemente el cuello, provocándole un escalofrío.

—No sos tan valiente ahora, ¿verdad, Keene? —murmuró Tory, divertida, mientras sus labios continuaban bajando, rozando su clavícula y el borde de su pecho.

Robby dejó escapar una risa entrecortada, incapaz de contenerse.

—¿Eso crees? —respondió, intentando sonar confiado, aunque su voz traicionaba un tono de nerviosismo—. Creo que alguien está... disfrutando demasiado.

—Oh, ¿yo? —Tory levantó la vista, fingiendo inocencia—. Solo estoy apreciando el "espectáculo", como tú dirías.

Justo en ese momento, Tory empezó a trazar un camino de besos por el abdomen de Robby, sus labios rozando su piel con una suavidad provocadora. Robby sintió como cada caricia lo estremecía, y no podía evitar el deseo de devolver el gesto, pero se mantuvo inmóvil, atrapado en el limbo de sensaciones.

Sin embargo, antes de que Robby pudiera reaccionar o decir algo, un grito rompió la atmósfera, sobresaltándolos a ambos.

—¡Los estoy viendo por las cámaras, niños malcriados! —se escuchó la voz de Angela resonando desde la cocina—. ¡Vayan a una habitación o se comportan!

Tory se separó de golpe, dando un paso hacia atrás mientras su rostro se tornaba rojo. Robby, por su parte, soltó una risa nerviosa, pasando una mano por su cabello mientras intentaba recuperar la compostura.

—Genial, justo lo que necesitaba, un sermón por cámaras —comentó él, medio en broma, aunque no ocultaba su incomodidad—. En serio, esto es vergonzoso.

Tory intentó contener la risa mientras fingía mirar hacia otra parte, recuperando su actitud de autosuficiencia.

—Bueno, parece que tu mamá tiene un ojo en todo lo que pasa aquí.No sabía que estabas tan... controlado.

Robby alzó las cejas y soltó una risa corta, medio desafiante.

—Oh, ¿te parece que estoy controlado? —preguntó, acercándose nuevamente a ella, aunque esta vez con menos cercanía—. Porque... no sé si te diste cuenta, pero fuiste tú la que no pudo resistirse a acercarse.

Tory soltó una risa y le dio un leve empujón en el pecho, sacudiendo la cabeza.

—No te agrandes, Keene —dijo con una sonrisa burlona—. Fue solo un... impulso. Además, ¿quién era el que estaba parado como una estatua, disfrutando?

Robby negó con la cabeza, sonriendo mientras retrocedía hacia el pasillo.

—Claro, claro, lo que tú digas. Pero al menos yo no fui la que tuvo que huir al escuchar a mi mamá.

Tory puso los ojos en blanco, aunque su sonrisa no se desvanecía.

—Ya, corre y cámbiate antes de que te vea en cámara otra vez y te regañe otra vez. Porque, déjame decirte, con esa toalla, das un espectáculo.

Robby rió y se dio media vuelta, fingiendo indignación mientras caminaba hacia las escaleras.

—Voy a recordarte eso la próxima vez que sea yo quien te agarre desprevenida, Tory —le dijo, lanzándole una mirada retadora sobre el hombro.

Ella se cruzó de brazos, levantando las cejas, y le devolvió una sonrisa enigmática.

—A ver si tienes el valor la próxima vez.

Jueves 10:32 a.m

Al día siguiente, en la secundaria, Tory se encontraba en el baño, disfrutando de un momento de tranquilidad mientras se lavaba las manos y escuchaba música en sus auriculares. La melodía suave la envolvía, alejándola de la caótica vida social y las intrigas constantes. Cerró los ojos por un momento, dejándose llevar por la música, hasta que un fuerte ruido la sacó abruptamente de su trance.

Frunció el ceño, quitándose un auricular y escuchando atentamente. El sonido provenía de uno de los cubículos, y al acercarse, pudo distinguir un llanto ahogado detrás de la puerta. Sin pensarlo mucho, golpeó suavemente el cubículo.

—¿Hola? —preguntó en voz baja, tratando de no sonar invasiva—. ¿Está todo bien?

Un grito desesperado le respondió desde adentro.

—¡Vete, Tory! —La voz sonaba quebrada y vulnerable, y Tory rápidamente la reconoció. Era Sam.

Tory dudó un segundo, pero algo en la voz de Sam la hizo actuar. Ignorando la advertencia, forzó la puerta del cubículo, abriéndola apenas pudo. Ahí, en el pequeño espacio, encontró a Sam sentada en el suelo, con las rodillas abrazadas y el rostro empapado en lágrimas. Sus ojos estaban rojos y la desesperación era evidente en cada gesto.

Sam se quedó congelada al verla, pero antes de que pudiera reaccionar, Tory se agachó a su altura y, sin decir nada, extendió los brazos. Sam, rota y vulnerable, no pudo resistirse. Se lanzó hacia ella, abrazándola con fuerza y dejando que el llanto continuara, liberando todo lo que llevaba dentro.

—Tranquila, Sam... —murmuró Tory, mientras acariciaba su espalda en un intento de consolarla. No entendía qué estaba pasando, pero podía sentir la intensidad de las emociones que la otra chica contenía.

Después de unos minutos, Sam pareció calmarse lo suficiente como para hablar. Se apartó un poco, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano, pero sus ojos seguían reflejando una profunda angustia.

—Estoy... —dijo, con la voz temblorosa y apenas audible—. Estoy embarazada, Tory.

Las palabras cayeron como una bomba, dejando a Tory en un estado de shock. Inmediatamente, su rostro mostró una mezcla de sorpresa e incredulidad, y aunque intentó ocultarlo, Sam se dio cuenta.

—Sí, ya sé que es... es una locura —admitió Sam, con la voz rota—. Pero no sé qué hacer. No sé qué decirle a... Xander.

Tory sintió que el mundo se detenía por un instante. Xander, su mejor amigo, era el padre. La noticia la golpeó con fuerza. Trató de procesarlo, sintiendo una mezcla de sorpresa y preocupación por ambos. ¿Cómo había llegado todo a esto?

—¿Xander lo sabe? —preguntó, tratando de mantener la calma en su tono.

Sam negó con la cabeza, el dolor visible en cada gesto.

—No... ni siquiera he ido al médico todavía. No sé ni siquiera cómo decirle. No sé si... si quiero que lo sepa.

Tory tomó una respiración profunda, asimilando la situación. Sabía que no era el momento de hacer preguntas invasivas, pero la situación la abrumaba, y sentía que debía ayudar a Sam de alguna forma.

—Sam... —dijo, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. ¿Estás segura de esto? ¿De... de que estás embarazada?

—Sí —afirmó Sam, mirando al suelo—. Me hice una prueba y... y salió positiva. Todo esto es un desastre. No debería haber pasado, pero pasó, y ahora... ahora no sé qué hacer.

Tory la miró con compasión, sin saber exactamente cómo ayudarla, pero con la determinación de apoyarla.

—Primero... creo que deberías ir al médico. —Habló en voz baja, tratando de no sonar autoritaria, pero al mismo tiempo, queriendo transmitirle algo de seguridad—. Sé que estás asustada, pero un médico podrá decirte lo que realmente está pasando, y así podrás tomar una decisión con toda la información.

Sam la miró, como si esa idea nunca hubiera cruzado por su mente.

—¿Y después qué, Tory? ¿Qué se supone que haga después? —preguntó, con desesperación en la voz—. ¿Decírselo a Xander? ¿Y si... y si decide alejarse?

Tory suspiró, intentando elegir sus palabras con cuidado.

—Mirá, no sé cómo va a reaccionar Xander....pero sé que va a querer ayudarte. Pero antes de pensar en eso... —hizo una pausa, tratando de enfocarse en lo práctico—. Tienes que cuidar de vos misma, Sam. Ir al médico, y después... ya verás cómo hablar con él.

Sam se quedó en silencio por un momento, como si estuviera procesando todo lo que Tory le había dicho. Finalmente, asintió, aunque la angustia no desaparecía de sus ojos.

—¿Podrías... acompañarme al médico? —preguntó, en un tono suave y vulnerable—. No quiero ir sola.

Tory la miró y asintió sin dudarlo.

—Claro que sí. No estás sola en esto. —Le tomó la mano con fuerza, dándole un apretón que intentaba transmitirle todo el apoyo que necesitaba.

Ambas se quedaron en silencio un momento, Sam intentando calmarse y Tory pensando en cómo ayudarla. En ese instante, se dio cuenta de lo importante que era para Sam estar acompañada. Sabía que, aunque no fueran las mejores amigas, no la dejaría sola en un momento tan difícil.

—Gracias, Tory —dijo Sam finalmente, con una voz rota pero agradecida.

—No hay de que —respondió Tory con una leve sonrisa, tratando de aliviar un poco la tensión—. Para eso estamos, ¿no?

Sam asintió, y Tory pudo ver que, aunque estaba aterrada, ahora tenía un poco más de esperanza en su mirada. Era solo el comienzo de una situación compleja, pero juntas, tal vez podrían encontrar una salida.

12:54 p.m

Tory hojeaba una revista sin realmente prestar atención. El ambiente de la sala de espera del hospital era opresivo, y aunque intentaba concentrarse en los artículos de moda, su mente no dejaba de divagar hacia Sam. Su amiga estaba en la consulta, y Tory solo podía imaginar lo difícil que sería para la castaña enfrentar a Xander y todo lo que vendría después.

El día había comenzado con una escena bastante diferente. Sam le había pedido que la acompañara al hospital, pero había dejado claro que no quería que nadie se enterara, así que Tory decidió encargarse personalmente. Apenas salieron del baño esa mañana, Tory buscó a Miguel, quien estaba hablando con algunos compañeros cerca de la entrada principal.

—Miguel, ven aquí un momento —le llamó Tory con un tono decidido.

Miguel se despidió de los demás y se acercó, notando la expresión seria de Tory.

—¿Qué pasa? —preguntó, cruzándose de brazos con una sonrisa ligera—. ¿Tan temprano y ya tienes problemas?

Tory soltó un suspiro y rodó los ojos, aunque su expresión se suavizó un poco.

—Necesito que justifiques las faltas de Sam y las mías hoy, ¿si? —dijo, tratando de sonar casual.

Miguel la miró, visiblemente sorprendido.

—¿Las faltas? ¿Por qué? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿A dónde van?

Tory evitó su mirada y se cruzó de brazos, incómoda.

—Solo... necesitamos hacer unas cosas —respondió evasivamente—. Es importante.

Miguel alzó una ceja, claramente curioso, pero decidió no presionarla demasiado.

—Entiendo. Puedo decir que están en una actividad o algo así —dijo, sin quitarle los ojos de encima—. Pero, Tory, sabes que puedes contarme si pasa algo, ¿verdad?

Ella soltó una risa suave, aunque con algo de nerviosismo.

—Lo sé, Miguel. Solo... no quiero que Sam se sienta incómoda. No le gusta que los demás se enteren de sus asuntos.

Él asintió, dándose por vencido, aunque no parecía del todo satisfecho.

—Bueno, lo haré por esta vez. Pero no te acostumbres a esta clase de favores —bromeó, dedicándole una sonrisa.

Tory le devolvió la sonrisa, un poco más relajada.

—Lo sé. Y gracias, en serio.

Después de esa breve conversación con Miguel, Tory y Sam salieron hacia el hospital, y ahora, horas después, la rubia estaba allí, en la sala de espera, intentando mantener la calma mientras aguardaba.

Justo en medio de sus pensamientos, sintió una presencia junto a ella. Levantó la mirada y, para su sorpresa, se encontró con Kwon, el primo de Demetri. Él le sonreía con esa mezcla de arrogancia y misterio que la irritaba y, al mismo tiempo, le generaba una curiosidad difícil de ignorar.

—¿Se te perdió algo? —preguntó Tory, arqueando una ceja, con un tono deliberadamente cortante.

El asiático soltó una risa suave y se encogió de hombros, sin inmutarse ante su actitud.

—Nada en particular —respondió con calma, manteniendo esa sonrisa—. Pero pensé que podríamos hablar afuera. Un lugar más... privado.

Tory dudó, mirando a su alrededor. Podría simplemente ignorarlo, pero la intriga pudo más que su incomodidad. Asintió con cierta cautela.

—Bueno —dijo finalmente, poniéndose de pie.

Ambos caminaron hacia la cafetería del hospital, donde Kwon pidió dos cafés y los colocó en la mesa como si estuvieran en un encuentro planeado. Tory tomó el suyo, mirándolo con recelo mientras se cruzaba de brazos.

—Así que... ¿por qué tanta insistencia en hablar conmigo? —le preguntó, llevándose el vaso de café a los labios.

Kwon sonrió, disfrutando del momento.

—¿Te parece raro, eh? Que me interese en hablar contigo.

Tory entrecerró los ojos, manteniendo su mirada firme.

—Bastante. Apenas te conozco, y no es como si tuviéramos mucho en común. Así que si tienes algo para decir, dilo de una vez.

Kwon se inclinó un poco hacia ella, bajando el tono de voz como si fuera a contarle un secreto.

—Dicen que tengo una habilidad para leer a la gente... —comenzó, pero Tory soltó un resoplido, burlándose de su tono misterioso.

—Claro, claro. ¿Y también puedes ver el futuro, o solo adivinas? —se cruzó de brazos, sin disimular su escepticismo.

Kwon mantuvo la expresión tranquila, aparentemente inmune a su sarcasmo.

—Puede que no lea el futuro... pero soy bastante bueno observando —dijo, tomando un sorbo de su café—. Por ejemplo, sé que Moon estaba loquita por Eli hace un tiempo.

Tory sintió una punzada de sorpresa, aunque intentó que no se notara. Lo miró sin cambiar la expresión.

—¿Y eso qué tiene qué ver conmigo? —replicó, alzando una ceja.

—Tiene que ver porque tú también eres muy observadora —contestó él con una media sonrisa—. Como cuando ves a tu querido amigo Eli mirarse con Moon. Te mueres de celos, aunque lo escondas bien.

Tory apretó los labios, tensando la mandíbula. No iba a darle el gusto de una reacción.

—Y sé que Sam daría lo que fuera por estar con Miguel, mientras él no la ve ni por el rabillo del ojo—añadió Kwon, observándola con ojos perspicaces—. Pero tú... te quedas cerca de él solo por demostrarle a los demás que tienes el control.

Tory sintió que el calor subía a su rostro. Intentó contenerse, aunque su incomodidad era evidente.

—¿De dónde sacaste esas ideas? —preguntó en un tono casi desafiante, tratando de sonar indiferente.

Kwon se encogió de hombros, sin perder esa sonrisa que le resultaba cada vez más molesta.

—Te lo dije, tengo ojos en todos lados. Y sé más de lo que crees. Como, por ejemplo... —dijo, bajando la voz hasta casi un susurro—, que Sam empieza a ver a Robby de otra manera. Y que tú... bueno, tienes tus propios problemas con él.

Tory lo miró con incredulidad. Kwon no se había equivocado ni en un solo detalle, y ella empezaba a sentir que cada palabra la dejaba más expuesta.

—Pero voy a decirte algo más... —agregó él, inclinándose hacia ella—. En realidad, ni Miguel ni Robby son quienes te hacen perder el control. Ese honor lo tiene el amigo de mi primo, ¿no es así?

La última afirmación la dejó sin palabras. No podía creer que Kwon supiera tanto. Recordó la conversación similar que había tenido con la madre de Robby, quien le había insinuado algo parecido. Parecía que todos a su alrededor sabían más de sus sentimientos de lo que ella misma admitía.

Kwon se recostó en su silla, visiblemente satisfecho.

—¿Ahora entiendes lo qué te dije? —preguntó con tono calmado—. No es adivinanza; es solo saber observar.

Tory respiró hondo, tratando de recomponerse.

—Tienes suerte de que no soy de las que se espantan fácil, Kwon —dijo, aunque su voz tembló ligeramente. Quería sonar segura, pero él había llegado demasiado lejos.

Kwon no pareció intimidarse en lo más mínimo. Simplemente sonrió y asintió.

—Lo tomaré en cuenta, Tory. Pero a veces... la gente necesita oír verdades incómodas, aunque no quiera admitirlas.

Tory lo miró, fastidiada, odiando la sensación de quedar tan expuesta frente a alguien a quien apenas conocía. ¿Quién demonios se creía este tipo para hablarle así? Y lo peor de todo es que, de alguna forma retorcida, parecía acertar en cada cosa que decía. Sin poder contenerse, respondió con sarcasmo, alzando una ceja y cruzándose de brazos.

—¿Querés que te pague por tu lectura de tarot, o qué? —dijo con un tono de burla afilada—. A ver, adivino ¿ahora vas a sacar una bola de cristal? Enfermo mental.

Kwon se echó a reír, pero fue una risa baja y sarcástica, como si su incomodidad fuera el mejor premio que podría haber recibido.

—Dinero no necesito, tengo bastante de eso, gracias —replicó, sacudiendo la cabeza con una media sonrisa. Sus ojos parecían brillar con una satisfacción perversa, disfrutando de cada segundo de la incomodidad que había logrado causarle.

Tory lo miró con desdén, frunciendo el ceño y dejando escapar un suspiro cargado de desprecio.

—Entonces, ¿qué quiere tu retorcida mente? —preguntó, aunque en el fondo temía la respuesta. Trataba de mantener la calma, de no darle el gusto de mostrar más de lo que sentía, pero su curiosidad empezaba a vencer su desagrado.

Kwon la miró fijamente por un momento, en silencio, como si estuviera decidiendo cuánta información darle. Finalmente, su expresión se suavizó en una sonrisa calculadora, y sus palabras salieron con una deliberada lentitud.

—Quiero una cita.

El comentario fue tan inesperado que Tory abrió los ojos sorprendida. ¿Acaso este desubicado estaba intentando invitarla a salir? Su desconcierto era evidente, pero Kwon rápidamente aclaró, disfrutando su reacción.

—No contigo ,me pareces encantadora Nichols pero busco a alguien más... —aclaró con voz tranquila, aunque sus ojos destilaban diversión—. Con Devon.

Tory parpadeó un par de veces, confundida. ¿Devon? ¿Quién era Devon? Se quedó pensando por un momento, y al notar su desconcierto, Kwon rodó los ojos y dejó escapar un suspiro, casi como si estuviera hablando con alguien especialmente lento.

—Devon. La amiga de Eli y Demetri, ¿ubicas? La que siempre está con ellos.

De golpe, Tory cayó en la cuenta de a quién se refería. Recordaba haber visto a Devon algunas veces, aunque no es que ella y Tory fueran especialmente cercanas. Intentó disimular su sorpresa, aunque su expresión reflejaba cierto desprecio.

—Ah, claro... Devon. ¿Y querés que te haga de cupido? —respondió, cruzándose de brazos y alzando una ceja de nuevo—. ¿Por qué no te acercás vos mismo, si tan confiado sos? —agregó con un tono mordaz, buscando cualquier forma de fastidiarlo.

Kwon soltó una risa corta, pero su expresión no cambió. Al contrario, pareció encontrar su desafío divertido, como si todo esto fuera un juego para él.

—Oh, eso sería demasiado fácil —respondió con calma, y sus ojos se entrecerraron apenas, como si se dispusiera a revelar una carta ganadora—. Y además, me parece que a vos te vendría bien hacerme este pequeño favor.

Tory levantó una ceja, cada vez más molesta por su actitud. La insistencia de Kwon empezaba a hacerla hervir por dentro.

—¿Y por qué mierda te ayudaría a conseguir una cita con Devon? No soy una agencia de favores ni tu secretaria personal —escupió, con una risa sarcástica que dejaba claro lo absurda que encontraba la idea.

Kwon, lejos de inmutarse, mantuvo esa sonrisa enigmática. Se inclinó ligeramente hacia ella, bajando la voz hasta casi un susurro, pero su tono era claro y afilado.

—Porque si no me ayudás... le contaré a toda la secundaria que Sam está embarazada.

Esas palabras la dejaron paralizada. La amenaza la golpeó con la fuerza de una bofetada, y por un momento, no pudo reaccionar. Kwon la observaba en silencio, como si estuviera saboreando su reacción, y Tory sintió cómo la furia y la incredulidad se mezclaban en su interior. Abrió la boca para responder, pero las palabras se le atoraron en la garganta.

—¿Qué...? —logró balbucear finalmente, en un tono que no lograba disimular del todo su sorpresa. La mirada de Kwon era penetrante, segura de sí misma, como si supiera exactamente hasta dónde podía llegar para lograr lo que quería.

—Sí, escuchaste bien —respondió él con una voz suave, casi como si estuviera hablando del clima—. Y no hace falta que te pongas tan a la defensiva, Tory. Solo es información... que me resulta útil para negociar.

Ella respiró hondo, tratando de calmarse y no caer en su juego, pero no pudo evitar que su furia se reflejara en su expresión. La idea de que alguien tan arrogante como él tuviera esa clase de poder sobre ella la irritaba profundamente.

—¿Vos no tenés verguenza? —preguntó, con una mezcla de asco y desafío en la voz—. Chantajeando con algo así... no sabés en qué te estás metiendo.

Kwon soltó una risa burlona, como si la advertencia de Tory le pareciera adorablemente ingenua.

—Oh, sé exactamente en qué me estoy metiendo —respondió con calma, como si estuviera hablando de un simple juego de ajedrez—. Solo quiero que me consigas una cita con Devon. ¿Tan complicado es? Y todos felices.

Tory lo miró con una mezcla de odio y frustración, pero sabía que Kwon no estaba bromeando. Su expresión confiada y su voz tranquila dejaban claro que estaba dispuesto a cumplir su amenaza. Finalmente, dejó escapar un suspiro, aceptando que no tenía muchas opciones.

—Está bien —murmuró, a regañadientes, desviando la mirada para no mostrarle cuán derrotada se sentía en ese momento—. Pero esto no va a quedar así, ¿me escuchaste? No voy a ser tu títere.

Kwon sonrió, satisfecho, y le dio una pequeña palmadita en el hombro antes de alejarse.

—Sabía que ibas a ser razonable, Tory. Me gusta cuando las personas son... cooperativas.

Ella lo fulminó con la mirada mientras se alejaba, sintiendo una mezcla de rabia y humillación. Había ganado esta vez, pero Tory sabía que esto no quedaría así.

Tory caminó de regreso a la sala de espera, con el pecho aún agitado y la mente atrapada en la amenaza que Kwon había lanzado como si fuera un simple comentario más. La idea de tener que ayudarlo en algo tan trivial, siendo él tan manipulador, le hervía la sangre, pero sabía que no podía dejar que ese enojo se notara demasiado ahora. Sam la necesitaba. Respiró hondo, deteniéndose un segundo antes de entrar, y se obligó a recomponerse, a hacer de cuenta que nada había pasado.

Al entrar, encontró a Sam sentada en una de las sillas, con las manos entrelazadas y la mirada fija en el suelo. Estaba inmersa en sus pensamientos, y Tory notó la expresión en su rostro: una mezcla de calma y cierta tristeza, pero también algo que no había visto en ella antes... ¿serenidad, tal vez?

En cuanto Sam percibió su presencia, levantó la vista y esbozó una leve sonrisa. Se puso de pie, y Tory notó que, aunque su amiga parecía más tranquila, el cansancio en sus ojos no pasaba desapercibido.

—¿Todo bien? —preguntó Sam, mirándola con un atisbo de preocupación, como si pudiera leer la incomodidad que Tory intentaba ocultar.

Tory le devolvió una sonrisa rápida, quitándole importancia al tema.

—Sí, todo bien. Perdón por haberte dejado sola —respondió, evitando dar detalles—. Necesitaba tomar un poco de aire, nada importante. ¿Cómo te fue?

Sam suspiró, acomodándose el bolso en el hombro mientras caminaban hacia la salida del hospital. Se le notaba un poco tensa, pero había una firmeza en su mirada que sorprendió a Tory.

—La doctora fue... muy paciente. Me explicó todas las opciones, ¿viste? Me habló de los riesgos y de todo lo que implicaría cada decisión —empezó, con un tono reflexivo mientras se dirigían al auto—. Me dijo que, pase lo que pase, la decisión es mía. Que nadie puede obligarme a hacer algo que no quiera.

Mientras subían al auto, Tory la observaba en silencio, intentando descifrar lo que sentía su amiga. Encendió el motor y comenzó a conducir lentamente, sin apuro, dándole el espacio que necesitaba para seguir hablando.

—¿Y cómo te sentís? —preguntó Tory finalmente, sin poder contener su curiosidad, aunque en un tono suave, para no presionarla.

Sam miró por la ventana, sus manos descansando sobre sus piernas, y se tomó unos segundos antes de responder, como si estuviera eligiendo cuidadosamente las palabras.

—¿Sabés? Creo que toda mi vida intenté ser la hija perfecta. La que nunca comete errores, la que siempre sigue las reglas y hace todo lo posible para que mis padres se sientan orgullosos... —murmuró, con una sonrisa algo amarga—. Pero en todo ese proceso, nunca me detuve a pensar en lo que realmente quiero para mí.

La voz de la castaña sonaba distinta. No era la de la chica caprichosa que Tory recordaba, aquella que siempre buscaba la aprobación de los demás, que necesitaba que todos a su alrededor la admiraran. No, esta vez Samantha hablaba con una calma casi madura, como si de repente se hubiera dado cuenta de algo importante. Tory asintió en silencio, sin querer interrumpirla.

—Es difícil, ¿sabés? —continuó Sam, girándose para mirar a Tory mientras hablaba—. A veces pienso en cómo sería si hiciera algo solo porque quiero, porque es algo que me haría feliz a mí y no a ellos. Creo que nunca antes había tenido el valor de hacer eso... ni siquiera sé si tengo el valor ahora. Pero cuando pienso en este bebé... siento algo distinto. Como si, por primera vez, estuviera tomando una decisión por mí.

Tory sintió una punzada de orgullo al escucharla. Había algo increíblemente poderoso en la forma en que Sam se estaba abriendo, y podía ver el esfuerzo que le estaba costando expresar esos pensamientos. Tomó aire y, sin dejar de mirar la carretera, le respondió con una voz suave y firme:

—Sam... es enorme lo que estás diciendo. Decidir algo así no es fácil, pero estás pensando en vos misma, en lo que querés para tu vida. Y si eso es lo que te va a hacer feliz, entonces es lo único que importa. Nadie más puede decirte quéehacer.

Sam asintió, mirando sus manos con una sonrisa pequeña pero genuina. Parecía emocionada, como si estuviera procesando cada palabra que Tory le decía.

—Creo que tener a este bebé me haría feliz, Tory. No sé cómo se lo voy a decir a mis padres, ni siquiera sé cómo voy a enfrentar todo esto... pero, por primera vez, siento que es una decisión que quiero tomar yo. No ellos, ni nadie más.

Tory asintió en silencio, sintiendo una mezcla de respeto y admiración por su amiga. Había visto a Sam pasar de ser alguien que vivía para complacer a los demás, a una persona que, por primera vez, se estaba permitiendo escuchar sus propios deseos. Apretó ligeramente el volante, pensando en cómo decirle lo que estaba sintiendo.

—Me alegra verte así.Ver que estás tomando las riendas de tu vida, que estás pensando en vos misma... —hizo una pausa, dudando por un momento, pero luego agregó—. Sabés que, sea cual sea la decisión que tomes, yo voy a estar ahí para vos. No tenés que hacer esto sola.

Sam le sonrió con ternura, y Tory notó cómo sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas, aunque su expresión seguía siendo firme. La vulnerabilidad de ese momento no tenía nada de débil; al contrario, era la prueba de todo el camino que Sam había recorrido hasta ahora.

—Gracias, Tory. De verdad, no sé qué haría sin vos —murmuró Sam, con la voz temblorosa pero llena de sinceridad.

Ambas se quedaron en silencio mientras el auto avanzaba por las calles, y Tory sintió que el enojo por su encuentro con Kwon empezaba a desvanecerse. Las preocupaciones sobre sus amenazas y su manipulación palidecían frente a la intensidad de ese momento, frente a la amistad profunda que compartía con Sam y a la certeza de que, en esa etapa de la vida, lo más importante era estar allí la una para la otra. Había aprendido que los verdaderos amigos no siempre pueden resolver los problemas, pero pueden estar a tu lado mientras los enfrentás, y eso, en ese momento, era lo único que Tory quería hacer.

Tory respiró hondo y miró a Sam con una mezcla de seriedad y apoyo.

—¿Querés que te lleve a la casa de Xander? —preguntó, con un tono suave, dándole espacio para que tomara la decisión.

Sam dudó, mordisqueando su labio inferior, pero al notar que Tory la miraba con una confianza inquebrantable, finalmente asintió. Tory le dio un leve apretón en la mano, transmitiéndole toda la seguridad que podía ofrecerle. Sin decir más, Tory arrancó el auto y tomó el camino hacia la casa de Xander. Durante el trayecto, el silencio entre ambas era cómodo, como si ninguna necesitara llenar el espacio con palabras; era suficiente con la presencia de la otra.

Al llegar, Tory estacionó frente a la casa y apagó el motor. Sam miró hacia la puerta, respirando profundamente, como si intentara reunir fuerzas.

—¿Querés que te espere acá? —preguntó Tory, con una sonrisa alentadora.

Sam asintió y soltó otro suspiro antes de abrir la puerta y salir del auto. Tory la observó con una mezcla de orgullo y ternura; ver a su amiga enfrentarse a sus miedos la conmovía más de lo que había imaginado.

Sam avanzó hacia la puerta, su corazón latiendo con fuerza. Al tocar, el sonido pareció resonar en su mente, y en cuestión de segundos, Xander apareció al otro lado. Él la miró, sorprendido pero feliz de verla, y le regaló una sonrisa cálida.

—Sam ,no esperaba verte —dijo Xander, alzando una ceja.

—Hola, Xander... sí, lamento caer así de improviso —respondió ella, intentando sonar relajada, aunque sentía que su voz temblaba un poco.

—No te preocupes. Siempre es bueno verte —respondió él, haciéndose a un lado—. ¿Querés pasar?

Ella negó suavemente y miró hacia el auto, donde Tory la observaba desde la distancia, como si le enviara fuerzas.

—En realidad... preferiría hablar acá afuera —dijo Sam, y Xander asintió, notando la seriedad en su tono.

Durante un segundo, Sam desvió la mirada, sin saber por dónde empezar. Pero entonces recordó la conversación que había tenido con Tory en el auto, recordando por qué estaba allí y lo que realmente quería.

—Xander... hay algo importante que tengo que decirte —comenzó, su voz apenas un susurro.

—¿Pasa algo? —preguntó él, con el ceño fruncido, preocupado.

Sam tomó aire profundamente, intentando mantener la calma.

—Estoy embarazada —soltó finalmente, mirando sus propios zapatos.

Esperaba ver enojo o desconcierto en su rostro, pero cuando levantó la vista, Xander la miraba con una expresión suave, casi como si ya supiera. Él esbozó una sonrisa tranquila y dio un paso hacia ella.

—¿Querés... tenerlo? —preguntó, sin ápice de juicio en su tono, solo curiosidad sincera.

Sam asintió, sintiendo que las palabras empezaban a fluir más fácil de lo que había pensado.

—Sí... sí, quiero tenerlo. Sé que no es algo fácil de asumir, y sé que quizás no es lo que esperabas escuchar... —murmuró, bajando un poco la voz, pero Xander negó suavemente.

—Sam, podés estar segura de algo —dijo, tomándole las manos con delicadeza—. Voy a estar para vos, y para el bebé. No tenés que hacer esto sola, ¿sí? Vamos a atravesarlo juntos.

Las palabras de Xander resonaron en el aire, y Sam sintió cómo sus emociones empezaban a derrumbar las paredes que había construido para mantenerse fuerte. Sin darse cuenta, un par de lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Xander, notando su vulnerabilidad, la rodeó con sus brazos en un abrazo cálido, seguro, que le transmitía toda la tranquilidad del mundo.

—Gracias... no sabés cuánto significa esto para mí —susurró Sam, aferrándose a él.

—Vos significás mucho para mí, Sam. Y, bueno... —agregó Xander, bajando un poco la voz, como si hablara con el futuro bebé—, también vos vas a significar mucho para mí, chiquito o chiquita.

Desde el auto, Tory los observaba a través de la ventana. La escena le pareció tan genuina, tan pura, que no pudo evitar que sus propios ojos se humedecieran. Aunque sabía que Sam había enfrentado muchos momentos difíciles, ver cómo Xander la apoyaba incondicionalmente le daba una sensación de paz que no había sentido en mucho tiempo. Se pasó una mano por los ojos, intentando disimular sus emociones mientras una sonrisa se formaba en su rostro. Por primera vez, sentía que Sam realmente había encontrado algo propio, algo que no necesitaba la aprobación de nadie más que de ella misma.

Mientras Sam se despedía de Xander, sintió una oleada de paz y una renovada certeza de que había tomado la decisión correcta. Al volver al auto de Tory, su amiga la recibió con una sonrisa cálida y una mirada que denotaba curiosidad y apoyo.

—¿Y? ¿Cómo fue? —preguntó Tory, ansiosa por saber.

Sam la miró con los ojos llenos de emoción y, sin decir palabra, se inclinó para abrazarla con fuerza.

—Gracias, Tory. En serio, no sé cómo te voy a agradecer todo esto. Sos la mejor amiga que podría pedir —murmuró Sam, con un tono emocionado.

—No tenés nada que agradecer, tonta —respondió Tory, dándole una palmadita en la espalda—. Además, siempre me gusta llevarte de un lado al otro. Ahora, ¿qué sigue?

Sam se separó y, con un profundo suspiro, tomó una decisión que había estado evitando.

—Tengo que ir a casa. Contarles a mis padres. Ya no puedo esperar más.

Tory asintió con un leve gesto de cabeza, comprendiendo la seriedad de sus palabras.

—Bueno, entonces, allá vamos —dijo Tory, con una mezcla de apoyo y empatía, mientras arrancaba el auto y se dirigía hacia la casa de los LaRusso.

Al llegar, Tory estacionó frente a la entrada, y Sam bajó del auto con un nudo en el estómago. Sabía que la conversación no sería fácil, pero se sentía lista para enfrentar a su familia y, especialmente, a su padre.

—Gracias por todo, Tory —dijo Sam antes de entrar—. En serio, no sabés cuánto significó esto para mí.

—Para eso estamos, Sam. Ahora, vos podés con esto —respondió Tory, sonriendo antes de verla desaparecer en el interior de su casa.

Al cruzar la puerta, Sam notó que todo estaba como siempre: Anthony estaba inmerso en su videojuego, Amanda revisaba papeles con una copa de vino en la mano, y Daniel estaba concentrado en la pantalla de su computadora, apenas prestando atención a lo que ocurría a su alrededor. Era un día normal en la casa de los LaRusso... al menos, hasta que Sam decidió cambiar eso.

—¿Sam? Qué sorpresa verte tan temprano —dijo Amanda, alzando la vista y sonriéndole.

—Hola, mamá, papá... Anthony. ¿Pueden venir un momento? Necesito hablar con ustedes —dijo Sam, con un tono firme pero ligeramente tembloroso.

Su seriedad llamó la atención de todos. Amanda y Daniel intercambiaron una mirada de preocupación, mientras Anthony rodaba los ojos y pausaba su juego, acercándose sin mucho entusiasmo.

Cuando todos estuvieron sentados alrededor de la mesa, Sam se aclaró la garganta y miró a cada uno, tomando coraje para lo que estaba a punto de decir.

—Lo que tengo que decirles es... algo importante —comenzó, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza—. Estoy... estoy embarazada.

Amanda fue la primera en reaccionar. Sus ojos se abrieron con sorpresa, y luego una amplia sonrisa se formó en su rostro.

—¿Embarazada? —repitió, casi con emoción—. ¡Ay Sam! ¡Que felicidad! ¿Es... de Miguel, verdad?

Sam tragó saliva, intentando mantener la calma. Sabía que este momento llegaría, pero escuchar el nombre de Miguel le hizo aún más difícil continuar.

—Mamá... no, no es de Miguel —dijo con firmeza—. Es de... Xander.

El rostro de Amanda pasó de la emoción a la sorpresa, mientras que Daniel frunció el ceño con una mezcla de incredulidad y desagrado.

—¿Xander? ¿Quién es ese chico? —preguntó Daniel, su tono cargado de desaprobación.

—Papá... es alguien a quien conocí hace poco. No lo conocen, pero... él está conmigo. Quiere estar para el bebé y para mí. Es una buena persona —respondió Sam, con un tono suave pero decidido.

Daniel apretó los labios y se inclinó hacia ella, claramente molesto.

—¿Una buena persona? Sam, ¿tenés idea de lo que estás diciendo? ¡Estás hablando de algo serio! Y ahora resulta que te embarazaste de un chico que ni siquiera conocemos. Esto no es un juego —dijo, con dureza en su voz.

Sam se encogió ante su reacción, pero intentó mantenerse firme.

—Papá, sé que no lo entienden ahora, pero esto es lo que quiero. No les estoy pidiendo que lo aprueben, solo que me respeten —respondió, mirando a su padre con una mezcla de desafío y vulnerabilidad.

Amanda intervino, viendo que la situación comenzaba a escalar.

—Daniel, basta. No podés hablarle así —dijo Amanda, lanzándole una mirada severa—. Sam está tomando una decisión importante, y lo único que necesita es nuestro apoyo.

—¿Apoyo? ¿Cómo querés que apoye algo así? —protestó Daniel, sin ocultar su frustración—. Amanda, nuestra hija está arruinando su vida, y vos querés que me quede callado y le diga que está todo bien.

Amanda suspiró y se inclinó hacia Sam, tomando su mano con ternura.

—Lo único que me importa, Sam, es que seas feliz. No me importa quién sea el padre de ese bebé, mientras vos estés bien y él o ella tenga el amor que necesita —dijo, mirando a su hija con una sonrisa cálida.

Daniel, al ver la expresión tranquila de Amanda, dejó escapar un suspiro y se pasó una mano por el rostro, tratando de controlar su enojo.

—Amanda, ¡no es así de simple! No sabemos nada de este Xander. Podría ser cualquiera —insistió, sin poder contenerse.

—Bueno, Daniel, quizá es momento de que la conozcamos a ella y a sus decisiones —respondió Amanda, sin alzar la voz, pero con firmeza—. Además, Sam no es una niña; es una mujer. Y si este chico es importante para ella, entonces lo será también para nosotros.

Sam sintió una mezcla de alivio y gratitud al ver el apoyo de su madre. La expresión de Daniel era de descontento, pero también de resignación, como si entendiera que no había nada que pudiera cambiar su decisión.

—Sam... solo espero que sepas lo que estás haciendo —dijo Daniel, finalmente—. Porque esto no es algo que se pueda deshacer. Queremos lo mejor para vos, y es por eso que nos cuesta aceptar esto.

Sam asintió, comprendiendo que el enojo de su padre nacía de una preocupación genuina, aunque su forma de expresarlo fuera dura.

—Gracias, papá. Sé que no es fácil de aceptar, pero... necesito que confíen en mí. Esto es algo que realmente quiero, y Xander estará ahí para mí. Sé que no es lo que esperaban, pero yo voy a ser responsable.

Anthony, que había permanecido en silencio, finalmente soltó un suspiro y miró a su hermana con una mezcla de burla y resignación.

—Bueno, parece que ahora ya no voy a ser el único que cometa errores en esta familia —comentó él, con una sonrisa sardónica.

Sam le lanzó una mirada exasperada, pero Amanda rápidamente le dio un leve codazo a Anthony para que se mantuviera en silencio.

—Este no es momento para hacer bromas, Anthony —dijo Amanda, volviendo a concentrarse en su hija—. Sam, si alguna vez necesitás algo, estamos acá para vos, ¿sí? Como dije, no importa quién sea el padre; lo importante es que seas feliz y estés segura.

Sam sintió cómo la tensión se disipaba un poco y, aunque sabía que su padre necesitaba más tiempo para procesar todo, el apoyo de su madre le daba la fuerza que necesitaba.

—Gracias, mamá. Y papá... sé que no estás de acuerdo, pero significa mucho para mí que me hayan escuchado. Esto es todo lo que siempre quise: que mi familia esté conmigo —dijo, con la voz cargada de emoción.

La familia LaRusso no estaba completamente unida en ese momento, pero Sam sabía que ese primer paso había sido crucial. Y aunque quedaba un largo camino por delante, tenía la certeza de que, con el tiempo, las cosas podrían encontrar un equilibrio.

Viernes 09:54 a.m

Al día siguiente, me levanté sintiendo que todo había cambiado, pero al mismo tiempo, la rutina seguía su curso. Al cruzar las puertas de la secundaria, ese mismo edificio con paredes descoloridas y las voces que rebotaban de los pasillos a las aulas, sentí una mezcla de nervios y alivio. Me dirigí a la cafetería como siempre, aunque sabía que hoy sería diferente.

Empujé la puerta y, apenas puse un pie dentro, mis ojos recorrieron el lugar. Ahí estaban mis amigos, en nuestra mesa de siempre. Robby estaba junto a Tory, su cabeza apoyada en su hombro mientras ella lo rodeaba con un brazo, una escena que en otro momento me habría puesto celosa, pero ahora solo me arrancó una sonrisa. Miguel estaba del otro lado, concentrado en una planilla, probablemente de algo del consejo estudiantil. Y, algo que me dejó boquiabierta, Yasmine y Moon estaban a los besos, completamente absortas en su propio mundo. Sabía que habían tenido sus problemas, pero nunca las había visto tan... felices y libres.

Mientras me acercaba, Robby levantó la vista y notó mi expresión. Supongo que aún no podía disimular todo lo que llevaba encima.

—Hey Sam —dijo él, enderezándose y haciéndole un gesto a Tory, quien me miró y me sonrió con suavidad—. ¿Estás bien?

Me senté frente a ellos y jugué un momento con las mangas de mi suéter, sin saber muy bien cómo empezar. No sabía si quería hablar de esto con todos o si debía guardarlo un poco más. Sentía que, si lo decía, todo se haría aún más real. Pero entonces, Tory me miró con esa mirada tan firme y me hizo una seña con la cabeza, como dándome el empujón que necesitaba.

Respiré hondo y me decidí.

—Chicos... tengo que contarles algo —dije, y todos se quedaron en silencio, prestándome atención. Incluso Yasmine y Moon, que habían dejado de besarse para mirarme curiosas.

Noté cómo sus expresiones cambiaban a medida que trataban de descifrar lo que estaba por decir. No sabía si alguno de ellos se imaginaba lo que venía, pero la sorpresa fue evidente cuando solté la noticia de golpe, sin rodeos.

—Estoy... embarazada.

El silencio que siguió fue tan pesado que casi me hizo arrepentirme de haberlo dicho. Todos me miraron boquiabiertos, con los ojos bien abiertos, y por un momento me sentí como si estuviera en una película, como si esto no pudiera estar pasando.

Miguel fue el primero en reaccionar. Bajó su planilla y, después de mirarme con incredulidad, logró articular algunas palabras.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó, con los ojos entrecerrados, como si buscara alguna señal de que estaba bromeando.

Asentí lentamente, sintiendo cómo el peso de la noticia volvía a caer sobre mí.

—Sí... lo estoy. Y antes de que lo digan, sé que es inesperado, y sé que es mucho... —dije, tratando de calmar las reacciones de todos.

Robby soltó un suspiro y me miró con una mezcla de sorpresa y una especie de aceptación que no esperaba de él.

—Bueno, parece que sos la única que va a darle un nieto a los LaRusso, después de todo —dijo, en un tono medio en broma, pero con un toque de sinceridad que me hizo sentir un poco menos sola.

Tory le dio un leve codazo a Robby, pero después me miró y esbozó una sonrisa cálida.

—Sabés que te apoyo en esto, ¿no? —dijo Moon, con esa seguridad que siempre la caracterizaba—. Si vos estás feliz, nosotros también.

—Exacto, Sam. No podés pensar en esto sola, tenés que saber que estamos acá —agregó Yasmine, dándome una mirada comprensiva que pocas veces veía en ella.

Moon asintió y, aunque todavía tenía un ojo levemente amoratado por la pelea con Tory, sus palabras me reconfortaron.

—Estamos para ayudarte en lo que necesites, Sam —dijo suavemente, con una sonrisa.

Sentí cómo una especie de alivio se asentaba en mí. Era como si, al decirlo en voz alta y ver sus reacciones, las cosas tomaran una forma un poco menos intimidante. Saber que podía contar con ellos me daba un respiro en medio de toda la incertidumbre que me rodeaba.

Miguel, que había permanecido en silencio hasta ese momento, se inclinó hacia adelante y me miró a los ojos.

—¿Y cómo estás vos con todo esto? —preguntó con una seriedad que me conmovió—. Porque sé que esto... bueno, es una gran cosa.

Tragué saliva y miré mis manos, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Es complicado, Miguel. Pero... siento que esto es algo que quiero. No fue planeado, pero ahora que está pasando, siento que no quiero dejarlo ir —admití, tratando de explicarme de la mejor manera posible.

Robby asintió, y aunque su expresión mostraba una mezcla de emociones, sus palabras fueron sinceras.

—Bueno, ya que ahora tenemos una futura madre entre nosotros, creo que merecemos una ronda de felicitaciones, ¿no? —dijo, levantando su café como si estuviera brindando.

Tory y Miguel siguieron su ejemplo, y pronto todos estaban alzando sus bebidas en un brindis improvisado.

—Por Sam, y porque va a ser una mamá increíble —dijo Tory, sonriendo ampliamente.

—Y por Xander, el misterioso padre de la criatura —agregó Yasmine, guiñándome un ojo mientras soltaba una risa.

No pude evitar reírme. Era un alivio ver que, a pesar de la sorpresa, mis amigos no solo me apoyaban, sino que estaban dispuestos a enfrentar esto conmigo, a su manera.

Después del brindis, la conversación se volvió más ligera, con Robby haciendo chistes sobre cómo tendría que enseñarle al bebé a defenderse desde la cuna, y Moon imaginando cómo sería el "baby shower" más extravagante que podríamos organizar.

—Igual, Sam, en serio... —dijo Robby, tomándome de la mano por un momento—. Sé que es un camino complicado, pero no estás sola. Estamos acá, y vamos a estar con vos en cada paso.

Le devolví la sonrisa, sintiendo cómo sus palabras me daban una fuerza inesperada. Miré a todos mis amigos, y por primera vez desde que descubrí la noticia, me sentí realmente lista para lo que venía.

La conversación se fue aligerando, con bromas que flotaban en el aire mientras todos comenzaban a digerir la noticia a su manera. Poco a poco, sentí que la tensión que llevaba encima desde hacía días se disipaba. Ellos me habían ayudado a tomar ese peso y convertirlo en algo compartido, en algo que ya no tenía que enfrentar sola.

Estábamos tan inmersos en la charla que no nos dimos cuenta de que el resto de la cafetería también había comenzado a prestar atención. Algunos estudiantes lanzaban miradas curiosas hacia nuestra mesa, cuchicheando entre ellos. Había quienes sonreían, otros susurraban, y uno que otro rostro se veía sorprendido. Supe que mi vida en la secundaria estaba a punto de cambiar de una manera irreversible, y aunque una parte de mí temía el escrutinio y los rumores, la mayor parte se sentía segura. Porque no importaba lo que los demás dijeran; mis amigos estaban conmigo.

Finalmente, la campana sonó, y como si nos arrancara de nuestro pequeño refugio en la cafetería, todos empezamos a levantarnos. Cada uno se despidió a su manera:Robby me dio un abrazo rápido, mientras Tory me ofreció un apretón en el hombro, su versión de un gesto reconfortante. Miguel me dio una última sonrisa de aliento antes de irse hacia su clase, y Yasmine y Moon se fueron tomadas de la mano, lanzándome una última mirada de apoyo.

Cuando estaba a punto de salir, Tory se detuvo un momento y me miró con un destello de algo que casi parecía orgullo.

—Sam... sé que ya te lo dije, pero lo repito —murmuró—. No solo vas a ser una madre increíble, sino que te vas a enfrentar a todo esto como la luchadora que sos. Y, bueno, si en algún momento querés hablar o simplemente escapar de todo, sabés que tenés a dónde ir.

Asentí, agradecida por sus palabras. En el pasado, nunca imaginé que podría contar con Tory de esta forma, pero la vida tiene una forma curiosa de juntar a las personas.

Salí de la cafetería y me dirigí al aula, con una mezcla de nervios y determinación. El camino hacia mi clase se sintió más largo que de costumbre, pero cada paso que daba me recordaba que no estaba sola en esto, que tenía a mi lado una red que me sostenía y me daba fuerzas.

Justo antes de entrar al aula, me detuve un momento. Miré hacia el pasillo vacío y respiré hondo. Había tanto por delante, tantas preguntas y desafíos, pero una cosa era segura: estaba lista para enfrentarlo. O al menos, tanto como se podía estar.

Con una última exhalación, abrí la puerta y entré al aula, sintiéndome más decidida que nunca.

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