20:Juntas
Miguel estaba en la cocina, mirando el café en su taza mientras el humo ascendía en espirales que parecían hipnotizarlo. Su mirada estaba perdida en un punto indefinido, sumido en pensamientos que lo envolvían sin descanso. No se había dado cuenta de cuánto lo afectaba realmente la noticia del casamiento. Claro, siempre supo que eventualmente habría una boda con Tory; sus padres se lo habían dejado claro desde hacía años. Pero que fuera tan pronto, en apenas seis meses... eso lo había tomado completamente por sorpresa.
Miguel suspiró y pasó una mano por su cabello, revuelto y aún desordenado. Sabía que no tenía elección. Su madre no aceptaría un "no" como respuesta, y la presión era tan sofocante que parecía no darle un respiro. Lo que más le aliviaba, si se podía decir así, era que al menos se llevaba bien con Tory. Incluso en ciertos aspectos, había aprendido a disfrutar de su compañía, como amigos y confidentes. Pero de ahí a compartir una vida juntos, tan de repente, era un paso enorme, uno que ni siquiera había tenido tiempo de procesar.
Perdido en sus pensamientos, Miguel apenas notó cuando Tory entró en la cocina. Llevaba el pijama, con el cabello revuelto, y sus ojos tenían ese brillo de quien acaba de despertar. Se veía tan despreocupada, como si el peso de sus responsabilidades aún no la hubiese alcanzado.
—Buenos días —dijo Tory, su voz aún adormilada mientras se acercaba a preparar su propio café.
Miguel levantó la mirada y esbozó una sonrisa ligera. Había algo en la forma relajada de Tory que siempre lograba apaciguar un poco su ansiedad, aunque fuera solo por un momento.
—Buenos días, futura esposa —respondió, con un toque de humor en su voz, aunque sabía que el comentario cargaba un peso del que ambos eran muy conscientes.
Tory puso los ojos en blanco, pero una pequeña sonrisa asomó en sus labios mientras se servía café. Luego, tomó su taza y se dejó caer en la silla al lado de Miguel. En un gesto de confianza, apoyó su cabeza en su hombro, y él, casi sin pensarlo, comenzó a acariciarle suavemente el cabello.
Ambos se quedaron en silencio unos segundos, sumidos en sus propios pensamientos, hasta que Tory rompió la calma.
—¿Cómo estás? —preguntó en voz baja, con un tono más serio de lo habitual.
Miguel tardó en responder. Las palabras no venían con facilidad, y no estaba seguro de cómo expresar lo que sentía sin sonar... vulnerable.
—No sé... —dijo finalmente, soltando un suspiro—. Todo esto del casamiento... es una locura, ¿no? Siento que nos lanzaron a esto sin preguntar.
Tory asintió, cerrando los ojos mientras sus dedos jugaban con el borde de su taza. Se quedó unos instantes en silencio, y cuando habló, su voz apenas era un susurro.
—Para mí también es raro... Quiero decir, sabíamos que eventualmente pasaría, pero... ¿seis meses? Es como si no les importara lo que sentimos.
Miguel asintió, y sus dedos continuaron acariciando su cabello en un intento de reconfortarla, pero también de reconfortarse a sí mismo.
—A veces pienso en qué hubiera pasado si tuviéramos la opción de elegir, ¿sabés? —admitió Miguel—. Elegir si queremos esto... o a alguien más.
Tory abrió los ojos, su mirada se cruzó con la de Miguel, y durante un instante, el peso de lo que no decían quedó suspendido entre ambos. Una sensación de comprensión silenciosa los envolvió, y Tory pareció querer decir algo, pero en cambio, dejó escapar una risa suave, sin humor.
—Al menos tenemos suerte de no llevarnos tan mal —bromeó, intentando aligerar el ambiente, aunque ambos sabían que su comentario tenía un trasfondo de verdad.
Miguel sonrió, y asintió.
—Sí, podríamos detestarnos y eso sería un verdadero problema —respondió, intentando seguir el juego—. Aunque, bueno... aún estamos a tiempo, ¿no?
Tory le dio un pequeño golpe en el hombro, y ambos rieron, pero la risa se desvaneció rápidamente, dejando lugar a una especie de melancolía.
—¿Te acordás de la noche que pasamos en la playa, cuando teníamos quince? —preguntó Tory de repente, su voz sonaba distante, como si estuviera recordando una época más simple.
Miguel asintió, recordando aquel momento con una sonrisa nostálgica.
—Sí, todavía teníamos esa idea de que la vida iba a ser fácil, ¿no? —dijo él, suspirando—. Que íbamos a hacer lo que quisiéramos, sin que nadie nos dijera qué hacer.
—Y ahora estamos acá, hablando de una boda que ninguno de los dos eligió... —murmuró Tory, y una sombra cruzó por su rostro—. A veces me pregunto si algún día vamos a tener esa libertad de verdad.
Miguel la miró en silencio, con una mezcla de empatía y frustración. La presión de su madre, el peso de las expectativas... todo eso lo aplastaba también, y ver que Tory compartía esos mismos sentimientos de impotencia le daba algo de consuelo, aunque no hiciera desaparecer el problema.
—Tal vez... tal vez algún día lo hagamos —respondió finalmente, con una voz tan baja que apenas fue un murmullo—. Y si no... bueno, al menos nos tenemos el uno al otro.
Tory levantó la vista hacia él y sonrió, una sonrisa triste pero sincera.
—Sí, eso es algo... algo que no todos tienen —dijo, apoyando su mano en la de Miguel por un momento.
Ambos se quedaron en silencio, y Tory suspiró, volviendo a apoyar su cabeza en el hombro de él.
—Sabés... tal vez podamos hacer que esto funcione, al menos hasta que encontremos una forma de manejarlo... de buscar una salida, si es que queremos otra cosa —murmuró ella, como si tratara de convencerse a sí misma tanto como a él.
Miguel asintió, aunque no estaba seguro de que existiera realmente una "salida".
—Podemos intentarlo... —murmuró—. Pero si en algún momento sentís que no podés, que esto se vuelve demasiado... decímelo, ¿sí? No quiero que te sientas atrapada en algo que no querés.
Tory levantó la cabeza y lo miró, sus ojos reflejaban gratitud.
—Gracias, Miguel —dijo, esbozando una sonrisa leve—. Te prometo que haré lo mismo por vos.
Miguel le devolvió la sonrisa, aunque todavía sentía el peso de la decisión que les habían impuesto. Había algo en esa promesa silenciosa entre ambos, en la posibilidad de que, tal vez, pudieran apoyarse mutuamente en todo esto.
Miguel y Tory terminaron su charla sobre la boda y se dirigieron a prepararse para la secundaria. Miguel, luego de elegir una camisa impecable y su clásica chaqueta azul, bajó las escaleras, listo para el día. Encontró a Tory en la entrada, ya lista y con una sonrisa traviesa.
—¿Y? ¿Vamos en mi auto? —preguntó Tory, alzando las llaves de su brillante Lamborghini Aventador con una mirada de pura satisfacción.
Miguel soltó una risa corta, sabiendo que esa discusión vendría tarde o temprano.
—¿Vos creés que nos van a tomar en serio si llegamos en ese rayo colorido que usás para escaparte de la realidad? —bromeó, mostrándole las llaves de su Bentley Continental GT, lujoso y elegante, a la altura de la imagen que su familia esperaría de él.
Tory puso los ojos en blanco, cruzando los brazos con una mezcla de frustración y diversión.
—¿Colorido? ¿Ese comentario de viejo amargado? El Aventador es una obra de arte, Miguel. Un Bentley... ¡Envejezco 40 años cada vez que me subo!
—Prefiero sonar a alguien con clase —respondió Miguel, dedicándole una sonrisa tranquila—. Y además, imaginate que acelerás de más, nos llegan a detener, y con lo del casamiento tan cerca... Seguro tu madre estaría fascinada —bromeó con una expresión exageradamente seria.
—¡Como si manejar despacio fuese una opción! —protestó Tory, apretando las llaves de su deportivo—. Dale, una vez. Nadie se va a quejar.
Miguel suspiró, sin quitar la sonrisa de sus labios.
—Tory, aceptalo, hoy voy ganando yo. Vos podés elegir la música en el camino, pero hoy dejamos el Aventador en casa.
Tory fingió quejarse un poco más, pero finalmente cedió, subiendo al Bentley con un suspiro dramático.
—Bueno, pero mañana vamos en mi auto, ¿eh? —dijo, echándose hacia atrás en el asiento de cuero con una resignación exagerada.
—Lo que digas, princesa —respondió Miguel, encendiendo el motor y sonriéndole mientras ella conectaba su playlist al sistema de sonido del Bentley.
Mientras avanzaban, Tory seleccionó una canción sin pensar mucho, y los primeros acordes de "I Wanna Be Yours" de Arctic Monkeys comenzaron a sonar por los parlantes. Miguel, sin decir nada, echó una mirada de reojo hacia Tory, quien parecía abstraída en sus pensamientos, mirando por la ventana. La canción evocaba en ella una mezcla de sensaciones difíciles de ignorar; recuerdos fugaces de momentos con Robby y Eli aparecían en su mente, dejando un rastro de confusión que intentó esconder.
Al llegar a la secundaria, Miguel se detuvo y ambos bajaron del auto.
—Gracias por traerme en el auto aburrido —dijo Tory, lanzándole una sonrisa irónica mientras se acomodaba la mochila.
Miguel se rió entre dientes, revolviéndole el pelo como un hermano mayor. —Siempre es un placer, futura esposa. Bueno me voy, que tengo asuntos de presidente que atender. Nos vemos después.
Tory se despidió con una sonrisa y vio cómo Miguel se alejaba en dirección al consejo estudiantil. Justo al girarse hacia la entrada, se encontró con Robby, quien estaba esperándola con los brazos cruzados y una expresión inusualmente seria. Su mirada intensa y penetrante captó la atención de Tory al instante, haciéndola fruncir el ceño.
—¿Qué pasa? —le preguntó, tratando de sonreír, aunque algo en su tono indicaba preocupación.
Sin decirle una palabra, Robby le tomó la mano con firmeza y la guió hacia uno de los salones vacíos, cerrando la puerta tras ellos. Tory lo miró, entre sorprendida y confundida.
—¿Robby? ¿Qué te pasa? —insistió, cruzándose de brazos y observándolo mientras él parecía debatirse internamente.
Robby respiró hondo, como si intentara reunir las palabras adecuadas. Finalmente, la miró con un brillo de determinación en los ojos.
El silencio en el salón vacío era tan denso que Tory casi podía escucharse respirar. Robby la miraba con una mezcla de frustración y rabia, sus ojos oscuros centelleaban mientras cruzaba los brazos, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—¿Entonces, es verdad? —preguntó Robby finalmente, su voz baja y tensa—. Mi mamá me dijo que vos y Miguel se van a casar a fin de año.
Tory sintió cómo se le helaba la sangre. Abrió la boca para responder, pero Robby levantó una mano, deteniéndola.
—Escuchame primero. ¿Cuánto tiempo pensabas mantenerme en esta farsa, Tory? Porque, ¿sabés cómo me siento? Como si fuera un juguete, alguien que podés tirar cuando te aburrís.
Tory negó con la cabeza, dolida por sus palabras.
—Robby, no es así. ¡Yo no quiero esto! Mi madre y Carmen armaron este plan desde que éramos chicos. No me dieron opción.No me podés juzgar por algo que no puedo controlar.
—¿No podés controlar? —Robby dejó escapar una risa amarga—. Entonces, ¿por qué seguís fingiendo que te importa estar conmigo?
—Porque sí me importás, Robby —respondió ella, dando un paso hacia él—. Te quiero de verdad. Vos no sos un juego para mí.
Él la miró con una mezcla de duda y esperanza en sus ojos, como si estuviera intentando procesar lo que acababa de decirle.
—Entonces... ¿me estás diciendo que me querés pero qué, igual te vas a casar con Miguel? ¿Cómo funciona eso?.
Ella apretó los labios, sintiendo la presión de sus propias emociones mientras buscaba las palabras correctas.
—No quiero casarme con él pero hay cosas que no puedo cambiar, ¿sabés? Si pudiera, lo haría. Vos lo sabés, Robby. No podés imaginarte lo atrapada que me siento en todo esto.
Robby suspiró, visiblemente enojado, pero algo en su expresión comenzó a suavizarse. Cerró los ojos por un momento, como si intentara calmarse.
—Está bien, lo entiendo... Supongo que no puedo pedirte que cambies toda tu vida solo porque... —se detuvo, mordiéndose el labio, mientras parecía debatirse—. Solo porque yo quiero estar con vos.
Tory sintió que su corazón latía con fuerza. —Gracias... de verdad, gracias por entenderlo —susurró, aliviada. Robby se acercó un paso más, hasta que la distancia entre ellos desapareció casi por completo, y Tory pudo sentir la intensidad de su mirada.
—Pero eso no significa que voy a dejar que alguien decida por nosotros —murmuró él, levantando una mano para apoyar suavemente en la pared detrás de ella, acorralándola.
Tory apenas pudo respirar; su cercanía la dejó sin palabras, y la intensidad en su mirada le hizo olvidar todo lo que quería decir.
—¿Robby...? —preguntó en voz baja, buscando en sus ojos alguna señal.
Él no dijo nada, simplemente se inclinó un poco más hacia ella, como si el mundo se hubiera reducido a solo ellos dos en ese instante. Tory sintió su corazón latir con fuerza, y, justo cuando sus labios estaban a punto de encontrarse, un sonido rompió el silencio.
—¡Ahem! —tosió Eli, entrando al salón con Demetri justo detrás.
Demetri, al ver la escena, soltó una exclamación de sorpresa y rápidamente se tapó los ojos con una mano, murmurando, —Uh, perdón, perdón... no vi nada.
Eli, por su parte, soltó una carcajada sarcástica, cruzándose de brazos y mirando a Robby y Tory con una ceja arqueada, claramente molesto por lo que acababa de ver.
—¿Interrumpimos algo, tortolitos? —bromeó Eli, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y celos—. Parecía que estaban muy... ocupados.
Robby, visiblemente incómodo, dio un paso atrás, cruzándose de brazos con una expresión de puro fastidio.
—¿No saben tocar la puerta? —bufó, claramente molesto por la interrupción—. Hay gente que tiene algo llamado "privacidad".
Eli soltó una risa burlona, acercándose un poco más y sin dejar de mirar a Robby.
—Oh sí claro, porque el salón de clases es el lugar perfecto para "tener privacidad" —comentó, enfatizando la palabra de forma irónica.
Tory suspiró, tratando de calmar el ambiente, aunque estaba visiblemente ruborizada. —Bueno, ¿y ustedes qué están haciendo acá?.
Eli le dirigió una sonrisa arrogante y se encogió de hombros. —Sólo queríamos ver si estabas bien. Digo, nunca se sabe con quién podés encontrarte por acá... Aunque parece que estás más que bien acompañada, ¿no?
Robby apretó los puños, claramente a punto de responderle, pero Tory intervino antes de que la situación se descontrolara.
—Eli, basta. ¿Qué te pasa? —le preguntó, cruzándose de brazos con una expresión desafiante.
—¿A mí? Nada, Tory. Solo me divierte ver este... hermoso espectáculo. ¿O pensabas que nadie iba a notar tu pequeña "reunión" con el "presidente de los celosos"? —respondió Eli, lanzando una mirada desdeñosa a Robby, quien solo rodó los ojos.
Demetri, aún con las manos en los ojos, murmuró—. Chicos, por favor, ¿pueden decirme cuándo termine esta escena de telenovela? Me siento en medio de un drama de novela barata.
Tory soltó una risa involuntaria, divertida por el comentario de Demetri. —Demetri, ya podés destaparte los ojos. Solo están siendo dramáticos.
Demetri suspiró y bajó las manos, mirando a Eli y luego a Robby. —¿Podríamos tal vez, no arrancar el día con este tipo de discusiones?
Robby, aún molesto, lanzó una última mirada de advertencia a Eli. —Capaz si alguien no estuviera tan entusiasmado en meterse donde no lo llaman, sería un mejor día para todos.
Eli sonrió de manera provocadora, claramente disfrutando la irritación de Robby. —Tranquilo, campeón. Solo estaba asegurándome de que nuestra amiga no se metiera en problemas.
Eli avanzó con paso seguro, plantándose frente a Robby y sacando una hoja de su mochila con aire victorioso. La agitó en el aire, su sonrisa burlona destacándose mientras sus ojos brillaban con ese toque de provocación que solo él podía manejar tan bien.
—Ah, se me olvidaba decirles algo, "parejita del año" —comentó Eli, su voz cargada de ironía mientras miraba a Tory y Robby con malicia—. Este salón está reservado para nosotros. Sí, sí, lo pedimos con antelación para practicar el oral de historia. Así que, técnicamente, somos nosotros los que tenemos derecho a estar aquí —añadió, enfatizando la palabra "nosotros" y deleitándose en la reacción que provocaba.
Keene se tensó visiblemente, sus manos apretándose en puños mientras una expresión de absoluto desprecio cruzaba su rostro. Su mirada, cargada de ira, no dejaba de observar a Eli, quien parecía disfrutar cada segundo del incómodo momento.
—¿En serio? Esto es una broma, ¿no? Qué conveniente que, de todos los lugares, justo ustedes tengan que aparecer acá —bufó Robby, su voz teñida de sarcasmo y enojo.
Eli se encogió de hombros con falsa inocencia, una sonrisa que bordeaba la burla en sus labios mientras lo observaba con suficiencia.
—Bueno, si querés podés ir a quejarte en dirección —le respondió, alzando una ceja de forma descarada—. Capaz hasta nos dan otro salón... pero la verdad, tengo mis dudas.
Robby dejó escapar una serie de maldiciones entre dientes, su frustración evidente en cada uno de sus movimientos. Después de unos segundos de silencio cargado de tensión, se alejó bruscamente, lanzando una última mirada de advertencia hacia Eli.
—Sos insoportable becado...—espetó, cada palabra escupida con desprecio, antes de salir del salón con paso firme, dejando a Tory y a Eli solos.
Cuando Robby se fue, Tory lo siguió con la mirada, sus ojos reflejando una mezcla de enojo y resignación. Inspiró hondo, tratando de mantener la calma, pero el suspiro apenas la ayudó. Se giró hacia Eli, quien la observaba con esa sonrisa sardónica que tan bien conocía, esa sonrisa que parecía tener la capacidad de enojarla y atraerla al mismo tiempo.
Tory levantó una ceja, como si estuviera evaluando cuál sería su próximo movimiento. Cruzó los brazos sobre el pecho, sin quitarle los ojos de encima.
—¿Y a vos qué bicho te picó? —preguntó con tono desafiante, haciendo un esfuerzo por mantener su semblante inquebrantable.
Eli no respondió de inmediato. Se limitó a observarla en silencio, sus ojos escaneando su rostro con detenimiento, como si quisiera descifrar cada una de sus expresiones. Avanzó unos pasos hacia ella, dejando clara su intención de acercarse, sin prisas, sin miedo. Demetri, quien había estado en medio de toda la interacción, comenzó a sentirse incómodo, notando cómo la tensión en el aire aumentaba a medida que Eli y Tory se miraban fijamente.
—Ehm, chicos... —intentó intervenir, levantando la mano como si pudiera aliviar el ambiente con su intervención.
Pero tanto Tory como Eli lo miraron al mismo tiempo, y sin siquiera pensarlo, dijeron al unísono: —Cállate nerd.
Demetri abrió los ojos de par en par, sorprendido por la sincronía en sus respuestas. La intensidad de la mirada de ambos le indicó que ese no era el momento adecuado para bromas ni distracciones. Con una expresión resignada y algo desanimada, se giró hacia la puerta y murmuró, casi para sí mismo: —Bueno... me voy. —El murmullo apenas se escuchó mientras salía del salón en silencio, como un perrito mojado, dejándolos solos.
Eli no esperó mucho. Apenas Demetri cerró la puerta, dio un paso más hacia Tory, reduciendo la distancia entre ellos hasta apenas un par de centímetros. Una sonrisa burlona se dibujó en sus labios mientras le echaba una mirada penetrante, su expresión oscilando entre el desafío y una intensidad que parecía querer desarmarla. Sin decir palabra, deslizó una mano alrededor de su cintura, un toque firme y decidido que no pedía permiso.
La atrajo hacia él, provocando que sus cuerpos quedaran peligrosamente cerca. Tory, aunque sorprendida, mantuvo la compostura, sosteniéndole la mirada con los ojos entrecerrados y los labios curvados en una mueca desafiante.
—¿Qué hacés? —susurró con voz suave pero cargada de curiosidad. Su tono carecía de reproche; en su lugar, llevaba un toque de expectativa que ella misma intentaba disimular.
Él sonrió aún más, inclinándose hacia su oído mientras su aliento rozaba su piel de manera tentadora.
—¿Qué pasa, Cenicienta? —le murmuró en un tono apenas audible, su voz baja y seductora, tan cerca que Tory sintió un escalofrío recorrerle la espalda—. Pensé que ya te habías escapado anoche antes de la medianoche —añadió, recordándole el apodo que le había puesto la noche anterior, cuando se habían besado.
Tory sintió cómo el sonrojo subía lentamente por su rostro, pero intentó mantener su expresión desafiante, sin mostrar que él había logrado incomodarla.
—Oh, por favor, ni vos te creés que soy una princesa de cuento —le respondió, su tono rebosante de sarcasmo, mientras le sostenía la mirada con un brillo de diversión en los ojos.
Él arqueó una ceja, sin apartarse ni un milímetro y, con la misma intensidad, mantuvo su sonrisa mientras la miraba.
—¿No? —preguntó en un susurro, sus ojos recorriendo su rostro de manera deliberada—. Porque anoche, con ese vestido y tu "escapada", parecías una perfecta princesa de cuento. —Sus palabras estaban cargadas de provocación y no escondían el matiz de nostalgia que le dejaba aquella noche.
Tory dejó escapar una risa corta, entre divertida y desafiante, sin moverse de su lugar. Cada palabra parecía un juego que los acercaba más y más a esa línea que los dos querían cruzar, aunque ninguno lo admitiera abiertamente.
—¿Y qué? ¿Ahora te vas a hacer el príncipe encantador? Por favor, Eli, si hasta tenés los celos grabados en la frente desde que entraste. —El comentario fue directo, su voz llena de ironía, aunque en el fondo sabía que estaba poniéndolo a prueba.
Eli soltó una carcajada, sin apartar su mano de su cintura y sin perder el tono provocador.
—Celos, yo... ¿de Robby? —replicó, aparentando una seguridad que se reflejaba en su sonrisa, aunque sus ojos delataban un leve destello de incomodidad—. Vos estás delirando, hermosa.
—Ah, ¿no? Entonces, ¿por qué tanta interrupción justo ahora? —insistió Tory, su sonrisa aún más astuta, sabiendo que sus palabras lo hacían tambalear.
Él entrecerró los ojos, sin apartar la mirada de la suya, y su tono se volvió más bajo y serio. —Digamos que no me gusta ver que perdés el tiempo con personas que no te merecen.
Tory alzó una ceja, devolviéndole la mirada con una expresión divertida. —Oh, ¿y supongo que vos sí, no? —le preguntó, acercando su rostro un poco más al de él, sintiendo cómo la tensión aumentaba y cómo la distancia entre ambos parecía desaparecer con cada palabra.
Eli sonrió, manteniéndose firme. —No te hagas la que no lo sabés —murmuró con voz grave, apretando suavemente su cintura, provocándole un leve estremecimiento que Tory intentó disimular con una mirada desafiante.
—Por ahí sos vos el que anda soñando con cuentos de hadas y príncipes encantadores —bromeó, entrecerrando los ojos en un intento de mantener el tono provocador.
Eli la observó, sus ojos escaneando cada detalle de su rostro con una intensidad que la dejaba sin aliento. Lentamente, se inclinó un poco más hacia ella, su voz apenas un susurro.
—Si me dejás, puedo mostrarte que soy más real que cualquiera de esos príncipes de mentira —murmuró, sus palabras un desafío, una promesa que llevaba consigo un peso y una determinación que Tory no pudo ignorar.
Ambos permanecieron en silencio, atrapados en un momento que ninguno de los dos quería romper. En esa fracción de segundo, la realidad parecía haberse desvanecido, y el mundo se redujo a ellos dos, sus miradas, sus respiraciones entrecortadas y esa conexión que ambos intentaban negar, pero que se volvía cada vez más fuerte e imposible de ignorar
Eli mantenía su mirada fija en Tory mientras la sostenía firmemente contra su cuerpo, disfrutando del leve sonrojo en su rostro. Sin previo aviso y con una sonrisa traviesa, la levantó y la sentó en una de las mesas del salón, atrapándola sin escapatoria. Tory, sorprendida pero sin intenciones de detenerlo, le rodeó el cuello con los brazos y lo acercó aún más. Eli, sin perder el tiempo, se inclinó hacia ella, y ambos compartieron un beso que, aunque intenso, duró apenas unos segundos. La chispa entre ellos parecía estallar en cada suspiro, hasta que...
La puerta se abrió de golpe, y Demetri irrumpió en el salón. Al ver la escena, se quedó parado, visiblemente incómodo, pero sin perder su característico tono despreocupado.
—Ehm... no quiero cortarles el "momento", pero... ¿ustedes se acuerdan de qué tenemos que preparar el oral, no? —preguntó Demetri, cruzando los brazos y lanzándole a Eli una mirada significativa.
Eli cerró los ojos con evidente frustración y soltó un suspiro, dirigiendo una mirada de absoluta irritación hacia su amigo.
—¿De verdad, Demetri? —gruñó Eli, intentando no gritarle—. ¿Justo ahora tenés qué meterte?
Demetri alzó las manos, tratando de defenderse.
—Hey no me mires así. Si reprobamos historia, no me eches la culpa. Vos fuiste el que decidió organizar una "fiestita" en el medio de un aula —comentó, enfatizando las comillas con las manos—. Así que soltá a tu "novia millonaria sexy" y ponete las pilas, porque yo no pienso hacer el trabajo solo.
Tory soltó una carcajada al escuchar el apodo, bajándose de la mesa y lanzándole una mirada divertida a Eli.
—¿"Novia millonaria sexy"? —repitió, mirando a Eli con una sonrisa burlona—. No sabía que ese era mi nuevo título.
Eli rodó los ojos y lanzó un resoplido, claramente molesto por la interrupción de Demetri, aunque sin poder evitar la sonrisa que se formaba en sus labios al ver a Tory riéndose.
—No le hagas caso, es un idiota —murmuró, sin apartar la vista de ella—. Y no te creas todo lo que dice. A veces se le va la mano con las descripciones.
Demetri soltó una carcajada y le dio una palmada en el hombro a Eli.
—Claro, claro... negalo todo lo que quieras, pero yo veo la manera en que la mirás. Cualquiera diría que estás completamente embobado —bromeó Demetri, ignorando el gesto de advertencia de su amigo—.
Tory se cruzó de brazos, mirándolos a ambos con una mezcla de diversión y desafío. Observó a Eli, quien intentaba, sin mucho éxito, mantener la compostura ante el comentario de Demetri. Notó cómo desviaba la mirada de ella, casi avergonzado.
—¿Embobado, eh? —dijo Tory, sonriendo con picardía—. No sabía que causaba tanto impacto en el chico rudo del salón.
Eli, decidido a no quedarse atrás, se encogió de hombros con un aire despreocupado.
—No te hagas ilusiones, princesa. Solo me preocupo de que no pierdas tu tiempo con tipos que no están a tu altura —respondió, sin perder la sonrisa desafiante.
El pelinegro soltó una risotada y miró a Tory como si acabara de descubrir una gran revelación.
—Uy, pero mirá cómo se quiere hacer el desentendido. No le creas Nichols, si vieras cómo habla de vos cuando no estás...
—¡Demetri! —lo interrumpió Eli, lanzándole una mirada fulminante. Se acercó a él y le dio un empujón suave en el hombro—. ¡Basta! ¿No tenías algo qué estudiar?
Demetri se rió, burlón, y dio un paso hacia atrás para evitar el empujón de Eli.
—Dale, no seas tan amargo.Después de todo, este salón está reservado para estudiar, no para tus... "romances de cuento de hadas" —dijo, recalcando las últimas palabras con un tono dramático.
Tory arqueó una ceja, divertida, y miró a Eli como si estuviera a punto de desentrañar un secreto.
—Así que... ¿romances de cuento de hadas, eh? ¿Y me llamás "princesa"? Esto se pone interesante.
Eli negó con la cabeza, pero una sonrisa comenzaba a escapársele.
—No le hagas caso, Tory. Te prometo que este tipo se pasa de imaginativo —se defendió, aunque su tono de voz revelaba que, en el fondo, estaba disfrutando del juego tanto como ella.
—Claro, claro, lo que vos digas —respondió Tory, divertida—. Pero, ya que hablamos de estudiar... Creo que voy a dejarte practicar con Demetri. Capaz necesitan ponerse al día, ¿no?
Demetri se cruzó de brazos, mirándola con una mezcla de resignación y diversión.
—¿Nos vas a dejar? Justo ahora que la cosa se ponía interesante —dijo en tono de broma, mientras le hacía un gesto a Eli para que volviera a enfocarse en el oral.
Tory se encogió de hombros, echándole una última mirada a Eli antes de comenzar a caminar hacia la puerta.
—Bueno, ¿qué puedo decir? No quiero ser una distracción en su "estudio serio". Además —añadió, lanzando una mirada burlona a Eli—, no quiero que el príncipe se olvide de las obligaciones.
Eli sonrió, divertido, y le lanzó un guiño.
—Nos vemos, cenicienta. Y... no te olvides de que no todos los príncipes son aburridos —le susurró en tono provocador, dándole una última sonrisa antes de verla salir del salón.
Tory se rió, saludándolos con la mano.
—Nos vemos, chicos. Traten de no reprobar, ¿sí? —dijo antes de salir, lanzándoles una última mirada divertida.
Cuando la puerta se cerró, Demetri soltó un largo suspiro y se dejó caer en una de las sillas.
—La próxima vez, avisame cuando armes una "escena romántica" en medio del salón. No me interesa terminar siendo un espectador —bromeó, mirándolo con una sonrisa.
Eli se sentó frente a él, cruzando los brazos.
—¡Ya basta! Esto es un desastre. A ver, ¿por dónde empezamos?
13:21 p.m
Sentada en uno de los bancos del patio de la secundaria, Yasmine miraba el reloj de su celular una y otra vez, inquieta. Había quedado con Tory para discutir los detalles del evento del fin de semana, una fiesta formal organizada por su madre, Eugenia. Como siempre, su madre insistía en que cada detalle debía ser perfecto, y eso incluía la elección del vestido, peinado y, por supuesto, la compañía adecuada. Aunque Yasmine adoraba este tipo de eventos —y más aún cuando podía lucirse ante todos—, su humor comenzaba a decaer por la demora de Tory.
Después de otros cinco minutos de espera, Yasmine suspiró, pensando en levantarse e irse. Justo cuando recogía su bolso, una figura familiar apareció en el borde de su visión. Era Moon, quien avanzaba con paso lento y una expresión que rara vez llevaba. No estaba sonriente ni despreocupada, sino seria, con una tristeza que lograba romper la burbuja de seguridad de Yasmine.
La rubia sintió una punzada de incomodidad y algo de culpa. Últimamente, había estado tan atrapada en su orgullo herido y en sus propios sentimientos que había evitado a Moon, manteniéndola a distancia sin siquiera darle una verdadera explicación. Ahora, verla así le recordaba cuánto le dolía realmente todo lo que había pasado entre ellas.
Moon llegó hasta el banco y se sentó a su lado, en silencio al principio. Yasmine trató de evitar mirarla directamente, aunque notaba los ojos de Moon fijos en ella. Finalmente, Moon rompió el silencio.
—Sabés... yo ya sé que no hay nada entre vos y Demetri —dijo Moon en voz baja, pero con una seguridad firme—Pero tampoco es solo eso lo que me duele, Yas.
Yasmine, sorprendida por la claridad con la que Moon hablaba, se quedó en silencio unos segundos, y luego soltó un suspiro.
—Moon, yo... —comenzó, pero Moon levantó una mano suavemente, pidiéndole que la dejara terminar.
—Déjame hablar, por favor. Necesito decir esto —continuó Moon, sin apartar la vista de Yasmine, su voz temblando ligeramente, pero firme—. Entiendo que estés enojada conmigo, que quizás te haya confundido con mis reacciones. Soy consciente de que no respondí cuando... cuando confesaste tus sentimientos.
Yasmine sintió un nudo en la garganta, recordando esa noche, el momento exacto en que se había atrevido a abrir su corazón solo para encontrar una respuesta vacilante. Pero esta vez no dijo nada; dejó que Moon continuara.
—Lo siento por no haber respondido de inmediato —dijo la castaña, con un atisbo de tristeza—. Sabía que era importante para vos, pero... no estaba preparada. Nunca pensé que alguien como vos, alguien tan... increíble, sentiría algo por mí. Me asustó. Pero ahora sé que... yo también te quiero, Yas. Más de lo que pensé.
Las palabras de Moon calaron hondo en Yasmine, quien, por primera vez en mucho tiempo, sintió cómo sus defensas comenzaban a desmoronarse. ¿Era posible que Moon realmente la amara? ¿Que todo este tiempo sólo había sido cuestión de temor e indecisión?
Moon tomó aire y, con una sinceridad que casi rompió la fachada fría de Yasmine, continuó:
—Sé que he cometido errores, que no te he dado seguridad, y que he sido distante... Pero... yo te voy a esperar. Todo el tiempo que haga falta. No me importa cuánto, Yasmine. Porque de verdad estoy enamorada de vos.
El silencio que siguió fue espeso. Yasmine sintió cómo el peso de sus propias dudas y rencores se disipaba poco a poco, dejando solo la verdad que había intentado ocultar: que ella también la quería, más que a nadie. Sin poder soportar más la tensión, Yasmine apartó la mirada, buscando fuerzas para mantener el control.
—Moon... yo... —murmuró, con la voz quebrada. Iba a negarlo, iba a decir que no sentía lo mismo, que había sido un error, pero su corazón no se lo permitía. Sus ojos se encontraron con los de Moon, y en ese instante todas las palabras quedaron relegadas.
—No sigas mintiéndome, Yas —susurró Moon suavemente, con una mezcla de ternura y tristeza—. No me mientas, ni te mientas a vos misma.
Las palabras de Moon tocaron algo profundo en Yasmine, algo que se había esforzado en ocultar incluso de sí misma. No podía mentirle, no a Moon. Era la chica de sus sueños, la única que lograba atravesar sus máscaras y hacerla sentir auténtica.
Finalmente, Yasmine dejó escapar un suspiro y, con voz suave, admitió:
—Moon... estoy cansada de fingir que no siento nada. Todo este tiempo he intentado convencerme de que no me importaba, que podía seguir como si nada. Pero, la verdad, no puedo más —admitió, alzando una mano temblorosa para cubrirse el rostro, como si con ese gesto pudiera ocultar su vulnerabilidad.
Moon sonrió, esa sonrisa suave y comprensiva que siempre había hecho sentir a Yasmine segura, y le tomó la mano suavemente, entrelazando sus dedos.
—No tenés que hacerlo, Yas —le susurró Moon—. No tenés que ser fuerte ni esconderte conmigo. Te quiero tal como sos, incluso si te cuesta abrirte.
Yasmine la miró, sorprendida, y soltó una risa nerviosa.
—¿Vos sabés cuán difícil es para mí ser tan honesta? —preguntó Yasmine, aún sin poder creer lo que estaba diciendo—. Con vos... siempre siento que quiero mostrarme de otra manera, pero al mismo tiempo... me siento completamente desarmada. ¿Cómo hacés para... para lograr qué me sienta así?
Moon sonrió, encogiéndose de hombros con sencillez.
—Supongo que cuando alguien te importa tanto... simplemente pasa. Yo no necesito que seas diferente, Yas. Solo quiero que seas vos. La chica que conocí, la que es fuerte, brillante y... capaz de todo. Incluso capaz de aceptar que tiene miedo —dijo, dándole una mirada de afecto.
Yasmine sintió cómo el peso de sus propios miedos se hacía cada vez más liviano. Su corazón latía con fuerza, pero ya no era por inseguridad; era una mezcla de alivio y emoción que la llenaba por completo. Finalmente, respiró hondo y, sin pensarlo demasiado, se acercó y tomó la mano de Moon con firmeza.
—Si te digo que quiero intentarlo... —comenzó Yasmine, con un toque de duda en su voz—. ¿Qué quiero estar con vos de verdad, y no dejar que mis miedos me controlen?
Moon no dijo nada al principio. Solo la miró, con esos ojos cálidos que transmitían más comprensión de la que Yasmine había conocido en toda su vida. Después de un instante, asintió, con una sonrisa de puro amor.
—Entonces, Yas... empecemos cuando quieras. No hay prisa —respondió Moon—. Yo estoy acá, y voy a estar, pase lo que pase.
En ese momento, Yasmine sintió cómo todas sus barreras se disolvían. Con un suspiro profundo, se inclinó hacia Moon y la abrazó, sintiendo cómo la seguridad que le ofrecía era todo lo que había estado buscando.
Moon se mantuvo en silencio, su sonrisa dulce reflejando una mezcla de ternura y emoción, mientras sus ojos se enfocaban en los de Yasmine con una intensidad que nunca había sentido antes. Yasmine, sin pensarlo demasiado, cerró la distancia entre ambas y, con una suave inclinación, posó sus labios sobre los de Moon en un beso breve, delicado y lleno de significado. No era un beso apasionado, sino uno que hablaba de la confianza y el cariño que había crecido entre ellas, de la promesa de algo que estaban listas para construir juntas.
Al separarse, ambas se quedaron en un abrazo cálido, en silencio, simplemente disfrutando de la cercanía y la calma que compartían. Yasmine se dejó llevar por el momento, hasta que una figura conocida apareció en su campo de visión. Al levantar la mirada, se encontró con Tory, parada frente a ellas, con una sonrisa cursi y divertida, sus ojos brillando con un toque pícaro y de aprobación.
Yasmine se tensó de inmediato, sintiéndose vulnerable y expuesta. Rápidamente le hizo una seña a Tory, agitándole la mano para que se fuera antes de que Moon la notara. Tory entendió el mensaje en un segundo y, aún sonriendo, asintió con la cabeza antes de salir corriendo despavorida.
Moon, que parecía haber notado algo, levantó la cabeza y miró a Yasmine con una ceja levantada, un destello de curiosidad en sus ojos.
—¿Qué pasa? —preguntó con suavidad, aunque su tono reflejaba un toque de diversión.
Yasmine, que apenas podía contener la sonrisa, negó con la cabeza.
—Nada, nada importante —respondió, intentando sonar despreocupada. Pero, después de un segundo, una chispa de decisión iluminó su rostro y se enderezó un poco—. Bueno, en realidad, sí hay algo importante.
Moon la miró, confundida, aunque en sus labios se formaba una pequeña sonrisa alentadora.
—¿Sí? —preguntó, mientras entrelazaba sus dedos con los de Yasmine, dándole un apretón suave, casi como si la estuviera animando a hablar.
Yasmine respiró hondo, y con una expresión de pura determinación, declaró:
—Quiero empezar ahora, Moon. Quiero que todos lo sepan, que sepan lo que siento por vos, que el amor entre nosotras es real. No quiero seguir escondiéndome ni fingiendo que no me importa. No quiero volver a ocultar quién soy cuando estoy con vos.
Moon la miró en silencio, sus ojos grandes y brillantes reflejando sorpresa y emoción. La seriedad y sinceridad en el tono de Yasmine la habían dejado sin palabras por un momento, pero pronto una cálida sonrisa se extendió en su rostro.
—¿Estás segura? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y alegría, sin apartar la mirada de los ojos de Yasmine—. Quiero decir... sé que esto es algo grande para vos. No quiero que sientas que tenés que hacer algo que no estás lista para hacer.
Yasmine negó con la cabeza, tomando ambas manos de Moon entre las suyas.
—Lo estoy, Moon. Y me cansé de vivir con miedo a lo que piensen los demás —respondió, su tono claro y decidido—. He pasado tanto tiempo preocupándome por la imagen, por lo que esperan de mí... Y al final, lo único que quiero ahora es que el mundo sepa que vos y yo estamos juntas.
Moon la miró conmovida y, después de un instante de silencio, apretó sus manos con ternura.
—Te amo, Yas —dijo, susurrando las palabras como si fueran un secreto compartido entre ambas—. Y... nunca imaginé que vos podrías sentir algo así por mí, que te arriesgarías de esta manera.
Yasmine soltó una suave risa, con una mezcla de dulzura y resignación en su mirada.
—No puedo creer que haya tardado tanto en decírtelo, Moon. ¿Cómo no me di cuenta antes? —susurró, llevándose una mano a la frente, como si finalmente hubiera entendido algo obvio—. No debería haberme importado lo que otros pensaran, ni tampoco mis propios miedos. Solo... solo vos.
Moon la acarició suavemente, bajando su mano hasta la mejilla de Yasmine y acariciándola con el pulgar.
—Bueno... estamos aquí ahora, ¿no? Y eso es lo que importa. Estoy acá para vos, siempre —le dijo, sin dejar de sonreír.
Yasmine, finalmente relajada, se inclinó hacia ella y le dio otro beso suave, disfrutando de la paz que le transmitía Moon. Al separarse, no pudo evitar reírse suavemente, mirando alrededor, como si el simple acto de haber compartido su amor en público le hubiera quitado un peso de encima.
—¿Sabés qué? Que hablen, que digan lo que quieran —declaró, con una chispa de desafío en sus ojos—. Estoy harta de esconderme. A partir de hoy, quiero ser feliz, sin importar lo que piensen.
Moon sonrió, con una expresión de orgullo y apoyo. Se inclinó hacia Yasmine, abrazándola con fuerza, y susurró en su oído:
—Entonces, vamos a ser felices, juntas.
Ambas chicas, aún tomadas de la mano, respiraron hondo antes de dar el primer paso hacia los pasillos de la secundaria. Yasmine apretó suavemente la mano de Moon, quien le devolvió una sonrisa segura, aunque sus ojos reflejaban un leve nerviosismo. Al entrar, los murmullos y miradas se hicieron notar de inmediato. Algunas personas las miraban con curiosidad, otros con sorpresa, y unos pocos con desaprobación, pero ellas se mantuvieron firmes, sin soltar sus manos.
Mientras avanzaban, notaron a Eli y Demetri de pie cerca de sus casilleros. Ambos las miraban con sorpresa, pero sus reacciones no podían ser más diferentes. Eli, quien ya había compartido una historia con Moon, les dedicó una sonrisa amistosa y asintió con la cabeza, haciendo que Moon suspirara con alivio.
—¿Estás bien? —susurró Yasmine, al notar la expresión de la más baja—.
Moon asintió y, agradecida, le sonrió a Eli, quien no había apartado su mirada amable.
—Sí, todo está bien. Solo... no estaba segura de cómo se lo tomaría Eli, ya que... —vaciló, pero rápidamente negó con la cabeza, queriendo dejar el pasado atrás—. No importa. Me alegra ver que está bien con esto.
Mientras tanto, Demetri miraba a Yasmine con una mezcla de desconcierto y resentimiento. Se sentía un poco humillado, como si ella lo hubiera usado para esconder lo que realmente sentía por Moon. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo sarcástico, Eli lo rodeó con un brazo y le dio un ligero apretón en el hombro.
—Amigo —dijo Eli, en tono relajado—. Las cosas son así. Y lo sabías. Además, mirá, Yasmine parece más feliz que nunca, ¿no?
Demetri bufó, cruzando los brazos mientras miraba a Eli de reojo.
—Sí, bueno... eso no quita que me siento un poco... ¿cómo decirlo? Como un idiota—admitió, soltando un suspiro pesado—. Pero bueno, supongo que lo superaré.
Eli le dio una palmadita en el hombro.
—Obvio que lo vas a superar. Además, sabés que siempre tenés algo para divertirte. Y quién sabe... capaz otra rubia linda te está esperando—dijo Eli, sonriendo de manera amistosa.
Demetri rodó los ojos, aunque una leve sonrisa comenzaba a asomar en sus labios.
—Dios te escuche—respondió, soltando una pequeña risa—.
Al otro lado del pasillo, Tory, Miguel, Robby y Sam observaban la escena desde una distancia prudente. Había una especie de entendimiento silencioso entre ellos, y una sonrisa de aprobación se extendió en los rostros de cada uno al ver a Yasmine y Moon juntas. Tory, especialmente, parecía más emocionada, y sin dudarlo, levantó una mano para saludar a Yasmine, quien le devolvió el gesto con una sonrisa sincera.
—¿Viste eso? Se ven hermosas juntas —comentó Tory, emocionada, mientras bajaba la mano.
Miguel asintió, con una sonrisa cálida.
—Sí, y... se las ve felices. Eso es lo importante —dijo, cruzando los brazos y observando a las chicas con una mirada de aprobación.
Robby, aunque siempre tenía comentarios sarcásticos a mano, en esta ocasión simplemente sonrió, asintiendo con la cabeza.
—Definitivamente, no me lo esperaba, pero... bien por ellas —admitió, metiendo las manos en los bolsillos—. Es genial ver que alguien se anime a ser así de honesto, ¿no?
Sam, quien hasta ese momento había estado en silencio, miró a Yasmine y Moon con una mezcla de nostalgia y admiración.
—Ojalá todos tuviéramos ese valor... —murmuró, con una leve sonrisa.
Robby, notando el tono melancólico en Sam, le dio un suave codazo.
—Hey Sam, todo llega a su tiempo —le dijo, guiñándole un ojo—. Y cuando llegue, nosotras estaremos ahí para apoyarte.
Sam sonrió, sintiéndose reconfortada por las palabras de su amigo.
—Gracias Robby —respondió en voz baja, volviendo a dirigir su mirada hacia Yasmine y Moon, quienes seguían caminando de la mano.
Finalmente, Yasmine y Moon llegaron a sus casilleros, rodeadas de una mezcla de murmullos y miradas, pero ninguna de las dos parecía afectada. Yasmine respiró hondo, sintiendo una ola de determinación y valentía.
—¿Lista para enfrentar el mundo? —le preguntó a Moon, mirándola con cariño.
Moon asintió, su mano apretando la de Yasmine con más fuerza.
—Siempre que sea contigo —contestó, con una sonrisa que reflejaba pura felicidad.
Jueves 09:21 a.m
La realidad de su situación cayó sobre Sam como una tormenta incontrolable. Estaba sola, arrodillada en el frío y solitario suelo del baño de la secundaria, sintiendo un vacío aterrador que se extendía por su pecho y estómago, casi como si esa prueba en su mano pudiera borrar cualquier posibilidad de esperanza. Un pequeño artefacto de plástico con dos líneas marcaba el final de su mundo tal como lo conocía.
Apretando la prueba de embarazo entre sus dedos temblorosos, Sam intentó convencerse de que todo era un mal sueño. Pero ahí estaba. Las dos líneas, firmes y claras, gritándole lo inevitable.
—No puede ser... —murmuró en voz baja, su tono de voz desesperado y roto—. Esto no... no puedo con esto.
El silencio del baño la abrumaba, dejando solo el eco de su respiración entrecortada y el latido rápido de su corazón. Miró al suelo, apretando el abdomen con la mano libre, sintiendo una mezcla de miedo y vacío que no podía entender completamente.
Era imposible. Todo había sido un accidente, una sola noche que había parecido un suspiro en medio de su vida caótica. Xander Quinn. Recordaba su nombre y la manera en que Tory lo había descrito alguna vez: "Es un buen chico". Una descripción tan vaga que Sam apenas pudo sacar algo claro de aquello. Solo habían compartido una noche, impulsiva y sin mayor trascendencia. Ahora, en ese instante, esa única noche estaba a punto de cambiarlo todo.
—¿Qué voy a hacer? —se dijo en un susurro, sus palabras quebradas y apagadas.
La idea de contárselo a alguien, de siquiera mencionarlo, la aterrorizaba. Sus padres, sus amigos... Miguel ,Tory y Robby. ¿Qué diría Miguel si supiera que ella estaba...? Se cubrió la boca para no sollozar demasiado fuerte. Nadie sabía. Nadie podía saberlo, no todavía. Ni siquiera podía imaginar cómo reaccionarían.
La castaña apretó la mano en un puño y la golpeó contra la pared del cubículo, intentando ahogar el dolor que sentía en su pecho. El golpe resonó en el baño, y ella soltó un gemido, sintiendo cómo las lágrimas brotaban nuevamente de sus ojos. Todo le parecía injusto, cruel, como si la vida le estuviera jugando una broma macabra.
—Esto no debería estar pasando... ¡Esto no puede estar pasándome! —murmuró con rabia, entre dientes, mientras otra lágrima recorría su mejilla.
La imagen de Xander apareció en su mente. Un chico alto, de mirada reservada y una sonrisa que parecía saber algo que nadie más sabía. No conocía nada de él, nada salvo su nombre y algunos detalles vagos. Pero ¿qué importaba eso ahora? Este bebé no era solo suyo, y el peso de la decisión que estaba a punto de tomar la hacía sentir como si el mundo entero le estuviera cayendo encima.
Su respiración comenzó a acelerarse, y sintió cómo la ansiedad se apoderaba de su cuerpo, haciéndola temblar. No podía respirar bien, y un nuevo ataque de pánico la alcanzó. Se llevó las manos al rostro, tratando de calmarse, pero solo logró que las lágrimas fluyeran aún más rápido. Era como si todo a su alrededor se desmoronara, como si no quedara nada a lo que aferrarse.
—Xander... —susurró sin pensarlo, como si decir su nombre en voz alta pudiera de alguna forma darle una respuesta.
¿Debería decirle? No podía ni siquiera imaginar cómo reaccionaría él, cómo afrontaría esto. ¿Qué diría él? Quizá... quizá él no querría saber nada, tal vez desaparecería, dejándola sola con este peso. O tal vez... tal vez él se quedaría. Sam sacudió la cabeza, sintiendo cómo la duda y el miedo la consumían. No podía quedarse ahí, acurrucada en el suelo del baño, sin hacer nada. Pero tampoco podía enfrentar el mundo.
Por un momento, se quedó quieta, respirando lentamente, tratando de controlar el pánico. Miró la prueba de nuevo, la sostuvo en sus manos y, con una mezcla de furia y desesperación, la rompió, como si destruirla pudiera cambiar la realidad.
—Voy a... voy a encontrar una salida. De alguna manera... —se dijo, aunque la voz le temblaba y sus palabras se sentían huecas.
Finalmente, se levantó lentamente, tambaleante, secándose las lágrimas de la cara y respirando profundamente para intentar calmarse. Necesitaba encontrar fuerzas, necesitaba encontrar una manera de enfrentarlo, aunque no sabía cómo. Con el corazón latiéndole fuerte y el estómago revuelto, salió del cubículo y se dirigió al espejo.
Mirándose en el reflejo, apenas se reconocía. Su rostro estaba pálido, sus ojos enrojecidos, y había un aire de desesperación en su mirada que nunca había visto en sí misma.
Respiró hondo y se dijo en voz baja:
—Vas a salir de esto, Sam. Vas a encontrar la forma... pero nadie puede saberlo aún.
Ajustó su blazer, ocultando cualquier señal de su temblor, y salió del baño, dejando atrás el pequeño pedazo de prueba rota que yacía en el suelo, como una sombra de lo que estaba por venir.
Sam caminó por el pasillo, sintiendo cada paso como si llevara un peso imposible de cargar. Todo parecía en silencio, como si el mundo alrededor hubiera quedado suspendido mientras ella avanzaba hacia un destino incierto. No podía quitarse de la mente la imagen de aquella prueba rota en el suelo del baño, como si los fragmentos estuvieran marcando el comienzo de una nueva vida que ella aún no sabía cómo enfrentar.
Pasó junto a sus compañeros, esquivando miradas curiosas y sonrisas despreocupadas que le parecían casi ajenas. Una voz detrás de ella, inconfundible, la hizo detenerse. Era Robby.
—Sam, ¿estás bien? Te ves... pálida —comentó, preocupado, acercándose y buscando su mirada.
Sam se esforzó por ofrecerle una sonrisa, aunque débil, y asintió.
—Estoy... bien. Solo un poco cansada —respondió, apartando la mirada para que no viera sus ojos enrojecidos.
Robby la observó en silencio, sin convencerse del todo, pero no insistió. Solo le dio un suave apretón en el hombro antes de alejarse. Sam suspiró y continuó caminando, sintiendo cómo cada vez era más difícil mantener la fachada de calma.
Finalmente, al llegar a la puerta de la secundaria, se detuvo. La vista se le nubló, y el nudo en su garganta se hizo tan fuerte que apenas podía respirar. Sentía el impulso de salir corriendo, de dejarlo todo atrás, de huir de esa realidad que la estaba consumiendo. Pero no podía. No aún.
Se llevó una mano al vientre, cerrando los ojos mientras trataba de reunir las pocas fuerzas que le quedaban.
"De alguna forma... lo enfrentaré", pensó, sin saber si aquellas palabras lograban tranquilizarla o asustarla aún más.
Y así, con un paso firme pero un corazón inquieto, salió al mundo exterior, como si la puerta que cruzaba simbolizara el umbral hacia un futuro incierto.
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