19:Cita secreta

La rubia se quedó estática, congelada en el lugar. No podía procesar que Moon la hubiera seguido hasta la vereda. Todavía le daba vueltas en la cabeza lo que Moon acababa de decirle, y mientras trataba de entender, vio cómo ella avanzaba un par de pasos, con la mirada fija y cargada de una emoción desconocida.

Moon respiró hondo, tratando de controlar su voz, aunque la rabia en su tono era evidente.

—¿Te parece gracioso jugar conmigo? —repitió, sus ojos fijos en Yasmine.

Yasmine parpadeó, todavía en shock. Jamás se había imaginado que Moon pudiera confrontarla de esa manera, y mucho menos con una expresión tan intensa.

—¿De qué estás hablando? —preguntó, intentando sonar despreocupada, aunque el nudo en su estómago decía otra cosa.

Moon se cruzó de brazos, respirando profundamente como si quisiera evitar explotar. La miró de arriba abajo, con una mezcla de decepción y algo que Yasmine no pudo identificar.

—¿En serio? ¿No sabés de qué hablo? —dijo Moon, su voz cargada de sarcasmo—. Tory. ¿Qué pensaste, Yasmine? ¿Que podías traerla para hacerme sentir... no sé, insegura o algo? ¿Qué clase de amiga hace eso?

Yasmine la miró con incredulidad, dando un paso hacia atrás. Nunca había visto a Moon tan afectada, y menos por Tory. Trató de mantenerse tranquila, pero la sorpresa inicial empezó a transformarse en molestia.

—¿Estás hablando de Tory? —preguntó Yasmine, riendo con desdén—. Por favor, no me vengas a dar sermones.

Moon frunció el ceño, claramente irritada.

—¿Ah, sí? ¿Y qué pasó con Piper? —replicó—. ¿Te parece lindo ir y besarte con ella en mi cara? Porque eso también fue bastante claro, ¿no te parece?

El tono de Kepple era duro, más de lo que Yasmine estaba acostumbrada a oírle. Al principio, se quedó sin palabras, pero su expresión fue cambiando rápidamente, del desconcierto al enfado.

—A ver, pará, pará, pará —dijo Yasmine, levantando una mano para calmarla, aunque su propio tono estaba cargado de enojo—. ¿Me estás diciendo qué te molesta que me haya besado con Piper? ¿Vos, Moon? ¿Vos que te quedaste callada cuando te confesé lo que sentía por vos? ¿Me vas a reclamar ahora?

Moon retrocedió, su expresión endureciéndose. Apretó los labios, como si no quisiera soltar lo que realmente estaba pensando, pero la presión era demasiada.

—Yo no te rechacé, Yasmine. No sé de dónde sacaste eso. Te dije que... necesitaba tiempo.

—¿Tiempo? —soltó Yasmine con una risa amarga—. ¿Para qué? Para seguir viéndome de lejos, mientras te andás con tus dramas con el inservible del becado o con quien sea. ¿De qué te sirve el tiempo si no sos capaz de decir lo que querés?

Moon se quedó en silencio, pero sus manos temblaban a su costado. No se movió, ni siquiera parpadeó. Yasmine la miraba con los ojos entrecerrados, su rabia desbordándose. Estaba cansada de sentirse como si siempre estuviera en segundo plano para ella.

—¿Sabés qué, Moon? —continuó Yasmine, su tono cada vez más cortante—. No tenés derecho a venir a hacerme sentir culpable. No tenés derecho a reclamarme por Tory, ni por Piper, ni por nadie. Porque, en el fondo, sos vos la que nunca dijo nada. Siempre fuiste vos la que me dejó ahí, colgada.

—Eso no es verdad —dijo Moon, su voz apenas un susurro.

—¿No? Entonces, decime qué es verdad. Porque todo esto... —Yasmine movió una mano señalando entre las dos—, toda esta confusión, es tu culpa. Porque nunca fuiste honesta conmigo.

Moon apretó los puños, y por un segundo, Yasmine pensó que iba a contestarle de forma fría o darle alguna excusa. Pero, en cambio, Moon levantó la cabeza, mirándola directo a los ojos, y lo dijo sin siquiera pensarlo, como si las palabras hubieran escapado por sí solas.

—Me gustas Yasmine...

El silencio cayó de golpe, como si todo el ruido alrededor se hubiera apagado de repente. Yasmine se quedó inmóvil, sus ojos abiertos de par en par, mientras procesaba lo que acababa de escuchar. Había esperado tantas cosas de esa conversación, pero nunca... nunca esto.

Moon, dándose cuenta de lo que había dicho, se llevó una mano a la boca, como si quisiera atraparlas de vuelta, como si pudiera evitar que esas palabras existieran.

—No... —murmuró, retrocediendo un paso, pero ya era demasiado tarde.

Yasmine seguía atónita, con los ojos fijos en ella, su rostro mostrando una mezcla de incredulidad y asombro. No podía hablar, ni siquiera podía respirar, solo miraba a Moon como si fuera la primera vez que la veía. Un torbellino de emociones le invadía: sorpresa, confusión, pero también algo más, algo que la hacía sentir vulnerable.

Finalmente, Yasmine logró abrir la boca, pero no supo qué decir. Toda su rabia y su enojo parecían desvanecerse, y en su lugar, solo quedaba una mezcla de nervios e incertidumbre.

Moon la miraba, su expresión pasaba de la verguenza al miedo, como si estuviera esperando un golpe, un rechazo que no podría soportar.

Cochrane a penas tuvo tiempo de levantar la mano en una rápida despedida antes de que el Uber se detuviera frente a ella. Aprovechó la llegada del auto como una excusa perfecta para escapar de la conversación con Moon, aunque en el fondo sabía que no podría esquivar la verdad por mucho tiempo. Sin mirar atrás, subió al auto, cerró la puerta y, apenas se acomodó en el asiento, su cabeza comenzó a desbordarse de pensamientos y emociones.

Mientras el vehículo se alejaba de la fiesta, Yasmine apoyó la cabeza en el respaldo, recordando la intensidad del momento que acababa de vivir. Siempre había soñado con el día en que Moon le confesara sus sentimientos, lo había idealizado, casi obsesionado. Había imaginado la escena en su cabeza tantas veces: Moon, dulce y sincera, declarando sus sentimientos, y ella, con una respuesta perfecta. Pero ahora que, de alguna forma, eso había sucedido, Yasmine no podía evitar sentirse abrumada.

—¿Estás bien? —preguntó el conductor del Uber, lanzándole una mirada curiosa por el retrovisor al verla tan perdida.

—Sí... sí, estoy bien —murmuró Yasmine, devolviéndole una sonrisa tensa—. Solo... pensando en cosas.

A medida que el viaje continuaba, Yasmine cerró los ojos, soltando un suspiro largo. ¿Cómo podía ser que, justo ahora, cuando Moon había confesado algo tan importante, se sintiera tan confundida? Sentía que lo que había deseado durante tanto tiempo se convertía, de alguna forma, en una responsabilidad. Porque, por mucho que quisiera estar con Moon, la inseguridad la carcomía. No sabía si podría manejarlo, si estaría dispuesta a lidiar con todos esos sentimientos que había guardado. Sus pensamientos la consumieron durante el resto del camino, dejando una sensación de incertidumbre que no se había sentido antes.

En la otra punta de la ciudad, Miguel observaba a Tory, que parecía perdida mientras ambos caminaban por el pasillo. Había sido una noche caótica, y aunque Miguel la había visto enfrentar todo tipo de situaciones, aquella pelea entre ella y Moon lo había descolocado. Tory estaba más vulnerable de lo que él estaba acostumbrado a ver, así que, sin dudar, la alzó en brazos.

—¿Qué hacés? —protestó ella con voz cansada, aunque sin mucha resistencia.

—Llevo a una princesa a su castillo —respondió él, esbozando una sonrisa juguetona, tratando de aliviar la tensión.

Tory soltó una risa apenas audible, apoyando su cabeza en su hombro mientras él la llevaba hasta su habitación. Una vez allí, Miguel la depositó suavemente en la cama, y cuando se dispuso a salir, ella le tomó la mano, deteniéndolo.

—Miguel... —susurró Tory, levantando la mirada para encontrarse con sus ojos—. Gracias.

—No hay de que. Sabés que siempre voy a estar para vos, ¿no? —respondió, acariciándole el cabello con suavidad.

—Lo sé —admitió ella en un susurro, sin soltar su mano—. Aunque esta noche fue un desastre. Todo el mundo me odia, seguro que hasta grabaron la pelea y mañana va a estar en boca de todos.

Miguel suspiró, intentando ofrecerle una sonrisa de apoyo, aunque él también compartía la preocupación. Sabía bien cómo las cosas se esparcían rápidamente y cómo las redes sociales podían hacer de cualquier cosa un escándalo en cuestión de horas.

—A nadie le importa lo que digan los demás, Tory. Lo que importa es cómo vos te sentís con todo esto —le dijo con tono firme, mirándola a los ojos—. Y también sabés que, si alguien se atreve a decir algo, yo voy a estar ahí para defenderte. No estás sola en esto, ¿si?

Tory asintió lentamente, y una leve sonrisa apareció en su rostro.

—Siempre sabés qué decir para hacerme sentir un poco mejor —murmuró, soltando su mano—. Aunque a veces me das miedo con eso de ser tan bueno.

Miguel soltó una pequeña risa y le dio un beso en la frente, un gesto que no necesitaba palabras.

—Descansá, Tory. Nos vemos mañana —susurró antes de levantarse y dirigirse a la puerta.

Al salir, Miguel se apoyó en el marco de la puerta, dándose un momento para dejar escapar el aire que había estado conteniendo. Aquella noche había sido un desastre, y aunque había querido ser fuerte para Tory, la incertidumbre lo invadía. Sabía que la pelea entre Moon y Tory traería consecuencias, y temía que la situación escalara más de lo necesario, poniendo a Tory en el centro de la tormenta. En el fondo, sentía que aquella noche había abierto una grieta que, de alguna forma, afectaría a todos los que estaban involucrados.

Con un último suspiro, Miguel se dirigió a su habitación, con la cabeza llena de pensamientos, sabiendo que la mañana traería consigo un sinfín de complicaciones. Sabía que tendría que estar preparado para todo lo que viniera, porque una cosa era segura: las consecuencias de aquella noche no se desvanecerían tan fácilmente.

08:76 a.m

A la mañana siguiente, Sam abrió los ojos con dificultad, sintiendo el peso de una resaca brutal en su cabeza. Parpadeó varias veces, tratando de enfocarse en el techo que tenía encima, pero pronto se dio cuenta de que no lo reconocía. Con una punzada de alarma, miró a su alrededor, y lo único que pudo deducir fue que no estaba en su propia habitación. La verguenza y el desconcierto la invadieron al notar que, además de estar en un lugar desconocido, su ropa estaba esparcida por el suelo.

Se incorporó lentamente, luchando contra el mareo, y se dio cuenta de que había alguien más en la cama. Lo primero que vio fue una espalda masculina, esbelta y bien definida, lo que la hizo fruncir el ceño con confusión. Apenas pudo recordar algunos destellos de la noche anterior, aunque todo era muy borroso. ¿Con quién había terminado? En silencio, se inclinó para ver el rostro del chico, esperando obtener alguna pista. Pero antes de que pudiera identificarlo, el chico comenzó a moverse y, para su horror, se dio la vuelta, dejando al descubierto su rostro. Era Xander.

Ambos se sobresaltaron, cada uno con una expresión de sorpresa que hablaba por sí sola.

—¿Sam? —preguntó Xander, con el rostro desencajado y el mismo asombro en su mirada—. ¿Qué...? ¿Qué hacés acá?

—¡Esa es mi pregunta! —replicó Sam, cubriéndose con la sábana mientras sentía cómo su cara se ponía roja de vergüenza y confusión—. No entiendo nada... ¿Qué hicimos anoche?

Xander parpadeó, claramente tan perdido como ella, e hizo una pausa, tratando de procesar la situación. Ninguno de los dos recordaba con claridad lo que había sucedido, pero al mirar alrededor de la habitación, las evidencias sugerían que claramente habían pasado la noche juntos. Sam sintió que el pánico comenzaba a crecer dentro de ella y miró a Xander, esperando que él pudiera explicarle algo.

—No sé, Sam... yo... —murmuró Xander, rascándose la cabeza y lanzando una mirada al desorden que los rodeaba—. No recuerdo nada. Esto es un desastre.

—¡Un desastre es poco! —replicó ella, levantándose rápidamente para buscar su ropa. Mientras se vestía apresuradamente, lo observó de reojo mientras él también intentaba asimilar la situación.

Xander, con expresión tensa, comenzó a revisar desesperadamente las sábanas y el suelo, buscando algo en particular.

—¿Qué estás buscando? —preguntó Sam, sin entender lo que estaba haciendo.

—El condon... No lo veo en ningún lado —respondió él, su tono grave, sin apartar la vista de su búsqueda.

El pánico de la castaña se intensificó al escuchar eso, y un hormigueo de nervios la recorrió entera. Con las manos temblorosas, se abrochó la blusa y se pasó la mano por el cabello, tratando de calmarse.

—¿Estás diciendo qué... no te acordás si usamos uno? —le preguntó, su voz elevándose con una mezcla de incredulidad y miedo.

—No me acuerdo de nada —respondió él, visiblemente incómodo—. Pero tiene que estar en algún lado, ¿no?

Ambos comenzaron a revisar la habitación frenéticamente, moviendo sábanas, almohadas y ropa. La escena era caótica, cada uno de ellos actuando con una mezcla de prisa y terror. Sam sentía cómo la ansiedad la consumía a cada segundo que pasaba sin encontrar lo que buscaban.

Finalmente, Xander se detuvo, mirándola con una expresión de impotencia.

—No está. No lo encuentro por ninguna parte... —dijo, su voz apenas un susurro.

Sam dejó caer sus manos y lo miró con el ceño fruncido, el miedo transformándose en frustración y enojo.

—Esto no puede estar pasando. ¡Xander, esto es una locura! ¿Cómo llegamos a esto? ¡Ni siquiera somos amigos!

Él suspiró, claramente afectado por el tono de ella, pero trató de mantener la calma.

—Escuchame, Sam. Esto fue un accidente. No sé cómo pasó, y claramente ninguno de los dos estaba en su mejor estado anoche. Pero... pero vamos a solucionarlo, ¿está bien?

Sam lo miró, tratando de encontrar una respuesta que la tranquilizara, pero las palabras de Xander apenas lograban calmarla.

Sam empezó a caminar de un lado a otro, su respiración acelerada y el rostro lleno de angustia. Su mente estaba en completo caos, mientras el miedo y las preguntas comenzaban a apoderarse de ella.

—Esto no puede estar pasando... No puede... —murmuraba para sí misma, sin siquiera mirar al más alto.

Los pensamientos sobre su futuro la abrumaban: la universidad que tanto había luchado por conseguir, la carrera que apenas comenzaba, los trabajos que planeaba hacer... Todo se sentía como si se estuviera derrumbando en un instante. Tenía solo 18 años, apenas estaba empezando a tomar las riendas de su vida, y la idea de un embarazo imprevisto la dejaba sin aire.

Xander, por su parte, se sentó en la cama, con el rostro entre las manos. Él también parecía devastado. A sus 20 años, tampoco estaba preparado para enfrentar algo tan grande. Sentía que el peso de la situación lo superaba, y el nerviosismo era evidente en sus ojos.

—Sam, tenés que tranquilizarte —dijo, tratando de sonar firme, aunque su voz temblaba ligeramente—. No sabemos nada todavía... puede que estemos exagerando.

—¿Exagerando? ¡Xander, estamos hablando de un bebé! —replicó ella, llevándose las manos a la cabeza—. Si estoy embarazada, mi vida se va a complicar de una manera que no puedo manejar ahora. No estoy lista para esto, Xander.

Xander asintió, mirando al suelo, con la mandíbula tensa. Él también estaba asustado, y la idea de ser padre a una edad tan temprana lo hacía sentir igual de perdido.

—Lo sé, Sam, lo sé... Tampoco estoy listo para esto —murmuró—. Pero... si llegara a pasar, si realmente fuera eso... vamos a enfrentar la situación juntos.

Sam lo miró, sus ojos reflejando una mezcla de angustia y desesperación.

—¿"Vamos"? —preguntó, cruzándose de brazos—. Xander, vos y yo no somos nada. No somos pareja, ni amigos, apenas nos conocemos...

Él suspiró, asintiendo, y aceptó su punto sin discutir. Pero sus ojos reflejaban un remordimiento profundo.

—Tenés razón, Sam. No somos nada. Pero si algo pasó... si realmente hay algo que enfrentar, no pienso dejarte sola en esto —dijo él, mirándola con seriedad—. Sé que no soluciona nada, pero quiero que lo sepas.

Sam sintió que una mezcla de alivio y enojo la recorría, porque aunque no sabía si podía confiar plenamente en él, al menos había una promesa de apoyo en sus palabras. Pero eso no quitaba el pánico que sentía. Necesitaba una respuesta y no podía seguir esperando.

—Voy a hacerme una prueba, no pienso quedarme en esta duda —dijo, enderezándose—. Necesito saberlo, Xander. No puedo seguir en esta locura de preguntas sin respuestas.

Él asintió, sin dejar de mirarla.

—Bien. Hacelo, y si querés, te acompaño.

Sam se quedó en silencio por un momento, sorprendida. Su mirada era desafiante, pero debajo de toda la confusión y el miedo, una parte de ella se sentía reconfortada de que él no pretendiera simplemente alejarse.

—Está bien. Pero si sale negativo, Xander, prometeme que no vamos a hablar más de esto... —dijo ella, con la voz apenas quebrándose.

Xander asintió lentamente, y se acercó a la puerta junto a ella. Ambos salieron del cuarto sin decir más, cada uno con sus pensamientos enredados, pero sabiendo que en las próximas horas encontrarían, la respuesta a esa pregunta que los estaba consumiendo.

Salieron del hotel sin mirarse, el silencio entre ellos se hizo pesado mientras caminaban hacia el auto de Xander. Ninguno se atrevía a decir una palabra; ambos estaban atrapados en sus pensamientos, cada uno lidiando con el peso de sus propias dudas y miedos.

Ya en el auto, Sam encendió su celular y revisó la hora. Al ver lo tarde que era, soltó un suspiro frustrado. Había pasado tanto tiempo que ya ni siquiera tenía sentido ir a la secundaria; no llegaría a tiempo, y aparecerse después de lo que había sido una noche desastrosa solo empeoraría su día.

—Llevame a mi casa, así me cambio y me pongo el uniforme. —Sam dijo con tono firme, aunque por dentro sentía que estaba al borde de colapsar—. Después si querés, podés acercarme a la secundaria.

Xander asintió, mirándola de reojo antes de enfocar su vista en la carretera. A pesar de la situación, estaba dispuesto a ayudarla en lo que necesitara. Aunque apenas se conocían, la responsabilidad de lo que pudieran haber hecho la noche anterior los unía, de alguna forma, en ese extraño momento.

El viaje transcurrió en un silencio tenso. Sam estaba perdida en sus pensamientos, y Xander, aunque intentaba mantener la calma, no podía evitar preguntarse cómo habían llegado a ese punto. Ninguno de los dos se había imaginado así esa mañana; era como si de repente el mundo se hubiera vuelto del revés.

Finalmente, llegaron a la casa de Sam. Ella abrió la puerta del auto, vacilando un segundo antes de bajarse. Se giró hacia él, dudando si debía decir algo, alguna palabra que rompiera la tensión, pero no se le ocurrió nada.

—Gracias... —murmuró, sin mirarlo.

—De nada —respondió Xander, tratando de ofrecerle una sonrisa de apoyo que se quedó a medias.

Sam cerró la puerta del auto y caminó hacia la entrada de su casa, sintiendo el peso de cada paso. Una vez adentro, subió rápidamente a su habitación, donde se quedó un momento mirando su reflejo en el espejo. Observó su rostro cansado, los restos de maquillaje corrido y el cabello revuelto. Esa no era la Sam que los demás conocían, la que siempre tenía el control de cada aspecto de su vida. Se sintió extraña, como si se estuviera mirando a una desconocida.

Respiró hondo y se apresuró a cambiarse, optando por ponerse el uniforme escolar. Pero su mente seguía revoloteando en las mismas preguntas. ¿Qué haría si la prueba salía positiva? ¿Cómo enfrentaría algo tan grande? Se sentía perdida y aterrada. Aunque Xander le había dicho que no la dejaría sola, la incertidumbre sobre su futuro la abrumaba.

Cuando volvió a bajar, Xander estaba esperando afuera, apoyado contra el auto, con una expresión de preocupación que no había logrado esconder del todo. Al verla, enderezó su postura y le hizo una seña para que subiera.

—¿Lista? —preguntó, sin saber realmente si había una respuesta adecuada para ese momento.

Sam asintió, tragando saliva antes de subir nuevamente al auto. Condujeron en silencio hacia la secundaria, ambos conscientes de que, aunque habían esquivado la gran conversación por el momento, las preguntas seguirían ahí, esperando respuestas.

El castaño condujo hasta la secundaria, su semblante era una mezcla de nerviosismo y cansancio. Sam permanecía en silencio en el asiento del acompañante, con la vista fija en la pantalla de su teléfono, aunque realmente no estaba leyendo nada. Estaba demasiado ocupada pensando en cómo evitaría las preguntas de sus compañeros. Cuando el auto finalmente se detuvo frente al edificio, la castaña soltó un suspiro y miró rápidamente hacia las puertas de entrada... justo a tiempo para ver a Tory y Robby.

La parejita estaba parada en la entrada, demasiado absorta en lo que parecía ser una escena bastante romántica para notar al principio que Sam se acercaba. Robby, con una expresión suave y una media sonrisa, le acariciaba el rostro a Tory mientras ella le sonreía, en un raro momento de dulzura entre ambos. Sin embargo, en cuanto Tory dirigió su mirada hacia el estacionamiento y vio a Sam salir del auto de su amigo, el ambiente de ternura se desmoronó.

—¿Qué...? —murmuró Robby, frunciendo el ceño, sin soltar la mano de Tory.

—Mierda —dijo Tory en un tono que reflejaba una mezcla de sorpresa y diversión.

Xander levantó una mano para saludar con una sonrisa incómoda, como quien intenta aliviar la tensión de una situación que sabía que sería incómoda. Sam, con cara de pocos amigos, intentó actuar con naturalidad, aunque el rubor que subía a sus mejillas la delataba un poco.

—Eh... buenos días —saludó Xander, mirando a Tory de reojo mientras rascaba su nuca, visiblemente nervioso.

Tory le devolvió el saludo con un asentimiento mínimo, manteniendo la vista fija en Sam con una ceja alzada.

—¿Vas a explicarnos qué fue eso, princesa? —preguntó Robby, cruzando los brazos, con esa sonrisa burlona y provocadora que siempre usaba cuando sabía que algo estaba fuera de lo normal.

Sam soltó un suspiro, tratando de calmarse. Sabía que lo mejor era dar una respuesta rápida y sencilla para salir del paso.

—Ayer se me rompió el auto y no tenía cómo llegar —improvisó, encogiéndose de hombros—. Y Xander fue el único que me pudo hacer el favor. Nada más.

Tory entrecerró los ojos, observándola con una expresión que Sam bien conocía: no estaba convencida en lo más mínimo.

—¿Así que fue solo un favor? —preguntó Tory, en un tono que sugería una mezcla de burla y sospecha—. Que raro, ¿no? Me imaginé que no era tan... cercano a vos.

Sam rodó los ojos, intentando restarle importancia y, al mismo tiempo, resistiendo la tentación de salir corriendo.

—Sí, es raro —admitió, fingiendo indiferencia—. Pero no veo por qué sea tan interesante para ustedes.

Robby no pudo evitar soltar una risa baja, sin perder su tono de burla.

—Porque no todos los días la princesita de la escuela sale del auto de un desconocido, así como así —dijo, ladeando la cabeza y con una sonrisa de complicidad hacia Tory—. De verdad, Sam, esto es... distinto. ¿Pasó algo que debamos saber?

Xander, que todavía estaba parado cerca del auto, sintió la necesidad de intervenir. Aunque tampoco quería dar explicaciones de más, sabía que, de alguna forma, tenía que apoyar la historia de Sam.

—Robby, fue solo un favor. Sam me llamó tarde y... bueno, decidí ayudarla. Eso es todo —dijo, encogiéndose de hombros, y luego le dedicó a Sam una mirada de "espero que esto te ayude".

Tory le lanzó una mirada a Xander, como si intentara descifrar si decía la verdad o no. Finalmente, volvió la vista hacia Sam, aunque la desconfianza seguía reflejada en sus ojos.

—¿Sabés, Sam? —dijo Tory, con una media sonrisa—. Me cuesta un poco creerte. Te ves... distinta. Cansada, incluso.

Sam suspiró, en parte porque tenía razón y en parte porque esa mirada y tono de Tory la estaban incomodando. Pero intentó mantener la compostura.

—¿No puedo estar cansada de vez en cuando? —respondió Sam, encogiéndose de hombros y fingiendo una sonrisa casual—. No sabía que había un reglamento al respecto.

Robby soltó una carcajada y le dio una palmadita en el hombro a Tory.

—Tranquila, Tory. Dejemos que la pobre tenga sus secretos, ¿no? Después de todo, no todos tenemos la misma suerte que vos y yo —comentó, con una mirada que dejaba claro que él disfrutaba de ver a Sam incómoda.

—Exacto, no todos tienen una relación tan "perfecta" como ustedes —dijo Sam, lanzándoles una sonrisa con un toque de sarcasmo, que Robby no pudo evitar notar.

Tory puso los ojos en blanco, pero no perdió la oportunidad de responderle con el mismo sarcasmo.

—No te preocupes, Sam. No todos pueden encontrar a alguien que les siga el juego. Así que, ¿vos y Xander? Nada mal... por ahora.

Sam, molesta, decidió cortar la conversación. No quería prolongar la atención sobre ella y menos con Tory y Robby haciéndole preguntas que no quería responder. Así que se limitó a asentir brevemente y dirigió una mirada hacia Xander.

—Gracias otra vez por el favor, Xander —dijo en un tono más serio, esperando que la ayudara a salir de la situación.

Xander, entendiendo la indirecta, asintió con una sonrisa nerviosa.

—Claro, Sam. Nos vemos luego —dijo, y lanzó una última mirada a Tory y Robby antes de marcharse en su auto.

Cuando Xander desapareció de la vista, Sam aprovechó para apresurarse hacia la entrada, pero no antes de escuchar el comentario final de Robby.

—¿Qué decís? ¿Cuánto le damos antes de que lo admitan?

Tory soltó una risa y respondió en el mismo tono.

—Ah, no sé, capaz que más de lo que vos tardaste en darte cuenta de lo que querías.

Sam, al escuchar sus risas, sintió cómo la frustración aumentaba, pero no se detuvo. Mientras entraba al edificio, intentó calmarse, aunque sabía que las miradas y los comentarios no iban a desaparecer tan fácil.

Tory y Robby cruzaron el vestíbulo, hablando y riendo sobre el intercambio que acababan de tener con Sam y Xander, hasta que divisaron a Miguel apoyado contra un casillero, observando algo con una expresión que mezclaba diversión e incredulidad.

—¿Qué te tiene tan divertido señor Diaz? —preguntó Tory, entrecerrando los ojos, ya que su sonrisa delataba que había algo bueno en el horizonte.

Miguel apenas desvió la vista hacia ellos, y sin borrar la sonrisa, señaló discretamente hacia el centro del pasillo. Tory y Robby siguieron su mirada, y entonces lo vieron: a unos metros de ellos, Yasmine y Moon estaban inmersas en lo que parecía una conversación intensa.

—Ah, no puede ser... ¿Otra vez drama entre ellas? —preguntó Robby, alzando una ceja, aunque su tono dejaba en claro que estaba más que dispuesto a ver cómo se desarrollaba la escena.

Miguel asintió con una risa contenida.

—Oh, y esta vez es mejor de lo que pensás, Robby. Parece que Yas tiene una sorpresa bajo la manga.

Tory ladeó la cabeza, interesada. Moon parecía visiblemente molesta, casi al borde de estallar, mientras que Yasmine estaba... nerviosa. Algo que era raro en ella.

Moon dio un paso hacia Yasmine, cruzándose de brazos, con una expresión dura y desafiante.

—Entonces, ¿me vas a decir de una vez por todas por qué no podemos estar juntas? —preguntó Moon, su tono firme y directo, aunque era evidente que le dolía preguntar.

Yasmine parpadeó un par de veces y miró alrededor, buscando una salida, claramente sin querer admitir nada de lo que en realidad sentía. Entonces, con un tono exageradamente casual, soltó la bomba.

—Bueno, Moon... es que... ya empecé a salir con alguien más. —La voz de Yasmine sonó segura, aunque el rubor en sus mejillas la delataba—. Estoy saliendo con Demetri.

Moon se quedó mirándola, completamente boquiabierta. La rabia que había contenido hasta ese momento parecía a punto de desbordarse.

En ese mismo instante, el propio Demetri, acompañado por Eli y Devon, llegaba al pasillo. Los tres habían escuchado claramente lo último que Yasmine dijo.

La reacción fue inmediata.

Miguel soltó una carcajada tan fuerte que todos en el pasillo voltearon a verlo. A su lado, Robby abrió tanto la boca que parecía que podría tocar el suelo con el mentón.

Tory, divertida ante la reacción exagerada de Robby, le dio un leve empujón en la mandíbula para que cerrara la boca.

Moon, sin embargo, no parecía encontrar nada gracioso en lo que estaba pasando. Su rostro se tornó rojo de la rabia contenida mientras miraba a Yasmine, incapaz de creer lo que acababa de escuchar.

—¿Qué dijiste? —preguntó Moon, en un tono helado, tratando de mantener la compostura.

Mientras tanto, Eli y Devon miraban a Demetri con una mezcla de sorpresa y confusión.

—¿Desde cuándo vos y Yasmine? —murmuró Eli, con los ojos entrecerrados, claramente asombrado de que algo así estuviera sucediendo sin que él lo supiera.

Devon asintió, sus ojos y su boca bien abiertos—. ¿Esto es en serio?

Demetri, en cambio, simplemente sonrió con una expresión triunfal, como si acabara de ganar la lotería.

—Genial —fue lo único que dijo, cruzando los brazos con una sonrisa que irradiaba seguridad y satisfacción.

Yasmine, aprovechando la reacción, se acercó a Demetri y, en un gesto calculado, tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de él mientras miraba de reojo a Moon, quien seguía boquiabierta, claramente impactada.

—Entonces... ¿nos vamos? —dijo Yasmine a Demetri, lanzando una mirada desafiante a Moon.

Demetri, aunque algo sorprendido por la repentina iniciativa de Yasmine, no dudó ni un segundo en seguirle el juego.

—Claro, mi amor —respondió Demetri, apretando su mano y guiñándole un ojo, disfrutando del momento al máximo.

Moon apretó los puños, incapaz de reaccionar. Sus ojos se encontraron brevemente con los de Tory, quien la miraba con algo de compasión, aunque sin dejar de disfrutar el espectáculo.

Miguel, en medio de todo, decidió añadir un comentario, incapaz de resistirse.

—Bueno, Demetri, parece que tenés un talento oculto para sorprendernos a todos —dijo, con una sonrisa burlona—. ¿Desde cuándo sos tan popular?

Demetri le devolvió la sonrisa, aún aferrado a la mano de Yasmine.

—Que te puedo decir, tengo lo mío —respondió, sin soltar a Yasmine, quien ahora sonreía con una confianza recuperada.

Robby, que ya había cerrado la boca, no podía dejar de mirar a Yasmine y Demetri, alternando entre sorpresa y diversión.

—A ver si entiendo —dijo Robby, mirándolos a ambos—. ¿Entonces, vos y Yasmine...?

—Así parece —interrumpió Demetri, con una sonrisa de suficiencia.

Tory, sin poder contenerse, soltó una risita y le lanzó una mirada a Miguel.

—Esto no puede ser más ridículo —susurró, aunque estaba claro que la situación le divertía tanto como al resto.

Finalmente, Moon, aún furiosa, cruzó los brazos y miró fijamente a Yasmine, su voz temblando de ira y decepción.

—Entonces... ¿todo esto fue una mentira? —preguntó, sin apartar la vista de Yasmine—. ¿Me decís qué mientras yo intentaba hablar en serio, vos estabas jugando conmigo?

Yasmine la miró, incómoda pero sin soltar la mano de Demetri. La seguridad en su mirada tembló un poco, pero decidió mantenerse firme.

—No estaba jugando, Moon. Pero ya está. Las cosas cambiaron y... vos también tenés que cambiar de página —respondió Yasmine, en un tono firme, aunque en sus ojos se notaba una pizca de remordimiento.

Moon sacudió la cabeza, sin poder creer lo que escuchaba, y sin decir una palabra más, se dio la vuelta y salió del pasillo, con pasos decididos.

Eli, mirando toda la escena, decidió hacer un comentario final, incapaz de resistirse.

—No sé si esto fue más raro o más patético, pero definitivamente fue interesante —dijo, lanzando una mirada a Devon, quien asintió en silencio, aún confundido.

Tory, divertida, miró a Yasmine y Demetri antes de mirar a Robby.

—Bueno, creo que acá todos tenemos nuestra dosis de drama por hoy —dijo, rodando los ojos—. Esto parece una novela barata.

Miguel, aún riendo, dio una palmada en la espalda de Demetri.

—¿Quién diría que este sería el nuevo romance de la secundaria? —se burló, haciendo que todos soltasen una risa final antes de empezar a caminar hacia sus clases, mientras Demetri y Yasmine seguían juntos, bajo la mirada divertida de todos.

Cuando el bullicio de los estudiantes dispersándose hacia sus clases se disipó, Tory se dio cuenta de que se había quedado sola en el pasillo junto a Eli. Lo miró de reojo, y él, notando su atención, se acercó con una sonrisa provocadora, esa que parecía estar siempre a punto de armar lío.

—¿Y? ¿Cómo estás? —preguntó Eli, inclinándose hacia ella. Su tono era casual, pero Tory notó que lo acompañaba un brillo raro en la mirada, como si estuviera más nervioso de lo que quería mostrar.

Tory lo miró con aire despreocupado, intentando que no se notara el calor que empezaba a invadir sus mejillas.

—Bien, supongo. —Se encogió de hombros y, sin poder evitarlo, le dedicó una sonrisa fugaz. Aunque intentara disimular, no pudo evitar pensar que Eli se veía incluso más atractivo que de costumbre. "¡Que hijo de puta!", pensó mientras trataba de mantenerse tranquila.

Eli, captando ese pequeño cambio en su expresión, se animó, aunque Tory notó cómo respiraba hondo antes de hablar.

—Tory... —empezó él, rascándose la nuca con una mano y tratando de sonar despreocupado—. ¿Qué te parece si salimos un día de estos? —Sus ojos reflejaban un toque de diversión, pero detrás de su actitud relajada, Tory pudo notar un dejo de nerviosismo.

—¿Salir? —repitió ella, con una ceja arqueada y una sonrisa divertida—. ¿Esto es una cita, Eli?.

Él se encogió de hombros, sonriendo con ese toque de desafío juguetón que siempre lograba descolocarla.

—Puede ser lo que vos quieras, Tory. Vos decís —dijo Eli, mirándola con complicidad, como si le estuviera lanzando un reto.

Tory soltó una pequeña risa, realmente disfrutando el momento. Se cruzó de brazos, inclinando la cabeza mientras lo evaluaba con la mirada.

—¿Lo que yo quiera, eh? Que caballero me saliste.

Él le guiñó un ojo.

—¿Y? ¿Te animás? No me hagas quedar mal.

Ella lo miró por un segundo más, haciendo una pausa que parecía eterna solo para ver cómo se impacientaba un poco, hasta que finalmente respondió.

—Bueno, en ese caso... acepto —dijo, sonriéndole de vuelta, con un brillo travieso en los ojos.

Eli soltó una risa de alivio y orgullo, como si no hubiera esperado que aceptara tan fácil.

—Perfecto. —Le dio una última mirada llena de promesas antes de empezar a caminar hacia su clase—. Nos vemos entonces, Tory. No me dejes colgado.

Ella se quedó mirándolo mientras se alejaba, aún con la sonrisa en los labios. Aunque él ya había desaparecido en dirección a su clase de química, Tory se quedó un momento ahí, sintiendo una mezcla extraña de emoción y desconcierto. Pero al final se sacudió la cabeza, despejando los pensamientos, y se dirigió hacia su propia clase de historia. Justo cuando doblaba en el pasillo, se cruzó con Yasmine, quien parecía perdida en sus pensamientos, con el ceño ligeramente fruncido. No pudo evitar sonreír al recordar la "confesión" improvisada que Yasmine había hecho sobre Demetri.

—Ni se te ocurra reírte —dijo Yasmine, captando la expresión de Tory al instante.

Tory levantó las manos, con la sonrisa ya dibujada en su rostro.

—Perdón, pero... ¡Yas! ¿Desde cuándo te gusta el becado? Porque no me engañás, te encanta Moon.

Yasmine hizo una mueca y puso los ojos en blanco.

—Ay, Tory, no lo entiendas todo tan literal. No es así de fácil —replicó, suspirando. La frustración en su cara era evidente.

Tory rió y le dio un pequeño empujón en el brazo.

—A ver, contame, ¿qué ganás complicándolo todo? Porque si querías tener a Moon loca, felicidades, misión cumplida.

Yasmine resopló, como si lo que le estuviera contando fuera lo más obvio del mundo.

—¿Sabés qué? Las cosas no pueden ser tan simples. Moon no puede aparecer y, porque me dice lo que siente, ¡zas!, de un día para el otro ya somos novias. No funciona así.

Nichols levantó una ceja, divertida.

—¿No funciona así o vos no querés que funcione así? Sos complicada, Yas. Te encanta dar mil vueltas —dijo Tory, haciéndole una mueca cómplice.

Yasmine suspiró, resignada.

—¿Qué querés que te diga? Si le digo que sí así de una, ya me tiene donde quiere. Y... ¿dónde queda el misterio, no? Tiene que haber emoción.

Tory soltó una carcajada y le pasó un brazo por los hombros.

—¿Misterio? Por favor. Y vos pensás que Moon es la que te tiene donde quiere... No, amiga, yo creo que la que manda acá sos vos.

Yasmine rodó los ojos, aunque una pequeña sonrisa la traicionó. Al rato, sin embargo, adoptó una expresión más curiosa.

—Hablando de complicaciones... —Cochrane la miró con una expresión que Tory conocía demasiado bien—. Me enteré que te quedaste hablando con el becado después del show en el pasillo. Y ahora me pregunto... ¿No estarás vos también en un triángulo amoroso, no?

Tory puso los ojos en blanco y resopló, aunque no pudo evitar el calor que se acumulaba en su rostro. Miró hacia otro lado, disimulando.

—Dale Yas. No es un triángulo amoroso. Eli me invitó a salir y, bueno, acepté. Es solo una... salida casual, nada serio.

Yasmine la miró divertida, y Tory sintió que eso no la convencía para nada.

—Ah, claro, claro. Entonces, lo de Robby no cuenta, ¿no? Porque te vi mirándolo bastante embobada antes.

Tory se detuvo y cruzó los brazos, intentando sostener la mirada de Yasmine sin verse afectada.

—A ver, embobada tampoco. Pero bueno... admito que algo raro siento cuando estoy con ellos. Con Robby, con Eli... Pero eso no significa que me gusten los dos, no es para tanto.

Yasmine soltó una carcajada y le dio un codazo.

—Claro, lo que digas. Pero sabés que yo tengo razón. Estás hecha un lío, como yo con Moon. Así que, bienvenida al club.

Tory suspiró y levantó las manos en un gesto de resignación.

—Sí, lo sé. Pero ni se te ocurra hacerme miembro oficial de tu "club de rubias oxigenadas enamoradas", ¿entendiste?

Yasmine se rió, le dio otro empujón y la arrastró hacia el aula.

—Demasiado tarde, amiga. Ya tenés membresía.

El día continuó de forma medianamente normal, aunque había un ambiente raro en el aire, al menos para algunos. Yasmine se mantuvo pegada a Demetri como si fuera su sombra, usándolo como escudo perfecto para mantener a Moon a distancia. Cada vez que Moon intentaba acercarse o buscaba algún momento para hablar con Yasmine, esta se inclinaba hacia Demetri y fingía una conversación intensa, llenándola de susurros y risitas, como si compartieran el secreto más jugoso del mundo. Demetri, aunque un poco desconcertado por la repentina cercanía de Yasmine, no parecía para nada molesto. En realidad, se veía hasta un poco halagado y entretenido con la situación, aunque lanzaba miradas de reojo a Eli, quien observaba todo desde el otro lado del aula con una mezcla de burla y sorpresa. Entre cada cambio de clase, Eli le hacía gestos exagerados a Demetri, señalándolo o poniéndose una mano sobre el corazón con una mueca dramática, simulando una herida de amor. Demetri solo rodaba los ojos, pero con una sonrisa que no lograba ocultar.

Mientras tanto, Tory y Eli también aprovecharon algunos momentos entre clases para cruzarse a escondidas y charlar, aunque sin llamar demasiado la atención. Cada vez que lograban intercambiar unas palabras, Eli le lanzaba una sonrisa cómplice y Tory le devolvía una mirada entre divertida y nerviosa. Había algo en esos encuentros rápidos, en esos gestos casi clandestinos, que le aceleraba el corazón a Tory. Sentía que estaban compartiendo algo, aunque no había dicho nada en voz alta; era como si ambos estuvieran unidos por ese pequeño secreto que nadie debía descubrir.

Después de varios intercambios fugaces, lograron ponerse de acuerdo para encontrarse esa misma noche. "A las ocho y media en el kiosco de Don Tito," susurró Eli, acercándose con un toque de misterio en la voz. Tory asintió, tratando de disimular la sonrisa de complicidad que se dibujaba en sus labios. Sabía que tenía que mantener las apariencias, pero la idea de una "cita secreta" con Eli le daba una sensación de entusiasmo y adrenalina que pocas veces sentía.

Al terminar las clases, los estudiantes se dispersaron con normalidad, cada uno yendo en diferentes direcciones. Yasmine se despidió de Demetri con un gesto rápido y desapareció por el pasillo sin mirar atrás, mientras Moon la observaba desde lejos, claramente confundida y un poco decepcionada. Tory, sin perder el tiempo, se dirigió al estacionamiento, donde Miguel ya la esperaba en su auto. Subió al asiento del copiloto, acomodándose mientras él encendía el motor y arrancaban.

—¿Todo bien? —preguntó Miguel mientras miraba al frente, sin quitar los ojos del camino.

—Sí, tranqui —respondió Tory, mirando por la ventana para disimular la emoción que aún sentía por la cita. No pensaba contarle a Miguel, por supuesto. Eso sería poner en riesgo su "secreto"—. ¿Y vos? ¿Cómo estuvo tu día?

Miguel se encogió de hombros con una sonrisa despreocupada.

—Nada del otro mundo. Lo mismo de siempre. Pero... esta noche tenemos cena familiar. Bueno, cena a las once, con mi mamá y la tuya —dijo, y Tory notó un leve tono de expectación en su voz—. Al parecer tienen algo importante que contarnos.

Tory levantó una ceja, interesada.

—¿En serio? ¿Tan importante es la noticia? —preguntó, un poco intrigada. Conociendo a Carmen y Angela, cualquier "gran anuncio" podía significar desde un cambio de planes de viaje hasta algo de importancia familiar.

Miguel hizo un gesto vago, como si él mismo no tuviera idea.

—Eso parece. Yo intenté sacarle algo a mi mamá, pero nada. No quiso decirme ni una palabra —respondió él, lanzándole una mirada de reojo con una sonrisa—. Así que ya sabés, estás convocada oficialmente.

Tory soltó una risa suave y asintió, cruzando los brazos.

—¿No querés darme aunque sea una pista? Me dejás con la intriga —dijo, fingiendo una voz de súplica.

Miguel rió, sacudiendo la cabeza.

—No hay pistas, lamento decepcionarte. Pero, bueno, creo que algo grande se traen entre manos.

El resto del viaje se les pasó entre risas y chistes casuales, comentando sobre algunos de sus compañeros y contando algunas anécdotas que lograban sacarle una sonrisa a Tory. En el fondo, ella solo podía pensar en su cita con Eli. Los nervios y la emoción empezaban a mezclarse, y aunque intentaba aparentar tranquilidad, sentía cómo su corazón latía un poco más rápido cada vez que recordaba la sonrisa cómplice de él.

Finalmente, llegaron a casa. Tory y Miguel se acomodaron en el living para ver una serie y relajarse mientras los aromas de la cena comenzaban a esparcirse desde la cocina. Carmen y Angela parecían estar preparando algo especial, y Tory sintió una mezcla de ansiedad y curiosidad al imaginar cuál sería esa "gran noticia" que tenían para ellos.

Cuando el reloj marcó las 20:15, Tory aprovechó el momento para escabullirse con una excusa.

—Voy a dar una vuelta antes de que sea hora de la cena. Necesito despejarme un rato —dijo, tratando de sonar despreocupada.

Miguel la miró, claramente sospechando que había algo más.

—¿A dónde vas? —preguntó, levantando una ceja en un gesto de incredulidad.

Tory, improvisando, se encogió de hombros.

—Voy a lo de una amiga a repasar un trabajo —respondió, con una sonrisa que intentaba ser convincente.

Miguel soltó una risa, claramente sin creerle del todo.

—Claro... bueno, no te vayas muy lejos, ¿sí? Te espero para la cena —dijo él, aún con una mirada de duda.

—Sí, sí, no te preocupes. No me demoro —respondió Tory, y salió de la casa rápidamente antes de que él pudiera hacerle más preguntas.

La noche estaba fresca cuando llegó al kiosco de Don Tito. Ahí, apoyado en la esquina del kiosco, estaba Eli, esperándola con una sonrisa despreocupada. Cuando la vio, le hizo un gesto de saludo.

—Mirá quién llegó —dijo él con una sonrisa, fingiendo sorpresa—. Pensé que no te ibas a animar.

Tory lo miró con una ceja levantada, fingiendo ofensa.

—¿En serio pensaste que iba a dejarte plantado? No me subestimes, Eli. Si te dije que iba a venir, es porque vengo —respondió, cruzándose de brazos con una mirada desafiante.

Él se rió suavemente y extendió una mano hacia ella.

—Bueno, me alegra que estés acá. Dale, vení, hay un lugar que quiero mostrarte.

Ella lo miró con curiosidad, sin soltarle la mano, y ambos empezaron a caminar hacia el parque. Había algo en el aire, una especie de electricidad sutil, mientras caminaban en silencio, compartiendo una sensación de expectativa y complicidad.

La caminata hacia la playa se hizo corta con la charla entre ellos. Eli mantenía su tono provocador y burlón, lanzándole pequeñas bromas a Tory cada vez que podía, y ella le respondía con un toque de picardía, sintiéndose cada vez más cómoda. A medida que se acercaban, Tory comenzó a notar detalles que la hicieron detenerse con una expresión de sorpresa y encantamiento en el rostro: sobre la arena, en un espacio un poco apartado, Eli había armado un improvisado picnic. Había extendido un mantel, y encima colocó una variedad de comidas, tanto dulces como saladas. Pequeños bocadillos, galletitas, unas frutas, y hasta un par de botellas de gaseosa. No era una gran puesta en escena, pero se notaba que él había pensado en cada detalle.

Tory, acostumbrada a los lujos y cenas elegantes en los mejores restaurantes, se sintió por un instante fuera de lugar, pero al mismo tiempo agradecida y emocionada por el gesto. Miró a Eli, tratando de entender cómo alguien podía ser tan sencillo y tan considerado al mismo tiempo.

—¿Es... para nosotros? —preguntó, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y ternura.

Eli se rascó la nuca, visiblemente nervioso.

—Sí, bueno... es que pensé que estaría bueno hacer algo diferente —dijo, tratando de mantener la calma—. No sé si será lo que estás acostumbrada, pero...

Tory lo interrumpió con una sonrisa cálida, quitándole de inmediato cualquier inseguridad.

—Es perfecto, Eli —exclamó ella, sentándose en el mantel sin dudar. Lo miró con una expresión que mezclaba gratitud y asombro—. Te juro que esto es mil veces mejor que cualquier restaurante o lugar caro. En serio, me encanta.

Eli se sentó a su lado, aliviado y un poco sorprendido por su reacción. Sonrió, bajando la mirada por un instante para disimular su emoción.

—Bueno, bueno, si vos lo decís... capaz me tengo que creer que hice algo bien, ¿no? —bromeó, pero Tory captó que había una honestidad genuina en sus palabras.

—Hiciste algo muy bien —respondió ella con una sonrisa. Lo miró a los ojos y luego se sirvió una galletita—. Ahora, ¿esto es una cita o... cómo definirías esto?

Él se rió y se encogió de hombros, manteniendo su tono de siempre.

—¿Cita? Nah, eso suena demasiado formal —respondió, mirándola con picardía—. Digamos que es... un encuentro casual. Algo así como una reunión secreta. Vos no se lo contás a nadie, y yo tampoco.

Tory rió y le dio un leve empujón en el hombro.

—Sos un payaso, ¿sabías? —dijo, y luego tomó una fruta del mantel, llevándosela a la boca—. Pero igual me gusta.

—Mirá quién habla... —respondió Eli, mirándola de forma descarada—. ¿Qué te gusta, eh? ¿La fruta o yo?

—Vos sabés bien de que hablo —le lanzó Tory, lanzándole una mirada de desafío.

El tono coqueteo y provocador de Eli no tardó en hacerla sonrojar. Él aprovechaba cada segundo para hacerle comentarios, buscando su reacción. Cada vez que ella le devolvía una risa o una mirada, él la miraba de reojo con una expresión cómplice. Había algo entre ellos que hacía que todo fluyera de una manera natural, sin la necesidad de estar buscando temas de conversación o intentando impresionar al otro.

—Y contame, ¿esto de armar picnics en la playa es algo que hacés seguido? —preguntó Tory, mirándolo de reojo con una sonrisa divertida.

Eli se encogió de hombros.

—No, para nada. No es como si trajera a cualquiera acá, ¿eh? —respondió, dándole un leve empujón en el hombro—. Este plan es exclusivo, solo para vos.

Tory soltó una risa, mirándolo con una mezcla de ternura y diversión.

—Ah, claro, que honor el mío entonces —respondió ella, fingiendo una voz solemne—. No todos los días tengo un picnic en la playa organizado por el mismísimo Mozkowitz.

Él rió y la miró a los ojos, sintiendo cómo la conexión entre ellos se hacía cada vez más fuerte. El tiempo pasó entre risas, bocados y bromas. A medida que hablaban, Eli no dejó de lanzarle miradas de admiración, y Tory notó cómo en cada comentario, en cada frase, él lograba hacerla reír o sonrojarse. Había algo en esa noche, en ese lugar, que los hacía sentirse completamente a gusto el uno con el otro.

En un momento, ambos se quedaron en silencio. Pero no era un silencio incómodo, sino uno que dejaba lugar a que sus miradas se encontraran. Eli notó que Tory lo miraba a los ojos, y sintió cómo su corazón se aceleraba. La luz tenue de la noche iluminaba apenas sus rostros, y por un instante, todo lo demás dejó de importar. Solo estaban ellos dos, ahí, compartiendo ese momento.

Sin darse cuenta, Eli comenzó a acercarse lentamente. Su mirada bajó hacia los labios de Tory, y al ver que ella no se apartaba, que lo miraba de la misma forma, sintió un impulso que no pudo ni quiso controlar. Llevó una mano hacia el cuello de ella, acercándola con suavidad, y en un movimiento lento, rozó sus labios con los de ella en un beso que, aunque robado, fue recibido con igual intensidad.

Eli esperó que Tory se apartara, pero para su sorpresa, ella respondió al beso, siguiéndolo sin dudar. La intensidad creció, y ambos se perdieron en el momento, en la conexión que hacía tiempo estaba latente entre ellos. Cuando finalmente se separaron, ambos se miraron, un poco sorprendidos, un poco sin saber qué decir.

—¿Y ahora qué? —murmuró Tory, sonriendo con el corazón aún latiéndole rápido.

Eli la miró con una mezcla de diversión y ternura, sin soltarla del todo.

—¿Qué querés que pase ahora? —respondió él, mirándola con un brillo pícaro en los ojos.

Ella rió suavemente, sin apartarse.

—No sé... vos fuiste el de la idea de este "encuentro casual", ¿no? —dijo, arqueando una ceja.

Eli le acarició la mejilla con el pulgar, sonriendo como si acabara de ganar una apuesta.

—Bueno, pensé que una salida no estaría mal... pero no me imaginé que nos iba a llevar a esto.

Tory se mordió el labio, sin saber muy bien qué decir. Había algo en su mirada que decía mucho más que las palabras, y Eli lo captó de inmediato.

—Tory... yo no soy como esos chicos con los que estás siempre —dijo él, su tono bajando a uno más serio—. No tengo una cuenta bancaria llena ni la vida que vos tenés, pero... quiero que sepas que esto... no sé, para mí significa algo.

Ella lo miró, sorprendida por la honestidad en sus palabras. Tory negó suavemente con la cabeza, acercándose de nuevo a él.

—Eso no importa, Eli. Para mí tampoco es un juego... —respondió ella, sincera—. ¿Sabés? Hace mucho que no me sentía así.

Eli sonrió, dejando que su mano acariciara suavemente el rostro de Tory antes de inclinarse y besarla una vez más. En ese momento, bajo la luz de la luna, ambos sintieron que todo encajaba, como si finalmente hubieran encontrado el lugar donde querían estar.

La noche ya estaba avanzada cuando Tory miró su celular y vio la hora: 22:20. Con un suspiro, se incorporó del picnic en la playa, sintiéndose un poco decepcionada de tener que cortar el momento tan especial que había compartido con Eli. Él, sin embargo, mantuvo su típica sonrisa despreocupada mientras la acompañaba hacia la salida del lugar improvisado.

—Parece que la Cenicienta tiene que volver a su castillo antes de que el hechizo se rompa, ¿no? —bromeó Eli, mirándola de reojo con una sonrisa burlona.

Tory rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír mientras lo miraba.

—Sí, sí, burlate nomás... —respondió, aunque en su voz se notaba una mezcla de tristeza y diversión—. La Cenicienta tiene un compromiso bastante aburrido con su príncipe en casa.

Eli arqueó una ceja, notando su tono.

—Mirá vos, pensé que estabas acostumbrada a esas cenas elegantes —comentó él, cruzando los brazos con una mirada curiosa.

—No sabés cuánto las odio, Eli. Esas charlas son tan... superficiales. Todo el mundo aparentando —dijo Tory, su tono volviéndose más serio.

—¿Y entonces por qué vas? —preguntó él, bajando el tono para mostrar que hablaba en serio.

Ella suspiró y bajó la mirada, sabiendo que su respuesta era más complicada de lo que sonaba.

—Porque, en mi mundo, eso es lo que se espera —contestó, y luego le dedicó una pequeña sonrisa irónica—. Aunque, después de esta noche... creo que me gusta más tu "mundo" que el mío.

Él le devolvió la sonrisa, notando la sinceridad en sus palabras.

—Entonces deberíamos hacer esto más seguido, ¿no te parece, Cenicienta? —dijo Eli, inclinándose un poco más cerca de ella, sus miradas encontrándose de nuevo.

Tory rió suavemente y asintió, sin poder ocultar la emoción en su rostro.

—Definitivamente. Pero ahora... me tengo que ir. —Sus ojos lo miraron una vez más antes de que ella girara para marcharse—. Nos vemos pronto, Eli.

Él se quedó en la playa, observándola mientras se alejaba, y no pudo evitar susurrar para sí mismo con una sonrisa:

—Nos vemos, Cenicienta.

23:14 p.m

Cuando Tory llegó a su casa, el ambiente estaba tenso, como si algo importante estuviera a punto de suceder. Dejó su abrigo en el perchero y se dirigió al comedor, donde la cena ya estaba servida. Carmen y Angela estaban sentadas frente a ella, sus expresiones serias y formales. Miguel estaba en el otro extremo de la mesa, y aunque intentaba mantener la compostura, Tory notó la tensión en sus ojos, casi como si supiera algo que ella aún ignoraba.

Tory se sirvió un poco de vino, preparándose mentalmente para lo que vendría. Sabía que las conversaciones en estas cenas familiares solían ser largas y sofocantes, llenas de formalidades y expectativas. Sin embargo, algo en el ambiente le hacía sentir que esta vez era diferente.

Carmen fue la primera en hablar, su tono suave pero firme.

—Tory, Miguel, esta cena es para hablar de algo muy importante —dijo, mirándolos a ambos con una expresión de autoridad.

Tory intercambió una mirada rápida con Miguel, quien intentó ocultar su incomodidad tras una sonrisa forzada. Angela asintió, tomando la palabra a continuación.

—Hace años, Carmen y yo decidimos que queríamos lo mejor para ustedes dos —comenzó Angela, con una sonrisa que parecía más calculada que sincera—. Ambos crecieron juntos, compartieron tanto... y bueno, tanto Carmen como yo pensamos que no hay mejor decisión que unir nuestras familias de forma definitiva.

Miguel y Tory se miraron, sus expresiones reflejando un desconcierto mutuo. Tory sintió cómo su corazón se aceleraba, y el nerviosismo comenzó a acumularse en su pecho. Quiso hablar, pero Carmen no le dio tiempo.

—Por eso —continuó Carmen, en tono solemne—, hemos decidido fijar una fecha para el matrimonio de ustedes dos.

La frase cayó como una bomba. Miguel y Tory, aunque conscientes desde hace años de las expectativas de sus familias, nunca imaginaron que el plan fuera tan inmediato. La noticia los dejó sin palabras. Tory apretó la copa de vino con tanta fuerza que casi pensó que la rompería, mientras Miguel tragaba en seco, luchando por encontrar algo que decir.

—¿Tan pronto? —murmuró Tory, sin poder ocultar el temblor en su voz.

Angela asintió con naturalidad, como si la fecha que estaban a punto de imponer fuera lo más lógico del mundo.

—Sí, después de su graduación —respondió Angela, sonriendo—. En menos de seis meses, de hecho. Es el momento ideal para dar el siguiente paso.

Miguel y Tory intercambiaron una mirada. Ninguno estaba preparado para algo así. Él respiró profundamente, y cuando habló, intentó sonar tranquilo.

—Mamá, Tory y yo... bueno, creo que ambos pensábamos que esto... que teníamos un poco más de tiempo, ¿no? —dijo Miguel, midiendo sus palabras cuidadosamente.

Carmen y Angela se miraron, como si hubieran anticipado esa respuesta.

—Entendemos que pueda parecer precipitado, pero han tenido toda su vida para conocerse y prepararse —respondió Carmen, con una sonrisa tranquilizadora—. Además, no es solo una unión entre ustedes dos; es el fortalecimiento de nuestras familias, de nuestro futuro.

Tory sintió cómo su estómago se revolvía. Aunque quería protestar, sabía que en su mundo cuestionar este tipo de decisiones traería consecuencias. Intentó forzar una sonrisa, pero le resultó imposible.

—Sí... sí, claro, mamá —respondió, aunque por dentro sentía que quería salir corriendo. Miró a Miguel, buscando algún tipo de apoyo, y él le devolvió una mirada de comprensión, aunque estaba tan atrapado como ella.

—A ver, tampoco es para que estén tan serios —comentó Angela, al notar sus expresiones—. Esto debería ser un momento feliz. Ustedes son... bueno, la pareja ideal. Todo el mundo los ve juntos desde siempre, es algo natural.

Miguel intentó relajarse, aunque por dentro se sentía igual de atrapado que Tory. Tomó una respiración profunda y asintió, mirando a su madre.

—Sí, claro... solo es un poco inesperado. Pero... sí, estamos contentos —respondió, intentando sonar convencido.

Tory sintió un nudo en la garganta. Las palabras de Miguel la dejaron en shock. Lo último que sentía en ese momento era felicidad. Pero, como siempre, tenía que fingir. La presión familiar la empujaba a mantener una fachada.

—Claro, mamá, estamos felices —logró decir, aunque cada palabra le quemaba. Forzó una sonrisa, mientras su mente seguía en otro lugar, en otro momento, uno donde no estaba atrapada en esa vida que habían decidido por ella.

Carmen y Angela sonrieron, claramente satisfechas.

—Perfecto, entonces —dijo Angela—. Empezaremos con los preparativos muy pronto. Ya verán, será la boda del año.

Tory apenas pudo mantener la compostura hasta que terminó la cena. En cuanto se levantaron de la mesa, subió a su habitación, cerrando la puerta detrás de ella con un suspiro de angustia. Se dejó caer en la cama, mirando el techo con una mezcla de rabia e impotencia.

Pensó en Eli, en su sonrisa despreocupada, en el momento sencillo pero perfecto que habían compartido esa noche. La vida con la que soñaba era una que no tenía nada que ver con la que acababan de imponerle. El peso de su realidad la golpeó de lleno, y supo que, aunque la lucha sería difícil, no podía seguir en silencio.

Tory se quedó mirando el techo, mientras los pensamientos la invadían. El casamiento en seis meses, una vida planeada para ella desde el principio... y su propia confusión. Aún no podía definir a quién realmente quería. La noche con Eli había sido ardiente y llena de emoción, con ese toque despreocupado y divertido que siempre la hacía sentir viva. Con él, no había presiones, no había planes ni expectativas, solo ellos dos, perdiéndose en el momento.

Pero con Robby... con Robby todo era diferente. Él siempre había sido protector, planeando cada detalle cuando estaban juntos. Robby era el tipo de persona que sería capaz de darlo todo, incluso su vida, para verla bien. Esa seguridad y entrega le resultaban reconfortantes, y, aunque todo entre ellos era más estable y romántico, había algo en esa estabilidad que la hacía dudar. ¿Realmente era lo que quería?

Tory suspiró y se cubrió los ojos con las manos. Se sentía perdida, como si estuviera atrapada en una encrucijada sin salida. El casamiento, los compromisos familiares, sus propios sentimientos... Cada opción parecía llevarla por un camino distinto, y aún no lograba ver claro cuál era el adecuado para ella.

En su mente se dibujaban imágenes de Eli y de Robby, las miradas, los momentos compartidos, y cómo ambos despertaban en ella emociones distintas pero igual de intensas. No era una decisión fácil, y la presión del casamiento solo hacía que sus dudas se multiplicaran.

Un toque en la puerta la sacó de sus pensamientos. Sabía que debía continuar aparentando, manteniendo esa sonrisa que todos esperaban ver. Pero, por dentro, la incertidumbre era una tormenta.

Miró una vez más hacia la ventana, deseando un poco de claridad, de tiempo, de libertad. Respiró hondo y se prometió que, de alguna manera, encontraría la forma de ser fiel a lo que realmente quería, aunque no pudiera definirlo del todo.

Con ese pensamiento, y un nudo en el pecho, cerró los ojos, dejando que la confusión y el agotamiento finalmente la arrastraran al sueño, mientras su mente seguía dividida entre un amor apasionado y otro seguro.

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