15:Velada
Era un domingo por la tarde, y la casa de Angela, estaba tan impecable como siempre. La luz del sol entraba a través de las enormes ventanas, iluminando cada rincón de la habitación donde Tory se encontraba sentada frente a un espejo. Un equipo de criadas se encargaba de prepararla, con una dedicación que parecía sacada de un cuento de hadas. Unas le hacían masajes en los hombros, intentando relajar la tensión acumulada en su cuerpo; otras trabajaban en su peinado, dándole ondas suaves a su largo cabello rubio, mientras algunas más planchaban cuidadosamente su vestido de encaje blanco. El vestido, diseñado para hacerla ver como una figura angelical, contrastaba con la oscuridad que se sentía en su interior.
Tory no estaba bien. Las noches de fiesta, el alcohol, las pelea con Eli, todo parecía haberse acumulado. Estaba agotada, más de lo que había estado en mucho tiempo, y la resaca emocional se notaba en las ojeras profundas que adornaban su rostro. Intentaba mantenerse en pie, cumplir con las expectativas, pero la presión la estaba aplastando. Cada vez que pensaba en el casamiento con Miguel, un peso se instalaba en su pecho. Aunque Miguel era su confidente y su amigo, el acuerdo que los mantenía atados a ese destino no la hacía sentir mejor.
Mientras las criadas trabajaban a su alrededor, Tory apenas podía reunir la energía para mantener la cabeza erguida. Estaba cansada, no solo física sino emocionalmente. La fiesta de la noche anterior no había ayudado en absoluto, y el eco de esa pelea con Eli seguía rondando en su mente. Cerró los ojos por un momento, dejando que las manos de las criadas continuaran con su tarea sin oponer resistencia.
De repente, la puerta de la habitación se abrió con un leve chirrido, y la figura imponente de Angela apareció en el umbral. Llevaba puesto un elegante vestido negro y su cabello estaba perfectamente arreglado, como siempre. Caminó hacia Tory con una mirada severa, sus tacones resonando en el suelo de mármol. Al acercarse, su expresión se volvió aún más crítica.
—¿Qué es esto? —preguntó Angela, deteniéndose frente al espejo donde Tory observaba su propio reflejo. Las criadas se apartaron rápidamente, reconociendo el tono de desaprobación en su voz.
Tory abrió los ojos, mirando a su madre a través del espejo, pero no dijo nada. Sabía lo que venía.
—Mírate —continuó Angela, con los ojos entrecerrados mientras evaluaba a su hija—. Pareces agotada. Esas ojeras... ¿Qué has estado haciendo? No es así como debería verse la futura esposa de Miguel.
Tory apretó los labios, incapaz de evitar el nudo en su garganta. Sabía que no se veía bien, pero escuchar a su madre decirlo, como si fuera una simple falla superficial, la hacía sentir peor.
—No estoy... no estoy durmiendo bien —respondió Tory, con la voz apagada.
Angela chasqueó la lengua, visiblemente molesta por la respuesta.
—¿No durmiendo bien? ¿Es esa tu excusa? —preguntó, su tono mordaz—. Miguel ya se ha dado cuenta, ¿sabes? Me lo ha dicho. Que ya no eres tan bonita como antes. Que has dejado de cuidarte, de entrenar. Y eso no es algo que él o yo podamos permitir.
Tory sintió un pinchazo de dolor en el pecho. Sabía que Miguel jamás había dicho algo así. Si algo sabía con certeza era que Miguel jamás la criticaría de esa manera. Aun así, las palabras de su madre calaban hondo.
—No es cierto —murmuró Tory, mirando a su madre con ojos cansados—. Miguel nunca diría algo así.
Angela sonrió, una sonrisa fría y calculadora.
—Eso es lo que crees. Pero las cosas cambian, Tory. No puedes simplemente confiar en que Miguel siempre estará ahí para ti. Él tiene opciones. Muchas chicas matarían por estar en tu lugar. Y aquí estás tú, quejándote y dejándote caer, como si no supieras la suerte que tienes.
Las palabras de Angela la golpearon como un mazazo. Tory había escuchado variaciones de este discurso a lo largo de su vida, pero hoy, con su agotamiento acumulado, parecía más cruel que nunca. ¿Es que nadie entendía lo que ella estaba pasando? La presión constante de ser la perfecta futura esposa, de cumplir con las expectativas de su madre, de manejar su propia vida mientras todos alrededor decidían por ella... todo estaba empezando a quebrarla.
—Mamá, yo... lo estoy intentando —dijo Tory, su voz temblorosa, pero tratando de sonar firme—. Pero a veces es demasiado. No soy perfecta.
Angela soltó una risa fría.
—Perfecta no, pero podrías intentarlo más. ¿Cuándo fue la última vez que entrenaste? Has estado tan envuelta en tus pequeñas fiestas y peleas estúpidas que te has olvidado de lo que es importante. Este matrimonio es lo que importa, Tory. Esta es tu única oportunidad de asegurarte un futuro estable. Y lo estás arruinando. Eres una niña mimada que no valora nada.
Las palabras de su madre fueron como dagas, y Tory sintió sus ojos llenarse de lágrimas, aunque no dejó que cayeran. Sabía que si mostraba debilidad, solo empeoraría la situación.
—No lo estoy arruinando —replicó Tory en un susurro—. Solo... necesito tiempo.
Angela la miró fijamente, como si estuviera evaluando la respuesta, buscando una señal de rebelión o debilidad.
—Tiempo es lo que no tienes —dijo finalmente—. Este matrimonio se está acercando, y no puedes permitirte flaquear ahora. Así que, más te vale empezar a comportarte como una adulta, porque Miguel no va a esperar eternamente. Y si sigues así, puede que descubra que hay otras mujeres más dignas de su atención.
Tory apretó los puños, tratando de contener la frustración y el dolor que sentía. Sabía que lo que su madre decía no era verdad, al menos no sobre Miguel. Pero esa constante sensación de no ser suficiente, de estar fallando a todos, estaba comenzando a desgastarla.
Angela se inclinó sobre ella, sus ojos fríos y calculadores fijos en los de Tory.
—Tienes una vida que muchas desearían, Tory —dijo con un tono final y cortante—. No lo eches a perder por ser una niña que no sabe apreciar lo que tiene.
Con eso, Angela se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a Tory sola con sus pensamientos y sus sentimientos de insuficiencia. Las criadas volvieron en silencio a sus tareas, como si nada hubiera pasado, pero Tory sentía que el aire en la habitación se había vuelto sofocante.
Unos minutos después
Tory se encontraba frente al espejo, ajustando los detalles de su peinado mientras las criadas terminaban de retocarla. El maquillaje estaba impecable, su vestido perfectamente planchado, pero algo en su interior seguía inquieto. La presión de cumplir con las expectativas, de estar a la altura de lo que su madre siempre esperaba de ella, le causaba un nudo en el estómago. Las criadas, tras hacer su trabajo, se retiraron silenciosamente, dejándola sola en la habitación.
Tory suspiró aliviada, pero no del todo. Estaba agotada, y la noche ni siquiera había comenzado. Se acercó al pequeño joyero sobre su tocador y comenzó a revisar los collares, buscando algo que complementara su vestido. Sin embargo, sus pensamientos estaban en otra parte. La voz de su madre resonaba en su mente: "Miguel se ha dado cuenta de que ya no estás tan linda como antes. Tienes que cuidarte más, Tory. No puedes seguir así."
Esas palabras la habían herido más de lo que estaba dispuesta a admitir. Sabía que había descuidado su alimentación y que el estrés la estaba afectando, pero escuchar que incluso Miguel se había dado cuenta le dolía profundamente. ¿Será verdad? pensó mientras probaba un collar de perlas, intentando convencerse de que todo estaba bien.
Justo en ese momento, la puerta de la habitación se abrió suavemente. Tory levantó la mirada y, para su alivio, vio a Miguel entrar con una botella de agua en una mano y una pequeña ensalada de frutas en la otra. Llevaba una camisa blanca impecablemente planchada, y su expresión era de esa tranquilidad que siempre lograba hacerla sentir un poco más en paz.
—Hola, ¿cómo vas? —preguntó Miguel, acercándose a ella con una sonrisa mientras cerraba la puerta detrás de él.
Tory se giró hacia él y, sin poder evitarlo, sonrió. Su presencia era justo lo que necesitaba. Compañía. Alguien que la entendiera.
—Mejor ahora que estás aquí —respondió Tory con sinceridad. La habitación, que había parecido sofocante hace unos minutos, de repente se sentía más llevadera.
Miguel le dio un beso suave en la mejilla y la abrazó con esa calidez que siempre le brindaba. Se separó de ella solo para ir por una silla y sentarse a su lado frente al espejo. Tory lo observó con curiosidad mientras él colocaba la botella de agua y la ensalada de frutas sobre el tocador.
—Te traje algo para que comas. Sabes que no te estás alimentando bien, Tory. No quiero que te pase nada —dijo Miguel en un tono de suave reproche, pero con un claro trasfondo de preocupación.
Tory miró la ensalada por un momento, sintiéndose un poco culpable. Sabía que Miguel tenía razón; no había estado cuidando su alimentación últimamente, y el estrés constante tampoco ayudaba. Aun así, le costaba aceptar ayuda o incluso reconocer lo mal que se sentía.
—Gracias, Miguel —murmuró, tomando la botella de agua y bebiendo un sorbo. —Sabes que a veces me olvido de estas cosas...
—Por eso estoy aquí —interrumpió Miguel con una sonrisa, señalando la ensalada—. Desde ahora, yo me voy a asegurar de que no te olvides de comer, ¿si?.No puedo dejar que sigas así.
Tory sonrió ligeramente ante el gesto, pero su mente seguía atrapada en las palabras de su madre. ¿De verdad Miguel pensaba que ya no era tan linda? Quería preguntárselo, pero al mismo tiempo, el miedo a la respuesta la paralizaba. Finalmente, se decidió.
—Miguel... —dijo con un tono algo vacilante, mirando su reflejo en el espejo en lugar de a él—. Mi madre me dijo algo...me dijo que tú te habías dado cuenta de que ya no me veo tan... linda como antes.
Miguel frunció el ceño al escuchar aquello, sorprendido y algo molesto. Se levantó ligeramente de la silla, acercándose más a ella, y tomó su mano con firmeza.
—Tory, eso no es cierto —respondió con convicción, mirándola directamente a los ojos—. No sé por qué tu madre te diría algo así, pero para mí siempre has sido hermosa. No solo lo digo por cómo te ves, sino por todo lo que eres.
Tory lo miró, sorprendida por la intensidad en su voz. No esperaba una respuesta tan clara, tan segura. Las palabras de Miguel resonaron en ella con una calidez que no había sentido en mucho tiempo.
—Gracias —murmuró, sintiendo que una pequeña parte del peso que cargaba en sus hombros se aliviaba.
Miguel, notando que Tory estaba viendo qué collar ponerse, sonrió ligeramente y se inclinó hacia su saco, sacando una pequeña caja de terciopelo negro. La sostuvo frente a ella, con una sonrisa cómplice.
—Antes de que elijas, quería darte esto —dijo, extendiéndole la caja.
Tory lo miró con curiosidad antes de tomar la caja entre sus manos. La abrió con cuidado, y sus ojos se agrandaron al ver el contenido. Un delicado collar de diamantes brillaba bajo la luz tenue de la habitación, perfectamente elegante y sencillo, justo lo que necesitaba para complementar su vestido.
—Miguel... es precioso —susurró Tory, pasmada. Sus dedos recorrieron las pequeñas piedras, impresionada por el detalle y el buen gusto.
—Me alegra que te guste —respondió Miguel, sonriendo al ver su reacción—. Pensé que te quedaría perfecto para esta noche.
Tory se levantó de su asiento y se giró hacia el espejo, colocándose el collar con cuidado. Miguel se acercó y la ayudó a cerrarlo, sus manos rozando suavemente su cuello mientras lo hacía. Tory sintió un pequeño escalofrío recorrerle la espalda, pero no era de frío, sino de la sensación de estar cuidada, de ser vista.
—Es perfecto —dijo finalmente, admirando cómo el collar complementaba su vestido y su maquillaje—. Gracias, Miguel. De verdad.
—Para eso estoy aquí, ¿no? —respondió él, con una sonrisa suave—. Para asegurarme de que siempre estés hermosa.
Tory lo miró a través del espejo, y en ese momento, se dio cuenta de cuánto significaba para ella tenerlo a su lado. Aunque la presión y las expectativas seguían ahí, con Miguel, todo parecía un poco más manejable.
—Bueno, creo que estamos listos para la fiesta, ¿no? —dijo Miguel, tomando su mano nuevamente—. Vamos a deslumbrar esta noche.
Tory asintió, y juntos salieron de la habitación, listos para enfrentar la noche y las miradas que inevitablemente los seguirían. Pero esta vez, ella se sentía más fuerte, más segura, sabiendo que no estaba sola.
Tory y Miguel caminaron juntos hacia el evento, donde las luces brillaban y las conversaciones llenaban el aire. Las puertas se abrieron para revelar un lujoso salón decorado con detalles elegantes y refinados, donde las familias más importantes ya estaban congregadas. Entre ellos, Sam y Robby se encontraban en una esquina, compartiendo una conversación, pero el ambiente entre ambos parecía algo tenso.
Cuando Tory y Miguel se acercaron, ambos sonrieron cordialmente.
—Hola, chicos —saludó Tory con una sonrisa, tratando de mantener la conversación ligera.
—Hola —respondió Sam, pero su tono revelaba un matiz de incomodidad. Aun así, se esforzó en mostrar una fachada amigable.
Miguel saludó a Robby con un leve asentimiento, aunque el aire entre ellos seguía siendo denso por la historia compartida y las tensiones no resueltas.
Daniel Larusso, siempre atento a las apariencias y deseoso de crear la imagen perfecta de una familia feliz y unida, se acercó con una sonrisa animada.
—¡Vamos, chicos! ¿Qué tal una foto juntos? Será genial para el recuerdo —dijo, mientras los reunía a todos para la foto.
Los cuatro jóvenes, aunque con una mezcla de sentimientos, posaron para la cámara. Tory, junto a Miguel, y Sam, un poco más alejada, con Robby a su lado. La foto fue rápida, pero la incomodidad entre ellos quedó grabada en ese breve momento.
Después de la foto, Tory se acercó más a Robby, y ambos comenzaron a hablar mientras el resto seguía con sus cosas. Robby, con su usual carisma, observó a Tory de arriba abajo y no pudo evitar sonreír, admirando cómo se veía esa noche.
—Estas preciosa —dijo, su tono algo más suave de lo usual, notando el esfuerzo que había puesto en arreglarse.
Tory, sintiendo un calor reconfortante ante el halago, le devolvió la sonrisa y miró su traje, que complementaba perfectamente su figura.
—Gracias, Robby. También te ves increíble. Tenes un gusto impecable para los trajes —respondió, cruzando los brazos y mirándolo con aprecio.
Ambos intercambiaron risas ligeras, y el ambiente entre ellos se sentía sorprendentemente relajado. El bullicio de la fiesta se desvanecía mientras Robby y Tory mantenían su conversación, cada vez más inmersos en su pequeño mundo, lejos de las tensiones que rodeaban al resto.
—¿Queres salir un rato al jardín? —preguntó Robby de repente, como si adivinara que Tory también necesitaba un descanso del ajetreo del evento.
Tory asintió, agradecida por la propuesta. Caminaron juntos hacia la salida, dejando atrás la música y las luces del salón. Al llegar al jardín, el aire fresco los envolvió y la tranquilidad del lugar les ofreció un respiro.
El jardín estaba iluminado tenuemente por faroles colgantes, y el suave murmullo del viento entre las hojas les ofrecía una paz que no habían sentido en toda la noche. Robby se detuvo cerca de una fuente, observando el agua reflejar las luces tenues, mientras Tory lo seguía, disfrutando de la calma.
—¿No sentis a veces... como si todo esto fuera demasiado? —preguntó Tory, rompiendo el silencio. Había algo en el ambiente del jardín que la hacía sentir lo suficientemente cómoda como para ser honesta.
Robby la miró por un momento, considerando sus palabras antes de responder.
—Todo el tiempo —admitió con una sonrisa ladeada—. Pero en momentos como este, prefiero pensar que es solo una parte del juego. A veces solo tienes que encontrar la manera de sobrevivirlo.
Tory lo miró con más atención, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, alguien entendía exactamente cómo se sentía.
—Supongo que tienes razón —respondió, devolviéndole la sonrisa, aunque un poco más melancólica—. Sobrevivir parece ser lo que mejor sabemos hacer, ¿no?.
Robby asintió, acercándose un poco más a ella. Había una conexión entre ellos que iba más allá de las palabras, un entendimiento silencioso que hacía que los demás se desvanecieran a su alrededor.
—Siempre has sido buena en eso, Tory. Y no solo en sobrevivir, sino en hacerlo con estilo —dijo, su tono más suave de lo habitual, como si quisiera que ella entendiera la importancia de lo que decía.
Tory lo miró sorprendida, pero al mismo tiempo agradecida por sus palabras. No importaba lo que los demás dijeran o pensaran de ella en ese momento. En ese pequeño rincón del jardín, con Robby a su lado, todo parecía más simple, más claro.
—Gracias, Robby —dijo en voz baja, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, no necesitaba impresionar a nadie.
En el jardín, la conversación entre Tory y Robby se fue apagando lentamente, dejando espacio para un silencio cómodo que los envolvía. La calma de la noche, el suave murmullo del agua en la fuente cercana, y la tenue luz de los faroles creaban una atmósfera casi irreal, como si por un momento el mundo exterior dejara de existir.
Tory, sintiendo el alivio de estar lejos de las expectativas de la fiesta, se dejó caer suavemente sobre el hombro de Robby, quien no dudó en rodearla con un brazo, tomándola por la cintura. Era un gesto casi automático, pero cargado de intimidad, como si ambos se entendieran sin necesidad de palabras. El contacto de sus cuerpos era cálido, reconfortante, y Tory sintió cómo el nudo en su estómago se aflojaba por primera vez en toda la noche.
Robby, por su parte, observaba el jardín con una ligera sonrisa, pero su atención estaba centrada en Tory. De vez en cuando, la miraba de reojo, como si quisiera memorizar cada detalle de ese momento. Ella, con su cabeza apoyada en su hombro, parecía más tranquila de lo que la había visto en semanas. Era como si, en ese pequeño rincón del mundo, ella pudiera dejar de lado las máscaras y simplemente ser.
Sin embargo, algo en la manera en que Tory estaba tan cerca de él lo hizo sentir una oleada de emociones que no esperaba. Lentamente, ella levantó la mirada, sus ojos encontrándose con los de él. Durante unos segundos, todo lo demás desapareció. La tensión entre ellos era palpable, como si ese pequeño espacio entre sus labios no fuera más que una ilusión que se desvanecía con cada segundo que pasaba.
Ambos se quedaron quietos, sin decir una palabra. La mirada de Robby descendió hacia los labios de la rubia, y por un momento, parecía que se iban a besar. Había algo inevitable en la forma en que sus rostros se acercaban lentamente, una tensión que los rodeaba, haciendo que el aire se sintiera más denso, más pesado.
Pero justo cuando estaban a punto de cruzar esa línea, una voz irrumpió en la tranquilidad del jardín.
—¡Eh, chicos! —Sam apareció de la nada, rompiendo la burbuja de intimidad con su habitual energía. Se acercó rápidamente, sin darse cuenta del momento que acababa de interrumpir—. La madre de Miguel quiere una foto de los cuatro. Está esperando adentro.
Robby y Tory se separaron al instante, como si el hechizo se hubiera roto. Tory se enderezó en su lugar, su rostro ligeramente sonrojado, mientras Robby desviaba la mirada hacia la fuente, intentando ocultar su frustración por la interrupción.
—Claro... —respondió Tory, recuperando la compostura rápidamente, aunque su corazón seguía latiendo con fuerza.
Robby, sin decir nada, se levantó primero, tendiéndole una mano a Tory para ayudarla a ponerse de pie. Ella la aceptó, pero el contacto entre ambos ya no era el mismo. La magia del momento se había desvanecido, aunque las emociones seguían flotando en el aire, no resueltas.
Sam, ajena a la tensión que había interrumpido, los guió de regreso al salón. Mientras caminaban hacia el interior, Robby y Tory intercambiaron una última mirada rápida, una mezcla de complicidad y frustración, sabiendo que habían estado a punto de cruzar una línea que ninguno de los dos estaba seguro de poder deshacer.
Al entrar en el salón, la luz brillante y el bullicio de la fiesta los recibió de nuevo. Miguel ya estaba esperando junto a su madre, Carmen, quien les sonrió con entusiasmo al verlos llegar.
—¡Finalmente! Vamos, necesito una foto de los cuatro juntos —dijo Carmen, señalando al fotógrafo que esperaba pacientemente a un lado.
Los cuatro se reunieron, posando de nuevo para la cámara, pero la atmósfera era completamente diferente. Tory, aún procesando lo que había sucedido en el jardín, se colocó al lado de Miguel, mientras Sam se ubicaba junto a Robby. La sonrisa de Sam era brillante, pero Robby apenas podía mantener la suya.
Después de la foto, Carmen les agradeció con una sonrisa cálida, mientras Miguel los observaba a todos con una leve curiosidad, como si notara que algo había cambiado en el aire entre Tory y Robby.
—Bueno, la noche todavía es joven —dijo Miguel, tratando de aliviar la tensión—. ¿Qué tal si volvemos a la pista de baile?
Tory asintió, aunque su mente seguía en el jardín, en el momento que casi compartió con Robby. Sabía que la noche aún no había terminado, y que lo que había pasado entre ellos todavía estaba lejos de resolverse.
Después de la foto, la fiesta continuó con risas y música, pero Tory no podía dejar de pensar en lo que había sucedido en el jardín. Aunque intentaba disfrutar el resto de la noche, había algo que la mantenía distraída. Finalmente, cuando el evento estaba por terminar, decidió ir a buscar su abrigo a la ropería. Caminó por el pasillo en silencio, disfrutando de la tranquilidad que el bullicio de la fiesta había dejado atrás.
Mientras esperaba que la encargada encontrara su abrigo, escuchó unos pasos detrás de ella. Se giró y vio a Robby, acercándose con una sonrisa juguetona en el rostro. No habían hablado desde el momento en el jardín, y la tensión entre ambos seguía presente, aunque ambos lo habían evitado durante toda la noche.
—¿Estás escapando? —preguntó Robby con tono de broma, apoyándose contra la pared, claramente relajado.
Tory sonrió de manera tensa, pero no respondió de inmediato. Aún estaba procesando lo cerca que habían estado de cruzar una línea que cambiaría todo. Robby pareció notar su incomodidad y suspiró, rascándose la nuca mientras la miraba.
—Sobre lo que pasó antes... —comenzó, pero Tory levantó una mano para interrumpirlo.
—No es necesario, Robby —dijo rápidamente, casi como si quisiera borrar el momento—. No hace falta que te disculpes.
Robby la observó por un segundo, y luego dejó escapar una pequeña risa. Tory lo miró con sorpresa, no entendiendo qué encontraba tan gracioso.
—¿Qué? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Sos increíble, Tory —dijo él, sacudiendo la cabeza con una sonrisa divertida—. Estás evitando el tema como si no hubiera pasado nada.
Tory sintió un ligero calor subir a sus mejillas. Estaba acostumbrada a controlar las situaciones, a evitar las confrontaciones incómodas, pero Robby parecía ver a través de ella, lo que la incomodaba aún más.
—No lo estoy evitando, solo... —comenzó, pero Robby no la dejó terminar.
Se acercó a ella con pasos lentos, reduciendo la distancia entre ambos de manera deliberada. Tory sintió cómo su respiración se aceleraba ligeramente, pero no se movió. Cuando Robby estuvo lo suficientemente cerca, inclinó su rostro hacia el de ella, sus labios rozando apenas la comisura de los suyos. Era un beso que no llegaba a ser completo, pero lo suficientemente íntimo como para hacer que el estómago de Tory diera un vuelco.
—Te quiero más que nunca... —susurró Robby, su voz baja y cargada de una intensidad que Tory no había anticipado.
Y, con eso, se alejó, dejándola de pie, completamente anonadada.
Tory lo observó mientras se alejaba, aún sintiendo el fantasma del beso en su piel. Quería decir algo, detenerlo, hacer cualquier cosa, pero no podía moverse. Su mente seguía atascada en ese momento, en las palabras que él le había dicho.
Finalmente, la encargada regresó con su abrigo, pero Tory apenas se dio cuenta. Estaba atrapada en un torbellino de emociones, incapaz de procesar lo que acababa de suceder.
Robby se había ido, pero el impacto de sus palabras y su cercanía seguían reverberando en su mente, haciéndola dudar de todo lo que creía que sabía sobre su relación con él. La noche había terminado, pero algo nuevo había comenzado entre ellos, algo que no podría ignorar por mucho más tiempo.
Tory se despidió de Sam rápidamente, tratando de no cruzar demasiado la mirada con ella. A pesar de su tensa relación, Tory sentía una especie de obligación social en hacer esa despedida cortés. Los padres de Sam, que siempre parecían observar cada movimiento de su hija con un aire de juicio implícito, también recibieron una rápida inclinación de cabeza de parte de Tory. Angela, como siempre, estaba ocupada conversando con Carmen, pero ambas mujeres se tomaron un momento para desearle buenas noches, dándole las típicas recomendaciones y recordándole lo importante que eran estos eventos para su futuro.
—Recuerda lo que hablamos, Tory. Todo esto es por tu bien —le dijo Angela con su tono controlado, pero frío, al despedirse.
Tory asintió con una sonrisa forzada, ocultando el nudo que tenía en el estómago desde el incidente con Robby. Sentía que todo a su alrededor era una gran actuación, y a veces no estaba segura de cuánto tiempo más podría mantener el papel.
Cuando finalmente salió del salón, vio a Miguel esperándola en la puerta, luciendo relajado con las manos en los bolsillos y una sonrisa tranquila en su rostro. La sensación de verlo así, tan despreocupado, la hizo sentir un poco más ligera. A su lado, todo parecía más fácil, como si su presencia disipara parte de la presión que la rodeaba constantemente.
—¿Lista para irnos? —preguntó Miguel mientras se acercaba a ella.
—Sí, totalmente —respondió Tory, esforzándose por dejar atrás el torbellino de emociones que la había dejado Robby.
Miguel abrió la puerta del coche para ella, como lo hacía siempre, con ese toque caballeroso que su madre seguramente le había inculcado. Una vez que ambos estuvieron dentro del auto, Miguel arrancó y la música suave del estéreo llenó el silencio entre ellos.
—¿Cómo estuvo tu noche? —preguntó Miguel, lanzando una mirada rápida hacia ella mientras conducía. Era una pregunta casual, pero Tory sintió una punzada de culpa al escucharla.
Sabía que no podía contarle sobre el casi beso con Robby. Miguel confiaba en ella, y aunque su relación siempre había sido más una alianza forzada por sus padres que un romance genuino, había algo de afecto real entre ellos, algo que Tory no quería poner en peligro.
—Bien, estuvo... bien —respondió Tory, usando un tono neutral, como si realmente no hubiera pasado nada relevante esa noche—.Vos sabes, lo de siempre. Conversaciones, bailes y todo eso.
Miguel asintió, aparentemente satisfecho con su respuesta, y dejó que la conversación muriera mientras seguían conduciendo en silencio. Tory, por su parte, miraba por la ventana, perdida en sus pensamientos.
A medida que las luces de la ciudad pasaban, Tory intentaba sacudirse de encima lo que había sucedido con Robby. El casi beso no era solo un momento físico; había algo más profundo detrás de eso. Las palabras que Robby le había susurrado aún resonaban en su cabeza: "Te quiero más que nunca". No podía ignorar lo que sentía, y aunque había tratado de mantener una relación puramente amistosa con él, la línea se había vuelto borrosa esa noche.
Pero también estaba Miguel, el amigo que siempre había estado a su lado, ofreciéndole estabilidad y apoyo. Aunque su relación con él no estaba basada en el amor romántico, había una especie de lealtad entre ellos, algo que Tory no quería traicionar.
Cuando finalmente llegaron a la casa que Carmen y Angela les habían regalado, Miguel apagó el motor y ambos se bajaron del auto. La noche estaba tranquila, y el aire fresco les daba un respiro después de la fiesta. Entraron juntos a la casa, donde todo parecía en orden, como siempre. Aunque compartían el espacio, ambos sabían que su relación era más una convivencia que una verdadera unión amorosa.
Miguel se acercó a ella mientras dejaba sus cosas en la entrada y la miró con esa sonrisa suave que siempre parecía tener cuando estaba cerca de ella.
—Si algo te molestó esta noche, ya sabes que puedes contarme, ¿verdad? —dijo Miguel, con esa calma que lo caracterizaba, aunque había un leve atisbo de curiosidad en su voz.
Tory lo miró por un momento, sabiendo que él podía notar si le mentía. Pero en ese momento, no se sentía preparada para contarle lo que había pasado con Robby.
—Estoy bien, de verdad —respondió, forzando una sonrisa—. Solo ha sido una noche larga, y creo que necesito dormir un poco.
Miguel asintió, aunque no parecía del todo convencido, pero no presionó más. Le dio un suave toque en el hombro antes de despedirse para ir a su habitación, dándole el espacio que claramente ella necesitaba.
—Descansa, Tory. Mañana será un buen día—dijo con una sonrisa cálida antes de desaparecer en el pasillo.
Tory suspiró, quitándose los tacones y dirigiéndose a su propio cuarto. Se dejó caer en la cama, sin siquiera cambiarse de ropa, y miró el techo, pensando en todo lo que había pasado esa noche.
Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar lo que sentía por Robby, y cómo eso complicaba todo, especialmente con Miguel en su vida. Pero por ahora, solo podía cerrar los ojos e intentar apagar el torbellino de pensamientos que la abrumaba.
Al día siguiente, todo podría ser más claro, o al menos, eso esperaba.
Con Robby
Robby había salido del evento sintiéndose más ligero de lo que lo había hecho en mucho tiempo. La cercanía con Tory, las risas compartidas y la conexión que habían sentido lo mantenían de buen humor mientras conducía en busca de una estación de servicio. El evento había estado lleno de rostros conocidos, pero la comida, como siempre, había sido insatisfactoria para él. Nunca le había gustado ese tipo de catering sofisticado, y ahora, después de horas de charla y bailes, su estómago rugía.
Al llegar a la estación de servicio, Robby aparcó su coche y entró sin pensarlo mucho. Tomó un sándwich de carne, una botella de Coca-Cola y unos dulces, lo justo para calmar el hambre que sentía. Mientras esperaba en la fila para pagar, sus pensamientos seguían en Tory. Había algo diferente en ella esa noche, algo que lo tenía encantado. Recordó el momento en que la había cubierto con su saco y cómo ella le había sonreído de una manera que lo había desarmado. No podía dejar de pensar en lo cerca que habían estado de besarse en el patio.
Justo cuando iba a pagar, sintió que alguien entraba a la tienda. Se giró ligeramente y su humor cambió en un instante. Eli y Moon, entre risas y con una cercanía evidente, acababan de entrar, completamente ajenos a su presencia. Verlos juntos lo incomodó de inmediato. Robby nunca había aceptado bien la relación entre ellos. Moon había sido parte de su vida de una forma muy distinta, y aunque sabía que no tenía derecho a reclamar nada, aún le costaba asimilar cómo Moon había dejado a Yasmine para estar con Eli.
Robby intentó mantener la calma, pero sus pensamientos se agolparon. A pesar del buen humor en el que había estado, ver a Eli lo hacía revivir su resentimiento. No podía evitar sentir una tensión palpable cada vez que lo veía, sobre todo después de los enfrentamientos pasados. Eli, como siempre, había sido un competidor, alguien que no le caía bien, y Robby tampoco lo ocultaba.
Eli fue el primero en notar a Robby. Su sonrisa desapareció por un momento, y sus ojos lo escanearon con cautela, esperando tal vez otro intercambio mordaz, como los que habían tenido en ocasiones anteriores. Moon también lo vio, y aunque no dijo nada, su mirada pasó rápidamente de Robby a Eli, consciente de la tensión que existía entre ellos.
Robby, sin embargo, estaba en un estado diferente. Respiró hondo, dejó el dinero en el mostrador sin intercambiar palabra con el cajero, y tomó su sándwich y su Coca-Cola. No tenía ganas de una confrontación, no esa noche. Algo en él había cambiado después de estar con Tory. No quería arruinar ese buen momento con otra pelea inútil. Así que, con una calma sorprendente, recogió sus cosas, lanzó una última mirada de desdén hacia Eli y salió de la tienda sin decir una palabra.
Eli lo siguió con la mirada, claramente sorprendido por la falta de provocación. Moon, por su parte, parecía aliviada de que Robby no hubiera hecho una escena, aunque sentía la incomodidad en el aire. Cuando Robby salió y se subió a su coche, Eli dejó escapar un suspiro, aliviado de que el enfrentamiento que había anticipado no hubiera ocurrido. No obstante, ambos sabían que la tensión entre ellos seguía allí, como una bomba de tiempo, esperando el momento adecuado para explotar.
Robby, ya en su coche, arrancó el motor y se dirigió a casa, mordiendo el sándwich con fuerza, tratando de sacarse de la cabeza lo que acababa de pasar. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar a Eli, pero esa noche, decidió dejarlo ir. Todo lo que importaba en ese momento era la sensación que aún quedaba en su mente: la sonrisa de Tory, su cercanía, y el casi beso que todavía lo hacía sentir como si el mundo hubiera cambiado un poco a su favor.
Con el estómago más tranquilo y sus pensamientos aún girando en torno a ella, Robby siguió conduciendo, sin saber que esa misma sensación pronto lo llevaría a enfrentarse a nuevas decisiones y a conflictos mucho más complejos de lo que jamás habría imaginado.
En otro lado de la ciudad
Yasmine estaba tumbada en su cama, su cuerpo casi inmóvil entre las sábanas de seda. La tenue luz de la lámpara a un lado de la habitación apenas iluminaba su rostro, que se veía desmejorado y cansado. Sus ojos, hinchados por el llanto, apenas podían enfocarse en el techo mientras su mente se perdía en un torbellino de pensamientos oscuros. La música suave que había puesto hacía horas ya no tenía efecto alguno, y el vacío que sentía en el pecho parecía imposible de llenar.
En la mesa de noche había restos de lo que había consumido más temprano. Las líneas de polvo que una vez habían estado perfectamente alineadas ahora eran solo rastros, migajas que representaban su intento de escapar, de sentirse bien, aunque fuera solo por unos minutos. Había vuelto a esa vida, una que se había prometido dejar atrás. Después de la red party, el dolor se había vuelto insoportable, y aunque sabía que estaba perdiendo el control, no podía detenerse. No entendía por qué nada de lo que hacía parecía ser suficiente para que Moon la quisiera de vuelta.
"Lo tengo todo", pensó con amargura. Y era cierto. Yasmine siempre había sido la chica más popular, la que tenía todo lo que quería a su disposición: el dinero, la belleza, las fiestas, los amigos, todo. Sin embargo, lo único que realmente anhelaba, lo único que le importaba, se le escapaba entre los dedos. Moon. El nombre se repetía en su cabeza como una especie de mantra doloroso, un recordatorio constante de su fracaso.
Desde la fiesta, Moon había dejado de buscarla. Ya no la miraba con esos ojos que antes la hacían sentir especial. Verla en los pasillos, riendo y hablando con Eli, era como una daga en su corazón. Cada vez que las veía juntas, el agujero en su pecho se hacía más grande. Era como si Yasmine no existiera, como si todo lo que había compartido con Moon no tuviera valor. Para el resto del mundo, Yasmine seguía siendo la chica perfecta, la que lo tenía todo bajo control. Pero en su interior, se sentía como si estuviera cayendo en un pozo sin fondo, y lo peor era que no sabía cómo detener la caída.
Se llevó una mano al rostro, limpiando las lágrimas que empezaban a rodar de nuevo por sus mejillas. No había comido nada en todo el día, pero eso era lo último que le importaba. La única sensación que podía calmar su mente en esos momentos era el entumecimiento que le proporcionaban las drogas. Y aunque sabía que estaba autodestruyéndose, aunque sabía que estaba en el borde de algo peligroso, no podía detenerse. La necesidad de escapar, de apagar el dolor, era demasiado fuerte.
—¿Qué hice mal? —susurró al vacío, su voz apenas audible, como si esperara que el silencio le respondiera.
El teléfono vibró al otro lado de la cama, sacándola momentáneamente de su espiral de pensamientos. Estiró el brazo y lo tomó con pereza, esperando ver algún mensaje de Moon. Pero, como siempre, no había nada de ella. Solo mensajes de amigos, de conocidos que no entendían lo que estaba pasando. Lo dejó caer sobre la cama sin contestar.
Se giró hacia un lado, abrazando una almohada, como si eso pudiera darle algún consuelo. Pero todo seguía igual. El vacío, el dolor, la sensación de que no importaba cuánto lo intentara, nunca sería suficiente. Nunca sería lo que Moon quería. Y eso la consumía, la destrozaba por dentro.
Yasmine cerró los ojos, deseando poder quedarse dormida y no sentir nada más. Pero incluso el sueño era difícil de alcanzar últimamente. Lo único que le quedaba eran los recuerdos de lo que había tenido con Moon, recuerdos que la atormentaban porque sabía que no podía recuperarlos. A veces pensaba en lo irónico que era: todo lo que siempre había deseado estaba ahí, justo frente a ella, excepto lo único que realmente importaba.
El zumbido de la música se apagó cuando Yasmine se sumió en el silencio de la noche, envuelta en su propia soledad. El mundo exterior seguía girando, la vida seguía su curso, pero para ella, todo parecía haberse detenido. Mientras las lágrimas se deslizaban silenciosamente por su rostro, se dio cuenta de que, por más que tuviera todo lo que alguna vez había querido, la única persona que de verdad importaba estaba fuera de su alcance. Y eso, más que cualquier otra cosa, era lo que la estaba destrozando.
Así terminó la noche, con Yasmine perdida en su propio dolor, esperando que el amanecer le trajera alguna respuesta, algún alivio que pudiera hacer desaparecer la sombra de lo que había perdido. Pero en lo profundo de su corazón, sabía que ese día quizás nunca llegaría.
Lunes 09:42 a.m
Al día siguiente, el ambiente en la secundaria estaba envuelto en esa mezcla familiar de risas, conversaciones y ruido de taquillas que se cerraban de golpe. Las clases ya habían comenzado, pero los pasillos seguían llenos de estudiantes, unos apurándose hacia sus asignaturas y otros aprovechando cualquier oportunidad para prolongar los momentos entre clase y clase.
Miguel y Robby caminaban juntos por el pasillo principal, manteniendo una conversación ligera sobre el partido de fútbol del día anterior. Aunque los dos habían tenido muchos conflictos en el pasado, últimamente habían llegado a un entendimiento tácito. Se toleraban en el mismo espacio social, pero la tensión entre ellos seguía latente, siempre lista para resurgir en cualquier momento.
—¿Vas a ir al evento de caridad de los Larusso el sábado? —preguntó Robby, mientras esquivaba a un grupo de estudiantes que casi los chocan al correr apresurados hacia la cafetería.
Miguel se encogió de hombros, lanzándole una mirada rápida a Robby.
—Supongo que sí —respondió con un aire despreocupado—. Tory quiere ir, y a mí no me importa mucho, la verdad. Aunque no sé que tan divertido puede ser estar rodeado de esas personas toda la noche.
Robby asintió, sin mostrarse demasiado interesado en el tema. Él tampoco tenía muchas ganas de ir, pero sabía que, tarde o temprano, Yasmine y Sam lo presionarían para que lo hiciera. Eran las reinas de insistir hasta lograr lo que querían.
Por otro lado, en una esquina del pasillo, Tory, Sam y Yasmine hablaban de manera más superficial, discutiendo sobre temas mucho menos trascendentales. La conversación giraba en torno a la fiesta de la noche anterior, sobre quién había llevado el mejor vestido y, por supuesto, sobre los exámenes que se avecinaban. De repente, Sam miró a Yasmine con una ligera sonrisa de curiosidad.
—¿Y vos? —preguntó Sam, rompiendo la monotonía de la conversación—. ¿Por qué no viniste al evento de anoche? Pensé que te unirías a nosotros, como siempre.
Yasmine, que hasta entonces había estado sonriendo con esa característica confianza suya, de repente mostró una expresión algo más tensa, aunque trató de disimularla rápidamente.
—Tenía... otro compromiso —dijo con voz firme, aunque era evidente que no quería profundizar en el asunto—. No era nada importante.
Tory y Sam intercambiaron una mirada fugaz. Ambas sabían que algo en esa respuesta no cuadraba. Yasmine rara vez faltaba a esos eventos, especialmente cuando todos sus amigos estaban allí. Pero ninguna de las dos quiso insistir. Sabían que Yasmine era buena para esconder sus problemas y preferían no empujarla a hablar si no estaba lista.
Justo en ese momento, un silencio incómodo cayó sobre las tres cuando, al final del pasillo, apareció Moon, caminando con paso ligero de la mano de Eli. La pareja, absorta en su propia conversación, sonreía y reía como si el mundo a su alrededor no existiera. Moon, con su energía despreocupada, se veía especialmente radiante, y Eli no podía quitarle los ojos de encima. La conexión entre ambos era evidente.
Yasmine los vio primero. Su sonrisa se congeló, y su mirada, normalmente llena de confianza, se volvió distante. Sus ojos se clavaron en la pareja, y por un momento, parecía como si todo a su alrededor se hubiera detenido. Sam y Tory se dieron cuenta de inmediato del cambio en la actitud de Yasmine. Su expresión había cambiado radicalmente, y su mirada ahora estaba llena de una tristeza que raramente dejaba ver. El peso emocional era palpable.
—¿Estás bien, Yas? —preguntó Sam en voz baja, notando la incomodidad creciente de su amiga.
Yasmine asintió, sin decir una palabra, pero tanto Sam como Tory sabían que eso no era cierto. La tensión en su cuerpo, la forma en que sus ojos seguían fijos en Moon y Eli, todo indicaba lo contrario. Sam, incapaz de dejar a su amiga sola en ese momento, dio un paso hacia Yasmine y tomó su mano con suavidad, ofreciéndole un apoyo silencioso.
—No tienes que fingir con nosotras —dijo Tory, mirándola con empatía—. Sabemos que esto te afecta, y está bien.
Yasmine, quien normalmente mantenía una fachada de perfección, comenzó a desmoronarse ante ellas. Sus ojos, que habían estado conteniendo las lágrimas, finalmente comenzaron a llenarse, y antes de que pudiera detenerlo, las lágrimas comenzaron a correr por su rostro. Sam y Tory, sorprendidas por verla tan vulnerable, se quedaron en silencio, sosteniéndola de cada lado mientras Yasmine luchaba por recuperar el control de sus emociones.
—No lo entiendo —susurró Yasmine, con la voz quebrada—. ¿Cómo puede estar tan feliz con él? Después de todo lo que nos pasó...
Sam la miró con tristeza, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para consolarla. Yasmine siempre había sido la chica fuerte, la que no se dejaba afectar por nada ni por nadie. Verla así, rota y vulnerable, era algo que ni Sam ni Tory habían presenciado antes.
—No tienes que enfrentarlo sola —dijo Tory, manteniendo su voz suave—. Estamos contigo Yas, y lo estaremos siempre.
Yasmine asintió, aunque las lágrimas seguían cayendo. El simple gesto de apoyo de sus amigas le ofrecía un pequeño respiro en medio del dolor que sentía. Aunque sabía que el tiempo no haría desaparecer el sufrimiento, por lo menos, en ese momento, no tenía que lidiar con ello sola.
Las tres permanecieron allí, en silencio, mientras los estudiantes seguían moviéndose a su alrededor, ajenos a la pequeña escena de dolor que se desarrollaba en ese rincón del pasillo. Aunque el mundo seguía girando, para Yasmine, ese momento significaba algo importante: por primera vez en mucho tiempo, se permitió ser vulnerable, y aunque doliera, estaba agradecida de no tener que pasar por ello completamente sola.
Yasmine, con los ojos aún húmedos, sonrió con gratitud hacia Sam y Tory antes de tomar aire profundamente.
—Gracias por estar aquí —dijo con una voz suave, algo rota por la emoción. Sam le dio un pequeño apretón de mano, y Tory, siempre más práctica, simplemente asintió con una sonrisa comprensiva.
—No tienes que agradecer nada —dijo Sam, intentando suavizar el ambiente—. Sabes que siempre estaremos aquí.
Yasmine esbozó una sonrisa débil, pero auténtica. Sin embargo, su necesidad de mantener la compostura volvió rápidamente, como un escudo que sabía que necesitaba volver a levantar. Se disculpó, pretextando que necesitaba ir al baño para arreglarse.
—Voy a refrescarme un poco —dijo, intentando sonar despreocupada mientras se alejaba de sus amigas y se dirigía hacia los baños del pasillo.
Lo que Yasmine no sabía era que, desde la distancia, Moon la había estado observando todo el tiempo. Había notado las lágrimas en sus ojos, esa vulnerabilidad que tan raramente mostraba. Sin decir nada, Moon le dio un pequeño apretón en la mano a Eli, indicándole que después lo buscaría. Eli la miró con una mezcla de confusión y aceptación, comprendiendo que algo más estaba sucediendo en ese momento.
Moon salió tras Yasmine, moviéndose con sigilo para no llamar la atención de su ex amiga. Sabía que no sería fácil enfrentarla, pero algo en su interior le decía que no podía simplemente dejarla en ese estado.
Cuando Yasmine llegó al baño, se apoyó en el lavabo, dejando escapar un largo suspiro. Se miró en el espejo, viendo los rastros de sus lágrimas aún visibles en su piel. Frustrada consigo misma por haber mostrado esa debilidad, comenzó a lavarse la cara con agua fría, intentando borrar cualquier señal de sus emociones.
Justo cuando se levantaba para secarse el rostro, notó una figura reflejada en el espejo. Sus ojos se encontraron con los de Moon, quien estaba parada a unos metros detrás de ella, observándola en silencio.
Yasmine se quedó congelada por un instante, claramente sorprendida. Inmediatamente, su fachada habitual volvió a levantarse, como un escudo que ya conocía demasiado bien. Se enderezó, levantando la barbilla y mostrando esa actitud fuerte y distante.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Yasmine con frialdad, su voz ya recuperando su tono habitual, como si el momento de vulnerabilidad de antes nunca hubiera ocurrido.
Moon la miró con esa mezcla de compasión y tristeza que solo ella podía proyectar.
—Te vi salir corriendo... y me preocupé —respondió Moon con suavidad, dando un paso adelante, pero manteniendo una distancia respetuosa—. No quería que estuvieras sola.
Yasmine soltó una breve risa, pero era dura, cargada de cinismo.
—¿Preocupada por mí? —repitió con incredulidad—. No necesito tu compasión, Moon. Estoy perfectamente bien.
Moon no se dejó intimidar por la dureza en las palabras de Yasmine. Sabía que detrás de esa fachada, había alguien que estaba sufriendo. Dio otro paso adelante, más cerca ahora, pero manteniendo su mirada fija en la de Yasmine.
—Sé que eres fuerte, Yasmine, siempre lo has sido —dijo Moon, su voz calmada—. Pero ser fuerte no significa que tengas que cargar con todo sola. No tienes que seguir pretendiendo.
Yasmine apretó los labios, sus manos temblaban ligeramente mientras se apoyaba en el borde del lavabo. Durante un largo momento, las dos se quedaron en silencio, mirándose la una a la otra, como si el tiempo hubiera dejado de avanzar en ese pequeño espacio.
Finalmente, Yasmine desvió la mirada, incapaz de mantener el contacto visual con Moon por más tiempo. El peso de sus palabras, y de sus propias emociones, era demasiado.
—¿Por qué te importa? —murmuró Yasmine, su voz apenas audible—. Después de todo lo que pasó... ¿por qué sigues intentándolo?
Moon no respondió de inmediato. En cambio, dio un paso más cerca, lo suficiente como para que Yasmine pudiera sentir su presencia, pero no tanto como para invadir su espacio.
—Porque aún somos amigas, Yas —dijo finalmente, con una simplicidad que golpeó más fuerte que cualquier otra cosa que pudiera haber dicho—. Y no importa lo que haya pasado entre nosotras, siempre voy a estar aquí cuando me necesites.
Yasmine permaneció en silencio, luchando con las emociones que amenazaban con desbordarse de nuevo. No quería ceder, no quería mostrar más debilidad, pero las palabras de Moon resonaban en su cabeza.
El baño estaba en silencio, excepto por el suave sonido del agua corriendo del grifo. El final de esta conversación estaba cerca, pero lo que sucedería después quedaba en el aire, incierto.
La tensión en el aire era palpable, y lo que ocurriera a continuación quedaría en suspenso, como una nota sostenida en una melodía que aún no ha terminado de tocar.
Estaba muy aburrida así que les dejo esto por aquiii
Robby es Ander
Eli es Samuel
Tory es Carla
Moon es Sara
Samantha es Lucrecia
Miguel es Polo
Yasmine es Isadora
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