11:Juicio
El día del juicio había llegado.
Eli, Moon, Demetri y Devon estaban sentados en las primeras filas del tribunal, con los padres de Eli, Anna y Alejandro, justo detrás. A pesar del bullicio en la sala, el grupo cercano a Eli permanecía en silencio, sintiendo el peso de la situación. Después de dos años de dolor e incertidumbre, el juicio por el asesinato de la hermana de Eli finalmente iba a resolverse. Todos sabían que hoy se definiría el futuro, no solo para Eli, sino para su familia.
Tory estaba en una esquina de la sala, conversando con su padre, Theodoro. La presencia de él inspiraba respeto, no solo por su imponente figura, sino también por su reputación como uno de los abogados más destacados. Tory, aunque mostraba una fachada de serenidad, tenía las emociones a flor de piel. Estaba vestida con un elegante vestido negro que contrastaba con su abrigo blanco, sus tacones resonando levemente en el suelo cada vez que cambiaba de postura. El semblante frío y distante que acostumbraba mostrar se desmoronaba por momentos, al sentir la presión del juicio y el dolor de Eli.
—Todo está preparado, hija. Los testimonios, las pruebas, hemos armado un caso a prueba de balas —le decía su padre con calma, su mano firme apoyada en su hombro, un gesto que siempre le había dado seguridad desde niña.
Tory asintió con la cabeza, aunque su mirada seguía perdida entre las figuras que comenzaban a llenar la sala. Alex, el acusado, hizo su entrada en ese momento, escoltado por dos guardias. Sus ojos vacíos y su postura desafiante lo delataban. Era el responsable del asesinato de la hermana de Eli, y verlo frente a frente, ahora a punto de recibir justicia, provocaba en Tory una mezcla de rabia y alivio.
El intercambio de miradas entre Alex y Tory fue breve, pero intenso. Los ojos de Alex se fijaron en ella, llenos de resentimiento y amargura, pero Tory, lejos de achicarse, le devolvió una mirada feroz. Todo el resentimiento acumulado en esas semanas salió a la superficie. Fue una expresión que dejó a Alex paralizado por un segundo, su rostro contrayéndose levemente antes de apartar la vista. Theodoro, observando de cerca la interacción, apretó suavemente el hombro de su hija. Sabía lo que significaba para ella estar allí, y cómo ese juicio también cerraría heridas profundas en su vida.
—No pierdas el foco,Victoria —le murmuró su padre con seriedad—. Hoy no es el día para dejar que las emociones te dominen.
Tory respiró hondo, asintiendo sin decir palabra. Sabía que tenía que mantenerse firme por Eli.
Unos minutos después, Tory y Theodoro se acercaron al grupo de Eli. Él estaba conversando con sus padres en voz baja, su rostro tenso mientras Anna y Alejandro intentaban consolarlo. Anna tenía los ojos vidriosos, luchando por mantener la compostura, mientras Alejandro le daba palmaditas en la espalda a su hijo, un gesto que, aunque sencillo, transmitía un apoyo incondicional.
—Todo va a salir bien, Eli —dijo Tory con firmeza, interrumpiendo la conversación. Eli levantó la mirada, encontrándose con los ojos de Tory, y asintió en silencio.
—Confía en nosotros. Hemos hecho todo lo necesario —añadió Theodoro, mirando a Eli con una seguridad que transmitía calma.
Eli intentó sonreír, pero el nerviosismo era evidente en su rostro. Los últimos días habían sido una montaña rusa de emociones, y aunque tenía confianza en el caso, el miedo de que algo pudiera salir mal no dejaba de atormentarlo.
—Gracias por estar aquí —murmuró Eli, mirando a Tory, y luego a su padre.
—No tienes que agradecer —respondió Tory con seriedad—. Sabes que haría esto mil veces si fuera necesario.
Moon, que había estado escuchando en silencio, se inclinó hacia Eli y tomó su mano, apretándola con suavidad. El gesto pareció tranquilizarlo un poco, y una leve sonrisa cruzó su rostro antes de que las puertas del tribunal se cerraran y el juez hiciera su entrada.
El juicio comenzó de inmediato. El abogado de la defensa, un hombre robusto de expresión dura, tomó la palabra primero, esgrimiendo argumentos que intentaban minimizar la culpabilidad de Alex. Hablaron de las circunstancias del crimen, sugiriendo que no había sido premeditado, sino un arrebato de violencia en un momento de desesperación. Era un intento patético por suavizar la gravedad del asesinato, y las palabras provocaron una oleada de murmullos entre los presentes.
Tory observaba a su padre con atención. Cuando llegó su turno, Theodoro se levantó con una confianza implacable. Su figura, alta y seria, se imponía en la sala mientras caminaba lentamente hacia el estrado.
—Señorías, lo que hemos visto hasta ahora es un intento desesperado por disfrazar los hechos. Pero la realidad es clara: Alex Ramírez asesinó a sangre fría. No hubo un arrebato. No hubo impulsividad. Fue una decisión calculada, fría y sin remordimientos.
El tono de voz de Theodoro era controlado, pero lleno de una autoridad que captaba la atención de todos en la sala. Prosiguió describiendo con precisión los hechos del crimen, refutando cada uno de los puntos de la defensa con pruebas irrefutables.
—Los testimonios y las pruebas forenses son inequívocos. Alex Ramírez planeó y ejecutó este crimen con premeditación. Su intento de evadir la justicia fue otra muestra de su desprecio por la vida humana. Y hoy, el tribunal debe asegurarse de que no haya más víctimas.
La defensa trató de intervenir en algunos puntos, pero cada vez que lo hacían, Theodoro desmantelaba sus argumentos con frialdad. Era un juego de ajedrez donde cada movimiento de la defensa se veía neutralizado por la agudeza y la experiencia de Theodoro. Los testimonios de testigos, la presentación de las pruebas, todo parecía encaminarse hacia una sentencia inminente.
Durante el juicio, Tory no dejaba de observar a Eli. Cada vez que un abogado de la defensa hablaba, veía cómo su amigo apretaba los puños, tensándose cada vez más. Moon intentaba consolarlo, pero el miedo de que algo saliera mal era palpable en su rostro. Cada palabra de la defensa se sentía como un golpe.
—Van a perder —murmuró Tory para sí misma, observando el rostro del abogado de Alex mientras intentaba desesperadamente sostener su caso.
Finalmente, el juez pidió silencio. Las miradas se volvieron hacia él cuando anunció el veredicto. El aire en la sala era espeso, la tensión casi insoportable. Todos estaban de pie, esperando, con los corazones latiendo con fuerza.
—Este tribunal encuentra al acusado, Alex Ramírez, culpable de asesinato en primer grado. La condena será de cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
El estallido de emociones fue inmediato. Anna se echó a llorar, abrazando a Eli con fuerza, mientras Alejandro la sostenía a ambos. Eli cerró los ojos, soltando un suspiro largo y profundo, como si finalmente pudiera respirar después de dos años de angustia. Moon se acercó para rodear a Eli con un abrazo, mientras Demetri y Devon intercambiaban miradas de alivio y victoria.
Tory observaba la escena desde un rincón, su mirada fija en Eli y su familia. Ver la calidez, el amor y la unidad de esa familia la conmovió de una manera inesperada. Por un momento, deseó poder haber tenido algo parecido. En medio del bullicio, Anna se acercó a Tory, aún con lágrimas en los ojos.
—Gracias por todo lo que has hecho por nosotros, Tory. No tengo palabras —dijo, tomando las manos de Tory con un gesto lleno de gratitud.
Tory, sorprendida por el gesto, apretó suavemente las manos de Anna, sintiendo una conexión que rara vez permitía.
Cuando el juez pronunció la sentencia, una ola de alivio recorrió la sala. Alex estaba condenado a cadena perpetua. El peso de esa realidad cayó sobre todos, pero especialmente sobre Eli. Por primera vez en mucho tiempo, todo el dolor, la rabia y la tristeza acumulada en su interior comenzó a liberarse. Eli cerró los ojos, y su cuerpo finalmente cedió ante la gravedad de las emociones.
Moon, siempre atenta a él, lo rodeó con sus brazos sin decir una palabra. Eli se desplomó en ese abrazo, con el rostro oculto contra su hombro, mientras las lágrimas silenciosas empezaban a caer. Nadie en la sala parecía notar el momento íntimo entre ellos, pero Tory lo vio todo a la distancia.
Ella, por su parte, había dejado de observar a Eli y Moon por un momento y se acercó a su padre. Theodoro estaba al final de la sala, organizando algunos documentos del caso con su equipo, pero al ver a Tory caminar hacia él, supo que algo estaba pasando. Sin decir nada, ella lo rodeó con sus brazos. El gesto fue inesperado, tanto para él como para ella misma. Hacía años que no lo hacía. El contacto, tan simple y al mismo tiempo tan extraño, dejó una sensación agridulce en Tory, pero necesitaba ese momento de reconexión, aunque fuera solo por unos segundos.
Theodoro la abrazó de vuelta, sin hacer demasiadas preguntas, pero con una suavidad que pocas veces mostraba.
—Lo hiciste bien, Tory. Todo esto ha sido por el bien de Eli —le susurró, mientras la rodeaba con sus brazos protectores.
Tory asintió, pero cuando alzó la vista, sus ojos volvieron a encontrarse con la escena de Eli y Moon abrazados. Esta vez, Moon estaba acariciando su espalda en un gesto tranquilizador, y Eli se permitía llorar, dejando salir el dolor. Tory observó la escena con una pequeña sonrisa, aunque sintió una incomodidad en su interior. No era celos, pero ver a Eli tan vulnerable con otra persona la hacía sentirse... desconectada, como si ella no pudiera brindarle el mismo consuelo, a pesar de todo lo que había hecho por él.
Su sonrisa se mantuvo, aunque solo fuera una máscara para esconder esa leve incomodidad. Había sido un día emocional para todos, y Tory comprendía que era un momento importante para Eli, pero no podía evitar sentir esa pequeña punzada en su pecho.
A la distancia, Demetri y Devon también se acercaron. Demetri, con su actitud relajada pero amable, palmeó a Eli en la espalda, mientras Devon le dio un suave empujón en el hombro, intentando levantarle el ánimo.
—Lo hiciste, Eli —dijo Demetri, esbozando una sonrisa sincera—. Esto es por tu hermana.
Eli asintió, todavía con los ojos enrojecidos, pero ahora con una calma renovada. Devon también lo felicitó, su rostro mostrando una mezcla de alegría y alivio.
Después de un rato, cuando las emociones habían comenzado a calmarse, Eli se apartó de Moon y comenzó a caminar hacia Tory. La expresión en su rostro era de gratitud infinita, y Tory, al verlo acercarse, se preparó para otro agradecimiento más. Eli había pasado la última semana agradeciéndole sin cesar, pero esta vez parecía diferente.
—Tory... —empezó, con la voz aún quebrada—. De verdad, no sé cómo decirlo. Gracias por... por todo esto. No sé qué habría hecho sin ti.
Tory sonrió, esta vez genuinamente, y antes de que pudiera responder, Eli la abrazó. No fue el abrazo formal y tímido de antes. Esta vez, fue un abrazo cargado de emociones, de alivio y de gratitud. Y Tory, aunque no siempre era la persona más afectuosa, devolvió el gesto con un abrazo firme, sintiéndose bastante contenta de haber sido parte de todo esto.
—No tienes que agradecerme más, Eli. Te lo dije antes. Me hace sentir menos miserable hacer algo bueno por alguien que lo merece —le respondió con un tono suave, manteniendo el abrazo por unos segundos más.
Eli se rió entre dientes, aunque aún quedaban rastros de sus lágrimas en sus mejillas.
—Sos increíble, Tory. No lo olvides —murmuró, antes de apartarse lentamente.
Tory se quedó ahí, sonriendo, mientras Eli se reunía de nuevo con los demás.
La sala de juicios comenzaba a vaciarse lentamente. Las luces, que momentos antes parecían abrasadoras bajo la tensión, ahora ofrecían una extraña calma. Theodoro, con la mano en el hombro de Tory, la guió hacia la salida con pasos calculados. La intensidad del día se había disipado, pero aún quedaban emociones flotando en el aire.La rubia no podía dejar de pensar en el abrazo con Eli, el peso de su cuerpo contra el suyo, la forma en que él había descargado toda su vulnerabilidad en ella. Pero lo que más la había perturbado no era el abrazo, sino lo que había sentido después: una leve incomodidad cuando vio a Moon abrazándolo primero.
A medida que se acercaban a la puerta principal, sus ojos captaron una escena inesperada. Justo al pie de las escaleras, Eli, Moon, Alejandro y Anna estaban de pie, enfrascados en una conversación que parecía demasiado formal para ser espontánea. Eli, aún con rastros de lágrimas en los ojos, presentaba a su madre y a su padre a Moon, quien los saludaba con su eterna sonrisa cálida.
Tory sintió cómo su cuerpo se tensaba. La felicidad genuina que había sentido minutos antes se desvaneció en un segundo. No era que ella estuviera celosa, pero había algo en esa escena que la hacía sentir incómoda. Moon era todo lo que ella no podía ser: abierta, empática, conectada emocionalmente. Y ver a Eli tan cerca de esa felicidad la dejaba con una sensación de vacío.
Theodoro, siempre observador, notó el cambio inmediato en el rostro de su hija.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja mientras seguían caminando hacia ellos.
Tory asintió rápidamente, intentando disimular su incomodidad con una sonrisa forzada, pero Theodoro no se dejó engañar.
Cuando llegaron al grupo, las presentaciones se hicieron de forma rápida y cortés. Alejandro, con su postura siempre rígida y su mirada severa, intercambió un apretón de manos con Theodoro. Anna, por otro lado, parecía aliviada por la resolución del juicio, y su sonrisa, aunque pequeña, era sincera. Tory se mantuvo al margen, intentando no llamar la atención, pero no pudo evitar observar la dinámica entre Eli y Moon. Los gestos, las miradas compartidas. Había una familiaridad que le resultaba ajena y, de alguna manera, dolorosa.
Moon se giró hacia ella, sin perder nunca esa amabilidad que la caracterizaba, y le dedicó una sonrisa.
—Fue un día difícil, ¿no? —comentó con un tono suave—. Me alegra que todo haya terminado.
Tory asintió, sin saber muy bien cómo responder. Las palabras parecían atascadas en su garganta. De pronto, se sentía fuera de lugar, como si no perteneciera a ese momento de calma y celebración. Eli también la miró, sus ojos mostrando gratitud, pero había algo más allí, algo que Tory no estaba dispuesta a descifrar en ese momento.
Cuando las formalidades terminaron, Theodoro le indicó con una mirada que era hora de marcharse. Sin decir nada más, Tory le siguió el paso hacia el exterior del edificio. El aire fresco de la tarde los recibió, una bocanada de alivio tras la pesada atmósfera del tribunal. Caminaron en silencio por unos minutos, pero Theodoro no dejaba de observar a su hija con una mezcla de curiosidad y preocupación.
Finalmente, rompió el silencio con una pregunta que Tory no había visto venir.
—Tory, ¿sientes algo por Eli? —preguntó, su tono serio, pero no acusatorio.
La pregunta golpeó a Tory como un balde de agua fría. Su paso se ralentizó de inmediato, y por un momento, no supo qué decir. Las palabras de su padre la desconcertaron profundamente, y de pronto sintió como si todo el aire hubiese sido succionado del ambiente.
—¿Qué? ¡No! —respondió casi con demasiada rapidez, lo que solo sirvió para hacer que su negación pareciera menos convincente—. Quiero decir... no es eso. No tengo tiempo para... para pensar en esas cosas ahora. No... no estoy en una posición para una relación.
Su voz se volvió más suave al final, como si el reconocimiento de esa verdad la golpeara con más fuerza de lo que esperaba. Theodoro frunció el ceño ligeramente, sin apartar la vista de su hija.
—Victoria... —comenzó, con un tono más suave—. No tienes que apresurarte en nada, lo sabes. Pero tampoco debes cerrar esas puertas solo porque sientes que estás demasiado... dañada. Todos tenemos cicatrices.
Tory suspiró, cruzándose de brazos como si intentara protegerse de la conversación. No le gustaba hablar de sus propios sentimientos, y mucho menos con su padre. Pero había algo en su tono, en la compasión en sus ojos, que la hacía sentir expuesta, vulnerable de una manera que no le gustaba.
—Papá, no es tan simple. Estoy... rota. No soy como Moon o como cualquier otra chica normal. Eli merece algo mejor. Y además, esto no tiene nada que ver con él. Es solo que... no puedo. No puedo pensar en eso ahora.
Theodoro asintió lentamente, sin presionarla más. Sabía que su hija estaba lidiando con mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir, pero también sabía que empujarla no serviría de nada. En cambio, esbozó una pequeña sonrisa y puso una mano en su hombro.
—Bueno, cariño, todos los chicos matarían por estar contigo. Lo sabes, ¿verdad? —dijo en un intento de levantarle el ánimo.
Tory soltó una risa seca, sacudiendo la cabeza.
—Eso es lo más típico que diría un padre —respondió, pero su tono estaba teñido de una ligera diversión.
A pesar de lo incómoda que se sentía, Tory no podía evitar sentirse agradecida por la preocupación de su padre. Sabía que Theodoro no era un hombre perfecto, y tenían una relación complicada, pero en momentos como este, donde se preocupaba genuinamente por ella, lograba sentirse un poco más conectada.
Siguieron caminando en silencio hasta el carro del mayor, pero esta vez, el peso de las emociones era más fácil de sobrellevar.
Mientras Theodoro y Tory seguían su camino hacia casa, el suave rugido del motor resonaba en la quietud del auto. La luz del atardecer se colaba por las ventanas, bañando todo en un cálido resplandor naranja, pero Tory apenas lo notaba. Sus pensamientos estaban atrapados en un lugar oscuro y distante, muy lejos del coche en el que se encontraba. Seguía dándole vueltas a las palabras de su padre. A veces sentía que él la entendía más de lo que ella misma se comprendía, pero otras veces, como ahora, su intención de ayudar solo la confundía aún más.
¿Le interesaba realmente alguien?
¿Era siquiera capaz de sentir algo más allá del caos interno que siempre la consumía?
No tenía tiempo ni espacio en su vida para esas distracciones. Las relaciones eran solo una complicación más que no podía permitirse. No cuando su madre le exigía tanto. Pero entonces, la imagen de Eli cruzó por su mente, y ese pensamiento la desconcertó. ¿Por qué él? No es que sintiera algo por él, ¿cierto? No podía ser eso. No tenía sentido. Y aún así, allí estaba, esa pequeña incomodidad que se asentaba en su pecho cada vez que lo veía.
Intentando alejar esos pensamientos, Tory apoyó la cabeza contra la ventana, sintiendo el frío del vidrio contra su frente. Su padre había hecho que comenzara a cuestionarse cosas que había estado evitando por años. Su madre siempre había sido un tema complicado, pero en lo que respectaba a las relaciones, ella había dejado claro desde el principio lo que esperaba de Tory. Un control absoluto sobre con quién estaba y con quién no, asegurándose de que todo lo que hiciera encajara en su ideal de perfección.
Tory apretó los puños en su regazo, molesta consigo misma por incluso considerar la idea de una relación. No era solo su madre. Ella no estaba hecha para eso. Estaba rota, como siempre decía. No era alguien capaz de amar o ser amada. Esa vulnerabilidad no encajaba con su manera de ver el mundo.
Theodoro, mientras tanto, no podía evitar seguir lanzándole miradas de reojo a su hija, notando la tensión en su expresión, la manera en que se cerraba aún más a medida que los minutos pasaban. Sabía lo que estaba pensando, o al menos tenía una idea. Aunque Tory intentara mantenerse distante y fría, él conocía el dolor que llevaba dentro. Era lo que la madre de Tory había causado en ella durante tantos años. Ese control asfixiante que la mantenía bajo su sombra, evitando que creciera como la joven fuerte y brillante que Theodoro sabía que era.
Apretó el volante con más fuerza, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza. No había estado presente como debía en la vida de Tory cuando ella era más pequeña, y eso le dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Ahora, su madre había moldeado gran parte de la inseguridad que veía en su hija, y él sentía que no podía hacer lo suficiente para liberarla de esa influencia. Pero no pensaba rendirse. Sabía que tenía que ser la voz de apoyo que ella necesitaba.
—Sabes... —dijo de repente, rompiendo el silencio que pesaba en el aire como una manta sofocante—. No importa lo que tu madre diga, Tory. No tiene derecho a decidir con quién puedes estar o con quién no. Esa decisión es solo tuya.
Tory soltó un suspiro largo y cansado, sin apartar la mirada de la ventana.
—Papá... No estoy interesada en nadie —dijo en voz baja, casi como si lo dijera para convencerse a sí misma más que a su padre—. No tengo tiempo para eso. Además, no estoy... hecha para estar con alguien. Estoy demasiado rota, y lo sabes.
Theodoro tragó saliva, sintiendo el peso de esas palabras. Cada vez que Tory se describía de esa manera, algo dentro de él se rompía un poco. Era doloroso ver que su hija, alguien a quien amaba profundamente, se veía a sí misma como una versión dañada e irreparable. Para él, Tory no estaba rota. Era fuerte, luchadora, alguien que había pasado por más de lo que cualquier persona debería soportar, y aún así seguía adelante.
—No estás rota, cariño... —repitió, con una firmeza tranquila—. Has pasado por cosas difíciles, sí, pero eso no significa que no puedas encontrar algo bueno para ti. Y si algún día sientes algo por alguien, no puedes dejar que tu madre te detenga. Tienes derecho a ser feliz.
La chica giró la cabeza hacia él, sorprendida por la intensidad en su voz. No estaba acostumbrada a verlo hablar de estas cosas de esa manera. Solía ser más reservado, más distante en lo emocional, pero ahora... parecía decidido a hacerle entender algo que ella no podía o no quería aceptar.
—No sé, papá... —murmuró, volviendo a su posición anterior—. No lo veo así.
El coche siguió su curso por las calles, el silencio volviendo a asentarse, pero esta vez, había algo diferente en la atmósfera. Aunque Tory no lo admitiera, las palabras de su padre resonaban dentro de ella, chocando contra las paredes que había levantado durante años.
A varias cuadras de distancia, Eli se encontraba con Moon, sus padres y Tory en lo que parecía una pequeña presentación improvisada. A pesar de la seriedad del evento, había una energía ligera en el ambiente. La justicia por fin se había hecho, y la sensación de alivio era palpable en todos los presentes.
Para Eli, la felicidad que sentía era indescriptible. Después de dos largos y dolorosos años, el peso de la muerte de su hermana Alexia finalmente comenzaba a aliviarse. Sabía que nunca podría recuperarla, pero al menos ahora sentía que se había hecho lo correcto. El hombre que la había asesinado pagaría por lo que había hecho, y eso le daba a Eli una sensación de paz que hacía tiempo no experimentaba.
Mientras observaba a su alrededor, Eli no pudo evitar notar lo felices que estaban sus padres. Alejandro y Anna intercambiaban sonrisas con Moon , una persona que había sido clave en apoyarlo durante todo este proceso. Sus padres habían sido encantados por Moon, con su luz positiva y su inquebrantable apoyo, había ganado a su madre casi al instante. Anna la miraba como si fuera el complemento perfecto para su hijo, y Alejandro, aunque más reservado, también parecía complacido con la influencia de Moon en Eli.
Moon lo tomó de la mano, sacándolo de sus pensamientos. Eli le devolvió una sonrisa cálida y apretó su mano con suavidad.
—Todo va a estar bien ahora, Eli —susurró ella, su voz suave y reconfortante como siempre—. Lo peor ya ha pasado.
Él asintió, agradecido por su presencia. Moon siempre sabía qué decir y cómo hacerlo sentir mejor, como si hubiera una conexión invisible entre ambos que les permitía entenderse sin necesidad de palabras. Por primera vez en mucho tiempo, Eli sintió que el futuro no era algo oscuro y amenazante. Ahora había luz al final del túnel.
A su alrededor, los abrazos y las palabras de apoyo continuaban. Demetri y Devon también se acercaron a felicitar a Eli, y él les agradeció con una sonrisa genuina.
Después de un rato más de charlas y felicitaciones, Moon, Devon y Demetri se despidieron, cada uno tomando su camino a casa. Las risas, el alivio y la energía positiva que flotaban en el aire lentamente comenzaron a disiparse mientras el grupo se dispersaba. Eli los observó alejarse con una ligera sonrisa en los labios, agradecido por tenerlos en su vida. A pesar de los días oscuros que había enfrentado, sabía que siempre podía contar con ellos, especialmente en momentos como este.
Ya entrada la noche, Eli se subió a un taxi con sus padres. Habían decidido celebrar de manera más tranquila yendo a una pequeña cafetería cerca de su casa, una de esas clásicas con el aroma del café impregnado en las paredes y la luz cálida de las lámparas antiguas. Alejandro pago el taxi mientras Anna, su madre, comentaba lo bien que le caían tanto Moon como Tory. Había algo en su tono que hacía sonreír a Eli, una especie de satisfacción tranquila al saber que él estaba rodeado de personas que lo querían.
Al llegar a la cafetería, se acomodaron en una mesa junto a la ventana, pidiendo unas bebidas calientes y algunos pasteles. Todo estaba en calma. El bullicio de las últimas horas había dado paso a una sensación de paz que hacía mucho tiempo no sentía. En ese pequeño espacio, con el murmullo bajo de otras conversaciones a su alrededor, Eli podía relajarse, sabiendo que todo, finalmente, estaba en su lugar.
Mientras disfrutaban de la comida, su madre se excusó para ir al baño, dejándolos solos a él y a su padre. Alejandro, normalmente reservado, parecía estar de buen humor, y Eli no pudo evitar notar la mirada traviesa que le lanzaba desde el otro lado de la mesa. Al principio no entendía, pero cuando su padre soltó la pregunta, Eli sintió cómo la tensión se apoderaba de sus músculos.
—Y dime, Eli... —dijo Alejandro con una sonrisa maliciosa—, ¿Moon o Tory?
Eli, que había estado masticando un pedazo de pastel, casi se atraganta. Dejó el tenedor a un lado, sintiendo que el calor subía hasta sus mejillas. ¿Moon o Tory? Esa pregunta lo dejó completamente desconcertado. Sabía que entre él y Moon había algo, una conexión especial que todos parecían notar. Pero Tory... La idea de pensar en Tory de esa manera no había cruzado por su mente, o al menos no de forma consciente.
—¿Qué? —Eli balbuceó, intentando ganar tiempo mientras su cerebro procesaba la situación—. ¿Por qué me preguntas eso?
Alejandro rió suavemente, dándole una palmada en el brazo.
—Vamos, hijo. Todos vemos lo que hay entre tú y Moon, es evidente. Pero también está Tory... Ella también está siempre ahí, apoyándote. Solo pensé que quizás... bueno, que podrías estar confundido.
Eli no pudo evitar quedarse un momento en silencio. Era cierto, él y Moon compartían algo especial, algo natural y cómodo. Pero Tory... Nunca la había considerado de esa manera, y sin embargo, había algo en ella que lo intrigaba. Era diferente, en muchos sentidos. Más compleja, más misteriosa. Sabía que Tory tenía un lado vulnerable que no solía mostrar, pero cuando lo hacía, él se sentía casi honrado de poder ver esa faceta de ella. Su compañía, aunque distinta a la de Moon, también era algo que valoraba profundamente.
Pero ¿sentía algo más? La pregunta lo descolocaba. No estaba buscando elegir a una de las dos. Era más complicado que eso. Ambas eran importantes para él, pero en formas muy diferentes.
Antes de que pudiera encontrar las palabras para explicárselo a su padre, Anna regresó del baño, sonriendo con su habitual energía.
—¿De qué hablan? —preguntó con curiosidad, tomando asiento de nuevo.
Eli y Alejandro intercambiaron una rápida mirada. Eli se encogió de hombros, agradecido por la interrupción.
—Nada importante —dijo Eli, mientras tomaba un sorbo de su café, tratando de ocultar su nerviosismo.
El resto de la noche transcurrió con conversaciones más ligeras, aunque la pregunta de su padre seguía rondando en su mente. Moon o Tory. Era una cuestión que ni siquiera él había considerado hasta ese momento. Sabía que eventualmente tendría que enfrentarse a lo que sentía, pero por ahora, decidió disfrutar del momento. Tenía tiempo para pensar en ello más adelante.
Mientras el taxi los llevaba de vuelta a casa después de la cena, Eli se recostó en el asiento trasero, mirando por la ventana las luces de la ciudad. La justicia había sido servida, su hermana descansaba en paz, y aunque todavía quedaban preguntas por responder en su vida personal, al menos por esa noche, todo parecía estar bien.
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