10:Aeropuerto
Jueves por la mañana, la mesa de los "populares" estaba como de costumbre. Tory, con su expresión cansada habitual, apoyaba la cabeza en una mano mientras la otra deslizaba perezosamente la pantalla de su celular. Tenía resaca de la fiesta de anoche, pero no había tiempo para lamentaciones. Esa misma noche debía acompañar a Eli al aeropuerto para recibir a sus padres. Recordar ese plan le hacía sentir una leve presión en el pecho. Por alguna razón, estar cerca de Eli en un momento tan personal la hacía sentir más conectada a él de lo que estaba acostumbrada.
Robby estaba sentado a su lado, casualmente observando la escena a su alrededor, mientras Miguel ,Yasmine y Moon charlaban sobre temas sin demasiada relevancia. Nada parecía importar demasiado en aquel momento, pero había una tensión sutil en el aire que nadie parecía querer nombrar.
En un punto, Eli y Devon pasaron caminando cerca de su mesa. Eli, que la había visto desde lejos, le lanzó una sonrisa cálida y sincera. La rubia sin poder evitarlo, le devolvió una sonrisa igual de tierna. Para cualquiera que no estuviera prestando atención, era solo un gesto casual entre amigos. Pero Robby, que no le quitaba el ojo de encima a Tory, notó el intercambio y no pudo evitar sentirse incómodo.
No era algo nuevo para él, ver a la rubia coqueteando sutilmente con otros, pero esta vez era diferente. Eli y Tory habían pasado mucho tiempo juntos, y aunque Robby no se consideraba celoso, algo en ese gesto le incomodó profundamente. Guardó silencio, mordiéndose el labio mientras sus pensamientos comenzaban a arremolinarse.
—¿Y qué piensan hacer después del aeropuerto? —preguntó Miguel distraídamente mientras revisaba su celular, demasiado inmerso en sus deberes como presidente estudiantil para notar la tensión en la mesa.
Tory se encogió de hombros.
—Seguramente nada... Solo ir a casa. Va a ser un día largo.
Yasmine, quien había estado pintando las uñas de Moon, levantó la vista con una sonrisa medio divertida.
—¿Nada, eh? Qué aburridos. Yo pensaba que quizás se iban a emborrachar juntos para celebrar.
Robby soltó una risa seca, y Tory le dio una mirada desafiante, aunque en el fondo sabía que Yasmine solo estaba bromeando. Sin embargo, los comentarios sobre ella y Eli se estaban volviendo más comunes, y eso la incomodaba. No quería que nadie supiera lo mucho que significaba para ella estar en ese momento con él.
Miguel, que apenas había captado la indirecta, ni se inmutó. Seguía con la cabeza puesta en los preparativos para el evento de la secundaria, pero Robby, en cambio, no pudo evitar sentir una pequeña punzada de celos. No era algo que le gustara admitir, pero la relación de Tory con Eli lo tenía algo inquieto. Guardó el silencio, decidiendo que no era el momento para hacer comentarios... aún.
En la otra mesa, Eli se sentó junto a Demetri y Devon ,el ambiente entre ellos era más relajado, pero el castaño no podía evitar sonreír, sintiéndose un poco nervioso. Tory lo había mirado con una ternura que no veía a menudo, y eso lo tenía algo pensativo.
—¿Qué fue esa sonrisita? —le preguntó Demetri, levantando una ceja mientras masticaba una manzana.
—¿Cuál? —Eli hizo un esfuerzo por sonar despreocupado, aunque no pudo evitar sonrojarse un poco. Devon dejó escapar una pequeña carcajada.
—Vamos, Eli. Te vimos. Parecías un cachorrito mirándola —bromeó Devon, dándole una palmada en la espalda.
—¿Yo? No... no es nada, solo somos amigos —Eli intentó justificarse rápidamente, pero el comentario lo había tomado por sorpresa. La idea de él y Tory como algo más que amigos nunca había cruzado por su mente... hasta ahora. ¿Era posible? Sería una locura, algo explosivo y desastroso, pero por alguna razón, no podía dejar de pensar en ello.
Demetri sonrió de lado, mirando a su amigo.
—Oye, solo te digo... ustedes juntos serían literalmente una bomba. Pero si tú no lo ves, entonces olvídalo.
Eli se quedó en silencio por un momento, su mente revolviéndose con la idea. Nunca había pensado en Tory de esa manera, o al menos, nunca se había permitido hacerlo. Pero en ese momento, mientras recordaba su sonrisa y el día que les esperaba juntos en el aeropuerto, no pudo evitar preguntarse si había algo más entre ellos de lo que se permitían admitir.
Mientras tanto, en la otra mesa, Robby finalmente decidió levantarse, haciendo una mueca antes de alejarse sin decir una palabra. Moon lo notó, pero se limitó a suspirar, resignada a no intervenir en el drama que parecía estar envolviendo a todos últimamente.
—¿Qué le pasa? —preguntó Tory con la mirada fija en la figura de Robby alejándose.
—Nada importante —respondió Yasmine, encogiéndose de hombros. Moon, sin embargo, lanzó una mirada preocupada a Miguel, pero él estaba demasiado inmerso en sus propios pensamientos para notar nada.
El timbre resonó por los pasillos, y los populares se levantaron de su mesa para dirigirse a clase. Faltaba poco para el almuerzo, y el día ya estaba comenzando a sentirse largo. Miguel iba a la cabeza, su teléfono sonando sin parar mientras organizaba los últimos detalles del evento escolar. Yasmine y Moon caminaban juntas, hablando en voz baja sobre un viaje que querían planear, mientras que Tory se quedó atrás, arrastrando los pies.
Cuando llegaron al aula, el profesor comenzó a pasar lista, y fue entonces cuando todos notaron la ausencia de Sam. Era extraño no verla en su habitual asiento, lanzando miradas furtivas a Miguel desde el otro lado del salón. Tory se encogió de hombros, sabiendo perfectamente por qué Sam había decidido no asistir, y no le importaba. El drama que Sam solía crear alrededor de Miguel ya la había cansado.
—Victoria Nichols —llamó el profesor, sacándola de sus pensamientos. Levantó la mano y apenas asintió.
—Hoy Larusso no vino, así que Nichols, siéntate con Keene. No quiero ver a nadie solo —dijo con tono autoritario, como si ya supiera que si Robby se quedaba solo, algo desastroso podría suceder.
Tory miró hacia Robby, que ya estaba sentado en su mesa, con los brazos cruzados y la mandíbula apretada. Su expresión era oscura, y parecía estar completamente en su propio mundo. No era una sorpresa que estuviera molesto; después de todo, había visto el intercambio de sonrisas entre ella y Eli en la mesa, y Tory sabía cómo se ponía cuando algo lo perturbaba. Sin embargo, no se imaginaba que el gesto de esa mañana lo hubiera afectado tanto.
Tory se acomodó en la silla al lado de Robby, observando de reojo cómo seguía con la mandíbula tensa, los brazos cruzados y la mirada clavada en el frente. La tensión entre ambos era palpable, y ella podía sentirla casi como una presión física. El silencio que compartían, más que incómodo, era exasperante. Tory no solía tener paciencia para estos dramas, especialmente cuando ya tenía suficiente en su mente.
Por un segundo, volvió a pensar en la noche que le esperaba. Eli le había pedido que lo acompañara al aeropuerto a recibir a sus padres, algo que consideraba un verdadero acto de apoyo, especialmente por todo lo que había pasado su amigo con la muerte de Alexia. El juicio estaba a la vuelta de la esquina y, aunque Tory no solía mostrarlo, todo aquello le pesaba. No era el momento para lidiar con inseguridades o celos, mucho menos de alguien como Robby.
Sin embargo, la mirada severa de él le hacía imposible ignorarlo. Sabía que no podía dejar ese tema colgando mucho tiempo. Lo conocía demasiado bien como para saber que, si no hablaba ahora, Robby se pasaría el resto del día echándole miradas y suspirando dramáticamente.
—¿Vas a estar así todo el día? —le soltó finalmente, sin siquiera mirarlo directamente—. Porque si es así, preferiría que me lo digas ahora y me ahorro la incomodidad.
Robby tardó un momento en responder. Mantuvo su mirada fija al frente, con los labios apretados, como si estuviera debatiendo consigo mismo si debería responder o no. Finalmente, dejó escapar un resoplido y se volvió hacia ella con una mirada cargada de arrogancia.
—¿Yo? ¿Incomodo? —replicó con una sonrisa que apenas ocultaba su enojo—. Claro, Tory. Porque todo el mundo sabe que soy yo el que incomoda. No es como si te estuvieras dedicando a sonreírle al becado cada vez que tienes la oportunidad.
Tory frunció el ceño y lo miró con incredulidad.
—¿Qué mierda estás insinuando? —preguntó, con tono afilado—. ¿Qué no puedo ser amable con él?.Eli está pasando por algo serio, Robby. No es un juego.
Robby rió entre dientes, una risa que destilaba una mezcla de celos y sarcasmo. Se inclinó un poco hacia ella, apoyando el codo en el escritorio mientras la miraba con esos ojos oscuros llenos de reproche.
—Amable, ¿eh?...porque es eso lo que parece. Tú y Eli, tan "amables" el uno con el otro. ¿Debería preocuparme? —El tono de su voz tenía esa arrogancia que usaba cada vez que se sentía amenazado, aunque intentaba disfrazarlo de despreocupación.
Tory lo miró fijamente, evaluando si valía la pena siquiera responder a esa insinuación. No tenía tiempo ni energía para estos dramas. No hoy. No con todo lo que había en juego para Eli y su familia. Pero Robby siempre lograba sacarle algo más, sobre todo cuando se ponía en ese plan arrogante y posesivo.
—¿Preocuparte? —repitió, rodando los ojos con un suspiro pesado—. Por favor, Robby. No empieces con tus idioteces.Eli es solo un amigo y lo sabes.
—¿Ah, sí? —replicó él, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Porque desde que Moon decidió ignorarlo, parece que te has convertido en su nueva mejor amiga. Supongo que ahora están inseparables, ¿no?
Tory lo fulminó con la mirada. ¿Era en serio? ¿Iba a ponerse así por una sonrisa? Sabía que Robby tenía un lado celoso y competitivo, pero esto ya era ridículo.
—¿De verdad te estás quejando de esto ahora? —dijo, su tono claramente molesto—. ¿Es en serio, Robby?.Tengo cosas mucho más importantes en las que pensar que en tus inseguridades de secundaria.
Robby se enderezó en su asiento, cruzando los brazos de nuevo y mirándola con desafío.
—No es inseguridad, Tory —replicó, con voz firme—. Es solo que me parece curioso cómo siempre terminas rodeada de chicos que, casualmente, están pasando por "momentos difíciles". Miguel, Eli... ¿Quién sigue?¿Demetri?
Tory dejó escapar una carcajada corta y sin humor. ¿Demetri? ¿En serio? Esto estaba llegando a un nivel de absurdo que ni siquiera ella podía seguir tomando en serio.
—¿Te estás escuchando idiota? —dijo, sin molestarse en suavizar el sarcasmo en su voz—. ¿De verdad pensas qué voy por ahí buscando a chicos que "necesiten ayuda"? Eli es mi amigo. Lo que está pasando con su hermana es serio. Si no puedes entender eso, entonces no sé que decirte.
Robby la miró en silencio por un momento, sus ojos oscuros estudiándola, como si estuviera buscando alguna grieta en su fachada. Pero Tory no iba a ceder. No esta vez. Ella estaba centrada en lo que realmente importaba. Todo lo demás podía esperar.
—¿Y qué pasa conmigo? —preguntó Robby, en un tono más bajo, casi vulnerable, aunque seguía manteniendo esa arrogancia en su postura—. ¿Dónde quedo yo en todo esto?
Tory lo miró, dejando escapar otro suspiro, esta vez más largo y cansado. Sabía que Robby no era el tipo de chico que solía hablar de sus inseguridades abiertamente, y eso la hacía sentir un poco mal por él. Pero también sabía que no tenía tiempo para consolarlo ahora.
—Robby... no es sobre ti, ni sobre mí —dijo, finalmente, suavizando un poco su tono—. Esto es sobre Eli y su familia. El juicio está a la vuelta de la esquina, y eso es lo que importa ahora. Tú y yo podemos lidiar con esto después, pero hoy no tengo la cabeza para esto.
Robby se quedó en silencio, mordiéndose el labio como si quisiera replicar algo, pero al final, optó por no hacerlo. Giró la mirada hacia el frente, tensando la mandíbula una vez más, claramente insatisfecho con su respuesta, pero sin más argumentos para contraatacar.
Tory agradeció en silencio que no insistiera. No tenía la energía para más discusiones, y mucho menos para lidiar con el ego herido de Robby.
"Después", pensó, mientras se acomodaba en su asiento y miraba hacia el frente. "Lidiaré con esto después".
Cuando la campana final sonó, marcando el fin de clases, Tory salió de la secundaria junto a Miguel. Ambos caminaban lado a lado en silencio, un raro momento de calma antes de lo que sería una noche larga. Tory se detuvo en la entrada y miró a Miguel.
—Voy a volver tarde —le avisó, metiendo las manos en los bolsillos de su blazer—.
Miguel la miró por un segundo, con esa mezcla de protección y preocupación habitual en él. —¿Estás segura de que no quieres qué vaya?.
La rubia rodó los ojos, sonriendo levemente. —Estaré bien, Miguel. Es un momento importante para Eli y quiero que sea algo tranquilo, sin demasiadas personas alrededor.
—Bueno, lo entiendo —respondió Miguel, aunque su tono sugería que aún estaba debatiendo si debía insistir—. Pero si necesitas algo, me avisas.
—Lo haré. —Tory le dedicó una sonrisa cansada antes de darle un ligero golpe en el brazo—. Nos vemos mañana.
Miguel asintió y le dio un rápido abrazo antes de irse.
Poco después, Eli apareció en la puerta, caminando hacia el auto de Tory. Ella se subió primero, ajustándose en el asiento, mientras Eli abría la puerta del copiloto y se acomodaba.
—¿Listo? —preguntó ella, con una sonrisa algo nerviosa.
—Listísimo —respondió el.
Durante el camino, ambos hablaron de temas triviales, como el nuevo corte de pelo de Eli, que Tory no pudo evitar elogiar. Él, por supuesto, respondió con su característico humor, agradeciendo de forma exagerada. Los minutos pasaban rápidamente, pero la conversación ayudaba a calmar un poco los nervios que Eli no podía disimular.
—Entonces, ¿cómo te sientes? —preguntó Tory en un tono más suave, consciente de lo que esa noche significaba para él.
Eli soltó un suspiro, sus dedos tamborileando en la ventana. —Nervioso. Feliz, pero nervioso. Hace casi dos años que no los veo, y todo ha cambiado tanto... No sé cómo será verlos de nuevo.
Tory asintió, sin apartar los ojos del camino. —Será emocionante. Pero también va a ser bueno para ti. Los extrañaste mucho.
—Sí, eso es cierto. —Eli sonrió de manera tenue, su mente claramente vagando por pensamientos más profundos—. Y a pesar de todo, también estoy agradecido de que vengas conmigo. No quería hacerlo solo.
Tory lo miró de reojo, notando el sincero agradecimiento en su voz. —No tienes que agradecerme. Hacer cosas buenas por personas que lo merecen me hace sentir menos miserable.
Eli se quedó en silencio por un momento, asimilando sus palabras. —No creo que seas miserable, Tory.
Ella solo sonrió levemente, sin contestar, y continuaron el resto del camino entre charlas ligeras hasta que llegaron al aeropuerto.
Una vez estacionados, ambos caminaron hacia la terminal. Tory decidió detenerse en una pequeña cafetería cercana, comprando un café para cada uno. Sabía que ambos lo necesitaban para lidiar con la espera. Eli parecía más tranquilo con una taza caliente entre sus manos, aunque sus ojos seguían llenos de expectativa.
—Gracias —murmuró él, mirando el café—. Lo necesito.
—Lo imaginé —respondió Tory, tomando un sorbo de su propio café mientras sus ojos vagaban por el aeropuerto.
El ambiente estaba cargado de ansiedad, pero también de algo más: esperanza. Eli apenas podía quedarse quieto, sus ojos escaneaban la terminal en busca de sus padres. Y, finalmente, el momento llegó.
A lo lejos, Anna y Alejandro aparecieron, caminando con paso decidido hacia ellos. Eli se quedó congelado por un segundo, y Tory le dio un suave empujón en el brazo.
—Anda, ve por ellos.
Eli no necesitó más. Caminó rápido hacia sus padres, y cuando llegó, el abrazo que compartieron fue lo más emotivo que Tory había presenciado en mucho tiempo. Los tres parecían aliviados, como si por fin el peso de la distancia hubiera desaparecido. Anna no podía dejar de acariciar el rostro de su hijo, mientras Alejandro lo abrazaba fuerte.
Tory, manteniéndose a una distancia respetuosa, observaba la escena con una leve sonrisa. Ver a una familia reunirse así... No era algo que ella hubiera experimentado en su propia vida, pero se sintió feliz por Eli.
Finalmente, Eli los guió hacia Tory. Anna fue la primera en acercarse.
—Tú debes ser Tory —dijo, con una cálida sonrisa en su rostro—. Eli nos ha hablado tanto de ti. Quiero agradecerte por todo lo que has hecho por él. No sabemos cómo podríamos habérnoslas arreglado sin ti.
Tory, algo incómoda por el cumplido, sacudió la cabeza. —No es necesario que agradezcan. Solo hice lo que debía hacer.
Alejandro, el padre de Eli, también se acercó. —Igualmente, queremos recompensarte. Todo lo que hayas gastado, lo que sea necesario...
—No es necesario —interrumpió Tory, sacudiendo la mano en un gesto desinteresado—. De verdad, no lo hice por eso.
Eli la miraba, claramente conmovido por la humildad de Tory en esa situación. Para él, esa muestra de bondad era algo que valoraba más de lo que ella podría imaginar. Después de algunas charlas más, Tory los llevó hasta un hotel, uno lujoso que claramente sorprendió a los padres de Eli.
—Vaya... —murmuró Anna, mirando el hotel con ojos amplios—. Esto es increíble.
—Victoria siempre sabe cómo sorprendernos —dijo Eli, con una sonrisa orgullosa.
—Bueno, ya que estarán aquí por un tiempo, lo mínimo que puedo hacer es asegurarme de que estén cómodos —respondió Tory, encogiéndose de hombros.
Después de despedirse de sus padres, Eli se quedó con Tory. —¿Qué te parece si damos una vuelta? —le sugirió él, mirando el reloj—. Aún es temprano, y después de todo esto... creo que necesito un poco de aire.
Tory asintió, sabiendo que Eli necesitaba tiempo para procesar todo lo que había pasado.
Ambos se subieron de nuevo al auto. El silencio se instaló entre ellos por unos segundos, hasta que Eli, relajado por el reencuentro con su familia, soltó una risa ligera.
—¿Te importa si pasamos por un McDonald's? Creo que después de todo lo que ha pasado, me vendría bien una hamburguesa —preguntó, mirándola con una sonrisa.
Tory lo miró de reojo y se encogió de hombros, algo aliviada por el cambio de ambiente. —Claro, ¿por qué no? yo también podría comer algo.
Tomaron el desvío hacia el McDonald's más cercano, y cuando llegaron al autoservicio, pidieron dos hamburguesas y papas fritas. Eli, con su habitual buen humor, comenzó a bromear sobre lo mucho que había extrañado la comida rápida estadounidense.
—Te juro que no he comido algo así de chatarra en meses. Casi siento que me lo merezco después de hoy.
—Es el premio por sobrevivir —respondió Tory, rodando los ojos, pero con una sonrisa sincera en el rostro.
Cuando terminaron de recoger la comida, Eli sugirió ir a la playa. Era una noche clara y tranquila, y parecía el lugar perfecto para relajarse después de tantas emociones. Tory accedió sin pensarlo demasiado, y ambos condujeron en silencio hasta la costa. Cuando llegaron, caminaron por la arena hasta un punto solitario, donde el sonido de las olas les ofrecía una agradable compañía. Se sentaron, las luces lejanas del muelle proyectando un tenue resplandor en la distancia.
—Este lugar siempre me ha dado calma —dijo Eli, apoyando los codos sobre las rodillas mientras abría su hamburguesa—. ¿Vos venis seguido por aquí?
—A veces —respondió Tory, abriendo su comida también, aunque no parecía tan interesada en comer—. Cuando necesito alejarme de todo.
El aire entre ellos era cómodo, pero también estaba cargado de algo más profundo, una tensión sutil que Tory sentía desde que llegaron. Estaba tranquila, pero al mismo tiempo, sabía que Eli quería hablar de algo más.
—¿Y vos? —preguntó él, luego de un rato de silencio, mientras mordía su hamburguesa—. Me refiero a...vos siempre estás ayudando a los demás, pero nunca hablas mucho sobre ti. Me gustaría conocer más sobre tu vida.
Tory se detuvo por un momento, mirando la arena entre sus dedos. Sabía que esa conversación llegaría tarde o temprano, y aunque confiaba en Eli, hablar sobre su vida familiar siempre la incomodaba. Soltó un suspiro y miró hacia el horizonte.
—No es que haya mucho que decir...mi madre es una especie de marquesa, dueña de una empresa de vinos. Y mi padre...bueno, ya lo conoces: abogado de renombre en España. Pero no son personas con las que realmente quieras estar cerca.
Eli frunció el ceño. —¿Por qué dices eso?
Tory mordió su hamburguesa, tomándose su tiempo antes de responder. —Porque mi vida familiar es un desastre. Mi madre está más interesada en mantener su imagen pública que en ser una madre de verdad. Y mi padre... está ausente. Básicamente, vivo sola desde hace tiempo.
Eli la miró fijamente, intentando entender el peso de sus palabras. —¿Eso es todo? ¿Nunca intentaron estar más presentes?
Tory soltó una risa amarga. —No, nunca lo hicieron. Para ellos, soy más una especie de inversión o extensión de su legado que una persona de verdad. Lo peor es que ya ni me afecta tanto... me acostumbré a estar sola.
El silencio se hizo aún más pesado. Eli no sabía qué decir al principio, pero su deseo de entenderla lo impulsó a seguir.
—Lo siento, Tory. No sabía que era tan complicado —dijo finalmente—. Me siento como un idiota por no haberte preguntado antes.
Ella negó con la cabeza, sacudiendo la arena de sus dedos. —No te preocupes, Eli. No es algo que ando contando por ahí. Además, ahora mismo lo que importa es que tú tienes a tus padres de vuelta. Eso es lo que me hace sentir bien hoy.
Eli la miró con más atención, notando la vulnerabilidad detrás de su habitual fachada dura. Siempre había visto a Tory como alguien fuerte, casi inquebrantable, pero en ese momento, era como si viera una parte más humana de ella.
—¿Sabes algo? —dijo Eli, apoyando una mano en su rodilla mientras la miraba—. Siempre pensé que eras una de las personas más duras que conocía, pero ahora me doy cuenta de que eres una de las más fuertes también. Y no me refiero a que te guardes todo. Me refiero a que, a pesar de lo que has pasado, sigues haciendo cosas por los demás.
Tory lo miró con una sonrisa triste. —No lo veo como fuerza. Solo es supervivencia.
—Bueno, es una supervivencia que admiro —respondió él con una sonrisa suave, antes de morder otra vez su hamburguesa.
La conversación siguió por unos minutos más, entre reflexiones profundas y risas ligeras sobre lo caótica que podía ser la vida. Pero a medida que la noche avanzaba y las luces del muelle parpadeaban a lo lejos, Eli comenzó a sentir que conocía a Tory más de lo que había esperado. Y aunque ella seguía mostrándose reservada, había abierto una pequeña ventana a su mundo.
Las olas rompían suavemente contra la orilla, mientras el viento marino despeinaba el cabello de ambos, envolviéndolos en una sensación de calma que Tory no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Habían pasado unos minutos en silencio, pero no era incómodo. Ambos sabían que la conversación estaba lejos de terminar.
—A veces me pregunto cómo sería si las cosas hubieran sido diferentes —dijo Tory, rompiendo la quietud—. Si mis padres hubieran estado más presentes, si hubiera tenido una familia de verdad... Quizás no sería la persona que soy hoy. Quizás no tendría esta armadura que me cuesta tanto quitarme.
Eli la miró de reojo, su expresión cargada de preocupación, pero también de interés genuino. —No sé, Tory. Tal vez no serías la misma persona, pero eso no necesariamente sería mejor. Quiero decir, eres increíble tal y como eres. Lo has pasado mal, pero has hecho que todo eso te haga más fuerte. No todo el mundo puede decir lo mismo.
Tory bufó, pero con una sonrisa en los labios. —"Increíble". No creo que esa sea la palabra que usarían para describirme la mayoría de las personas.
—Yo la usaría —replicó Eli, dándole un ligero empujón con el hombro—. Mira lo que has hecho por mí. No solo me has ayudado en momentos difíciles, sino que me has apoyado cuando nadie más lo hizo. Eso habla más de ti que cualquier otra cosa.
Tory desvió la mirada, incómoda con los cumplidos, pero agradecida en silencio. No estaba acostumbrada a que alguien viera esa parte de ella, y mucho menos a que se lo reconocieran.
—Supongo que... trato de hacer lo que puedo —dijo ella, su voz más baja, mientras jugueteaba con la arena entre sus dedos—. Pero a veces me siento perdida. Como si no supiera hacia dónde voy.
Eli asintió, sus ojos fijos en el horizonte. —Sí, lo sé. Pero eso no te hace menos. Significa que sos humana. Todos tenemos momentos en los que no sabemos qué hacer, pero encontrar a las personas que nos acompañan en ese viaje... eso es lo importante.
Ambos se quedaron en silencio de nuevo, dejando que el sonido del mar llenara el vacío entre ellos. Eli observaba a Tory, tratando de imaginar lo que realmente sentía. Sabía que no era fácil para ella abrirse, y el hecho de que lo estuviera haciendo con él, aunque fuera solo un poco, lo hacía sentir más conectado a ella de lo que había pensado.
—¿Alguna vez te has sentido como si estuvieras en el lugar equivocado? —preguntó Tory de repente—. Como si, por más que te esforzaras, nunca encajaras en ningún lado.
Eli la miró por un momento antes de responder. —Sí. Todo el tiempo. Siempre he sido el "raro", el "extraño". Pero aprendí a aceptarlo, ¿sabes? Y cuando encuentras a las personas que te aprecian por lo que realmente eres, te das cuenta de que no importa si encajas en todos lados, sino con quién eliges estar.
Tory sonrió, agradecida por sus palabras. Había algo en la forma en que Eli hablaba, como si realmente entendiera lo que ella sentía, que la hacía sentirse menos sola en ese momento.
—Supongo que eso tiene sentido —dijo ella, levantándose lentamente de la arena y sacudiéndose el polvo de las manos—. Ya es tarde. Debería llevarte a casa.
Eli también se levantó, estirando sus músculos entumecidos por haber estado tanto tiempo sentado. —Sí, seguro. Aunque no tengo prisa —agregó con una sonrisa, intentando aligerar el ambiente.
Ambos caminaron de regreso al auto, dejando atrás la tranquilidad de la playa y retomando el trayecto hacia la casa de Eli. El viaje fue tranquilo, con alguna charla ligera sobre lo que harían al día siguiente y los planes para el fin de semana. Cuando llegaron a la casa de Eli, las luces de la calle iluminaban el frente, dándole un aire acogedor.
—Gracias por esta noche —dijo Eli, deteniéndose frente a la puerta del auto antes de bajarse—. En serio, Tory. No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí, y no solo hoy, sino... siempre.
Tory sonrió, más cálida de lo habitual. —No tienes que agradecer nada, Eli. Hacer cosas buenas por personas que se lo merecen me hace sentir...buena persona, supongo.
Eli frunció el ceño, preocupado por el peso de esas palabras, pero decidió no presionar más. Sabía que Tory tenía mucho en su mente, y no quería hacerla sentir incómoda.
—Bueno, espero que algún día puedas ver lo increíble que sos —dijo finalmente, inclinándose para darle un abrazo. Fue un abrazo breve, pero sincero, algo que Tory no esperaba, pero que no rechazó.
—Nos vemos mañana, Eli —dijo ella, mientras él bajaba del auto.
—Nos vemos —respondió él, sonriendo antes de cerrar la puerta y caminar hacia su casa.
Tory lo observó entrar antes de arrancar el auto nuevamente. El camino a su casa, la que compartía con Miguel, fue silencioso. Mientras conducía, su mente vagaba por lo que Eli había dicho. No era común que alguien viera lo bueno en ella, y mucho menos que lo expresara de una manera tan genuina.
Cuando llegó, el lugar estaba oscuro, lo cual indicaba que Miguel ya se había ido a dormir o que aún no había vuelto. Tory apagó el motor y suspiró, cansada pero en paz. Había sido un día largo, pero por primera vez en mucho tiempo, se sentía como si estuviera avanzando en algo.
Tory entró en la casa en silencio, tratando de no hacer ruido al cerrar la puerta detrás de ella. El día había sido largo, y sentía cada minuto acumulado en su cuerpo. Caminó directamente hacia la cocina, con la única intención de servirse un vaso de agua antes de irse a dormir.
Abrió el refrigerador, sacó una botella de agua fría y, sin pensarlo mucho, llenó un vaso. Bebió el agua lentamente, disfrutando la sensación refrescante mientras el silencio de la casa la envolvía. Justo cuando estaba por llenar su vaso de nuevo, escuchó unos pasos en las escaleras.
Miguel bajaba, con el cabello revuelto y los ojos entrecerrados por el sueño.
—¿Te desperté? —preguntó Tory mientras lo miraba acercarse.
—No, no te preocupes. Igual no estaba durmiendo bien —respondió él, apoyándose en el marco de la puerta de la cocina, mirándola de reojo—. ¿Agua? Eso suena muy... aburrido para ti.
Tory le lanzó una mirada de advertencia, pero había una pequeña sonrisa en sus labios.
—¿Y qué sugieres, genio? —replicó, volviendo a llenar su vaso.
Miguel se acercó al armario y sacó una botella de vino blanco afrutado, levantándola como si fuera la solución a todos los problemas.
—Tal vez esto mejore tu noche. ¿Qué dices, una copa antes de dormir?
Tory se rió entre dientes, aunque no pudo evitar levantar una ceja con curiosidad.
—Siempre sabes cómo tentarme —dijo, dejando su vaso de agua en la encimera y mirando el vino—. Pero está bien, me convenciste.
—Sabía que lo haría —sonrió Miguel, sacando dos copas del armario—. Vamos, que no todo en la vida es agua. Eso es lo que nos mantiene cuerdos.
Tory lo miró de reojo mientras él servía el vino, y cuando le pasó la copa, sus dedos se rozaron por un segundo. Miguel siempre tenía esa chispa juguetona, ese tono entre serio y bromista que hacía difícil no seguirle el juego.
—Bueno, salud por eso —dijo Tory, levantando la copa.
—Salud —respondió él, chocando suavemente su copa con la de ella—. ¿Por el vino o por mantenernos cuerdos?
—Por no volvernos locos. O por lo menos no demasiado —dijo Tory, tomando un sorbo del vino y sintiendo cómo el sabor afrutado le relajaba un poco los nervios.
Miguel la observó por un momento, sus ojos brillando con esa picardía habitual. Se apoyó contra la encimera, mirándola de manera casual, pero siempre con esa actitud un poco más provocadora de lo necesario.
—¿Cómo estuvo el día? —preguntó él, fingiendo interés casual, aunque ya sabía la respuesta.
—Largo, pero bien. Fui a buscar a los padres de Eli al aeropuerto... todo salió mejor de lo que esperaba, la verdad —respondió Tory, encogiéndose de hombros.
Miguel se echó a reír suavemente, tomando un sorbo de su vino antes de responder.
—¿Me estás diciendo que alguien te sorprendió para bien? Esto es un hito.
—Cállate —dijo Tory, dándole un pequeño empujón con el codo, aunque no pudo evitar sonreír—. No soy tan amarga como crees.
—Claro que no —replicó él, alzando una ceja en tono sarcástico—. Solo necesitas un buen vino y ya te vuelves la persona más amable del mundo.
—Qué gracioso. ¿Y tú qué? ¿No deberías estar durmiendo? —le preguntó ella, cambiando el tema con una mirada inquisitiva.
—No podía dormir. Sabía que vendrías tarde y... no sé, supongo que me quedé esperando para ver si todo salió bien —admitió Miguel, encogiéndose de hombros con una sonrisa casual.
Tory lo miró sorprendida por un segundo antes de suavizar su expresión. Había algo en Miguel que siempre la hacía sentir como si tuviera alguien en quien confiar, incluso si las palabras no siempre lo dejaban claro.
—Que idiota que sos—murmuró ella, aunque su tono era más afectuoso que crítico.
—Lo sé. Pero soy tu idiota ,estamos comprometidos —respondió él con una sonrisa amplia, claramente disfrutando del juego verbal que siempre mantenían entre ellos.
—No te pongas poético, Miguel. No quiero vomitar el vino —dijo Tory, riendo levemente antes de tomar otro sorbo de su copa.
Miguel se acercó un poco más, apoyándose en la encimera junto a ella, sus ojos fijos en los de Tory.
—Oye, si vas a vomitar, al menos avisa para que no me arruines la cocina —bromeó, inclinándose un poco hacia ella mientras tomaba un trago más grande de su vino.
Tory rodó los ojos y fingió apartarse, pero no pudo evitar la risa.
—Siempre tan considerado —murmuró con una sonrisa.
Ambos quedaron en silencio por un momento, solo bebiendo el vino en la tranquilidad de la noche. La luz suave de la cocina hacía que todo se sintiera más íntimo, y el cansancio que ambos llevaban se iba disipando poco a poco.
—¿Y qué tal Miguel? —preguntó Tory, rompiendo el silencio después de un rato—. No te vi mucho hoy, ¿qué has estado haciendo?
—Oh, ya sabes, lo de siempre —dijo él, encogiéndose de hombros—. Cosas del consejo estudiantil, preparar lo del evento... Nada tan emocionante como tus aventuras en el aeropuerto, supongo.
—Ya, claro. Muy emocionante, en realidad —replicó ella con sarcasmo, tomando otro sorbo—. Pero bueno, ya pasó. Ahora solo quiero dormir.
Miguel la miró con una sonrisa suave, apoyando su copa vacía en la encimera. —Creo que es lo mejor. Mañana será otro día largo.
—Sí, lo será —admitió Tory, dejando también su copa vacía junto a la suya.
Se quedaron en silencio unos segundos más, la complicidad entre ellos flotando en el aire como siempre. Había algo natural en cómo conectaban, una mezcla de bromas y leves coqueteos que siempre los mantenía en sintonía, aunque nunca cruzaran ciertas líneas.
—Buenas noches, Miguel —dijo Tory al final, sonriendo mientras se alejaba hacia las escaleras.
—Buenas noches, Tory —respondió él, mirándola subir antes de que ella desapareciera de su vista.
Ambos subieron a sus habitaciones, sintiéndose más relajados después de la charla, como si ese momento compartido hubiera sido justo lo que necesitaban antes de enfrentar el nuevo día.
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